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Anuario de Historia Regional y de las Fronteras

Print version ISSN 0122-2066

Anu.hist.reg.front. vol.19 no.2 Bucaramanga Jul./Dec. 2014

 


Las caras diversas de
las guerras civiles
en el Bolívar Grande
(Colombia, siglo XIX)*

Jairo Álvarez Jiménez Magíster en Historia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (Sede Tunja). Profesor de la Universidad de Cartagena, Cartagena, Colombia. Correo electrónico: jairoalvarezjimenez@gmail.com

Fecha de recepción: 14/02/2014 Fecha de aprobación: 3/06/2014



Resumen

El artículo analiza tres historias de vida para comprender los efectos que tuvieron las guerras civiles en el antiguo departamento de Bolívar. Por un lado, intenta superar la visión tradicional que ha hecho carrera y que presenta a la Costa como una región alejada de los conflictos nacionales del siglo XIX; y, por el otro, se muestran las distintas intenciones que escondía la entrada de los rostros diversos que participaban de las guerras. De esta manera, acudiendo a las experiencias del hacendado Manuel Burgos, del obispo Pedro María Revollo y del negro Joaquín Mercado Robles, se estudian varias de las motivaciones individuales y colectivas que se movieron entre los hombres de la región al ingresar en los escenarios de conflicto: el afán de mantener o fortalecer el poderío económico, la intención de defender y propagar el discurso político-religioso del catolicismo y la lucha por romper las estructuras raciales para alcanzar ascenso social y poder político.

Palabras clave: Bolívar grande, guerra civil, hacienda, Iglesia, ascenso social.


The Differents Faces of the Civil Wars
in Large Bolívar (Colombia, XIX Century)


Abstract

Article discusses three life stories to understand the effects that the civil wars in the former department Bolívar. On the one hand, tries to overcome the traditional view that has made a career and having to Coast as a remote region of national conflicts of the XIX century, and on the other, the different intentions that hid the entrance to the various faces are shown who participated in the wars. Thus, turning to the experiences of the landowner Manuel Burgos, bishop Pedro María Revollo black and Joaquin Mercado Robles, a number of individual and collective motivations that moved among men in the region to join the conflict scenarios are studied: the desire to maintain or strengthen the economic power, the intention to defend and propagate the political-religious discourse of Catholicism and the struggle to break the racial structures to achieve social mobility and political power.

Keywords: large Bolívar, civil war, farm, church, social climbing.


As caras diversas das guerras civis
em Bolívar Grande (Colombia, século XIX)


Resumo

O artigo analisa três historias de vida no objeto de compreender os efeitos que tiveram as guerras civis na antiga Região de Bolívar. De um lado, tenta superar a tradicional visão que tem feito carreira e que apresenta á região Costeira afastada dos conflitos nacionais do século XIX; e, do outro lado se mostram as distintas intenções que esconderam a entrada das faces diversas que participavam das guerras. Desta maneira, recorrendo à experiência do fazendeiro Manuel Burgos, Del Bispo Pedro Maria Revollo e do negro Joaquin Mercado Robles, se estudam algumas das motivações individuais e coletivas que se movimentaram entre os homens da região ao fazer parte dos cenários de conflito: na pressa de manter ou fortalecer o poder econômico, a intenção de defender e propagar o discurso politico religioso do catolicismo e a luta pelo rompimento das estruturas raciais para atingir o ascenso social e o poder politico.

Palavras-chave: Bolívar grande, guerra civil, fazenda, igreja, ascenso social.


Referencia para citar este artículo: ÁLVAREZ JIMÉNEZ, Fernando J. (2014). "Las caras diversas de las guerras civiles en el Bolívar Grande (Colombia, siglo XIX)". En Anuario de Historia Regional y de las Fronteras.19 (2). pp. 529-553.



Presentación

Aunque las guerras civiles del siglo XIX en Colombia, han sido ampliamente estudiadas y desde distintas perspectivas, el tema ha estado prácticamente inexplorado para el norte del país. Esto se ha debido principalmente a tres razones: primero, porque los analistas que inicialmente se acercaron al tema lo abordaron bajo miradas sociológicas o guiados por cierto determinismo geográfico, que los llevó a sugerir la existencia histórica en la Costa de un supuesto ethos pacífico, que se sustentaba en la condición natural del hombre Caribe por abrazar la libertad y ser tolerante y anti-violento1. En segundo lugar, porque ha hecho carrera que el aislacionismo geográfico de la zona norte colombiana y el archipiélago de regiones que constituyeron el país, evitaron la intervención de la Costa en el desarrollo de las guerras, siendo este un problema básico de los territorios internos2. Y como tercera razón, la región ha sido valorada como zona alejada de los conflictos nacionales, debido a las perspectivas de análisis que se han tomado para estudiar las guerras civiles. Inicialmente se abordaron desde la historia política y social, estudiando los móviles que desencadenaban las guerras, pero haciendo énfasis en los factores ideológicos y en el problema de la lucha por el poder político3. A estas miradas se sumaron las interpretaciones económicas de los conflictos4; y los enfoques que relacionaron las variables de guerra, política y problemas sociales, intentando entender de una manera global la presencia recurrente de la violencia en Colombia5. Luego aparecieron trabajos que miraron hacia las regiones y que se interesaron por resaltar el papel de la gente común y corriente y la influencia de la guerra en los intelectuales, la música y la pintura6. Investigaciones más recientes plantearon un detallado análisis sobre los contenidos discursivos de las memorias liberales y conservadoras7; y, en los últimos años, se ha estudiado la relación entre guerra, Iglesia y religión8. En todos estos avances sobre el reconocimiento de las guerras civiles en Colombia, la Costa norte ha sido prácticamente invisible9. Los pocos trabajos que se han publicado sobre la presencia de los conflictos en la región, tienden a tomar la guerra como contexto para analizar otro tipo de temáticas como el sistema electoral, los realineamientos políticos, las movilizaciones sociales o la organización del Estado10.

A partir del análisis de tres experiencias de vida, en este artículo se intenta superar esa especie de vacío historiográfico. El estudio del individuo y de su escenario social permite superar visiones convencionales y ayuda a llenar vacíos que, sobre el pasado de la región, se dificultan ser estudiados desde otras perspectivas11. Tomando como recurso metodológico el papel y la participación que tuvieron tres actores sociales, el hacendado Manuel Burgos, el obispo Pedro María Revollo y el negro Joaquín Mercado Robles, el artículo explora las incidencias y el desarrollo que alcanzaron los escenarios conflictivos del siglo XIX en el antiguo Departamento de Bolívar12. La idea es superar la vieja concepción que presenta a los habitantes de la Costa como una comunidad alejada de las hostilidades de las guerras; pero también se busca introducir un tema relevante para el estudio de los conflictos, y es la manera como se presentaban distintas formas de incursión en las conflagraciones, dependiendo de las motivaciones y posiciones que se tenían frente a la organización de la sociedad o la vinculación que se sostenía con los organismos que representaban al Estado. En el artículo, primero, se presenta la experiencia particular del hacendado Manuel Burgos y su pronunciamiento de guerra en Ciénaga de Oro (Córdoba), durante el conflicto declarado por los conservadores a la república liberal en 1876; luego se examinan las opiniones, determinaciones y acciones tomadas por el obispo de Barranquilla, Pedro María Revollo, en medio de las agitaciones bélicas que se presentaron en el país en los últimos años del siglo XIX. Y, en última instancia, se analiza la participación que tuvo Joaquín Mercado Robles, un líder militar de origen negro, que peleó durante la guerra de los Mil Días en Bolívar, para catapultarse después como uno de los dirigentes de origen popular más visible dentro del liberalismo local en las primeras décadas del siglo XX.


La rebelión de Manuel Burgos en la Hacienda Berástegui durante la guerra de 1876

Cuando estalló la guerra nacional de 1876, las situaciones políticas en los Estados Unidos de Colombia variaron de manera considerable. Para el caso de los estados de Antioquia y Cauca la guerra se justificó a partir de la lucha religiosa y la defensa de las prerrogativas estatales; mientras que en los estados costeños una facción política se sentía despreciada, por el gobierno central, debido al exclusivismo de algunas obras públicas13. La conflagración fue iniciada por los conservadores del Cauca en julio de 1876, siendo respaldados por sus copartidarios de Antioquia y Tolima. El gobierno federal y los presidentes de los estados liberales o independientes de Cundinamarca, Boyacá, Santander, Panamá, Bolívar y Magdalena, organizaron su propio ejército y sus más restringidas guerrillas liberales para hacerle frente a sus opositores14. El Estado de Bolívar entró oficialmente a la guerra el 5 de agosto de 1876 en respaldo del gobierno liberal. Para los radicales, el norte del país desempeñó un papel decisivo en el manejo de las fronteras que tenían con las zonas en contienda. En efecto, en los estados del Magdalena y Bolívar las acciones iniciales de guerra se centraron, por un lado, en el control marítimo que ejercieron para evitar apoyos externos por sus costas a los rebeldes conservadores; y, por el otro, cumplieron un papel determinante en el manejo de la navegación desde Antioquia por los ríos Cauca y Magdalena. De esta manera, se aseguró la aduana de Barranquilla para el gobierno y se les obstaculizó a los conservadores el comercio y el ingreso de armas por sus territorios. La Costa sería, así, un punto estratégico en la vigilancia de los océanos y los ríos, facilitando el ingreso de armamentos y municiones del extranjero para el gobierno e impidiéndoselo a los revolucionarios conservadores15.

Aunque en Bolívar se había vivido un clima aparente de paz después del final del conflicto regional de 187516, los desórdenes y las amenazas de levantamientos revolucionarios a nivel local no desaparecieron. Como reflejo de la convulsionada naturaleza política nacional, aquí se vivía una especie de conflicto partidista interno17, y uno de los focos de mayores disturbios de orden público fue la zona de las sabanas, acosada constantemente por pronunciamientos conservadores en pueblos como Sahagún, Chinú y Sincé18. Entre esos levantamientos estuvo el encabezado por Manuel Burgos en su Hacienda Berástegui, en compañía de una "pandilla de malhechores" de Purísima, Ciénaga de Oro, Cereté, Berástegui, Sabanas, Momil y gente de los "retiros". El 29 de enero de 1877 los revoltosos se adueñaron de Ciénaga de Oro y provocaron un incendio que causó la destrucción de gran parte de esa población19. A pesar de lo reducida que fueron las acciones bélicas de esta rebelión20, lo sucedido en esta reviste una gran importancia para el entendimiento de la relación directa que existía, muchas veces, entre las labores de una unidad económica como la hacienda y las convulsiones políticas del país, especialmente en el marco de los conflictos internos21. El cabecilla principal del levantamiento, Manuel Burgos, nació en Ciénaga de Oro en 1824, y sería miembro de una de las familias más poderosas en la región. Aunque fue liberal, abandonó estas ideas y se matriculó en las filas del partido conservador después de la elección tumultuaria de José Hilario López en 184922. En 1845 adquirió título de abogado en la Universidad de Cartagena y se comenzó a consagrar en la dirección de su hacienda. Plantó una granja y formó la casa comercial M. Burgos y Cía., con su madre y sus cinco hermanos. La hacienda originalmente fue un terreno realengo heredado de su padre, situado en el distrito parroquial de Ciénaga de Oro y compuesta de ganado vacuno y caballar, tierras y esclavos. A finales de la década del setenta del siglo XIX, la hacienda logró incorporar, a través de compras y permutas con sus vecinos, cuatro mil hectáreas más a sus propiedades, agregando los terrenos de El Coco, La Ceibita, Rosavieja y El Tajo. Las tierras adquiridas se pagaban a través de la venta de pasto por medio de una suma de dinero por res al mes y mediante pagos con ron y manteca de corozo, que se producían en la hacienda23. Ya para ese tiempo esta se empezaba a mostrar como pionera del "desarrollo económico" de la Costa, promoviendo el uso de modernos recursos técnicos y tecnológicos en su producción24. La Casa Burgos incorporó la yerba del Pará a su ganadería y se introdujo en la fabricación de azúcar y otros negocios. Sin embargo, Burgos nunca abandonó la actividad política. Durante la Confederación Granadina desempeñó el cargo de prefecto del departamento del Sinú, luego fue electo por el liberalismo a la Cámara Provincial de Cartagena (1849) y finalmente asistió a la Cámara de Representantes en 185025. Ya para 1856 hacía parte de las filas del conservatismo y, dado que era dueño de una cultura política adquirida en las aulas universitarias, intervino frecuentemente en las fogosas controversias partidistas. En julio de 1865, en un comentario que presagiaba su posterior decisión hacia la lucha, le hizo conocer a Joaquín F. Vélez su preocupación sobre el desarrollo de la política nacional: "la situación no puede ser peor -decía-. Por todas partes no reinan sino la anarquía y la dilapidación de fondos públicos. Pero ¿cómo convencer a nuestros hombres que esta es la época de obrar activamente?"26.

En los comienzos de la guerra del año 1876, Manuel Burgos y su hermano José Antonio estuvieron en Antioquia luchando al lado de Marceliano Vélez y luego se trasladaron al Sinú. Para la época, Burgos ya era un hombre fuerte del conservatismo en Bolívar. Contaba con raigambres populares para rebelarse cuando quisiera, por lo que sus pasos eran vigilados con "ojos de lince" por el gobierno, ya que "los pronunciamientos que menudeaban se habían convertido para él en espectros que veía por todas partes"27. Esa popularidad y el nivel de ascendencia que sostenía ante sus amigos y trabajadores hicieron posible la conformación de sus fuerzas para el levantamiento. En sociedades como esta, los vínculos se definían por el parentesco, la vecindad y el compadrazgo; y en sus poblaciones se consolidaban unas familias como principales gracias al poderío económico. El manejo de estos recursos posibilitó el logro de unas relaciones sociales que sirvieron para obtener fidelidades en la comunidad28. Esto no quiere decir que muchos de los participantes del pronunciamiento no entraran a este en función de los beneficios que podían obtener. Manuel Burgos invitó a su compadre, ganadero y compañero de negocios, Valentín Gamero, para que lo acompañara en la rebelión al lado de sus concertados; pero sólo consiguió el apoyo de varios indios de los retiros de Mateo Gómez, San Antonio y El Cedro, después de ofrecerles tierras libres si lograban el objetivo29.

De esta manera, se observa que Burgos, en sus intenciones de sumar hombres a su causa, debió negociar con los distintos actores sociales que conformaban el mundo rural local; y, así, los arrendatarios, aparceros y trabajadores pasaron a ser el grupo principal del levantamiento30. Mediante sentimientos partidistas, lealtad o intereses personales, se activó la red que lo siguió. Ambrosio Quesada y Joaquín Jiménez Pupo se unieron a Burgos por pleno convencimiento político y por el entusiasmo que les generó el rumor del pronunciamiento "de los pueblos desde Chinú hasta Arjona". De la rebelión también participaron su hijo José María Berástegui y su hermano José Antonio. También lo acompañaron "a la fuerza" Nicasio Cabrera, reclutado violentamente, y el purisimero Manuel Gregorio Ortega, quien fuera obligado por su patrón. Y hubo alineados a los rebeldes de Burgos por la firme intención de sacar dividendos de este escenario: ese fue el caso del indio Manuel Esteban de la Cruz, quien apoyó el levantamiento ante la posibilidad de obtener tierras libres para él y para sus comunidades. Durante todo el siglo XIX, los indígenas habían aprovechado los conflictos partidistas y las necesidades de apoyo popular de liberales y conservadores, para establecer negociaciones con los dirigentes del Estado y aprovechar las oportunidades que se les brindaba para hacer valer sus intereses31.

Aparte de sus contribuciones personales y del apoyo monetario de varios conservadores de Montería, Burgos se valió de expropiaciones con violencia y de empréstitos forzosos hacia los liberales locales para financiar la rebelión. Por ejemplo, comisionó a ocho soldados armados para exigir un empréstito de cincuenta pesos a José Antonio Coronado y Manuel Antonio Fernández; y a las personas con menor patrimonio llegó a racionarlos con dos reales. También asaltaron varias propiedades y lograron hacerse de escopetas, rifles de remingtons, pistones y chopos. Cuando se les negó la contribución forzosa ni las mujeres de los liberales se salvaron de los atropellos de los rebeldes. A muchas de ellas "les dieron palo" y se las llevaron a la cárcel. Así sucedió con Anita Montes, María Díaz y la esposa de Juan Agámes, quienes fueron víctimas de persecuciones y maltratos.

Gritando "vivas" al partido conservador y expresando "que veía fundamento i disposición para lograr pasearse en todo el Estado", Burgos procedió a formar su tropa con jefes y oficiales que fueron ubicados en varios retenes y grupos de guerrilla. Organizó retenes con 50 soldados bien armados en el camino de "Tapaculo", 24 hombres en la vía que conducía a la hacienda y 14 en el camino que dirigía hacia Sahagún. El resto de la tropa fue ubicada en el Cuartel. El 3 de febrero de 1877 los rebeldes marcharon hacia Ciénaga de Oro para atacar las tropas del gobierno. Tras un enfrentamiento violento contra estas fuerzas, fue dado de baja un soldado y los liberales Tránsito Medina y Joaquín Dorado. Sin embargo, ante la amenaza y la mejor estructuración de las fuerzas gobiernistas, los revolucionarios evitaron el enfrentamiento abierto y optaron por escapar y quemar las casas de los liberales de Ciénaga de Oro, lo que provocó un incendio de gran magnitud que llegó a destrozar las viviendas de casi toda la población. La mayoría de los rebeldes lograron huir y el cabecilla principal, Manuel Burgos, se pudo refugiar en el vecino Estado de Antioquia. José María Lugo, gobernador de la provincia afectada, llegó a decir luego de la rebelión que "[su] ciudad antes rica e industriosa, ardía [ahora] de una manera horrible"32.

En una sociedad predominantemente agraria y rural, las haciendas fueron decisivas durante los conflictos civiles. A la vez que lugares de alojamiento de tropas, fueron centros de producción para la guerra; sufrieron los asaltos de amigos y enemigos y se constituyeron en lugares de encuentro y desencuentro de los dos bandos. Muchos, como Burgos, las utilizaron para organizar sus fuerzas y esconderse, y otros las usaron para la resistencia, el saqueo y la extorsión33. El pronunciamiento de los hacendados, ante la posibilidad de alcanzar un escenario ideal para sus pretensiones económicas, se organizaba con el propósito de que las autoridades le respetaran sus bienes34; o por la necesidad de buscar mejores condiciones para sus negocios y aspiraciones políticas. Manuel Burgos vió en una hipotética victoria del partido conservador, la oportunidad de obtener a la mano unas instituciones estatales que servirían para consolidarse como empresario y como hombre que podía influir en el mundo político para agrandar su fortuna en la región. La familia Burgos era una de las más influyentes en su provincia gracias a sus redes familiares y comerciales, y a su relación privada con las autoridades locales, por lo que sus intereses personales se saciaban, en gran parte, por la posibilidad de manipular el poder político35.

Aunque los hacendados habían sido muy afectados por las conflagraciones civiles, debido a las expropiaciones, secuestros de bienes y el reclutamiento forzoso de los peones; también se convirtieron en un grupo fuerte y poderoso, que se aliaba con los caudillos locales o con los actores de los estratos intermedios, asimilando la política en sus ejercicios cotidianos y proyectos de vida36. Tradicionalmente se ha valorado el dominio y el poder social y económico que ejercieron los terratenientes, transformados, muchas veces, en caciques y jefes hereditarios de los partidos políticos. Y se ha visto al hacendado como una fuerza capaz de ligar al peón agrario y a su familia a una relación de dependencia que podía expresarse hasta con las armas37. Sin embargo, las formas diversas de vinculación a la rebelión de Burgos, demuestran hasta qué punto la hacienda, a pesar de contar con un sistema de órdenes y jerarquías, también se convirtió en un lugar de interacciones entre terratenientes y trabajadores y de intercambio de experiencias al interior de los que laboraban en esta. La hacienda, a pesar de ser una empresa con objetivos claramente económicos, fue un espacio de relaciones sociales en la que se creaban experiencias y expectativas de vida que iban más allá de la jerarquía38; las mismas que se pusieron en evidencia en los que decidieron participar de la rebelión.

De Manuel Burgos conocemos realmente poco en los meses posteriores del conflicto. Las diligencias de averiguación que fueron adelantadas por las autoridades coinciden en señalarlo como el cabecilla principal de la rebelión; sin embargo, fueron sus acompañantes los que cayeron en manos del gobierno para ser llevados a juicio, y no hay un solo documento que registre un proceso similar para el influyente empresario conservador. Lo que si conocemos es que en el tránsito del dominio liberal al de los independientes, y la consolidación posterior del proyecto conservador, su hacienda entraría a ser parte de un gran emporio económico que abanderaría muchas innovaciones y la producción agrícola-ganadera en la región; aunque también se convertiría en un gran feudo electoral de influencia nacional39, el mismo que sería defendido ferozmente por el célebre general Francisco Burgos, hijo de Manuel, durante la guerra de los Mil Días.


Pedro María Revollo: El capellán del ejército conservador en las guerras

La Iglesia Católica en Colombia jugó un papel determinante en la construcción del mundo cultural y político que rigió la sociedad de un país que en el siglo XIX empezaba a estructurarse; de ahí que esta institución hiciera parte de los escenarios primordiales y los debates principales que se presentaban permanentemente en Colombia. Los desarrollos de las guerras internas no fueron la excepción a este papel activo que sostuvo la institución eclesiástica40. Para algunos, el fondo de las luchas civiles del siglo XIX tuvo como base filosófica el choque de dos formas ideológicas; una fue la cultura de la cristiandad, fundamentada en una religión sólida y absoluta, y en una moral considerada universal y totalizante. La otra fue la cultura de la modernidad, basada en la filosofía liberal, que abogaba por un sujeto libre, dueño de sí mismo, y con ideales de progreso y de desarrollo de tipo secular41. La injerencia de la religión y el clero en los conflictos, sin embargo, no fue un elemento exclusivo de Colombia en el siglo XIX. Aunque en el hemisferio difícilmente podemos encontrar enfrentamientos abiertos de tipo religioso, ya que ello se escondía en las luchas partidistas, no podemos negar que en muchas partes de Latinoamérica, desde el proceso mismo de independencia, la Iglesia luchó por insertarse en la nueva sociedad plural que surgió desde comienzos de esta centuria42. Como lo ha planteado John Lynch, la particularidad de Colombia estuvo en que vivió un proceso opuesto al resto de América Latina, ya que en la mayoría de estos países, sin perder totalmente su poder y convocatoria, se logró separar la fuerza influyente de la Iglesia Católica respecto a las funciones del poder civil, después de estar presente en los inicios de la configuración de los nuevos estados naciones. En Colombia se presenta un proceso contrario: se pasa de un período en el cual se aparta a la Iglesia del poder civil y se le persigue con las reformas liberales, por lo menos hasta 1880; a una etapa en la que el estado logra negociar con el clero y comienza a defender oficialmente los valores y disposiciones que emanaban de los jerarcas de la institución eclesiástica43. La activa presencia que tuvo la Iglesia, desde entonces, estuvo orientada, en buena medida, a lograr la cohesión social que perseguían los regeneradores mediante el uso de los valores del cristianismo. Durante este último período, se restablece oficialmente al clero como el principal agente para lograr el orden político a través de "la modelación de las subjetividades de sus feligreses"44.

Entre los mecanismos utilizados por el clero para defender o imponer sus valores y su visión del mundo, estuvo la lucha abierta que declararon en muchas de las guerras civiles colombianas. En el camino de poner la fe del lado del ideario partidista conservador, que a la vez garantizaba sus ideales e intereses, los sacerdotes y obispos utilizaron todo tipo de métodos: las encíclicas papales, los púlpitos, el confesionario, y hasta la toma directa de las armas. De esta manera, tanto la retórica como las acciones del clero, se caracterizaron por ubicar las singularidades de la política dentro de los marcos del mundo religioso45. Por ello, la Iglesia hizo de los fieles cristianos, y de sus sacerdotes, los soldados de una nueva cruzada contra el liberalismo y las ideas radicales46. La defensa o imposición de esos valores custodiados por la Iglesia Católica fue el incentivo que hizo de Pedro María Revollo un protagonista frecuente en medio de las conflagraciones que tocaban la Costa norte colombiana. De hecho, este personaje central de la vida eclesiástica, política y cultural de Barranquilla en los finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue llamado por uno de sus biógrafos como un "cura guerrero"47. Revollo nació en Ciénaga (Magdalena) en 1868. En su adolescencia arribó a Barranquilla, cuando el país estaba sumido en una guerra civil originada, en parte, por problemas de tipo religioso. En el año de 1879 se impresionó por las convulsiones políticas de la región: de una revolución local en el Magdalena tomaron parte miembros de su familia, lo que fue sentido fuertemente por el futuro sacerdote48.

El 25 de marzo de 1883 llegó Revollo a Cartagena para ingresar al seminario con una beca otorgada por el obispo Biffi. Siendo seminarista tuvo que ser testigo de otro suceso revolucionario en la Costa, la guerra nacional que estalló en 1885. Estando de paso por Santa Marta debió embarcarse en un barco alistado por un batallón de riohacheros que se aprestaban para luchar en contra de los revolucionarios. A los pocos días se organizó en Cartagena un ejército para marchar por tierra hacia Barranquilla porque estaba en poder de los rebeldes. Revollo quiso agregarse a esta expedición pero el general Francisco Palacio y su familia se lo impidieron, porque "estaba muy joven para esa campaña"49. Ya para ese tiempo era un conservador leal a Rafael Núñez, militante y defensor confeso del proyecto político conservador, que afrontaba con distintos recursos a sus contrarios ideológicos y políticos50. Oficiando como sacerdote en Barranquilla, Revollo pudo hacer realidad su inclinación por estar en el campo de guerra. En la guerra de 1895, al ser testigo de la conformación de batallones y escuadrones en Barranquilla, y ante la necesidad de tener refuerzos para combatir contra la amenaza terrible de los rebeldes, Revollo se presentó a la comandancia y pidió que se despachara una ambulancia con médicos y sacerdote al sitio de los enfrentamientos. Tomando un caballo marchó hacia Baranoa y encontró que la Iglesia estaba incendiada y tomada por los revolucionarios que se habían atrincherado en ella. Toda la noche le tocó acudir a los heridos, algunos de ellos muy gravemente, por lo que le correspondió absolver a varios, confesándolos y oficiándole los santos oleos. Ya "el padre Revollo no podía quedarse quieto cuando sonaba el primer disparo pues de inmediato se movilizaba al frente del combate"51.

Al estallar la guerra de los Mil Días, las tareas en servicio de guerra por parte de Revollo también serán importantes. "Apenas suena el clarín ya el padre Revollo está metido en las filas con el gobierno; otra vez será capellán militar y en el cuerpo sanitario recorrerá, como nunca, la Costa hasta el Sinú; luchará en Sincelejo, cabalgará por Tolú y llegará al límite de Antioquia". También tuvo su cuota de participación en Toluviejo, en la más fuerte refriega entre las fuerzas oficiales y los rebeldes liberales. Allí ofrece "misa al ejército y desde el balcón de una casa, frontera a la iglesia, administra los servicios a los soldaditos que desfilan ante él"52. Desde el mismo 20 de octubre de 1899, en el inicio de las hostilidades, marchó al lado de las fuerzas del gobierno. A los pocos días se enfiló como capellán en una columna del ejército conservador que intentaba contener las acciones de los rebeldes en la provincia de Sabanalarga. Y fue nombrado capellán en la expedición que partió hacia las sabanas de Bolívar por Magangué, para enfrentar al ejército revolucionario que estaba formándose en Lorica. En todas estas experiencias, desde temprano, celebraba la misa ante los batallones, y luego los absolvía con el rezo del acto de contrición53. Revollo también participó de las acciones que se presentaron en la población de Piojó el 3 de febrero de 1900, cuando los revolucionarios habían ocupado el cuartel local, la iglesia y algunas otras viviendas. Confesó y absolvió, antes de la batalla, al jefe de la tropa y a otros oficiales más54. De esta manera reconoció el general Rafael Gaitán el papel cumplido por el cura Revollo, futuro obispo de Barranquilla, en este combate:

El presbítero señor doctor Pedro María Revollo, capellán de nuestras fuerzas, se encargó, con la piedad que le es característica, de dar cristiana sepultura a los muertos que, de uno y otro campo pudieron ser hallados; y terminada esta su misión, continuó en la Ambulancia prestando auxilios espiritual y material a los heridos, siendo para los médicos un colaborador incansable y sobremanera benéfico. Mucho tienen que agradecer los heridos de Piojó al R.P. Revollo55.

La participación de Revollo en todos estos escenarios de guerra demostraba hasta qué punto la Iglesia Católica seguía siendo un actor determinante en la configuración de la sociedad decimonónica colombiana. También comprobaba el valor que alcanzaban las justificaciones religiosas a la hora de atizar la bandera de lucha, la misma que añoraba ser defendida por cualquier motivación. Sin embargo, el alistamiento del obispo en medio del escenario armado, también hacía parte del esfuerzo de la Iglesia por seguir monopolizando la manera como la sociedad debía organizarse. Es una especie de "cura-gendarme" que buscaba preservar la verdad pregonada por su organización religiosa56. El célebre arzobispo de Cartagena, Pedro Adán Brioschi, llegó a decir sobre la guerra de los mil días que "la revolución trabaja sin descanso para destruir el trono divino" y que "revolución social consiste en la desobediencia sistemática y formal no a los mandatos de los hombres, sino a las perspectivas y leyes de Dios"57. La Iglesia encontró en el marco de su doctrina la motivación para insertarse en los conflictos políticos y así abogar por sus intereses como institución. Por ello se metió de lleno en las contiendas y por medio de sus discursos, pastorales y acciones puso la fe al servicio de los que representaban sus valores y el marco cultural y político que les beneficiaba58. Así que los mismos encargados de ser intermediarios entre Dios y los hombres fueron partícipes, no con poca frecuencia, del desarrollo de los conflictos bélicos. En esos escenarios de guerra el rol que desempeñó la jerarquía eclesiástica de la región fue evidente. Como se muestra en el caso de Revollo, los miembros del clero jugaron en esta un papel primordial, la mayoría de las ocasiones defendiendo la posición legitimista. En efecto, la Iglesia se había convertido en uno de los soportes principales del gobierno conservador, ya que como organización había logrado un rol determinante para influir en la sociedad59. Tiempo después de finalizada la guerra, el presbítero seguiría en su tarea de proteger sus intereses y el de su organización, pero ya no como capellán de los ejércitos conservadores. Para acompañar y seguir moldeando su comunidad, fundaría en Barranquilla el periódico El Estandarte, en el interés de gestar una opinión pública alrededor de un proyecto católico que influyera en toda la Costa norte colombiana60.


El negro Joaquín Mercado Robles en la Guerra de los Mil Días

A la memoria de mi padre

Joaquín Mercado Robles fue uno de los grandes cabecillas de las guerrillas liberales en el Departamento de Bolívar durante la guerra de los Mil Días. Si antes habíamos mencionado la manera como el hacendado Manuel Burgos entró a la guerra de 1876 para defender sus intereses partidistas y económicos, y los fines político-religiosos que llevaron al obispo Pedro María Revollo a participar de las contiendas de finales del siglo XIX; el caso de Mercado Robles se convierte en uno de los ejemplos victoriosos de cómo las confrontaciones civiles otorgaron beneficios y espacios de movilidad social a personas de origen humilde y de raza negra, que a partir del honor, la dignidad militar y la formación académica, alcanzaron un lugar dentro de los cerrados círculos de poder regional. Nacido a mediados del siglo XIX en el corregimiento de Medialuna, municipio de Pivijay (Magdalena), llegó a tierras bolivarenses luego de una de las inundaciones producidas por el río Magdalena para trabajar en las obras de construcción del ferrocarril que unió a Cartagena con Calamar (1890-1892). Una vez terminado estos trabajos se radicó en Soplaviento (Bolívar), un pequeño pueblo asentado a orillas del Canal del Dique. Allí inicialmente se consagró a la enseñanza de la niñez al lado del reconocido general liberal, Manuel de Jesús Álvarez; y, luego, cursaría estudios superiores hasta alcanzar el grado de abogado en la Universidad de Cartagena.61.

En el ambiente de Soplaviento, Mercado Robles afianzó su apego a la doctrina liberal. Esta colectividad había abrazado en su interior una especie de liberalismo popular, que incluyó en sus filas a negros, mulatos y zambos, que aspiraban, mediante alianzas políticas, desarrollar sus ambiciones económicas y sociales62. Este marco fue aprovechado por Mercado Robles para desarrollar una carrera que se fundamentó, primero, en el renombre que alcanzaron sus acciones militares en el campo de batalla durante la guerra de los mil días, y en el gran capital político que obtuvo, a su vez, por mostrarse como un respetuoso de los códigos de honor durante la misma guerra. Efectivamente, todo esto le sirvió para obtener una enorme ascendencia sobre la población negra y mulata militante del liberalismo bolivarense, principalmente entre los habitantes de las provincias orilleras del Canal del Dique y los Montes de María, lo que le serviría para alcanzar importantes logros al interior de su partido63. Mediante sus capacidades como hombre de guerra pudo ascender en el mando militar de la tropa liberal, a pesar de poseer ese pasado humilde y de ser identificado socialmente como hombre de color. Desde la misma época del triunfo de Peralonso, los dirigentes liberales habían pensado en él para concientizar las gentes y revolucionar el Departamento de Bolívar con sus guerrillas64. Y en efecto, sus cualidades, su competencia y su carácter lo llevaron a ser jefe de una de las guerrillas más celebres en la región, la famosa guerrilla de negros mahateros65; la misma que se pudo acercar varias veces a Cartagena para hostigar a las fuerzas del gobierno. La revolución para Robles fue una oportunidad en la que pudo demostrar su arresto y su capacidad para andar y desandar por caminos, sufrir penalidades y acometer al enemigo con hombría66. Las intrépidas acciones en las que estuvo involucrado alcanzaron renombre de leyenda, hasta el punto que llegaron a asignarle "secretos misteriosos" a sus estrategias de guerra. En el victorioso combate de Mahates, en el que hubo 90 muertos, se dice que logró infiltrarse entre sus enemigos para poder conocer los planes de éstos y luego organizó una incursión nocturna con un método acuático "bajo un santo y seña militar". Armados de palos, machetes y cuchillos sus soldados lograron dar de baja a las tropas conservadoras. Cuando uno de los enemigos le disparó a Robles este "se escondió detrás de un palo de escoba y el tiro cayó en el marco de [una] puerta"67.

En el transcurso de la guerra alcanzaría a ser parte de la oficialidad del general Rafael Uribe al lado de figuras como Plácido Camacho, Manuel de Jesús Álvarez, César Díaz Granados, Julio Vargas, Sergio Camacho y Samuel Pérez; y a pesar de caer herido durante un combate68, logró armar una tropa que sembró un verdadero temor en las fuerzas legitimistas en el departamento69. El memorialista liberal Pedro Franco llegó a decir que "un par de negros, Marín en el Tolima y Mercado Robles en Bolívar" fueron considerados como la pesadilla para el gobierno70. Negros de todos los pueblos de la orilla del Canal del Dique y de la vía del ferrocarril, entre María la Baja y el Carmen, fueron los hombres que lo acompañaron en la guerrilla que, a juicio de otro general conservador, se convertiría en una de las dos fuerzas que "merecían que se les dedicase alguna atención por su relativa importancia"71.

A pesar de que generalmente sus tropas se encontraban en desventaja con relación a las del gobierno, algunas veces las fuerzas de sus guerrillas lograron superar al bando oficial, lo que le sirvió para alcanzar sustanciales victorias militares. Una de estas la obtuvieron en un sangriento combate en María la Baja el 20 de febrero de 1901. Allí unos 500 hombres a sus órdenes enfrentaron a 90 de los gobiernistas. El combate inició a las seis y treinta de la tarde con armas de fuego en los alrededores del pueblo y terminó "a machetazos y a la bayoneta en la plaza y los cuarteles". Las 45 víctimas que se contabilizaron entre los muertos y heridos, fueron presentadas como ultimadas "a machete limpio" y casi todas ellas defendían la causa del gobierno conservador. Los soldados que no cayeron en combate por parte de las guerrillas de Robles, huyeron para seguir dando resistencia en otras poblaciones. Robles huyó sólo y se internó de a pié en los bosques72. Pero tendría arrestos para entrar a Tolú veinte días después con una guerrilla de cien hombres y saquear a varias familias y, luego, pasar a Palmito donde los turcos también serían víctimas de sus saqueos. Estaría peleando después en Colosó y en Sincelejo comandando a unos 700 hombres que chocaron contra las fuerzas del general Torralbo quien "temía el arrojo de aquel oficial". Tras este combate, Robles saldría herido; sin embargo, luego se le vería enfrentándose a las tropas conservadoras en las poblaciones cercanas de El Carmen, Ovejas y San Juan. Las tropas conservadoras que lo enfrentaron en esta última población, al reconocer al cabecilla de las guerrillas rebeldes, llegaron a dudar de la victoria a pesar de contar con cuatrocientos hombres. Con pocas armas y hombres, en los días finales del conflicto las guerrillas que le quedaron, tras las derrotas que les habían infringido las fuerzas oficiales, todavía tendrían valor para enfrentarse en Mahates a las fuerzas conservadoras; sin embargo, la derrota estaría asegurada de nuevo73.

En la conformación de sus tropas Robles logró movilizar las gentes hacia la guerra para convertirse en un caudillo militar regional que agrandaría su renombre por la disposición que asumió frente a las normas que se manejaban con el adversario. Esto le granjearía una porción importante de los dividendos políticos que alcanzaría en medio del conflicto; ya que sus acciones y determinaciones contra sus oponentes o copartidarios fueron una muestra de cómo anteponía la confrontación política leal antes que cualquier actitud de venganza frente al contendor. La experiencia del enfrentamiento entre tropas conservadoras comandadas por el general Lácides Segovia y sus guerrillas en septiembre de 1900, es un ejemplo de esto. En el combate triunfaron las fuerzas rebeldes; Segovia cayó herido y prisionero, pero fue salvado por Robles ante la amenaza de sus soldados que apuntaron sus rifles con intención de darle de baja. Mientras su tropa acampó en Arenal con rumbo a Sabanalarga, el negro se hizo cargo del general conservador como "un caballero sin tacha", acompañándolo hasta tomar el ferrocarril que lo dirigía a encontrarse con su familia74. De esta manera, logró mostrarse como un líder honorable que valoraba los códigos de solidaridad a pesar del estado de guerra que se abriera contra el enemigo político. En medio de la misma guerra, el 24 de junio de 1900, desde su cuartel general en Mahates dispuso, como orden general prohibir, bajo penas severas, realizar disparos sin objeto y sin orden, y cometer robos, advirtiendo que esperaba que su ejército diera "muestras de absoluta moralidad"75. Demandaba en sus tropas un fuerte compromiso y espíritu de decisión pero con una conciencia clara de los fines políticos que tenía la lucha. Ahora, esto no quiere decir que todas las acciones y decisiones tomadas por sus fuerzas fueran asumidas de manera ideal. Los guerrilleros que comandaba también dejaron a la rastra de sus victorias manchas de sangre, ruinas, incendios, ultrajes y desafueros. Es decir, sus ejércitos también cargaron con las atrocidades que acompañaban el conflicto. Al arjonero y conservador Francisco Puerta se lo encontraron en el camino sus guerrillas y lo tomaron preso aplicándole 500 palos que lo dejaron inútil por las múltiples heridas76.

Pero en la memoria colectiva de las gentes fue más fuerte la imagen de caballero y de intrépido guerrero que dejó Joaquín Mercado Robles. En diciembre de 1902 todavía era evidente la actitud de beligerancia en la que se encontraban sus tropas cerca de San Onofre77. Pero ya la lucha no se iba a reducir a la acción armada. La falta de garantías y los incumplimientos que siguieron a los tratados y a los indultos que estableció el gobierno con los jefes liberales, lo hicieron protestar acudiendo a los mecanismos legales y a sus derechos como ciudadano. En un memorial enviado desde Soplaviento al gobernador de Bolívar el 15 de diciembre de 1902, presentó una denuncia en estos términos:

Yo, J. Mercado Robles, ciudadano de Colombia, ante usía con el debido acatamiento parezco y expongo: Que por parte del Ejército Liberal de Bolívar, del que fui comandante general, se ha dado fiel y exacto cumplimiento al Tratado de Paz firmado en "Neerlandia" el 24 de octubre pasado […] Pero no sucede cosa igual por parte de algunos de los empleados subalternos seguramente por estar lejos de vuestra vigilancia y censura.
[…] En el tratado ya expresado se establece que desde su aprobación cese el cobro de toda contribución de guerra; y en Calamar, Cartagena y Tolú, se me informa que se cobran, pretextando que son las atrasadas. La comandancia de la Policía de San Estanislao el 30 del pasado mes redujo (a detención) al Teniente Nicanor Gutiérrez, a quien se le extendió salvoconducto, con la consabida muletilla "de que esta orden vino de las autoridades superiores".
Denuncio a Usía esos hechos, y con el requerido acatamiento pido que os sirváis dictar una resolución que haga cesar el cobro de la contribución de guerra; y que se restituya la libertad del Teniente Nicanor Gutiérrez […] para que así sean ciertas y efectivas las garantías concedidas por Usía a los que fiados en la fe pública del Gobierno, en el Tratado de "Neerlandia", depusieron las armas […]78.

El comunicado anunciaba lo que iba a ser, desde entonces, el trasegar político de Robles dentro de los marcos ofrecidos por las instituciones civiles montadas en la posguerra. En efecto, sus actos heroicos y sus demostraciones de liderazgo y valentía servirían para que en los años siguientes se catapultara como uno de los dirigentes visibles del liberalismo a nivel local. El 16 de septiembre de 1912, luego de haber asumido como diputado a la Asamblea Departamental, era elegido como uno los hombres principales del directorio liberal departamental que se encargaría de organizar la convención nacional del partido. Fue designado al lado de figuras como Alejandro Amador y Cortés, Miguel Díaz Granados y Eloy Porto79. En sus últimos años de vida, Mercado Robles también demostró sus rasgos como hombre laborioso. Fue uno de los colonos trabajadores e impulsadores del Ingenio Sincerín. Carlos Vélez Daníes, dueño del ingenio y siendo conocedor del amplio prestigio de Robles entre la gente que debía ocuparse de la siembra y del corte de la caña, lo llamó para encargarlo del puesto de jefe general de los trabajadores agrícolas80.

El ascenso político y el capital social que llegó a obtener Robles, a pesar de su condición negra y su origen humilde, es una clara muestra de la transformación que se empezó a dar al interior del mundo sociopolítico del Departamento de Bolívar en la transición hacia la nueva centuria. Más allá de las normales restricciones raciales que imponía la época, los sectores populares hicieron de la participación política, la reivindicación del trabajo y de las formas de vida virtuosas, los elementos centrales para el logro del reconocimiento social. En este sentido, la condición racial no era obstáculo para llevar una vida honorable, pues la opinión de la comunidad era fundamental en la reputación que podían alcanzar los individuos. Todo esto fue determinante en la ascendencia social y política que alcanzaría Robles a comienzos del siglo XX; además, el hecho de contar con una formación académica y de alcanzar un gran prestigio militar agregaba criterios importantes en todo este logro, debido a que la estima social estaba muy relacionada con la valoración de la educación y la figuración en el mundo castrense81. El general Mercado Robles muere en Sincerín el 17 de octubre de 1918. La noticia en la prensa local exaltó la gran estima social que había obtenido gracias a sus valores y a las virtudes que practicó al ser hijo de su propio esfuerzo82. Aunque la nota necrológica del periódico más influyente de Cartagena registró en muy pocas líneas el fallecimiento del "noble adversario", su corresponsal no dudó en señalar que había muerto "uno de los más activos, valientes y prestigiosos jefes liberales de la Costa, por su valor como guerrero, por su hidalguía como adversario y por su honradez y bondadoso trato"83. Sus restos fueron sepultados en Soplaviento. En la medida en que fueron corriendo los años, su tumba, que estuvo lejos de la suntuosidad de los grandes mausoleos construidos a los "prohombres" de la sociedad, cayó en un claro deterioro por el avance del rastrojo y de la maleza84.


Conclusiones

Durante los conflictos civiles del siglo XIX en Colombia, a la vez que despuntaban causales de lucha en el orden nacional, afloraban particularidades locales y regionales. En la Costa norte un elemento fundamental se mostraba en medio de los debates discursivos y el desarrollo de las guerras: la importancia que le habían otorgado las dirigencias políticas liberales y los mismos sectores sociales a nociones como la autonomía y la soberanía que debía poseer la región; es decir, el nivel de distancia y de margen de maniobra que se buscaba tener frente a los poderes centrales85. Pero a pesar del gran peso que tenía el problema político-partidista, las guerras civiles colombianas se presentan como un proceso complejo que supera la simple mirada dicotómica; pues en ella se reflejaba la interacción de actores locales y nacionales. Las motivaciones e intereses de los protagonistas provinciales se adaptaban frecuentemente a los problemas de orden nacional, aunque los participantes de las guerras en los pueblos aprovechaban las conflagraciones para dirimir conflictos de naturaleza local o personal. Es decir, quienes perseguían el dominio político del Estado, fortalecían alianzas con los personajes locales y regionales de la guerra, pero estos, en sus escenarios, luchan por sus intereses. Así que las alianzas y transacciones entre actores nacionales y regionales pueden explicar la naturaleza y el desarrollo de los conflictos civiles en Colombia86.

Por ello las guerras en el país se convirtieron en un componente definitorio para estructurar las identidades políticas individuales y colectivas87. El análisis a los casos del hacendado Manuel Burgos, el obispo Pedro María Revollo y el negro Joaquín Mercado Robles, demuestran, primero, hasta qué punto fueron evidentes en la Costa los contextos de guerras originadas en Colombia durante el siglo XIX; lo que refleja, al tiempo, el nivel de importancia que alcanzaba en la región el problema ideológico y la lucha partidista que se presentaba por el manejo del poder y las instituciones del Estado. En Burgos, Revollo y Robles, se logran entender las decisiones de acción que asumieron frente al desarrollo de las guerras, debido a la amenaza que representaba, para ellos, la prolongación del manejo del poder del Estado o la victoria militar del oponente político; lo que ponía en peligro la continuidad o el alcance de los logros que, en ese orden, se perseguían a nivel local. No obstante, la fuerza que desplegaron estos personajes hacia la lucha política armada, reflejó la disposición con que tomaban la defensa de sus más inmediatos intereses individuales dentro de la comunidad y el grupo social con el que convivían. La rebelión de Manuel Burgos en su hacienda persiguió, ante la posible victoria del bando conservador, el logro de un marco institucional que fuera afín a sus claros objetivos como empresario y como hombre político que ligaba muy bien las prácticas propias de su oficio con el manejo del poder a través de la obtención de cargos burocráticos y representaciones importantes ante las instituciones civiles de importancia a nivel regional. La expansión que sufrió la hacienda Berástegui, desde finales de la década de los ochenta, por intermedio de los favores empresariales y políticos de las élites nacionales y regionales de origen conservador, demostró hasta qué punto su lucha encontró justificación en la posible solidez de sus negocios88.

Por su parte, los antecedentes familiares de Pedro María Revollo en el Magdalena, le habían enseñado cuán importante era emprender la lucha armada cuando se trataba de defender los intereses y privilegios que se lograban con el grupo político de sus entrañas. El futuro obispo apoyaría de manera activa la causa conservadora, legitimando, a partir de lo sagrado, la protección de un Estado que le había otorgado inmejorables condiciones para posicionar a su comunidad eclesiástica como una institución de gran referencia política, mediante un poder institucional que abarcaba prerrogativas económicas así como una fuerza cultural apabullante. En el caso de Robles, el objetivo inicial se encontraba en la posibilidad de reconquistar el poder por parte de la comunidad política con la que se sentía identificado. Sin embargo, el hecho de enrolarse en los ejércitos de su partido le sirvió para hacer parte de la estructuración de una nueva élite liberal en Bolívar; y el mismo transcurrir de la guerra le brindó espacios para capitalizar importantes dividendos personales, a través del respeto ganado por la capacidad de liderazgo que mostró en materia militar; así que su origen humilde y racial no serían obstáculo para aprovechar políticamente los beneficios públicos que obtuvo del último conflicto civil.


* Artículo de reflexión producto de la tesis de Maestría en Historia (UPTC-Tunja-2010) titulada: "Guerras civiles, política e iglesia en el Bolivar Grande. Los conflictos de 1876 y 1899".

1 Esta interpretación sociológica de la Costa fue propuesta principalmente por Orlando Fals Borda en sus estudios Mompóx y Loba. Historia Doble de la Costa, I, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979 y El presidente Nieto. Historia Doble de la Costa. II, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979.

2 ZAMBRANO, Fabio, "La geografía de las guerras en Colombia", en Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX. Memorias de la II Cátedra Anual de Historia "Ernesto Restrepo Tirado", Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 2001, p. 225. Zambrano menciona como territorios y escenarios recurrentes de conflictos a las zonas de frontera agraria como el bajo Cauca antioqueño, el Magdalena medio santandereano, la vertiente cordillerana de Cundinamarca y el norte del Valle del Cauca.

3 JARAMILLO, Carlos E., "La Guerra de los Mil Días, 1899-1902", en TIRADO MEJÍA, Alvaro (Ed.), Nueva Historia de Colombia, I, Bogotá, Editorial Planeta, 1989; JARAMILLO, Carlos E., Los guerrilleros del novecientos, Bogotá, Editorial Cerec, 1991; JARAMILLO, Carlos E., "Guerras civiles y vida cotidiana", en CASTRO, Beatriz (Ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, s.e., 1996; TIRADO MEJÍA, Álvaro, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, Bogotá, Colcultura, 1976; GONZÁLEZ, Fernán, Para leer la política. Ensayos de historia política colombiana, Bogotá, 1997.

4 BERGQUIST, Charles, Café y conflicto en Colombia (1886-1910). La Guerra de los Mil Días, sus antecedentes y consecuencias, Bogotá, Banco de la República-El Ancora editores, 1999; PALACIOS, Marco, "Los conflictos sociales y la producción cafetera durante la segunda mitad del siglo XIX", en Aspectos polémicos de la historia colombiana del siglo XIX, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1983; DEAS, Malcolm, "Pobreza, guerra civil y política: Ricardo Gaitán Obeso y su campaña en el río Magdalena en Colombia, 1885" y "Los problemas fiscales en Colombia durante el siglo XIX", en Del Poder y la Gramática y otros ensayos sobre historia política y literatura colombianas, Bogotá, Editorial Taurus, 2006.

5 Gonzalo Sánchez, Guerra y política en la sociedad colombiana (Bogotá: El Ancora Editores, 1991); Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria e historia (Medellín: La Carreta Editores, 2006); Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda, Pasado y presente de la Violencia en Colombia (Medellín: La Carreta Editores, 2007).

6 Fabio Zambrano et al., Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX.

7 URIBE, María Teresa y LÓPEZ, Liliana, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia, Medellín, La Carreta-IEP-Universidad de Antioquia-Corporación Región, 2006; URIBE, María Teresa y LÓPEZ, Liliana, La Guerra por las Soberanías. Memorias y relatos en la guerra civil de 1859-1862 en Colombia, Medellín, Instituto de Estudios Políticos-La Carreta Editores, 2008.

8 GONZÁLEZ, Fernán, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del estado - nación en Colombia, 1830 - 1900, Medellín, La Carreta, 2006; ORTÍZ, Luís Javier et al., Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840 - 1902, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Unibiblos, 2005.

9 FLÓREZ, Roicer y ÁLVAREZ, Jairo, "El retorno de la política: la 'nueva' historia política sobre el Caribe colombiano en el siglo XIX. Tendencias, rumbos y perspectivas", en POLO, José y SOLANO, Sergio (Eds.), Historia social del Caribe colombiano. Territorios, indígenas, trabajadores, cultura, memoria e historia, Medellín, La Carreta Editores, 2011, p. 265.

10 POSADA CARBÓ, Eduardo, "Elecciones y guerras civiles en la Colombia del siglo XIX. La campaña presidencial de 1875", en El desafío de las ideas. Ensayos de historia intelectual y política en Colombia Medellín, Banco de la República-EAFIT, 2003; FERNANDEZ VILLA, Alfonso, "Clientelismo y guerra civil en Cartagena. Sobre las estrategias políticas de la elite cartagenera, (1885 - 1895)", en Memorias, revista digital de historia y arqueología desde el Caribe, Vol. 2, No 2, Barranquilla, Universidad del Norte, 2005.

11 LOAIZA, Gilberto, "El recurso biográfico", en Historia Crítica, No 27, Bogotá, Universidad de los Andes, 2004, pp. 222 - 223.

12 Este era el mismo territorio de la colonial Provincia de Cartagena, extendiéndose desde el margen occidental del río Magdalena hasta los límites con el actual Chocó, limitando al sur con Antioquia; y al oriente con el Magdalena y Santander. En el primer decenio de vida republicana se le continuó llamando Provincia de Cartagena; y a partir de 1857 recibió el nombre de Estado de Bolívar. Durante el régimen centralista establecido por la constitución de 1886 se le llamó Departamento de Bolívar. Para el siglo XX, de este territorio se desprendieron los actuales departamentos del Atlántico (1905), Córdoba (1951) y Sucre (1966), quedando el departamento de Bolívar reducido a su actual espacio. Ver: SOLANO, Sergio; FLÓREZ, Roicer y MALKÚN, William, "Ordenamiento territorial y conflictos jurisdiccionales en el Bolívar Grande, 1800- 1886", en Historia Caribe, No 13, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 2008, pp. 66-67.

13 PALACIOS, Marco, Entre la legitimidad y la violencia. Colombia, 1875-1994, Bogotá, Editorial Norma, 2007, pp. 52-53.

14 ORTIZ, Luis Javier, "Guerra, recursos y vida cotidiana en la guerra civil de 1876-1877 en los Estados Unidos de Colombia", en Ganarse el cielo defendiendo la religión, p. 363; ORTIZ, Luís Javier, Fusiles y plegarias. Guerras de guerrillas en Cundinamarca, Boyacá y Santander, 1876-1877, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 2004, p. 43.

15 ORTIZ, Luis Javier, Fusiles y plegarias, pp. 43-45.

16 ÁLVAREZ, Jairo, "La guerra de 1875 en el Caribe colombiano: debate electoral, soberanía y regionalismo político", en El Taller de la Historia, No 2, Cartagena, Universidad de Cartagena, 2010, pp. 189-210.

17 Archivo Histórico de Cartagena (AHC), Diario de Bolívar, Cartagena, 22 de diciembre de 1875 y 13 de mayo de 1876.

18 AHC, Diario de Bolívar, Cartagena, 30 de noviembre y 1 de diciembre de 1876.

19 AHC, Diario de Bolívar, Cartagena, 1 de diciembre de 1876.

20 AHC, Diario de Bolívar, Cartagena, 11 de marzo de 1877.

21 ORTIZ, Luis Javier, Fusiles y plegarias, p. 115.

22 RESTREPO, Pastor, Genealogía de Cartagena de Indias, Santa fe de Bogotá, Instituto de Cultura Hispánica, 1994, p. 93; BURGOS, Remberto, El general Burgos, Cartagena, Gobernación de Bolívar- Instituto de Estudios del Caribe, 2000, p. 21.

23 POSADA CARBÓ, Eduardo, "La Hacienda Berástegui: Notas para una historia rural de la Costa Atlántica", en Huellas, No 17, Barranquilla, Universidad del Norte, 1986, pp. 4-7.

24 FALS BORDA, Orlando, Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica, Bogotá, 1976, pp. 35-40

25 TRONCOSO, Luís, "Crisis y renovación del conservatismo cartagenero", en El Taller de la Historia, No 1, Cartagena, Universidad de Cartagena, 2001, p. 140.

26 BURGOS, Remberto, El general Burgos, pp. 51-79.

27 Ibíd., pp. 83-85.

28 PRADO, Luis Ervin, "Clérigos y control social. La cimentación del orden republicano. Popayán, 1810- 1830", en Reflexión Política, Vol. 13, No 25, Bucaramanga, Universidad Autónoma de Bucaramanga, junio de 2011, p. 158.

29 AHC, Diario de Bolívar, Cartagena, 11 de marzo de 1877. Los datos que aparecen en adelante son tomados de este documento.

30 JARAMILLO, Carlos Eduardo, "Guerras civiles y vida cotidiana", en Historia de la vida cotidiana, p. 300; Ver GOLDMAN, Noemí y SALVATORE, Ricardo (Comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998.

31 SANDERS, James, "Pertenecer a la gran familia granadina. Lucha partidista y construcción de la identidad indígena y política en el Cauca, Colombia, 1849-1890", en Revista de Estudios Sociales, Nº 26, Bogotá, Universidad de los Andes, pp. 28-45.

32 AHC, Diario de Bolívar, Cartagena, 17 de febrero de 1877.

33 ORTIZ, Luis Javier, "Guerra, recursos y vida cotidiana en la guerra civil", en Ganarse el cielo, p. 398.

34 TIRADO MEJÍA, Álvaro, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, p. 32.

35 SOLANO, Sergio y FLOREZ, Roicer, "Ganaderos y comerciantes: el manejo del poder político en el Estado Soberano de Bolívar (Colombia), 1857-1886", en Infancia de la Nación. Colombia en el primer siglo de la república, Cartagena, Ediciones Pluma de Mompóx, 2011, pp. 195-214.

36 CONDE, Jorge, Buscando la Nación. Ciudadanía, clase y tensión racial en el Caribe colombiano, 1821- 1855, Medellín, La Carreta-Universidad del Atlántico, 2009, p. 53.

37 GUILLÉN, Fernando, El poder político en Colombia, Bogotá, Editorial Punta de Lanza, 1979, pp. 397- 399.

38 Ver SCOTT, Rebeca J., La emancipación de los esclavos en Cuba, 1860 - 1899, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 25 - 69.

39 FALS BORDA, Orlando, Capitalismo, hacienda y poblamiento, pp. 36-37.

40 ORTIZ, Luis Javier, "Guerras civiles e Iglesia católica en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX", en Ganarse el cielo defendiendo la religión, pp. 47-59.

41 ARANGO, Gloria Mercedes, "La Constitución de Ríonegro y el Syllabus como dos símbolos de nación y dos banderas de guerra", en Ganarse el cielo defendiendo la religión, p. 87.

42 POSADA CARBÓ, Eduardo, "Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica", en SÁNCHEZ, Gonzalo y AGUILERA, Mario (Eds.), Memoria de un país en guerra: los Mil Días, 1899-1902, Bogotá, Editorial Planeta, 2001, p. 65; CONNAUGHTON, Brian F., "1856-1857: conciencia religiosa y controversia ciudadana. La conciencia como poder político en 'un pueblo eminentemente católico'", en CONNAUGHTON, Brian F (Ed.), Prácticas populares, cultura política y poder en México, siglo XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2008, pp. 399-404; CEBALLOS, Manuel, "Los católicos mexicanos frente al liberalismo triunfante: del discurso a la acción", en CONNAUGHTON, Brian, ILLADES, Carlos y PÉREZ, Sonia (Eds.), Construcción de la legitimidad política en México, México, El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana-Universidad Autónoma de México-El Colegio de México, 2004, pp. 399-402; SERRANO, Sol, ¿Qué hacer con Dios en la República? Política y secularización en Chile (1845-1885), Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 23.

43 LYNCH, John, "La Iglesia Católica en América Latina, 1830 - 1930", en BETHELL, Leslie (Ed.), Historia de América Latina, Tomo 8, Barcelona, Crítica, 1991, pp. 65 - 122.

44 PRADO, Luis Ervin, "Clérigos y control social", en Reflexión Política, p. 154.

45 Ibíd., p. 157.

46 JARAMILLO, Carlos E., Los guerrilleros del novecientos, pp. 308-309.

47 BECERRA, Jorge, Historia de la Diócesis de Barranquilla a través de la biografía del Padre Pedro María Revollo, Santa fe de Bogotá, Banco de la República, 1993.

48 REVOLLO, Pedro María, Mis Memorias, Barranquilla, Editorial Mejoras, 1998, pp. 1, 35, 37 y 41.

49 Ibíd., pp. 44-45.

50 CONDE, Jorge, "'El Estandarte', insignia y opinión de un proyecto católico en el Caribe colombiano", en Historia Caribe, Vol. 1, No 2, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 1996, p. 45.

51 BECERRA, Jorge, Historia de la Diócesis de Barranquilla, p. 117.

52 Ibíd., p. 121.

53 REVOLLO, Pedro María, Mis Memorias, pp. 192-193, 212-213, 216-217; Biblioteca Bartolomé Calvo.
Prensa Microfilmada (BBC), El Porvenir, Cartagena, 1 de noviembre de 1899.

54 REVOLLO, Pedro María, Mis Memorias, pp. 218-221.

55 AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 24 de febrero de 1900; Como capellán castrense siguió participando de la guerra por lo menos en dos ocasiones. Fue testigo también de la ejecución de dos penas de muerte y fusilamiento de dos revolucionarios en Barranquilla, cuando oficiaba como capellán de la tropa de gobierno. Se opuso al "escándalo" de los fusilamientos por ejecutarse en plena ciudad y en día domingo.

56 CAICEDO OSORIO, Amanda, Construyendo la hegemonía religiosa. Los curas como agentes hegemónicos y mediadores socioculturales (Diócesis de Popayán, siglo XVIII), Bogotá, Universidad de los Andes, 2008, pp. 138.

57 Archivo Eclesiástico de Cartagena (AEC), El principio revolucionario, Doc. Of. Nº 24, 1901.

58 JARAMILLO, Carlos Eduardo, "Guerras civiles y vida cotidiana", en Historia de la vida cotidiana, p. 300.

59 PRADO, Luis Ervin, "Clérigos y control social", en Reflexión Política, p. 162.

60 CONDE, Jorge, "El Estandarte", en Historia Caribe, p. 44.

61 SOLANO, Sergio, "El impacto de la guerra de los Mil Días en la política bolivarense" (Manuscrito inédito), 15; ESCORCIA, Orlando, Historia local de Soplaviento, Medellín, Editorial Lealón, 1997, pp. 24-26; PÉREZ, Adolfo, "Entre armas y muertos: el carácter discursivo de la Guerra de los Mil Días. El caso del Departamento de Bolívar, 1899-1902", Tesis de pregrado en historia, Universidad de Cartagena, 2010, p. 41.

62 SANDERS, James, "Ciudadanos de un pueblo libre: liberalismo popular y raza en el suroccidente de Colombia en el siglo XIX", en Historia Crítica, No 38, Bogotá, Universidad de los Andes, 2009, pp. 193- 194.

63 SOLANO, Sergio, "El impacto de la guerra de los Mil Días", p. 16.

64 SOCARRAS, Sabas S., Recuerdos de la Guerra de los Mil Días en las Provincias de Padilla y Valledupar en el Departamento del Magdalena, 1899 a 1902, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1977, pp. 28-29.

65 THIBAUD, Clement, Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y Venezuela, Bogotá, Planeta-IEFA, 2003, p. 265.

66 TAMAYO, Joaquín, La revolución de 1899, pp. 160-162.

67 ESCORCIA, Orlando, Historia local de Soplaviento, pp. 27-29; BBC, El Porvenir, Cartagena, 19 de agosto de 1900.

68 URIBE URIBE, Rafael, Documentos militares y políticos, Tomo IV, Medellín, Imprenta Departamental, 1982, pp. 205-239.

69 PINEDA, Manuel A., Efemérides de la campaña del General Rafael Uribe Uribe en Bolívar Cartagena, Ed. Bolívar, 1939, p. 122.

70 FRANCO, Pedro E., Mis andanzas en la guerra de los Mil Días, p. 34.

71 Ibíd., p. 43; SALAZAR, Víctor M., Memorias de la Guerra, 1899-1902, Bogotá, Ed. ABC, 1943, p. 118.

72 BBC, El Porvenir, Cartagena, febrero 24 de 1901; SALAZAR, Víctor M., Memorias de la Guerra (1899- 1902), pp. 116-117, 123; FRANCO, Pedro E., Mis andanzas en la Guerra de los Mil Días, pp. 34-35.

73 BBC, El Porvenir, Cartagena, 15 de marzo y 13 de octubre de 1901, 15 de octubre de 1902; AHC, Manuscritos, Militares y Milicias, legajo Nº 30, 1901-1933; SALAZAR, Víctor M., Memorias de la Guerra (1899-1902), p. 100.

74 FRANCO, Pedro E., Mis andanzas en la Guerra de los Mil Días: acciones en el Departamento de Bolívar, Barranquilla, Imp. Departamental, 1964, pp. 21-22 y 97; AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 4 de septiembre de 1900; BBC, El Porvenir, Cartagena, 19 y 22 de agosto de 1900.

75 BBC, El Porvenir, Cartagena, 15 de agosto de 1900.

76 TAMAYO, Joaquín, La revolución de 1899, Bogotá, Editorial Cromos, 1938, pp. 160-162; BBC, El Porvenir, Cartagena, 3 de marzo de 1901.

77 AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 4 de diciembre de 1902.

78 AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 10 de marzo de 1903.

79 AHC, Rojo y Negro, Cartagena, 22 de septiembre de 1912.

80 AHC, Diario de la Costa, Cartagena, 17 y 23 de octubre de 1918; PÉREZ, Adolfo, Entre armas y muertos, p. 43.

81 SOLANO, Sergio, "Raza, liberalismo, trabajo y honorabilidad en Colombia durante el siglo XIX", en Infancia de la Nación. Colombia en el primer siglo de la república, pp. 23 - 68.

82 SOLANO, Sergio, "Modelos bipolares, estilos de vida y capas medias en la historiografía social colombiana sobre el siglo XIX", en Clío América, No 6, Santa Marta, Universidad del Magdalena, 2009, p. 197.

83 AHC, Diario de la Costa, Cartagena, 17 y 23 de octubre de 1918.

84 ESCORCIA, Orlando, Historia local de Soplaviento, p. 29.

85 ALVAREZ, Jairo, "La guerra de 1875 en el Caribe colombiano: debate electoral, soberanía y regionalismo político", en El Taller de la Historia, pp. 189-210.

86 KALYVAS, Stathis, "La ontología de la violencia política: acción e identidad en las guerras civiles", en Análisis Político, No 52, Bogotá, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales-Universidad Nacional de Colombia, 2004, pp. 75-76.

87 BRAGONI, Beatriz y MATA, Sara, "Militarización e identidades políticas en la revolución rioplatense", p. 1-9 http://hal.archives-ouvertes.fr/docs/00/10/41/78/PDF/Bragoni_y_Mata.pdf (Consulta 8 de junio de 2014)

88 POSADA CARBÓ, Eduardo, "La Hacienda Berástegui", en Huellas, pp. 5-6.



Fuentes

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Tesis

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Publicación

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Documentos inéditos

SOLANO, Sergio, "El impacto de la guerra de los Mil Días en la política bolivarense" (Manuscrito inédito).         [ Links ]