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Anuario de Historia Regional y de las Fronteras

Print version ISSN 0122-2066

Anu.hist.reg.front. vol.24 no.2 Bucaramanga July/Dec. 2019  Epub July 31, 2019

https://doi.org/10.18273/revanu.v24n2-2019001 

Artículos de investigación

La visión de la inmigración a México en los viajeros extranjeros (1821-1850) *

The Vision of the Immigration to Mexico in the Foreign Travelers (1821-1850)

A visão da imigração para o México em viajantes estrangeiros (1821-1850)

Rodolfo Ramírez Rodríguez1 
http://orcid.org/0000-0003-1367-2060

1Doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato al Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt-México). Código ORCID: 0000-0003-1367-2060. Correo electrónico: rodolfo.ramirez.rodriguez@gmail.com.


Resumen

Este texto es una aproximación al proceso de colonización e inmigración a México visto por un grupo de viajeros e inmigrantes extranjeros de la primera mitad del siglo XIX. El objetivo es mostrar un análisis cualitativo de la percepción del paisaje, los aspectos sociales de la vida cotidiana y el material cultural de la población mexicana a través de las obras de algunos viajeros europeos. A partir de ellas se muestran las compatibilidades y discrepancias del proceso de integración mediante la adopción o rechazo de ciertos modelos occidentales, relacionados con las expectativas de los segmentos sociales mexicanos. Algunos obstáculos económicos, sociales y políticos serán recurrentes durante los primeros años independientes; no obstante, se logra evidenciar el origen de una inicial construcción de la identidad nacional.

Palabras clave: viajeros; inmigración; identidad nacional; cultura popular; México.

Abstract

This article is an approximation to the process of colonization and immigration to Mexico seen by a group of foreign travelers and immigrants from the first half of the 19th century. The objective is to show a qualitative analysis of the perception of the landscape, the social aspects of everyday life and the material culture of the Mexican population through the books of some European travelers. Through them are shown the compatibilities and discrepancies of the integration process through the adoption or rejection of certain western models, linked to the expectations of the Mexican social segments. Some economic, social and political obstacles will recur during the first independent years in Mexico; however, it is possible to demonstrate the origin of an initial construction of national identity.

Keywords: Travelers; Immigration; National Identity; Popular Culture; Mexico

Resumo

Este texto é uma aproximação do processo de colonização e imigração no México visto por um grupo de viajantes estrangeiros e imigrantes da primeira metade do século XIX. O objetivo é mostrar uma análise qualitativa da percepção da paisagem, dos aspectos sociais da vida cotidiana e da cultura material da população mexicana através das obras de alguns viajantes europeus. Através deles, são mostradas as compatibilidades e discrepâncias do processo de integração através da adoção ou rejeição de certos modelos ocidentais, ligados às expectativas dos segmentos sociais mexicanos. Alguns obstáculos econômicos, sociais e políticos irão comuns durante os primeiros anos independentes, no entanto, é possível demonstrar a origem de uma construção inicial da identidade nacional.

Palavras-chave: viajantes; imigração; identidade nacional; cultura popular México.

Introducción

Durante las tres primeras décadas independientes de la República Mexicana, que va de la consumación de la Independencia hasta la derrota en la Guerra contra los Estados Unidos, la imagen de esta nación se fue construyendo mediante una multitud de expresiones de una sociedad heterogénea que lentamente iba transformándose en una nacional, desarrollando una política propia en las relaciones interiores y exteriores; buscando desde una perspectivas económica estabilidad financiera, apertura al libre comercio e incentivos a la industria local; desde una social los intentos educativos, laicización jurídica; desde lo administrativo organizar el orden social y militar; y desde la cultura con la aparición de medios informativos e instituciones educativas, la apertura hacia los gustos y modas de Occidente y el arribo de extranjeros como inmigrantes al país.

La interacción entre los diversos cuerpos de la sociedad fue benéfica para formar la nación, pues la interacción social gozaba de estimación en México, tanto en el ámbito rural como en el urbano. Las singularidades del carácter mexicano se fueron definiendo por medio de la descripción de lo “único y típico” del país recién independizado, y uno de sus fundamentos fue la cultura popular, entendida como las formas y expresiones de la vida cotidiana de la sociedad mexicana. Aquí haré uso de la propuesta del sociólogo británico Tim Edensor de concebir a la identidad nacional como un imaginario construido a través de los aspectos de la interacción social, como los hábitos, rutinas y actividades de la vida cotidiana, siendo expresiones del sentir nacional. Edensor además propone tres aspectos que permiten el estudio de la identidad nacional: la geografía y el paisaje, los eventos de la vida cotidiana y las formas de la cultura material. (1) Estos recursos son utilizados para la construcción de la identidad que se produce de la necesaria interacción con el paisaje; de la continua vida cotidiana con las experiencias y significados transmitidos por la sociedad a través de instituciones, producciones y hábitos. Por último, la identidad también se expresa mediante la cultura material, pues los objetos materiales constituyen la matriz que incluye prácticas y acciones cuya organización constituye la moderna definición de la singularidad de lo nacional.

La literatura de viajes del siglo XIX que se imprimió en Europa dio al público del viejo continente una idea general del aspecto de otras tierras y culturas que les eran totalmente desconocidas. Los potenciales inmigrantes y las empresas colonizadoras recurrieron a las obras de viajeros, a libros de consulta y a manuales de inmigración para conocer todo lo posible un país como México que, al igual que otros países americanos recién independizados, podía recibir a los súbditos o ciudadanos que salían de su patria.(2) No obstante, esa información era muy generalizada y estereotipada y muchas veces falsa o exagerada, como ocurrió en las primeras expediciones de reconocimiento de colonización al país. Por este motivo es necesario aportar una visión introspectiva de ciertas experiencias de extranjeros que se avecindaron en México durante el segundo cuarto del siglo XIX, justo el periodo que va de la independencia de México hasta mediar la centuria, tras haber perdido la guerra contra Estados Unidos.

Ahora bien, el texto presenta la opinión vertida en las obras de algunos viajeros incidentales e inmigrantes extranjeros, del proceso de inmigración que tuvo lugar en México en las primeras tres décadas de su vida independiente. Así mismo, el artículo aborda el proceso de legislación sobre el interés colonizador de la inmigración europea; posteriormente pasa revista a los proyectos frustrados de la inmigración en esas primeras décadas; luego analiza las incompatibilidades económicas y sociales del encuentro entre los naturales y los extranjeros; dando una peculiar atención a los aspectos culturales de las costumbres mexicanas que eran aspectos extraños para los emprendedores europeos que radicaron el país; finalmente considera la visible desorganización política que reinaba en México antes de la guerra de 1846 con Estados Unidos y de su futuro nada prometedor.

Por otra parte, el objetivo es analizar la experiencia del proceso de colonización extranjera a través de las opiniones en la literatura de viajes durante la primera mitad del siglo XIX. Algunos de esos viajeros se deben considerar como inmigrantes (extranjeros radicados en México desprovistos de una misión específica que condicionara su estancia o interés en el país), debido a que permanecieron en el país de manera continua por un periodo de 10 a 25 años, (3) conviviendo con la población y conociendo a fondo las zonas del país en donde se realizaron esfuerzos de colonización y establecimiento de europeos. De igual forma, se incluye la opinión de otros viajeros sobre este importante proceso en México. Con las descripciones aportadas se perfila una visión de una integración inacabada, por parte de los inmigrantes, debido al surgimiento de un sentido de identidad mexicana.

Para lo anterior, recurriré a los testimonios de viaje de tres inmigrantes europeos: el francés Mathieu de Fossey, quien describió tanto las circunstancias sociales como políticas del país pues en su obra se hallará “por una parte, el resultado de observaciones concienzudas y de una larga experiencia, y, por otra, a pesar de pequeñas críticas inofensivas, una defensa ingenua y verdadera contra los ataques de los detractores imprudentes o parciales”.(4) El alemán Carl Christian Sartorius quien, debido a su permanencia prolongada, estuvo facultado para detallar las costumbres de la sociedad mexicana debido a que, durante gran número de años, “resid(ió) en un país magnífico, en medio de la gente y con ella. Como miembro de familia contemplé su vida doméstica, y pued(e), sin pecar de indiscreto, llamar la atención hacia muchos detalles que necesariamente se le deben escapar al viajero científico y al turista profesional” debido a su profundo análisis cultural.(5) El también alemán Eduard Mühlenpfordt quien, siguiendo los pasos de su compatriota Alexander von Humboldt, escribiría un estudio sistemático de la República Mexicana, publicando un libro “destinado a proporcionar una visión general de todo el país, así como a tocar y comentar sus realidades en la medida que puedan resultar de interés para el gran público”, resaltando su capacidad objetiva de análisis y de comprensión ante las diversas realidades.(6)

Por otro lado, como viandantes o viajeros extranjeros, retomo al austriaco Carl Bartholomäeus Heller, quien realizó una estancia de exploración botánica en la zona de Veracruz y a la península de Yucatán, en el momento de la guerra contra los Estados Unidos, cuya narración es un itinerario de viajes de exposición naturalista, de clara influencia romántica, resaltando la naturaleza y la cultural desconocidas por él.(7) Además de las opiniones del austriaco de cultura francófona Isidore Löwentern, siempre lleno de animadversión hacia la sociedad mexicana de 1830;(8) así como la opinión de los franceses, el protoarqueólogo Desiré Charnay y el médico Lucien Biart, al igual que el inglés George Ruxton quienes se adentraron a la cultura mexicana realizando críticas de singular importancia a la hora de considerar la problemática social.(9) Esas obras tuvieron la finalidad de orientar a los migrantes que realizaron la aventura americana en México.

La selección de estas obras de literatura viajera que no fueron publicadas en México sino hasta el siglo XX, a excepción de la de Mathieu de Fossey, tuvieron como finalidad primordial darse a conocer en sus lugares de origen, describiendo a detalle la percepción de aspectos culturales, económicos y políticos de los primeros años de la República Mexicana, teniendo la ventaja de poder expresar opiniones que los habitantes mexicanos de su época no podían realizar debido a las ataduras morales o ideológicas de su entorno; lo cual no fue superfluo para los visitantes que tenían una mirada crítica y juiciosa, ponderándose de inestimable valor para el estudio del pasado desde México.

Las opiniones que presentan en sus obras, por lo regular, reflejan con mucho realismo las actividades productivas, los usos y costumbres, la formas de convivencia, y hasta los aspectos festivos y de esparcimiento en los que ellos participarían como miembros de una clase forastera dentro de la sociedad mexicana. Esta participación social era uno de los fines de la anhelada inmigración extranjera en México: renovar y mejorar a la sociedad en su conjunto. El tiempo en el que residieron en el país, así como su interacción en los medios sociales (rurales y urbanos) de las décadas de 1830 y 1840, dieron como resultado notables descripciones y juicios muy bien razonados sobre el carácter de la población mexicana, las diferencias entre los estamentos sociales del país, el tipo de relaciones que se entablaban entre las clases y la posibilidad de vislumbrar su futuro nacional como entidad política. En la mayoría de los testimonios escritos sobre sus viajes realizaron la comparación con lo visto y vivido en sus países de origen, así como sus preferencias personales, su fantasía y sus prejuicios.

En cuanto a los intereses y fines que motivaron a estos viajeros-migrantes al escribir sus obras encuentro que, en apariencia, pertenecen más bien al interés científico y naturalista de la época, pretendiendo alejarse de la opinión política sobre los asuntos internos de la nación mexicana; no obstante, aportaron duros juicios de valor sobre la inestabilidad política y la desigualdad social que México, como nación, no había podido resolver durante sus primeras décadas independientes; y aún dieron advertencias de lo que podría sobrevenir si no se realizaban cambios estructurales en la organización gubernamental y en la integración de un vasto sector indígena marginado.

Las “puertas abiertas” a México: las primeras leyes de colonización

La necesidad de poblar regiones de baja o nula densidad demográfica, en el inicio de la vida independiente de la República Mexicana, como el lejano norte, las zonas del litoral del Golfo de México o la costa del océano Pacífico, denotaba la intención de proteger al emancipado territorio y la finalidad de incentivar su actividad económica. La razón principal era que México tenía grandes ventajas por su localización geográfica al poder realizar comercio a larga distancia entre el Atlántico y el oriente de Asia y el Pacífico. Sin embargo, la nula inversión por parte de los gobiernos federales para fomentar el desarrollo comercial, en buena parte por el estado deficitario de las arcas nacionales, frenó cualquier intención de controlar y dominar zonas de importancia geoestratégicas.

Un ejemplo del descuido de sus territorios ya sea por apatía o inocencia de la clase criolla novohispana emancipada, fue el hecho de que durante el Imperio de Iturbide se otorgaron permisos de colonización a grupos de inmigrantes de los Estados Unidos en su frontera nororiental. Texas es el ejemplo más veraz de una incapacidad de controlar y regular la oleada migratoria por parte de la federación, lo que a la postre significaría la pérdida de ese territorio y el inicio de un conflicto territorial con la nación más poderosa de Norteamérica. El otro ejemplo de descuido fue una zona de importancia marítima que nunca llegó a consolidarse ni siquiera en el intento de construcción de un canal interoceánico en el istmo de Tehuantepec. Allí los proyectos de colonización, tanto de extranjeros como de nacionales, terminarían en un fracaso total, a causa de no tener una marina militar ni mercante capaz de desarrollar el intercambio, además de un atraso marcado en el sistema de aduanas y alcabalas.

La aparición del proyecto de inmigración como política nacional se encuentra con el surgimiento de México como nación soberana (si bien es cierto desde 1821 las Cortes españolas patrocinaron una ley de colonización y reparto de tierras en las zonas fronterizas de la Nueva España). A pesar del legado colonial sobre inmigración que era más bien negativo (debido a la antigua sospecha de espionaje, pero también por la intolerancia religiosa), ya desde la lucha independentista se abría la oportunidad de aceptar a los inmigrantes, siempre y cuando fueran católicos, con un oficio útil y libre de toda sospecha de conjura política. Esta idea de crecimiento de la nación a través de la inmigración fue retomada del modelo de los Estados Unidos de América, cuyo ejemplo en la atracción de inmigrantes favorecía todos sus aspectos sociales.

A partir de 1824 en México se percibía una gran confianza y optimismo en el tema de inmigración debido a las riquezas naturales que poseía, unida a una enorme propaganda en Europa, tras la obra publicada por Alexander von Humboldt. (10) Tanto el primer Imperio Mexicano como la primera República federal consideraron que los colonos preferirían asentarse en México antes que, en otros países, pero el motivo real era otro: aumentar la población de la nación. El primer documento elaborado fue un dictamen de la Soberana Junta Gubernativa del Imperio Mexicano, en 1822, donde se expresaba que al poblar la frontera norte se podía obtener la pacificación de los indígenas nómadas de territorios como Texas y Nuevo México. (11)

La idea común de que la actividad de la población hacía la fuerza y la riqueza de una nación, impulsó al gobierno mexicano a solicitar que los colonos fuesen “industriosos, calificados y trabajadores, especialmente en el campo de la agricultura”; por otra parte, se consideraba necesario un proyecto colonizador por razones de defensa de integridad territorial, desarrollo económico y mejoramiento social, favoreciendo la redistribución de grandes propiedades. El criollo José Antonio Gutiérrez de Lara, autor del primer Proyecto de Ley General sobre la Colonización de 1822 se percató que la legislación migratoria podía servir como una forma de publicidad para el arribo de migrantes del viejo continente, pues su propuesta garantizaba la libertad, propiedades, derechos civiles y adquisitivos de los extranjeros católicos. (12)

Otro proyecto de colonización más completo fue presentado al Congreso por Valentín Gómez Farías, al incluir no solo agricultores, sino también mineros, marinos y pescadores; objetaba que no debía permitirse la esclavitud bajo ninguna circunstancia (que el proyecto de Gutiérrez de Lara avalaba), estableciendo un número máximo de familias inmigrantes. Sin embargo, la primera ley de colonización, del 4 de enero de 1823, tuvo la misma suerte del malogrado imperio de Iturbide por lo que, con el restablecimiento de la Comisión de Colonización, se emprendió la realización de una segunda ley, en la que intervino el estadista Lucas Alamán. Su aportación fue la exigencia de un registro de inmigración ante funcionarios locales y la abolición de la prohibición de invertir capitales en empresas mineras a los extranjeros, (13) lo cual favoreció en sumo grado la formación de compañías mineras inglesas y alemanas.

Además, cuando Guadalupe Victoria fue electo primer presidente de México, ya se había aprobado la segunda ley de colonización el 18 de agosto de 1824; no obstante, esta fue menos concisa que la primera, pues no definía claramente las limitaciones de poder entre los gobiernos federal y estatales. Sin embargo, su mayor debilidad era su falta de pragmatismo: la ley garantizaba la seguridad de los colonizadores, pero su ejecución era dejada a los funcionarios estatales. Sus medidas preventivas fueron el impedimento a los extranjeros de poseer tierras en las fronteras y en las costas, se limitaba la cantidad de tierra para una sola persona, se concedían exenciones de impuestos temporales, pero no se especificaban los derechos y obligaciones de los empresarios de colonización. Una tercera ley se erigió el 12 de marzo de 1828, esta era menos rígida en la prohibición a los extranjeros para la adquisición de bienes raíces y reiteraba los derechos a inversiones foráneas; sin embargo, existía cierta desconfianza por un posible acaparamiento de tierras y hasta de una migración incontrolada o invasión. Con ese esfuerzo por la colonización se promulgó la Ley de Naturalización de extranjeros el 14 de abril de 1828, delineando el proceso de obtención de la nacionalidad. (14)

Manuel Eduardo de Gorostiza apoyaba la idea de que el arribo de inmigrantes trabajadores fomentaría en el pueblo mexicano el interés por la competitividad, siguiendo el ejemplo de los extranjeros, infundiendo el “amor al trabajo y el espíritu de orden” de que, según decía, carecían los mexicanos. Sin embargo, la corriente migratoria fue reducida y los proyectos colonizadores fracasaron, por lo que fue necesario un nuevo cambio legal relativo a la inmigración.(15) De 1827 a 1847, México no logró construir una imagen prometedora para la inmigración (ofreciendo pocas oportunidades de hospitalidad a los extranjeros), debido al intento de reconquista por España, la guerra de independencia de Texas, la guerra de “los Pasteles” o primera intervención francesa y la guerra contra los Estados Unidos. Una multitud de diarios estadounidenses, franceses y alemanes relataban casos de homicidios, bancarrota y amenazas hacia los extranjeros residentes en el país. Esto, aunado a los impuestos gravosos y a la falta del Estado de protección para las personas y propiedades de los inmigrantes, originó un gran desprestigio.

José María Lafragua, ministro de Estado, firmó la creación de la Dirección de Colonización e Industria, el 27 de noviembre de 1846,(16) cuyo programa argumentaba la aceptación de colonias extranjeras protestantes, además de la posible instauración del matrimonio civil.(17) Pero un tema más conflictivo era el de la repartición de tierras a los inmigrantes, lo que originó un debate sobre la reforma en la tenencia de la tierra. Ante ello se polarizaron las posturas de los partidos políticos mexicanos, unos a favor de una tolerancia a los extranjeros de otro credo y la liberalización en materia fiscal y jurídica,(18) y otros en la defensa de los intereses de las clases propietarias mexicanas con rechazo a sectores de inmigrantes “incompatibles” con las costumbres mexicanas.(19) Esta situación se radicalizaría a partir de 1848, siendo uno de los orígenes de un conflicto interno mayor en México, la guerra de Reforma (1858-1861).

Tras la derrota frente a los estadounidenses, México tuvo otra oportunidad para la inmigración, siguiendo el ejemplo de la política liberal del país vencedor. Mariano Otero, ministro de Estado en 1848, respaldó el inicio de actividades de la Dirección de Colonización, lo que le acarreó severas críticas de que su oficina era una dependencia promotora del partido liberal. Al inicio de 1849 las tensiones políticas, ocasionadas por el debate de la tolerancia de credos, desembocaron en la no aprobación de la legislación migratoria (20) pues la opinión pública no estaba preparada para aceptar esta tolerancia debido a la fuerza política que aún detentaba la Iglesia católica como institución social y de su religión como lazo de unión privilegiado entre la población.

Por otro lado, las aciagas consecuencias de la guerra para México condujeron a una seria revisión interna de su incompetencia militar, de su corrupción política, de la falta de identidad y desunión civil como problemáticas urgentes de la nación. Existía una gran incertidumbre en el futuro de las clases dirigentes, pues había una conciencia del peligro por la política expansionista estadounidense en contraste con la debilidad interna mexicana (verbi gracia la separación de Yucatán y la guerra de Castas, los levantamientos indígenas y mestizos y las avanzadas bélicas de los pueblos indios nómadas de Aridoamérica en el norte del país). (21)

Ya para esta época, los liberales mexicanos consideraban que la “importación” de nueva gente y de nuevas ideas lograrían mejorar la situación del pueblo, aunque esto no era más que una elusión del problema con tintes raciales, pues creían los criollos que con inmigrantes blancos podrían desarrollar a la nación, desplazando a los mestizos e indígenas nativos;(22) por su parte los conservadores argumentaban que el crecimiento de la población y la colonización de regiones enteras se debían de realizar mediante la protección del indígena, ofreciéndole la oportunidad de una mejora social e integrándolo a la nación cívica; por otro lado, los moderados proponían que la responsabilidad recayera en un acuerdo entre todos los grupos sociales. La falta de acuerdos contribuyó al retraso de una fuerte inmigración que favoreciera a México, teniendo la Dirección de Colonización como único programa su reglamento, intentando contactar directamente a diplomáticos, extranjeros y empresarios de sociedades de inmigración para realizar algún convenio; ante tales dificultades fue suprimida en 1853. (23)

Utopías y desencuentros: proyectos frustrados de colonizadores

De 1821 a 1850 hubo diversos intentos de atraer inmigrantes europeos para poblar México (anglo-irlandeses en 1824, ingleses y escoceses en 1825, alemanes en 1826, etc.); incluso el utopista inglés Robert Owen expuso la creación de una comunidad ideal de “hombres nuevos” que tendría como escenario el Estado de Coahuila-Texas pues este era “un nuevo territorio libre de las leyes, instituciones y prejuicios existentes”, en el cual conformar un nuevo estado social, argumentando que una población bien instruida y superior moralmente sería de mejor provecho al país que “un territorio despoblado o poblado por gente de carácter y facultades inferiores”, ante el avance estadounidense. (24)

Hacia 1835 algunos mexicanos observaron que las esperanzas de inmigración se hallaban olvidadas a causa de la falta de innovación en las legislaciones de colonización. Durante el periodo de 1830 a 1840 los principales proyectos de Texas y Coatzacoalcos fracasaron inevitablemente, en una época de desórdenes internos y de amenaza exterior. No sería sino con el fin de la guerra con Estados Unidos cuando se centralizarían los esfuerzos para atraer colonos y crear un organismo autónomo de colonización. Incluso los proyectos de colonización con habitantes mexicanos del litoral del Golfo de México, promovidos por Tadeo Ortiz de Ayala, fracasaron. (25) Ortiz también fue el promotor de la primera empresa colonizadora en el Istmo de Tehuantepec, entre 1822 y 1826, que tenía el apoyo del gobierno para constituir un territorio con tierras de Los Estados de Veracruz y Oaxaca, pero, a pesar de la importancia económica del Istmo y de la barra de Coatzacoalcos, no pudo mantener el interés en la zona, a excepción de la realización de un convenio, en 1828, con la empresa colonizadora de Laîne de Villévêque y François Giordan, que resultó ser un desastre para los colonos franceses.

El desarrollo de esta catástrofe inició el 3 de julio de 1828 cuando se expidió el decreto que concedió a la compañía francesa de colonización 500 leguas cuadradas que en la región del río Coatzacoalcos, con el compromiso de traer a 500 campesinos en el periodo de tres años, bajo cuenta y riesgo de la compañía. Sin embargo, Giordan no se encargó de los preparativos para recibir a los colonos reclutados en Francia. (26) El 27 de noviembre de 1829 saldría del puerto del Havre la primera expedición integrada por 103 colonos que estuvo a punto de naufragar en la desembocadura del río Coatzacoalcos. La compañía de Villévêque, antes de esperar los resultados de la primera expedición, fletó un segundo barco el 2 de marzo de 1830, con 142 pasajeros. Así, por lo menos 6 navíos más salieron de Francia con casi 550 personas rumbo a México entre abril de 1830 y mayo de 1831. Al llegar los franceses se percataron que no había casas, ni terrenos disponibles para la labranza ni infraestructura con la cual pudieran sobrevivir en tanto se establecían con sus propios medios. Pierre Charpenne, partícipe de esta colonización, calculó 400 muertos, resultado de fiebres intermitentes y de la picadura de animales. (27)

El fracaso de la colonia francesa en el Coatzacoalcos se debe a una conjunción de factores, entre los cuales resaltan la imprudencia por una exagerada propaganda sobre la región y la ineptitud en la realización de obras para la recepción de las diversas expediciones de inmigrantes. Por su parte, Ortiz de Ayala también se equivocó por una confianza absoluta en la compañía, sin investigar su solvencia ni hacer seguimiento de sus acciones. La responsabilidad del gobierno estuvo en haber comprometido fatalmente a los inmigrantes sin hacer una supervisión controlada ni verificar su destreza agrícola. A partir de la década de 1830, sin dejar de interesarse por el istmo de Tehuantepec, el interés pasó a la colonización de territorios del norte de Veracruz como San Rafael, Jicaltepec y la barra de Nautla en donde se fundaron colonias francesas permanentes. (28)

El caso particular de colonización de Texas, que con el tiempo desembocaría en la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano mediante una guerra injusta y desigual con los Estados Unidos, fue en su tiempo considerado como exitosa por los diputados liberales como Lorenzo de Zavala;(29) no obstante las reiteradas sospechas de una pérdida progresiva del territorio por parte del sector conservador y moderado, respaldadas por los informes enviados por Manuel Mier y Terán al ministro Lucas Alamán, que expresaban: “Texas hundirá a la federación… si no se toman providencias a tiempo. Los extranjeros murmuran sobre la desorganización política”. Texas se podría resumir como una colonización “demasiado exitosa” con implicaciones ominosas. (30)

En las primeras Memorias de la Secretaría de Estado encontramos la satisfacción de México por el aumento de colonos franceses de la Louisiana, entre 1822 y 1825, pero al presentarse un crecimiento desbocado de angloamericanos (con una tradición jurídica, un idioma y una religión diferente), la discusión de su pertinencia se hizo más evidente. La preocupación por el orden y la integración por parte de los recién llegados en unos vastos territorios deshabitados inquietaba al gobierno. En enero de 1830, Alamán intentó señalar la situación de Texas como un problema nacional urgente, prohibiendo el establecimiento de colonos estadounidenses, alentando la migración mexicana y estacionando tropas militares para una posible defensa; sin embargo, el esfuerzo para atraer a colonos europeos no se concretó. (31)

Alamán saldría de su cargo en 1832 sin poder continuar con los esfuerzos de reordenación en Texas y en 1833 un gobierno liberal, encabezado por el presidente Antonio López de Santa Anna y el vicepresidente Valentín Gómez Farías, dio marcha atrás con las disposiciones del gobierno de Bustamante, otorgando a Stephen F. Austin la autorización de una mayor entrada migratoria estadounidense. A pesar de esto, en 1834, la relación entre la capital y la provincia de Texas (que deseaba convertirse en un Estado) terminó cuando Santa Anna declaró el sistema de una república central, lo que dio el pretexto para la lucha por la independencia de Texas entre 1835 y 1836.(32) A pesar de la lección dada por una inmigración no controlada y organizada sistemáticamente, muchos de los contemporáneos consideraron que la colonización no fue mal planificada, sino solo el resultado de la índole del colono texano como “inmigrante ingrato”.(33)

Parece que los interesados en la migración de extranjeros a México encontraron la explicación del desastre de sus proyectos en el hecho de que el gobierno mexicano nunca logró construir una imagen aceptable, pues su falta de estabilidad política (el conflicto entre centralismo y federalismo) creó una atmósfera dudosa en la confianza de la efectividad de las leyes, asimismo los conflictos con potencias extranjeras redundaron contra la consideración y aceptabilidad del extranjero.(34) Esta frecuencia de conflictos internos y externos provocó críticas entre la opinión pública de los países expulsores de colonos. Por su parte, la sociedad mexicana también crearía un sentimiento xenófobo a partir de las guerras de bloqueo o invasión que sufriría México entre 1836 y 1848.

Esta expresión de aversión al inmigrante recién llegado, a causa de intervenciones militares, desembocaría en la restricción de las actividades de los comerciantes extranjeros al menudeo, entre 1835 y 1843. En ese año, en los debates legislativos y en los comentarios de la prensa del país se puede encontrar un ambiente despreciativo o incluso xenofóbico. Este desconocimiento e incomprensión de la política de colonización en México se llegó a observar en los niveles inferiores de la burocracia mexicana (aduaneros, comandantes militares, alcaldes, magistrados y funcionarios locales) habiendo ejemplos de maltrato a inmigrantes extranjeros. (35)

El ambiente mexicano podía ser desfavorable e incluso hostil para los forasteros, debido a las tensiones internacionales, la falta de tranquilidad interna, la legislación poco pragmática y la animosidad de los funcionarios. Pero un auténtico peligro para la integridad de los extranjeros (tanto en su persona como en su propiedad) eran los actos de xenofobia que podían estallar cuando el sector criollo se encaminaba a “provocar a la chusma a la acción violenta”, cuyo fin era encontrar un chivo expiatorio cuando ocurría un hecho de malestar social.(36) No obstante, en términos generales, en este periodo la actitud hacia los extranjeros era, en su mayor parte, ambivalente pues el trato otorgado derivaba, por regla general, de la actitud que ellos asumían frente a los mexicanos.

Con el paso del tiempo, de las guerras internas y golpes de Estado, una parte de la élite de la sociedad mexicana, la más conservadora que aún añoraba el antiguo régimen, concibió la idea de una intervención europea que daría solución a los conflictos internos de México. De modo que el interés colonizador, especulativo y financiero se transformó en una acción con tintes intervencionistas para ocupar y fundar un nuevo sistema político en México, con la figura de un protectorado imperial, durante la segunda Intervención francesa de 1862 a 1867.

4. Indicios sobre compatibilidad e inversión extranjera

Retomando a los escritores de viajes, quienes testimoniaron sus andanzas en México entre 1820 y 1850, (37) referiremos brevemente su motivación para venir al país, empezando con el hannoveriano Eduard Mühlenpfordt quien vivió en México entre 1827-1836, trabajando como técnico en la construcción de caminos en Oaxaca. Durante su estancia realizó estudios geográficos y etnográficos que le sirvieron para publicar, en 1844, Ensayo de una descripción de la República de México.(38) En cuanto a los colonizadores extranjeros, que vinieron creyendo en la promesa de encontrar tierras para una explotación fácil y exitosa, aunque casi siempre frustrada, nos topamos con un alemán de Hessen, Carl Christian Sartorius, liberal que tuvo que salir de su patria, tratando de hacer realidad una colonia utópica de alemanes en tierras de Veracruz, pero al resultar esta fallida decidió establecerse como propietario de una hacienda azucarera. Durante su larga estancia en el país, de 1826 a1850, pudo conocer a fondo y escribir sobre las características geográficas del país, la fisonomía y carácter de su gente en México hacia 1850.(39) Otro inmigrante fue el francés Mathieu de Fossey, quien arribó a las costas mexicanas en 1831, formando parte del grupo de colonizadores que vino a Coatzacoalcos en la quinta expedición de la compañía Villévêque, pero con el fracaso de la colonia permaneció como inmigrante avecindado en México hasta 1841, siendo docente de francés y directivo de 1843 a 1857, además de realizar diversos trabajos que le permitieron viajar al interior, lo que le posibilitó publicar Viaje a México (1844), hecho curioso porque la mayoría de las obras viajeras se editaban primero en el lugar de origen del escritor.(40) Finalmente, Carl Bartholomäeus Heller, botánico austriaco que arribó en 1845, financiado por la Real Sociedad de Jardinería de Viena, cuyo propósito era estudiar y recolectar especies nativas y enviarlas a Europa para su difusión. Su obra, de carácter naturalista, Viajes por México en los años 1845-1848 (de 1853) sitúa muy bien el conflicto de la guerra de Castas en Yucatán y la guerra contra los E. U. A. (41)

A inicios de la década de 1830, el francés Mathieu de Fossey analizaba la idea que tenía el común de los mexicanos del resto del mundo pues: “Hasta entonces el pueblo mexicano se había mantenido en la creencia de que, por el otro lado del charco, no había otro país más que España; y que Francia, Inglaterra, Alemania, etcétera, no eran sino provincias del vasto imperio de los reyes católicos”; además se les había inculcado a las clases bajas de la sociedad a designar con el nombre genérico de “judío”, y más tarde de “inglés”, a todo aquel que no fuera español.(42)

Un mercader de Hamburgo, Carl C. Becher, en 1832, había reflexionado sobre la aceptación que el pueblo y gobierno mexicanos brindaban a los extranjeros de diversas nacionalidades, dando preferencia a los alemanes debido a la alta consideración tenida a Alexander von Humboldt; en cambio, según él: “los ingleses les resulta(ba)n a los mexicanos presuntuosos, los franceses bulliciosos en extremo y en los norteamericanos no confía(ba)n -y con razón-, porque situados como están, próximos a Texas, son para los mexicanos vecinos peligrosos”.(43) El viajero austriaco, Isidore Löwenstern, había notado en 1838 que “el grado de afecto o de odio que los mexicanos, pueblo de un humor tan inconstante, dispensan al extranjero depende de las relaciones políticas”; los alemanes son por esto los menos sujetos a los cambios y explica que:

Un año antes de mi llegada habían sido los anglo-americanos el objeto de la tierna solicitud de los mexicanos (…) de aquí que los vecinos fueran el objeto de la animosidad de los mexicanos. Luego de mi estancia eran los franceses los que se encontraban en la cumbre de su odio, por haber osado reclamar la protección de su propio gobierno contra las trapacerías y vejaciones que ellos habías sufrido. Los ingleses aunque heréticos por excelencia son hoy la nación más favorecida… (44)

Agregaba Löwenstern que los franceses constituían el grupo más numeroso de extranjeros establecidos en México (2,600 a 2,800), entre artesanos y negociantes de importaciones; los alemanes oscilaban entre 300 y 350, provenientes de las ciudades de Hamburgo y Bremen; mientras los británicos eran apenas 135. Fossey mencionaría en su posterior obra, Le Mexique (1857), que el número de extranjeros en 1855 había aumentado a 25,000, del cual los franceses formaban una sexta parte, e indicó que entre ellos existían buenos obreros, sobre todo en las “artes mecánicas”. De esto pasaría a caracterizar a los otros extranjeros radicados en el país, dando algunas de las razones por las que convendría tener preferencia por los franceses sobre todos los demás: a los españoles los juzgaba como acaparadores de capital (comerciantes, abarroteros y dependientes de tiendas), pero también de sobresalir como directores de las academias de bellas artes; en cuanto a los ingleses comentó que se dedicaban al comercio o a la explotación de minas, expresando celosamente que los mexicanos “creen o tienden a creer -no sé por qué- que son más dignos de consideración”.(45)

En cuanto a los defectos hallados en el carácter de los extranjeros, mencionó que “la petulancia de los franceses puede hacer a algunos de ellos inconsecuentes y conflictivos (…) Pero no por esto habrá que tener por cierto que el carácter general de (ellos) es ligero, desconsiderado e inconstante”; por su parte al inglés lo tacha de egoísta, pueril en “distinciones de clases y rangos”, “soberbio con sus inferiores y rastrero con sus superiores”; al alemán como celoso de su cultura y vocinglero; ingleses y alemanes los cataloga de “exclusivos y exagerados” en sus tratos, finalmente termina diciendo que “los mexicanos no quieren a los extranjeros (…) sean de la nación que sean. La aversión que experimentan por ellos, la han heredado de sus ancestros”. (46)

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el viajero gascón Ludovic Cambon, daría cuenta del desarrollo de la única colonia francesa próspera en Veracruz: la de Jicaltepec-San Rafael. En ella se habían establecido varios franceses desde 1832 para la explotación del azúcar, sin embargo, a falta de condiciones, muchos decidieron regresar a su patria o trasladarse a otros lugares de México. En 1838 había 30 familias, pero en 1840 la colonia comenzó a crecer. Con perseverancia y fortaleza pudieron sobreponerse a una fuerte inundación en 1861 y a una epidemia de “vómito prieto” en 1862. La guerra de intervención francesa les trajo el problema de perder los títulos de propiedad que volverían a conseguir; no fue sino hasta 1890 cuando se afianzó esta colonia. (47)

En 1848 el austriaco Carl Bartholomeäeus Heller(48) narró las reuniones que sostuvo con los inmigrantes alemanes, que vivían y laboraban en las colonias fundadas por empresarios alemanes como El Mirador y La Esperanza o en la hacienda Zacualpan, Veracruz, que las describió como una “nueva patria” en el nuevo mundo, donde resaltaba la agradable e ilustrada compañía germana, unida al sosiego del ambiente tropical, lo que influiría en la actividad social y laboral de estos europeos, dedicados al cultivo del café y a la caza de animales como hobby:

Por lo que se refiere a los alemanes de este poblado, su número es mayor que el que haya yo encontrado en cualquier otro lugar de México, con excepción de la capital. Los oficios están todos representados por ellos, además de que los señores (Carl Christian) Sartorius y (Wilhelm) Stein han puesto un grupo de gente joven y preparada en los trabajos de dirección. (49)

Otras zonas que eran promocionadas como oportunidades empresariales para los inmigrantes fueron los distritos mineros de México, como Real del Monte. Allí Fossey imaginó las posibilidades de explotar alguna mina y obtener riqueza y, aunque reconocía que eso era más bien producto de la fortuna, no dejó de alentar la posibilidad, no sin antes expresar que “las especulaciones sobre minas son verdaderos juegos de suerte y ventura, y son mil los mineros que se arruinan por uno que se enriquece”. (50)

Fossey explicó también que fue hasta 1828 -cuando llegaron los primeros franceses- que se conoció en los caminos de México la cama de viaje, pues antes solo había las “armas de agua” (cueros que servían de protección al viajero que se transportaba en montura) y el sarape. Con la venida de los extranjeros se propagarían las “conveniencias” o comodidades de la vida tanto en los caminos como en las ciudades principales, pues se generalizó el uso de los catres, y posteriormente los colchones y sábanas. El cambio en el uso de los carruajes se dio en la década de 1830, pues se habían adquirido los modelos de berlinas, carretelas y landós venidos de Francia e Inglaterra e incluso ya se adquirían diligencias con caballos frisones de los Estados Unidos. (51) Heller aclaró que la capital poseía ya un sinnúmero de hoteles y restaurantes que estaban en manos de ingleses, franceses, alemanes e italianos. En cuanto a las tiendas, el comercio arrojaría “unas ganancias tan altas que por mucho tiempo constituirán un El Dorado para los comerciantes”. Relató que las casas de huéspedes o “mesones” ofrecían un “alojamiento muy aceptable y barato, siempre y cuando no piense uno estar en un hotel europeo, pues en los cuartos de un mesón, fuera de una cama de madera, no hay más que cuatro paredes”. (52)

Vida cotidiana en el ámbito rural: ¿obstáculo al progreso?

Retomando la propuesta del sociólogo Edensor sobre la importancia del paisaje y su relación con la vida cotidiana en el México de entonces, exhibiremos las peculiaridades que a juicio de los viajeros condicionaron el orden y desarrollo de la identidad nacional, a veces con opiniones influenciadas por el determinismo climático o de las costumbres. Los primeros inmigrantes reflexionaron sobre las condiciones del medio ambiente hostil que hallaban en los lugares de posible colonización del país. Las primeras expediciones francesas para la colonización de Coatzacoalcos (1829-1833) sufrieron las inclemencias del clima y de las enfermedades endémicas del trópico, siendo la costa veracruzana el hogar del “vómito prieto”. Otro aspecto negativo lo daban los insectos hematófagos y los arácnidos, que hacían de la vida, según Sartorius, “un completo suplicio” para los europeos avecindados en ellas. En el altiplano las enfermedades comunes eran los males pulmonares, las fiebres inflamatorias, la insolación y el reumatismo, advirtiendo a los extranjeros del aire frío que imperaba. En otras palabras, México era un país inhóspito. (53)

Por otra parte, las escritos de los inmigrantes crearon en Europa una imagen estereotípica del pueblo mexicano, como un habitante del trópico que se dedicaba a la venta de frutas tropicales (plátanos, piñas, naranjas), del que comentó Sartorius (54) “no es partidario del trabajo excesivo”, debido a su innata liberalidad y a la prodigiosidad de la naturaleza fértil de sus tierras, pues tiene a su alcance fácilmente la caza y la pesca:

El jarocho, como suele llamarse al nativo de la costa, se sentiría humillado si tuviera que cargar en su espalda un pesado cántaro de agua, aun cuando el río se encuentra solo a unos pasos de su cabaña; lo que él hace es unir con una cuerda dos grandes cántaros; los cuelga sobre el lomo del pollino, se monta en este y se dirige a la corriente. Al llegar al río se mete al agua con el animal, para que los cántaros se llenen por sí mismos; así no se molesta en desmontar (!). (55)

Este menosprecio por la “inactividad” de los mexicanos de la costa tropical, tenía su explicación por la dificultad de la vida de numerosos europeos en el siglo XIX. Así se burla de la actitud del veracruzano pues a esto lo llamaría “el savoir faire tropical”, por lo que sugiere la posibilidad de que alemanes pudieran explotar mejor la región.

La falta de productividad la constató el austriaco Heller en su visita a la hacienda El Mirador, pues al describir la constitución de la finca agrícola, advirtió el gusto por la bebida y el juego de parte de los trabajadores mexicanos (que solían convertirlos en sus vicios dominicales en varios pueblos); señaló el importante papel del mercado o tianguis en el comercio local; aclaró también que un grupo alemanes dirigían los trabajos de esta plantación, actuando en todos los oficios. Expresó que el tipo de trato que debería darle un extranjero al mexicano común (tanto en el trabajo como en la cotidianidad) debía ser cordial, pues “nada gusta más al mexicano que, mientras más bajo esté, más gentilmente se le trate. Nada sería más ofensivo que el querer apartarse del todo de tal compañía y bastaría esto para provocar grandes dificultades al viajero en cuanto a sus proyectos”. (56)

En el medio rural de las zonas selváticas, Heller nos proporcionó una anécdota a cerca de la desconfianza que ocasionó su llegada, como extranjero, al pueblo indígena de Pueblo Viejo, Veracruz, y como se sirvió de ello para obtener ayuda, ya que: “los mexicanos ten(ían) a todos los viajeros por médicos”: luego de auxiliar a un indígena principal mordido por una serpiente, menciona que a la mañana siguiente, gracias a la mejora del enfermo, fueron considerados como huéspedes bienvenidos, y en la tarde se habían convertido en los “señores del lugar”. En cuanto al atraso social imperante mencionó que a su regreso de una ascensión al volcán Nevado de Toluca, en el camino del pueblo de Tenancingo, los indígenas lo confundieron con un sacerdote durante una fuerte lluvia, por lo que escribió muy prejuiciosamente: “Como estos pobres diablos no perdonaban ni siquiera sus pantalones blancos y se arrodillaban en el suelo lodoso para pedir mi bendición, no pude negársela, recordando en mis pensamientos que la fe hace feliz”. Para Heller el pueblo otomí del sitio lo juzgó desafortunado y desagradable, tanto en vestimenta como en lenguaje, debido a que “los otomíes parecen estar en un estadio muy bajo de civilización y todos ellos llevan en mayor o menor medida la huella de un gran abandono” y, agregó adelante, “solo es posible sentir una profunda compasión por estos pobres seres”, curiosa mezcla de compasión/denigración por un grupo desvalido. (5)

En Tlachichuca, Puebla, Heller hizo referencia al maguey (agave) y al pulque (una bebida fermentada de su savia o aguamiel, cuyo procedimiento es milenario en la región de Mesoamérica), como importantes productos nativos debido a que en las regiones desérticas los indígenas vivían casi exclusivamente de los agaves.(58) Con motivo del pulque, Sartorius presentó una valiosa reflexión sobre los pueblos indígenas, pues “sus costumbres tradicionales son estereotipos”, refiriéndose a ellos como signos peculiares inalterables de su cultura a través del tiempo. Dijo también que en México era posible encontrar otro tipo de paisaje productivo agrícola en el Anáhuac (integrado por los valles de Puebla, Tlaxcala, México, Hidalgo, Querétaro y el Bajío, que conforman el centro del país), que por muchos siglos ha tenido una densa población. (59)

Eduard Mühlenpfordt(60) reconoció además la negación rotunda de los indígenas a adoptar nuevas prácticas modernas y el apego a su concepto de tradición, “pues se aferran tenazmente a sus viejos usos, opiniones y costumbres. Enemigos de toda innovación”, debido a su desconfianza a cualquier institución o instrumento nuevo, máxime cuando provienen de blancos europeos. Como se explica adelante:

Si uno se esfuerza por arrancar al indígena algún prejuicio arraigado o alguna opinión preconcebida, o bien en hacerle comprender la conveniencia de una nueva técnica o las ventajas de una nueva herramienta que hasta entonces desconocía, este escuchará silenciosamente todos los argumentos del caso con un gesto serio, gran paciencia y aparente atención. Nunca rebate las razones esgrimidas, sino que tiende a mover pensativamente la cabeza y a murmurar de vez en cuando “Sí, señor, tiene usted mucha razón” o “es verdad, señor”. Finalmente, cuando uno cree haber alcanzado la meta, dados los aparentes signos de que está de acuerdo, y dirige al indio la pregunta definitiva, es decir, si ahora está convencido y quiere adoptar la nueva técnica o utilizar la nueva herramienta, la respuesta, “Usted tiene mucha razón, pero… nosotros no sabemos… no estamos impuestos a esto”, demuestra lo infructuoso que han sido todos los esfuerzos de convencimiento. (61)

Otra muestra del apego a sus costumbres, y de la incapacidad para favorecer un desarrollo económico capitalista, era la inutilidad de las ganancias obtenidas en pago en metálico, que solían enterrarse en varias comarcas indígenas (Toluca, Puebla, Oaxaca):

Lo sorprendente es que la inmensa mayoría de estas sumas han sido enterradas siempre por aquellos que las obtuvieron, por lo que se han sustraído de cualquier otro uso, y lo seguirán siendo. El motivo de este comportamiento debe buscarse en parte en el hecho de que los indios, conociendo y temiendo la codicia de las autoridades españolas, procuraban escapar de ella mediante una apariencia de pobreza y necesidad; pero la razón principal podría ser que los beneficiados con dichas sumas no sabían qué hacer con ellas (…) Solo en raras ocasiones puede inducirse a los dueños de tales riquezas a revelar el lugar del “entierro”, incluso a sus propios hijos u otros posibles herederos, y es a veces por puro azar como se encuentra alguno de ellos.(62)

La economía de subsistencia del sector indígena se traducía en la falta de interés por el ahorro y el casi nulo consumo de productos manufacturados, y mucho menos de servicios, que los extranjeros consideraban necesarios para una forma de vida aceptable. Estas particularidades las captó muy bien Mühlenpfordt quien lo narra de esta manera:

Un cobrizo común casi nunca se encamina a las ciudades o a los mercados de los pueblos y villas más grandes para comprar con efectivo lo que pudiera necesitar. Se aguanta con lo que compró la última vez hasta tener algo que llevar al mercado y cambiarlo por el dinero con que cubre sus necesidades… Nunca piensa en ahorrar o en las necesidades del mañana, de ahí que nunca tenga dinero y que en caso de necesitarlo por cualquier razón deba ganarlo siempre mediante el trabajo o la venta de productos. Tiempo y esfuerzo no forman parte de los cálculos de los indios cuando se dirige al mercado. Sus costos de viaje casi no superan a los del sustento de la casa. Lleva consigo tortillas, sal y chile, y por unos cuantos centavos paga en las chozas de sus congéneres una tacita de atole por las mañanas y un plato de frijoles por las noches. (63)

Otro aspecto económico preponderante, durante la primera mitad del siglo XIX, era el trueque como forma de cambio prevaleciente en las transacciones comerciales efectuadas por la población indígena de México. Este por lo regular consistía en el intercambio de ciertas medidas de granos o productos pecuarios, por productos manufacturados (como sarapes, rebozos, sandalias, recipientes o utensilios agrícolas), por lo que se pasaba por alto el proceso de lograr dinero en moneda y realizar la compraventa del artículo necesitado. Además, existía una desconfianza popular sobre la aceptación de monedas en sus tratos comerciales, habiendo indígenas que se negaban a vender el producto solicitado debido a la frecuente falsificación de la moneda de plata (entre las tácticas más curiosas para la autentificación de la moneda se encontraban su mordida, torcedura o perforación de esta). (64)

Los viajeros franceses de la década posterior de 1850 nos darían detalles sobre la falta del desarrollo en el país como el francés Désiré Charnay quien, a su arribo a la capital, compararía a su población con la actividad comercial diciendo que no iban a la par, debido a la gran desigualdad de consumo per cápita, (65) advirtiendo así a los posibles comerciantes y empresarios que solo una parte de los habitantes eran consumidores que movían la economía del lugar. Lucien Biart(66) había advertido ese rasgo entre la población mexicana: el hábito del no consumo, y analizó que de siete millones de habitantes, seis no producían ni consumían casi nada, por lo que explicó que:

De allí un déficit permanente en la hacienda pública, en tal forma que es casi imposible equilibrar los presupuestos de ingresos y de gastos. Estos últimos, en virtud de la enorme extensión de este país tan escasamente poblado, impedirán por mucho tiempo la iniciación de grandes trabajos de utilidad pública. Solamente la inmigración podría realizar la prosperidad de México; pero Europa parece ignorar que este vasto país es el más rico del planeta (…) El contacto de los europeos apartaría infaliblemente a los criollos de sus costumbres perezosas y les inspiraría amor al progreso. Enviad millones de hombres a México -muy bien puede alimentarlos-, y no sé hasta qué grado de grandeza y poder podría llegar este país, tan mal gobernado hasta la fecha. (67)

Todos estos viajeros expresaron que el estado de postración económica de México se debía tanto a la inactividad de los criollos como a la apatía de la población indígena. Sartorius patrocinaría un proyecto de inmigración con las grandes ventajas que ofrecía un país de vastas riquezas naturales, no explotadas por sus habitantes, debido a la enormidad de su territorio, aportando una reflexión sobre el subdesarrollo de la actividad empresarial de México al expresar que el país tenía inmensas extensiones de tierras feraces, pero apenas exportaba uno que otro producto; en cambio, tenía la necesidad de importar un sin fin de productos manufacturados, cuya balanza de pagos era débilmente sostenida por la prosperidad de muchas comarcas que se dedicaban exclusivamente a la minería, a la cual se debía la prosperidad de las demás actividades del comercio, la agricultura y la ganadería, luego de la Independencia del país.(68)

Costumbres, tradiciones y diversiones populares

Lo anterior señala otra relación importante, propuesta por Edensor, entre los aspectos de la vida cotidiana y la cultura material como forjadora de una identidad nacional en México. En ese sentido se puede señalar que las costumbres, tradiciones, diversiones y festividades se relacionan con la caracterización de una expresión propia y singular que darían las piedras de toque a los cimientos de la cultura mexicana reconocida en todo el mundo. Respecto a los aspectos sociales distintivos del México decimonónico, que más llamaron la atención a los inmigrantes enunciados, Fossey resaltó el aspecto festivo que ofrecía el día domingo en el canal de Santa Anita, en la Ciudad de México, donde reflexionó sobre el carácter de la sociedad mexicana, pues: “Durante aquellos cortos instantes vive feliz aquella gente que no puede pensar en el día de mañana” y añade “se puede aun decir que tiene algo de poético”.(69) Sartorius explicó que estos aspectos tenían su origen en la amenidad y despreocupación en que se vivía en México, puesto que:

El cielo es azul, el aire es acariciante, no hay inviernos con nevadas, ni desierto sin simunes. Aquí donde la naturaleza es tan hospitalaria y munificente, donde hasta los pájaros hacen nidos más ligeros que en el rudo norte, ¡hay que ver cómo el ser humano lleva una vida más despreocupada que en cualquier otra parte! En los trópicos el día de hoy se disfruta sin pensar en el mañana; y quien posee el feliz temperamento de disfrutar de la hora fugaz, debe gozarla en plena tranquilidad. (70)

La diversión popular por excelencia era el fandango, nombre que aplicaba el pueblo a cualquier clase de baile, donde el sector mestizo expresaba el gusto por la danza y la música acompañada por el canto. Sartorius explica que entre los jóvenes había “mucho talento para la música, casi todos tocan algún instrumento y cantan e improvisan versos con facilidad”, además comenta que los temas de las canciones versaban sobre “amor y celos, asaltos y evasiones, enojo y reconciliación”, por lo que despertaban “interés como expresiones de peculiaridad nacional”.(71) Este hecho es importante pues el mismo autor consideraba a lo popular como propio de lo nacional.

Heller durante su estadía en Zacualpan, donde vivía en una choza, describió que los indígenas (que define como maestros de la construcción en su estilo) efectuaban un fandango, que no era “otra cosa que un zapatear del suelo, con lo cual hombres y mujeres buscan desarrollar toda su gracia mediante movimientos sensuales”:

Bastan dos guitarras y algo de ron para incitar en los mexicanos un deseo ilimitado de baile, pues parece que no quieren acabar nunca (…) y que acompañan a ratos con cantos llenos de patriotismo, entonados con voces roncas que se entremezclan. Con mucha frecuencia acostumbran improvisar estrofas aisladas, que si salen bien son acogidas por lo común con un clamoroso aplauso. (72)

En el vestido, el de los jóvenes criollos era el europeo, siendo evidente su deseo de lucir bien, en tanto que los viejos utilizaban la vieja capa española. Los indígenas, por su parte, seguían apegados a su indumentaria tradicional, según la región del país que habitaran, diferenciándose por la forma y color de sus vestidos en las mujeres; además del uso generalizado de los huaraches, porque los zapatos, entre ellos, eran considerados “como un alejamiento de las buenas y viejas costumbres”.(73) Fossey describió ampliamente el vestido de los jinetes mexicanos, aunque aclaró que el mejor atavío es el de payo o “charro”, puesto que cada día se va haciendo menos común. (74)

Respecto a las diversiones de los mexicanos Heller explicó que en cualquier reunión “no falta(ba) un juego de azar y se entrega(ba)n de tal modo a ellos que casi podría asegurar que no hay un pueblo más entregado a estos pasatiempos. Desde los más ricos a los más pobres, todos se reun(ían), de acuerdo con su clase, a fin de poder entregarse a su juego favorito”, considerando al juego la causa de la triste situación de la nación. Después de una fiesta se jugaba e improvisaba pronto un fandango, para pasar el resto de la noche entre júbilo y alegría; en eventos festivos igual se efectuaba una pelea de gallos. Al término de su estadía en la capital del país, Heller insistió que el carácter de los mexicanos lo dominaba la “pasión por el juego, su amor a la jactancia y al lujo, y su unión hasta cierto punto sin leyes”.(75) Para Fossey tenían “los mexicanos una propensión muy decidida al juego. No he dicho pasión porque no les conozco ninguna muy marcada”. Le parecía que la actitud de los mexicanos ante la ganancia o la pérdida de dinero en el juego era una forma de aceptación filosófica de la vida ante la cambiante fortuna; con todo el juego iba en decadencia debido a la escasez pública de circulante.(76)

Las diversiones más tradicionales en México eran las peleas de gallos (77) y las corridas de toros, (78) aspectos negativos de una “pasión nacional”. Heller describió a la corrida de toros como un “espectáculo carnicero”; denunció al rejoneo como una escena horrorosa, no obstante, la asistencia local prorrumpía en un alegre griterío por el triunfo del toro que no terminaba “hasta que se arrastr(aba) al jamelgo fuera de la arena”; describió las actividades de los banderilleros y del matador. Le extrañó en sumo grado que este espectáculo cruel lo presenciaran las damas “más finas”, por ser una muy mala escuela del sentimiento.(79) En la Ciudad de México, Fossey narró su asistencia a la fiesta brava en la inauguración de la plaza de San Pablo en 1833 y, aunque dijo no caer en la tentación de ver estas diversiones bárbaras (pues en su primera asistencia abandonó el coso después de media hora con un sentimiento de horror), él mismo confiesa haber asistido de nuevo, acostumbrándose a las fuertes impresiones en el ruedo, encontrando “un cierto deleite cuando salía el más enfurecido toro”. Esa fascinación la expresó al observar al embravecido burel que luchaba contra los hábiles toreros para salvar su vida, con la poderosa emoción que “infunde esta lid de la muerte a manos con la destreza”. (80)

Otra actividad propia de una feria era la pelea de gallos, donde también se apostaba, mas observó juiciosamente que servía más bien como una distracción a la hora de apostar que como un divertimento; no obstante, es increíble que a Fossey, que le causó repugnancia la corrida de toros, le haya dado “gusto” ver a los gallos “atacándose, retrocediendo, mirándose de hito en hito con la cabeza baja y erizadas las plumas de su cuello, echando chispas sus ojos enfurecidos” en una lucha sin cuartel; participando de la sensación de la pelea pues, en efecto, cuando terminaba el combate, el gallo vencedor “con soberbia pasea(ba) en derredor del cadáver prorrumpiendo en un canto victorioso, que parecía desafiar a los demás combatientes”, por lo que el ganador era mantenido en la serie de combates plumíferos hasta tener la misma suerte, sucediéndose así el torneo. Cabe resaltar aquí esta analogía en la actitud mexicana durante los combates y guerras. (81)

En cuanto a las diversiones de origen extranjero, Fossey mencionó la asistencia al teatro en la capital y a la ópera italiana (desde 1836), aunque “más bien por tono que por gusto decidido”. Además, señalaba la afición general por la música, pues en México se “nace músico”, explicando que se había desarrollado con increíble rapidez este arte entre los mexicanos. Sartorius incluso detalló el gusto por la ópera, el teatro y la música, además de dar una relación histórica de la producción literaria en México y explicando que debido a los cancioneros populares era posible entender a la canción como poesía del pueblo durante la realización de las fiestas campiranas. El cambio en las modas también se reflejó en la desaparición progresiva del lujo de una dama de la capital. El vestido de las mexicanas variaba según su clase social, siendo una norma muy repetitiva el uso de las enaguas y del rebozo entre la clase baja y de traje de raso y mantilla en la alta. En cuanto a los hombres pudientes se iba propagando rápido la moda francesa. (82)

En Tlacotalpan, Veracruz (esa “pequeña Venecia”), Fossey entró en contacto con la población mexicana confesando la impresión que le causaron sus mujeres: “Tal vez sean estas jóvenes y las jalapeñas las criollas más hermosas de la república”, pues además de unos “luceros resplandecientes, unos pies miniaturas y graciosas manos” tenían una fisonomía halagüeña e ingenio que cautivaba, sin importar que tuvieran el hábito de fumar, que tanto desagradaba a los extranjeros. En Jalapa delineó a las mujeres que gozaban la fama de hermosas, por su fresca y viva tez, aunque criticó la costumbre del uso de calzado pequeño, haciendo deformarse al pie a la “chinesca”. Las mujeres de Tehuantepec, Oaxaca, las figuraba como “divinas en su vestido nacional”. (83)

Por otro lado, detalló muy bien a las mujeres de la ciudad de México que, a pesar de tener algún “defectillo”, exaltó su amenidad, su caridad y su afabilidad, como dotes preciosos que poseían en alto grado, pues “nacían con luces muy claras y un talento natural que las hace aptas para comprender fácilmente y para imitar en breve”; sentimientos profundos e inteligentes daban a la mujer, incluso de la clase más humilde, “una soltura en su porte y una gracia” para conducirse en sociedad, además de tener la virtud más sublime: la de la hospitalidad. En cambio, Heller da cuenta del aspecto negativo, pues su duro juicio recae sobre las mujeres, que como “todas las meridionales, son de genio irreflexivo, ama(ba)n las aventuras y el despilfarro”, aunque más bien esta parece una crítica de género y no de nacionalidad. Ante estas peculiaridades de carácter, Fossey declaró que los mexicanos se mostraban en el trato como un pueblo sociable y agradable, con “una constante afabilidad, igualdad de atenciones sin distinción de personas, crítica sin amargura, decencia en los modales, calma sin frialdad, alegría sin ruido ni desorden, tales son las ventajas que se encuentran en la sociedad mexicana”. (84)

La situación política de México

No obstante, en 1846, a causa del estado de guerra en México, muchos tenían otra impresión de su sociedad, pues la consecuencia inmediata fue la falta de seguridad interna en los bienes y propiedades, tanto para extranjeros como nacionales, además del aumento de la crueldad de los bandidos y el descuido en las medidas de seguridad. Heller expresó que la justicia mexicana del momento soltaba a los bandidos apresados por dos razones: o bien no podían comprobar su injerencia o por temor a la venganza si quedaban libres. Esto trajo como resultado que virtualmente se estaba a disposición de la clase empobrecida y de los ladrones, además del surgimiento de una xenofobia, lo que para los extranjeros era “el desorden y el desenfreno” ilimitados. En este contexto Heller, en su viaje de regreso, sufriría la pérdida de sus propiedades a causa de unos bandidos, por lo que indignadísimo expresó: “me apresuré aún más por abandonar este país que solo sabía dar protección a bandidos y ladrones, pero no a la gente honrada”. (85) México era visto entonces como una tierra promisoria pero llena de inseguridad social, no solo por sus propios habitantes sino sobre todo por la deseada inmigración europea.

Lo anterior condujo a una esquematización del pueblo mexicano y de sus formas de gobierno. La opinión política de Sartorius sobre México era interesante pues, a su entender, “en los últimos 25 años ofrece un cuadro deplorable de conmociones civiles”, recayendo en la total desmoralización del ejército desde que el general Antonio López Santa Anna empezó a intervenir en los asuntos de la República: “Durante su prolongada dictadura, todas las ramas de la administración habían caído en irreparable desorden”. Por ejemplo, mencionó el reclutamiento ineficaz de la “leva” a través del enrolamiento forzado de los indígenas, quienes no daban señales de patriotismo, no siendo aptos para la guerra hasta que no se les procurase su desarrollo intelectual. Resumía el problema en la inexistencia de un sentimiento nacional en el pueblo y en la inactividad, o mala voluntad, de las autoridades en el gobierno. Sobre la administración de justicia en el país, lo mismo que en los asuntos de policía, exigía una reforma total pues: “Nada se hacía para combatir la delincuencia y rara vez se aplica(ba) el castigo correspondiente; y no es de sorprender que el vicio y el delito flore(cier)an a tal punto que han llegado a ocasionar un incalculable daño a la parte sana y honesta de la comunidad”. (86)

Sartorius describió la unificación de los poderes cívico y religioso durante los informes de gobierno del presidente de México, lo que dio pie a decir que: “La mayoría de la población mexicana se interesa muy poco en los asuntos públicos”. El desarrollo de la política nacional había cambiado de las logias (1820-1830) a las figuras políticas en el gobierno que formaron los partidos políticos (a partir de 1831) y que durante dos décadas dependerían de los intereses sociales de las clases acaudaladas (hasta 1855). Es además el tiempo de radicalización política en los Congresos donde se hallaban los partidos conservadores (del antiguo régimen), progresistas (republicanos), clericales (o “partido español”) y militares (“santannistas)”. (87) Así resume el contexto político:

La actitud de Santa Anna, quien durante más de quince años hizo con el ejército lo que le vino en gana, ejerció una mala influencia. Algunas ventajas que obtuvo (…) durante las conmociones civiles, le hicieron creer que poseía un gran talento militar. Él no sabía de nada de historia de la guerra ni de la ciencia de la guerra (...) no tenía la menor noción de la estrategia ni de la dirección militar; le importaban un bledo los estudios fundamentales y no soportaba cerca de él a ningún hombre de talento que podría haber introducido una reforma total del ejército. (88)

Esta actitud de vanagloria mexicana en los presidentes y generales era común entre la población hasta antes de la toma de Veracruz por la escuadra francesa durante la “guerra de los Pasteles”, en 1838, en la cual Santa Anna participó en la defensa, tornando a recuperar la estimación popular debido a esa acción bélica.

Löwenstern aseguraba que el mexicano, aún en circunstancias difíciles, “se siente victorioso y un ser superior”, y que su gobierno lo contentaba con proclamas pomposas y amenazantes. (89)

La preocupación intrínseca de la política exterior mexicana (“la gran incertidumbre respecto a las fronteras”, debido a la dificultad de poder resguardar convenientemente un enorme territorio) haría declarar a Mühlenpfordt, en marzo de 1843, que con la fallida expedición de Santa Anna para reconquistar Texas en 1841, las fronteras habían quedado totalmente inciertas con su separación (realizada por colonos estadounidenses y apoyada por la política expansionista de los Estados Unidos); por lo que a esta acción separatista la definió como un “robo y un atropello de todas las bases del derecho internacional”, expresando su apoyo a México. Heller diría que el gobierno mexicano nada sabía sobre sus territorios “más de lo que ha(bía) aprendido de las obras de A. von Humboldt”, pues desde hacía quince años no había realizado censo alguno. (90)

En 1844 existía un estado de tirantez entre México y los Estados Unidos (resultado de la anexión de Texas a ese país), con la posibilidad de ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países (debido a una probable expulsión de ciudadanos estadounidenses establecidos en los territorios fronterizos de México). El enviado estadounidense Albert Gilliam al finalizar su viaje de reconocimiento a México, antes de la guerra con su país, dio un balance del estado de la agricultura, la ganadería, la economía, así como de su población, reconociendo que la gran mayoría se encontraba en abyecta pobreza por la desigual distribución de la riqueza, desmitificando el mito de la riqueza inagotable que habían creado Humboldt y el inglés William Bullock. Expuso a la sazón la proverbial corrupción de quien lograra el poder en México; delató la mala administración del gobierno y de sus crisis económicas recurrentes al forzar prestamos que solo le alcanzaba para pagar los intereses de sus deudas externas; pero lo que en verdad resaltó fue que el pueblo mexicano era “el más fácil de gobernar en el mundo, de otra manera no toleraría verse oprimido de forma tan lastimosa por su gobierno”. (91)

El inglés Ruxton, quien arribó al puerto de Veracruz en 1846, durante el “feroz bombardeo” por parte de la escuadra estadounidense al mando del general Scott, opinó que fue un acto de crueldad innecesaria ya que, hasta donde sabía, no había defensas que rodearan la ciudad y a que los mexicanos no respondieron el ataque. No obstante, arremete pronto contra el carácter de los mexicanos al decir que eran perezosos en sus actos; que el ejército estaba compuesto “enteramente por indios, pigmeos de miserable apariencia cuyas armas miden metro y medio”, que no veía en ellos disciplina alguna y agregaba que “los mexicanos no ten(ían) valor, pero conservan esa brutal indiferencia a la muerte que podría serles útil si estuvieran dirigidos por oficiales de ánimo y coraje” y si tuvieran mejores pertrechos.(92) México no tenía una defensa militar para ese conflicto.

Heller asimismo detalló la situación política mexicana al inicio de la guerra, describiendo el escenario de 1846 donde las ciudades y las comarcas carecían de vigilancia legal y en todas partes reinaba la arbitrariedad; advirtió la corrupción general del país y exclamó que en los tiempos del dominio de España por lo menos reinaba “cierto orden y cierta administración que se extendía hasta las más apartadas provincias”. De ahí se debía que México “se hunda año con año y deba hacer frente a su decadencia total si no hace su necesaria renovación”. Enjuició, en 1847, que la debilidad del gobierno, así como la indisciplina del ejército no permitiría la victoria sobre los estadounidenses. Finalmente mencionó que con las victorias del ejército estadounidense se había despertado un sentimiento de defensa nacional en México, aún entre los padres de cada familia, sin embargo, consideró que la tozudez del gobierno mexicano haría que se dejara “llegar al enemigo hasta la capital antes de concertar la paz”, como en efecto ocurrió la mañana del 15 de septiembre de 1847 cuando se ocupó la ciudad de México.(93)

Fossey analizaría, hacia 1857 (diez años después de la victoria estadounidense) que, de caer todo México bajo el dominio de los Estados Unidos, la Iglesia católica sería la más afectada, tanto en su poder espiritual como en su riqueza, manifestando que las clases populares e indígenas regresarían a un marasmo social irrecuperable. La única clase que podría contener a la invasión sería la de los criollos terratenientes, pero tenía serias dudas. Aunque reconocía que un efecto positivo sería la liberación de la industria, el comercio y de la política. Ante esta crítica situación declaró por entonces que la “República de México dispon(ía) de muchas ventajas de que carece su hermana mayor (Estados Unidos); no obstante lo cual necesita(ba) empeñar los resortes más poderosos, aquellos que permiten vencer las prevenciones que le son contrarias”.(94)

Conclusiones

Como se ha visto con el seguimiento de las impresiones de algunos inmigrantes europeos (Mühlenpfordt, Sartorius, Fossey, Heller y Biart), entre 1826 y 1850, se puede acercar a la manera en cómo se concibió la anhelada inmigración a México y lo que implicó la mirada extranjera del México decimonónico. Más allá de los intereses sobre el comercio, la industria y la explotación de los recursos naturales que resguardaba el país, observamos descripciones detalladas de numerosos aspectos sociales y culturales sobre la vida cotidiana y la cultura material que los visitantes encontraron durante sus recorridos en país; resaltando los hábitos y costumbres de los grupos sociales con quienes interactuaron, como los grupos de indígenas y mestizos; aportando interesantes reflexiones para analizar las causas del retraso comercial y político reinante, así como las posibles amenazas de las intervenciones de potencias extranjeras hasta 1848.

En una primera instancia los proyectos de colonización abrieron la puerta a cientos de inmigrantes europeos que realizaron el viaje a México, esperando hallar un El Dorado decimonónico, producto de la lectura de obras de viajeros y de folletos de colonización. Sin embargo, la mayoría de estas empresas naufragaron por el desconocimiento de las actividades agrícolas o mineras. No obstante, muchos de los inmigrados encontraron otros sitios de acción en el comercio, las haciendas y los servicios educativos donde se insertaron en la sociedad mexicana. En ella describieron minuciosamente las condiciones sociales del campo y la ciudad que podrían ser los obstáculos al desarrollo e inversiones capitalistas; de la misma manera también se enfocaron en el análisis de los grupos humanos, de sus costumbres, fiestas, aspectos populares, donde la cultura popular serviría de raíz de la identidad nacional, como la mayoría de los inmigrantes franceses y germanos describieron en este periodo.

A pesar de ello, el principal obstáculo era la incomprensión cultural entre mexicanos y extranjeros, pues además de la ausencia de un mercado comercial sólido y la existencia de formas anquilosadas de intercambio, se creía que solo con la llegada de inmigrantes activos en los sectores primarios se podía modificar cualitativamente la economía mexicana, lo que disimuladamente ocultaba el problema de integración racial o étnico en el país. En esa época se tenía la falsa creencia de que con la sola llegada y permanencia de europeos blancos se podía abolir el lento desarrollo de una sociedad mestiza e indígena, como lo era México, e iniciar una época de desarrollo en donde se tomarían con facilidad los modelos políticos, económicos y morales de las naciones “civilizadas”. Sin embargo, esto se echó abajo pues las experiencias de la pérdida de Texas, el inacabado paso interoceánico de Tehuantepec y la derrota contra los Estados Unidos, marcaron el inicio de una serie reformas nacionales de índole liberal.

Muchas de las costumbres, tradiciones y diversiones que identificaron a México, ante los ojos de los viajeros e inmigrantes, tienen rasgos comunes con la cultura popular de las naciones de América hispánica, como los atributos de hospitalidad, afabilidad, la festividad y las pasiones. Pero tal vez la mayor diferencia se encuentra en los aspectos de la interacción social de los estamentos sociales (con la lenta integración del sector indígena a una sociedad laica que se aferraba a la fuerza de las costumbres del antiguo régimen), en los contrastantes paisajes que iban desde el trópico hasta el altiplano del centro de México, pero sobre todo en el encuentro del uso de la cultura material que dieron rasgos característicos singulares para los mexicanos y que dejaron honda impresión en los testimonios de los inmigrantes estudiados en este texto.

Estos postulados que han sido enunciados en la introducción, por parte del sociólogo Tim Edensor, bien pueden ayudar comprender por qué en México, así como en otras naciones hispanoamericanas, los vínculos de unidad social en el siglo XIX, no se realizaron en primera instancia desde las acciones de la elites y de una consolidada política pública, sino más bien con la conjunción de dos factores circunstanciales: la salvaguardia popular del territorio, tras haber sufrido México varias intervenciones extranjeras a lo largo de ese periodo, y el reconocimiento de prácticas culturales como la única herencia reconocida por los gobiernos nacionales, más allá de la lengua y la religión católica. Esos aspectos culturales (paisaje, vida cotidiana y cultura material) serían reconocidos primero por los viajeros e inmigrantes extranjeros como parte de una identidad en ciernes que a lo largo de la segunda mitad del siglo se iría conformado y que luego sería representativa en las corrientes artísticas y costumbristas nacionales.

Finalmente, el lento avance de la modernidad y la expansión del capitalismo en México, generó incomprensión y desasosiego entre muchos viajeros e inmigrados, que esperaban mejores condiciones para efectuar sus empresa, concibiendo a México y a Hispanoamérica como escenarios de atraso social y subdesarrollo comercial, de modo que a ojos el futuro de esta región del mundo era incierto, a menos de que intervinieran activamente en la reactivación de la economía y la instalación de empresas e industrias. Ante ello se presentaba la opción de la colonización europea como una última opción de salvación frente al expansionismo creciente de los Estados Unidos de América y, si esto no fuera suficiente, muy pronto se alzaron voces para pedir una intervención proteccionista dirigida desde Europa y que detonaría finalmente la identidad mexicana.

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1Tim Edensor, National identity, popular culture and everyday life (Oxford / New York, Berg, 2002).

2Para un balance básico del tema ver Rodolfo Ramírez Rodríguez, “Atisbo historiográfico de la literatura viajera decimonónica en México”. Trashumante. Revista Americana de Historial Social 1 (2013) 114-136; y para el caso francés a Chantal Cramaussel, “Imagen de México en los relatos de viaje franceses: 18211862”. México-Francia. Memoria de una sensibilidad común, siglos XIX-XX v. 1 (México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / Colegio de San Luis / CEMCA, 1998) 335.

3Un ejemplo de un estudio comparativo es José Enrique Covarrubias, Visión extranjera de México, 18401867 1. El estudio de las costumbres y de la situación social (México, UNAM / Instituto Mora, 1998), 9.

4Mathieu de Fossey, Viaje a México (México, Conaculta, 1994) 24 y 18.

5Carl Christian Sartorius, México en 1850 (México, Conaculta, 1990) 47-48.

6Eduard Mühlenpfordt, Ensayo de una fiel descripción de la República de México (México, Banco de México, 1993) t. I, 24.

7Carl Barholomäeus Heller, Viajes por México en los años 1845-1848 (México, Banco de México, 1987).

8Isidore Löwentern, México, memorias de un viajero (México, Fondo de Cultura Económica, 2012).

9Désiré Charnay, Ciudades y ruinas americanas (México, Conaculta, 1994); Lucien Biart, Tierra Templada (México, Jus, 1959-1962); George Ruxton, Aventuras en México (México, El Caballito, 1985).

10Walther L. Bernecker, “Literatura de viajes como fuente histórica para el decimonónico: Humboldt, inversiones e intervenciones”. Tzintzun. Revista de estudios históricos 38 (julio-diciembre 2003) 43-48.

11Dieter George Berninger, La inmigración en México (1821-1857) (México, SEP/Setentas, 1974) 28-29.

12Berninger, La inmigración, 33-34 y 37.

13Con ello se vivió una época de inversión de capital en la minería, Berninger, La inmigración, 39- 40.

14Esas legislaciones estuvieron vigentes hasta la guerra con los Estados Unidos, Berninger, La inmigración, 43-49.

15José María Gutiérrez de Estrada había propuesto una política de colonización que incluía a extranjeros e indígenas, Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores (México, 1835) 39. El posterior ministro Manuel Eduardo de Gorostiza clasificó en dos tipos a los inmigrantes: los capitalistas-especuladores, que no necesitaban incentivos legales, y los trabajadoresartesanos, que las leyes debían alentar para su venida al país, pues con su labor aportarían el valor del trabajo que se intentaba impulsar entre la población, proponiendo que el gobierno subsidiara a los colonos con el costo del pasaje y los gastos iniciales, Berninger, La inmigración, 62-63.

16La Dirección tenía como tarea dar a conocer, medir y deslindar tierras colonizables; realizar contratos de venta con los colonos, estableciendo los requisitos, precios y el tiempo para su establecimiento. Exigía el crecimiento demográfico de las colonias, so pena de confiscación de tierras, otorgaba el carácter de mexicanos a los recién llegados, subsidiándolos y eximiéndolos de impuestos y servicio militar.

17Memoria de la Primera Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores de los Estados Unidos Mexicanos (México, Imprenta de Vicente García y Torres, 1847) (disponible en línea en: https://archive.org/details/memoriadelaprim00lafrgoog/page/n5).

18José David Cortés Guerrero, “Tolerancia religiosa e inmigración. México y Nueva Granada a finales de la década de 1840”. Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, 23.2 (2018) 51-84.

19Berninger, La inmigración, 92-93, 146-148.

20Jaime Olveda, “Proyectos de colonización en la primera mitad del siglo XIX” Relaciones XI.42, 23-47.

21Berninger, La inmigración, 134-137, 141 y 149.

22Evelyne Sanchez-Guillermo, “Crear al hombre nuevo. Una visión crítica de los experimentos de europeización en Veracruz en el siglo XIX”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 4 (2004) (http://nuevomundo. revues.org/document447.html). Para adentrarse a la problemática del aspecto racial en la inclusión de

23Tim Edensor, National identity, popular culture and everyday life (Oxford / New York, Berg, 2002).

24Tim Edensor, National identity, popular culture and everyday life (Oxford / New York, Berg, 2002).

25Tim Edensor, National identity, popular culture and everyday life (Oxford / New York, Berg, 2002).

26Villévêque publicó el folleto Colonie du Guazacoalco dans l’Etate de Vera-Cruz au Mexique. Project de Societé en commandite par Actions, que circuló en París en 1829, publicado en el apéndice de Pierre Charpenne, Mi viaje a México o el colono del Coatzacoalcos (México, Conaculta, 2000), 14.

27Charpenne, Mi viaje a México, 14-15. Charles Déboucher, un sobreviviente de la primera expedición, publicó otro folleto titulado Le Guazacoalco, colonie de M. Laisné de Villévêque et Giordan, ou les horreurs dévoilées de cette colonie (París, 1830).

28Para los casos de éxitos y las sociabilidades empleadas por colonos franceses cf. David Skerrit Gardner, Colonos franceses y modernización en el Golfo de México (México, Universidad Veracruzana, 1995) y “Los colonos de Jicaltepec, ¿un grupo étnico?”. México-Francia. Memoria de una sensibilidad común, siglos XIX-XX v. II (México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / CEMCA, 2004).

29La tesis de Zavala se basaba en la convivencia entre los pueblos mexicano y estadounidense, en el que el primero adoptaría los ideales de libertad e ilustración de los colonos anglosajones en un proceso de paz.

30Cita de Mier y Terán en Josefina Zoraida Vázquez, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores, t. I - México y el expansionismo norteamericano (México, El Colegio de México, 2000) 68.

31Memoria presentada a las dos cámaras del Congreso General de la Federación por el Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores e Interiores (México: Imprenta del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, 1825) (en línea: https://archive.org/details/b29296614/page/n9) / Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores (México: Imprenta del Águila, 1830) (en línea: https://archive.org/details/b29294137/page/n7). Estas disposiciones de Alamán se convirtieron en la ley del 6 de abril de 1830, Berniger, La inmigración, 75-81.

32Berniger, La inmigración, 82-83. Para mayor información ver Luis Aboites, Norte precario. Poblamiento y colonización en México (1760-1940) (México: El Colegio de México / CIESAS, 1995).

33Los términos peyorativos que daban los mexicanos a los inmigrantes texanos se pueden ver en George Ruxton, Aventuras en México (México, El Caballito, 1974).

34Brígida von Mentz, México en el siglo XIX visto por los alemanes (México, UNAM, 1980).

35Berniger, La inmigración, 94-97. Una obra que estudia la aparición de relaciones xenófobas durante las primeras décadas del siglo XIX es la de Moisés González Navarro, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-1970 v. 1 (México: Colmex, 1995).

36Berniger, La inmigración, 99, 103 y 105.

37Los autores considerados como inmigrantes son Mathieu de Fossey, Eduard Mühlenpfordt, Carl C. Sartorius, además de Lucien Biart, quienes debido a su larga estancia describieron con mayor análisis las costumbres de la sociedad mexicana; no obstante, se incluyen opiniones importantes de los austriacos Carl Heller e Isidore Löwenstwern, de los franceses Pierre Charpenne y Desiré Charnay, y del inglés Ruxton. Los datos biográficos de los viajeros se tomaron de Rodolfo Ramírez Rodríguez, Una mirada cautivada. La nación mexicana vista por los viajeros extranjeros, 1824-1874, tesis de maestría, UNAM, 2010.

38 Eduard Mühlenpfordt, Versuch einer getreuen Schilderung det Republik Mejico besonders in Beziehung auf Geographie, Ethnographie und Statistik (Hannover, Kius, 1844) (publicado en castellano como Ensayo de una fiel descripción de la República de México, referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística, 2 vols. (México, Banco de México, 1993)).

39Carl Christian Sartorius, Mexiko. Landschaftsbilder und Skizzen aus dem Volksleben, Verlag nicht ermittelbar, 1855 (traducido al inglés como Mexico. Landscapes and Popular Sketches (G. G. Lange, Darmstadt / Lange und Kronfeld, New York, 1858), de la cual se editó una versión en castellano como México hacia 1850 (México, Conaculta, 1990)).

40Mathieu de Fossey, Viaje a México, edición facsimilar de la de 1844 (México, Conaculta, 1994).

41 Carl Bartholomäeus Heller, Reisen in Mexico in den Jahren 1845-1848 (Leipzig, 1853) (cuya versión en castellano es Viajes por México en los años 1845-1848 (México, Banco de México, 1987)).

42Fossey, Viaje a México, 84. Nacido en Dijon, Francia, en 1805, fue residente en los estados de Oaxaca, Guanajuato, Colima y la ciudad de México, con labor docente ininterrumpida se convirtió en miembro del Instituto Geográfico y Estadístico de la República Mexicana, Ramírez, Una mirada cautivada, 117-118.

43Carl Christian Becher, Cartas sobre México. La república mexicana durante los años decisivos de 1832 y 1833 (México, UNAM, 1959), infra 99.

44Clementina Díaz y de Ovando, “Isidro Lówenstern: su visión sobre México (1838)” en Un Hombre entre Europa y América. Homenaje a Juan Antonio Ortega y Medina (México, UNAM, 1993), 364-365.

45Mathieu de Fossey, Le Mexique (Paris, Henry Plon, 1857), 271-274.

46Fossey, Le Mexique, 254, 276 y 279.

47Ludovic Chambon, Un gascón en México (México, Conaculta, 1994), 139-141.

48Heller nació en 1824 en Moravia, imperio Austriaco. Fue profesor en el colegio Theresianum de Viena. Arribó a México el 14 de noviembre de 1845 como expedicionario comisionado por de la Real e Imperial Sociedad Botánica de Viena permaneciendo hasta 1848, Ramírez, Una mirada cautivada, 119-120.

49Heller, Viajes por México, 68 y 73.

50Fossey, Viaje a México, 177.

51Fossey, Viaje a México, 89 y 124.

52Heller, Viajes por México, 147 y 115.

53Según Fossey eran tres factores las causas principales de la fiebre amarilla o vómito prieto para convertirse en epidemia: el calor intenso, la inmediación de las ciénegas o pantanos desaseados y la aglomeración de individuos no aclimatados, cuya duración iba del mes de mayo hasta fines de octubre, poseyendo un efecto mortal para toda persona que no fuera originaria o estuviese habituada al lugar. En esa época aún no se descubría el origen de las fiebres a causa de la picadura de los mosquitos. Fossey, Viaje a México, 85; Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 272-276; Sartorius, México en 1850, 59.

54Carl Christian Sartorius vino a México en 1826 como empleado de la Compañía de minas de Elberfeld para explotar algunos distritos mineros. En 1829 fundó El Mirador, una hacienda azucarera. En 1849, fue nombrado agente consular mexicano sobre asuntos de colonización, publicando su libro México como país para inmigración de los alemanes, dirigido a la Asociación nacional para la emigración y colonización de Hessen, Ramírez, Una mirada cautivada, 120-122.

55Sartorius, México en 1850, 56-57. Similar descripción se halla en Heller, Viajes por México, 102.

56Agrega que “el extranjero si sabe adaptarse más o menos a las costumbres del país, no es mal visto”, Heller, Viajes por México, 68 y 74.

58Heller, Viajes por México, 100-101.

59Sartorius, México en 1850, 82-84.

60Eduard Mühlenpfordt nació en Clausthal, Hannover, Alemania. En 1819 era estudiante de Matemáticas en la Universidad de Gotinga. De 1827 a 1829 se desempeñó como miembro y director del Departamento de Obras de la compañía minera inglesa Mexican Company. A fines de 1833, poco antes de abandonar el país, fue director de caminos del estado de Oaxaca, Ramírez, Una mirada cautivada, 43.

61Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 197-198.

62Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 194-195.

63Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 200.

64Algunos indios mordían, frotaban o las hacían sonar contra las piedras para detectar alguna treta, gesto o impaciencia en sus compradores que los delataran como impostores, Lucien Biart, La tierra caliente. Escenas de la vida mexicana, 1849-1862 (México, Jus, 1962), 146, 252; Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 353.

65Désiré Charnay, Ciudades y ruinas americanas (México, Conaculta, 1994), 51.

66 Lucien Biart nacido en Versalles el 21 de julio de 1828, arribó a México en 1846. Estudió medicina en la Academia de Medicina de Puebla en 1855 y fue docente en esa ciudad. En Orizaba se estableció como farmacéutico y casó con una compatriota. Radicó como inmigrante hasta 1866 cuando regresó a Francia e inició una carrera como escritor de novelas, Ramírez, Una mirada cautivada, 160-161.

67Lucien Biart, La tierra templada, escenas de la vida mexicana, 1846-1855 (México, Jus, 1959), 104.

68Sartorius, México en 1850, 315 y 327.

69Fossey, Viaje a México, 126.

70Sartorius, México en 1850, 255.

71Sartorius, México en 1850, 175 y 176.

72Heller, Viajes por México, 70-74.

73Del mismo modo los indígenas concebían montar a caballo como algo pernicioso, Sartorius, México en 1850, 125-ss.

74Del mismo modo los indígenas concebían montar a caballo como algo pernicioso, Sartorius, México en 1850, 125-ss.

75Heller 85-87 y 110.

76Fossey 157-158.

77Para una vasta descripción de un palenque de gallos véase Sartorius, México en 1850, 181-184.

78Sartorius, México en 1850, 258-260.

79Heller, Viajes por México, 157-159.

80Fossey 129 y 131-137.

81Fossey 159.

82Fossey, Viaje a México, 138-141, 125 y 143; Sartorius, México en 1850, 223-226.

83Fossey, Viaje a México, 76 y 93.

84Heller, Viajes por México, 150; Fossey, 149-151.

85Heller 121-122, 132-133,178-180.

86Sartorius, México en 1850, 231-232, 242-243 y 257.

87Sartorius 200- 203 y 268.

88Sartorius 236-237.

89Löwenstern en Díaz y Ovando, “Isidro Lówenstern”, 380.

90Mühlenpfordt, Ensayo t. I, 29 y 31 y t. II, 10; Heller, Viajes por México, 140.

91Albert Gilliam, Viajes por México durante los años 1843 y 1844 (México, Conaculta, 1996), 173-189.

92Ruxton, Aventuras en México, 31-33.

93Heller, Viajes por México, 140 y 178.

94Fossey, Le Mexique, parte III, 479.

* Este trabajo fue auspiciado en parte por el Programa de Becas Posdoctorales de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México con el proyecto “Las inversiones privadas en el noreste del Valle de México y la comarca minera de Pachuca. Un acercamiento a la integración de una economía regional, 1850-1870”.

Referencia bibliográfica para citar este artículo: Ramírez Rodríguez, Rodolfo. “La visión de la inmigración a México en los viajeros extranjeros (1821-1850)”. Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, 24.2 (2019): 15-47.

57Heller, Viajes por México, 110-111, 161-162, 164-165, 156-157.

Recibido: 12 de Diciembre de 2018; Aprobado: 07 de Mayo de 2019

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