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Cuadernos de Desarrollo Rural

Print version ISSN 0122-1450

Cuad. Desarro. Rural vol.13 no.77 Bogotá Jan./June 2016

https://doi.org/10.11144/Javeriana.cdr13-77.smme 

Artículos resultado de investigación

Ser mujer microempresaria en el medio rural. Espacios, experiencias y significados *

Being a Micro-Entrepreneur Woman in the Rural Context. Spaces, Experiences, and Meanings

Paula Soto Villagrán** 

María Julia Fawaz Yissi*** 

**Profesora asociada del Depto. de Ciencias Sociales de la Universidad del Bío-Bío en Chile. Correo electrónico: paula.soto.v@gmail.com, http://orcid.org/0000-0003-3049-3451

***Profesora titular del Depto. De Ciencias Sociales, Facultad de Educación y Humanidades, Universidad del Bío-Bío, Chile. Correo electrónico: mfawaz@ubiobio.cl, http://orcid.org/0000-0002-5732-7288


Resumen

En el contexto de una nueva ruralidad, heterogénea, compleja y multifuncional, la opción emprendedora constituye un camino para la subsistencia y sostenibilidad personal y familiar de una proporción cada vez más amplia de mujeres. El objetivo de este trabajo es comprender los efectos que estos microemprendimientos tienen en diferentes escalas espaciales, con énfasis en las formas de conciliar espacios personales, familiares y empresariales. Mediante una metodología cualitativa y en el contexto de tendencias estructurales del microemprendimiento femenino rural, se analizan las narrativas de cuatro microempresas lideradas por mujeres en la provincia de Ñuble, Chile.

Palabras clave: Mujeres; ruralidad; microemprendimientos; espacios; escalas geográficas

Abstract

In the context of a new heterogeneous, complex, and multifunctional rurality, the entrepreneurship option becomes a new path for subsistence and personal and family sustainability for an ever growing number of women. The purpose of this work is to understand the effect these micro-entrepreneurship projects have in different spatial scales, emphasizing on the ways personal, family, and business spaces are reconciled. Using a qualitative methodology and in the context of the structural tendencies of women's rural microentrepreneurship, we analyze the narrative of four micro-enterprises led by women in the Nuble province, in Chile.

Keywords: Women; rurality; micro-businesses; spaces; geographical scales

Introducción

En el contexto de la nueva ruralidad, heterogénea, compleja y multidimensional, que se observa en la actualidad en Chile y en Latinoamérica en general, la opción del emprendimiento constituye un camino para la subsistencia y sostenibilidad personal y familiar de una proporción cada vez más amplia de mujeres, en cuanto que es con frecuencia una de las principales alternativas ocupacionales disponibles para contribuir económicamente al hogar y lograr mayores espacios de autonomía, empoderamiento y realización personal (Heller, 2010; Hoinle et al., 2013).

En Chile, en el 2013 las mujeres empresarias representaron el 38% del total de empresarios del país, en tanto que el 2000 solo alcanzaban al 29.8%, lo cual evidencia un dinamismo que se aprecia principalmente en las empleadoras y en las trabajadoras por cuenta propia profesionales, que aumentaron en seis puntos porcentuales en el mismo periodo (Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, 2014; Ministerio de Desarrollo Social, 2000, 2013). De este modo, la mujer ya no puede ser considerada fuerza de trabajo secundaria, sino un aporte crucial como proveedora y palanca de desarrollo personal, familiar, comunitario y del país (Ruíz y Castro, 2011; Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico [OCDE], 2011; Instituto Nacional de Estadística [INE], 2014).

La idea de este trabajo es profundizar en las narrativas de mujeres que lideran microemprendimientos en la zona rural de la provincia de Ñuble, en el centro-sur de Chile, poniendo el énfasis en las dimensiones espaciales donde se despliega esta experiencia y en las formas de conciliar los espacios personales, familiares y empresariales. La hipótesis general es que la incorporación femenina a este tipo de emprendimientos constituye un camino de autonomía económica para las mujeres rurales, que impacta la estructura ocupacional y los modos de vida rural, reelaborando los espacios de vida en el campo. Para ello, se interpreta una serie de datos de campo, obtenidos principalmente a través de un trabajo cualitativo que recupera las narrativas de las propias mujeres rurales y la forma en que relatan su experiencia de inserción en el mundo del trabajo.

El camino analítico propuesto distingue cuatro momentos. El primero reconstruye algunas reflexiones teóricas en torno al trabajo femenino en el medio rural, dando cuenta de cifras y tendencias estructurales dentro de las cuales se desarrollan los microemprendimientos. En un segundo apartado se describe la metodología y el contexto espacial del estudio. Un tercer apartado muestra los principales hallazgos, a partir de las narrativas femeninas y el mundo de significaciones del emprendimiento que construyen y reconstruyen en diferentes escalas de acción. Un último apartado plantea conclusiones y reflexiones finales.

1. Trabajo femenino y microemprendimiento en el nuevo contexto rural

El mundo rural se transforma rápidamente, lo cual evidencia nuevas formas de habitar, vivir y trabajar por parte de sus habitantes. Desde el punto de vista conceptual, el enfoque de la nueva ruralidad ha intentado capturar las profundas transformaciones que se observan en los sectores rurales de América Latina desde la década de los ochenta, las cuales evidencian que las aproximaciones conceptuales tradicionales que consideraron el medio rural como poco dinámico y homogéneamente asociado a lo agrícola, no pueden ya dar cuenta de la nueva realidad rural (OCDE, 2013).

En esta conceptualización se ha puesto el énfasis en el tránsito de una visión desde lo rural, restringida a lo agrario, a otra que incorpora la multifuncionalidad de los espacios rurales, relevando la creciente importancia de las actividades rurales no agrícolas, la pluriactividad y de las crecientes vinculaciones con el mundo urbano, así como los cambios en los patrones culturales y los estilos de vida (Gómez, 2015). Algunos autores han mostrado cierto escepticismo en relación con esta conceptualización, por considerar que, o bien los elementos puntualizados no son realmente nuevos, sino viejos hechos a los que antes no se otorgó importancia, o bien adquieren una nueva significación en el contexto de la globalización (Gómez, 2011, 2002). Otros perciben que no obstante los grandes consensos en los planteamientos de la nueva ruralidad, existen aproximaciones distintas con respecto a la concepción de territorio, a las instituciones y políticas públicas y al rol de los sujetos sociales (Osorio, 2011; Berdegué etal., 2010; Kay, 2009).

En este contexto, en Chile las tendencias más relevantes en el proceso de reconfiguración rural en la actualidad serían, desde la perspectiva productiva y ocupacional, la disociación entre ruralidad y agricultura, la creciente terciarización y feminización del mercado laboral rural y la tecnologización de la agricultura, con la consiguiente disminución de la población ocupada en dicha rama y el aumento de la ocupación rural no agrícola (Willson y Valdés, 2013; Ministerio de Desarrollo Social, 2000, 2013). Ello ha estado acompañado de nuevas condiciones de vida en el campo, marcadas por una significativa disminución de la pobreza rural, desde un 23.7% en el 2000 a un 10.8% en el 2011 (Ministerio de Desarrollo Social, 2011), y por nuevas vinculaciones y convergencias rural-urbanas, puestas de manifiesto también a nivel de otros contextos latinoamericanos (Berdegué et al., 2015; OCDE, 2013; Arias, 2005).

El mejoramiento vial y del transporte que se observa en el país y en la provincia donde se localiza este estudio (Umaña, 2015), así como las mayores posibilidades de movilidad geográfica, hacen posible aspirar a trabajos, educación y consumo de mejor calidad, ubicándose usualmente en espacios urbanos, sin abandonar necesariamente el campo como lugar de residencia (Milbourne y Kitchen, 2014).

Todo lo anterior configura hibridaciones estructurales y simbólicas con crecientes influencias urbanas, lo que tiene significativos impactos en el mercado laboral, pues instala un conjunto de referentes culturales compartidos por los habitantes del campo y la ciudad, así como una diversificación de las fuentes de ingreso de las familias rurales, de tal manera que la pluriactividad crece sostenidamente (Berdegué et al., 2015; Vitelli, 2005). No obstante, esta progresiva desagrarización del mundo rural en cuanto a empleos e ingresos (Gómez, 2015), la agricultura continúa siendo la actividad más importante en la provincia objeto de estudio, tanto para la construcción identitaria de la población como por su papel dinamizador del desarrollo rural (Umaña, 2015; INE, 2007).

Las expectativas y los valores de los habitantes rurales en una sociedad crecientemente modernizada y globalizada como la chilena, las necesidades de reproducción económica de la familia o de la unidad productiva familiar, sumado al mayor nivel educacional de la población, han hecho necesario y posible incorporar al mercado laboral nuevos miembros de la familia, en particular la mujer (Willson y Valdés, 2013).

Esta creciente visibilidad de las mujeres rurales en el mercado laboral es relevante, no tanto por el trabajo en sí mismo, debido a que el trabajo productivo de las mujeres rurales ha sido parte de su rol de género tradicional, sino por otros elementos vinculados al trabajo remunerado. Diversos estudios han asignado al trabajo femenino un rol significativo como mecanismo de empoderamiento (García, 2003; Valenzuela, 2005), mejoramiento de autoestima y reconocimiento social (Fawaz y Rodríguez, 2013) y aporte a la superación de la pobreza y al desarrollo (Amorós, et al., 2014a; Centro Latinoamericano para el Desarrollo Local [Rimisp], 2013; Amorós et al., 2011; Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe [SELA], 2010; Servicio Nacional de la Mujer [Sernam], 2008). Estos cambios en el trabajo tienen un registro cultural tanto en los significados como en los imaginarios que construyen los actores para dar sentido a su realidad, en tanto traen aparejados un mundo nuevo, nuevas sociabilidades y mayor sentido de autonomía (Tarrés, 2007; García y Oliveira, 2005).

En Chile, si bien la participación laboral de la mujer se ha ido incrementando significativamente desde 1970, cuando llegaba a un 19.7% (Larrañaga, 2006), continúa siendo baja en el contexto latinoamericano, no superando en el 2013 el 48% en el país en su conjunto y el 32% en los sectores rurales (Brega, et al. 2015; Ministerio de Desarrollo Social, 2013). No obstante que el nivel educacional de las mujeres no presenta diferencias significativas con respecto al de los hombres, la mujer se incorpora al trabajo en condiciones desventajosas, con discriminaciones salariales, en ocupaciones poco diversificadas, escasamente tecnificadas y de menor cualificación, o en microemprendimientos basados en saberes cotidianos, como también ocurre en otros contextos (Willson y Valdés, 2013; Fernández, 2007; Jelin, 2006; Valenzuela, 2005). En cierto sentido, los roles de género tradicionales se reproducen en la estructura del empleo, especialmente en mujeres de estratos socioeconómicos y grados educacionales bajos (Brega et al., 2015).

El sector de las microempresas es heterogéneo y, por lo mismo, difícil de definir. Incluye a los trabajadores por cuenta propia, es decir, personas que explotan su propio negocio o ejercen una profesión u oficio en forma independiente, sin estar subordinados a un jefe y sin ocupar personal remunerado (Ministerio de Desarrollo Social, 2013), y a los empleadores cuyas empresas tienen entre dos y diez trabajadores, incluido el microempresario (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [Cepal], Organización Internacional del Trabajo [OIT], 2015). Esta aproximación es concordante con la clasificación de empresas por tamaño con base en los trabajadores contratados que hace el Ministerio de Economía, Fomento y Turismo (2010). En Chile también se utiliza como criterio para definir el microemprendimiento, el volumen de ventas anuales, y se consideran microempresas aquellas unidades económicas con ventas anuales de hasta 2400 unidades de fomento (Servicio de Impuestos Internos, 2011; Servicio de Cooperación Técnica [Sercotec], 2013), es decir, cuyas ventas no excedan los USD S90 000 al año, aproximadamente.

El dinamismo que manifiesta el microemprendimiento femenino se da principalmente como respuesta tanto a iniciativas propias en relación con una necesidad, como destaca la Tercera Encuesta de Microemprendimiento (Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, 2014), como a políticas de estímulo para la mujer desde el Estado. Es el caso del Sernam y su Programa de Fortalecimiento de la Empleabilidad para Mujeres Jefas de Hogar, o de programas amplios de estímulo a la innovación y el emprendimiento como los ofrecidos por el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (Indap), que a través de sus programas generales de apoyo a pequeños productores agropecuarios, así como en acciones específicas proequidad de género como el programa Adelante Mujer Rural, han focalizado a la mujer como beneficiaria.

Desde esta perspectiva, la microempresa representa más del 75 % de las empresas formalmente constituidas en Chile, cifra que sube a un 88% si se consideran las unidades informales, es decir, aquellas microempresas que no están registradas en el Servicio Nacional de Impuestos Internos y por tanto no pagan impuestos al valor agregado. Las microempresas femeninas constituyen el 40,5 % del total de microempresas del país (Ministerio de Desarrollo Social, 2013). La literatura especializada ha concluido que estas son distintas a las encabezadas por hombres (Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, 2014; Valenzuela, 2005; Amorós et al., 2014b; Sercotec, 2013). En primer lugar, porque la mayor parte de las microempresarias lo son por necesidad, antes que por oportunidad de negocios, dado que esta alternativa de inserción laboral permite compatibilizar de mejor manera la vida personal con la familia y el trabajo (Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, 2014; Amorós, et al., 2014a).

En segundo lugar, las mujeres tienen negocios más pequeños, con inversiones más limitadas, en actividades feminizadas y aprovechando capacidades de las que ya disponen (Jelin, 2006). En tercer lugar, son menos rentables, dado que muchas de ellas operan en el sector no estructurado de la economía y producen una gama más reducida de bienes y servicios que las microempresas lideradas por varones (Amorós et al., 2014b; Valenzuela, 2005).

La gestión del negocio también es diferente, en cuanto que la microempresaria a menudo realiza ella misma todas las funciones, la producción se comercializa a nivel local o está destinada a los mercados del turismo y, en menor medida, a la exportación (Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, 2014; Valenzuela, 2005; Amorós, et al., 2014a; Sercotec, 2013). A este respecto, Parra (2000) afirma que la microempresa rural, si bien tiene un carácter empresarial, explícito en su misma denominación, es por otra parte una actividad económica en pequeña escala, con escasa división técnica y de gestión del trabajo y del negocio.

La hipótesis de trabajo, teniendo en cuenta las anteriores consideraciones, es que en el caso de Chile, el microemprendimiento femenino rural está estrechamente asociado con factores y espacios familiares, lo que condiciona tanto las características de las microempresarias y de las microempresas que ellas dirigen como las motivaciones que las llevan a asumir esta modalidad de inserción laboral. En una línea de argumentación similar, en el caso español, Sampedro y Camarero (2007) concluyen que las mujeres que se incorporan al microemprendimiento se perfilan como "unas empresarias rurales claramente insertadas en el ámbito familiar" (p. 130). Markantoni y Van Hoven (2012), por su parte, en el contexto holandés, muestran que cuando una mujer crea una empresa, no crea una unidad económica aislada, sino un negocio integrado a su vida cotidiana, derivado ello de sus responsabilidades primarias de cuidado del hogar y los hijos.

2. Métodos, técnicas y contexto espacial de estudio

El contexto socioespacial de estudio es la provincia de Nuble, organizada administrativamente en veintiún municipios. Está localizada en la zona centro-sur de Chile, con una alta proporción de población rural, cercana al 34% (Ministerio de Desarrollo Social, 2013). Es un territorio de tradición e identidad ligada históricamente a lo rural; no obstante, la población rural ocupada en la agricultura ha disminuido significativamente, pasando de un 70.8% en el año 2000 a un 57.3% en 2013 (Ministerio de Desarrollo Social, 2000, 2013). Este se ha visto influido, entre otros factores, por la modernización tecnológica de la actividad agropecuaria, un fuerte descenso en las posiciones de trabajo permanentes y un aumento en las temporales (Caro, 2012).

En forma paralela, se registra un crecimiento de las actividades rurales no agrícolas, de acuerdo con el cual, ha aumentado la ocupación en el sector terciario desde un 18.3% el año 2000 a un 26.2% en el 2013 (Ministerio de Desarrollo Social, 2000, 2013). Por su parte, la participación laboral de las mujeres rurales crece más aceleradamente que la de mujeres urbanas, quienes incrementaron su participación laboral solo en solo 3 puntos porcentuales entre el 2000 y 2013, de un 35.6% a un 38.7%, en tanto que las mujeres rurales lo hicieron de un 13.5% a un 29.2% en el mismo periodo (Ministerio de Desarrollo Social, 2000, 2013). Este proceso obedece tanto a iniciativas propias como a programas de la institucionalidad pública y municipales que han puesto un énfasis importante en el microemprendimiento, como se hizo notar en el apartado anterior.

Luego de considerar los objetivos del estudio y la creciente importancia que adquiere el microemprendimiento en el país, la opción metodológica ha sido acceder a emprendimientos pequeños, a menudo no registrados en las estadísticas económicas oficiales, debido a que una alta proporción de estos funcionan en condiciones de informalidad. Aunque estas microempresas estén fuera de las estadísticas económicas oficiales, se puede realizar una estimación de sus características, cantidad y relevancia, a través de la información registrada en otras bases de datos oficiales, como la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), las encuestas de microemprendimiento realizadas por el Ministerio de Economía, Fomento y Turismo y las aplicadas por el Sercotec, además de la llevada a cabo por el Global Entrepreneurship Monitor, la cual en el periodo 2013-2014 tiene un informe específico para el área del estudio.

Fuente: elaboración propia a partir del Plan Regional de Desarrollo Urbano VIII Región del Bío Bío, Concepción, Chile, 2002.

Figura 1 Localización del área de estudio 

En la tabla 1 y en la figura 2 se presenta una caracterización de las microempresarias y los microemprendimientos femeninos en Nuble; esta permite ofrecer un contexto basado en estudios y estadísticas oficiales.

Tabla 1 Caracterización de las mujeres microempresarias de la provincia de Nuble (n=2700) 

Fuente: elaboración propia con base en la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), 2013, Ministerio de Desarrollo Social, Chile.

Fuente: elaboración propia a partir de datos de Casen 2013.

Figura 2 Tipos de microempresas femeninas de la provincia de Nuble, Chile. 

La investigación propiamente empírica buscó, desde un punto de vista cualitativo, seguir las pistas del discurso y las significaciones de las experiencias de cuatro emprendimientos que corresponden a diferentes comunas de la provincia de Ñuble. Los casos fueron seleccionados de manera intencional, de acuerdo a criterios de pertenencia territorial, trayectoria del microemprendimiento (más de dos años de funcionamiento) y heterogeneidad de productos. Para la construcción de las narrativas de las mujeres microempresarias se realizaron entrevistas semiestructuradas y grupos de discusión en cada uno de los casos.

Lo anterior permitió profundizar en los itinerarios, las biografías, las rutinas y las significaciones que las propias mujeres rurales construyen a partir de la experiencia microempresarial. Los casos seleccionados están localizados en las comunas de Pinto, Chillán Ninhue y San Ignacio. Los dos primeros forman microempresas de propiedad individual; a efectos de la comercialización, la capacitación y la prospección de mercados, siguen un modelo de gestión en redes, estimuladas por iniciativas públicas (Navarro et al., 2009). A diferencia de lo anterior, los dos últimos son de tipo asociativo, es decir, unidades de producción en que donde la base asociativa queda organizada económicamente -(las participantes son propietarias de los bienes materiales e inmateriales del negocio- y socialmente -las participantes tienen intereses comunes que superan los individuales y la gestión es igualitaria- (Riveros et al., 2006) (tabla 2).

Tabla 2 Microemprendimientos objeto de estudio 

Fuente: elaboración propia a partir de trabajo de campo.

3. Análisis y resultados

En esta sección se exploran algunas realidades vividas por las mujeres emprendedoras que participaron en el estudio, con un registro en diferentes dimensiones sociales, culturales y económicas, lo cual implica procesos de continuidad, ruptura e incluso transformaciones en su cotidianeidad. Un hilo conductor de estos hallazgos es que las nuevas acciones propias de la actividad empresarial (producción, gestión, capacitación, comercialización) tienen una clara dimensión espacial, en la medida en que se revaloran unos espacios, otros nuevos se recorren y se crean otros que son incorporados en sus geografías cotidianas.

A estos efectos, es necesario precisar que el concepto de espacio geográfico utilizado se estrecha con la perspectiva humanista de la geografía, desde la cual la concepción de espacio, además de la materialidad, considera las emociones, los sentimientos, las motivaciones, los sueños, los miedos y los deseos como ejes de la experiencia espacial individual y colectiva (Ortega, 2000). Así, el espacio sería:

"[...] un constructo social, constituido a través de prácticas discursivas y de imaginarios, y el cual no sólo condiciona las actividades humanas, sino que es condicionado por éstas a través de complejas relaciones dialécticas; es decir, que el espacio crea y es creado por el ser humano". (Molina, 2006:11. Enfasis añadido)

A continuación, se organizan los hallazgos en escalas espaciales, en términos de Smith (1993), quien sostiene que la producción de la escala puede ser la diferenciación más elemental del espacio geográfico que se establece a través de la estructura de interacciones sociales. Desde el punto de vista operacional, esta categoría se utiliza para clasificar procesos espaciales iniciados por la microempresa femenina, estableciendo límites entre lugares y localizaciones de la experiencia de estos cuatro casos de estudio.

3.1. El cuerpo y lo personal

Cada suceso que acontece en la vida, y en particular los efectos del trabajo en la microempresa, queda registrado en una primera escala: el cuerpo. Es importante precisar que con el surgimiento de las geografías feministas se abren perspectivas nuevas para incorporar las microescalas como parte del trabajo geográfico (Mc Dowell, 2000), donde el cuerpo es reconocido como la primera escala (Soja, 2008). De acuerdo con esta idea, la imagen a veces fugaz de las transformaciones del cuerpo aparece en las narrativas mediante signos que distinguen una existencia corporal exigida, cansada, que expresa de diversas formas el hecho de que el cuerpo es portador de una experiencia cultural (Longhurst, 2003; Mc Dowell, 2000). El cuerpo exhibe las tensiones, el dolor, el agotamiento y el desgaste. En este sentido, el notorio desbalance entre los roles productivos y reproductivos es descrito a través de metáforas corporales como "soy como una máquina", "el cuerpo te pasa la cuenta" o "el cuerpo no responde", utilizadas por las propias mujeres para referirse a su experiencia personal. Más allá de su voluntad y del esfuerzo que hagan, los discursos de estas mujeres muestran que en algún momento nada impide que el cuerpo decline ante el rigor de las exigencias.

Esto se expresa más sensiblemente ante la necesidad de desarrollar estrategias para compaginar la vida reproductiva y la vida en la microempresa, lo que diariamente implica una sobreexigencia personal sobre la cual se sostienen las actividades:

"Nosotras mismas empezamos a buscar la forma de dejar todo hecho, especialmente la comida para los niños o para el dueño de casa que llegaba a almorzar cuando estaba trabajando afuera, entonces nos organizarnos, lavamos en la noche y hacíamos un montón de cosas". (Microempresaria de tejidos, Recinto)

"Cuando empezamos a salir, el esfuerzo era doble, era todo puesto en uno, porque teníamos que hacer todas las cosas del campo y además nos teníamos que levantar a las seis de la mañana para dejar el almuerzo hecho, dejábamos el aseo, todo hecho, la idea era que no se notara nuestra falta". (Microempresa flores, San Ignacio)

Por otro lado, conviene mencionar que un efecto más agudo de las transformaciones que sufre el cuerpo en los discursos de las entrevistadas está relacionado con menciones al desgaste físico como resultado, no solo de la intensidad de las múltiples tareas que desarrollan, sino también de diferentes enfermedades propias del tipo de trabajo que realizan. De esta forma, el manejo de los fertilizantes, la carga pesada de frascos, la tendinitis en las manos por el tejido y la cerámica han provocado en las entrevistadas efectos permanentes que se resienten en el cuerpo como experiencias emocionales dolorosas que aumentan con la edad:

"Las conservas pesan y el resultado es que la columna ya esta media malita, de primera andábamos con los canastitos y era caminar de aquí hasta afuera, y es harto, como un kilómetro y medio. Pero para nosotras es doble por el peso, aunque nos lleven, piense usted que una bandeja son 24 frascos y cada frasco pesa 700 gramos entonces ya estamos media curcunchas con tanto peso y eso afecta porque ya no somos las lolas que empezamos, hace casi diez años". (Microempresaria mermeladas, Ninhue)

"Lamentablemente yo aplicaba líquido a mis flores y por una mala indicación de un técnico, una aplicación mal hecha y me dio una alergia a la vista, y desde ahí soy alérgica a los pesticidas, pero aún yo sigo con mis flores porque es rentable". (Microempresaria de flores, San Ignacio)

En esta línea argumental, es posible encontrar que hay un nivel de fuerte compromiso emocional que ayuda a manejar la autoexigencia, los dolores físicos y el esfuerzo sobre el que se sostienen estas iniciativas:

"[...] paradójicamente, las constricciones con que las mujeres rurales acceden a la condición empresarial -y que limitan su capacidad para asumir riesgos y para actuar con plena autonomía- se compensan con una elevada implicación laboral y emocional en la propia actividad empresarial, rasgo este que sí es propio del espíritu emprendedor". (Sampedro y Camarero, 2007, p. 137)

3.2 Casa-predio

El sistema casa-predio espacializa una escala donde las mujeres rurales han desempeñado históricamente sus actividades cotidianas, es decir, las tareas de reproducción social del cuidado del hogar que en la división sexual del trabajo tradicional incluyen también la huerta y la crianza menor, realizada en los patios aledaños a la casa. Además, usualmente, incluye también el trabajo en condición de ayuda familiar no remunerada (Aranda, 1992). Canales y Canales han argumentado a este respecto, que en el campo tradicional "se convenían, como en la geografía humana del fundo y la hacienda, una producción agraria tradicional con un habitar in situ, en la conjunción de la casa-predio agrícola que define el habitar rural" (2012, p. 158).

El lugar donde se realizan las actividades empresariales aparece como un elemento importante a la hora de tomar la decisión de emprender. En una primera entrada de análisis, es importante mencionar que el microemprendimiento femenino en los sectores rurales a menudo aparece como un "trabajo doméstico ampliado" (Aranda, 1992). Este tradicionalmente lo ha desempeñado la mujer, y le ha permitido asumir pequeños negocios, incluso con bajos niveles educacionales, dándole así un carácter empresarial a conocimientos y actividades tradicionales, aunque con otros ritmos y nuevos requerimientos de calidad propios de las exigencias del nuevo contexto rural.

De esta manera, los casos que se analizan demuestran que a pesar de la variedad de productos -mermeladas, tejidos, flores y cerámicas- y la diversidad de trayectorias, hay una característica común: la microempresa se establece en el predio propio y/o familiar. Así, el grupo de empresarias de flores utiliza el predio para instalar sus invernaderos. En el caso de las mermeladas, es el predio de una de las participantes, donde se construyó el espacio de producción y de ventas. Y en el caso de las artesanas, son su propias casas y patios los lugares donde se ejecuta la actividad microempresarial:

"O sea, son las oportunidades que se dieron en el campo, que yo misma me lo tomé como una oportunidad eso de trabajar, después viene otra y otra y uno las va tomando, porque si uno quiere hacer otras cosas ya tiene que migrar a la ciudad, entonces no era mi opción, no podía dejar mi familia, había hijo, esposo, casa, entonces ya uno tenía que organizarse ahí, en el círculo que estaba". (Microempresaria cerámica, Quinchamalí)

El hecho de que la actividad productiva se realice en el predio familiar o en lugares cercanos a este, contribuye a no romper abruptamente con las responsabilidades familiares, ni con los imaginarios rurales tradicionales respecto al rol de la mujer.

Esto explica que la amplia mayoría de microempresas rurales funcione en el sistema casa-predio, como se observa en la figura 2. Y es también por esto que se puede afirmar que esta escala casa-predio no se entiende en la lógica dicotómica privado- público, sino como un continuo que se teje en una serie constante de interacciones, dependiendo de los momentos del día, la semana, la estación del año y la etapa del proceso productivo.

Este factor espacial, sin embargo, al mismo tiempo puede considerarse un obstáculo en el camino de la consolidación del negocio, dado que el trabajo se realiza sin abandonar los quehaceres domésticos y sin adaptación de los roles de género tradicionales a las nuevas realidades laborales. Esta idea se presenta también en Holanda (Markantoni y van Hoven, 2012). Desde esta perspectiva, en los casos estudiados, la microempresa funciona como un espacio de trabajo que no reemplaza, sino que se complementa con el espacio familiar, porque el fundamento económico y social del emprendimiento está asociado persistentemente a logros materiales para el núcleo familiar: muebles nuevos, un computador para los hijos, una televisión; en definitiva, bienes de consumo a los que no podrían haber tenido acceso y que reconocen como condiciones materiales mejores que la que tenían antes del inicio del negocio.

Lo paradójico es que, pese a este vínculo con el mundo familiar, paulatinamente comienzan a surgir ideas de libertad y autonomía en los discursos y en las prácticas de las mujeres rurales objeto de este estudio, que coexisten con sus responsabilidades domésticas: cocinar, cuidado infantil y de adultos mayores, crianza menor y producción de hortalizas para autoconsumo, entre otras actividades. Estas ideas se relacionan con la disposición de tiempo, el recorrido de nuevos espacios, nuevas relaciones interpersonales, mayor visibilidad y reconocimiento del papel que desempeña en el mercado laboral y en la comunidad. Esto coincide con lo planteado en otros estudios en relación al papel que juega el trabajo remunerado como un espacio fundamental de sentido para las mujeres, que se entrecruza con el ámbito familiar, constituyéndose ambos en referentes centrales de sus identidades de género (Soto, Fawaz y Vallejos, 2013). Se trataría por tanto de una "doble adscripción identitaria" (Guadarrama y Torres, 2005).

3.3 Escala comunal-provincial

Chile está dividido administrativamente en quince regiones, cada una de ellas constituida por provincias, estas a su vez organizadas en comunas, donde el municipio representa al gobierno local. Hay dos entradas analíticas, a través de las cuales la escala comunal-provincial tiene efectos en los microemprendimientos de las mujeres rurales cuyas actividades se estudiaron. En primer lugar, hay condiciones sociales y económicas de la provincia de Nuble que han favorecido el surgimiento de este tipo de negocios. De tal forma, la provincia tiene una alta proporción de población rural y niveles de pobreza mayores al promedio de Chile. Paralelamente, en el sector rural se advierten procesos de modernización significativos, como ha quedado de manifiesto en la descripción del área de estudio. En efecto, casi todos los indicadores de calidad de vida evidencian mejorías apreciables en comunicaciones, indicadores de salud, nivel educacional y equipamiento del hogar, en tanto que persisten déficits en agua potable, alcantarillado y conexión a internet (Umaña, 2015; Ministerio de Desarrollo Social, 2013).

Por otro lado, la agricultura, que es la actividad económica predominante, ha ido incorporando tecnologías y rubros innovadores, de la mano de la institucionalidad pública y de agroindustrias ligadas a mercados internacionales (INE, 2002; 2007), lo que ha posibilitado el desarrollo de oportunidades para los productores familiares y las mujeres rurales en rubros intensivos como fruticultura, horticultura, flores, tal como demuestran dos de los casos (mermeladas y flores). Esta diversificación de ocupaciones y la importancia de las actividades secundarias y terciarias con respecto a actividades primarias como la agricultura (Llambí, 2004), es un claro ejemplo de cambios que siguen las tendencias de la nueva ruralidad, donde las mujeres son un nuevo actor.

En una segunda entrada, en esta escala comunal-provincial se percibe la continuidad con la anterior (casa-predio), y con ello el desplazamiento de los conflictos de género, al tratar de combinar vida personal, familia y microempresa. Esto porque la doble posición de las mujeres, como trabajadoras y agentes principales de la reproducción, tiende a generar fuertes presiones cuando ellas traspasan los cerrados límites de la casa y el predio hacia lo comunal y regional.

Hay dos motivaciones principales para salir. En algunos casos, se trata de dar respuesta a exigencias del rol emprendedor tales como capacitaciones, reuniones de trabajo y gestiones. Cada una de estas actividades se encadena a una amplia red de instituciones, las cuales comienzan a ser parte de sus itinerarios: el municipio, Indap, Sercotec, la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de la Mujer (Prodemu), Sernam, por mencionar las más significativas. En otros casos serán las instancias de comercialización, principalmente a través de ferias y exposiciones, las que justifican estar fuera del espacio familiar. Lo rural ahora es experimentado por las mujeres como un continuo que interconecta con mayor fluidez el mundo rural y el urbano. Esta nueva presencia de las mujeres en espacios comunales y provinciales, suele ser resistida por maridos o parejas, y también por la comunidad local, pues es vista como una amenaza al orden familiar, y además por la pérdida de control sobre la vida de las mujeres:

"Costó que fuera cediendo, el hombre es muy machista, tenían tan radicado eso que la mujer era de la casa y no podía salir, entonces uno tiene que demostrar con hechos, yo voy porque tengo que capacitarme. Porque uno nunca sale, imagínese a mí, pasaron como 10 años que no salí de la casa después que me casé, porque prácticamente iba al control de salud, mi vida era ir a los controles volver, ir a la reunión del colegio y volver". (Microempresaria tejidos, Recinto).

Es interesante precisar cómo el propio entorno local también opera simbólicamente como un obstáculo, pues juzga negativamente a las mujeres que inician sus negocios:

"Una vez hicimos una gran cantidad de mermelada de rosa mosqueta nos fuimos como a las doce de la noche, y nos decían los hombres de repente lo que andan buscando ustedes es que se la violen decían ¡miren a la hora que andan estas mujeres sueltas a las 12 de la noche!" (Microempresaria mermeladas, Ninhue)

Asimismo, es necesario destacar que el esfuerzo y el trabajo de las mujeres en la microempresa logra un impacto en las instituciones con las que trabajan. En tal sentido, el microemprendimiento de mermeladas de Ninhue, por ejemplo, ha participado en diversas instancias de reconocimiento social. El siguiente fragmento muestra esta presencia a nivel comunal-provincial:

"Somos un referente para el resto de la comuna porque hay muchas microempresas que empiezan y todas caen. Han empezado muchas al mismo tiempo que nosotras, muchos grupos, pero fracasan. Imagínese la participación que tuvimos en el Seminario de Mujeres Microempresarias de la Universidad del Bío-Bío, nos mostraban como una experiencia exitosa y yo le decía a mis compañeras que me sentía tan bien al lado de tremendas profesionales, representando a la mujer rural". (Microempresaria de mermeladas, Ninhue)

El paso por el espacio público contribuye a fortalecer en las microempresarias su identidad como mujeres trabajadoras y remite a pequeños ejercicios de agencia, es decir, "aquello que una persona tiene la libertad de hacer y lograr en búsqueda de las metas o valores que él o ella considere importantes" (Sen, 1985, p. 203).

Lo interesante es que más allá de las dificultades, se encuentran líneas de significación que claramente hablan de procesos de negociación y arreglos domésticos, tendientes, en algunos casos, a la reorganización de roles productivos y reproductivos entre mujeres y hombres en el interior de la familia, y en otros, a la transformación del proyecto productivo en un proyecto familiar -que incorpora a esposo e hijos/ as principalmente- (Fawaz, Soto y Vallejos, 2015). La idea de conflicto aquí es fundamental, en la medida en que estos discursos no se pueden interpretar como un cambio profundo en la reestructuración del hogar, pues persisten asimetrías en la distribución de tareas (Soto, Fawaz y Vallejos, 2013). Más bien, se propone, como señala Jelin (2006), que el cambio en la participación económica muestra que hay formas variadas de empoderamiento de género. O como lo plantea Kaaber (1999), el empoderamiento intersecta tres ejes: recursos, agencia y logros. De tal forma, la adquisición de recursos aumenta el espacio donde se actúa y al mismo tiempo permite tomar decisiones estratégicas sobre trabajar, salir del predio, interactuar con instituciones, viajar a otras ciudades, lo que puede ejemplificar conquistas espaciales concretas.

Esta escala comunal-provincial adquiere importancia por las posibilidades de estrechar el empoderamiento con la condición de género de las mujeres, pues al manejar ingresos propios y, en especial, la movilidad hacia lugares fuera de la casa- predio para realizar actividades relacionadas con la microempresa, se plantean posibles reacomodos que implican cierto manejo espacial, o lo que es posible denominar "empoderamiento espacial" (Hoinle et al., 2013), pues a través de la inserción laboral en el medio local, estas mujeres incorporan a sus rutinas cotidianas las ferias, el municipio, otras ciudades, sin lo cual habría sido imposible construir la historia colectiva compartida de microemprendimiento y que se convirtió en escenarios de acción y de transformación local.

3.4. Escala regional y nacional

Esta escala para las microempresarias es un desafío pendiente. Por un lado, existe un potencial para impulsar actividades de naturaleza empresarial, a través de políticas e instrumentos de fomento a las pequeñas empresas y el microemprendimiento en Chile, que no obstante han tenido un claro sesgo de género, al considerar al hombre campesino como sujeto y beneficiario. Pese a ello, en las últimos dos décadas las políticas y los programas públicos productivos del Sernam, del Indap, del Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis) y de Prodemu van incorporando a las mujeres rurales.

Por otro lado, el acceso de los microemprendimientos de mujeres a escalas regionales, interregionales e incluso nacionales están estrechamente vinculado a los procesos de comercialización, pues una modalidad por medio de la cual las mujeres van más allá de los mercados locales es la comercialización en ferias y muestras del trabajo a escala regional y nacional, por ejemplo Expo Mundo Rural, en Santiago, capital del país, así como exposiciones regionales en Concepción y Talca, ciudades cercanas a los casos en estudio.

Estos esfuerzos, sin embargo, no son permanentes y los productos tienen muy poca visibilidad a nivel nacional, lo cual confirma que estas empresarias se orientan más bien a satisfacer una demanda local en mercados de la provincia de Nuble, puntos de venta establecidos en Chillán (capital de la provincia) o directamente en el lugar de sus propias microempresas. Una excepción la constituye la alfarería de Quinchamalí, incluida en el estudio, que el año 2014 fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) como tesoros humanos vivos de Chile, que además es portadora de una tradición de mujeres fuertes, autónomas y a menudo jefas de hogar (Montecino, 1986).

4. Conclusiones: Construyendo y reconstruyendo espacios para la actividad empresarial

En este trabajo investigativo se ha puesto en discusión, en primer lugar, que la diversificación de actividades económicas y de generación de ingresos, la mayor fluidez en la relación urbano-rural, la asunción de nuevos roles económicos en ocupaciones rurales no agrícolas, y con ello la visibilización de las mujeres microempresarias, como un nuevo actor, son algunas de las características que emergen de los casos de estudio y que expresan cambios y reconfiguraciones propias de la nueva ruralidad.

En segundo lugar, se evidencia cómo el inicio de una actividad emprendedora paulatinamente va instalando nuevas valoraciones, emociones y afectos. El negocio ha cambiado la percepción del trabajo de estas mujeres rurales y las ha cambiado a ellas mismas, reafirmando de este modo que ser emprendedoras no es solo una actividad económica, sino también, como ha destacado muy bien Brockling (2015), una forma de concebirse a sí mismo y a los otros. En tercer lugar, poniendo énfasis en la necesidad de relevar las tensiones y las contradicciones que se dan en los modos de vida de las emprendedoras, se muestra la complejidad de una decisión como la de emprender.

En esta línea, los microemprendimientos analizados muestran cómo la autonomía económica se traduce en la capacidad de tomar decisiones a nivel del consumo cotidiano y de ciertos arreglos domésticos. No obstante, la negociación de sus identidades de género es un proceso cultural lento que apunta a transformaciones familiares y también a cambios en la comunidad. De igual manera, las mujeres han sido capaces de tomar decisiones a nivel del negocio, dado que ser emprendedor(a) entraña un riesgo económico, físico y personal y una habilidad de movilizar y gestionar recursos en pos de una ganancia, una ocupación y una satisfacción personal (Briasco, 2014). Alcanzar los nuevos estándares de calidad, de mercados crecientemente exigentes, aparece como un desafío en la gestión de las microempresas rurales femeninas en el marco de la nueva ruralidad.

En cuarto lugar, para estos grupos de mujeres, la microempresa se convierte en un espacio compartido propio y diferente, lo que configura procesos de agencia y empoderamiento espacial, pues el espacio adquiere un valor simbólico, en cuanto que expresa prestigio, estatus y posición frente a la comunidad, e igualmente es un lugar de producción de sentido, un radio de acción autónomo, donde reimaginan sus vidas, se reconstruyen las identidades y se amplían los referentes identificatorios colectivos.

Por último, queda demostrado que el recurso analítico de las escalas reafirma la interconexión entre los distintos espacios, pues estas mujeres como microempresarias expanden sus redes hacia la comunidad local, regional y nacional, pero al mismo tiempo todas las escalas se encuentran en el cuerpo.

Estos hallazgos tienen implicaciones para las políticas sociales, a menudo fuertemente sectorizadas y segmentadas. La tensión con que las mujeres viven la armonización trabajo-familia encuentra en el microemprendimiento rural una forma de responder a ambos, aunque eso se logra usualmente con una sobrecarga física que se resiente en el cuerpo y lo emocional, en tanto se busca suplir con trabajo personal, y no contratado, la falta de capital, falta de apoyo doméstico, actitudes negativas de la comunidad, etc. En ese sentido y, desde una perspectiva de género, el surgimiento de nuevas e innovadores emprendimientos rurales de mujeres dependerá de factores como los analizados aquí.

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Recibido: 05 de Febrero de 2016; Aprobado: 17 de Agosto de 2016

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