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Cuadernos de Desarrollo Rural

versão impressa ISSN 0122-1450

Cuad. Desarro. Rural v.7 n.65 Bogotá jul./dez. 2010

 

Campesinas construyendo la utopía: mujeres, organizaciones y agroindustrias rurales*

Peasant women building utopia: rural women, organizations, and agro-industry

Des paysannes qui construisent des utopies: femmes, organisations et agro-industries rurales

Omar Felipe Giraldo**


* Este artículo hace parte del proyecto "Factores de éxito en agroindustrias de mujeres rurales. Experiencias en México, Honduras, Perú y Colombia". Investigación realizada en la Maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Costa Rica.
** Doctorante en Ciencias Agrarias, Departamento de Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo, México. Correo electrónico: omarfgiraldo@hotmail.com.
Cómo citar este artículo: Giraldo, O. F. (2010). Campesinas construyendo la utopía: mujeres, organizaciones y agroindustrias rurales. Cuadernos de Desarrollo Rural 7, (65): 43-61

Recibido: 2010-06-08 Evaluado: 2010-08-01 Aceptado: 2010-08-10 Publicado: 2010-12-30


Resumen

En este artículo se analizan los factores de éxito de organizaciones agroindustriales de mujeres rurales a través de la indagación empírica de nueve pequeñas agrupaciones ubicadas en el departamento de Cundinamarca en Colombia. Se discute que el criterio decisivo para el éxito de la acción colectiva es la activación de las redes sociales presentes en el territorio, situación que es impulsada y mantenida por la ampliación de las oportunidades políticas y la construcción de valores solidarios. Las organizaciones del estudio son el resultado de la institucionalización autónoma de supuestos culturales compartidos y tienen como condición previa, el fortalecimiento del tejido social y la construcción de diversas capacidades. Asimismo, se comprueba el carácter multifuncional de estas agroindustrias, dada su capacidad de contribuir con el empoderamiento de las mujeres, la generación de bienes públicos para el resto de la comunidad y la creación vínculos horizontales y verticales para favorecer la economía local.

Palabras clave: agroindustria rural, mujeres rurales, organizaciones campesinas, pobreza rural.

Palabras clave descriptor: Industrias agropecuarias, mujeres rurales, asociaciones campesinas, pobreza rural.


Abstract

This article analyzes success factors of agro-industry organizations led by rural women through empirical research in nine small groups located in the Department of Cundinamarca, Colombia. It has been argued that the decisive factor for collective action success is the activation of social networks existing in the area, a situation that is stimulated and kept running by broadening political opportunities and constructing solidarity values. The organizations participating in the study have resulted from the autonomous institutionalization of common cultural assumption and perceive strengthening the social tissue and the construction of various skills as a prior condition. Likewise, the multifunctional character of this agro-industry has been confirmed due to its capability to contribute to these women's power control, the generation of public goods for the rest of the community, and the construction of horizontal and vertical links to benefit local economy.

Key words: rural agro-industry, rural women, peasant organizations, rural poverty.

Key words plus: Animal Industry, Rural women, Associations farmers, Rural poor.


Résumé

Cet article présente une analyse des facteurs de succès d'organisations agroindustrielles dirigées par des femmes, résultat d'une recherche empirique effectuée auprès de neuf petits groupes du département du Cundinamarca, en Colombie. Cette analyse révèle que le critère décisif pour le succès de l'action collective est l'activation des réseaux sociaux présents dans la région, situation impulsée et soutenue par la multiplication des opportunités politiques et la construction de valeurs solidaires. Les organisations étudiées sont le résultat de l'institutionnalisation autonome d'antécédents culturels partagés et ont comme condition préalable, le renforcement du tissu social et la construction de diverses dispositions. De cette manière se confirme le caractère multifonctionnel de ces agro-industries, étant donné leur capacité de contribuer au renforcement du pouvoir de la femme, à la génération de biens publics pour le reste de la communauté et à la création de liens horizontaux et verticaux pour favoriser l'économie locale.

Mots clé: agro-industrie rurale, femmes rurales, organisations paysannes, pauvreté rurale.


Introducción

Uno de los principales problemas que enfrenta Colombia es la pobreza. Aunque se trata de un fenómeno evidentemente proliferado, se concentra de manera mucho más intensa en las áreas rurales. Durante el 2009 el 64,3% de la población estaba en condición de pobreza y el 29,1% vivía en la indigencia (DANE y DNP, 2010). Estos indicadores demuestran que el modelo económico implantado por los últimos gobiernos ha sido infructuoso para solucionar una situación que persiste en niveles verdaderamente indignantes.

De acuerdo con Amartya Sen, la pobreza, más allá de un problema de ingreso económico o de necesidades básicas insatisfechas, se encuentra determinada por la falta de capacidades que impide a los individuos insertarse en la sociedad de manera libre. Para Sen, la pobreza es la incapacidad de conseguir bienestar, precisamente por la ausencia de medios que imposibilita a las personas alcanzar el nivel de vida que desean para sí mismas y sus familias (Sen, 2000). Este fenómeno, además de las ingentes privaciones materiales que su abigarrada complejidad representa, se acompaña de un estado de impotencia para transformar las condiciones en las que se vive y de múltiples efectos psicológicos como la angustia, la humillación y la desesperanza (Narayan, 2000).

Sin embargo, sus secuelas atosigan con mayor severidad a las mujeres, como resultado de la discriminación ejercida por las estructuras patriarcales. Los datos disponibles indican que el 60,1% de las campesinas e indígenas colombianas carecen de ingresos propios en comparación con el 18,6% de los hombres rurales (CEPAL, 2007); únicamente el 28% de los predios rurales están titulados a nombre de las mujeres (FAO, 2007) y durante el periodo de 2002 a 2003, tan solo un 25% del total del crédito a campesino se prestó a las mujeres (Gutiérrez, 2003). Pero más allá de estos indicadores, el hecho de describir el escenario de la pobreza rural con un enfoque de género, significa revelar la injusta diferenciación sexual y de clase históricamente construida; entrever la iniquidad pero a través de la desventajosa posición de las oprimidas.

Conjuntamente con la crítica al orden establecido y el convencimiento que la pobreza y la inequidad constituyen, sobre todas las cosas, un problema de orden ético y una insoslayable cuestión de dignidad humana, es necesario visibilizar la propuesta alternativa: las múltiples estrategias que las campesinas adoptan frente a un contexto adverso y los diversos mecanismos de organización que las mujeres acogen para construir la utopía y emanciparse de la pobreza.

La agroindustria rural es, justamente, una de las alternativas en la que muchas mujeres participan con este objetivo. También simboliza una manera de armonizar y redistribuir equitativamente el trabajo productivo y reproductivo. El camino siempre es difícil: muchas iniciativas zozobran en su intento de enfrentar un entorno decididamente hostil. Sin embargo, como respuesta esperanzadora existen otras experiencias que, en los intersticios del actual modelo económico, han logrado constituirse como casos exitosos de pequeñas organizaciones agroindustriales.

Ciertamente, en el presente artículo buscamos determinar cuáles son los factores que inciden en el éxito de las organizaciones agroindustriales de mujeres. Si bien, tal categorización presenta criterios debatibles, la propuesta explicativa que exponemos invita a reflexionar en torno a la multifuncionalidad de las agroindustrias de mujeres rurales. El "éxito" lo hemos definido no solo como un medio para alcanzar progreso económico, sino como una manera integral de "estar bien" en el "aquí y el ahora", lo que incluye consideraciones individuales, familiares, sociales y culturales más complejas. Pensamos que la dinámica de las relaciones sociales que se entretejen en las organizaciones podría entenderse más profundamente si, además de los diversos asuntos empresariales inherentes a la organización productiva, incluimos también otros criterios que trascienden la visión unidimensional del bienestar anclado en la ideología economicista contemporánea.

Así, pretendimos conocer si existen elementos comunes, a nivel interno o contextual, que contribuyeran al éxito de la acción colectiva emprendida por estas agroindustrias y responder si las mujeres organizadas asumen roles que las identifican y posicionan, dadas las múltiples condiciones de vulnerabilidad en que se hallan insertas. También nos dimos a la tarea de encontrar las externalidades positivas que han propiciado la participación en estas organizaciones, como el empoderamiento que incentivan la equidad de género y las actividades que contribuyen al bienestar comunitario.

1. Metodología

Hemos optado por escoger el departamento de Cundinamarca en Colombia como área de estudio, dada la importancia de la articulación entre la agricultura y la industria campesina como modo de vida en sus áreas rurales, representada principalmente por la elaboración de panela,1 derivados lácteos y el procesamiento hortofrutícola (CCI, 2008; Agrocadenas, 2006; Rodríguez y Requier-Desjardins, 2005). En el mismo sentido, la presencia de una profusa red de organizaciones mancomunadas en la Federación de Mujeres Rurales de Cundinamarca (FEDEMU CC), fue un aspecto determinante para la elección geográfica.

En cuanto a las características de delimitación de la población objetivo, distinguimos organizaciones con una experiencia mayor a tres años, conformadas mayoritariamente por campesinas, lideradas por una mujer, en proceso de comercialización y dedicadas principalmente a labores agroindustriales. Luego de la consulta en diversas bases de datos, las agroindustrias que cumplieron las condiciones de selección fueron: Asocañabraval, Asomcalá, Amurabi, Asomural, Malavar, Rosalita, Asmucicot, Natalí, y Artesguavio, las cuales están ubicadas en los municipios de Caparrapí, Guaduas, Bituima, La Mesa, Pandi, El Rosal, Cota, Ubaté y Gachetá, respectivamente (ver Figura 1). Dichas microempresas están organizadas bajo las figuras de asociaciones y de cooperativas, asocian en total a 160 mujeres, con una media de 17 socias y tienen un promedio de antigüedad de 8 años. Cinco grupos desarrollan principalmente actividades de transformación agrícola, dos elaboran productos pecuarios y tres artesanías y textiles derivados de fibras naturales.

Los instrumentos de recolección de información estuvieron representados por una encuesta y una entrevista semiestructurada, las cuales contestaron las lideresas de las organizaciones. Asimismo, realizamos nueve grupos focales de discusión con 65 socias, y una encuesta individual dirigida a las mismas. Para el procesamiento de los datos cuantitativos usamos el programa estadístico SPSS y la información cualitativa la analizamos con el software Atlas Ti.

2. Construyendo capacidades organizacionales

El proyecto alternativo generalmente se finca en supuestos solidarios; mecanismos generosos de trabajo comunitario por objetivos compartidos. En el caso que nos ocupa, el ideal de romper diversas enajenaciones que con gran fuerza se arraigan sobre las campesinas, constituyó la principal motivación de emprender la organización del mujerío. En todas las experiencias estudiadas existió una lideresa que interpretó las premuras de sus vecinas y que, con laudable tesitura, ha animado, dirigido y guiado el proceso organizativo.

Las coordinadoras de siete de las nueve agroindustrias contaron con una red social preexistente con cercanos vínculos de proximidad y reciprocidad, situación que redujo los costos transaccionales de emprender la acción colectiva. Estos lazos amistosos han sido fundamentales para la cohesión asociativa y han permitido una particular identidad hacia al grupo mucho más fuerte, a diferencia de lo que hubiese ocurrido si el interés organizativo se enraizara exclusivamente en el interés económico. En efecto, tales organizaciones realizan labores extraproductivas como el establecimiento de huertas caseras, la cría de animales para el autoconsumo de sus familias y reuniones en las que hacen diversas actividades recreativas.

Pero además de una lideresa perseverante y un tejido humano consistente como soporte, otro elemento significativo que catalizó la activación de las redes horizontales fue la ampliación de las oportunidades políticas (Tarrow, 1997), y las consecuentes sinergias verticales con diversos actores en el plano local (Woolcock y Narayan, 2000; Moyano, 2005). En efecto, todas las experiencias contaron con apoyo de alguna institución2 durante diferentes etapas de su agrupación. Estas entidades cooperaron erigiendo diversas capacidades en conjunto con las beneficiarias de los proyectos, lo que se convirtió en parte del proceso histórico de las agroindustrias. Las donaciones en especie materializaron el objeto productivo y, cuando se ofrecieron parcialmente, ayudaron a impulsar la acción colectiva, dado que el grupo vio la necesidad de conseguir los recursos faltantes por sus propios medios. Este es el caso de Amurabi, Asocañabraval, Rosalita y Asomural, grupos que cofinanciaron sus propios proyectos a través de la realización de bazares, rifas y mediante la elaboración y venta de alimentos, y cría de especies menores. Asimismo, seis agroindustrias tuvieron una primera acción exitosa como asociación, lo que constituyó un factor decisivo para tener un primer acercamiento al trabajo socialmente dividido, reducir la incertidumbre del actuar como colectivo, incentivar la permanencia en la agrupación y consolidar el esfuerzo organizativo.

Sin embargo, el proceso en ningún caso ha sido fácil. Como se dijo, las organizaciones luchan a contrapelo en un entorno incompatible. Como ejemplo, Asomcalá y Asocañabraval, tuvieron que afrontar la salida de algunas de sus socias, quienes abandonaron la vereda por motivos del éxodo violento que ha provocado el conflicto armado colombiano. Pero quizá, el mayor adversario lo constituye el patriarcado: la mayoría de las campesinas deben trasgredir las tradicionales relaciones dominantes en sus hogares para participar en las organizaciones y conquistar mínimos espacios coartados por el machismo secular.

    Al principio había dificultades con el esposo, decían que las mujeres se iban a perder el tiempo. Muchas socias se fueron por esto y porque no se veían ingresos, sostuvo una entrevistada (e. 2009).

Internamente el proceso también es conflictivo, dado que muchas asociadas sobreponen el interés individual sobre el colectivo. En este sentido una lideresa de Asomcalá relata los problemas que ha enfrentado su asociación de la siguiente manera:

    En esos 11 años, muchas socias se habían retirado, porque querían que las cosas fueran inmediatas y que los recursos salieran rápido. Y cuando se instaló la tienda había 15 mujeres en la organización. ... Se les explicó que no se podían repartir los excedentes, a no ser que fuera anualmente y que fuera a beneficiar a todas las mujeres de la organización. Y hubo gente que no estuvo de acuerdo e inmediatamente se retiró... el caso es que en este momento somos 8 mujeres, después de haber sido 27 ó 28 (e. 2009)

Mancur Olson (1992) dice que siempre existe una fracción considerable de personas para las que el esfuerzo de la acción colectiva es superior al beneficio individual que les puede reportar. Efectivamente, la clave del razonamiento es que el beneficio esperado de la acción es público, mientras que los costos son siempre individuales (Paramio, 2000) y, en consecuencia, algunos individuos abandonan el proceso organizativo. Creemos que estas dificultades, lejos de ser un lastre para las agrupaciones, por el contrario son fenómenos que, si se superan, pueden fortalecerlas.

Externamente muchas instituciones intentan promover la organización femenina rural (Heller, 2010) pero la mayoría de los grupos, luego de un copioso entusiasmo inicial, se desintegran. Suele observarse que muchas mujeres se organizan para recibir beneficios individuales, pero no para trabajar recíprocamente por un objetivo común. Así, estas asociaciones trabajan durante la permanencia de un determinado proyecto, pero se disuelven una vez satisfechos los requerimientos personales de sus miembros. Como afirman Elionor Ostrom (2000) y Milton Esman y Norman Uphoff (1984), las experiencias más exitosas nacen a partir de la propia comunidad y no de iniciativas de los gobiernos. Sin embargo, nosotros aseguramos que es posible hacer intervenciones externas ayudando a construir capacidades para desencadenar la organización, teniendo claro que el agrupamiento es el punto de llegada y no el de partida.

Ahora bien, todas las agroindustrias del estudio indican que las decisiones se intentan tomar por consenso y que solo en el caso de no encontrar unanimidad se recurre a la votación. Las asambleas, las cuales se realizan cada dos o tres meses en promedio, son el espacio en el que se encuentran todas las asociadas para discutir los temas inherentes a la microempresa. Las mujeres valoran ampliamente el proceso participativo como un logro que ha permitido mantener unido al grupo. De la misma manera, el reto de que todas las socias participen en las actividades y que las responsabilidades no recaigan exclusivamente en sus lideresas, ha sido afrontado mediante el establecimiento de algunos sistemas participativos como la delegación de responsabilidades, la división del grupo en comités y la especialización productiva.

Las anteriores estrategias de acción colectiva, como lo insinúan los trabajos de Robert Putnam (1994) y Ostrom (2003), cuentan con una determinada escala de valores como elemento mediador entre los actores; un asunto ético que constituye el principio fundamental para la construcción de redes solidarias. Particularmente, las mujeres asociadas distinguen el respeto como un elemento clave para mantener la armonía y el equilibrio de su asociación. La responsabilidad y la honestidad representan factores sin los cuales es imposible mantener la confianza entre ellas. La tolerancia es ampliamente nombrada, en especial en el momento de hacer comparaciones con otros grupos semejantes que han visto desaparecer por peleas internas y por la imposibilidad de dirimir sus propios conflictos. La solidaridad, por su parte, es un criterio que ha contribuido a mantener la unión del conjunto. Por último, el sentido de pertenencia a la agroindustria ha sido un mecanismo que refuerza la identidad y el apego para sacar al grupo avante. Este conjunto de valores y significados son normas tácitas que determinan la supervivencia de las organizaciones (Vergara, 1993).

Algunos supuestos culturales compartidos por las socias, como parte de los criterios esenciales de su unión asociativa, son: el sentido de trabajo y de superación; compartir los mismos ideales y el convencimiento de la necesidad de buscar apoyo en otras personas para alcanzar metas individuales; la perseverancia; el arraigo al grupo y al trabajo; la amistad y la valoración entre sí; la identidad de género, territorial, y sociocultural, de hecho, estas características son aspectos de los cuales toman sus nombres. Tales significados, en suma, representan códigos desarrollados por las participantes que han devenido en la agrupación solidaria. Así, los grupos son el resultado de un proceso histórico que ha finalizado en la institucionalización de un agregado de símbolos, creencias, valores y reglas compartidas entre el colectivo.

3. La multifuncionalidad de las agroindustrias

Las organizaciones de mujeres rurales del estudio son, con un especial acento, multifuncionales. Y son así, no solo por el origen del mundo campesino del que hacen parte, sino por la intrínseca visión femenina que les imprime especial complejidad y pluralidad a sus actividades. Además constituyen una contundente herramienta para armonizar la asimetría en las relaciones de poder impuesta por la hegemonía patriarcal.

Las socias aseguran que, gracias a su participación en las agroindustrias, han transgredido algunas relaciones de dominación en sus hogares, han hecho respetar sus espacios, asumiendo un control sobre sus propias vidas y definiendo límites entre la vida personal y familiar. Asimismo, las mujeres indican que ahora cuentan con el apoyo de la familia, dado que las responsabilidades domésticas ya no recaen exclusivamente en sus manos, como en el pasado, sino que los esposos y los hijos ahora colaboran más activamente en dichas labores. Una lideresa de Amurabi describe la situación así:

    (...) -lograr que- los esposos dejaran el machismo, fue una gran experiencia para nosotras... Los señores les decían a las señoras, váyase mija, váyase para Amurabi, vaya trabaje, haga lo que tiene que hacer y no se preocupe, yo me quedo acá con los niños; inclusive con obreros y todo. Decían que se fueran y ellos se quedaban cocinando para los obreros. Eso no se había visto... fue un logro en poco tiempo (e. 2009).

Es necesario recordar que las mujeres rurales realizan dobles y triples jornadas de trabajo debido a la escasa contribución de los hombres en los quehaceres domésticos (Cepal, 2007). En dicho escenario, las campesinas hacen uso de sus estructuras grupales como mecanismo de rechazo ante la opresión; una forma de resistencia como respuesta específica en contra de la esfera privada a la que han sido sometidas por casi siete milenios de dominio patriarcal.

En el plano personal, consideran que su participación ha mejorado notablemente su autoestima, puesto que les ha permitido sentirse capaces de salir adelante, han cambiado la rutina del hogar y aumentado sus relaciones interpersonales. El hecho de hacer parte de un grupo, conseguir nuevas amistades, compartir sus vidas por fuera del núcleo del hogar y establecer redes con diversas entidades, las hace sentirse importantes y son elementos de su autorrealización personal. Asimismo, las mujeres dan una alta valoración al hecho de mejorar sus capacidades comunicativas, disminuir su timidez, expresarse mejor, ser más sociables y perder el miedo a hablar en público.

Pero, además de la subordinación que han padecido en su condición de género, las campesinas son discriminadas en su posición de clase (Facio y Fries, 1999) y sufren con particular intensidad las penurias de la pobreza. Como se señaló, esta no es la carencia de bienes frente a las necesidades fundamentales, sino la privación de medios que impiden liberarse de ella. Dentro de tal contexto, las socias de las agroindustrias han adquirido diversas capacidades gracias a múltiples actividades educativas, ya sea en las tareas propias de la producción agroindustrial —transformación de alimentos o tecnificación de manufacturas—, como también en el campo de la gestión administrativa, contable y financiera. El 96,4% de las socias ha asistido a talleres agropecuarios, relacionados con temas de buenas prácticas agrícolas, crianza de animales domésticos y piscicultura, y ha asistido a cursos de empoderamiento, liderazgo y emprendimiento empresarial, entre muchos otros, situación que se manifiesta en las capacidades económicas que han adquirido durante el proceso asociativo. Al respecto una integrante de Asocañabraval asegura: "Las mujeres necesitan sus propios recursos para no estar dependiendo de sus esposos. Acá, en esta vereda, la mayoría maneja su propio dinero, ellas tienen sus propias gallinas, engordan marranos, su vaca de leche, y hasta un crédito hicieron" (e. 2009).

Los procesos llevados a cabo por estas organizaciones rurales se han reflejado en un marcado empoderamiento de las mujeres, no solo en el plano personal y familiar, como se ha descrito, sino también en el entorno comunitario. Así, algunas socias de las agroindustrias han buscado ocupar cargos de elección popular para los concejos municipales, como en los casos de Artesguavio, Asmucicot, Asocañabraval y Rosalita, con el objetivo de representar a las mujeres rurales en sus respectivos territorios. Sin embargo, ninguna de estas personas ha logrado, hasta la fecha, acceder a dichos escaños. No obstante, la experiencia organizativa ha impulsado el liderazgo comunitario en muchas de estas mujeres. Es común que las socias sean, a su vez, lideresas en sus propias veredas, ocupando la presidencia y otros cargos directivos en las Juntas de Acción Comunal,3 y sean también representantes de diversas organizaciones campesinas.

Tal vez la evidencia más categórica de la multifuncionalidad de las agroindustrias de mujeres rurales está representada en la gestión de proyectos sociales para sus comunidades. En efecto, Asocañabraval impulsó un proyecto de mejoramiento de vivienda —adecuación de saneamiento básico— junto con Fedemucc, con el cual se beneficiaron 250 familias del municipio de Caparrapí. La misma organización tramitó la construcción de un polideportivo veredal y una caseta comunal, que también funciona como sede de la agroindustria. Malavar hizo un bingo para la construcción de una escuela en la vereda y se consiguió un lote para un puesto de salud realizando bazares. Rosalita gestionó, ante la Gobernación del departamento de Cundinamarca, recursos económicos para la construcción y equipamiento de un jardín infantil en el pueblo. Amurabi construyó un kiosco con el propósito de que allí se capaciten niños y niñas de la comunidad. En otros casos, las agroindustrias ejecutan obras de trabajo social. Un ejemplo es el caso de Asomural, que maneja los recursos del adulto mayor del municipio y realiza actividades de recreación para esta población. Igualmente, varias microempresas del estudio han ayudado a formar otros grupos de mujeres, y colaboran consiguiendo charlas educativas para sus vecinos. Sin duda, estas organizaciones campesinas son fuente inspiradora de formas solidarias de convivencia.

Reconociendo todas estas plausibles externalidades que virtuosamente producen bienestar en las áreas rurales, los grupos fueron creados primordialmente para enfrentar la inequidad económica de sus miembros. En este aspecto las organizaciones han aumentado los ingresos del 74,1% de sus socias —en comparación con el 39,9% del promedio nacional rural según los datos de Cepal, 2007—. Esto es digno de resaltarse si se tiene en cuenta que el 44,4% de ellas no contaba con ningún tipo de entrada económica antes de conformar la agroindustria. No obstante, la cantidad de dinero obtenida por las socias es aún insuficiente, ya que la media de ingresos es de US $54 mensuales, derivados del trabajo efectuado en 58 horas mensuales en promedio, cantidad que aumentará de acuerdo con el proceso de crecimiento de las ventas. Creemos que lo más interesante, hasta el momento, radica en las capacidades humanas, sociales, económicas y políticas que las mujeres han adquirido durante su participación en las organizaciones como elementos ineluctables para escapar de la pobreza.

4. La producción agroindustrial

En contraste con un modelo económico uniformador, que pretende la homogenización y la monotonía de la producción, las campesinas a través de sus organizaciones productivas le apuestan a la diversidad entreverada. Así, las socias de Asocañabraval elaboran quesos y yogures; engordan pollos, crían cerdos, mantienen estanques piscícolas y una tienda comunitaria en la misma vereda. Las mujeres de Amurabi, procesan aperitivo y arequipe4 de café, además de preparar almuerzos y refrigerios contratados por diferentes entidades. Los miembros de Asomcalá fabrican panela pulverizada, concentrado orgánico para animales y mantienen una tienda comunitaria. El grupo de Asomural hace manjar blanco,5 salsa agridulce, pulpa y almibar de fruta, además de la administración de un restaurante; Malavar procesa yogurt y cría gallinas campesinas para una reconocida marca comercial y Asmucicot, además de productos artesanales de fique,6 elabora alimentos a base de soya. De esta manera, las mujeres asociadas recogen una de las principales enseñanzas de la economía campesina que consiste en "no meter todos los huevos en la misma canasta", sino apostar por la pluralidad, la multidiversidad, la poliactividad entrelazada.

Como se ve, la denominación de agroindustrias no corresponde en totalidad a su esencia, pero se ha optado por esta denominación sin desconocer la variedad polifónica de sus actividades. Puntualemnte, nos hemos concentrado en la transformación agropecuaria, por su capacidad de retener mayor valor agregado en las economías campesinas (Boucher, 1998; Requier-Desjardins y Boucher, 2005) y por la bondad que representa el hecho que pueda realizarse en ausencia del recurso tierra: privación con la que sobreviven cientos de miles de familias defenestradas y desposeídas en Colombia. En estas circustancias lejos de ser un sofisticado y virtuoso tejido entre agricultura, industria y cultura, la agroindustria constituye un reducto para resistir a la pobreza.

Antes se mencionó que, gracias al proceso organizativo, muchas mujeres han accedido a diversas actividades de capacitación y recursos económicos, hecho que ha tenido notable incidencia en los productos. Así, ocho organizaciones se encuentran realizando políticas de control de calidad y han estandarizado los procesos para favorecer la inocuidad de los alimentos. Además, cuatro de ellas cuentan con maquinaria e instrumentos adecuados para la transformación.

Las socias han incorporado distintas innovaciones a sus productos: Amurabi empaca las botellas del aperitivo de café en recipientes fabricados con bambú; Asomural agrega diversas frutas a su manjar blanco; Malavar diferencia su yogurt a través de la incorporación de frutas silvestres y la utilización de leche entera; Rosalita tiene un paquete para sus papas fritas con características similares al elaborado por las grandes industrias nacionales, competidores directos de su producto; Artesguavio, cuenta con un empaque para el café a base de cabuya; Asmucicot incorpora telas, cueros, forros, hilazas y ha inventado una marca y un logo para sus artesanías; y Asomcalá elabora panela pulverizada orgánica como sustituto del azúcar refinado.

En lo relativo a la estrategia de distribución, Amurabi y Rosalita son los grupos más exitosos en este aspecto, debido a que han ubicado sus productos en mercados formales. Cinco agroindustrias asisten a ferias donde exhiben sus productos; cuatro venden a través de la estrategia puerta a puerta; cinco han logrado tener contratos para comercializar; y las agroindustrias artesanales tienen o han tenido puntos de venta, donde se muestran sus productos. Si bien este es el punto más débil en todas las asociaciones y una limitante decisiva que detiene su crecimiento, las organizaciones han encontrado algunas estrategias individuales para vender sus productos.

Seis organizaciones señalan la ventaja de usar los recursos naturales presentes en el territorio como un elemento que les ha permitido disminuir costos. Amurabi produce su propio café en las fincas de las socias; Artesguavio utiliza el fique de los predios de las artesanas o lo consiguen a nivel local; Asocañabraval y Malavar compra la leche en su propia vereda; Asomcalá usa panela originaria de la caña de los miembros del colectivo; Asomural y Malavar emplean frutas cosechadas en la tierra de las mismas mujeres; y Natalí y Rosalita compran el vellón de oveja y papa, respectivamente, a precios favorables en las cabeceras municipales.

De hecho las organizaciones, pese a su modesta estructura productiva, demuestran su capacidad de beneficiar a otros campesinos de la comunidad al articularlos dentro de la cadena productiva. Entre los casos con mayor impacto está Amurabi, agroindustria que compra el café de cincuenta caficultores del municipio de Bituima, y Artesguavio que adquiere la cabuya de 28 fiqueros de la Región del Guavio. Asimismo, siete organizaciones han conseguido que más de la mitad de sus socias procesen la materia prima de sus propias parcelas. A nivel horizontal, cuatro organizaciones han establecido relaciones con otras empresas en el mismo territorio. Y el eslabonamiento hacia adelante, como se ha descrito, ha estado representado por las sinergias que han construido con los actores presentes en el territorio.

Este último aspecto ha sido definitivo para desarrollar diversas capacidades humanas manifestadas en la tecnificación de los procesos, el establecimiento de políticas de control de calidad, en las innovaciones en empaque y en la diferenciación de los productos.

Conclusiones

De acuerdo con el análisis expuesto, aseveramos que la organización exitosa de los grupos estudiados es el resultado de un proceso en el que mujeres próximas entre sí institucionalizaron algunos supuestos culturales compartidos, como la identidad de género, territorial y socioeconómica, además de fines comunes entre los cuales están la necesidad de adquirir ingresos económicos propios, salir de la rutina del hogar y trabajar conjuntamente para acceder a beneficios que individualmente sería muy difícil conseguir. Para ello existieron condiciones que, en nuestro concepto, fueron determinantes para desencadenar dicha acción colectiva.

Así, se hizo evidente la importancia de redes sociales con estrechos vínculos de proximidad y la necesidad de una lideresa colaboradora y persistente, con capacidad de convocar a otras mujeres para el trabajo asociativo. Las organizaciones fueron creadas a partir de un proceso autónomo originado por iniciativa de la misma comunidad o como respuesta ante la intervención de diversos proyectos de desarrollo. En todo caso, ningún actor externo agrupó a las mujeres sino que la organización fue la consecuencia de una previa construcción de capacidades por parte del tejido social.

Indudablemente fue necesaria la ampliación de las oportunidades políticas como elemento para catalizar las redes preexistentes. Las instituciones cooperaron con herramientas educativas y recursos económicos, aspecto que se convirtió en parte del proceso histórico de las agroindustrias. Lo anterior confirma que la organización debe partir de los mismos involucrados y que solo es posible incentivarse externamente hilvanando con las mismas comunidades los medios para favorecer la agrupación.

Las mujeres tuvieron que transgredir primero las relaciones patriarcales en sus hogares al hacer entender a sus maridos el derecho que tienen de realizar actividades productivas remuneradas y de contar con espacios por fuera del hogar. Este último aspecto es crucial, dado que muchas mujeres desertaron como resultado de problemas familiares ocasionados por el cumplimiento de sus responsabilidades con la asociación, situación que sugiere la necesidad de que las intervenciones sociales incluyan la perspectiva de género en todas sus actividades, para hombres y mujeres: ambos sexos víctimas del machismo expoliador de la equidad.

Por su parte, el mantenimiento de la actividad colectiva ha sido amparado por valores como el respeto, la responsabilidad y la tolerancia. Es común que muchos grupos similares se fragmenten por la incapacidad de edificar una determinada escala de valores. Del mismo modo, la proximidad entre las mujeres se encuentra mediada por la confianza, solidaridad y reciprocidad, lo que ha sido concluyente para el éxito organizacional. Relaciones interpersonales armónicas entretejidas por estos principios morales, en la práctica colectiva, conllevan a la participación democrática, a la legitimidad en la toma de decisiones y la efectiva distribución de los compromisos adquiridos.

Además de la importancia de encontrar mecanismos exitosos de autoorganización social, también es necesario constituir un buen negocio que permita a las agroindustrias cumplir con el objetivo de crear una fuente de ingresos para sus socias. Destacamos la preocupación que los grupos han tenido respecto a la calidad y la diferenciación del producto, lo que se ha logrado gracias a la adquisición de conocimientos adquiridos por medio de múltiples actividades formativas. El resultado final ha sido la estandarización de los procesos productivos, la diversificación, la innovación y el aprovechamiento de los recursos naturales presentes en el territorio.

En síntesis, hemos encontrado que la solidez de los lazos sociales constituye la característica más importante para el éxito organizacional y que otros elementos técnicos y gerenciales pueden ser transferidos con relativa facilidad por agentes externos, solo si existe un tejido humano consistente que le sirva de soporte.

Finalmente, estos grupos nos demuestran que, desde el punto de vista femenino, es posible construir marcos de convivencia más solidarios, retornar a las estrategias del "buen vivir" y repensar otras formas de forjar el bienestar. Las mujeres, con sus pequeñas organizaciones, nos manifiestan que, a diferencia del individualismo producido por el actual modelo económico, es posible concebir el "cuidado de sí mismo" –como en la cultura griega– y al mismo tiempo preocuparse por el bienestar de otros en la comunidad. Las agrupaciones nos expresan, con arraigada vehemencia, que las mujeres rurales ven el mundo con un especial holismo y que, de una vez por todas, debemos restaurar equitativamente el trabajo productivo y reproductivo, y edificar un nuevo horizonte epistémico que incluya la complejidad de su visión panóptica como criterio ineludible para salir de la pobreza.


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1Producto alimenticio del jugo de la caña de azúcar Saccharum officinarum.
2Hacemos referencia a una diversidad de instituciones que cooperaron con las organizaciones. Entre ellas están las alcaldías municipales, la Gobernación de Cundinamarca, y varias organizaciones sociales, entidades públicas, universidades, ONG, agencias de cooperación internacional, embajadas, gremios productivos y empresas privadas.
3Organizaciones vecinales en Colombia.
4Dulce de leche.
5Dulce de leche.
6Furcraea macrophy.


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