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Prospectiva

versión impresa ISSN 0122-1213versión On-line ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.34 Cali jul./dic. 2022  Epub 01-Jul-2022

https://doi.org/10.25100/prts.v0i34.11566 

Artículos

Narrativas de profesionales en torno a las intervenciones con madres de niños(as) abusados sexualmente en Araucanía, Chile

Professional Narratives of Interventions with Mothers of Sexually Abused Children

Lilian Olimpia Sanhueza-Díaz1 
http://orcid.org/0000-0003-1178-3963

1 Universidad Católica de Temuco. Temuco, Chile. lsanhueza@uct.cl


Resumen

El artículo analiza las narrativas de profesionales que trabajan en programas de protección de infancia en la región de la Araucanía, Chile, en torno a los procesos de intervención psicosocial con mujeres madres de niños(as) víctimas de abuso sexual. El objetivo de este estudio cualitativo fue comprender las expectativas de profesionales del Trabajo Social y la Psicología respecto del papel de las madres y las prácticas de intervención. La información fue recogida a través de una entrevista narrativa que se desarrolló en dos momentos, considerando tres tópicos: el papel de las madres, la maternidad y las prácticas de intervención. La información recogida fue categorizada e interpretada a través de la técnica de análisis de contenido cualitativo, siguiendo las directrices de la teoría fundamentada. Se constata en las narrativas de tales profesionales aspectos relevantes que inciden en la intervención: falta de reconocimiento de la relevancia que la cultura patriarcal adquiere en el abuso sexual infantil; una concepción estereotipada de los roles de género; sacralización de la maternidad y legitimación de la división sexual del trabajo; así como una alta carga de responsabilidad atribuida a las madres que invisibiliza su dolor y sufrimiento, centrando la intervención en una perspectiva individual de ‘competencias o habilidades parentales”.

Palabras clave: Cultura patriarcal; Abuso sexual; Intervención profesional; Infancia; Maternidad

Abstract

The article analyzes the narratives of professionals who work in child protection programs in the Araucanía region, Chile, regarding the psychosocial intervention processes with mothers of children who are victims of sexual abuse. The aim of this qualitative study was to understand the expectations of professionals regarding the role of mothers and intervention practices. The information was gathered through a narrative interview conducted at two different moments in time and which considered three topics: the role of mothers, maternity, and intervention practices. The information collected was categorized and interpreted through the qualitative content analysis technique, following the grounded theory guidelines. The findings suggest: a lack of recognition regarding the relevance that the patriarchal culture acquires in the problem of child sexual abuse, a stereotyped conception of gender roles, the sacralization of motherhood, legitimation of the sexual division of labor, and a high burden of responsibility attributed to mothers that makes their own pain and suffering invisible, focusing the intervention on an individual perspective of ‘parenting skills or competences'.

Keywords: Patriarchal culture; Sexual abuse; Professional intervention; Childhood; Maternity

1. Introducción

Millones de mujeres a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, han sido victimizadas sexualmente en diversos contextos: guerras tribales, conflictos en las fronteras estatales, violencia organizada, torturas en el marco de dictaduras militares, sometimiento de territorios indígenas, entre otros (Velásquez, 2003). El abuso sexual va desde el acoso hasta la violación, y se expresa también en la explotación sexual a través de la pornografía y la prostitución de niñas y niños. La violencia sexual contra las mujeres está relacionada con el fenómeno denominado “mandato de la masculinidad”, obligación que impone a los hombres la demostración, pública y permanente, de fuerza y virilidad. Esta exhibición de masculinidad suele expresarse a través de la subyugación del cuerpo de las mujeres (Morero-Beltrán y Camps-Calvet, 2019). En virtud de lo anterior, el abuso sexual puede entenderse como un tipo de violencia por razón de género contra la mujer, que surge, se ejerce y se perpetúa por la diferencia social y subjetiva establecida entre los sexos, siendo legitimada por la cultura patriarcal. Entendemos por cultura patriarcal al conjunto de significados y creencias, construidas, reproducidas y compartidas históricamente, que naturalizan y legitiman un sistema de relaciones basado en la dominación de los hombres sobre las mujeres. Este sistema de opresión se expresa tanto en el espacio público, como en el privado. En este último, a través del trabajo doméstico, asignado y desarrollado principalmente por mujeres, sin reconocimiento, ni remuneración. De acuerdo a Batthyány (2020)

en América Latina y el Caribe, las mujeres realizan cerca del 80% del trabajo de cuidados no remunerado y son amplísima mayoría entre quienes se ocupan en el trabajo de cuidados remunerado. Por tanto, gran parte de los cuidados totales los ejercen las mujeres. (p. 364)

El abuso sexual emerge en espacios tan diversos y heterogéneos como son las instituciones, escuelas, agencias de turismo, comunidades, grupos religiosos y por supuesto, en el hogar, al interior de las familias.

Cuando el abuso sexual ocurre en el espacio privado, -en el hogar- surgen una serie de creencias, prejuicios y estereotipos expresados en un discurso patriarcal, acerca del papel que juegan las familias y, en especial, las madres de niños(as) víctimas. En este sentido, los y las profesionales que realizan intervención psicosocial no están ajenos a la influencia del discurso patriarcal en el marco del cual han sido socializados. De acuerdo a Díaz-Bonilla (2020) “la culpabilización femenina resulta en estos escenarios una expresión contundente del disciplinamiento social que el patriarcado ha gestado como correlato de la subordinación de las mujeres” (p. 135). En este sentido, se torna crucial indagar en las narrativas profesionales respecto a las madres atendidas y a los procesos de intervención desarrollados. Algunas preguntas que orientan este trabajo son: ¿qué lugar ocupa la madre en el proceso de intervención con niños/as víctimas de abuso sexual?, ¿cuáles son las expectativas de los y las profesionales que intervienen en abuso sexual infantil?, ¿las interpretaciones en torno al abuso sexual consideran el contexto patriarcal en el que se enmarca este tipo de violencia? Para ello, se analizan las narrativas de seis profesionales, trabajadores(as) sociales y psicólogos(as), que se desempeñan en programas de protección de infancia, en la región de La Araucanía, Chile, que atienden a niños(as) víctimas de abuso sexual y sus familias. Así, el estudio se propone una aproximación a las narrativas que construyen las y los profesionales a partir de sus experiencias de intervención, respecto de las madres de niños y niñas, identificando las expresiones de violencia patriarcal presentes en esos discursos, desde una perspectiva de género. Se considera relevante este enfoque, en tanto se busca visibilizar los factores estructurales, culturales y simbólicos para vincular el fenómeno del abuso sexual con la desigualdad e inequidad social que experimentan las mujeres como integrantes de una sociedad eminentemente patriarcal (Díaz-Bonilla, 2020).

El artículo se organiza en cuatro secciones. En la primera sección se presentan los antecedentes que la literatura ofrece para comprender, en una perspectiva crítica, las distintas formas de opresión que viven las madres de niñas(os) víctimas de abuso sexual en el marco de la cultura patriarcal. En la segunda sección, se profundiza la metodología del estudio. En la tercera sección se analizan y discuten los datos recogidos. Finalmente, en la cuarta sección se presentan las conclusiones del estudio.

2. Antecedentes

Si bien es cierto que el abuso sexual es un fenómeno histórico, fueron los movimientos feministas y reformistas de fines del siglo XIX en Estados Unidos y Gran Bretaña los que replantearon las ideas clásicas de la época en torno al abuso sexual, al explicitar que este constituye un problema de carácter social. La comunidad científica comienza a preocuparse por estudiar el abuso sexual, recién a mediados del siglo XX, siendo abordado particularmente por la medicina y la psiquiatría. De acuerdo a Baita y Moreno (2015), uno de los primeros trabajos en este ámbito fue desarrollado por los forenses franceses Tardieu, Bernard y Lacassagne, en el año 1856, y hacia fines de 1800 se destacan los aportes del fundador del psicoanálisis Sigmund Freud. Según Baita y Moreno (2015), Freud en sus primeros trabajos plantea que la “histeria” afecta más a mujeres que a varones, debido a que estas son más vulnerables a recibir ataques sexuales de parte de adultos, durante su infancia, atribuyendo a estos ataques la aparición de dicho trastorno. Sin embargo, posteriormente se retracta atribuyendo la “histeria” a fantasías de abuso y no a eventos reales, basado en el estereotipo de que las mujeres tendrían una emocionalidad e imaginación más fructífera que los varones.

Investigaciones contemporáneas muestran que los agresores son mayoritariamente hombres jóvenes, conocidos de la víctima, que abusan del afecto y la confianza de esta (Barudy, 1998; Linares, 2002; Perrone y Nannini, 1997) y que las víctimas de abuso sexual en la infancia, en su mayoría son niñas (Finkelhor, 1986), lo que deja en evidencia que el abuso sexual es un fenómeno que se sostiene en la creencia y legitimidad social otorgada a una supuesta supremacía masculina sobre mujeres y niñas/os (Sánchez-Sánchez, 1996; Waldby, 1987). Otra línea de investigación en perspectiva de género, señala que frecuentemente son las madres quienes cargan con la culpa ideológica y legal por los abusos cometidos por hombres, en contra de sus hijas/os. Un estudio realizado en Reino Unido mostró que, cuando el agresor es el novio de la madre, se le asigna a esta un mayor grado de culpabilidad por el abuso sexual sufrido que en los casos donde el agresor es el padre biológico (Zagrodney y Cummings, 2016). Al respecto, algunos autores plantean que el abuso sexual cometido en contra de niños(as) tiene consecuencias negativas tanto para la madre como para la víctima (Azzopardi, Alaggia y Fallon, 2018). En este sentido, se ha demostrado que las madres experimentan dolor emocional luego de la revelación del abuso sexual, expresando conmoción, enojo y culpa por no haber notado el abuso sexual. Así también como resultado de la falta de apoyo por parte de los involucrados, las madres muestran una mayor incidencia de trastornos depresivos mayores (Masilo y Davhana-Maselesele, 2016). Respecto del impacto del abuso sexual en la vida adulta, otras investigaciones plantean que las experiencias de abuso físico y sexual en la infancia constituyen un factor predictor de problemas de salud mental, especialmente asociado al trastorno depresivo (Kendler, Kuhn y Prescott, 2004; Rutter, 2002; Weiss, Longhurst y Mazure, 1999). Pese a que las madres han sido consideradas como figuras que cumplen un rol fundamental en el proceso de recuperación socioemocional de sus hijos(as) abusados sexualmente, existe poco interés en sus perfiles y necesidades (McGillivray, Pidgeon, Ronken y Credland-Ballantyne, 2018).

El análisis del abuso sexual en perspectiva de género, resulta clave para develar los mecanismos que sostienen las relaciones de género y la subordinación de las mujeres (Scott, 1986), así como las creencias, ideas y atribuciones sociales que se asignan a los sexos y que evidencian la construcción de roles y estereotipos de género (Aparisi-Miralles, 2012; Herrera-Santi, 2000; Lamas, 2013), que pueden estar presentes en los procesos de intervención profesional. Aspectos como la sacralización de la maternidad, en tanto atribución de una crucial carga simbólica al hecho biológico de constituirse en madre, es el reflejo de la hegemonía de aquello considerado como ‘natural’ en la construcción de los discursos culturales (Giddens, 2004; Libson, 2012). Cada discurso constituye un constructo social que produce y reproduce relaciones de poder, a partir de las llamadas ‘verdades legitimadas socialmente’ (Bourdieu, 1981; White y Epston, 2012). A partir del discurso patriarcal, aspectos como la paternidad, la maternidad, la familia y el sexo, han sido entendidos y vivenciados desde una relación de poder y dominación por parte de los hombres hacia las mujeres, normalizada durante generaciones. De este modo, los discursos de los y las profesionales en el ámbito de la intervención con infancia, también se van construyendo en el seno de esa sociedad patriarcal opresora y violenta.

3. Metodología

Este estudio1 de carácter cualitativo, consideró una muestra no probabilística, por conveniencia (Hernández-Sampieri, Fernández-Collado y Baptista-Lucio, 2010; Otzen y Manterola, 2017), compuesta por seis profesionales trabajadoras(es) sociales y psicólogas(o) que se desempeñan en programas de protección de derechos de infancia y adolescencia, en la región de la Araucanía, Chile, específicamente en un Programa de Prevención Focalizada (PPF) y un Programa de Protección Especializada en Maltrato y Abuso Sexual Infantil (PRM). La elección de los programas se realizó a través del vínculo que el Departamento de Trabajo Social de la Universidad mantiene con dichas instituciones a partir de las prácticas profesionales y de sus actividades de extensión. Se contactó a la dirección de cada programa, para informar los objetivos de la investigación y posteriormente con los y las profesionales interesados(as) en participar. La muestra estuvo constituida por psicólogos(as) y trabajadores(as) sociales, de ambos sexos. Participaron un total de tres trabajadoras(es) sociales y tres psicólogas (os). Cuatro mujeres y dos varones (Véase Tabla 1).

Tabla 1 Caracterización de la muestra. 

Profesión Sexo Programa Años experiencia Código
1 T. Social Mujer PPF 3 años T.S,M,PPF
2 T. Social Hombre PPF 3 años T.S,H,PPF
3 T. Social Mujer PRM 4 años T.S,M,PRM
4 Psicólogo Hombre PPF 10 años PS,H,PPF
5 Psicóloga Mujer PRM 4 Años PS1,M,PRM
6 Psicóloga Mujer PRM 3 Años PS2,M,PRM

Fuente: elaboración propia.

Las y los participantes firmaron un consentimiento informado, que explicitó los objetivos de la investigación, la confidencialidad de la información acerca de la identidad de los participantes, así como el respeto a su autonomía y libre elección. Por otra parte, se estableció que el uso de la información recogida y sus resultados derivados, serían utilizados exclusivamente para fines académicos, en conformidad con lo establecido en los principios de la Declaración de Singapur sobre la integridad en la investigación. La información fue recogida a través de una entrevista narrativa que se desarrolló en dos momentos. Cada entrevista tuvo una hora de duración y fue realizada en dependencias del programa en el que laboran. Los tópicos de la entrevista fueron: del papel de las madres, la maternidad y las prácticas de intervención. La información recogida fue categorizada e interpretada a través de la técnica de análisis de contenido cualitativo, siguiendo las directrices de la teoría fundamentada (Strauss y Corbin, 2002). Las etapas desarrolladas fueron: codificación abierta, axial y selectiva. Para la selección de los relatos se consideró la relación entre categorías emergentes y categorías previas atendiendo, por una parte, a la recurrencia de las unidades de sentido y por otra, a aquellas unidades que aportaban novedad al marco teórico inicial. Metodológicamente se desarrollaron los siguientes pasos: transcripción literal de las entrevistas; selección y segmentación de los textos escritos, en función de pasajes relevantes para los objetivos planteados para el estudio; identificación de los códigos manifiestos presentes en el relato de las y los participantes; identificación de las categorías semánticas significativas en los textos analizados; agrupación de las categorías por tipo, y análisis de las categorías obtenidas (Navarro y Díaz, 1995; Piñuel-Raigada, 2002).

4. Hallazgos

4.1 Invisibilización de la opresión patriarcal

Algunas narrativas de profesionales muestran una concepción de la maternidad como condición femenina por excelencia, a través de un discurso que oprime a las mujeres, entendidas estas como las principales figuras de cuidado, “porque constantemente se le mostraba que el deber de cuidar a esa niña era suyo, que ella era la mamá” (T.S, M, PPF). De este modo, se hace explícita la legitimación de la división sexual del trabajo, a través de un discurso patriarcal, orientado a disciplinar a las madres. Cuando esta expectativa sacralizada de la maternidad no se cumple, aparecen los discursos de anormalidad, como en el siguiente relato:

Nos encontramos madres que tienen dificultades, alguna psicopatología de índole más grave… como trastornos de personalidad… se les dificulta más el poder empatizar con la situación de su hijo y se muestran un poco más desconectadas y centradas en sí mismas (PS 1, M, PRM)

El discurso respecto de las mujeres-madres no cuestiona el carácter profundo y estructural de la violencia patriarcal, ni reconoce la necesidad de cambios en la organización social y económica, que permitan erradicar la violencia sexual contra las mujeres. El abuso sexual no es reconocido como una expresión de este sistema de poder patriarcal. Contrariamente, se legitima, al poner la responsabilidad en las madres, por haberse equivocado en la elección de esa pareja como objeto de sus afectos; por ejemplo, se señala: “están las mamás que no creen (…) generalmente pasa cuando el abusador es pareja. No es el padre de los niños” (PS 2, M, PRM). Se espera que ellas privilegien indefectiblemente su condición de madres y respondan con inmediatez, desplegando las medidas de protección necesarias. Tal como se observa en el siguiente relato:

La mayor parte de las madres tiende a apoyar a sus hijos… a dar credibilidad a sus relatos y a estar disponibles para apoyar en el proceso reparatorio (…) otros casos corresponden a madres que se encuentran más bien ambivalentes frente a la situación de abuso, influenciadas por el vínculo que mantienen con la figura del agresor. (PS 1, M, PRM)

4.2 Ausencia de una perspectiva de Género

No se observa un análisis en perspectiva de género, respecto del papel que juegan las características del entorno o las redes de apoyo social disponibles. Las expectativas están centradas en el rol materno, la función protectora, la sensibilidad y la conexión emocional, desatendiendo o minimizando aspectos como la dependencia económica o emocional con el agresor, las redes de apoyo social disponibles, entre otros. En este sentido, uno de los profesionales entrevistados plantea:

Creo que la madre tiene que anticiparse (…) visualizar factores de riesgo en el hogar, en los contextos en que se desenvuelve su hija. Tiene que ser una adulta protectora, su hija tiene que ser algo mucho más importante que su relación de pareja (T.S, H, PPF).

Simplemente se espera que opere el ‘instinto materno’ (Badinter, 1981), tal como se observa en la siguiente aseveración:

Las expectativas son que logren dar contención a estos niños, que se logren activar en función de su protección, que los prefieran más que a los agresores, más que el cuidarse del qué dirán o de la resistencia de la familia extensa. (P.S, H, PPF)

El posible observar en los discursos anteriores, una reproducción de las desigualdades de género, que invisibiliza las relaciones de poder que subyacen a las expectativas en torno a la maternidad. Paradójicamente, un vínculo estrecho de la madre con sus hijas también es cuestionado, cuando aparecen las necesidades de afecto de la madre. Así, se espera de las madres una renuncia a sus propios sentimientos y necesidades, para asumir con estoicismo cualquier recomendación profesional ‘por el bien de sus hijas(os)’, incluida la institucionalización, de ser necesaria:

Una de las pocas cosas que ella consideraba haber logrado en la vida tenía que ver con el ser mamá, entonces la posibilidad de que las niñas se fueran a residencia (…) más que las niñas la iban a pasar mal, era porque ella se iba a sentir sola, porque ya no iba a ser mamá, entonces eso también daba cuenta de donde estaba puesta su atención, era más en ella que en las necesidades de las hijas. (T.S, M, PPF)

En otras experiencias, se constata la relevancia de atender a las necesidades de las mujeres a partir de sus propias trayectorias vitales de dolor y vulneración. Sin embargo, indefectiblemente las mujeres no se constituyen en sujetos relevantes para el proceso por sí mismas, sino solo en virtud de su ‘maternización’, es decir de su capacidad de desprenderse de sus necesidades y sentimientos, para volcarse en sus hijos, tal como se observa en el siguiente relato: “en ocasiones la intervención ha tenido que ser con la mamá primero, respecto a su propia historia y ha sido complejo diferenciar esas experiencias, esas vivencias. No logran conectarse” (P.S, H, PPF). En este sentido, aun cuando se identifica la carga de culpa que traen las madres, ello no es puesto en cuestión. El empoderamiento de género como estrategia metodológica, no aparece visibilizado. Si bien, se reconoce la injusticia de la situación vivida, el cambio se centra en la madre, como sujeto social individual, y no, a un cuestionamiento y transformación de los dispositivos contextuales que rodean la experiencia abusiva. Un relato en este sentido es el siguiente:

Las madres llegan muy rígidas, con un nivel de desconfianza muy elevado y muy afectadas también en lo emocional. La mayoría por su historia de vida, historias de institucionalización o por maltrato institucional (…) muy cuestionadas respecto de lo que sucedió, porque la mayoría de los abusos como se sabe es de alguien muy cercano, que puede ser su pareja. (T.S, M, PRM)

4.3 El maltrato como experiencia transgeneracional

En los relatos de las y los profesionales se constata que el abuso sexual infantil es un problema social vigente, que afecta principalmente a las mujeres y que, muchas veces, las madres de niñas y niños víctimas de abuso, también lo fueron en su infancia, “las situaciones de abuso tienden a repetirse transgeneracionalmente, eso es algo que observamos en un porcentaje muy alto” (PS 1, M, PRM);

La transgeneracionalidad de las vulneraciones es una de las cosas más complejas (…), no conocer otro trato, no haber experimentado una oportunidad distinta a la propia crianza, limita bastante que las mamás generen otro trato de protección hacia los hijos. (T.S, H, PPF)

En los relatos de profesionales, se constata que muchas de las madres han tenido que enfrentar el dolor y el trauma de estas experiencias abusivas sin la contención y el apoyo necesario, “había secretos familiares y abusos transgeneracionales, una historia familiar de mucha vulneración. Muchas de estas mamás han sido víctimas en su infancia, en su adolescencia de abuso sexual” (P.S, H, PPF). De este modo, los y las profesionales señalan que las madres han desarrollado una especie de ‘coraza ante el dolor’, un ideario de víctima fuerte que debe sobreponerse ante la adversidad por sí misma, puesto que la experiencia de vida le muestra que no puede contar con otros(as). Al respecto refieren: la mayoría de historias de maltrato (…). mamás que a los 14 años se fueron trabajar porque solo querían escapar, súper defensivas frente a la vida, como … ‘es que yo soy fuerte (…) nadie más me va a dañar’” (T.S, M, PRM)

4.4 Presencia de estereotipos de género

En los relatos se aprecia la presencia de estereotipos de género, asignando a la madre la principal función del cuidado,

La tendencia es a trabajar con la mamá (…) generalmente la que aparece es ella. Es un tema de cómo se asumen roles. Es la mamá la que lleva al médico, ya sea por temas laborales del papá o a veces los papás no están. (PS 2, M, PRM).

El mayor compromiso y presencia de las madres viene a constituirse en un mecanismo de opresión, dando especial protagonismo a las madres en la intervención, con la carga de responsabilidad que ello conlleva, tal como podemos observar a continuación, “al no existir la participación de los padres en el proceso (…) estamos naturalizando que es la mamá la que tiene que asumir esta responsabilidad” (T.S., M, PRM).

Así, se reafirma la idea de que la superación de este evento doloroso parece ser principalmente, responsabilidad de la madre:

Yo le empiezo a preguntar, oye ¿tú sabes si tu bisabuela vivió alguna experiencia de violencia o de agresión? Sí, creo que mi abuela le contó alguna vez a mi mamá que ella también fue abusada, ¿y tu abuela? No sé si fue abusada, ¿pero vivió violencia intrafamiliar y tu mamá? o sea, por lo que yo sé mi mamá también vivió una experiencia sexual. ¿Y tú? Sí, yo también. Y ahora tu hija también la vivió. Mira el poder que tienes ahora, tienes el poder de detener una línea transgeneracional que se ha dado desde muchos años atrás y tú en este momento como mamá con tu hija, tienes el poder de detener digamos una línea que no va a seguir avanzando hacia tus nietos y los hijos de tus nietas, y las mamás dicen ‘oye, nunca había visto que toda mi familia’… (T.S, M, PRM)

4.5 División sexual del trabajo

Los resultados muestran que la feminización del cuidado se normaliza en los procesos de intervención, tanto desde el equipo profesional como de las propias mujeres, madres o cuidadoras, que se comprometen en el proceso “la costumbre de que siempre estén disponibles las mamás, las abuelitas, las tías (…) hace que uno tenga que hacer el ejercicio consciente de estar acordándose de los hombres (…) los cito y te dicen que está trabajando” (PS, H, PPF). Sin embargo, esta reproducción de los roles de género perpetúa el desligamiento masculino en las tareas del cuidado, “a la figura paterna tratas de incorporarla siempre, pero te dicen que no, que trabajan, que no les interesa el proceso, porque están súper desligados de la crianza” (T.S, M, PRM). Inclusive cuando la figura paterna se involucra, su participación en el proceso sigue siendo marginal, como podemos ver en el siguiente relato:

Pero sí, se intenciona la participación de padres. Hay unos que sí asisten, otros que están involucrados más externamente, no viniendo a sesión, pero (…) la mamá comparte con el papá lo que se trabaja y ambos implementan las medidas o las sugerencias que se entregan desde acá. (PS 2, M, PRM)

La pertenencia a un hogar patriarcal tradicional, donde las tareas domésticas y el cuidado son asignados principalmente a las madres, las excluye del mercado laboral y de las posibilidades de autonomía y emancipación que pueden encontrar en ese espacio. Sin embargo, en los casos de las madres trabajadoras, las dificultades para conciliar el cuidado de los hijos/as con sus responsabilidades laborales, dejan a las mujeres en un “callejón sin salida”, siendo objeto de enjuiciamiento indistintamente de la situación en las que les corresponda actuar. La ausencia de un enfoque de género en estas narrativas, queda de manifiesto al invisibilizar esta situación de desigualdad e inequidad social y al no promover en la intervención, transformaciones en este sistema de relaciones de poder.

4.6 Competencias o habilidades como ejes de la intervención y crítica a las instituciones

Por otra parte, la idea de “habilidades” o “competencias parentales” está muy presente, “entonces el apoyo ha ido por ese lado, fortalecer las competencias ya presentes en estas mamás” (PS, H, PPF). Desde una lógica individualista, que pone a la madre como última responsable frente a la superación de esta experiencia de abuso experimentada por su hija(o), sin intervenir sobre el carácter patriarcal de los contextos, en los cuales dicha problemática emerge y se perpetúa. En este sentido, uno de los relatos refiere, “se hace una evaluación en función de las habilidades parentales, se visualiza cuales están disminuidas y se busca fortalecer (…), las cualidades que tienen más que ver con lo afectivo” (PS 2, M, PRM). Es decir, la evaluación se centra en los así llamados “recursos personales”, invisibilizando la responsabilidad colectiva del cuidado, en términos comunitarios, institucionales, sociales y culturales.

En el discurso de algunos/as profesionales se observa una mirada crítica a la labor de las instituciones, “las instituciones son muy maltratadoras. Una madre que contó que en el tribunal me dijeron que una perra cuidaba mejor a su hijo’” (T.S, M, PRM); así como cierta conciencia respecto de la fragilidad de las madres ante un contexto social e institucional altamente maltratante, desarticulado y cuestionador de su papel en este proceso,

Pensamos en relación a sus cuidados, lo evaluadas y responsables que se sienten de no haber visto esta situación antes (…) la fragilidad no sólo la tienen los niños, sino también las mamás” (P.S, H, PPF). Así también, hacen referencia a la falta de coordinación y trabajo en red, “que los programas trabajamos segmentadamente, o sea fiscalía trabaja de una forma, tribunales de familia trabajan de otra forma, los PRM trabajan de una forma, y así. (T.S, M, PRM)

Son escasos los relatos que apuntan a la necesidad de un análisis contextual del fenómeno del abuso sexual, identificando a otros actores involucrados para descomprimir a las madres de la alta carga de responsabilidad asignada,

Esperan otro tipo de apoyo, no tienen qué comer, no van a venir a hablar de necesidades afectivas. Ver la situación de abuso desde un enfoque más sistémico, no tanto atribuir responsabilidades personales. ¿Cómo funciona el sistema para que esto ocurra? (PS 2, M, PRM)

En este sentido, se identifica la necesidad de apoyo que ellas manifiestan, “hay algunas mamás que les cuesta mucho dejar el proceso después que no querían, porque para ellas fue un espacio de contención, de crecimiento y me dicen... ¿‘y yo dejando esto a quien voy a recurrir?’ (T.S, M, PRM)

5. Conclusiones

Es posible identificar en los discursos de los y las profesionales, una influencia importante de la cultura patriarcal, que ubica a las mujeres -en especial a las madres- como las principales figuras cuidadoras y responsables del bienestar de sus hijos e hijas. A pesar de que el abuso sexual infantil es un fenómeno histórico que se explica a partir de la “supremacía masculina” y se expresa a través del ejercicio de poder de un grupo dominante -en su mayoría varones, adultos- sobre otro grupo oprimido -mujeres y niños, principalmente niñas-, la intervención psicosocial continúa centrándose en el rol materno. Es decir, en la capacidad de la madre de otorgar contención emocional y cuidados, con lo que se perpetúa la ‘sacralización de la maternidad’, con la alta sobrecarga social y emocional que ello significa para la madre, des-responsabilizando a otros actores relevantes en el proceso, como son los padres, otros familiares, redes de apoyo social, así como los propios agresores. Lo anterior, es consistente con las actuales políticas públicas de atención a la infancia implementadas por los Estados, en materia de abuso sexual. Los programas de atención a la infancia asignan un papel de control social a los y las profesionales respecto de las familias en general, control que recae principalmente en las madres y cuidadoras. Se requiere la articulación de políticas tendientes a potenciar los recursos y aspiraciones de las mujeres, así como, promover la autonomía económica y la corresponsabilidad en el cuidado.

A pesar de la amplia constatación existente en la literatura en general acerca del carácter transgeneracional del abuso sexual (Ferrari, 2015; Gómez y Haz, 2008; Kendler et al., 2004; Masilo y Davhana-Maselesele, 2016; Perrone y Nannini, 1997; Teubal, 2010), este aspecto es escasamente incorporado en las estrategias de intervención. Cuando se incorpora, sin embargo, la responsabilidad de romper la pauta transgeneracional abusiva recae indefectiblemente en la madre. En este sentido, se torna fundamental que los y las profesionales incorporen una mayor vigilancia epistemológica respecto a sus discursos y prácticas. Desde un enfoque de género y con perspectiva feminista, se vuelve necesario que los y las profesionales se interroguen acerca de sus propias prácticas y las relaciones de poder que se construyen en estas. Ejes para dicha reflexión, pueden ser los principios feministas de empoderamiento, participación de las usuarias en su propio proceso, así como, de respeto a su autonomía y los tiempos de cada mujer (Alcázar-Campos, 2014). De lo contrario, la intervención profesional corre el riesgo de convertirse en un canal para la reproducción de las desigualdades de género, lo que sucede cuando las madres son culpabilizadas de forma implícita o explícita de la violencia, o cuando se impone un discurso patriarcal de la familia.

La participación de los padres se torna marginal, ya que las intervenciones psicosociales operan legitimando la división sexual del trabajo (Federici, 2018). Si bien es cierto, en ocasiones son las propias madres quienes eximen a las figuras paternas de participar más activamente en el proceso, dadas sus responsabilidades como proveedor; no se aprecia en el trabajo con las madres y su entorno el despliegue de estrategias que se orienten a romper esta estructura patriarcal. A pesar de que la literatura muestra el alto riesgo que las madres de niños(as) abusados sexualmente tienen de desarrollar problemas de salud mental al no contar con dispositivos de apoyo social (Masilo y Davhana-Maselesele, 2016), la activación de estos dispositivos de apoyo, no parece ser una prioridad en los procesos de intervención con las madres. Por otra parte, el vínculo entre la madre y el agresor aparece como un aspecto crítico en las narrativas de los y las profesionales, quienes se muestran sobre exigentes con algunas madres. El plano amoroso, afectivo y erótico que las mujeres han construido con parejas abusivas, así como la dependencia emocional y económica, son aspectos apenas vislumbrados en la intervención, es así como predominan unas expectativas sacralizadoras de la maternidad y una sanción social y moral más o menos explícita, a partir de las cuales se espera que las madres privilegien siempre el vínculo maternal por sobre otros afectos que entran en tensión en situaciones como estas. Así, su condición de mujeres desaparece tras la maternidad, y no es atendida como un aspecto relevante de la intervención, por lo que sus necesidades personales son invisibilizadas a lo largo del proceso.

Si bien es cierto que los relatos de algunos(as) profesionales revelan cierta preocupación por el exceso de culpabilización que recae sobre las madres, se naturaliza la idea del ‘instinto materno’ y se considera a la madre como la principal figura de cuidado. Se privilegia una perspectiva individual de la intervención, basada en el fortalecimiento de las llamadas ‘competencias o habilidades parentales’, reforzando estereotipos de género. En este sentido, se hace necesario incorporar una perspectiva de género y un enfoque contextual, que visibilice la influencia del contexto sociocultural en la relación y vínculos que establecen padres/madres-hijos(as). Lo anterior, en el entendido que el abuso sexual es un fenómeno social que tiene marca de género, en tanto hunde sus raíces en la opresión histórica que las mujeres han vivido en el marco de la cultura patriarcal. Esta concepción fragmentada de la problemática -que guía las intervenciones psicosociales en el ámbito de infancia- requiere abandonar el discurso dominante que atribuye a las capacidades de cuidado de las madres el éxito de la intervención, para avanzar hacia un diseño de programas que contribuya a desmantelar la lógica opresiva del patriarcado en las relaciones familiares y sociales. De este modo, se torna necesario articular los apoyos sociales necesarios para las víctimas directas, es decir, las niñas y niños abusados, así como para las madres y figuras de cuidado, como víctimas indirectas del abuso. Desde una perspectiva interseccional, es necesario reconocer que las mujeres/madres que llevan a estos programas, son mujeres que han experimentado la opresión no solo en su calidad de mujeres, sino también en su condición de precariedad económica, con experiencias vitales traumáticas y otras desventajas estructurales. Ello requiere de programas intersectoriales, que integren distintas políticas sociales orientadas a erradicar la violencia sexual y a reconocerla como una expresión de violencia en razón de género, activando dispositivos socio-asistenciales y no solo terapéuticos. Por otra parte, se vuelve necesaria una acción colectiva, más allá de las redes institucionales, vinculando a las mujeres con asociaciones, grupos, colectivos o movimientos feministas, que contribuyan a desmantelar la opresión patriarcal perpetuada a través de la violencia sexual, para que estas mujeres sean reconocidas como sujetos femeninos colectivos, que luchan por superar las heridas subjetivas e intersubjetivas de esta experiencia, que no es solo individual, sino, ante todo, colectiva.

6. Referencias bibliográficas

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Notas:

1 Los hallazgos aquí presentados corresponden al trabajo de campo realizado por las estudiantes tesistas Daniela Ancalipe Lara, Carola Cifuentes Toro, Daniela Nahuelquin Almonacid y Daniela Torres Licanleo, con la guía de su docente, autora del presente artículo, como parte del trabajo de titulación para optar al grado de licenciadas en Trabajo Social. El análisis de estos resultados de desarrolló en el marco de la labor del Observatorio de Dinámicas del Sur de la Universidad Católica de Temuco, específicamente en la línea de Género, Feminismos y Disidencias sexuales, de la cual forma parte la académica como investigadora principal.

Notas:

2Artículo derivado del Trabajo de Título Narrativas de profesionales sobre madres de niños y niñas abusados sexualmente. Una aproximación desde el género realizado en 2019 en la carrera de Trabajo Social de la Universidad Católica de Temuco. Los resultados y posterior análisis, que dieron fruto a este artículo se realizaron con la colaboración del Grupo de Investigación Observatorio Dinámicas del Sur (ODISUR), Línea Feminismos, Género y Disidencias Sexuales. Universidad Católica de Temuco. Temuco, Chile

Recibido: 30 de Agosto de 2021; Aprobado: 24 de Febrero de 2022

Autor de correspondencia: Lilian Olimpia Sanhueza-Díaz. Universidad Católica de Temuco. Temuco, Chile. lsanhueza@uct.cl

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