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Cuadernos de Desarrollo Rural

versão impressa ISSN 0122-1450

Cuad. Desarro. Rural vol.10 no.72 Bogotá jul./dez. 2013

 

Mujeres campesinas: resistencia, organización y agroecología en medio del conflicto armado*

Female farmers: resistance, organization and agroecology in the midst of armed conflict

Les femmes paysannes: résistance, organisation et agroécologie à la moitié du conflit armé

Zuluaga-Sánchez, Gloria-Patricia**
Arango-Vargas, Carolina***

*El presente artículo es producto de las investigaciones doctorales de las autoras realizadas en diferentes períodos desde 2007 hasta 2013.
**Ingeniera Agrónoma. Ms. en Paisaje y Territorio, PhD en Agroecología y Desarrollo Rural. Profesora Asociada Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: gpzuluag@unal.edu.co
***Antropóloga, Ms. en Antropología. Candidata a PhD Antropología Cultural. Universidad de Syracuse. Correo electrónico: carangov@syr.edu
****De manera muy especial agradecemos a las asociaciones de mujeres AMOY y la Corporación Vamos Mujer, por la colaboración en el presente trabajo.

Recibido: 2013-05-06 Aceptado: 2013-05-08 Evaluado: 2013-08-05 Publicado: 2013-12-30


Cómo citar este artículo

Zuluaga-Sánchez, G., & Arango-Vargas, C. (2013). Mujeres campesinas: resistencia, organización y agroecología en medio del conflicto armado. Cuadernos de Desarrollo Rural, 10 (72), 159-180.


Resumen

Este artículo está basado en dos procesos investigativos realizados con la Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombó (AMOY), localizada en una zona rural colombiana impactada por el conflicto armado, el cual ha ocasionado escasez y altos precios de los alimentos, entre muchos otros efectos. Se utilizó una metodología cualitativa con el objetivo de analizar los vínculos entre género y preservación de los medios de vida. Se encontró que las mujeres se han posicionado como productoras, pero ello tiende a despolitizarse, dado que su trabajo se percibe como una extensión de su rol de cuidadoras, lo que obstaculiza el logro de mayores transformaciones sociales en cuanto a la consecución de la igualdad de género .

Palabras clave autoras: Organización de mujeres campesinas, género, conflicto armado.

Palabras clave descriptores: Ruralidad, mujeres trabajadoras, transformación social, agricultura, resistencia civil, Colombia.


Abstract

This article is based on two research projects conducted with the Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombó (AMOY), located in a Colombian rural area impacted by an armed conflict that has caused scarcity and high food prices, among many other effects. A qualitative methodology was used in order to analyze the links between gender and the preservation of livelihoods. It was found that women are positioned as producers, but it tends to be depoliticized because their work is perceived as an extension of their role as carers, hindering the achievement of major social transformations in terms of attaining gender equality.

Keywords author: Rural women's organization, gender, armed conflict.

Keywords plus: Rurality, women workers, social transformation, agriculture, civil resistance, Colombia.


Résumé

Cet article est basé sur deux processus de recherche faits avec {'Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombo' (AMOY) (Association de Femmes Organisées de Yolombo), située dans une zone rurale colombienne touchée par le conflit armé qui a causé le manque et les hauts prix des aliments, entre beaucoup plus d'autres conséquences. Pour cela, il a été utilisé une méthodologie qualitative visant à analyser les liens entre le genre et la préservation des moyens de vie. Il a été trouvé que les femmes ont obtenu une place comme des productrices, mais ceci a la tendance à se dépolitiser, étant donné que son travail se voit comme une extension de son rôle de gardiennes, ce qui gêne l'obtention de plus de transformations sociales en ce qui concerne l'obtention de l'égalité de genre.

Mots-clés auteurs: Organisation de femmes paysannes, genre, conflit armé.

Mots-clés descripteur: Ruralité, travailleuses, transformation sociale, agriculture, résistance civile.


Introducción

La Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombó (AMOY), es una organización de mujeres campesinas que viven en contextos de agricultura familiar, donde predomina la producción de cultivos de caña y de café en pequeños predios. Históricamente, en esta zona rural ha prevalecido la pobreza y una mínima atención estatal, lo que ha propiciado una situación de violencia estructural, expresada en formas de violencia cotidiana y política, esta última relacionada con el conflicto armado (Castro y Farmer, 2003, p. 30)1. En concreto, estas mujeres han sufrido la violencia del conflicto en distintos momentos y han sido víctimas de extorsiones, masacres, intimidaciones, y desplazamientos forzosos, entre otros hechos atroces.

Debido al empobrecimiento de los medios de vida de las comunidades rurales como consecuencia de lo anterior, las mujeres se han visto obligadas a asumir nuevas responsabilidades, tanto económicas como políticas. De ahí que, desde hace quince años, AMOY adelanta proyectos de producción agroecológica con la asesoría de la ONG Corporación Vamos Mujer2. Estos proyectos se han enfocado en la producción de alimentos para el autoconsumo y de excedentes para la venta local, lo que ha incluido capacitación técnica agroecológica, acceso a créditos a bajo interés, insumos ecológicos, tecnologías apropiadas y apoyo al fortalecimiento organizativo de las mujeres. La actividad humana, concretamente el trabajo realizado por las mujeres, ha enriquecido los sistemas ecológicos locales debido a la gran agrodiversidad manejada en el proyecto (ochenta y siete plantas diferentes y seis especies animales), y en consecuencia, ha mejorado los medios de vida, la situación alimentaria y los paisajes rurales de su comunidad. Paralelamente, este trabajo ha incidido en su participación sociopolítica.

El presente artículo es producto de las investigaciones doctorales realizadas por las autoras en diferentes períodos desde 2007 hasta 2013. Seleccionamos esta asociación como asunto a investigar dada su larga trayectoria organizativa, y debido a que ha logrado mantenerse en el tiempo a pesar del contexto sociopolítico hostil en el que se desarrollan sus actividades. Además, esta asociación es referente dentro de la región del nordeste y es vista como modelo a seguir por otras organizaciones. Igualmente, tiene gran reconocimiento entre las instituciones públicas municipales así como en otras organizaciones comunitarias y las ONG del ámbito regional y del movimiento social de Mujeres en Antioquia. Dados estos dos factores—la trayectoria organizativa y el contexto de conflicto socio-político— y a pesar de que los procesos investigativos se generaron de diferente manera, encontramos que teníamos preguntas similares: ¿Qué efecto tiene la guerra en las mujeres campesinas y cómo resisten las consecuencias? ¿Cuál ha sido el impacto material del trabajo agroecológico de AMOY para las mujeres? ¿Qué cambios ha generado en los imaginarios de género?

Quisimos explorar en concreto cómo AMOY, en tanto asociación de mujeres campesinas organizadas, ha tejido hilo a hilo, paso a paso, iniciativas y propuestas que intentan romper con el modelo heredado de discriminación, y hacen frente al dolor y a la precariedad generada por la confrontación político-militar. Ellas son quienes han hecho posible y vivible la vida en medio del conflicto armado, de la exclusión social y económica de sí mismas y de otros. Si bien la experiencia que relataremos pareciera de pequeña escala y de poca trascendencia en medio de esta difícil situación, también hay que afirmar que es posible, creíble y de gran valía, puesto que ha generado impactos positivos y concretos en la vida de las mujeres y sus familias, así como en el medio ambiente. Parafraseando a Boaventura de Sousa Santos (2005), las alternativas sociales tienden a pensarse de un modo totalizador, lo que tiende a desanimar y desmovilizar las iniciativas pequeñas, puesto que los cambios a gran escala parecen inalcanzables. Por ello debemos ampliar la perspectiva de los cambios locales y presentes, pues si son alternativas de presente tendríamos más posibilidades de futuro.

1. Metodología

La metodología utilizada para la realización del trabajo fue cualitativa y basada en las técnicas etnográficas. Dentro de este marco metodológico las principales técnicas de recolección de información fueron: las entrevistas, los talleres, los recorridos de campo y la observación participante en diferentes espacios. Con ello se buscó establecer contacto con el mayor número posible de socias de AMOY. Mediante la inmersión en el contexto y nuestras observaciones, seleccionamos cinco mujeres para realizar entrevistas en profundidad y visitar sus fincas, y así describir y analizar sus experiencias agroecológicas, previo consentimiento suyo3. La elección se basó en el criterio de que hubieran realizado transformaciones que incluyeran reconstrucciones, reapropiaciones y reinvenciones agrarias como posibilidades de estar y permanecer en territorios concretos.

Adicionalmente, sostuvimos distintas conversaciones con las integrantes del equipo de la Corporación Vamos Mujer. Acompañamos a las mujeres en su día a día en el trabajo en las fincas; participamos en reuniones asamblearias y reuniones entre el equipo de Vamos Mujer y AMOY; en espacios de encuentros con otras organizaciones a escala regional y departamental, ferias de mercado y sostuvimos permanente comunicación de tipo informal con las socias. Realizamos una revisión documental con miras a reconstruir la historia de la Asociación de Mujeres. Cabe resaltar que el trabajo de campo realizado está ligado a los proyectos desarrollados entre AMOY y Vamos Mujer, lo cual facilitó el acercamiento a las socias de la organización rural.

A continuación describiremos brevemente las técnicas utilizadas:

Talleres

En el trabajo de Zuluaga (2011), se escogió la realización de talleres para la obtención de información, pues esa técnica permitió a las socias participar en el análisis y construcción conjunta de conocimiento. En concreto se realizó un taller de cartografía social, por medio del dibujo y mapeo de los predios, con el propósito de conocer las prácticas y las transformaciones agroecológicas que las mujeres han realizado. Entre los mapas del antes y el después se hicieron comparaciones para discutir, interpretar y hacer conciencia relacional sobre el espacio que han transformado y construído. Ello también permitió visibilizar el significado del trabajo de las mujeres campesinas. En los otros dos talleres realizados recopilamos información sobre la diversidad agroecológica y el acceso a la tierra.

La visita a los predios, la observación y las conversaciones

Realizamos un acercamiento preliminar mediante la participación en distintas actividades de la organización como reuniones, ferias de comercialización, recorridos de campo y visitas a los predios de las mujeres. Todo ello por medio de un contacto vivencial, lo que permitió adentrarnos y observar de forma crítica, con intencionalidad de recoger la información, y teniendo en cuenta nuestros objetivos. Las visitas se realizaron, en algunos casos, en compañía de las asesoras de Vamos Mujer y en otros con las campesinas de las organizaciones que tienen algún cargo directivo.

Entrevistas semiestructuradas

Desarrollamos dos tipos de guías de entrevista que abarcaron los temas por tratar; la idea fue generar confianza y respeto por aquello que las mujeres querían narrar para así recopilar su experiencia en la organización. Para el análisis usamos el concepto de "narrativa" lo cual implicó entender lo contado por las mujeres como una reconstrucción de la experiencia subjetiva (Somers, 1994). Uno de los principios que aplicamos durante las entrevistas, fue el de la sensibilidad, de modo que evitamos enfocarnos excesivamente en testimonios de episodios sufridos durante la guerra, lo cual podría revictimizar a las mujeres; en cambio, dejamos fluir las historias a su ritmo. Según Behar (1996) esa aproximación reivindica el rol de la intersubjetividad y de las emociones en el proceso de investigación como recurso epistemológico. Buscamos relacionar las narrativas de sufrimiento con las de agencia individual y colectiva, y estas con el macrocontexto, como propuesta ética y metodológica para resolver nuestras preguntas de investigación (Babbit, 2001; Cole y Knowles, 2001).

2. Contexto

Si bien el conflicto armado colombiano no se manifiesta de igual forma en todo el territorio nacional y su intensidad cambia constantemente, en el caso del nordeste antioqueño, donde se ubica el municipio de Yolombó, son reiteradas las disputas territoriales entre distintos grupos armados legales e ilegales (paramilitares, guerrillas, delincuencia común y fuerzas armadas regulares), los que han desarrollado prácticas de asesinato selectivo, secuestro, desaparición, extorsión y desplazamiento forzado de personas. En la zona rural del municipio se perpetraron tres masacres en los años de 1998, 1999 y 2001, cuando fueron asesinados cerca de cuarenta hombres y quedó un panorama de muerte y desolación. De estas masacres, una de las que más afectó a la organización de mujeres ocurrió el 18 de noviembre de 1998, en la vereda Pantanillo. Aproximadamente doscientos combatientes del bloque paramilitar "Metro" se tomaron el área en represalia por el ataque a la vecina población de Machuca, perpetrado por la guerrilla del ELN. Como en muchas otras comunidades campesinas, los paramilitares acusaron a la población local de colaborar con la insurgencia y la aterrorizaron. De acuerdo con el personero del municipio, se calcula que hasta dos terceras partes de la población de Yolombó han sido afectadas por la violencia política (comunicación personal)4.

Distintas investigaciones han señalado que en los conflictos armados, la mayoría de sobrevivientes son mujeres (Defensoría del Pueblo, 2008; Casa de la Mujer, 2007). Cuando se enfrentan a la viudez o al abandono, quedan solas para cumplir, además de la labor asignada del cuidado, el rol de proveedoras, este último tradicionalmente asignado a los hombres. En los casos en que se enlistan en las filas de los ejércitos ilegales, si bien las mujeres deben afrontar rupturas frente al modelo de feminidad hegemónico de la vida civil (en parte para demostrar que son "tan capaces" como los hombres), suelen asumir labores vinculadas con su papel doméstico (cocinar, lavar, atender enfermos, etc.), al igual que mujeres no combatientes (Londoño, 2005). En este sentido, podemos decir que la guerra exacerba las divisiones y los tradicionales roles de género.

Para Cynthia Enloe (2000), los complejos militares se basan en una ideología masculinizada derivada de una concepción binaria del sistema sexo-género, en la que se naturalizan los roles de género, es decir, las mujeres son vistas como débiles y los hombres como guerreros. Ese binarismo se extiende a todos los aspectos que organizan la guerra e incluso la paz. Enloe ha demostrado cómo la guerra y la militarización se organizan y articulan alrededor de rígidas construcciones socioculturales de género, en que se acentúan concepciones masculinizadas del mundo y de la política, que han excluido e invisibilizado históricamente a las mujeres. Así, no solo se perpetúa la idea de que la guerra es un asunto de hombres sino que la política y el debate deben ser también dominados por ellos, a pesar de que las mujeres realicen un sinnúmero de trabajos "manuales" para sostenerla. En su famoso trabajo Bananas, Beaches and Bases (1990), Enloe argumenta que la militarización florece justamente porque mantiene y refuerza esas construcciones de género.

Otro fenómeno que se observa en este territorio y que pone de manifiesto la importancia de la dimensión de género en los efectos de la guerra, es la denominada feminización de la economía campesina. Ya que muchos de los hombres han sido asesinados o han emigrado en búsqueda de nuevas fuentes de trabajo, o se han vinculado a la guerra en cualquiera de los bandos5, las mujeres quedan al frente de los sistemas de producción, del cuidado de los niños, niñas y personas de mayor edad, sin empleo y con muchas dificultades para asegurar la subsistencia. Esto ha derivado en una importante transformación de las dinámicas poblacionales, territoriales y de género.

Este difícil contexto ha llevado a que las mujeres deban asumir en mayor medida, no solo las tareas agropecuarias, sino los trabajos y roles comunitarios, lo que tiene profundas implicaciones en cuanto a la transformación de las relaciones sociales, económicas y culturales, así como de la vida local en general. Como lo ha expresado Harcourt (2010), estas situaciones suelen sobrecargarlas, lo que les supone mayores tensiones y presiones para compatibilizar y flexibilizar el trabajo reproductivo, productivo y asistencial que la sociedad espera que ellas realicen. Pareciera que las mujeres pudieran prestar cuidados a todos y a todas horas, con independencia de los recursos que reciben. Así, las condiciones propias de las mujeres son de mayor vulnerabilidad, ya que enfrentan en soledad las consecuencias de la violencia, lo que agudiza las limitaciones materiales y simbólicas mediante las cuales se prescriben los roles de las mujeres a lo doméstico, y así se obstaculiza su participación en las esferas económica y política.

3. Tejer agroecosistemas diversos para la vida

Conscientes de las consecuencias que implica el conflicto armado y la agudización de la pobreza, debido a la desestructuración de la economía campesina y a la ausencia de atención estatal apropiada y eficiente, AMOY en compañía de Vamos Mujer —ONG feminista y pacifista que las asesora y acompaña desde sus inicios— comenzaron a trabajar la agroecología entre los años 1995 y 1996, con el fin de producir alimentos para garantizar su disponibilidad y acceso para el autoconsumo y la venta local como un asunto estratégico.

El planteamiento que fundamenta el proceso tiene que ver con tres aspectos: mejorar las condiciones materiales de vida de las mujeres campesinas, hacer frente a las consecuencias dejadas por la violencia y cuidar el medio ambiente. Respecto de esto último, se busca que la producción no deteriore la base de los recursos naturales, pues se parte de entender que la agricultura campesina depende del uso sostenido del capital ecológico (tierra, agua y agrobiodiversidad), y del capital humano (trabajo y conocimiento). También se tiene en cuenta que los cultivos y animales no dependan de insumos externos; que puedan ser establecidos en parcelas cerca de la casa y que sean parte fundamental de la dieta alimenticia.

La producción se hace en los predios de cada una de las familias, sin agroquímicos, con semillas nativas, en sistemas de policultivos y con algunas tecnologías apropiadas como secadores solares, estufas eficientes, biodigestores y biopreparados, que buscan un uso y manejo óptimo y racional de los recursos. Además, se hace énfasis en la protección ambiental, referida básicamente al manejo, reciclaje, reutilización y disposición final de residuos, al cuidado de las fuentes de agua, a la siembra de árboles para leña, a la recolección y almacenamiento de agua lluvia, así como a la construcción y mantenimiento de terrazas para cultivos (Cárdenas y Zuluaga, 2009). En la figura 1 puede observarse la labor en las huertas, donde se cultivan alimentos para el autoconsumo.

Queremos resaltar aquí las transformaciones realizadas por las mujeres de AMOY, puesto que es evidente el incremento en la variedad de plantas, animales y tecnologías. En este caso, la mayoría de los recursos son propios y autocontrolados; la producción y el consumo se dan casi siempre en la misma unidad doméstica o en la localidad, de forma más integral (Cárdenas y Zuluaga, 2009). Esto significa, que el trabajo y las actividades desarrolladas por las mujeres, a partir de sus propias capacidades, les permite reducir la dependencia de las fuerzas y agentes externos.

En la figura 2 se observa un dibujo realizado por una de las mujeres, en el cual se resalta la integración existente entre la casa y el predio donde se ubican sus producciones, lo que es estratégico dado que pueden combinarse las labores reproductivas y las propiamente productivas, y convierten aquel en un espacio fuertemente feminizado. En la figura podemos observar la casa, los animales y las plantas, no como una serie de objetos dispuestos al azar en el espacio, sino que nos sugiere una intrincada red en que participan elementos naturales, en interacción con un conjunto de apropiaciones tecnológicas, económicas, culturales y políticas, que son al mismo tiempo formas y contenidos con sentido.

Como resultado de estas intervenciones se ha logrado un incremento de la diversidad de especies animales y vegetales cultivadas en áreas pequeñas (más de ochenta y siete especies vegetales y seis especies diferentes de animales en predios menores de 0,5 hectáreas), que funcionan como sistemas de conservación in situ de la biodiversidad. Para el caso de los animales, sobresale la crianza de especies menores como las aves (gallinas criollas, pollos y codornices), los cerdos, las cabras y los conejos; mientras que entre los vegetales prevalecen los cultivos de frijol, yuca, plátano, maíz, hortalizas y frutales (54%). Dentro de la vegetación, otro componente es el de los pastos, forrajes y leguminosas (20%), los cuales contribuyen indirectamente a la alimentación humana, vía oferta de proteína animal. También se cultivan las plantas medicinales y aromáticas (19%) y, en menor porcentaje, las leñeras (7%). Estas parcelas constituyen pequeños parches o fragmentos de biodiversidad que reparan la salud de los agroecosistemas. Además, hay que señalar que esta agrobiodiversidad tiene un alto contenido de género, dado que es tejida por los intereses y necesidades de las mujeres campesinas en su tarea de generar alimentos para sus familias a la vez que se constituyen como sujetos con autonomía.

Muchas de estas transformaciones se han facilitado por estar en el marco del proyecto de la asociación, la cual, además de constituir un espacio político, es ante todo lugar de transformación cultural que propone creatividad, apertura e innovación. Así, la propuesta de la ONG u otros actores con los que ellas interactúan en las distintas redes de agroecología, les permiten recibir elementos de otros lugares y de otros actores, lo que las lleva a re-pensar sus propias prácticas—desde las agrícolas hasta las de consumo—y esto genera una apertura a nuevas maneras y experiencias, situación que podemos leer en sus propias palabras: "Yo era muy tradicional y escrupulosa, no me gustaba comer cosas raras,pero ahora hasta chachafruto6 como (...) ¡Y yo que creía que esa era comida de pájaros!". Asimismo, este trabajo ha llevado a algunas a dotar su quehacer, sus relaciones y su contexto sensible de nuevos sentidos políticos:

Las semillas significan muchas cosas. Son alimento, trabajo y cuidado del medio ambiente (...) cuidamos el medio ambiente cuando cultivamos diversidad con nuestras propias semillas. Cuando las intercambiamos con otras agricultoras, también estamos haciendo que no se pierdan, porque ya las van a tener otras personas (...) Tener semillas también es político, porque podemos decidir qué cultivar, cómo cultivar (...) también estamos ayudando a que en el futuro hayan [sic] semillas variadas y que otros agricultores tengan semillas (...) yo me sueño con que la organización de mujeres tenga una colección de semillas bien bonita.

Así pues, es importante resaltar que el desarrollo de esta conciencia del poder transformador de la agroecología va ligado a la adquisición de una mayor autonomía para las mujeres. Estos relatos nos permiten leer la existencia de una conciencia que va más allá del mero uso instrumental de la agrobiodiversidad, dado que se plantea la necesidad de que el uso esté acompañado del conocimiento y la conservación de los mismos recursos, de forma tal que permita la existencia presente y futura de estas especies y conocimientos. Como lo ha expresado Rocheleau (2007), estos son relatos alternativos de creación de ecologías, que funcionan como un ámbito de conectividad con la posibilidad de subsistencia, sostenibilidad y participación social, contrapuestas a los relatos dominantes que conciben la agricultura como una máquina de crecimiento y un motor económico de acumulación de capital. Hay también allí una moral directa, subjetiva y práctica, de la vida frente a la eticidad abstracta del Estado o de la sociedad, con la peculiaridad de que intentan rediseñar sus comportamientos en consecuencia con sus valores. Además, las prácticas aludidas se inscriben en un quehacer del cuidado y no del mercado (Novo, 2003).

Queremos resaltar que la estrategia de manejo que hemos descrito les ha permitido incidir sobre el control de uno de los recursos productivos más importantes, las semillas, pues se ha logrado salir, aunque sea de forma parcial, del círculo de la mercantilización de la agrobiodiversidad, lo que permite a su vez ampliar e incrementar la capacidad de decisión. Como lo han expresado Rocheleau, Thomas y Wangary (2004), domina la idea de la conservación de la naturaleza como algo independiente de la producción. Los conservacionistas dividen el hogar, el lugar de trabajo y el hábitat en tres campos distintos: las mujeres en la "casa", los hombres en el "lugar de trabajo" y las especies protegidas en "habitats silvestres', desprovistos de humanos. Por ello, la práctica comunitaria de conservación de semillas, de suelos y aguas, difícilmente entra en la visual de las concepciones científicas y de los expertos de la conservación de la biodiversidad, donde se privilegian los inventarios de especies con sus políticas de áreas protegidas pero sin gente.

También es importante mencionar que las mujeres, en sus actividades, tienden a usar y manejar mayor diversidad ecológica (número de especies de flora y fauna), pero a pesar de su riqueza biológica, estos sistemas diversos han sido ignorados porque no generan dinero a corto plazo, y porque están vinculados con el ámbito de la reproducción asignada a las mujeres; por esto, consideramos que su valoración debería estar más en relación con indicadores como los de bienestar humano y sostenibilidad ambiental, que de economía monetaria y desarrollismo.

Es importante señalar que la salud y sostenibilidad de estos agroecosistemas es, en buena medida, el resultado de una extensión de los roles que se les ha asignado a las mujeres como cuidadoras, no solo de su entorno inmediato (hijos, padres o maridos), sino también del medio ambiente (plantas, animales, agua, suelos, etc.). Así, la alta diversidad de estos ecosistemas es causa y consecuencia de esa función que implica custodiar, preservar y nutrir; es decir, ganan diversidad porque están en manos de las mujeres, y en la medida que son más biodiversos están más feminizados, lo cual los aleja de los monocultivos que tienen como prioridad el mercado y que han estado tradicionalmente a cargo de los hombres (Sabaté, 2000).

4. AMOY: construir alternativas en medio del conflicto, la pobreza y la desigualdad

El conflicto armado, en el caso concreto de los sistemas de producción y abastecimiento, afecta gravemente las redes de ayuda, intercambio y provisión de alimentos, agua, semillas, animales, insumos necesarios para la producción; así como los sistemas de transporte y comercialización. Ello no solo produce el encarecimiento inmediato de los alimentos, sino que compromete su disponibilidad y acceso, así como la existencia misma de la agricultura, la agrobiodiversidad y el conocimiento tradicional de las poblaciones rurales (FAO, 2005). Por tanto, amenaza la permanencia de comunidades campesinas en las áreas rurales, pues el conflicto se ancla a una situación histórica de violencia estructural, que tiene entre sus múltiples efectos el desplazamiento y/o el empobrecimiento (Consejo Noruego de Refugiados, 2013)7.

Todos los grupos armados, de cualquiera de los bandos que han tenido presencia en este territorio (guerrilla, paramilitares, ejército), han presionado a las familias para que les vendan o suministren comida de modo gratuito, y en otros casos se han apoderado de los productos agrícolas y pecuarios. Ello ha forzado a que muchas familias abandonen sus fincas o disminuyan las producciones hasta cuando consideran que el riesgo se ha reducido. Esta es una estrategia de sobrevivencia, o una postura de no auxiliar a ningún grupo armado. Veamos la situación en algunos de los testimonios de las entrevistadas:

Los actores armados presionan mucho (...) presionan negativamente, y por eso es que uno se mantiene muerto del miedo. Eso hace que muchas personas dejen tirados los proyectos (...); Ellos llegan a las casas y van cogiendo los cerdos y los sembraos [sic] (...) Ni siquiera piden permiso, y si uno les dice que no, ellos de igual forma se van a llevar lo que quieran (...); Donde no hubiera violencia los pedacitos de tierra podrían cultivarse y no habría tanta hambre(...); El miedo a las minas [antipersonas] y el hecho de tener que huir como desplazados hace que las personas no cultiven (...); Por miedo a la muerte la gente vende a cualquier precio la tierra.

Como vemos, cuando el conflicto se presenta, amenaza los modos de vida local, el tejido y la cohesión social, por lo que buena parte de la población entra en lo que James Scott (2007) denomina la resistencia cotidiana y silenciosa. El autor plantea que los grupos campesinos suelen desarrollar distintas estrategias, como alternativas prácticas de resistencia, que pueden ser adaptativas a contextos hostiles. Estas no siempre son de abierta confrontación, conflicto o acción colectiva, sino que, en la mayoría de las oportunidades, son prácticas furtivas, falsa sumisión, ignorancia fingida, calumnia, etc., que no suelen requerir planeación o coordinación. También estarían aquellas estrategias de resistencia simbólica o ideológica, como parte integral de la posición de clase; esto implica que muchas sean ejercidas de forma permanente o continua. El objetivo de este tipo de resistencias no es derribar el sistema sino sobrevivir y persistir dentro de este.

En este orden de ideas y en la medida en que el derecho a la alimentación se ve vulnerado (FAO, 2005; Vélez, 2008)8, las mujeres de AMOY tienen como agenda la producción de alimentos agroecológicos con el fin de garantizar el sustento familiar y por ende, la supervivencia; puede, por tanto, leerse como un acto de resistencia. Pese a ello, este quehacer es considerado de manera arquetípica como una tarea desprovista de contenido político y propia de las "buenas madres", que trabajan para obtener y garantizar la supervivencia de los hogares. Adicionalmente, en esta construcción cultural, el cuidado del medio ambiente que suponen las prácticas agroecológicas aparece como una extensión del rol de cuidadoras en el ámbito doméstico. Así pues, en apariencia, sus prácticas y trabajo agroecológico fortalecen su rol tradicional en tanto estos se solapan con los deberes asignados a las mujeres (vinculados al cuidado familiar mediante la procura del alimento), y parecería que no cuestiona el status quo político y el orden social de género. De ahí que las mujeres de AMOY no sean consideradas como una amenaza por parte de los diversos actores del conflicto armado, esto las ha sustraído parcialmente de la arena de la confrontación política, y les ha permitido resistir, sobrevivir y permanecer en el territorio.

La zozobra e incertidumbre generalizada en la zona, produce miedo y tiene un impacto en la vida cotidiana de las mujeres de la organización, al inmovilizar y crear desesperanza. Veamos uno de los testimonios de las entrevistadas al respecto:

Un día estábamos en un taller, y dijeron que habían llegado los paracos (...) Nos encerramos, porque nos dio mucho miedo (...) estuvimos por horas encerradas esperando que pasara todo. ¿A quién iban a matar y por qué? Al final de la tarde salimos, cuando había seis muertos dizque por apoyar a la guerrilla. Por la cabeza se me pasaban los hijos, parientes, vecinos (...) pensé tantas cosas malas. ¿Por qué nos tiene que pasar esto?.

En este estado de cosas, en que la sobrevivencia llega al límite, surgen alternativas inesperadas, creativas y resilientes que permiten construir iniciativas para que la vida sea posible. Parafraseando a López (2004), la vida pese a todo resiste en los bordes, y es allí donde las mujeres doblan sus fuerzas sobre sí mismas, se ponen a prueba, se transforman y construyen alternativas de salida, no como una fuerza ejercida contra otros, sino como una fuerza desplegada para regenerar y para transformar con la ética del cuidado; así, sus acciones se traducen como un hecho de resistencia y creatividad.

Otra expresión del conflicto, ha sido la prohibición explícita de realizar reuniones, lo que ha desestructurado muchas formas organizativas regionales, en particular, aquellas donde la participación es masculina, pues las dinámicas de la guerra suelen señalarlos como auxiliadores de cualquiera de los bandos y les reconocen una capacidad de actuación política, a diferencia de las organizaciones netamente femeninas. Es probable que esto contribuya a explicar el incremento observado, a escalas local, regional y nacional, de organizaciones de mujeres alrededor de iniciativas propias o promovidas por el Estado, muchas de ellas direccionadas a aliviar efectos colaterales del conflicto y de la pobreza, lo que viene a incrementar la ya larga y difícil jornada de trabajo de las mujeres.

Algunas autoras han señalado que muchas de estas organizaciones y programas instrumentalizan el género porque perciben a las mujeres como objetos de intervención o de asistencia, por lo que diseñan proyectos que prolongan los roles tradicionales, como cuidadoras de la familia, lo que se hace extensible a ser preservadoras y protectoras del medio ambiente y sostenedoras de la vida en general (Aguiari, 2012; Belausteguigoitia, 2012; Puleo, 2007). Otras, entre tanto, ven a las mujeres como agentes de su propia transformación y al colectivo como vehículo de desarrollo y de demanda de autonomía.

Es importante señalar que, a pesar de la relevancia de estas asociaciones, la sociedad en general no las concibe como un actor político protagónico, debido a que siempre se las asocia con su papel doméstico y de auxiliadoras en distintos tipos de crisis, es decir, cuando reproducen los roles "propios" de su género: madres, esposas, enfermeras, trabajadoras sociales, etc. Así, en muchas oportunidades las iniciativas se orientan a aliviar la pobreza, a atender situaciones de crisis alimentaria o a resolver otros tipos de emergencia humanitaria causada por el conflicto armado.

En el caso concreto de esta investigación, los proyectos de las mujeres tejen sistemas agroecológicos a partir de una gran cantidad de trabajo no asalariado, y su finalidad principal es satisfacer las necesidades familiares, primordialmente el sustento, con el fin de hacer disponibles alimentos, agua y energía, elementos centrales en la sostenibilidad de la vida. Pero difícilmente ello se visibiliza y valora como trabajo de producción y conservación válido o legítimo, y menos como actividad política. Dado que el trabajo productivo, de hecho se solapa con las labores reproductivas, como hemos explicado anteriormente, el trabajo agroecológico y ambiental de las mujeres es percibido como una extensión de sus obligaciones de cuidadora.

En consecuencia, este impacto en lo ecológico y económico no necesariamente es conducente a una concepción más igualitaria del género ni a una mayor participación política de las mujeres. Por el contrario, en la medida en que hay más trabajo y más responsabilidades para ellas, se acentúan las desigualdades de género, lo que impacta de forma negativa sus cuerpos y sus territorios (Krishna, 2012). La sociedad en su conjunto espera que el trabajo de las mujeres sea flexible y se adecúe a todas las situaciones insólitas, de manera que puedan prestar su asistencia en un sinnúmero adicional de tareas, sin que les sea reconocido económica y políticamente. Esto tiene que ver con una construcción social de la feminidad, en quela identidad se asocia con la entrega y el sacrificio a costa de su propio bienestar, tanto físico como mental (Harcourt, 2011)9. En este mismo sentido, las consecuencias de la guerra y del deterioro ambiental, terminan asumidas por las mujeres de manera invisible y a costa del bienestar de sí mismas.

No obstante, creemos que la existencia de esta organización y el trabajo sostenido que ha realizado junto con Vamos Mujer, a lo largo de los años, ha generado importantes transformaciones en las mujeres y en sus familias. Consideramos que, la posibilidad de construir presente y futuro para ellas, reside en la capacidad de crear otro territorio en lo local, de resignificarlo y reorganizarlo desde una perspectiva de género. En este sentido, las mujeres de AMOY hacen y concretan un futuro desde el hoy, lo que se expresa en la acción material y simbólica de construir lugares para que la vida sea posible, para que la vida resida en espacios poblados de sentidos, contenidos, significaciones y sistemas alternativos de ser y estar.

Para las mujeres campesinas que participan en esta organización, el trabajo agroecológico tiene múltiples sentidos y beneficios. En sus propias palabras, les permite socavar la pobreza y construir autonomía:

Cultivar alimentos es enfrentar el hambre y la pobreza (...); uno trabaja para tener comida y así les inculca cosas a los hijos para el futuro (...); antes todo lo comprábamos en la tienda, íbamos diario y todo era fiao, ahora no volvimos a comprar ni huevos, ni carne, ni verduras (...) ahora comemos de lo que cultivamos (...); sembrando muchos cultivos tenemos nuestra propia comida, esto nos da autonomía.

Así pues, con base en las experiencias de estas mujeres organizadas, podemos afirmar que aunque la experiencia de AMOY es de pequeña escala y pareciera que su impacto es limitado, ha generado cambios positivos en varias esferas, que van desde ellas mismas, pasando por la organización, sus familias y el medio ambiente.

5. Reflexiones finales

En este artículo hemos explorado cómo el conflicto armado afecta a una comunidad campesina, con énfasis en la manera como trastoca la vida de las mujeres, a la par que mostramos sus procesos organizativos para enfrentar la violencia y la desigualdad de género, cómo construyen prácticas ecológicas positivas, al tiempo que crean formas de resistencia cotidiana que hacen posible la supervivencia y garantizan, por ejemplo, el derecho a la alimentación. Finalmente, nos referimos a las dificultades que reviste el reconocimiento del carácter político del trabajo agroecológico que realiza AMOY, en tanto es una labor desarrollada por mujeres en medio del conflicto, y que es percibida como una extensión de sus roles asistenciales y de cuidadoras. Esto porque el sistema sexo-género que estructura las relaciones sociales, del mismo modo organiza los papeles en la guerra y el trabajo rural; por ello, es crucial reconocer y estudiar esta dimensión para visibilizar las consecuencias en las comunidades más afectadas, así como la capacidad de las mujeres de agenciar e incidir en esa compleja realidad.

Es usual referirnos a los conflictos armados, en especial, desde el punto de vista del número de hombres en el frente o de bajas en los combates, de los hechos violentos, es decir, de la violencia evidente. Sin embargo, la guerra impacta la vida cotidiana y doméstica de las personas, y de manera fundamental y crítica, la vida de las mujeres que se quedan en sus hogares y en los campos al frente de sus familias y de sus territorios. Si bien las mujeres se ven en la obligación de asumir nuevos roles, difícilmente pueden renunciar a su rol reproductivo tradicional de madres, hijas o esposas, es decir el papel de cuidadoras y sostenedoras de la vida.

Las guerras no son neutrales al sistema de género, por el contrario, lo instrumentalizan y manipulan, fortalecen una masculinidad de varón guerrero y una feminidad de madres buenas, trabajadoras y abnegadas, que hacen frente a las vicisitudes más abyectas, para que la vida continúe.

Algunos de los efectos de los conflictos armados han sido invisibilizados porque son del orden cotidiano, doméstico y privado, es decir, están asociados con las labores y roles femeninos. Ello implica una lectura sobre la guerra y sus actores, donde se ha tendido a excluir a las mujeres del análisis y a dejar de lado el estudio de los efectos que genera en el quehacer cotidiano, o sea, en el ámbito reproductivo que ha estado fundamentalmente a cargo de las mujeres. Es importante insistir en que la guerra exacerba los roles tradicionales de género, refuerza el papel de la mujer como cuidadora y el rol del hombre como guerrero, y perpetúa no solo los estereotipos sino las desigualdades propias del sistema patriarcal.

Las acciones emprendidas por esta organización de mujeres, tejen agroecosistemas en medio del conflicto armado, lo que genera diversificación de los modos de vida y sustento, inciden además en la restauración de paisajes, en la recuperación de especies vegetales y animales, en la renovación de las dietas alimenticias y en la utilización de tecnologías de bajo impacto; todo ello con recursos materiales y simbólicos restringidos.

A pesar de los logros que hemos presentado, existe el peligro de que estas prácticas sociales no sean duraderas, sobre todo, por el contexto sociopolítico y económico, así como por las construcciones hegemónicas de género. Sin embargo, es pertinente anotar que las dinámicas del cambio social no acontecen siempre a gran escala, ni de arriba para abajo, sino que empiezan desde el propio cuerpo, el territorio y de allí se extienden a otras esferas. Por esto el trabajo de AMOY es importante, pues estimula el desarrollo de las mujeres campesinas de manera autónoma y colectiva, lo cual puede incidir a largo plazo en la comunidad y en las futuras generaciones.

El trabajo agroecológico les ha permitido a las mujeres de AMOY mimetizarse en medio del conflicto armado, pues no se vinculan a las reivindicaciones tradicionales del movimiento campesino, como son la lucha por la tierra o la reforma agraria, lo que las pondría en un lugar muy vulnerable respecto de los actores en disputa. Esto ha sido empleado como estrategia de resistencia, pero ello no significa que su trabajo deba considerarse de menor trascendencia social que el que realizan otras organizaciones y movimientos sociales. Como organización, las mujeres de AMOY han adherido elementos de las agendas del movimiento ecologista y del movimiento social de mujeres.

Parafraseando a Alicia Puleo (2011), la ética del cuidado es determinante para la sostenibilidad de la vida, pero ello no puede ser solo responsabilidad de las mujeres, sino que debe universalizarse como un asunto de la sociedad en general, con participación de los hombres y que trascienda la esfera del ámbito público.


Pie de página

1Queremos usar el término "violencia estructural" en el sentido señalado por el antropólogo Paul Farmer. La violencia estructural se refiere aquí a las formas de violencia histórica, sistemática e institucionalizada ejercidas contra comunidades marginalizadas en razón de su posición social: "La violencia que se ejerce contra los pobres encuentra sus fundamentos en las fuerzas históricas, muchas veces forjadas por procesos económicos. Estos procesos y estas fuerzas constituyen la base de la 'violencia estructural', una violencia de intensidad constante que puede tomar varias formas: racismo, sexismo, violencia política, pobreza y otras desigualdades sociales. A través de la rutina, del ritual o de las transcursos difíciles de la vida, esta violencia estructural pesa sobre la capacidad de las personas para tomar decisiones sobre sus vidas".
2La Corporación Vamos Mujer es una ONG fundada en 1979, con el fin de facilitar el empoderamiento de las mujeres populares en áreas rurales y urbanas.
3El consentimiento informado para la realización de las entrevistas se hizo de manera oral, al inicio de cada una. Sin embargo, algunos nombres de las entrevistadas fueron cambiados a solicitud de ellas mismas.
4Según las autoridades municipales. Dado que se está consolidando el Registro Unico de Víctimas a escala nacional, en el momento no se tiene una cifra exacta del número de desplazados generados por la violencia. La página de periodismo investigativo www.verdadabierta.com publicó en abril de 2013 un informe sobre la violencia que azotó a Yolombó en la pasada década, donde presenta algunos datos aproximados.
5La vinculación a los grupos armados, en estas condiciones, puede convertirse en un medio de vida y de seguridad para algunas personas y para sus familias.
6Erytrhina edulis, de la familia de las Fabaceae.
7Las cifras del desplazamiento en Colombia, según el Consejo Noruego de Refugiados, se calculan entre 4 900 000 y 5 500 000 personas, dato que difiere de la reportada por el Gobierno nacional, para el que los desplazados en el país son 2 600 000. Esta situación coloca al país en un deshonroso segundo lugar de número de desplazados internos, después de Sudán, donde la cifra es de 4 900 000.
8La destrucción o confiscación de los cultivos, ganado, equipo agrícola, reservas de alimentos, la contaminación o desviación del agua y/o el bloqueo de carreteras son violatorios del derecho a la alimentación y del derecho a la vida.
9Queremos reconocer aquí el trabajo que en la última década han llevado a cabo organizaciones gubernamentales de mujeres colombianas, que trabajan por hacer visibles los efectos de la guerra en el cuerpo de las mujeres y en sus territorios en tanto tienen a cargo el rol del sostenimiento y reparación cotidiano de la vida.


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