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Prospectiva

Print version ISSN 0122-1213On-line version ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.32 Cali jul./Dec. 2021  Epub July 01, 2021

https://doi.org/10.25100/prts.v0i32.11397 

Editorial

Compromisos, dilemas y desafíos del Trabajo Social con dimensión colectiva en tiempos de pandemia

Commitments, Dilemmas and Challenges of Social Work with a Collective Dimension in Times of a Pandemic

1 Universidad de Murcia. Murcia, España. Correo electrónico: epastor@um.es.


1. Contextos de cambio

La irrupción del coronavirus SARS-CoV-2 ha alterado profundamente todas las realidades (sociales, sanitarias, económicas, culturales, ambientales, relacionales, entre otras), evidenciando las debilidades de los sistemas protección social, instituciones y organizaciones sociales. Desde la propagación del coronavirus, se han ido modificando de manera sustancial los servicios, proyectos y prácticas sociales en general y comunitarias en particular ante las restricciones de movilidad y contacto social y las multi-crisis derivadas de la pandemia. El presente artículo reflexiona en torno a los compromisos colectivos y transformaciones comunitarias derivadas de la diversidad de prácticas comunitarias implementadas en el ámbito local en España. Experiencias impulsadas por administraciones públicas, organizaciones sociales y/o ciudadanos, con diferentes diseños, agendas, propósitos y alcances, pero con el denominador común de la dimensión comunitaria de los cuidados y cohesión social territorial. Iniciativas que pretenden dar respuestas, individuales y colectivas, a las “nuevas” situaciones de emergencia social, económica y sanitaria, utilizando de manera intensiva las nuevas tecnologías y con un enfoque integral de proximidad (vecinal/barrio/municipal).

La Agenda Global para el decenio 2020-2030 tiene como lema: “Co-construir una Transformación Social Inclusiva” (Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social [AIETS], Federación Internacional de Trabajo Social [FITS] y Consejo Internacional del Bienestar Social [CIBS], 2020). Reconoce la necesidad de construir con personas, familias, comunidades, movimientos sociales, instituciones y gobiernos (en sus diferentes niveles) transformaciones sociales inclusivas a nivel local, nacional, regional y mundial. De esta forma, el Trabajo Social, mediante las organizaciones que lo representa, se compromete a trabajar en la próxima década para co-diseñar y co-construir comunidades y sociedades prósperas, fomentando la participación para conseguir una transformación social inclusiva. El lema de la década 2020-2022, es: “fortalecimiento de la solidaridad social y la conexión global”, enfatizando así la dimensión colectiva de la intervención profesional, concretamente un Trabajo Social con comunidades orientado a densificar el capital social desde un compromiso nítido con los derechos sociales y la justicia social.

La Agenda Global hay que contextualizarla, además, en un momento tan excepcional como en el que nos encontramos, caracterizado por la pandemia y sus “incipientes” efectos, lo que sin duda nos obliga a revisar y resignificar su alcance y sentido. Nos encontramos ante una crisis global y transversal plagada de incertidumbres que profundiza en las desigualdades sociales y, a la vez, revitaliza la necesaria defensa de los derechos sociales, la justicia social y la conexión entre los pueblos.

Co-construir la transformación social inclusiva supone un ejercicio de articulación democrática sustantiva entre diferentes actores (públicos, sociales, privados) para conseguir un bien colectivo, en definitiva, producir acciones colectivas e impulsar gobernanzas y coaliciones. Las evidencias muestran que un bien colectivo por conseguir (vivienda, educación, salud, servicios sociales, empleo, infraestructuras comunitarias, etc.) o evitar (destrucción de empleos, pérdida de derechos, privatizaciones de servicios públicos, ausencia de hábitat, etc.) son razones necesarias, pero no suficientes para que se produzca acción colectiva. Los factores que pueden explicar que los sujetos se muestren dispuestos a cooperar son muchos, entre otros, los incentivos (Olson, 1974, 1992), las creencias (Hardin,1971, 1982), las emociones, las oportunidades y/o los recursos (Tarrow, 1997). En la actualidad observamos, cada vez con mayor nitidez, un cambio de escala de los procesos de disputa, de lo local a lo translocal (Mcadam, Tarrow y Tilly, 2005) e incluso transnacional (Tarrow, 2012).

Acciones de movilización y protesta, muy diversas, que observamos en diferentes lugares del mundo, derivadas o contextualizadas, en gran parte, en la pandemia aunque con diferentes “transfondos” -movimientos indígenas, reformas tributarias, lucha por derechos, mejorar democracia, alza de populismos, etc.- (Colombia, Chile, Paraguay, Irlanda del Norte, Myanmar, Rusia, Países Bajos, EEUU, India, Venezuela, China, etc.). Protestas muy diversas: ocupación de edificios públicos emblemáticos, marchas de agricultores, manifestaciones, migraciones internacionales, etc. Protestas que transforman la magnitud, sentido e incidencia de las acciones colectivas, ampliando y diversificando actores y agendas, a la vez que (re) construyendo redes y “puentes” entre demandas, intereses, identidades y actores.

Movilizaciones y procesos de cambios que no son ajenos a nuestra profesión, tanto desde una perspectiva profesional como académica. El Trabajo Social con dimensión colectiva se vincula necesariamente con los movimientos sociales y las expresiones de acción y transformación colectiva con “anclaje” territorial para impulsar contextos de transformación social (Pastor-Seller, 2021).

La irrupción de la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha traído consigo incesantes y bruscas transformaciones sanitarias, sociales, relacionales, habitacionales, laborales, económicas, de consumo, ocio (micro y macro), así como la propia percepción sobre las condiciones y calidad de vida. Sin duda, un período de incertidumbres plenamente activo en la actualidad y cuyos efectos son todavía muy incipientes.

La COVID-19 ha golpeado en un mundo que ya era profundamente desigual (Berkhout et al., 2021), generando mayores desequilibrios territoriales y desigualdades sociales, económicas y digitales. Su impacto en España, según diferentes estudios (Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil, 2021; Fundación FOESSA, 2020; Martín-Carretero, Suso-Araico, Fernández-Fonseca, Macías-Fonseca y Contreras, 2021) nos podría devolver a índices de desigualdad semejantes a los experimentados durante los peores años de la crisis anterior, como resultado, sobre todo, de la pérdida de empleo de las personas más vulnerables (jóvenes, mujeres y migrantes), con efectos en niveles de pobreza inéditos.

Así mismo, el impacto de la pandemia ha alterado profundamente las estrategias familiares de cuidados (Pastor-Seller, 2020), nuestras ciudades y emociones-soledades (Lobo-Leyder, 2021). A pesar del avance que ha supuesto la puesta en marcha del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia [SAAD], su limitado desarrollo se manifiesta en la preponderancia de los cuidados informales desplegados tradicionalmente desde el entorno familiar (Ramírez-Navarro, Revilla-Castro, Fuentes-Jiménez y Gómez-Castro, 2021). El cierre de muchos centros de día, comedores para mayores o la supresión o reducción de los servicios a domicilio y el miedo al contagio, ha supuesto un repliegue de la población mayor y dependiente en el hogar, un aumento de la carga de cuidados para las personas cuidadoras en el ámbito familiar, cuando estas existían, y un empeoramiento de las condiciones de vida de las personas dependientes, especialmente si vivían solas o en el caso cada vez más frecuente de parejas de personas de avanzada edad que se cuidan entre ellos/as. Hay que tener en cuenta el importante impacto en la salud y el deterioro de la autonomía personal que la soledad no deseada y la pérdida de contacto social están teniendo en las personas dependientes que permanecen en sus hogares y han dejado de recibir servicios o no han logrado acceder a ellos (Consejo Económico y Social, 2021, p. 33).

La proliferación de las “despensas solidarias” (reparto de alimentos, productos higiénicos, etc.) en multitud de ciudades, barrios y zonas desfavorecidas para la atención del incremento exponencial de personas y familias en situación de extrema necesidad se visualiza en nuestros entornos “desarrollados” con las denominadas “colas del hambre”, o mejor “colas de indignación”. Las iniciativas orientadas a “mitigar” o reducir las brechas económicas, sociales y digitales proliferan en nuestros barrios, pueblos y ciudades, bien impulsados por las administraciones públicas, organizaciones sociales y/o ciudadanos/as. En este capítulo nos aproximaremos a una descripción tipológica de prácticas e investigaciones comunitarias en el ámbito local en España, a partir del análisis de diferentes experiencias impulsadas por administraciones públicas, organizaciones sociales y/o ciudadanos individualmente considerados (Pastor-Seller, 2021).

2. Compromisos profesionales

La disciplina del Trabajo Social se fundamenta en los procesos de transformación social orientados a impulsar la densificación del capital social y la reivindicación, defensa y/o consolidación de derechos sociales. Por un lado, incide en la creación y/o (re)construcción de vínculos sociales entre personas, grupos, organizaciones y comunidades y, por otro, tiene como horizonte la garantía de los derechos reconocidos. Es en este espacio donde se localiza la acción política de las personas y los movimientos sociales como sujetos colectivos con los que intervenimos (De Robertis, 2003), en el marco del contexto local (Red-Vega, 2014). En este marco, el Trabajo Social participa de una práctica social distributiva (distribución de valores de uso entre individuos y grupos) y cultural (participación en la producción, reproducción o transformación de símbolos y formas culturales). De esta forma, la profesión del Trabajo Social opera sobre aspectos materiales y simbólicos que intervienen en la reproducción social de los sujetos y las comunidades (Herrera-Gutiérrez, Corono-Aguilar y Delgado-Niebla, 2016; Herrera-Gutiérrez y Pastor-Seller, 2018). Ahora bien, la esfera comunitaria del Trabajo Social se construye a partir, esencialmente, de la imposibilidad de la resolución individual de ciertas necesidades, lo que determina la creación de un espacio social (Aquín, 2003). Es en esta dimensión colectiva de los procesos reproductivos que implican la lucha por derechos y provisiones, la que garantiza su efectivo ejercicio, bien en el orden material (vivienda, infraestructuras, servicios, etc.) o simbólico (participación, formación, empoderamiento, etc.). El Trabajo Social con comunidades contribuye, de esta forma, al fortalecimiento de los grupos y las organizaciones sociales con enclave territorial para que sean protagonistas en la mejora de sus condiciones y calidad de vida.

La intervención colectiva en Trabajo Social puede estar orientada, entre otros propósitos, a promover la constitución de actores sociales fortaleciendo sus capacidades de: lectura del contexto, identificación y representación de intereses colectivos e interlocución/canalización de aspiraciones. Se trata de incidir en las realidades sociales y políticas a través de procesos de mejora de las capacidades organizativas y de representación/movilización real de los intereses agregados. Así el Trabajo Social con comunidades interviene tejiendo vínculos, conectando organizaciones, fortaleciendo solidaridades, generando capital social y sinergias organizacionales (Pastor-Seller, 2012, 2015a, 2017, 2019). No obstante, cabe destacar que la pandemia de la COVID-19 y sus consecuencias, tales como la fragilidad de las condiciones de vida y la profundización de los procesos de vulnerabilidad social, evidencia un contexto de mayor dificultad por parte de la ciudadanía para acceder y disfrutar de bienes y servicios (Barrera-Algarín, Estepa-Maestre, Sarasola-Sánchez-Serrano y Vallejo-Andrada, 2020), en definitiva de oportunidades de desarrollo humano en equidad. Este contexto de privación y fragmentación ha sido un importante revulsivo para la emergencia de acciones colectivas y de participación en el ámbito de lo público, dando lugar a la creación de experiencias innovadoras que ponen énfasis en la dimensión comunitaria de los cuidados y la cohesión social. El Trabajo Social promueve, con grupos y comunidades, transformaciones inclusivas resultantes de la acción colectiva de sujetos sociales que cooperan en, para y con los territorios sociales de los que forman parte (Herrera-Gutiérrez y Delgado-Niebla, 2019; Pastor-Seller y Herrera-Gutiérrez, 2016).

3. Procesos de transformación en las comunidades locales

La comunidad es una construcción social, fruto de una amalgama de transacciones multinivel. La crisis sanitaria de la COVID-19 está provocando una redefinición del territorio y su significación colectiva. Los “confinamientos” han impulsado la reconstrucción de nuestros barrios y pueblos, pero también ha convulsionado en las emociones y solidaridades, haciendo emerger respuestas individuales y colectivas en torno a los cuidados y la cohesión territorial. Se ha observado la emergencia de nuevas lógicas de acción colectiva y de redes organizativas que canalizan los cuidados y apoyos a nivel comunitario. Todo ello está teniendo un impacto a nivel de las subjetividades, pero también en la propia noción de ciudadanía y en nuestro papel en las transformaciones sociales.

En estos escenarios tan críticos es donde se han gestado/construido prácticas comunitarias en el ámbito local vinculadas con el trabajo social con comunidades. Experiencias con diferentes diseños, agendas, propósitos y alcances, pero con el denominador común de cohesión social territorial (Pastor-Seller, 2021).

Solidaridad vecinal. Experiencias relacionadas con acciones de solidaridad protagonizadas entre y para vecinos/as, impulsadas y promovidas por ellos/as mismos/as y/o bien por entidades públicas y/o sociales del territorio, aunque su consolidación y fortalecimiento viene dado, fundamentalmente, por la auto-organización. Su finalidad esencial son los intercambios de apoyos: personales, materiales y/o relacionales desde la solidaridad comunitaria vinculada a un territorio concreto de proximidad. Prácticas basadas, fundamentalmente, en nuevas formas de voluntariado, más individualizado/personalizado, diversificado e informal (persona a persona). Persiguen prevenir, concienciar, atender necesidades y aspiraciones, reforzando el sentimiento de vecindad y cooperación comunitaria, creando redes de autoayuda. Experiencias en auge como respuestas a la falta, insuficiencia y/o inadecuación de los recursos existentes; la brecha digital, los efectos de las crisis económicas y de austeridad y/o derivadas de la pandemia del COVID-19 y sus efectos. Las experiencias ante tales circunstancias se caracterizan por el impulso de procesos participativos informales, la preocupación por el medioambiente, la solidaridad intergeneracional, la cohesión social de barrios, la solidaridad vecinal, la dinamización de espacios de memoria y on-line ante la situación de pandemia y la formación en capacidades digitales. Ante la actual situación de restricciones de contactos y movilidad, destacar en ellas el uso intensivo de las nuevas tecnologías y la digitalización de los servicios e intervenciones profesionales.

Movimientos ciudadanos en defensa de derechos e incidencia política. Experiencias relacionadas con los movimientos ciudadanos orientados a visibilizar las causas y consecuencias de la crisis e injusticias, apoyar a personas y grupos en situación de especial vulnerabilidad, reivindicar “nuevas” formas de tomar decisiones públicas, impulsar la participación ciudadana, defender los derechos humanos y sociales, impulsar un sistema político más justo y equitativo, reivindicar unos servicios públicos de calidad, etc. En el actual contexto de pandemia emergen nuevos movimientos sociales vinculados con las personas, familias y entidades de grupos de interés especialmente afectados por la pandemia. Por su parte, la actual situación de restricciones ha provocado cambios relacionales en los movimientos/plataformas sociales, tanto para el desarrollo de sus procesos de toma de decisiones internos (asambleas, foros, comités, juntas, etc.), como en sus acciones de proyección e influencia social (redes sociales).

Revitalización de entornos urbanos y rurales desfavorecidos. Proyectos e intervenciones en territorios “degradados” social, cultural y económicamente a través de planes integrales y transversales impulsados desde diferentes administraciones y organizaciones con una intensa participación de actores estratégicos, generando coaliciones comunitarias. Concretamente nos referimos a experiencias relacionadas con las Iniciativas Comunitarias, entre otras URBAN, URBANA (medio urbano), LEADER+ (medio rural), programas de dinamización comunitaria de zonas desfavorecidas (barrios periféricos, centros históricos, medio rural desvitalizado, etc.); mediación vecinal/comunitaria; realojamientos de viviendas; proyectos de formación y capacitación en la mejora de hábitats, etc. Persiguen potenciar y revitalizar las fortalezas y oportunidades económicas, culturales y sociales de los territorios desfavorecidos/degradados mediante actuaciones transversales, integrales e intensas en el tiempo (plurianuales) desde diferentes áreas (urbanística, turístico-cultural, economía local, servicios públicos, agricultura ecológica, etc.). Programas que se desarrollan en territorios urbanos (periféricos, céntricos-históricos) y rurales (aislados) caracterizados por: elevados índices de exclusión social, desempleo estructural, inseguridad ciudadana, delincuencia, inexistencia o inadecuada economía vinculada con el desarrollo del territorio, entre otros. Experiencias con una orientación metodológica basadas en la investigación-acción participativa, la gobernanza multinivel, la participación comunitaria, el diagnóstico colectivo y participativo; la definición colectiva de objetivos y alternativas; el impulso de comisiones de barrio/grupos motores/plataformas ciudadanas y la transferencia de buenas prácticas comunitarias.

Promoción de la solidaridad, voluntariado social y asociacionismo. Servicios, proyectos y experiencias orientadas a captar, promover e impulsar valores solidarios, la acción voluntaria y la creación e impulso del asociacionismo con una base territorial local. Impulsados, fundamentalmente, desde las administraciones locales, se orientan a promover y formar voluntariado; canalizar las acciones voluntarias a grupos de población en situaciones de dificultad social, la captación y capacitación de líderes comunitarios y la creación e impulso de asociaciones (escuelas de participación ciudadana, programas de voluntariado social, escuelas comunitarias interculturales, servicios a la comunidad, artes vinculadas a proyectos comunitarios, etc.). Desde esta perspectiva, se concibe al voluntariado con una función social de cohesión, instrumento de solidaridad y mecanismo de participación ciudadana.

Actuaciones comunitarias vinculadas a colectivos o áreas específicas. Prácticas que pretenden dar respuestas concretas, pero en red, a necesidades, demandas y aspiraciones que plantean determinados sectores específicos de la población, promoviendo su inclusión social desde una perspectiva transversal e integral. Favorecen la creación e impulso de redes asociativas de ayuda mutua ante problemáticas “similares”; proyectos de mediación vinculados a ámbitos concretos en razón de la problemática a resolver (escolar, vecinal, intercultural, etc.) y programas de prevención ante situaciones de riesgo.

Dinamización de la gestión de la diversidad. Proyectos comunitarios orientados a fomentar las interacciones interculturales habitualmente impulsadas en estrecha colaboración con entidades sociales y administraciones locales. Podríamos sintetizar sus objetivos en: mejorar los valores de tolerancia, convivencia en la diversidad, diálogo intercultural, igualdad de oportunidades y ciudadanía para la cohesión social; profundizar en la acción comunitaria para el desarrollo social, económico y cultural en las áreas vinculadas por la migración; reforzar y consolidar el diálogo intercultural como elemento imprescindible para favorecer los procesos de integración y, en consecuencia, contribuir y mejorar la cohesión social. Metodología participativa orientada a que la ciudadanía exprese e intervenga, desde una perspectiva intercultural, en la (re)construcción de su territorio, facilitando procesos de integración de la diversidad cultural y promoviendo y dinamizando experiencias de cohesión y organización social.

Capacitación y diálogos comunitarios. Experiencias diversas relacionadas con la sensibilización comunitaria, comunicación social, tiempo libre, captación y capacitación de líderes comunitarios, formación de grupos de interés, aprendizaje-servicio de carácter comunitario, mediación comunitaria, incorporación del arte y el deporte en la intervención social, implicación de los centros sociales en la vida comunitaria de los barrios, etc. Proyectos de capacitación comunitaria e innovación social para el fomento de la convivencia dirigidos a profesionales, organizaciones, líderes, etc. de un determinado territorio. En la actual situación estos proyectos de capacitación y mediación han “mutado” a “online” o digital. Se materializan: apoyando a profesionales e instituciones en la búsqueda de respuestas a los problemas que se presentan en contextos de diversidad cultural (barreras del idioma, diferentes códigos culturales, etc.); acompañando en los procesos de acceso de los/las ciudadanos/as a los recursos públicos y privados (promoviendo la autonomía en el ejercicio de los derechos y obligaciones); involucrando a organizaciones e instituciones en procesos de transformación y adecuación a las necesidades de las comunidades (accesos y contenido de servicios); desarrollando acciones de participación que fortalezcan un sentido de pertenencia de los/las ciudadanos/as en su municipio y creando espacios de diálogo participativo que promuevan nuevas relaciones positivas entre todos/as los/las protagonistas y que contribuyan a la convivencia intercultural. Por último, resaltar los proyectos que incorporan la música y/o las artes a la integración y cohesión social, mediante el uso intensivo de los centros sociales y culturales del territorio.

4. Brechas, dilemas y oportunidades

Ningún análisis de realidad, desde marzo de 2020, puede eludir el impacto que la pandemia provocada por la COVID-19 tiene en la vida cotidiana de las personas, las comunidades y los procesos de reproducción social. Sus consecuencias, todavía incipientes y en proceso, son una de las mayores amenazas globales a la que nos estamos enfrentando actualmente, caracterizadas por las emergencias y las incertidumbres.

En la actual situación de pandemia se está evidenciando que la COVID-19 es una “máquina de generar pobreza” pero también constata las debilidades en la que se encontraban los sistemas de protección social (sanidad, educación, servicios sociales, vivienda, garantía de rentas, formación/empleo) derivadas de la crisis anterior y sus políticas neoliberales (Pastor-Seller, 2015b; Pastor-Seller, Verde-Diego & Lima-Fernández, 2019). La pandemia de la COVID-19 ha puesto en evidencia, entre otros, tres fenómenos interconectados:

  • - las catastróficas consecuencias de las políticas neoliberales de austeridad en un Sistema de Protección Social débil,

  • - los procesos de privatización de los servicios públicos, y

  • - las debilidades de las propias organizaciones, intervenciones y procedimientos tanto institucionales como profesionales para hacer frente a las situaciones nuevas y sus efectos.

Desde la propagación del coronavirus, se han ido modificando de manera sustancial los servicios, proyectos y prácticas sociales en general y comunitarias en particular ante las restricciones de movilidad y contacto social derivadas de la crisis sanitaria. Las instituciones, organizaciones, movimientos sociales y prácticas comunitarias han cambiado en su metodología de acción, pero también en sus formas, procedimientos, contenidos y fines. En este complejo y dinámico “caos”, observamos la aparición de iniciativas que pretenden dar respuestas a las “nuevas” situaciones de emergencia social, económica y sanitaria, utilizando de manera intensiva las nuevas tecnologías. En cuanto a las formas, la digitalización de los servicios, proyectos y prácticas han tenido como denominador común facilitar el acceso, uso y disfrute de la ciudadanía a los mismos de manera “online”. Respecto a los contenidos, la pandemia y sus efectos han convulsionado los objetos de intervención y movilización comunitaria (Pastor-Seller, 2021).

En la actual situación preocupa de manera extraordinaria las evidentes “brechas digitales” y los procesos de exclusión social que afectan de manera diferenciada a personas, familias, colectivos y comunidades, tanto a nivel micro como macro. La normalización de las TIC´s en todos los ámbitos la vida cotidiana (familiar, económica, social y laboral) de los sujetos, contribuye a reducir las distancias “físicas”, disminuye los costes de coordinación, acelera el flujo de información, amplia los vínculos, facilita el contacto y la movilización, etc. Pero es también evidente que las personas, grupos y comunidades al margen de estos avances, capacidades y usos digitales se van quedando sin las oportunidades de desarrollo y capitalización local, incrementando los riesgos y profundizando en los procesos de exclusión social que afectan de manera diferenciada a personas, pero también a los colectivos y comunidades (Prada-Blanco, 2020). Por otra parte, el uso intensivo de las nuevas tecnologías está generando cambios en el mercado de trabajo (masivos despidos en empresas y entidades bancarias, reducción de empleos “clásicos”, emergencia de “sub-empleos”, intensificación de la compra on-line, etc.), sistema educativo (educación on-line en todos los niveles), sociales, sanitarios, etc. Contextos de cambios relevantes que condicionará, sin lugar a dudas, la intervención social, las organizaciones de bienestar y los compromisos del Trabajo Social, especialmente vinculado con el impulso de estrategias de capacitación digital y contextos de oportunidades en equidad social.

La complejidad de los problemas sociales, la exclusión social, los conflictos comunitarios, las emociones, las motivaciones o las aspiraciones ciudadanas, parecen tener respuestas insuficientes desde un único conocimiento académico. Es necesario la construcción de un conocimiento horizontal y así ofrecer “respuestas dialógicas” donde los sujetos se construyen permanentemente a partir de las relaciones con otros/as. Un dialogo que se aleja de la mera intención de transmitir o extraer información, en definitiva de “dominar” (Corona-Berkin, 2020; Corona-Berkin y Kaltmeier 2012) y busca respuestas generadoras de autonomía y satisfacción en la ciudadanía. Un diálogo horizontal, basado en transacciones de discursos heterogéneos compartidos y negociados desde procesos deliberativos-educativos. Es necesario, descolonizar el conocimiento (De Sousa-Santos, 2010), cuestionar categorías conceptuales “subterráneas” (Sassen, 2010, 2015) que etiquetan realidades. Una aproximación desde abajo que permita contextualizar el conocimiento y convertirlo en social desde la horizontalidad (no superioridad científica), promoviendo, como señala Corona-Berkin (2020) la igualdad discursiva, desde el intercambio intersubjetivo, donde se aspira a que cada uno exprese su voz de acuerdo con los propios lenguajes y contextos, generando así autonomía. El conocimiento es contextual, no podemos buscar recetas sociales o hacer experimentos sociales. La realidad en la que intervenimos es muy compleja y su descontextualización puede ofrecer luces artificiales sin horizontes.

5. Conclusiones

Nos encontramos en un contexto marcado por las consecuencias inacabadas de la pandemia donde los escenarios virtuales y las herramientas digitales cobran una inusitada relevancia. Sin lugar a dudas favorece las conexiones locales-globales y entre iniciativas y movimientos sociales, pero a la vez, profundiza en las brechas digitales y socioeconómicas. En este contexto caracterizado más por las incertidumbres que por los riegos, están emergiendo “setas de innovación social”, nuevas iniciativas de ayuda comunitaria bien emprendidas por ciudadanos a nivel individual, grupos no organizados (autoayuda), o bien por organizaciones sociales, colegiales e instituciones de base local a todos los niveles. Iniciativas que se “enredan” en mosaicos de redes de autoayuda y cooperación que pretenden ofrecer respuestas innovadoras ante situaciones de emergencia y dificultad “nuevas” que eclosionan los ecosistemas comunitarios actuales (Pastor-Seller, 2021). Experiencias que “mutan”, como lo hacen las realidades supeditadas al virus, con el fin de poder ofrecer “soluciones”, en muchas ocasiones “parches”, a situaciones de emergencia social y sanitaria, a la vez que a su cronicidad y extensión constante.

Es necesario tener muy presente y no olvidar a los “invisibles” de esta pandemia, a las personas, familias, territorios y pueblos de muchos países “pobres” donde el impacto de la pandemia es de extrema gravedad, tal y como vienen denunciando diferentes organizaciones internacionales (OXFAM-Intermón, Greenpeace, Amnistía Internacional, ATTAC, etc.). Pero también a la infinidad de personas y familias abocadas a “huir” por todo el mundo, en continuos flujos humanos por motivos: humanitarios, políticos, medioambientales y en conflicto (Amnistía Internacional, Open Arms, SOS Mediterranée, Médicos sin Fronteras-Ocean Viking).

En la actual crisis nos encontramos con escenarios que están generando dos tendencias “contrapuestas”: retraimiento y expansión de la ciudadanía. En el primer caso, prácticas que evidencian un proceso de retraimiento en el eje de derechos-pertenencia, lo que inevitablemente arroja profundas consecuencias en las condiciones objetivas de vida. En el segundo caso, observamos una expansión del eje participación-pertenencia comunitaria que ha llevado a los sujetos a intervenir en el espacio sociopolítico más allá del ámbito electoral y próximo (vecinal/barrio). Así pues, y de forma paradójica surgen nuevos actores y novedosas formas organizativas para dar respuesta a las necesidades colectivas. En este sentido cabe profundizar en los contornos de este proceso pues visibilizando estas organizaciones (y/o reacciones) de la sociedad civil es también como el Trabajo Social aporta a promover la transformación social mediante el fortalecimiento de la solidaridad. Y para ello entendemos que debemos analizar las nuevas lógicas de acción colectiva y la objetivación de las redes de solidaridad que se tejen en el territorio y que van dando lugar a nuevas respuestas ciudadanas o resignificando las existentes. Sin duda nos encontramos nuevos desafíos en las políticas y en las instituciones pero sin duda también en Trabajo Social, profesión que debe vincularse con los derechos sociales, la justicia social y la densificación del capital social de nuestros pueblos.

En definitiva, la investigación y práctica del Trabajo Social en esta vertiente colectiva se orienta a la construcción horizontal de nuevos contextos/realidades. Para ello debe: ocuparse de la complejidad/interdependencia de los hechos y fenómenos sociales; coordinar y enlazar significados diversos; “lubricar” el capital social; contribuir a coproducir procesos de “apropiación” y resultados innovadores y posibilitar espacios deliberativos desde diálogos sustantivos y sostenidos capaces de generar capacidades desde las fortalezas.

Desafíos que requieren equiparse de un discurso coherente, transparente, integrador/integrado, innovador y facilitador. En suma, aprender desde la horizontalidad, de las prácticas y sus practicantes para impulsar investigaciones y prácticas en el actual complejo universo relacional local-global.

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Notas:

1Integrante del Consejo Editorial Internacional de PROSPECTIVA.

Recibido: 03 de Junio de 2021; Aprobado: 23 de Junio de 2021

Autor de correspondencia: Enrique Pastor-Seller. Universidad de Murcia. Murcia, España. Correo electrónico: epastor@um.es.

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