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Prospectiva

Print version ISSN 0122-1213On-line version ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.34 Cali July/Dec. 2022  Epub July 01, 2022

https://doi.org/10.25100/prts.v0i34.11926 

Artículos

Trabajo social territorial: interacciones familiares y comunitarias para la producción frutícola de durazno en Tuta, Boyacá, Colombia

Territorial Social Work: Family and Community Interactions for Peach Agricultural Production in Tuta, Boyacá

Anderson Yamid Álvarez-Plazas1 
http://orcid.org/0000-0003-4140-8101

Wilson Iván López-López2 
http://orcid.org/0000-0002-5427-2525

1 Fundación Universitaria Juan de Castellanos. Tunja, Colombia. Correo electrónico: ayalvarez@jdc.edu.co

2 Fundación Universitaria Juan de Castellanos. Tunja, Colombia. Correo electrónico: wilopez@jdc.edu.co


Resumen

Esta investigación explora las interacciones familiares y comunitarias para la producción agrícola de durazno en el contexto rural Altoandino de Tuta, Boyacá. Desde el lente disciplinar de Trabajo Social, se analizan las conexiones que diseñan los pobladores con su entorno en aspectos como las dinámicas organizativas de la cotidianidad en el hogar y las redes de capital social establecidas para la producción campesina de caducifolios. A nivel conceptual se exploran las nociones de trabajo social territorial y sus cruces analíticos con las nociones de campesinado. La metodología del estudio es cualitativa, los participantes, diez familias agricultoras de durazno y a través de entrevistas semiestructuradas y observación participante fue recolectada la información. Como resultados se observa que la organización del trabajo rural se encuentra moldeada por relaciones de género y edad que determinan diferentes formas de vinculación con el territorio. A nivel comunitario, se evidencia que la modernización agraria y las barreras históricas de institucionalidad rural establecen dificultades para la configuración de vínculos colectivos desde la producción de durazno. Como conclusión, se denota la necesidad de concebir el territorio como una categoría analítica útil para la construcción de un trabajo social anclado a las vivencias endógenas de los pobladores rurales.

Palabras clave: Economía campesina; Familia rural; Fruticultura; Organización comunitaria; Territorio; Trabajo Social rural

Abstract

This research explores the family and community interactions for the agricultural production of peaches in the rural context of the Altoandino of Tuta, Boyacá. From the disciplinary perspective of social work, the connections established by the settlers with their environment are analyzed in aspects such as the organizational dynamics of everyday life at home and the networks of collective social capital established for the agricultural production of deciduous trees. At a conceptual level, the notions of territorial social work and its analytical crossings with the notions of peasantry are explored. The methodology of the study is qualitative, the participants were ten peach farming families and the information was collected through semi-structured interviews and participant observation. The results show that the organization of rural work is determined by gender and age relationships that determine different forms of linkage with the territory. At the community level, it is observed that the processes of agrarian modernization and the historical barriers of rural institutionally establish difficulties for the configuration of collective links for peach production. In conclusion, the need to establish the concept of territory as an analytical category for the construction of social work anchored to the endogenous experiences of rural dwellers is evident.

Keywords: Community organization; Fruit growing; Peasant economy; Rural social work; Rural family; Territory

1. Introducción

El desarrollo rural Colombiano del siglo XX estuvo marcado por la adopción de tecnologías para la producción agrícola como eje constructor de sectores formadores de riqueza (Rojas, 2010). Estas estrategias, apoyadas en ideas económicas sustentadas en los procesos de modernización, promovieron la expansión de monocultivos para incentivar una mayor obtención de alimentos (Rostow, 1953). La premisa de sus iniciativas establecía que un crecimiento exponencial conduciría al camino ya recorrido por Occidente y generaría economías articuladas a la dinámica global (Cardoso, 1977); sin embargo, el carácter lineal de sus programas (Castillo-Ospina, 2008), la prevalencia simbólica de la ciudad como escenario civilizatorio (Connolly, 2013) y las relaciones de poder presentadas en el manejo de sus territorios, profundizaron las desigualdades en la administración de los recursos, especialmente en aquellos contextos interculturales habitados por comunidades campesinas, negras e indígenas (Kay, 1991; Machado-Cartagena, 2009).

Este desarrollo eurocéntrico de la nación estableció de manera paralela polos de economía agroindustrial y comunidades no incluidas en las dinámicas del mercado (De Janvry, 1981), configuraron sociedades híbridas que transformaron la ecología del paisaje de sus territorios y construyeron discursos dicotómicos de progreso y de atraso frente a los significados asociados a la ruralidad (Escobar, 2016; Kay, 2009). Décadas más tarde, finalizado el siglo XX, surgen discursos que complejizan las espacialidades rurales y visualizan dimensiones que van más allá de lo económico, entre ellas la sostenibilidad ambiental, la equidad de género, la interculturalidad y el papel de las instituciones como elementos clave para intervenir un contexto. Desde este accionar, aparece el análisis territorial como un ente vivo y dinámico ensamblado a las prácticas cotidianas del ser humano (Sala-i-Martín, 2000).

Desde la perspectiva territorial dimensiones de estudio del desarrollo como naturaleza y cultura, razón y emoción o rural y urbano pasaron de ser concebidos como contrapuestos en la manera de analizar su objeto de estudio a ser articulados y formadores de sinergias que posicionan una ontología relacional en la manera de concebir la intervención con comunidades (Escobar, 2005, 2014). Sus ideas señalan que la vida de los materiales y los seres solo existe en red con otros y se entrelazan en un tejido que evoluciona continuamente y genera interdependencias (Viola-Recasens, 2000). La mirada a la ecología del territorio permite sentipensar los circuitos que tejen las cotidianidades de las sociedades rurales contemporáneas con el fin de proyectar estrategias endógenas de bienestar (Escobar, 2008).

La profundización de los estudios territoriales entiende las sinergias producidas entre la interacción naturaleza-cultura como un núcleo importante para comprender la creatividad del ser humano en el diseño de su hábitat y la promoción de un bienestar social (Bruno y Guerrini, 2011). Para Escobar (2016) esta reciprocidad genera paisajes de vida entrelazados a las materialidades que circulan en un entorno y determinan nociones de desarrollo desde las perspectivas de sus comunidades; por ejemplo, en gran parte de las sociedades rurales campesinas su cotidianidad establece prácticas de saber-hacer que dinamizan la noción de territorio como una entidad histórica, relacional y conectada a un mundo globalizado. Su construcción establece para Trabajo Social vínculos que plantean esta espacialidad geográfica como un campo de estudio e intervención proyectado más allá de lo económico y generador de una identidad en las poblaciones que lo anidan.

Al observar el abordaje del Trabajo Social a la interacción del ser humano con su territorio, se observa que este componente cobra cada vez mayor relevancia en investigaciones e intervenciones. Para Rojas-Grosso y Rodríguez-Pinto (2013), existe la necesidad de conceptualizar la categoría territorio para construir metodologías críticas y reflexivas que generen análisis decoloniales sobre las comunidades que lo habitan. Como propuesta, abogan las autoras por el involucramiento disciplinar en los diálogos con otras profesiones que convergen en el análisis de las espacialidades sociales. Desde otra perspectiva, Enríquez-Pérez (2020) promueve para Trabajo Social la profundización de los estudios sobre desarrollo regional como lente que interpreta las disrupciones, los conflictos y las dialécticas que moldean los proyectos de planeación y la agenda pública de los problemas sociales.

Al examinar estudios territoriales aplicados desde Trabajo Social, en la región del Magdalena Medio Colombiano, Correa-Delgado (2020) estudia las prácticas organizativas de mujeres desde la Asociación Campesina del Valle del rio Cimitarra para la construcción de una paz territorial. En sus resultados evidencia cómo la defensa del lugar fortalece los procesos políticos, productivos y la creación de comités veredales para la promoción de sus derechos. En Argentina, Massa (2019) sistematiza las perspectivas frente a la noción de territorio en Trabajo Social. Desde su análisis señala que las manifestaciones actuales de la cuestión social vislumbran intervenciones que generen ensamblajes entre economía, política y lo social como aspectos relacionales que organizan la fuerza de trabajo, la vida íntima y las acciones colectivas en un lugar geográfico determinado.

A partir de estas discusiones, en el contexto Altoandino Boyacense desde un estudio que profundiza la necesidad de construir un Trabajo Social territorial, se observa en la zona rural campesina del municipio de Tuta, en la provincia Centro del departamento de Boyacá, dinámicas familiares y comunitarias marcadas por los sistemas de producción agropecuaria creados en este ecosistema y la relación con la tierra que trazan sus habitantes. En este escenario geográfico la germinación de frutales caducifolios, principalmente el durazno (prunus pérsica), ha tenido una marcada relevancia en la construcción de los medios de vida de sus hogares. Este alimento, introducido por organizaciones religiosas europeas a finales del siglo XV, ha configurado el paisaje Altoandino y convertido su agricultura en un amplio renglón económico para la región (Gómez-Sierra, 2008).

Actualmente las características del clima, suelo, precipitación, acumulación de horas de frío y vocación campesina de Boyacá han convertido esta región en la principal productora de frutales caducifolios, aspecto que determina la cotidianidad de sus hogares, moviliza sus procesos comunitarios y determina los relacionamientos que diseñan sus pobladores e instituciones con su territorio (Álvarez-Plazas, 2018; Ducuara-Cabrera, 2017). En este contexto, los hogares rurales que lo habitan establecen vínculos con los materiales biológicos del entorno y posicionan prácticas económicas, sociales, políticas y ambientales en sus medios de vida que recrean una organización familiar anclada al desarrollo de su unidad agropecuaria (Forero-Álvarez, 2002).

A partir de lo señalado, el presente artículo describe desde una mirada de Trabajo Social territorial las interacciones familiares y comunitarias trazadas para la producción de durazno en la geografía Altoandina de Tuta, Boyacá. Para tal fin, el texto se encuentra organizado en tres partes. En primer lugar, se realiza una revisión de literatura sobre las conexiones conceptuales existentes entre territorio, trabajo social, campesinado y ruralidad. Como segundo aspecto, se detalla la metodología cualitativa que comprende el estudio y el proceso establecido para la recolección de información. En tercer lugar, se estructuran los resultados a partir de las estrategias de organización familiar desarrolladas para el trabajo en las unidades productivas y las redes comunitarias establecidas con el territorio para el desarrollo de su contexto. Finalmente se presentan algunas conclusiones y apuestas desde Trabajo Social para el abordaje de las sociedades campesinas y su entorno.

2. Familia campesina Altoandina y organización comunitaria para la producción de durazno en Tuta, Boyacá

La creatividad cotidiana de las sociedades campesinas establece prácticas de saber-hacer que moldean las posibilidades de relacionamiento con el territorio (Brown, 2016). Su aplicabilidad se manifiesta en la interacción con los materiales biológicos del ecosistema, principalmente en el manejo productivo de la tierra. Este proceso continuo determina la economía campesina de sus pobladores y permite adquirir, producir, distribuir y consumir bienes y servicios del contexto para satisfacer las necesidades de sus integrantes, contribuir a la seguridad alimentaria y promover vínculos con lo urbano. La sincronía diseñada entre naturaleza y sociedad genera paisajes rurales articulados a los procesos de desarrollo y los circuitos económicos trazados para la movilidad de los alimentos.

Para Forero-Álvarez (2013) la producción agrícola colombiana reside en una amplia base familiar donde sus integrantes poseen un rol que determina la organización del trabajo. En un hogar campesino andino su distribución se estructura a partir de un sistema de decisiones familiares, comunitarias y la división de tareas de acuerdo a factores asociados a la edad, género, jerarquías, experiencias, conocimientos y relaciones de poder que delinean la ruralidad del país. Al interior de su dinámica se manifiesta una convivencia marcada por la división sexual del trabajo que si bien ha generado ciertos cambios, se mantienen principalmente roles estructurales para los hombres asociados a la realización de actividades productivas y las mujeres transitan en un triple rol que varía entre lo reproductivo, lo comunitario y lo productivo, con una amplia participación en cultivos locales y su posterior transformación en alimentos (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura [FAO], 2007; Perilla-Loznao, 2014).

Actualmente, las familias campesinas colombianas se han transformado y su dinámica converge en actividades que moldean su economía, la organización del cuidado y su convivencia en el hogar (Castillo-Ospina, 2008). Parte de estos cambios se encuentran ensamblados al crecimiento de las ciudades (Vélez-Olivera, 2019), el flujo poblacional migratorio (González-Palacios, 2021), las consecuencias del cambio climático (Veas-Carvacho y Chia-Valladares, 2020), la baja institucionalidad de servicios de bienestar en los contextos rurales, las marcas del conflicto armado, el deterioro ambiental (Escobar, 2016) y las dinámicas de capital que controlan los mercados de los alimentos (Van Der Ploeg, 2008).

A nivel comunitario, la vida campesina genera una integración colectiva a partir de las interacciones económicas, sociales, culturales y ambientales diseñadas en un espacio territorial históricamente habitado (Jumpa, 1998). Su organización se encuentra conformada por un conjunto de unidades domésticas independientes con acceso a recursos productivos como agua, tierras de cultivo, pastos, leña y los bienes comunes disponibles en el ecosistema (Salcedo y Guzmán, 2014). La dinámica generada posiciona una gobernabilidad anclada a las necesidades del contexto y simbólicamente se inscribe en la toma de decisiones conjuntas promotoras de bienestar. Este sistema organizativo resulta ser determinante para la sostenibilidad de la naturaleza, el uso de los recursos, la organización del trabajo y el desarrollo productivo del contexto.

Para Van Der Ploeg (2008) el desarrollo de los procesos comunitarios rurales se encuentra permeado por el cambio globalizado y los monopolios del capital que acaparan el circuito de los alimentos. En este sentido, las dinámicas del capitalismo agrario llevan a crear no-lugares que desterritorializan las interacciones entre cultura y naturaleza con el fin de incentivar su economía industrial. El sistema expansivo señalado genera quiebres de capital social, marginalizan la economía familiar del mercado y establece pérdida de autonomía frente a otras formas locales para producir alimentos. Este horizonte dificulta la creación de redes de relaciones comunitarias en los escenarios rurales y asume la gestión de los recursos naturales en sincronía con la unificación de paisajes mono-agrícolas que occidentalizan la vida campesina.

Este panorama ha creado medios de vida campesinos generadores de una mayor carga laboral en las relaciones familiares, desligamiento de las redes comunitarias como base central de su proceso de producción económica (Chirinos, 2006) y nuevas ruralidades asociadas a la diversificación de actividades económicas más allá de lo agropecuario para el sostenimiento de sus hogares (Farah-Quijano y Pérez-Correa, 2003). Los procesos cotidianos señalados, han sido influenciados por dinámicas globales relacionadas con el desequilibrio entre países para el acceso a conocimiento técnico, el predominio de los modelos de desarrollo agroindustrial de monocultivos y la desvalorización de la economía campesina como forma sostenible de vida rural (Macías-Macías, 2013).

Lo señalado indica que las redes de interacción familiar y comunitaria rural se ven marcadas por las dinámicas globales del sistema de producción alimentaria. Al situar estos procesos en el contexto Altoandino boyacense, caracterizado por territorios productivos minifundistas, mano de obra familiar y sistemas combinados de producción agropecuaria (Corrales-Roa, 2012), las alteraciones provocadas por las ideas neoliberales de producción establecen singularidades específicas en la relación creada con su entorno (Álvarez, 2013). Para Puentes (2006) este panorama ha cobijado por más de medio siglo la agricultura de frutales caducifolios realizada en el departamento de Boyacá. En este territorio, sus pobladores han construido una relación con su ecosistema que determina la práctica agropecuaria, moldea sus identidades culturales y coordina el uso de sus recursos naturales (Álvarez-Plazas, Sierra-Neiza y Leyton-Lugo, 2021).

Puentes, Rodríguez y Bermúdez (2008) señalan cómo transformaciones significativas en la producción de caducifolios en sociedades altoandinas relacionadas con la introducción de nuevas variedades, la tecnificación de las herramientas e insumos utilizados para la germinación del árbol y la formación de una vocación frutícola crean manifestaciones culturales y arquitectónicas descriptoras de su agricultura en este contexto. A nivel sistémico, estos cultivos han representado una alternativa considerable para la garantía de la seguridad alimentaria de sus hogares y los consumidores; del mismo modo, generan una mayor inversión de fuerza de trabajo doméstico de los pobladores en comparación con cultivos tradicionales establecidos en las condiciones biofísicas de su entorno. Este panorama, marcado por las dinámicas inestables del mercado agrícola neoliberal, delinea la relación del ser humano y su entorno en el territorio de Tuta, Boyacá.

3. Territorio, ruralidad campesina y Trabajo Social

Analizar el territorio involucra estudiar las relaciones de poder, de producción y las identidades que se tejen en una espacialidad habitada. Su comprensión diseña formas de organización social donde los actores(as) que lo anidan establecen interacciones que configuran la cultura, sus instituciones y la creación de vínculos con la naturaleza del entorno (Costamagna y Pérez-Rozzi, 2015). Las dimensiones que lo definen van más allá de lo económico y se entrecruzan con las materialidades físicas y simbólicas que constituyen un espacio (Schneider y Payré-Tartaruga, 2004). Rojas-Grosso y Rodríguez-Pinto (2013) señalan que las condiciones geográficas de su ecosistema cimentan representaciones de vida generadoras de significados sobre un contexto.

La identidad creada con un territorio se nutre de las redes de relaciones establecidas con la comunidad. Schneider y Payré-Tartaruga (2004) consideran que la dimensión territorial en los procesos de desarrollo involucra pensar las conexiones que delinea el ser humano con su entorno para la construcción de sus modos de vida. Efectuar estos procesos desde el Trabajo Social alude la capacidad de integrar las concepciones de naturaleza y cultura en un pensamiento relacional que construya una manera de sentipensar la vida humana (Rojas-Grosso y Rodríguez-Pinto, 2013). Su materialidad en el ejercicio profesional se articula al reconocimiento de los saberes, lenguajes e intereses endógenos posibles para la creación de un bienestar comunitario en las zonas rurales.

Los contextos rurales son entendidos como aquellas áreas dispersas o de baja concentración poblacional para el asentamiento humano donde se establecen formas determinadas de relacionamiento con su naturaleza (Echeverri-Perico y Ribero, 2002). Desde esta concepción, sus modos de vida se encuentran marcados por el acceso a recursos naturales y materias primas, prácticas diversas de producción, consumo y comercialización, así como escenarios que anidan la creación de sistemas alimentarios y energéticos que promueven un bienestar humano, entre ellos la promoción de servicios ecosistémicos, el combate del cambio climático y el manejo de los recursos naturales (Comisión económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], FAO e Instituto interamericano de cooperación para la agricultura [IICA], 2019).

Los territorios rurales son habitados por multiplicidad de saberes que configuran las prácticas económicas, culturales y ambientales de sus contextos. En ellos, las sociedades campesinas sitúan sus sistemas de producción en redes que transitan entre el mercado, la comunidad y su propia subsistencia (Forero-Álvarez, 2003). En palabras del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH, 2017) su rol pone en marcha maneras específicas de vivir, pensar y habitar desde la capacidad de reconocer sus luchas como sujeto de derechos (Montenegro-Lancheros, 2016). Las actividades cotidianas de sus hogares son pluriactivas y contribuyen a la seguridad alimentaria desde un vínculo cercano con la tierra (Entrena-Durán, 1998; Santacoloma-Varón, 2015).

Al presentar el campesinado colombiano como una organización social basada en el trabajo familiar y comunitario como principales estrategias dinamizadoras de su economía (ICANH, 2020), para Trabajo Social se crea un amplio campo de análisis y de acompañamiento a las luchas por la reivindicación de sus derechos. Frente a este aspecto, para la disciplina resulta necesario promover procesos colectivos que posicionen el relacionamiento del ser humano con su entorno desde las formas de concebir su desarrollo; sin embargo, características estructurales asociadas a las distancias entre los hogares, las inequidades en el equipamiento de servicios y los escasos recursos existentes para la construcción de políticas sociales en el modelo económico neoliberal, establecen obstáculos institucionales para la creación de ejercicios de investigación y de intervención basados en las dinámicas locales del contexto (Gómez, 2001; López-Ramírez, 2006).

Frente a lo señalado, los cruces entre las nociones de campesinado con las visiones contemporáneas de la ruralidad incorporan una expresión del territorio estratégica para la creación de alternativas a los modelos hegemónicos de desarrollo (Pérez-Santamaría y Avendaño-Arias, 2021). Su construcción se encuentra marcada por apuestas situadas en la configuración de vínculos entre lo rural y lo urbano que rompan las relaciones de poder asimétricas entre ambos escenarios y constituyan un reconocimiento de las múltiples visiones anidadas sobre sus representaciones de bienestar (Álvarez-Plazas, 2018; Hidalgo-López y León-Hidalgo, 2021). En esta sincronía las dinámicas de las familias campesinas conforman vínculos entre sus integrantes que constituyen su interacción con la ecología del entorno (López-Santos, Castañeda-Martínez y González-Díaz, 2017).

Sacco dos Anjos y Velleda-Caldas (2014) sostienen que la vida campesina ha pasado de una cotidianidad que transforma lo tradicional a una reinvención que moldea la visión, los propósitos y el rol de mujeres y hombres en actividades representadas en la creación de una nueva ruralidad (Farah-Quijano y Pérez-Correa, 2003). Desde este panorama se configura un involucramiento de estos escenarios en la globalización contemporánea a partir del uso de los recursos de su entorno en las dinámicas económicas del mercado. Estos hechos establecen una relación entre la sociedad y su entorno que permea las dimensiones de edad, clase social, raza/etnia, género y demás elementos estructurales de las identidades del individuo (Pérez-Correa, 2004; Sánchez-Albarrán, 2016).

Por todo lo anterior, Trabajo Social de manera reciente ha ensamblado la dimensión territorial con las intersecciones que configuran las opresiones múltiples gestadas en aspectos asociados con el acceso a recursos naturales, la administración de los bienes comunes, el manejo de la participación de sus pobladores, la identificación de las formas de habitar el entorno y desde la problematización de las inequidades propias de la cuestión social que envuelve la cotidianidad de los hogares rurales. Para esta labor, la intervención profesional del Trabajo Social involucra estrategias endógenas que reconozcan desde ejercicios participativos los significados de los pobladores al habitar ese entorno, los procesos de acción social gestados para el desarrollo y el fortalecimiento de la interacción colectiva en las actividades sociales, económicas, políticas y ambientales del territorio.

4. Metodología

Esta investigación es de enfoque histórico hermenéutico al reconocer la diversidad de miradas sobre un fenómeno social y la construcción de conocimiento desde una interpretación del hecho estudiado. Su carácter comprensivo del pensamiento revela el sentido del mundo simbólico que entrecruza a la población participante y su percepción de la realidad (Cifuentes-Gil, 2011). Como lente organizador del trabajo de campo se optó por una mirada cualitativa de la información dada su capacidad de construir un panorama holístico, situado y discursivo sobre las prácticas y comportamientos que diseña el ser humano desde la experiencia de habitar un entorno (Creswell, 1994).

El carácter inductivo de los estudios cualitativos favoreció la creación de un diseño narrativo que desde el lenguaje que circula en el contexto analizara la construcción del territorio frutícola del durazno en el municipio de Tuta, Boyacá (Cerda-Gutiérrez, 2008). Las descripciones de los hechos relatados permitieron entender, desde las vivencias de los participantes, los fenómenos sociales de grupos específicos y articular sus subjetividades a las particularidades de su entorno. Las técnicas aplicadas para la recolección de información fueron la entrevista semiestructurada para profundizar en aspectos históricos de la interacción familiar y comunitaria, e igualmente, el uso de la observación participante para reconocer los roles y dinámicas contemporáneas que definen su cultivo en Tuta, Boyacá.

El trabajo de campo se realizó entre los meses de junio a septiembre de 2019. Posteriormente, para agosto de 2021, se efectuaron dos visitas observacionales y conversaciones con informantes clave para acompañar los procesos comunitarios realizados durante el impacto de la pandemia ocasionada por Covid-19 en su territorio. Para la recolección de información se formularon tres etapas. La primera fase identificó las características del territorio y seleccionó los hogares participantes en la investigación. El reconocimiento de la población se desarrolló desde conversaciones con el líder de la junta de acción comunal y la participación en un encuentro comunitario en la vereda Rio Piedras para recibir asesoría desde el gobierno para el manejo del cultivo de durazno.

En este espacio fue socializada la propuesta investigativa a la comunidad participante, narrados los alcances y descritas las intenciones de profundizar en las experiencias productivas en este contexto. La vinculación al proyecto fue establecida por iniciativa propia de los pobladores y posteriormente avalada por la estructura organizativa de las veredas. El muestreo utilizado para este ejercicio fue por avalancha con la finalidad de tener diversidad en edades, género, tipología familiar y clase social como determinante de su participación. Realizar el acercamiento desde estos escenarios permitió identificar hogares con un reconocimiento comunitario en el municipio, establecer escenarios de confianza y contar con la disponibilidad en tiempo y espacio de la población. En total se contó con la participación de diez familias con las siguientes características (Tabla 1).

Tabla 1 Familias participantes 

Codificación Participantes Tipología familia Vereda Plantas de durazno cultivadas Tamaño del predio No. de integrantes del hogar
F1 Familia 1 Nuclear Rio Piedras 500 1 a 3 hectáreas 6
F2 Familia 2 Nuclear Rio Piedras 300 5
F3 Familia 3 Recompuesta Rio Piedras 220 5
F4 Familia 4 Extensa Rio Piedras 1000 4
F5 Familia 5 Monoparental de jefatura masculina Rio Piedras 1000 3
F6 Familia 6 Uniparental femenina. Rio Piedras 400 4
F7 Familia 7 Nuclear Aguablanca 600 4
F8 Familia 8 Extensa Aguablanca 300 6
F9 Familia 9 Nuclear Resguardo 200 5
F10 Familia 10 Nuclear Resguardo 600 4

Fuente: elaboración propia.

La segunda fase estuvo relacionada con la creación del instrumento para la recolección de información. Se estableció el consentimiento informado y una guía de preguntas que condujera a interpretar las interacciones familiares y comunitarias con el territorio a partir de la agricultura de durazno. Posteriormente, a través de la construcción de diarios de campo, se realizaron observaciones por intervalos de cuatro horas en una temporalidad de tres encuentros con cada uno de los hogares participantes, de manera simultánea; a partir del reconocimiento de su cotidianidad se plantearon las preguntas que dieron origen a las narrativas utilizadas para el estudio. Finalmente, desde la información recolectada se establecieron las categorías interpretativas de análisis (Tabla 2):

Tabla 2 Categorías de análisis 

Categoría Subcategoría Técnicas
Interacciones familiares con el territorio Tipología familiar Observación participante (Jociles-Rubio, 2018).
Dinámica familiar
Rol familiar en la agricultura de durazno.
Organización de la fuerza de trabajo familiar
Actividades productivas remuneradas y no remuneradas.
Interacciones comunitarias para la producción de durazno Escenarios de participación Entrevista semiestructurada (Ozonas y Pérez, 2004).
Demandas y barreras para el desarrollo comunitario.
Espacios de interacción comunitaria

Fuente: elaboración propia.

Finalmente, la tercera fase cubrió los acompañamientos realizados desde Trabajo Social a los procesos comunitarios establecidos por la comunidad campesina. Allí se realizaron espacios de intervención que promovieron el manejo de los ecosistemas disponibles en el territorio y generaron procesos de sensibilización asociados a la importancia de los procesos comunitarios para el reconocimiento de sus derechos. Frente al trabajo de campo señalado y a partir de las categorías establecidas (Tabla 2), se organizaron los resultados de la investigación.

4.1 Contexto

El municipio de Tuta tiene una extensión de 165 km2, de ellos el 0.782 km2 corresponden al área urbana y su extensión rural se delimita en 1639.22 km2. La altitud del territorio es de 2.600 metros sobre el nivel del mar y cuenta con una temperatura media de 14° C (Alcaldía Municipal de Tuta, 2018). Sus actividades agrícolas varían entre cultivos de papa, cebada, frijol, maíz, hortalizas y frutales caducifolios como el durazno, la ciruela, la manzana y la pera. Este sector se articula al sector ganadero y minero como los principales renglones económicos del municipio (Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, 2013). El municipio de Tuta según el censo del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 2015) proyecta una población de 8.823 habitantes con un porcentaje de 50,6 mujeres y 49,4 hombres.

Según el mismo Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (2013), Tuta tiene un área total de 151,4 hectáreas (ha) en frutales, localizados en 422 lotes y 10 veredas. El área promedio de los lotes de cultivo a nivel de vereda es reducida (0,14-2,0 ha) y el 83% de ellos se encuentra en producción. El durazno y la ciruela son las especies más sembradas en el municipio con un número de lotes de 170 y 114 respectivamente. Para el durazno la producción total es de 974,9 toneladas (59,7 ha). La ciruela presenta una producción total de 608,5t. En su orden siguen la fresa (27,93 ha), el tomate de árbol (Solanumbetaceum), (7,5 ha) y la manzana (4,40 ha). Teniendo en cuenta los datos estadísticos referenciados, se puede evidenciar la importancia de los frutales caducifolios para la economía del municipio de Tuta (Alcaldía municipal de Tuta, 2020).

En relación al durazno, su cultivo llega procedente de Europa en los siglos XV y XVI debido a las comunidades religiosas que introdujeron alimentos occidentales a los países latinoamericanos. Esta agricultura se preservó a través de los años y al llegar al departamento de Boyacá tuvo una buena adaptación. En este contexto se establecieron viveros, granjas y fincas que aseguraron variedades y desarrollaron la actividad frutícola (Patiño y Miranda, 2013). Actualmente, este territorio se destaca en el cultivo de caducifolios en diversas provincias y sobresalen los municipios de Nuevo Colón, Sotaquirá, Tuta y Duitama (Puentes et al., 2008). En el contexto de Tuta, los habitantes señalan que su producción inició hace más de 70 años y a lo largo del tiempo ha contado con diversas organizaciones e instituciones que han convertido esta actividad agrícola en uno de los principales renglones económicos del municipio.

5. Hallazgos. Interacción familiar y comunitaria para la producción de durazno en Tuta, Boyacá

5.1 La familia como fuerza de trabajo productivo en el territorio frutícola de Tuta, Boyacá

Las familias rurales Altoandinas de Tuta, Boyacá, administran sus procesos agropecuarios de manera diversa. En sus unidades de producción campesina habitan plantas destinadas para su autoconsumo, uso medicinal, actividades pecuarias, crianza de animales y administración de los recursos naturales que se ensamblan con los cultivos del ecosistema rural. En esta pluriactividad la labor de mayor densidad es el cultivo de durazno con 422 lotes sembrados. Su producción total es de 974,9 toneladas al año y representa el mayor impacto en la economía campesina del contexto (Ministerio de agricultura y desarrollo rural, 2013).

Las interacciones entre naturaleza y ser humano en la producción de durazno se manifiestan en la organización del trabajo familiar en su territorio. En su cotidianidad se observa que la división de las labores campesinas se encuentra cruzada por categorías relacionadas al género y la edad. Sobre este aspecto, las mujeres rurales de estos hogares establecen relaciones con su entorno desde la recolección de alimentos para la preparación de las comidas y el desarrollo de las actividades de cuidado. Estas tareas son: el mantenimiento de huertas caseras, las prácticas de nutrición animal y la recolección de materiales biológicos para la creación de actividades no agropecuarias.

En cuanto a las interacciones de las mujeres con la naturaleza en su territorio, una participante de 42 años indica que “si hay que prender un fogón, si hay que hacer agua de panela con limón, un caldo y traer su cilantro, un jugo, mucho de eso me lo da esta tierra, cultivarlo ayuda” (F, 2). Del mismo modo, al presentarse su ausencia en el hogar las actividades son realizadas por sus hijas y cuando no se encuentra ninguna mujer, las tareas alimentarias las ejecuta el hombre. Esta idea la relata un hombre de 38 años quien señala que “digamos la mujer se va a una cita médica, entonces las hijas me colaboran, pero si ellas están estudiando entonces yo me quedo aquí adelantando el almuerzo” (F, 4).

En temporalidades específicas del ciclo del árbol caducifolio de durazno, cuando existen procesos agrícolas de poda o recolección de sus frutos, las labores nutricionales se extienden más allá de la familia e involucran a los trabajadores(as) agrícolas. Al respecto, un hombre de 54 años indica que “a ella [la esposa] le toca todo eso de la cocina, lo de la casa digamos, prepara alimentos a los obreros, si le toca darles onces, el almuercito y el fresco que se les da, pues ella lo hace” (F, 7). Sumado a las actividades domésticas, generalmente asignadas por su género a la mujer del hogar, su interacción con el territorio se realiza mediante una participación activa en los procesos de producción del durazno, no obstante, prevalece en las familias con edades mayores poco reconocimiento de sus labores en estas actividades. Lo anteriormente señalado es descrito por un hombre de 53 años, quien manifiesta que:

Independientemente, para la mujer su lugar es su cocina, su casa. Pero ahorita pues podar lo hace cualquiera, alguien que tenga experiencia, inclusive nosotros acá podamos con una muchacha, ella viene y ella ya tiene experiencia en esto. Uno le va explicando y lo ejerce. Las mujeres ahorita no se quedan en la casa, eso a lo que toque, por ejemplo, la cogida del durazno es de ellas porque eso es con mucho cuidado y nosotros ejercemos el trabajo más duro, el de más riesgo como el de insumos, platear o entregar para recoger (F, 7)

A partir de lo señalado, se observa que las interacciones con el territorio se encuentran marcadas por el género al prevalecer atributos como el cuidado en las actividades asignadas a la mujer y características de fuerza física a las labores ejecutadas por los hombres, este aspecto establece desigualdades en el relacionamiento de los integrantes de la familia con su entorno. De acuerdo con lo anterior, Farah-Quijano y Pérez-Correa (2003) indican que existe una desvalorización del papel de la mujer rural en la economía campesina a pesar de su participación activa en actividades productivas, reproductivas y comunitarias; no obstante, su rol en este contexto resulta determinante porque fortalece los procesos de soberanía alimentaria y la generación de economías autónomas para su desarrollo vital y el del hogar (Turner, Idrobo, Desmarais y Peredo, 2020).

Por otra parte, al profundizar en los roles establecidos en hogares monoparentales con jefatura femenina, se observa en las mujeres rurales una importante participación en el cultivo de durazno a partir de procesos que transitan entre la siembra, la poda, el cuidado de la planta, la recolección del fruto y su empaque en canastillas para su correspondiente comercialización. Estas actividades se suman a sus labores reproductivas y comunitarias, aspecto que en su conjunto envuelve la cotidianidad de su vida campesina (Espinosa-Becerra, Torres-Tovar y Daza-Molano, 2020). Frente a esta situación, aspectos que demandan una cantidad considerable de tiempo como la fumigación o el aplicar abono a las plantas, gran parte de estos hogares requieren la contratación de mano de obra o establecer un rol activo de los hijos(as) con el fin de brindar apoyo para el mantenimiento del cultivo. Desde esta experiencia, la familia 6 describe que:

Yo hago todo lo que pueda, Dios no quiera que uno haga falta, pero en sí yo soy la que asisto aquí y le meto el empeño, pero pues lógico, a veces el tiempo no alcanza y toca contratar obreros o cuando mi hijo está aquí, por ejemplo, pues mi hijo está aquí para recoger y ayudar (F, 6)

Respecto a las interacciones del hombre con su entorno, se observa que sus labores se encuentran específicamente en las actividades monetizadas de la producción agrícola, principalmente las asociadas al cultivo de frutales caducifolios como el durazno. Es en este producto donde se realiza la mayor inversión de fuerza del trabajo masculino en la finca y representa un renglón importante de ingresos para el hogar rural. Del mismo modo, este cultivo habita con otros alimentos que diseñan el territorio, entre ellos pequeñas proporciones de productos como papa, frutales caducifolios como manzana, ciruela o pera, huertas caseras, arveja y animales para la producción de leche y huevos, elementos que diversifican la economía campesina de Tuta, Boyacá.

Por otra parte, dada la inestabilidad de los precios del mercado frente a la comercialización del durazno y el papel de proveedor económico que asume la figura masculina del hogar, en algunos hogares se evidencian actividades extra prediales asociadas a trabajos en la ciudad y municipios circundantes, especialmente en Duitama o Tunja, Boyacá, en labores que varían entre el sector de la construcción, la mecánica de autos, como asalariados o en el comercio de alimentos. Esta búsqueda de ingresos para el hogar radica en la construcción de nuevas ruralidades que se observan en la diversificación de actividades laborales, más allá del vínculo con la tierra, proyecciones económicas que suplan la precarización y abandono estatal presente en la vida campesina contemporánea (Piñeiro, 2004). Es así como la familia 9 indica que:

¿Mi esposo? Él no, eso él no está aquí, eso si no están mis hijos, él está en sus carros y viajando a vender en las plazas de mercado, él de verdad no es como mis hijos que ellos por ejemplo de verdad cuando están aquí me ayudan con las cosas de la finca, en el aseo y así en varias cosas. (F, 9)

Respecto a las interacciones de los hijos con su territorio desde la producción de durazno, se observa que en la niñez y adolescencia, luego de sus responsabilidades escolares, dedican parte de su tiempo en tareas que no demandan una técnica especifica como el recolectar los frutos, seleccionar aquellos que están en adecuadas condiciones y generar el proceso de empaque para su comercialización. Estas actividades se establecen en ciertas estacionalidades del año, por lo tanto, cuando no existen estos trabajos en las fincas, los hijos, principalmente las mujeres, son asignados a la contribución de tareas domésticas del hogar, el cuidado de sus hermanos menores o la preparación de alimentos. Desde lo señalado el progenitor de la familia 1 relata que:

A ellos la mamá los organiza en qué hacer. Ya para la producción me colaboran, pero solamente los tres hijos grandecitos, para recoger el durazno o la ciruela, pero cuando ellos están desocupados, cuando no les toca ir a estudiar, por ahí de vez en cuando los sábados. En lo otro, que para hacer el desayuno, que para el almuerzo, que el aseo, eso ya la mamá los organiza. (F, 1)

Por otra parte, en el caso de la vereda Rio Piedras en el municipio de Tuta, se observa la existencia de fincas cercanas donde sus propietarios son hermanos que construyen un hogar de manera independiente y continúan labores asociadas a la producción de durazno como principal ingreso económico agrícola en sus familias. Esta proximidad genera redes de apoyo que fortalecen la gestión de su cultivo y promueve intercambios de mano de obra con pagos formalizados en tareas como la recolección del fruto, la fumigación y la circulación de conocimiento técnico sobre el proceso de cuidado del cultivo.

Del mismo modo, cuando los hijos de las familias productoras de durazno logran acceder a espacios educativos técnicos como al Servicio Nacional de Aprendizaje SENA, se encontraron mujeres jóvenes que desean continuar su vínculo con esta actividad agrícola y desde su formación incentivan la generación de valor agregado a partir de la preparación de productos como jaleas, tortas, compotas o postres derivados del fruto. Sin embargo, se evidencia que las dificultades de acceso a un acompañamiento especializado o la adquisición de tecnologías para la formación de emprendimientos formales, resulta ser un limitante para la generación de cadenas de valor con mayor diversidad en el municipio. Esta experiencia es retratada por la familia 2 de la siguiente manera:

Sí, ellas (las hijas) por ahí trabajan en eso, ahora por ahí las tortas también. Lo que pasa es que la gente acá poco lo hace y pues las chicas montaron una microempresa y a veces no hay los recursos para comprar toda la maquinaria, además uno toca puertas en la alcaldía o con las personas del gobierno que vienen y no nos ayudan, porque eso lleva todo su proceso, por eso no hay así una microempresa, porque eso sí sería rentable. (F, 2)

Para finalizar, desde lo encontrado en los hogares rurales se observa que las interacciones con su territorio desde la agricultura de frutales resulta están marcadas por el género, la edad, el nivel educativo y la tipología familiar existente en cada predio. Estos vínculos, además de propiciar un relacionamiento con su entorno, moldean las actividades económicas de sus pobladores y trazan formas de vida que se articulan al diseño de su ecosistema y las dinámicas que envuelve la cadena de valor del durazno. Desde la perspectiva de Davidson-Hunt et al. (2016), las cotidianidades que diseña cada sociedad establecen prácticas que determinan ensamblajes con los materiales biológicos del contexto y contribuyen a la creación de las labores productivas y comunitarias realizadas por los hogares campesinos.

5.2 Interacciones comunitarias con el territorio alrededor de la producción de frutales caducifolios de durazno

Para Terry-Gregorio (2012) la comunidad resulta ser el conjunto de unidades familiares que comparten un territorio, recursos e integran relaciones sociales en función de intereses y necesidades colectivas. En el caso de la zona rural del municipio de Tuta, Boyacá, se observa que las diversas unidades familiares campesinas son quienes integran la espacialidad comunitaria de este contexto. De acuerdo a los resultados encontrados, estos fueron organizados en tres elementos: las iniciativas de participación comunitaria que presentan los hogares productores; las demandas comunitarias establecidas para la producción de frutales y, las espacialidades que convergen en las interacciones para la construcción de diálogos entre sus habitantes.

En este sentido, respecto a los escenarios de participación comunitaria alrededor de la producción de durazno, se identificó como red primaria de comunicación la junta de acción comunal correspondiente a cada vereda. En estos espacios se discuten aspectos relacionados con la construcción de apoyos institucionales que fortalezcan la producción campesina del territorio y la generación de peticiones específicas para la alcaldía del municipio de Tuta. Los encuentros generados por la Junta de Acción Comunal no establecen como tema central la producción de durazno, sin embargo, se analizan aspectos que inciden en bienes básicos para mantener de manera adecuada sus actividades agrícolas. Sobre esta idea la familia 2 indica que:

En las reuniones de la junta se toman muchos temas, por ejemplo en el caso de la acción comunal se dice que hay que limpiar los caminos, que toca cuidar el agüita en la toma, pero eso es cuando hay invierno porque de resto el agua por aquí nunca baja, también se tocan temas de los caminos y la gente misma colabora en hacer esas tareas. (F, 2)

De manera reciente, señalan los habitantes de la zona rural del municipio, que los espacios de interacción comunitaria para el análisis de su territorio ha decrecido, lo anterior se ha puesto en evidencia por la escasez de candidatos y participantes a la Junta de Acción Comunal, el rompimiento del capital social entre los habitantes, el bajo impacto de las iniciativas tomadas en estos espacios colectivos, el poco apego a estas iniciativas por parte de la juventud y mínimas sugerencias para la construcción de un bienestar mutuo. Estas circunstancias han sido motivadas por el incumplimiento de los entes públicos a las demandas que prevalecen en la comunidad, así como el desinterés por parte de los diferentes gobiernos en acompañar el acceso a mercados, su tecnificación productiva y el fortalecimiento del cultivo de frutales en el municipio.

Para Cáceres (2001), el énfasis en los procesos de modernización agraria a través de monocultivos ha llevado a encontrar estrategias que solventen soluciones individuales a los problemas de la producción campesina; de esta manera, los discursos de modernización que desarrolla la agricultura minifundista permean los escenarios comunitarios y disminuyen la dinámica establecida históricamente en las nociones endógenas de bienestar colectivo en el territorio. Frente a lo señalado, respecto al durazno del municipio de Tuta, se han presentado iniciativas comunitarias para crear asociaciones que generen derivados como pulpas, congelados y diversifiquen la cadena de valor de esta actividad económica; sin embargo, los participantes señalan que su fracaso reside en la baja vinculación de sus procesos en los planes municipales de desarrollo, la históricamente difícil gestión de recursos para el sector rural y las promesas incumplidas de apoyo gubernamental para su conformación.

Estos sucesos se encuentran retratados en la creación de la asociación denominada “Riofrut”. Este fue un espacio colectivo de productores de durazno conformado por 40 hogares y creado en el año 2012. El objetivo de esta organización era fortalecer el apoyo técnico, tecnológico y aglomerar las necesidades de los productores de frutales para ser informadas a los entes institucionales; sin embargo, las dificultades de apoyo por parte de las administraciones locales llevaron a su desintegración y rompimiento de la iniciativa. Esta experiencia es retratada por la familia 3 de la siguiente manera:

Pues intentamos con Riofrut, pero los gobernantes prometieron muchas cosas que a la hora de la verdad no cumplieron. Por ejemplo, aquí a mí nunca me llegaron los bultos de abono que dijeron que se gestionaron, ni siquiera las ayudas que no vienen directamente del alcalde sino de la gobernación, entonces esa asociación se cayó y se cansó de esperar el apoyo de los alcaldes para salir adelante (F, 3)

Las situaciones señaladas han hecho que los espacios de interacción comunitaria para dialogar sobre la producción de frutales sean los apoyos externos en términos de capacitaciones para la tecnificación. Sin embargo, estos escenarios establecen relaciones de poder que no permiten el diálogo colectivo de los habitantes del territorio y delinean un rol de los productores asociado a recibir información de utilidad. Estos aspectos son relatados por la familia 4 quien indica que: “la organización de la comunidad ahora es más bien poca, pero hay veces que uno acude a las capacitaciones de agrónomos para que le hablen sobre cómo manejar la poda del árbol o las plagas” (F, 4), del mismo modo la familia 6 relata que “nos organizamos cuando pasan cuestiones de plaga y todo eso, entones el que nos ve el huerto, el encargado de la Gobernación, es el que está pendiente y ahí nos reúnen” (F, 6).

Por otra parte, en cuanto a las demandas colectivas de los productores de durazno, se observa que estas se relacionan con la interacción que trazan con su territorio para la germinación adecuada del frutal. Para una respuesta adecuada es necesario poseer centros de acopio que generen formas de pago justas para elementos como el abono, los fungicidas e insecticidas, el procesamiento de la fruta para la obtención de un valor agregado, así como la eliminación de intermediarios que inhiben la creación de cadenas directas de comercialización con los consumidores. Estas barreras identificadas por los hogares participantes impactan la economía campesina del territorio e impiden generar un bienestar colectivo desde la producción de frutales. Estos elementos son señalados por la familia 4 quien manifiesta:

Propuse un día en una reunión en el Banco agrario, por ejemplo que el gobierno tuviera centros de acopio para distribuir lo que es abono, fungicidas, insecticidas y que hubieran unos precios normales. Es que uno sufre, sufre para vender la fruta porque la gente le da a uno duro en la cabeza, lo segundo en los insumos hay manipuleo, hay gente que los compran a un precio y los venden a otro, eso a toda hora en uno es su garrotazo por delante entonces el gobierno no presta atención en ese sentido. (F, 4)

En el proceso de producción, otro elemento evidenciado es la organización de las unidades agrícolas a través de actividades interdependientes en la construcción de flujos de la fuerza de trabajo. Esta cooperación monetizada en la producción resulta ser esencial para las actividades agropecuarias en la cotidianidad campesina. Sobre este aspecto, se observa que la contratación de obreros(as) representa un acuerdo importante al considerar que estos intercambios generan oportunidades en conocimiento para aplicar técnicas de producción novedosas en sus fincas. Sobre estos hechos la familia 3 indica que:

Yo contrato una persona aquí en el huerto que viene cada 15 días, viene a fumigar. Cuando se hizo los hoyos, se contrató un señor, hizo los hoyos, se sembró las matas y aparte de eso se le puso un cultivo de papa y arveja como por ir abonando también más la tierra y siempre se ha contratado a alguien que esté pendiente. (F, 3)

Al explorar las espacialidades territoriales que nutren la construcción de encuentros comunitarios, se observa la escuela de cada vereda, el salón de eventos del acueducto y la iglesia como puntos estratégicos para la interacción colectiva. En estos espacios los aspectos de interés asociados a frutales se relacionan con la celebración de festividades asociadas a la agricultura, el mantenimiento de las vías terciaras del territorio, el cuidado del agua y tradiciones religiosas. Uno de los espacios que aglomeran gran parte de los habitantes es la conmemoración del día del campesino(a). De acuerdo a los hogares participantes, esta es la fecha que aglomera una gran cantidad de población, sin embargo, su participación se ve anclada a los incentivos materiales que reciben por parte de la alcaldía en estos espacios. Esta situación es señalada por la familia 1:

El día del campesino sale toda la gente a la escuela a su celebración, eso es un despelote, uno va allá y haga cola para el regalo y vaya y haga cola para el almuerzo, y esa vaina no está bien organizado. Si no hubiera regalo yo por allá no iría. (F, 1)

Dentro de los espacios de interés asociados a los frutales existen actividades de integración social generadoras de cohesión, entre ellas las realizadas por las instituciones religiosas establecidas en la vereda. Estos lugares se convierten en un espacio para la construcción de capital social a través de las características culturales presentes en sus pobladores. Sobre este aspecto, la familia 2 describe que “los sábados más que todo, voy con mi familia a las misas que sean de aquí de la vereda. También se hacen reuniones para lo de la capilla, porque como están arreglando la capilla, todos nos unimos para participar” (F, 2).

En síntesis, los procesos de desarrollo comunitario y la construcción de capital social en los hogares productores de frutales de durazno se encuentran marcados por los procesos de modernización que invitan a la individualización agrícola desde la conformación de paisajes de monocultivos, vinculación al conocimiento técnico especializado brindado por las instituciones que rodean la producción y desdibuja las demandas comunes que expresan sus habitantes para un desarrollo endógeno de su territorio. Para Forero-Álvarez (2002) estas situaciones hacen parte de las transformaciones que ha vivenciado en los últimos años el campo colombiano, su neoliberalización y el diseño de un mercado caracterizado por la competencia en diferentes escalas, aspecto que dificulta la construcción de un trabajo social comunitario basado en las dinámicas del territorio y sus pobladores.

6. Conclusiones

El lente de Trabajo Social territorial contribuye a descolonizar la mirada dicotómica que se posee sobre naturaleza y cultura en la creación de iniciativas que fortalezcan las visiones endógenas de desarrollo rural en las comunidades campesinas. Este abordaje permite analizar la confluencia de discursos modernos sobre los sistemas de producción rural y su incidencia en las transformaciones de las prácticas cotidianas llevadas a cabo por los hogares cultivadores de durazno. El debate surgido a partir de esta tensión revitaliza la intervención de Trabajo Social como estrategia que promueve, desde las formas de sentipensar existentes en sus habitantes, las interacciones familiares y comunitarias que delinean las sociedades campesinas Altoandinas de Tuta, Boyacá, para sobrellevar en tiempos de modernización eurocéntrica su economía campesina.

Respecto a las interacciones familiares en el contexto de la agricultura del durazno, se destaca que la vinculación de los integrantes del hogar es indispensable para realizar las tareas domésticas y productivas que envuelven la economía campesina de Tuta, Boyacá En este sentido, se observó que la mujer emplea su fuerza de trabajo en actividades relacionadas con el trabajo del cuidado y una importante participación productiva acompañada de sus hijos e hijas, no obstante, esta dedicación no es ampliamente valorada debido al entorno patriarcal que establece roles asociados al género en las actividades cotidianas. Respecto a la participación masculina, se observa que su interacción con el territorio se estructura según la edad, la tipología de los hogares y se enmarca en actividades agrícolas asociadas al uso de una mayor fuerza de trabajo, entre ellas los procesos de abono y siembra. Estos aspectos revitalizan su masculinidad y la jefatura del hogar.

En cuanto a las interacciones comunitarias, la actividad productiva del durazno es una labor que origina recursos económicos, favorece la comercialización del producto y posibilita la construcción de un capital social a partir de los espacios colectivos promovidos para la búsqueda de un bienestar en sus habitantes; sin embargo, los procesos de tecnificación agrícola, la individualización de la producción y la ausencia de un sistema institucional que contribuya a la generación de procesos asociativos alrededor del durazno, se presentan como limitantes para el fortalecimiento de la producción y la generación de cadenas de valor que permitan la diversificación de su consumo.

El núcleo familiar campesino conforma unidades domésticas agrarias con acceso a medios de subsistencia basados en la tierra, utilizan la fuerza de trabajo de los integrantes del hogar y se vinculan parcialmente con el mercado. Desde esta dinámica, la cotidianidad de las familias campesinas obedece a la generación de actividades que transitan más allá de lo económico y nutren las labores reproductivas, de soberanía alimentaria y las interacciones comunitarias que delinean la organización de sus medios de vida. En este sentido, la actividad frutícola refleja procesos ambientales, sociales, culturales e históricos originadores de una visión compleja, multidimensional y polifacética del territorio rural altoandino boyacense. Lo anterior se convierte en un campo de análisis útil para pensar un Trabajo Social vinculado a la ecología que envuelve un entorno.

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Notas:

1Este artículo es resultado del proyecto de investigación la vida social de los caducifolios en la construcción del desarrollo rural en Boyacá, financiado por la convocatoria 733 de Colciencias dirigido a la formación de capital humano de alto nivel para el Departamento de Boyacá, Colombia. Periodo de ejecución 2016 - 2020

Recibido: 01 de Febrero de 2022; Aprobado: 25 de Abril de 2022

Autor de correspondencia: Anderson Yamid Álvarez-Plazas. Fundación Universitaria Juan de Castellanos. Tunja, Colombia. Correo electrónico: ayalvarez@jdc.edu.co

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