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Prospectiva

Print version ISSN 0122-1213On-line version ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.35 Cali Jan./June 2023  Epub Dec 22, 2022

https://doi.org/10.25100/prts.v0i35.12274 

Artículos

Situación de calle en el norte de México: apuntes para un modelo tridimensional de intervención social

The street situation in northern Mexico: notes for a three-dimensional model of social intervention

Virginia Romero-Plana1 
http://orcid.org/0000-0002-9149-0572

1 Universidad de Sonora. Hermosillo, México. Correo electrónico: virginia.romero@unison.mx


Resumen

El artículo propone un modelo tridimensional de intervención social para población en situación de calle, a partir de un estudio de caso realizado en Hermosillo, Sonora (México) con varones exmigrantes deportados. Una lectura final de la investigación diagnóstica propuso la conformación de tres constructos reflexivos desde los cuales comprender el sinhogarismo: la trayectoria de vida de los hombres adultos mayores en su rol de exmigrantes, la desconexión socio-familiar tras el proceso migratorio, y la deportación y el desamparo socio-estructural basado en la falta de política social y en la exclusión social. La pobreza extrema es una combinación entre escasez de ingresos, falta de desarrollo humano y exclusión social. De acuerdo a esta definición leída desde la mirada de los Derechos Humanos, el marco teórico sobre el que se sustenta el análisis de los resultados y desde el que se proyecta el modelo de transformación se aborda desde dos ejes: a) la pobreza multidimensional y la integralidad del desarrollo y b) la desigualdad y la justicia social. El modelo de transformación social incorpora a los sujetos en su propio proceso de cambio y a sus entornos desde tres dimensiones: 1) individual, 2) socio-familiar y 3) socio-estructural. Los aspectos básicos abordables en este modelo, y desde los cuales se conforman los objetivos de intervención, son los siguientes: proyectos de vida, salud emocional, oportunidades laborales, redes socio-familiares, igualdad de género y conciencia social.

Palabras clave: Pobreza extrema; Sinhogarismo; Situación de calle; Modelo de intervención social; Familia; Sociedad

Abstract

The paper proposes a three-dimensional model of social intervention for the homeless population, based on a case study carried out in Hermosillo, Sonora (Mexico) with deported ex-migrant men. A final reading of the diagnostic research proposed the conformation of three reflective constructs from which to understand homelessness: the life trajectory of older adult men in their role as ex-migrants, the socio-family disconnection after the migratory process and deportation, and the socio-structural helplessness based on the lack of social policy and social exclusion. Extreme poverty is a combination of low income, lack of human development, and social exclusion. According to this definition read from the perspective of Human Rights, the theoretical framework on which the analysis of the results is based and from which the transformation model is projected is approached from two axes: a) multidimensional poverty and integral development and b) inequality and social justice. The social transformation model incorporates subjects in their process of change and their environments from three dimensions: 1) individual, 2) socio-family and 3) socio-structural. The basic aspects that can be addressed in this model, and from which the intervention objectives are made, are the following: life projects, emotional health, job opportunities, socio-family networks, gender equality, and social awareness.

Keywords: Extreme poverty; Homelessness; Street situation; Social intervention model; Family; Society

1. Introducción

La erradicación de la pobreza se ha convertido en el primer objetivo de desarrollo sostenible planteado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Teniendo en cuenta que este fenómeno es multidimensional y está perfilado por variables culturales y geográficas, es de resaltar la necesidad de esbozar proyectos de acción social y políticas de desarrollo que sean locales, con la finalidad de evaluar y ajustar los mecanismos positivos que conlleven avances en el bienestar de las poblaciones más excluidas.

La pobreza extrema (PE) es una combinación entre escasez de ingresos, falta de desarrollo humano y exclusión social (ONU, 2012), convirtiéndose en un contexto donde los aspectos involucrados, como la canasta básica, el desempleo, los bajos niveles educativos, las condiciones y servicios de habitabilidad precarios y el escaso acceso a los servicios de salud, entre otros, son causa y consecuencia, complejizando el panorama. En su último informe, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2022) observó que en esta región se contabilizan 87 millones de personas en situación de PE.

En México, la pobreza en las dos últimas décadas ha tenido una evolución positiva, pasando de 48.8% de la población en situación de pobreza en el año 2000 a 41.5% en 2018 (Rivas-Valdivia y Gaudin, 2021, p. 34). Sin embargo, los efectos de la pandemia por Covid-19 desde el año 2020 y otras coyunturas nacionales e internacionales han cambiado el panorama socioeconómico mexicano, acrecentando aún más los niveles de PE. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL, s.f.), tan sólo en el año 2020, un 8.5% de la población nacional estaba en situación de PE, o sea más de 10 millones de personas vivían con más de 3.6 carencias sociales1 sin cubrir.

La situación de calle o el “sinhogarismo” es uno de los contextos de la PE más difíciles de intervenir por las propias características del mismo y por la mínima atención que las políticas sociales y las instituciones públicas le brindan. Frente a la falta de una tipología o protocolos específicos ante el problema del sinhogarismo, este trabajo retoma la European Typology on Homelessness and Housing Exclusion (ETHOS), propuesta por la Federación Europea de Asociaciones nacionales que acompañan a personas sin hogar (FEANTSA, en sus siglas en inglés), donde se identifican 13 perfiles englobados en 4 categorías: a) Roofless (sin techo), b) houseless (sin vivienda), c) viviendas inseguras y d) viviendas inadecuadas. Dentro de la primera categoría, hay dos perfiles: 1) las personas que viven y pernoctan en la calle y 2) las personas que acuden a un albergue nocturno y por el día están en la calle. El estudio de caso se realizó con varones exmigrantes deportados que cumplen con el segundo perfil propuesto de la primera categoría.

Este artículo presenta lineamientos para la construcción de un modelo de intervención tri-dimensional desde el Trabajo Social para hombres en situación de calle, a partir de la lectura y análisis de los resultados de un diagnóstico realizado en Hermosillo, Sonora (México), con un grupo de varones exmigrantes deportados que se encuentran en dicha situación. No se pretende seleccionar un tipo de modelo de intervención de la gama existente, sino exponer algunas reflexiones y lineamientos que han dibujado desde la mirada disciplinar la apuesta por tres dimensiones sobre las cuales armar proyectos de acción social que contengan la visión teórica que aquí se comparte.

2. Anotaciones para un análisis de la pobreza extrema

Ante una realidad tan compleja como la PE, desde la segunda mitad del siglo XX se empezaron a buscar alternativas para comprender este fenómeno, dando un giro a la visión sobre la pobreza, sus causas e implicaciones, y sobre el desarrollo. La perspectiva de estos estudios y propuestas teóricas que abordan la pobreza como fruto de una desigualdad histórica, se aborda desde la mirada de los Derechos Humanos (DDHH).

El Trabajo Social, como práctica profesional enfocada al bienestar de las comunidades, asienta sus principios y valores en la defensa de los DDHH, los cuales proveen, a su vez, la vía para generar intervenciones ad hoc con las personas dirigidas hacia su desarrollo integral. Asimismo, el marco teórico, práctico, jurídico, social y político de esta propuesta se escribe desde los DDHH y se inscribe en la disciplina del Trabajo Social. En este sentido, este marco desde el cual mirar los problemas y la negación de los derechos cuestiona no sólo el orden heteropatriarcal y capitalista neoliberal, sino nuestro pensar-hacer situado desde la opresión y la exclusión con el fin de interpelar con la dimensión ético-política e ideológica que se construye en torno a nuestras intervenciones y luchas (Martínez, 2020).

Desde esta perspectiva se inscribe el siguiente marco teórico propuesto en el estudio de caso que aborda dos ejes esenciales para analizar la PE: la desigualdad y la pobreza multidimensional, de los cuales se desprenden otros aspectos, no menos importantes, que coadyuvan a la comprensión de los contextos de pobreza y que advierten lineamientos para la transformación social desde el marco práctico y político del Trabajo Social asentado y dirigido desde los Derechos Humanos (Figura 1).

Fuente: elaboración propia

Figura 1 Pobreza extrema desde la perspectiva de los DDHH. 

2.1 Desigualdad

La desigualdad es el fenómeno social y cultural, con consecuencias prácticas, jurídicas, educativas y económicas, que presenta discriminación entre las personas de acuerdo con una o varias características (género, etnia, capacidades, nivel educativo o nivel socioeconómico). Según la CEPAL (2019), América Latina y el Caribe engloban la región con mayor desigualdad del mundo y México uno de los países que lideran el ranking en esta zona.

Ésta subyace a los procesos (post)coloniales de crecimiento económico, a las dinámicas excluyentes de las estructuras socioculturales y del mercado (en pleno neoliberalismo) y a la falta de justicia distributiva (Dieterlen, 2003; Rawls, 1995). En este tejido analítico de lucha por la dignidad, por las libertades, por el respeto y por el desarrollo para todas y todos se subraya la intención de la justicia social como una cuenta pendiente de la sociedad con los grupos más desfavorecidos, marginados y excluidos (Marina y De la Válgoma, 2006; Meneses, 2015), y se resalta la conciencia social como una estrategia clave para la identificación de las brechas económicas, de participación política, de derechos de ciudadanía, de género y étnicas, entre muchas otras. El sentido de los DDHH, desde el Trabajo Social, se encamina hacia la superación del desequilibrio y de la desigualdad, ya que cualquier acción desde la práctica disciplinar va dirigida por la implementación indirecta de éstos (Moneo-Estany y Anaut-Bravo, 2018).

Los DDHH sitúan a la persona en el centro de todo desarrollo bajo derechos y oportunidades, vinculándola por derecho con los mecanismos sociales de adscripción, participación y desarrollo de la comunidad como parte de su identidad societal (que no social). Complejo puede ser el panorama de definir la justicia, sus esferas y actores implicados, particularmente desde las diferencias culturales, políticas y económicas de cada región; sin embargo, la inmensa necesidad de una conciencia glocal y la premura de un cambio ante los acuciantes desequilibrios que vivimos como sociedad no son puestas en duda y, cada vez más, se afianza este llamado en trabajos con una directriz más humanista.

Desde esta visión, los significados de la pobreza cobran relevancia como eje esencial de toda transformación social por la urgencia de los impactos reales e hirientes que ejerce esta situación contra la población (MacEwan, 2010). En este tenor, son buenos ejemplos de investigación cualitativa aquellos estudios etnográficos que han presentado como protagonistas a las y los menos favorecidos, indagando en sus vidas cotidianas para extraer los verdaderos significados de la pobreza (Adler de Lomnitz, 2016; Banco Mundial, 2000; 2002; Frausto, 2016; Iglesias-Prieto, 2013; Lewis, 1989). Resumidamente, las contribuciones de estos trabajos son las siguientes: 1) las personas en escenarios de PE achacan su situación a la falta de empleo y a la exclusión que sufren; 2) las necesidades más sentidas son las relacionadas con la alimentación y con las condiciones de salubridad; 3) las redes informales (y estrategias domésticas más amplias) se convierten en un apoyo fuerte en su supervivencia; 4) las administraciones públicas de los países no son eficaces en la distribución de ayudas sociales ni fomentan el bienestar por igual en la población.

2.2 Pobreza multidimensional

Las investigaciones sobre desigualdades en contextos de pobreza, que incorporaron las opiniones y narraciones de las poblaciones más pobres, brindaron un concepto clave a la hora de comprender y abordar el problema: la pobreza multifactorial o multidimensional. Ésta es aquella que niega como única causa de la escasez de recursos al ingreso económico de la unidad doméstica, poniendo énfasis en las características de los personas y sus contextos como propias de una red de exclusión que conlleva la pobreza: género, etnia, educación, habitabilidad, salud, entre otras. Según la Ley General de Desarrollo Social (2004, art. 36) en México la pobreza multidimensional es aquella que se evalúa por distintos indicadores, dotando de un carácter más integral al problema y a la solución.

El análisis de la pobreza ha pasado desde una perspectiva centrada principalmente en la falta de recursos económicos a una perspectiva más compleja, incidiendo en que las causas de la pobreza pueden ser de naturaleza diversa y, a su vez, las políticas y acciones para abordarlas deben ir más allá de los recursos económicos (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2016). A partir del Índice de Pobreza Muldimensional (IPM) los planes de desarrollo añaden a sus acciones el enfoque de capacidades (Sen, 2000), esforzándose por derrotar la acción asistencialista que perduró por siglos.

De acuerdo con la idea de que la situación de pobreza es multicausal nace la noción de integralidad del desarrollo de las personas, la cual en este trabajo se conforma con tres visiones:

  1. la tipología de las necesidades de Abraham Maslow (1987), que sugiere una escala a partir de distintos niveles de desarrollo para la persona: necesidades fisiológicas, necesidades de seguridad, necesidades de afiliación, necesidades de reconocimiento y necesidades de autorrealización (de abajo hacia arriba en la pirámide);

  2. la teoría del florecimiento humano de Julio Boltvinik (2007), donde se resalta la urgencia de intervenir desde distintos ámbitos y atender las diferentes necesidades por cubrir para alcanzar el desarrollo integral de la persona;

  3. el enfoque de capacidades (“capabilities”) de Amartya Sen (2000), donde se reconoce la autonomía, las libertades y el valor de cambio de la propia persona en contextos de vulnerabilidad y desigualdad social.

Maslow (1987) argumentaba en la explicación de su pirámide que la satisfacción de las necesidades tenía un orden jerárquico, comenzando por las básicas hasta alcanzar las de autorrealización. A partir de estos fundamentos, Boltvinik (2007) propone la teoría del florecimiento humano, donde considera que el único desarrollo para la persona es aquel que se realiza de manera integral, o sea, atendiendo todos los aspectos de la vida humana. Desde esta posición, se retoma la importancia de no medir la pobreza sólo en base al salario y a los recursos materiales, ya que los recursos humanos, las relaciones sociales y el desarrollo de capacidades son esenciales para generar y fortalecer actitudes, habilidades y prácticas que coadyuven a superar situaciones de escasez económica y de recursos (Nussbaum y Sen, 2003).

En síntesis, este marco teórico desde el cual pensar la PE se sustenta en que los DDHH son el mandato de la justicia social contra la desigualdad y el soporte para la integralidad del desarrollo de las personas y comunidades.

3. Metodología

El estudio de caso del que parte esta propuesta de modelo de intervención se desarrolló en Hermosillo, capital de Sonora (México), entre los años 2018 y 2020. Desde un enfoque cualitativo, se elaboraron las historias de vida de un grupo de hombres exmigrantes deportados que acudían a un centro de ayuda humanitaria en la ciudad, debido a su situación de PE. La recogida de información se realizó por medio de la técnica de la entrevista. Los siete varones entrevistados, en cuatro o cinco sesiones cada quien, contaban con una edad entre 49 y 67 años y se dedicaban a actividades informales, como por ejemplo a la venta del periódico en los cruceros de las carreteras urbanas. El espacio físico donde se llevaron a cabo las entrevistas, lejos de las miradas de sus compañeros del albergue, limitaban a su vez un espacio simbólico de apropiación de sus historias, resiliencias e identidad donde reflexionar sobre la situación de PE enfrentada.

En la construcción de los relatos se analizaron no sólo la conformación ideática de la pobreza y su implicación personal, sino también las redes de apoyo, las expectativas y la proyección a futuro, además de cuestiones como las relaciones familiares, los trabajos informales y el imaginario del sinhogarismo, entre otras (Romero-Plana, 2022).

4. Contextualización diagnóstica del estudio de caso

Los hombres migrantes deportados en la frontera norte de México conocen las condiciones precarias de vivir en la calle y subsistir (Del Monte, 2019) gracias a los recursos de primera necesidad que les brindan las organizaciones sin ánimo de lucro y asociaciones locales y de carácter religioso. El papel de la Administración Pública está ausente en estos espacios de precarización y deportación, al que se suma una construcción sociocultural de género que impide, en la mayoría de los casos, una solicitud de ayuda familiar o social.

Las trayectorias migratorias de los varones deportados, desde un análisis de las masculinidades, cuestionan el significado de “éxito” ligado a las funciones adquiridas por los hombres. A partir de la re-construcción de identidades masculinas de exmigrantes en situación de calle se advierte un posicionamiento que niega la petición de ayuda y el regreso a los hogares de origen, dejando ver relaciones familiares rotas por nula comunicación y tiempo.

Existe una vergüenza sentida por el “no éxito” en su “aventura migrante”, que cumple con los roles masculinos construidos, normalizados y esperados por la sociedad (De Martino, 2011; Ramírez-Rodríguez, 2020; Salguero-Velázquez, 2014). Las condiciones de PE han impulsado en este grupo de hombres estrategias de salud emocional para no “dejarse caer” como una actitud positiva ante la vida, a partir de las diferentes representaciones sociales de la pobreza, de la estigmatización y de la exclusión (Bayón, 2012; Bufarini, 2020; Ceirano, 2000; Groisman y Sconfienza, 2013; Serrano-Pascual y Zurdo-Alaguero, 2013; Vasilachis de Gialdino, 2012). Han construido expectativas a largo plazo no reales de acuerdo con la situación de precariedad que viven. Y desde la asunción de la exclusión social que confrontan diariamente (Ziccardi, 2008), no hay un proyecto de vida.

Una lectura final del diagnóstico propuso la conformación de tres constructos reflexivos desde los cuales comprender el estudio de caso: la trayectoria de vida, la desconexión sociofamiliar y el desamparo socio-estructural. Las trayectorias vitales de los varones participantes muestran la asunción de los roles de género interiorizados desde la infancia, habiendo asumido el rol de migrantes como proveedores de la familia. Tras su deportación, en una situación de PE, es complejo perfilar un proyecto de vida. Existe una desconexión profunda y simbólica para los hombres en situación de calle con sus familias y con la realidad que enfrentan y una vergüenza que como hombres han construido a partir del mal llamado “fracaso migratorio”. Actualmente la falta de políticas sociales que atiendan las necesidades de esta población genera un desamparo que es causa de un empobrecimiento integral de los hombres exmigrantes, adultos mayores, que actualmente han quedado varados en situaciones de PE.

La investigación delimitó las características socio-culturales y las trayectorias vitales, mientras que, por otra parte, ayudó a tejer un panorama más amplio sobre la construcción de significados que resaltan aspectos para el acompañamiento en los procesos de mejora y calidad de vida.

5. Apuntes para un modelo tridimensional

Los modelos o proyectos de acción social con personas sin hogar han sido desarrollados en grandes ciudades, donde hay una mayor concentración de población en esta situación, e implementados por asociaciones sin ánimo de lucro, redes de apoyo a este colectivo y administraciones públicas. Los modelos se centran primordialmente en tres áreas: vivienda (Ferguson, Xie & Glynn, 2012; Fortea-Busquets y Herruz-Pamies, 2017; Semborski, Redline, Madden, Granger & Henwood, 2021), inserción laboral (Muros-Jiménez, 2014) e integración social.

Este trabajo defiende la idea de que el desarrollo de las personas sólo se consigue cuando los demás actores y espacios implicados en las vidas de éstas están en sintonía con su propio bienestar; esto supone que tanto las relaciones familiares, sociales, comunitarias y de ciudadanía deben estar alineadas hacia un concepto de desarrollo que permita mantener una calidad de vida aceptable para todas/os sus integrantes. Todos los fenómenos sociales están relacionados entre sí, ligando al sujeto que acompañaremos desde el Trabajo Social con el objeto de estudio, que a su vez están intrínsecamente conectados con las estructuras social, económica, política y cultural de una sociedad.

Por ello, se reconoce que el trabajo en contextos de sinhogarismo es débil si la directriz de acción social sólo se enfoca en la persona que confronta la situación de PE. Hay que alinear el conjunto de vértices que crean el contexto de desarrollo de cada individuo con sus entornos más próximos y estructurales. Se subraya, entonces, la necesidad de sumar distintas dimensiones para entender la globalidad del problema de la PE y con el fin de perfilar directrices de acción útiles que entronquen no sólo con la responsabilidad individual y la agencia, sino también con las redes de apoyo cercanas, los espacios y las diferentes estructuras donde nos desarrollamos como grupo social y comunidad.

Los modelos de intervención en la disciplina del Trabajo Social nacen desde dos vertientes: desde la sistematización de la experiencia profesional en el campo y/o desde la reflexión constante en un proceso de investigación y diagnóstico. En este trabajo se siguió la competencia segunda, creando las directrices para la elaboración de un modelo que se puede replicar y afinar según las características propias del grupo con quien se implemente, del contexto de actuación y participación, y de la coyuntura socioeconómica y política del momento.

En base a los constructos reflexivos planteados en los resultados del estudio de caso (la trayectoria de vida, la desconexión sociofamiliar y el desamparo socio-estructural) y con la idea de la imposibilidad de separar al individuo de sus entornos, se presentan tres dimensiones desde las cuales analizar y facilitar un modelo de transformación: a) individual, b) socio-familiar y c) socio-estructural (Figura 2). Esta propuesta se fundamenta y se piensa desde el marco teórico planteado en la primera parte de este artículo desde los DDHH (justicia social + integralidad del desarrollo).

Fuente: elaboración propia

Figura 2 Dimensiones del modelo de intervención social. 

Los aspectos básicos destacados y abordables en este modelo son los siguientes: proyectos de vida, salud emocional, oportunidades laborales, redes sociofamiliares, igualdad de género y conciencia social. Algunos aspectos se limitarán sólo a una dimensión y otros a varias, dejando traslucir el engranaje existente y la pertinencia de enfocar el desarrollo y los cambios desde distintas dimensiones. Cada uno de estos aspectos se enlaza con una o varias dimensiones: individual (D1), sociofamiliar (D2) y socio-estructural (D3), conformando los objetivos particulares de intervención social (Figura 3).

El objetivo principal de intervención de este modelo es el desarrollo integral de la persona que está en situación de calle. Para ello, y de acuerdo a los aspectos que se pretenden abordar y que desde esta propuesta son básicos para que el objetivo principal se cumpla, se han delineado seis objetivos particulares: 1) elaborar un proyecto de vida individual de acuerdo a las expectativas, intereses y capacidades de la persona; 2) integrar a la persona al mercado laboral; 3) desarrollar habilidades socio-emocionales en la persona; 4) tejer redes sólidas de participación, inclusión y apoyo en los entornos familiares y comunitarios (vecinales); 5) generar reflexiones que incidan en la deconstrucción de los roles de género y en la igualdad de género; 6) crear conciencia social sobre el sinhogarismo como indicador del no desarrollo de toda la sociedad.

Fuente: elaboración propia

Figura 3 Aspectos, objetivos y dimensiones del modelo tridimensional. 

En esta propuesta de intervención se ven reflejados los actores sociales, la realidad social, el marco teórico que soporta el análisis del problema, la metodología y la interrelación (Castro-Guzmán, 2017); además de los aspectos básicos que abordar, de los objetivos (principal y particulares) que se pretenden lograr, de un compromiso ético de los y las trabajadoras sociales desde el que mirar el conflicto social, y de un posicionamiento sociopolítico desde el cual actuar como una voz crítica. Todo ello crea un esquema interconexo que se conforma como un “todo”, por supuesto flexible e inacabado de acuerdo con los cambios sociales, que permite reconocer el fenómeno social a abordar y las líneas a modificar.

5.1 Dimensión individual

La dimensión personal se ha consolidado a lo largo del tiempo como la acción social por excelencia en la intervención con personas en situación de calle. La falta de una política pública dirigida a este grupo de población en México y la atenuante necesidad de “cuidar” y atender a las personas en situación de pobreza extrema convirtió a las asociaciones sin ánimo de lucro (civiles y religiosas) en las responsables de cubrir las necesidades más básicas. Esto subraya la violación hacia los DDHH de esta población que desprotege sus vidas y limita las oportunidades de bienestar.

La propia caracterización de la población en situación de calle, nómada y en busca de recursos, complica el acercamiento o la continuidad de un proyecto; sin embargo, desde las organizaciones que brindan ayuda, se puede realizar el contacto y la implementación de actividades y acciones, aunque sería conveniente tener un centro especializado para la atención a esta población. Esto contribuiría también en la organización de expedientes de las personas en situación de calle, con la finalidad de evaluar el impacto del modelo y permitir contactos y gestiones con otras entidades de otros estados del país, particularmente por la población migrante deportada que lleva años sin mantener vínculos con su familia o lugares de origen.

Es importante tener en cuenta las violencias y los riesgos a los cuales está expuesto el grupo de personas (Del Monte, 2019) para entender la negación ante el proyecto, el desánimo, la falta de confianza, las recaídas de consumo de alcohol y otras drogas y las desapariciones por días o más tiempo, entre otros2. En este aspecto es de suma relevancia una relación empática entre el/la trabajador/a social y la persona que acompañamos, a través de no enjuiciar, de respetar espacios y decisiones y de tener paciencia. Si bien son habilidades que se aprenden con la formación disciplinar, y se asientan con la experiencia profesional, en este ámbito de transformación es útil volver a recalcarlo por la complejidad del trabajo con personas en situación de sinhogarismo.

A continuación, se presentan algunos aspectos a incorporar en el acompañamiento de los hombres en situación de calle para el trabajo desde la dimensión individual:

  • La intervención será a largo plazo, debido a la ya comentada complejidad de la situación de sinhogarismo. A su vez, el proceso tendrá sus avances y retrocesos, de acuerdo con los tiempos no impuestos por el/la profesional, sino por las condiciones de acción y por las características de la persona que acompañemos.

  • De acuerdo con Babiker-Moreno (2015) es útil la generación de indicadores que puedan dar cuenta de los avances según las actividades o áreas. Sin embargo, estos indicadores deben concordar con la visión sobre la realidad de la persona acompañada. Esto trae a colación el debate (y la consiguiente reflexión disciplinar) sobre cómo los lineamientos de actuación desde el contexto institucional impiden en cierta medida la participación de las personas en sus propios procesos de desarrollo.

  • La participación directa, continua, autónoma y responsable por parte de la persona es crucial en el éxito de la intervención. En este sentido, es necesario subrayar la comprensión total y sin juicios hacia situaciones que se puedan presentar como negativas o de retroceso en el proceso, tales como la ausencia por algunos días, la no participación en algunas actividades, la desilusión hacia el proyecto, la recaída en el consumo de sustancias como el alcohol y otras drogas duras, estados de ánimo fluctuantes, dependencias y auto-violencias, entre otras.

  • La presentación de ejemplos de superación de la situación de sinhogarismo de otros hombres (o mujeres) es de especial relevancia porque incorpora una visión más igualitaria de la capacidad y de la consecución de las metas propuestas. Incluso, se propone la incorporación de estas personas en las actividades para que, a través de la convivencia, puedan compartir sus sentimientos, sus miedos y sus estrategias para superar la situación de calle. Esto ayudará a conformar una red de apoyo socio-comunitaria que, además, propicie la reflexión y las pautas para la deconstrucción de los roles de género tradicionales en los varones, demostrando otras formas de conformarse como hombres en espacios de igualdad, respeto y autocuidado.

  • En sintonía con esta idea, sería positiva la implementación de actividades orientadas hacia el autoconocimiento y la conformación identitaria que permitieran un espacio para la reflexión sobre sus roles de género y sus masculinidades (Hernández, 2014).

  • La motivación es el aspecto por excelencia que hay que trabajar en este proyecto. Aunque existe positivismo en cómo se proyecta la vida a futuro, éste se convierte en una estrategia de salud emocional. En este sentido hay que apostar por la incorporación de actitudes positivas de supervivencia como puntos fuertes en cada una de las personas, rescatando las vivencias de migración y deportación como aspectos que generan información, conocimiento y valoración de sus personas. Hay que fortalecer la agencia activa de las personas (Nussbaum, 2011), ya que esto impactará en todas las áreas en las que se interviene, y ensalzar la resiliencia como un elemento clave para la reintegración y la plasmación de y hacia nuevos comienzos.

  • Enlazando la idea anterior, y partiendo del aporte de las historias de vida como técnica de investigación para analizar las trayectorias vitales de las personas en situación de calle, se subraya la necesidad de elaborar proyectos de vida. Estos deben incorporar metas a corto, mediano y largo plazo, acordes a su visión de lo que es el bienestar, dándoles empoderamiento y control sobre el rumbo de sus vidas, y una participación en el proceso de toma de decisiones desde su independencia y resiliencia. Las metas deben ser reales y siempre ligadas a las expectativas, las capacidades y los intereses de las personas y las condiciones donde se desarrolle la transformación.

  • La búsqueda activa de oportunidades laborales es un eje básico en la intervención por dos razones: genera los recursos económicos para cubrir las necesidades esenciales de las personas y empodera a las mismas en el control de sus vidas, impactando también en la agencia activa y la autovaloración positiva. Este aspecto está entroncado con la dimensión socio-estructural, ya que es el propio sistema el que bloquea la incorporación de estas personas al mercado laboral por distintos motivos: edad, capacidades diferentes o estado de salud, falta de documentación identificatoria, nivel educativo, etc.

  • Otro elemento clave es el apoyo para acceder a una vivienda (Ferguson et al., 2012; Fortea-Busquets y Herruz-Pamies, 2017; Matulic-Domandzic, 2018; Semborski et al., 2021). Tener una residencia no sólo implica la seguridad frente a las violencias de la calle, sino un sinfín de connotaciones de intimidad, control, organización, cuidado personal, descanso y alimentación. Tener un hogar (o una residencia) está directamente relacionado con el nivel de resiliencia de las personas (Regalado-Piñero, Torbay-Betancor y Rodríguez-Santana, 2021), por lo que es esencial que este aspecto se tome en cuenta para configurar otros ejes de transformación.

El trabajo que se realiza en esta dimensión con cada persona debe estar apoyado por un centro donde se brinde un espacio de día y de noche para las actividades de aseo personal, de limpieza de ropa, de descanso y de alimentación, entre otras. Este espacio debe cumplir las condiciones de salubridad, privacidad, seguridad y de no hacinamiento.Para intervenir desde este modelo es indispensable que se lleve un registro y seguimiento (no control) de las personas acompañadas, donde la ficha social es útil para recoger información sobre educación, salud, formación profesional, documentación de identidad, datos familiares (de haberlos) y trayectoria vital. Particularmente, en el caso de los exmigrantes deportados hay una falta de identificación formal que obstaculiza trámites de apoyo, por lo que es prioritaria su gestión o trámite en las instancias correspondientes.

Tras obtener el perfil de las personas y el itinerario de atención de necesidades básicas, arriba mencionadas, cabe reconocer la importancia de incorporarles al grupo con quienes vamos a trabajar en el centro y su integración en actividades de activación física (baile, juegos, dinámicas de ejercitación, yoga, por ejemplo) o culturales y de ocio (cine, actividades plásticas como pintura, escultura o manualidades, lectura a través de una biblioteca, juegos de mesa, taller de escritura, por ejemplo). Los beneficios de estas actividades al cuerpo y a la mente coadyuvan a la inclusión, a la tranquilidad, al bienestar y a la motivación (Maddock, Hevey & Eidenmueller, 2017).

Asimismo, es destacable que las personas que laboran en el centro deben estar capacitadas y debe haber claridad en los roles a desempeñar en el acompañamiento de las personas que acuden a dicho centro, creando una red de trabajo con otras/os profesionales de la Administración pública y/o de las asociaciones privadas que permitan un mejor desempeño del modelo. En este sentido, cabe la pena proponer la incorporación de otros/as profesionales sociales (desde el ámbito de la psicología, la educación social, la antropología o la sociología) para algunas actividades particulares, lo cual enriquecería el proyecto desde la visión interdisciplinar (Mazza, 2021). La intervención directamente con la persona permea en acciones de prevención de violencias, de conocimiento de derechos y de vías para la defensa de éstos, así como configura una voz política de cuestionamiento hacia la estructura de desigualdad que desprotege a los colectivos con mayores vulnerabilidades.

5.2 Dimensión sociofamiliar

La familia es el grupo por excelencia de educación, adscripción, socialización, seguridad y satisfacción de necesidades. En este contexto es donde se aprenden los roles de género tradicionales, donde las niñas y los niños van conformando su identidad y desde donde se significa el “hogar”. En México, hay una extensa tradición migratoria masculina, anclada a los contextos de pobreza y basada en los roles de proveedores que los varones han desempeñado en las familias.

El estudio de caso contempló la desvinculación de las personas migrantes con sus lugares y familias de origen y la distancia, tanto geográfica como relacional con éstas, debido a la vergüenza sentida por el regreso sin éxito. Esto subraya la urgencia de trabajar con las familias, desde las políticas sociales, para deconstruir los roles de género tradicionales donde se rompa la idea de los mandatos de la masculinidad (De Martino, 2011; Ramírez-Rodríguez, 2020).

Ante la desvinculación comunicativa, sentimental y/o de apoyo y el desconocimiento de la situación de la persona migrante, las familias rehacen sus vidas y estas personas se sienten olvidadas, generando sentimientos de dolor, desconexión y angustia.

Un primer aspecto que hay que tratar es la reactivación de la comunicación con la familia para sanar o reconstruir las relaciones familiares y para tejer redes consistentes y duraderas. Es útil, por lo tanto, retomar el significado otorgado a la familia como constructo socioeconómico y de apoyo, y abordar los lazos familiares de las personas en situación de calle como un elemento que puede coadyuvar al desarrollo de la seguridad y la autoestima de éstas. La protección, el acompañamiento, la seguridad y el cariño, entre otros elementos, profundizan en el equilibrio de las personas, permitiendo tener mayores apoyos para su reintegración en el mundo laboral o para su resiliencia. En casos de extrema dificultad, la reagrupación familiar coadyuva al bienestar de la persona.

Se necesita trazar un proyecto familiar de reincorporación a la vida del hogar de la persona, elaborando conjuntamente metas a corto plazo que permitan la sanación de los lazos rotos o desgastados. Para ello, la intervención se sustenta en que familia se constituye como única y dinámica, y dependiendo del ciclo familiar en que esté generará diversas formas de decisión y actuación (Navarro-Bulgarelli, 2019). Asimismo, se le otorga relevancia al regreso a la comunidad, vecindad o lugar de origen de la persona, debido a la cercanía con el entorno en un nivel simbólico. La participación en las relaciones familiares, en la economía, en las decisiones y en los momentos emotivos conduce a la inclusión en entornos que devuelven la confianza en la persona.

Las redes vecinales, las amistades y los espacios conocidos, lo que Letelier-Troncoso (2021) llama geografías vecinales, generan seguridad ante la búsqueda activa de oportunidades laborales o de aceptación en el contexto, ya que las relaciones y estructuras son, por lo general, horizontales, jugando un papel importante las estrategias de apoyo en contextos de pobreza.

En este modelo se apuesta por (re)construir redes sociofamiliares sólidas y sanas para el regreso (si es la decisión de la persona) al hogar de origen. Sin embargo, si la ruptura de las relaciones o el desgaste de éstas son causa de la(s) disfuncionalidad(es) en la familia, como foco de riesgo social (violencias, relaciones asimétricas, adicciones, etc.), esta segunda dimensión se orienta hacia la conformación de otras redes en espacios seguros con personas (compañeros/as, profesionales, vecinos/as, colegas de trabajo y otras/os) con quienes se entrelazan relaciones sanas de confianza y apoyo.

5.3 Dimensión socio-estructural

El desamparo socio-estructural que sustenta la incorporación de esta dimensión macro en el modelo se asienta en la exclusión y la marginación sufrida por las personas en situación de calle y por la falta de políticas sociales. La labor disciplinar “en los procesos de inclusión social con personas sin hogar se basa en la metodología del acompañamiento social […] poniendo el acento en una intervención de proximidad proactiva e intensiva” (Matulic-Domandzic, 2018, p. 46). Desde esta visión surge la relevancia de incorporar la tercera dimensión, olvidada cuando se aborda la situación del sinhogarismo, a pesar de que es el telón de fondo de la exclusión sufrida por las personas que llegan a las situaciones de PE.

El Trabajo Social comprende realidades macroeconómicas y sociales y las vincula con los aspectos micro de la transformación grupal e individual (Falla-Ramírez, 2017), permitiendo no sólo la conexión desde la mirada analítica, sino el compromiso de trabajar con ambas esferas del sistema por la difícil ruptura que hay entre la persona y sus espacios de desarrollo, socialización e inclusión. La indefensión y el desamparo vivido por las personas en situación de calle en México hace necesario activar mecanismo de visualización y de atención que vinculen directamente a la sociedad con este grupo marginado.

Para ello, uno de los aspectos a tratar es el desdibujamiento de las representaciones sociales del sinhogarismo que se perfilan y reproducen por el resto de la sociedad. La literatura al respecto coincide en que hay estereotipos sobre las personas en situación de calle que revictimizan y promueven la exclusión social (Serrano-Pascual y Zurdo-Alaguero, 2013). Este cambio impactará en la conciencia social, la cual se establece con el rescate de los valores de comunidad y con el fortalecimiento de la cohesión social a partir de nuevas dinámicas relacionales, con el fin de diluir la estigmatización hacia la población en situación de pobreza extrema.

La pérdida de derechos y oportunidades, además de las violencias y discriminaciones, que confrontan las personas en situación de calle, es la esencia para abrir espacios donde el empoderamiento sea resignificado hacia la lucha por sus DDHH a través de la sensibilización de la sociedad (Muñoz-Bellerin y Cordero-Ramos, 2017). Abordar estas cuestiones con la sociedad revierte positivamente en el papel de agencia de las poblaciones excluidas y marginadas. Un aspecto que se trabaja en la dimensión individual y en la socio-estructural es la ampliación de oportunidades laborales a este grupo poblacional. Bien es sabido que el trabajo informal es el que sustenta a las personas en situación de PE, además de los apoyos recibidos por entidades privadas. Sin embargo, una acción prioritaria es el establecimiento de lineamientos para la incorporación de personas excluidas del ámbito laboral formal por diversas causas. La colaboración entre empresas y centros de apoyo a situaciones de sinhogarismo facilitaría una versión más amable de integración, en el que estos puestos de trabajos fueran una inversión social y no tanto económica.

Por último, y como en las dos anteriores dimensiones, es esencial la sensibilización por la igualdad de género a través de la educación basada en DDHH, tanto desde la formación primaria hasta la educación informal.

6. Haceres de transformación (o metodología de intervención)

La metodología de intervención de un modelo pocas veces es configurada específicamente desde las líneas de abordaje; más bien, se incorpora de manera sistemática en los proyectos o cronogramas tras la confirmación y ejecución del propio modelo, y depende de quienes lo lleven a cabo, de sus miradas hacia el objeto de cambio, de los espacios y recursos y del contexto.

Lo tradicional en la labor profesional no permite incorporar en ciertos campos de intervención la flexibilidad para integrar nuevas herramientas o técnicas de transformación social más transgresoras o novedosas. En este sentido, y desde esta propuesta, se hace un llamado a la innovación radical que aporte nuevas formas de hacer, de actuar, de crecer y de repensar, permitiendo total creatividad y decisión al/la trabajador/a social y a las personas acompañadas en el proceso de desarrollo. Sin embargo, a modo de engranaje inacabado, se proponen algunas directrices consideradas útiles sobre las acciones y técnicas que se están catalogando de alto impacto, como por ejemplo actividades de teatro (Muñoz-Bellerin y Cordero-Ramos, 2017), de animación socio-cultural, herramientas socio-educativas para la intervención comunitaria (Gana-Dañobeitia, Huegun-Burgos y Rekalde-Rodríguez, 2019), técnicas narrativas, técnicas de inserción social a través de la pedagogía comunitaria (Alonso-Martínez, Ruiz-Errea, Sánchez-Rico y Oficialdegui-Iriarte, 2014), estrategias para la conciencia social en espacios públicos (Kesselring, Bohonnek & Smoliner, 2012), entre otras.

Este modelo necesita no sólo de inversión económica, sino de cobertura en recursos humanos y materiales y de espacios para el desarrollo de las distintas acciones implementadas en él.

7. Conclusiones

Una de las limitaciones que es necesario subrayar en este trabajo es el contexto regional sobre el que se construye y en el que se delimita la propuesta de transformación social. La realización de estas directrices locales para un modelo podría limitar la aplicación en otras regiones de México o en otros países; sin embargo, incorpora pistas para la búsqueda de patrones de diagnóstico propios y de acción social, pudiendo validar si es replicable en contextos de similitud sociocultural.

En México hay una deuda pendiente con las poblaciones que habitan en la calle. Existe una exigencia desde los DDHH y una voz constante desde las asociaciones que cubren las necesidades primarias de esta población para que se diseñen e implementen planes para la erradicación de la PE, programas locales que coadyuven a la inclusión de las personas en situación de calle en entornos de desarrollo y proyectos que incidan en el bienestar de grupos caracterizados socioculturalmente (como es el caso de los varones exmigrantes deportados en la frontera norte del país). Las personas en situación de calle son una de las poblaciones más vulneradas de acuerdo con los DDHH y el Trabajo Social aún recorre camino para posicionar su voz y articular intervenciones sólidas que, además de proporcionar bienestar a las personas afectadas, proponga indicadores básicos para perfilar el sinhogarismo en las diferentes regiones y discutir este problema como una variable importante en la medición de desarrollo de los países.

Este ejercicio, por lo tanto, lleva implícito un mensaje: la solicitud del diseño de una política social centrada en el fenómeno del sinhogarismo en México. Es casi imperativo entender el sinhogarismo como un indicador del desarrollo y de los valores impregnados en la vida pública y en las políticas de bienestar de una región o de un país.

Un área potencial para seguir abordando el tema es la elaboración de una tipología o conformación de perfiles sobre personas en situación de sinhogarismo, lo cual brindaría la posibilidad de generar líneas de intervención definidas y evaluadas tras la réplica en distintas regiones bajo características socioculturales específicas. En estas páginas se propone cómo mirar la situación del sinhogarismo de los varones, por lo que es indudable la relevancia que tiene la perspectiva de género en el fenómeno de la pobreza. Como reitera Hernández (2014), hay que seguir apoyando proyectos de intervención bien diseñados con hombres y niños para alcanzar la igualdad de género. En este sentido, la deconstrucción de los roles de género tradicionales se aborda en la dimensión individual dirigida a varones exmigrantes y deportados y la igualdad de género se trabajará en la dimensión sociofamiliar y socio-estructural, tanto en mujeres como en hombres.

La propuesta aquí vertida, catalogada de transformación social, pero que bien supone una voz política y social desde la trinchera del Trabajo Social, se fundamenta en la consciente preocupación (y ocupación) por la mejora de nuestra práctica profesional que, a su vez, revierte en un compromiso con una sociedad más justa, igualitaria e incluyente (Falla-Ramírez, 2017) y supone la ruptura con el conservadurismo de la lógica materialista (Peruzzaro, 2018) y del asistencialismo replicado inconscientemente por la disciplina. El modelo deja entrever de manera directa el posicionamiento en cuanto a la construcción de modelos de transformación, haciendo una crítica sobre el enfoque de los modelos hacia los actores sociales (mujeres, hombres y personas no binarias) cuando confrontan una situación-problema, dejando de lado la estructura que permea la incidencia de estos fenómenos (Estrada-Ospina, 2011). En sintonía con esta idea, la propuesta es una apuesta social por el rescate de los valores de comunidad y solidaridad donde la proyección del modelo es a largo plazo por la incorporación de tres áreas interrelacionadas y responsables del desarrollo.

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Notas:

1 Para el CONEVAL las carencias sociales son las siguientes: rezago educativo, acceso a los servicios de salud, acceso a la seguridad social, calidad y espacios de la vivienda, acceso a los servicios básicos en la vivienda y acceso a la alimentación nutritiva y de calidad.

2Las condiciones y las violencias confrontadas en la calle son causa y efecto del desarrollo de enfermedades y trastornos mentales en las personas. En esta propuesta se considera que deben ser puestas bajo atención médica y cobertura social urgentes. En este sentido, la atención y el acompañamiento desde el Trabajo Social están ligados a la colaboración de especialistas de la salud y de la educación (Navarro-Fernández y Darder-Mayer, 2010).

Notas:

3El artículo es resultado del proyecto de investigación Sobrevivir sin lágrimas: relatos de las estadísticas de pobreza realizado entre 2018 y 2021, apoyado por el Programa para el Desarrollo Profesional Docente de México

Recibido: 25 de Junio de 2022; Aprobado: 28 de Septiembre de 2022

Autor de correspondencia: Virginia Romero-Plana. Universidad de Sonora. Hermosillo, México. Correo electrónico: virginia.romero@unison.mx

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