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Anuario de Historia Regional y de las Fronteras

versión impresa ISSN 0122-2066

Anu.hist.reg.front. vol.21 no.2 Bucaramanga jul./dic. 2016

 


Renán Silva. Lugar de dudas sobre la práctica del análisis
historiográfico, breviario de inseguridades.
Bogotá:
Uniandes, 2015. 228 páginas.

Juan Diego Álvarez Hidalgo*

* Magíster en Historia, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia.


¿Cuáles son los presupuestos analíticos de la historia como disciplina? ¿Cómo elaborar un análisis histórico sin caer en las trampas del anacronismo y el eurocentrismo? ¿Es posible plantear una discusión académica sobre los fundamentos epistemológicos de la disciplina y el alcance social de la producción historiográfica? ¿Es en realidad el pasado un terreno de difícil comprensión para los historiadores? ¿Cuáles son los límites entre narrativa literaria de la ficción y la producción histórica? Estos son algunos de los interrogantes planteados por Renán Silva en Lugar de dudas sobre la práctica del análisis histórico, breviario de inseguridades. El objetivo principal del autor se centra en la crítica, dirigida a ciertos sectores del ámbito académico de las ciencias sociales y la historia. En estos círculos se siguen reproduciendo patrones erróneos de acción y pensamiento disciplinar, tanto a nivel administrativo, como epistemológico. Análogamente reconoce las potencialidades y dificultades actuales para el ejercicio de la actividad de los historiadores -principalmente en el contexto colombiano-y sus implicaciones a futuro para el desarrollo de la disciplina.

La idea actual de la histórica como ciencia estructurada sobre un marco epistemológico y metodológico propio, legitimado socialmente y con pretensiones de objetividad científica en el marco de las ciencias sociales, presenta importantes problemas para la discusión. La objetividad en la ciencia histórica debe ser considerada cuidadosamente. Las pretensiones de una ciencia rigurosa desde el punto de vista de los procedimientos, el objeto de estudio, las bases teóricas, analíticas e interpretativas, deben responder a la naturaleza particular -en términos socioespaciales, temporales, lingüísticos y culturales- de los hechos estudiados y analizados en relación con el pasado. En este aspecto, la historia y su actividad no deberían ser vistas como una ciencia espontánea, como usualmente se suele considerar a las actividades y productos elaborados por el historiador. Sin embargo, las lógicas de legitimación que la sociedad y algunos círculos académicos imponen a la disciplina, siguen siendo reproducidas en el interior de los centros de producción y reproducción del conocimiento, así como en los escenarios de la política y la vida social.

La persistencia de estos fenómenos se relaciona con uno de los problemas más extendidos entre los académicos y estudiantes dedicados al estudio del pasado. La imposición del anacronismo y el eurocentrismo son problemas que dificultan la observación y el reconocimiento de sujetos diferenciados en épocas históricas diversas, así como la persistencia de modelos de análisis tradicionales sustentados en la superioridad sociocultural, política y económica de otras sociedades, como aquellos que denotan la supremacía de la cultura occidental, especialmente en lo relacionado con los aparatos conceptuales e interpretativos de la realidad social.
Esta tendencia ha ejercido su influencia en la historiografía colombiana durante el último siglo, contribuyendo en la construcción de visiones del pasado tergiversadas por ideas del presente; lo mismo que en la implementación de marcos interpretativos, adoptados sin el pasado desde una lógica disciplinar que ha fallado en su adaptación a las particularidades del contexto. De suerte que se dificulta la compresión de aspectos históricos unívocos tan importantes y propios de cada sociedad, como la política, la cultura, las relaciones sociales y los órdenes económicos. Este no es un problema que haya sido planteado únicamente por los historiadores. En mayor o menor medida, antropólogos y sociólogos han discutido sobre los alcances reales de sus aparatos conceptuales y su potencial capacidad para la interpretación de sus objetos de estudio: la sociedad y la cultura. En el caso de la historia el tema es más complejo. Los estudios, análisis e interpretaciones del pasado se enfrentan con un inconveniente intrínseco. La tendencia extendida en el uso y la aplicación de conceptos y las categorías desde su significación en el presente, sin atender a los cambios y a la evolución que las sociedades atribuyen a los conceptos como consecuencia de las transformaciones en los sistemas culturales, los modos de producción o los regímenes políticos.

En este sentido, surge un interrogante que debe ser planteado en cualquier discusión relacionada con los alcances de la historia como disciplina científica. ¿Qué elementos estructurales, sociales, económicos y administrativos influyen en la imposición de modos de análisis e interpretación del pasado, aplicados a la historiografía colombiana? El eje del problema no radica únicamente en la identificación de las problemáticas. Silva las enuncia y enumera sistemáticamente a lo largo de la obra. La discusión debe plantearse en términos de cuáles son los elementos internos de carácter organizativo al interior de la disciplina -sistema universitario, profesores, estudiantes, administrativos-y en relación con los factores externos -opinión pública, medios de comunicación, sociedad civil- que inciden de manera transversal en la reproducción del problema, así como en la manera de erradicarlos o de minimizar su impacto sobre la disciplina histórica.

En otros términos, la problemática apunta a los efectos negativos resultantes luego de la aplicación indiscriminada del reduccionismo metodológico, epistemológico y estructural, que mutila la capacidad del historiador para poner los presupuestos analíticos de su disciplina en el centro de las discusiones relacionadas con el verdadero objeto y alcance de la historia. En este aspecto, influyen factores que han sido ignorados y dejados en segundo plano como la superposición de tópicos y la presencia constante de las ideas o realidades del presente en las explicaciones e interpretaciones del pasado. Un ejemplo de este fenómeno es la fuerte presencia de la violencia como factor determinante en la caracterización histórica de la nación colombiana. Podemos añadir otro aspecto determinante en la discusión. Los historiadores y la sociedad civil no se han puesto de acuerdo para determinar los límites entre la ficción literaria y la historia como producto literario.

En muchos círculos sociales de la actualidad persiste la idea de que la historia es una actividad que puede llevarse a cabo sin estar condicionada por un rigor científico. No obstante, la historia y su elaboración exigen mucho más que la simple enumeración de sucesos del pasado. En esa medida, la crítica de Renán Silva apunta a la necesidad de una historia que pueda reconocer sus limitaciones metodológicas y conceptuales, así como de generar debates sobre las acciones u omisiones que han propiciado la persistencia de una historia falseada, unilateral, impregnada de interpretaciones nacidas de marcos de referencia del presente, que poco o nada contribuyen a descubrir a las sociedades del pasado. En otras palabras, el reconsiderar la forma de cómo se concibe y se entiende a sí misma una comunidad histórica en un contexto determinado.

Silva opta por el alcance de un ideal de acción y compromiso del historiador tanto con su disciplina, como con la sociedad. Pero ese compromiso requiere de la dedicación y el refinamiento del análisis histórico -no solo en términos metodológicos- y de la adquisición de una conciencia común sobre la necesidad de legitimar la disciplina en el marco de las sociedades. Para ello es necesario que los historiadores asuman el compromiso de hacer una historia total, en términos de la adopción de una postura crítica en relación con los procedimientos, métodos y formas de interpretación aplicados para la comprensión del pasado. Entender la actividad del historiador no solo como un acercamiento a las fuentes. Ser conscientes de las limitantes intrínsecas en nuestros aparatos conceptuales cuando estos son aplicados al pasado. Es difícil implementar un patrón de acción similar para toda la disciplina. Especialmente cuando aspectos como la ideología, la transposición de lo político y las aspiraciones individuales en función del prestigio personal entran a mediar en el universo de la producción del conocimiento científico.

La crítica es importante en la medida en que centra el análisis en los problemas derivados del anacronismo y el etnocentrismo y genera conciencia sobre las necesidades más apremiantes en la reestructuración de la disciplina. Sin embargo, no ofrece alternativas claras allende el trabajo individual de cada historiador en lo relativo a la toma de conciencia sobre aspectos de capital importancia como la ética, y una depuración metodológica de la disciplina. La discusión -aunque el autor también la plantea- debe hacerse con más fuerza en términos organizativos y estructurales en el ámbito de las instituciones de educación superior.

La superación de estas dificultades radica en el reconocimiento de las mismas y en identificarlas como el resultado de un proceso, lleno de rupturas y continuidades alternadas, no siempre homogéneo, pero si determinante para la historiografía nacional -una especie de long duré- que ha servido de marco espacial y temporal para la legitimación de ciertas formas equivocadas de pensar la realidad social del pasado en nuestro presente. De este modo es posible pensar formas alternativas sobre cómo encontrar un balance entre el reconocimiento de las alteridades y los burdos exotismos relativos a los aspectos socioculturales ajenos a las corrientes historiográficas dominantes, los modos sobre los cuales los historiadores legitiman su producción intelectual y científica ante la sociedad y cómo estos determinan, en gran medida, las maneras en que otros campos sociales e intelectuales reconocen el trabajo de quienes se dedican a descubrir y transmitir los hechos del pasado.

Esa es la reestructuración más importante que debe adelantarse en los niveles institucional, organizativo y epistemológico. Incluso para los historiadores es fácil caer en las trampas del reduccionismo de las fuentes, ignorando significados, formas de ver y entender el mundo. Este no debería ser visto desde nuestro universo interpretativo individualista. El reto actual para los historiadores es encontrar las voces, las palabras, los lenguajes y las significaciones de quienes construyeron el pasado, visto desde el presente, sin perder de vista que quienes crean la historia no son los historiadores, sino los sujetos históricos, quienes vivieron y experimentaron los hechos pasados en sus sociedades y épocas particulares.

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