1. Los preparativos
Entre los viajeros que estos días recorren el mundo, ninguno ha excitado en tan alto grado la curiosidad como tres mujeres que han aparecido recientemente en las calles de París vestidas con pantalón de zuavo, paletó gris con pasamanería negra y gran sombrero chambergo. Una de ellas se llama Miss Walker; es profesora de medicina, y ardiente partidaria de la emancipación de su sexo. Es americana, tiene cincuenta años, y se dirige a Turquía a ocupar, según parece, la plaza de médica en el serrallo del sultán ¡incauto príncipe! No le damos la enhorabuena por la elección ¿A alguien se le ocurre meter en un serrallo a una emancipadora de mujeres?1
Desde que a finales del siglo XIX este periodista español quedara asombrado por la visión de tres damas ataviadas con un precedente del traje de chaqueta y pantalón por las calles de París, rumbo a Turquía, hemos recorrido muchos caminos y, hoy en día, la llegada de mujeres viajeras a los rincones más insospechados del planeta nos resulta una imagen habitual y nada sorprendente. Tal vez sí lo es la proliferación de relatos con los que estas viajeras quisieron dejar testimonio de su experiencia, muchos de los cuales están siendo analizados en profundidad desde distintas ópticas y planteamientos teóricos. Son numerosos los estudios que se han publicado sobre la mirada femenina hacia la diversidad cultural y natural, en el sentido más amplio del concepto, y se suele destacar la intuitiva sensibilidad de estas pioneras en la observación de otras formas de vida o de procesos sociales y políticos ajenos.2 Sería oportuna una reflexión sobre el género de los relatos de viaje, precedentes de los ahora tan extendidos blogs, saber qué espacio ocupan en ellos la memoria y el silencio, cómo se comportan y transforman esos recuerdos en el papel en blanco hasta constituir una literatura “de lo íntimo, [que] incluye también los diarios, las memorias, las autobiografías y los recuerdos”.3 Es innegable que el interés editorial por sacar a la luz los trabajos de unas viajeras que cruzaron mares y continentes en ambas direcciones ha sido considerable, tanto como los esfuerzos por profundizar en el análisis de sus textos desde distintas ópticas y posicionamientos teóricos.4
Muchas de ellas eran letradas y plasmaban su día a día en escritos que componen un valioso reservorio de relatos factuales; una gran mayoría llevaba un diario pormenorizado o simplemente apuntaban en cuadernos de viaje sus impresiones para luego darles acomodo en relatos más extensos que, desde finales del siglo XIX, irían ilustrados con fotografías, por lo que contamos con la posibilidad de mostrar ese mundo visto y experimentado a través de testimonios gráficos de excelente factura. Estas circunstancias han facilitado el interés de los especialistas por una fuente relativamente asequible y de una inestimable riqueza y variedad de datos.5 Quienes estudian la historia de las mujeres obtienen de estos documentos un resultado doble, por un lado, la riqueza de los documentos en sí mismos y, por otro, un locus de enunciación desde la perspectiva de género.6 Es así un acervo muy valorado por nuestro colectivo, que continuamente revisa otro tipo de fuentes, que deben ser investigadas en los resquicios y silencios de los documentos y cuyo resultado habitual suele ser la sequía de datos y un trabajo ímprobo para reconstruir los espacios que ocuparon la vida de las mujeres.
Esta oscuridad escritural es una de las razones que ha provocado nuestra quejumbrosa invisibilidad; en cambio, con las “viajeras” ocurre lo contrario. El primer aspecto destacable es que la posibilidad de viajar que tuvieron estas mujeres venía dada por su pertenencia a la élite, a una clase aristocrática o burguesa que les proporcionaba, además, algún tipo de formación -privada o académica en casos excepcionales- y un estatus económico -adquirido por herencia o por matrimonio- que les facilitó cierta independencia para viajar solas si no iban junto a sus maridos, bien en misiones diplomáticas, en una expedición científica o por placer. A ello se sumaban dos cualidades arriesgadas: era curiosas y valientes, dispuestas a aprender y a minimizar los riesgos que entrañaban los desplazamientos a espacios lejanos y poco transitados por el deseo y voluntad de conocer.
Por otro lado, con el transcurrir de los años se empezó a producir una universalización del viaje de carácter personal, en especial avanzado el siglo XIX, de tal modo que terminó por convertirse en una práctica habitual a principios del siglo XX hasta transformarse en lo que es hoy, cuando el viaje ha dejado de ser un placer exclusivo de las clases adineradas. Es sabido que el movimiento mundial de personas se ha popularizado, incluso el concepto de “viajero” ha adquirido un valor particular y respetado en el que se reconoce al sujeto que recorre un territorio o visita una ciudad de determinada manera y con el que nos distanciamos del término menos admirable de “turista”. Conviene señalar que esta apertura a los mercados globales e hiperconsumidores del siglo XXI ha catapultado la literatura de viajes, que ha descubierto en Internet un espacio perfecto que roza el paroxismo; blogs y cuadernos de bitácora recogen los testimonios de cientos de miles de personas que sienten una irremediable necesidad de compartir con los cibernautas sus vivencias personales.
2. Primera jornada: América como destino
Siempre se ha asociado el Grand Tour a la formación masculina británica de nobles y burgueses recorriendo Europa, una especie de rito de paso entre las clases más adineradas que pretendían completar sus conocimientos académicos y vitales mediante la inmersión en el arte y la cultura clásicos. Este viaje se iría generalizando entre otros jóvenes europeos y ampliando el trayecto a países insólitos y desconocidos en la época, como Grecia, España, Constantinopla o el Próximo Oriente. Haciendo un guiño a la historia contrafactual, podríamos fantasear que, si esos viajeros hubieran sustituido Europa por América y cruzado el Atlántico para recorrer el continente, en un circuito quizá llamado Big American Journey, nuestra percepción de las realidades americanas sería más completa, más rica, adquiriría nuevos matices. Imagino los miles de páginas escritas en los diarios de los jóvenes españoles, franceses, ingleses o alemanes, describiendo sus andanzas por América durante el siglo XVIII.7 Sin embargo, que no fuera tan popular el viaje al Nuevo Mundo como a las regiones italianas o griegas no significa que no hubiera viajeros en América, pero la visita a las Indias no tenía el mismo objetivo de barniz cultural que aportaba el Grand Tour.8
No se veía tan necesario recorrer las tierras americanas para adquirir nuevos saberes, afrontar un matrimonio o desarrollar una profesión, menos aún expandir sus negocios dado el férreo monopolio comercial español en América. Mientras, el Grand Tour era indispensable para el desarrollo social y profesional de quienes lo emprendían: no se podía alternar en la buena sociedad sin haber contemplado Pompeya y Herculano, en cambio se podía prescindir de la estremecedora visión de las cataratas del Iguazú o de la majestuosidad del Amazonas.9 Esta disyuntiva se ajustaba al enfermizo eurocentrismo que alcanzó sus cotas más álgidas en los siglos XVIII y XIX y que equivaldría a lo que Mary Louise Pratt denomina anticonquista: “estrategias de representación por medio de las cuales los miembros de la burguesía europea tratan de asegurar su inocencia al mismo tiempo que afirman la hegemonía y la sociedad europeas”.10
Dos factores claves e interconectados son los que condujeron a una resemantización de América en el imaginario euroamericano. Corresponde el primero al viaje de investigación de Alexander von Humboldt junto al médico y botánico Aimé Bonpland por las regiones equinocciales entre 1799 y 1804; en este espacio de tiempo, el barón y el naturalista recorrieron los virreinatos de Nueva Granada, el Perú y Nuevo España -o Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México- y la isla de Cuba. La narrativa que generó a su vuelta a Francia,11 con numerosas publicaciones que alcanzaron gran divulgación y fueron traducidas a diversos idiomas, puso en valor un continente amordazado por las riendas del colonialismo y despreciado por una insidiosa y eficaz leyenda negra;12 como dice Gerbi, con Humboldt “el pensamiento de Occidente completa por fin la pacífica conquista y anexa idealmente a su mundo, al Cosmos único, esas regiones que hasta entonces casi sólo habían sido objeto de curiosidad, de estupor o de mofa”.13 No en vano se estima a Humboldt el desencadenante de la reinvención ideológica de América.14
El segundo de los acontecimientos que influyó decisivamente en este cambio de percepción fue la independencia de las colonias americanas. A partir de la segunda década del XIX, los emergentes estados americanos van a convertirse en un foco de enorme interés político y comercial para las potencias europeas y el precoz expansionismo estadounidense, interés que va de la mano de la fascinación que entrañaba un territorio ahora franqueable y menos desconocido gracias a viajes y publicaciones como las de Humboldt.15 Es por ello que algunos historiadores lo han vinculado con el surgimiento de los movimientos de independencia: “If Columbus stood for the discovery of riches leading to servitude, Humboldt stood for the discovery of knowledge leading to liberation: even as he had been inspired by the Revolution of 1776, so the next American revolutions were inspired, it was widely agreed, by Humboldt”;16 hasta considerarlo “legitimador de la construcción de las naciones eurocriollas y, más, tarde, de la modernización positivista en Nueva Granada, Venezuela y México”.17
Los modernos viajeros-escritores rompen las categorías y el género. Desde exploradores especializados ―arqueólogos, geógrafos, naturalistas, ingenieros―, a comerciantes o aventureros, que incluso podrían trabajar como espías, y a veces confluían en un mismo personaje varias de estas características, América se escruta de norte a sur. Con esto no quiero decir que los viajes por el “otro occidente” no contuvieran muchos de estos aspectos, pero quien arribaba a los puertos americanos llegaba para descubrir y dar a conocer al mundo una realidad inédita, una joya preservada celosamente durante años por España. A la par que este turismo científico o comercial llegaron también a América viajeras que, fascinadas o sobrecogidas por el entorno que les servía temporalmente de hogar desarrollaron una actividad escritural propia. Se trataba de mujeres de clase alta generalmente para quienes el viajar no fue siempre una opción personal, a diferencia de las que emprendían el Grand Tour por Europa y algunos parajes exóticos y lejanos en esta misma época,18 pero que terminaron apropiándose y transmitiendo en sus textos una realidad que les era ajena. Las dos damas viajeras y escritoras de las que me ocupo en este trabajo son Alice Dixon Le Plongeon y Maude Mason Austin. Ambas son un ejemplo de lo que Mary Louise Pratt y otras investigadoras denominan exploratrice sociale,19 un término anclado en la ideología del reformismo social, como misión civilizadora, y que constituiría “una forma de intervención imperial femenina en la zona de contacto”.20
3. Segunda jornada: México como curiosidad
Para enmarcar el análisis de los textos de estas dos autoras sería conveniente recordar a algunas de las antecesoras y coetáneas más sobresalientes en su periplo por México, como fueron:21 Frances Erskine Inglis, bostoniana de origen escocés, esposa de Ángel Calderón de la Barca, el primer embajador español en el país, que publicó Life in Mexico (1843), bajo el pseudónimo Madame Calderón de la Barca;22 Susan Shelby Magoffin, observadora singular de la sociedad mexicana de frontera durante la intervención estadounidense en México, que refleja en su diario Down the Santa Fe Trail (1846-1847);23 Paula Kolonitz, dama de la archiduquesa Carlota que iba en la comitiva del emperador Maximiliano, es la autora de Un voyage au Mexique, 1864 (1867);24 la decidida princesa de Salm-Salm, Agnes Leclerc, relató sus intentos ante Benito Juárez por liberar a su esposo, jefe del estado mayor de Maximiliano, y evitar la ejecución del emperador en Ten Years of my Life (1876);25 Fanny Chambers Gooch Iglehart, con su obra de tintes antropológicos Face to Face with the Mexicans (1887);26 Edith O’Shaughnessy, esposa del encargado de negocios de la embajada estadounidense, fue una testigo excepcional de los años de Madero y Huerta, escribió A Diplomat’s Wife in Mexico (1916) y Diplomatic Days (1917);27 Rosalie Evans, aguerrida antiagrarista, que se enfrentó al gobierno de Obregón y llegó a convertirse en la defensora de los derechos de los extranjeros en México, pagaría con su vida la defensa de su hacienda de San Pedro Coxtocán en Puebla, en 1924, nos dejaría sus combativas Letters from Mexico (1926);28 Anita Brenner daría a conocer el arte y la Revolución mexicanas en los Estados Unidos con dos libros muy famosos: Idols Behind Altars (1929) y The Wind that Swept Mexico (1943);29 Elizabeth C. Morrow, mujer del embajador de Estados Unidos de 1927 a 1930, Dwight Morrow, con su Casa Mañana (1932);30 Alma Reed, periodista del New York Times, mecenas de la cultura mexicana y conocida por su apasionado y dramático romance con el revolucionario yucateco Felipe Carrillo Puerto, nos legó, entre otros libros, su biografía póstuma Peregrina y un interesante trabajo sobre José Clemente Orozco;31 Catherine Anne Porter, reputada escritora que nos dejaría cuentos excelentes ambientados en México y su conocido relato Hacienda (1934).32
El listado de mujeres que han plasmado su experiencia o elaborado su obra alrededor de la historia y la cultura mexicanas continúa mucho más allá de la década de 1930. Con este repaso solo pretendo citar algunos de estos libros de la literatura escrita por estas mujeres viajeras en el México posindependiente y el primer tercio del siglo XX y que tienen en común, además, una peculiar afinidad con el país debido a que varias de ellas son tejanas o de Arizona, esto es, proceden de la frontera, de territorios antes mexicanos, y manifiestan esa extraña relación por el otro lado que se da en estos “no lugares” fronterizos.33 Otras han ido a México con sus maridos, diplomáticos o comerciantes, o eran dueñas de haciendas o profesionales, como periodistas, enfermeras, escritoras y artistas; algunas llegaron atraídas por un país exótico que buscaba su acomodo político, o bien lo hicieron en plena efervescencia revolucionaria e incluso se involucraron tan intensamente en la política del país que arriesgaron su propia vida. Lo que sí es cierto es que algunas de esas experiencias se transformarían en notables relatos factuales, incluso incómodos y a ratos críticos con el país de acogida, con comentarios despreciativos, racistas, displicentes y apelan al comparativismo al realizar fáciles y continuas comparaciones con la realidad de su propio país, por lo que a veces se minusvalora la realidad mexicana desde una postura colonialista; otros, en cambio, tienen contenidos de gran valor cultural y antropológico, y algunos están más atentos a la anécdota y semejan una feria de vanidades o son más intimistas y domésticos. No hay un patrón común, y precisamente en esa variedad escritural reside su riqueza. Según Nara Araújo, en sus textos coexisten “lo ‘verídico/ real’ y lo ‘verídico/imaginativo’, y la multiplicación espacial supone un desdoblamiento del sujeto de la enunciación: viajera/autora. La capacidad de estructurar la identidad contando las historias de otros protagonistas, transponiéndose a una voz lírica, se distingue de la mirada egocéntrica del sujeto masculino”34.
4. Tercera jornada. Retrato de Yucatán
“Wherever might he dwell there too would she: Attachments deep can bind like a stern decree.” Alice Dixon Le Plongeon. Queen Moo’s Talisman.
The Fall of the Maya empire (1902)
Cuatro años antes de que la emperatriz Eugenia de Montijo viajara a Egipto representando a Napoleón III para inaugurar el canal de Suez en 1869, suceso primorosamente pintado por Charles-Théodore Frère, la archiduquesa Carlota de Bélgica -que debía su corona mexicana y su desdicha y locura posterior a la política imperialista francesa- emprendería un viaje por Yucatán como medio de propaganda del gobierno del emperador Maximiliano; la acompañaba el historiador y político José Fernando Ramírez, nombrado a tal efecto Ministro de Relaciones, aunque quien demostró sus excepcionales dotes como embajadora fue la aristócrata belga. Aquel recorrido, que duraría mes y medio, pudo tener como lectura de cabecera Incidents of Travel in Central America, Chiapas, and Yucatán (1843) de Stephens y Catherwood, que la emperatriz manejaba con regularidad. Muy probablemente conocía el Voyage pittoresque et archéologique dans la province d’Yucatan (1838), del controvertido conde de Waldeck y las Cités et ruines américaines (1863) de Désiré Charnay. Estos libros tuvieron una gran acogida entre los lectores de la época y fueron los referentes de la oleada de arqueólogos y viajeros que visitarían la península en busca de la singularidad de la civilización maya y de sus misteriosas antigüedades.35
Es en esta fiebre arqueológica por los monumentos prehispánicos yucatecos donde debemos situar a la británica Alice Dixon Le Plongeon (1851-1910), que colaboró como asistente -era una magnífica fotógrafa y secretaria- de su marido Augustus Le Plongeon en las excavaciones que realizaron en los recintos mayas de Chichén Itzá y Uxmal, fundamentalmente, aunque también exploraron Izamal, Cozumel o Isla Mujeres. Durante su estancia de once años en la península yucateca, de 1873 a 1884, Alice Dixon recogió su experiencia en varios ensayos de corte autobiográfico y etnológico -aprendió la lengua maya- y logró reunir algunos de ellos en Notes on Yucatan, publicado en 1879; se trata, como indica Lawrence Desmond, del primer trabajo de una mujer publicado en los Proceedings of the American Anticuarian Society “in the society’s long history”.36 Años después seleccionó nuevos artículos para Here and There in Yucatán, de 1886.37
La segunda protagonista de este estudio es Sue Mason Austin, habitualmente llamada Maude Mason Austin (1861-1939), que viajaría por el México posrevolucionario durante las dos primeras décadas del siglo XX. Residía en El Paso y estaba casada con William H. Austin, sobrino nieto de Stephen F. Austin, el fundador de Texas. Nos hallamos ante una mujer de una clase social elevada, una viajera afincada en una zona de contacto y que tenía vínculos familiares con México -una de sus hijas residía en la capital y la visitaba frecuentemente-. Mientras que Alice Dixon vio publicados sus trabajos y disfrutaría de cierto éxito y del reconocimiento de sus contemporáneos, el relato de Maude Mason Austin nos ha llegado de forma póstuma gracias a José Narciso Iturriaga, especialista mexicano en literatura viajera, a quien le fue entregado el manuscrito inédito por su hijastro, que era tataranieto de Austin y que se publicó como En Yucatán38. La autora tejana publicaría también la novela de frontera Cension. A sketch from Paso Del Norte (1898), que apenas tuvo repercusión, y los relatos Annals of the Desert (1930).39
Con Le Plongeon y Austin presenciamos dos experiencias vitales relativamente distintas: la primera tenía una proyección pública y contactos en el mundo científico, mientras que Austin llevó una existencia anónima. La elección de estas autoras viene determinada por los momentos históricos en los que se desenvuelven sus obras. Notes on Yucatán recoge los apuntes de Alice Dixon tras su llegada al puerto de Progreso en el verano de 1873, momento en el que todavía seguía activa la Guerra de Castas. Esta situación de guerra invisible pero perceptible -el conflicto se reducía a guerrillas en el sur de la zona oriental de la península- pudo causar en la fotógrafa un sentimiento extraño. Los parámetros bélicos que se barajaban en la época -y más teniendo en cuenta la perspectiva de una mujer británica en un territorio que no dejaba de ser inhóspito y salvaje- no contemplaban escenarios de este tipo, al no ser una guerra abierta sino una contienda de baja intensidad, localizada en focos concretos y con actores que soportaban pesadas cargas simbólicas heredadas desde la colonia. Un conjunto de demandas económicas y sociales había enfrentado a los indígenas mayas con el poder establecido y, en suma, con la población blanca y mestiza desde 1847 hasta 1901 y que, sin lugar a duda, era de complicada comprensión para una extranjera.40 Por su parte, el viaje de Maude Mason Austin se encuadra en pleno proceso revolucionario mexicano, coyuntura de máxima trascendencia para Yucatán y que la viajera tejana viviría con una aguda curiosidad: visita el territorio en los “instantes socialistas” del gobierno de Felipe Carrillo Puerto y asiste perpleja a la ola bolchevique que se vivía en el Estado. Es por eso que, aunque los textos pertenecen a cronologías distintas y a mujeres con genealogías muy dispares, enlazan dos de los episodios más atractivos de la dinámica historia peninsular.
A pesar de la importancia de Alice Dixon Le Plongeon dentro de la investigación de la cultura y civilización mayas, la historiografía especializada ha relegado durante décadas su trabajo como fotógrafa y ensayista al quedar opacada por la importancia de su marido; Desmond y Litvak recuerdan que el New York Times y el New York Evening Post sí señalaron sus dotes como escritora y experta en la cultura maya en sus respectivos obituarios.41 Los cientos de placas que se conservan de las expediciones arqueológicas en las que colaboró estrechamente con el arqueólogo Le Plongeon han pemitido recuperar su figura para los especialistas contemporáneos y suponen una fuente de incalculable valor para la reconstrucción del pasado prehispánico.42
Para Alice Dixon su oficio impregna de forma determinante su escritura, nos ofrece instantáneas de lo que observa, capta lo realmente valioso de lo que ve, son fotografías escritas de la realidad que le rodea, pequeños trazos repletos de frescura visual. Desde las primeras líneas del texto hace notar el clima político en el que se ve inmersa la región que: “se hallaba en un estado de agitación desde hacía algún tiempo, que los combates entre las tropas rebeldes y las estatales y federales eran harto frecuentes”.43 Como puede leerse algunos párrafos después, hace referencia a la violencia de los indios alzados a través de la muerte de un ingeniero estadounidense, un tal Alexander Stephens:
“asesinado hace unos 18 meses por los indios hostiles de Chan Santa Cruz en su finca de Xulub, en el extremo de la costa nordeste de la península de Yucatán, muy cerca de la isla de Holbox”.44
Solo menciona la Guerra de Castas en esta cita y cuando refiere la destrucción de parte de Izamal por los mayas rebeldes45. En cambio, las alusiones a la explotación a la que se ven sometidos los indígenas y a su estado de ignorancia son continuas:
La raza india, la mixta o mestiza y aún ciertos blancos indoctos, son firmes creyentes en la brujería y practican muchos ritos supersticiosos. En el papel, y nada más que en papel, son católicos, y ello debido a que han sido compelidos al catolicismo.46
En tal sentido, el relato subraya las idolatrías de los mayas y el paternalismo con el que son tratados; por ejemplo, cuando se sienten enfermos piensan que están embrujados, y “si un indio desea alguna cosa la solicita al santo patrón”; la fachada de la casa de los Montejo en Mérida es fiel reflejo de la subyugación a la que fueron y son sometidos:
“Descuellan, entre los ornamentos de la fachada, las figuras de los españoles sostenidos por las de los indios postrados (doliente símbolo de la posición del pobre indio de hoy)”.47
Uno de los hechos que singulariza la obra de Alice Dixon y que patentiza una visión del mundo poco convencional y moderna es su admiración por la civilización maya y su cercanía y defensa de sus herederos; tanto es así que se atreve a cuestionar la autoridad de uno de los viajeros canónicos en su siglo:
Mr. Stephens in his work Travels in Yucatán asserts that no traces of the ancient customs exist among the present inhabitants of the country. After four years carefully study, I must say that such an assertion is without foundation.48
Aclara Desmond que la cita fue eliminada de la edición original en los Proceedings of the American Antiquarian Society: no era de rigor que una principiante, aunque fuera apadrinada por el mismo presidente de la sociedad, negara la apreciación de todo un Stephens. Sería factible ver aquí una de las marcas que, según Nara Araújo, distingue la escritura de viajes femenina: “la relación conflictual con la verdad, por la postura particular, frente a la construcción del saber y el conocimiento”49. En el caso de Alice Dixon, su compromiso con el saber la conduce a debatir de igual a igual con el canon y rectificarlo con una asertividad fundada en su experiencia propia. En su segundo libro, Aquí y allá en Yucatán, publicado poco después de dejar la península, la autora dedica varios capítulos a recorrer la historia clásica y colonial, las costumbres, literatura y fábulas de los mayas yucatecos demostrando un conocimiento asentado en el estudio profundo de la cultura maya y de su lengua, hasta el punto de percibir sus matices:
Si un lenguaje complejo es indicio de civilización avanzada, los mayas eran altamente civilizados, ya que su lengua permite expresar los más finos matices del pensamiento; aun hoy los aborígenes emplean formas de hablar tan poéticas que es un deleite oírlos relatar extrañas historias.50
A medida que avanza Notes on Yucatán, el texto brinda datos sobre la mala situación de los caminos, repletos de baches y con carruajes anticuados tirados de mulas; ofrece una descripción del bolan-coché, o cómo fue erigido el puerto de Progreso, del que dice: “ha sido fundado hace sólo unos pocos años; para ello medió la influencia política (y la influencia política lo es todo en México)”.51 Hace notar la inexistencia de posadas y hoteles en la región, salvo Meridiano en la capital, un alojamiento con varios cuartuchos en el que:
fuimos conducidos a una habitación que consistía en un par de camas plegadizas herméticamente cerradas con cortinas, una gran mesa de pino u un par de sillas del mismo material. Además de estos artículos, había suficientes mosquitos para atormentar a todos los habitantes de la ciudad. Contra ellos, las cortinas de la cama parecían brindarnos protección. Nos preparamos pues a utilizar las camas, pero ¡ay, ¡adiós a nuestras ilusiones!, en lugar de un colchón para descansar, sólo contamos con un pedazo de lona extendido sobre la armazón de las camas.52
Las malas condiciones en las que debió dormir el matrimonio los animó a buscar una casa -“asunto nada fácil ya que muy pocos edificios existen en Mérida”53-, que les acogiese más confortablemente; llama la atención su rotunda afirmación de la escasa urbanización de la ciudad en 1873. Es extraño que tuviera esa opinión tan negativa, porque a mediados del siglo XIX la ciudad de Mérida estaba formada por unas cien manzanas de casas delimitadas dentro de los cuarteles, la gran mayoría era de construcción permanente; los arrabales y barrios de la ciudad sí mostraban un aspecto lamentable, fundamentalmente por las chabolas y la insalubridad.54 También es cierto que pudo ser una primera impresión, casi al final del texto dedica un epígrafe completo a ensalzar el centro de Mérida:
Las calles de la ciudad de Mérida están dispuestas en ángulos rectos. Son amplias, revestidas de polvo durante la sequía, y cuando llueve, una alfombra de fango ornamentada de infinitos charcos de agua casi impide caminar a los peatones. Además de la Plaza Mayor, existen alrededor de catorce o quince plazas menores cada una con su iglesia.55
Los problemas de canalización de aguas fueron uno de los graves inconvenientes que tuvieron que afrontar las autoridades, básicamente por la aparición de recurrentes focos de viruela y de fiebre amarilla. De una epidemia de viruela en Mérida son avisados por el entonces gobernador del Estado, Liborio Irigoyen: “[que] nos pidió como un favor, distribuir las vacunas entre los habitantes de los lugares por los que habríamos de pasar”.56 El clima tropical y los mosquitos posiblemente fueran la causa por las que enfermaría Alice, que tuvo que quedarse postrada en cama aquejada de fiebre amarilla o vómito negro:
Pasé esa enfermedad en el hotel Meridiano, atendida por el Dr. Le Plongeon, quien pacientemente cumplió con sus deberes de enfermero y de médico con el más asiduo cuidado; no pudo conciliar el sueño durante siete días, más que una hora por cada veinticuatro, ya que se nos había asegurado que ningún extranjero acometido por la fiebre había escapado de la muerte.57
En Notes on Yucatán las referencias a los yacimientos arqueológicos son sorprendentemente escasas, en cambio se detiene en explicar las plantaciones de henequén, las partes del terno o algunas tradiciones como las vaquerías o la ceremonia del hets’mek58. Destila empatía con la sociedad meridana, a la que tilda de encantadora, refinada y amable:
Darían todo lo que tuviesen para acoger a su huésped con amabilidad. Hay pocos vicios en la ciudad; los crímenes violentos, el robo y el homicidio son prácticamente desconocidos. Los caballeros son gentiles, y, por lo general, bien informados, educados y muy inteligentes.59
Una cita que me hace recordar la impresión de una arcadia yucateca feliz que plasmaba Carlota de Bélgica: “No sé de qué morirá aquí la gente, pero difícilmente será de pena o dolor: la vida pasa como una eterna primavera y se comprende por qué se ama a un país como éste”.60 Son relevantes las apreciaciones que hace sobre la educación y el sistema de enseñanza que se ha instaurado para las niñas:
Hace algunos años no existía ninguna escuela apropiada para niñas; dos damas, doña Rita Cetina Gutiérrez y doña Cristina Farfán, se dieron a la tarea de establecer una para aquellas niñas de familias pobres. La escuela, a la que denominaron “La Siempreviva”, se encuentra hoy, gracias al esfuerzo de esas damas, en condiciones florecientes.61
Resulta del todo casual que Alice Dixon Le Plongeon tuviera la oportunidad de conocer la escuela “La Siempreviva” fundada por la maestra de Elvia Carrillo, Rita Cetina Gutiérrez, incluso hubiese podido caer en sus manos la revista que publicaron bajo el mismo nombre y que permitía sufragar los gastos de la escuela.62
Estos detalles contrastan con el relato crudo y crítico de Maude Mason Austin sobre la sociedad convulsa del México revolucionario. Su viaje se desarrolla entre 1924 y 1928, uno de los periodos más interesantes, controvertidos y crispados de la historia de Yucatán63. Gobernaba entonces en el país Plutarco Elías Calles, mientras que la península vivía el último año del gobierno socialista de Felipe Carrillo Puerto y el inicio de la Cristiada, de especial virulencia en la región64, un contexto político históricamente apasionante. Cabría nombrar al gobernador del Estado y comandante militar, designado por Carranza, Salvador Alvarado quien, entre 1915 y 1918, estableció las bases de los posteriores gobiernos socialistas. Alvarado promovió una profunda reforma social durante su mandato de casi trece años, en el que implementó un corpus legislativo de eminente contenido social, y que quedó reflejado en la Constitución de 1917, como fueron la ley agraria, la ley del reparto de tierras (ordenamiento catastral), la ley de hacienda, la ley orgánica de los municipios del Estado y la ley del trabajo, así como la ley de educación primaria que estableció por primera vez una enseñanza gratuita, laica y obligatoria. A estas mejoras se sumaron otras medidas centradas en la educación y la mejora de las condiciones de vida de los obreros henequeros y de la población indígena campesina; entre ellas citaría la implantación de la Casa del Obrero Mundial, la denuncia de la situación laboral a la que se veía sometida la población yaqui, que era explotaba en condiciones de esclavitud o los intentos de erradicar y combatir los altos índices de alcoholismo entre la población indígena, la prostitución y el proxenetismo; Alvarado también incentivó el desarrollo de escuelas con avances pedagógicos y, fundamentalmente, luchó contra el fanatismo religioso, aunque en este apartado con poco éxito, porque la resistencia ultracatólica tendría en Yucatán uno de sus focos más combativos años después, como se vería con el conflicto cristero. Fue asimismo un gobernador sensible ante la problemática de las mujeres, promulgó las llamadas “leyes feministas”: les dio la igualdad jurídica y la ley del divorcio, y apoyó al feminismo convocando, en 1916, el Primer Congreso Feminista. A este gobernador, de nítido carácter revolucionario, sucede el primer gobierno socialista de Yucatán de la mano de Carlos Castro Morales (1918-1919), mientras Felipe Carrillo Puerto presidía el Partido Socialista del Sureste, antes denominado Partido Socialista Obrero.
El sesgo progresista impulsado por Salvador Alvarado en Yucatán desde 1915 se convertiría en uno de los ejemplos más interesantes de socialismo de estado de América Latina en la primera mitad del siglo XX. Como señala Gilbert Joseph, las reformas emprendidas por el general sonorense fueron un laboratorio revolucionario para el gobierno de Venustiano Carranza (1917-1920), un ejemplo de revolución desde arriba y burguesa. Siguiendo esta línea socialista, la política de Carrillo Puerto partió de una revolución que surgía desde abajo y con estrategias políticas basadas en siglos de opresión del campesinado yucateco. Su terrible asesinato por la contrarrevolución, la complejidad de las relaciones entre los actores políticos y la “casta divina” impidieron el desarrollo de su experimento revolucionario.65
En definitiva, las políticas sociales de Alvarado fueron determinantes para consolidar la política del Partido Socialista de Yucatán (PSY).66 Con el gobierno de Felipe Carrillo Puerto, llegaría a su apogeo la organización sindical del proletariado henequero, el cooperativismo, el reparto de tierras, la dignificación del trabajo y de la vida de la población campesina67. Las Ligas de Resistencia eran organizaciones gremiales de campesinos y obreros en defensa de sus derechos y garantías constitucionales; supusieron la máxima expresión del PSY y la vanguardia de la lucha contra la opresión de la oligarquía terrateniente yucateca.68 El periódico Tierra, diario del Partido, ofrece una excelente definición de la función de dicha organizaciones:
una Liga de Resistencia, demuestra que el proletariado yucateco está ya apto para ejercer la democracia. Los socialistas tienen un criterio bien definido y consideran un deber el comportarse correctamente en las elecciones y en todas las manifestaciones públicas en que se va a ejercer un derecho.69
Es revelador que en 1916 se celebrara en Mérida el Primer Congreso Feminista de México, impulsado desde la sombra por Elvia Carrillo Puerto (1878- 1978), maestra, feminista, diputada en el Congreso regional por el partido socialista y hermana del gobernador,70 una de las figuras de referencia del feminismo mexicano, luchadora incansable para que se reconociera el derecho al voto de las mujeres, el divorcio, la libertad sexual o el control de natalidad.71 Su labor entre las mujeres mayas campesinas le llevaría a realizar una intensa labor de concienciación en el campo, con campañas de alfabetización, control de natalidad, cuidados sanitarios de las mujeres y los niños, la lucha contra el alcoholismo que traía como consecuencia los malos tratos a las mujeres, el abandono del hogar y el absentismo laboral.72 En la ciudad, impulsó la mejora de las condiciones labores de todos los gremios, la creación de guarderías, el fin de la prostitución, etc. El progreso a través de la educación racionalista supuso uno de los grandes retos para el desarrollo social y económico de los hermanos Carrillo Puerto. Los siglos de opresión habían subordinado a los indígenas mayas a un analfabetismo endémico que conducía todo tipo de abusos. La elección de la educación racionalista -modelo educativo impulsado por la Casa del Obrero Mundial, de claros orígenes anárquicos- gozaría en los estados del sureste de un gran predicamento; basada en la adquisición del conocimiento de una forma libre y natural, se diferenciaba de las pedagogías más tradicionales afirmadas en la memoria, el empirismo y el examen. En el Primer Congreso Obrero Socialista de 1918, realizado en Mérida, se adoptó este método de enseñanza para paliar el grave retraso educativo del Estado.73
Las prolíficas iniciativas de Elvia Carrillo condujeron a la creación de unas cincuenta Ligas Feministas por todo el Estado. A ella y a la militante socialista Elena Torre se debe la fundación, en 1919, de La Liga Feminista Rita Cetina Gutiérrez en la capital del país, en honor de su maestra y precursora de los derechos de las mujeres en Yucatán.74 En 1922, fruto del impulso socialista del Estado yucateco, se establecieron los “lunes rojos”: reuniones de lectura destinadas a la concienciación de las mujeres en sus derechos, y los “jueves agrarios”, cuyo principal objetivo consistía en la vindicación de la igualdad de reparto de tierras entre hombres y mujeres.75 En 1922, la maestra Rosa Torre González resultó elegida alcaldesa por el Ayuntamiento de Mérida: convirtiéndose en la primera mujer mexicana en acceder a un cargo político municipal por elección democrática. Después del asesinato de su hermano y fuera de Yucatán, la labor de Elvia Carrillo no disminuyó, destacando la fundación de la Liga Orientadora de Acción Femenina (1925), la Liga Orientadora Socialista Feminista (1927) y la Liga de Acción Femenina (1933).76
Es en este contexto de dinamismo político y social en el que se movería Maude Mason Austin; aunque no lo menciona en su texto, pudo conocer la situación que se estaba viviendo en México y Yucatán de la mano de Alma Reed, la famosa periodista norteamericana del New York Times, prometida del gobernador Carrillo Puerto, que era tremendamente popular en México77. En este ambiente de profundas transformaciones, en pleno fervor revolucionario, se movería Maude Austin. Es en esta oleada “bolchevique” ―así denominada por la prensa de la época y por ella misma―, donde hace su aparición la dama tejana y son estas circunstancias políticas las que impregnan de críticas todo su relato. No podemos obviar que, a nuestras viajeras, Le Plongeon y Austin, les mediatiza la nacionalidad, la raza, la clase y su condición de mujer pero, además, en el caso de Austin, pertenecer a una familia de una clase social privilegiada, curtida en los negocios y en la libre empresa, y vivir del otro lado de la frontera, marcó de forma determinante su percepción de la realidad yucateca, a la que ve como un lugar peligroso, inaccesible y cuna de las más bajas pasiones comunistas. Todo su relato está salpicado de comentarios como este: la península de Yucatán siempre ha sido para nosotros tan turbulenta como inaccesible. De su situación geográfica sólo nos quedan los recuerdos escolares más vagos: un extraño istmo infestado de machetes e iguanas.78
Alusión esta última que podría identificarse con la reciente Guerra de Castas, que contaminó un espacio prefigurado y lleno semánticamente del mito del trópico exótico y peligroso. Sigue expresándose en el mismo sentido de la turista viajera que espera encontrar, tan cerca pero tan lejos de su espacio vital, lo desconocido, soñado y temido en su periplo:
La perspectiva de visitar Mérida: la capital, contenía todas las promesas de las experiencias emocionantes; pero fuera del pequeño mar que cruzaríamos, estaba un Yucatán turbulento, hacia donde el solo hecho de tomar el barco pareciera más peligroso y audaz que navegar hasta costas más lejanas ―pues en esta aventura ya nos veíamos como heroínas y a nuestros hijos como huérfanos―.79
Una vez en la península, la contemplación de la belleza yucateca despeja algunos temores, pero sigue presidiendo su relato el discurso de lo imaginario aprendido: nos sobrecogimos con admiración de esta tierra de leyenda, romance y sangre […] y aquí también se encuentra esta maravillosa fuente de riqueza: el henequén ―del que Yucatán tiene un monopolio mundial―, y el socialismo y las revoluciones.80
Más que el imperio del oro verde, a Austin le impresiona que la organización laboral que rige algunos gremios esté inspirada por el socialismo bolchevique:
Los conductores de los carruajes son socialistas y el gremio no permitirá que nadie se inmiscuya en los hábitos y gustos del trabajador: puede conducir un caballo, un elefante, una foca y no podrá ser limitado en su trabajo, sin importar que su manera de hacerlo pudiera incomodar al público […]. Estos trabajadores sólidos y fuertes, de caras morenas y tristes, no se ven para nada como bolcheviques. Simplemente parecen haber decidido que es mejor vivir sólo con pan que destruir la panadería ―así que el miedo los mantiene leales a sus gremios.81
No pretendo analizar minuciosamente el libro de Austin, sí deseo prestar atención a aspectos relacionados con su punto de vista sobre el indígena. Un punto particularmente significativo es la identificación que hace de los mayas con el salvajismo y lo bárbaro, sobre todo por la influencia de tantos años de guerra y por la propaganda negativa de la prensa dzul hacia las técnicas bélicas de los mayas rebeldes; probablemente nuestra viajera, que vivía en Texas y visitaba frecuentemente a su hija en México, leería esta prensa. No obstante, su familiaridad con la realidad mexicana, su conocimiento no es más que superfluo y, en muchos casos, errado y su postura prejuiciada. Así comenta el aspecto de unos ciudadanos:
Los hombres vestidos de blanco parecen apáticos o apopléjicos, hasta cierto grado, y terriblemente inadecuados como especímenes de virilidad urbana. Aun los más alocados comunistas parecen estar hechos de tinta roja, banderines rojos, pigmento rojo ―pero no de corpúsculos rojos.82
Sus apreciaciones sobre el racismo de la sociedad yucateca son del todo elocuentes, racismo que equipara en su rechazo a blancos, mestizos e indios y que ella asocia con un odio exacerbado hacia el socialismo que se vive en esos momentos en Yucatán. Veamos dos ejemplos:
Los mexicanos dicen que los españoles son racistas, villanos y traficantes; una raza de sibaritas. Los yucatecos tienen un dicho burlón: “los indios no oigan [oyen] sino por las nalgas. Y como contraparte, el indio odia a sus patrones; es clase contra clase ―solamente existen dos clases, los ricos y los pobres. Es una atmósfera hostil de intenciones cruzadas, un antagonismo tan enraizado como el que sintió el “pueblo” contra los “aristócratas” en el tiempo de la Revolución francesa.83
Austin se hace eco de la situación de los indios yaquis, de los que se compadece sin dejar de manifestar su rechazo: “estos pobres despojos humanos, con el cambio tan violento del suelo y del clima, torturados y nostálgicos de su hogar morían o escapaban y sufrían una muerte terrible en la selva a causa del hambre”.84
Esta alusión a la esclavitud yaqui durante el gobierno de Porfirio Díaz me lleva a pensar que Maude Austin había leído Barbarous Mexico de John Kenneth Turner, ensayo escrito en 1908 y publicado en 1911 con tal éxito que se convirtió en un bestseller.85 Este libro denunciaba las terribles condiciones sociales que se vivieron en Yucatán durante el porfiriato que trajo, entre otras medidas, la deportación de los yaquis a las haciendas henequeneras yucatecas; describía los abusos de los patrones, de esa “casta divina”, hacia estos mismos yaquis. Si leyó, como presumimos, el libro de Turner, es factible suponer que la autora era una persona bien informada de la realidad mexicana, es más, su dominio del español le permitía leer los periódicos yucatecos y otro tipo de obras; por ejemplo, en el libro hace referencia a Manuel María Escoffié Zetina, periodista meridano que había fundado los semanarios Pólvora y Dinamita o El Yucatenista y era autor de una serie de novelas de corte revolucionario, como Bajo el Sol de mi tierra (1940).
Son muchos y ricos los matices que se pueden leer en el relato de Austin: habla de las haciendas henequeneras, de las minas de sal, de la vida social en Mérida: de los bailes y conciertos, de los hospitales, de los derechos de los trabajadores, de la cultura clásica maya -incluso se atreve a explicar el origen de esta cultura originaria elaborando una tesis descabellada que se resume en “¡cómo estos indios pueden hacer semejantes pirámides!”-. Podríamos detenernos en cada uno de estos aspectos, pero quisiera subrayar su comentario sobre la política de natalidad en Yucatán que alude a la obra de Margaret Sanger y su proyección en la región, influencia que llegó a tal punto que Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto invitarían a la propia Sanger a visitarles.
Margaret Sanger (1879-1976), responsable de las políticas de natalidad y de planificación familiar estadounidenses y fundadora de la Liga Americana para el Control de la Natalidad, sigue siendo una figura controvertida y cuestionada porque era partidaria de la eugenesia negativa, una filosofía social que argumenta que la especie puede mejorar mediante la intervención social.86 La obra de Sanger está asociada a la del químico Gregory G. Pincus, que en 1958 probaría en un millar de “voluntarias” de Puerto Rico un inhibidor de la ovulación, derivado del ñame, un controvertido ensayo de nefastas consecuencias y que ejemplifica el imperialismo biopolítico de sus impulsores,87 a pesar haber sido alentado por una feminista convencida y una socialista radical como Sanger, que consideraba que las mujeres debían ser dueñas de su cuerpo y de sus embarazos, de ahí que apoyara de forma contundente la contracepción en contra de las políticas religiosas de la época.88
Maude Austin observó la importancia de las teorías de Sanger cuando cayó en sus manos La regulación de la natalidad o la brújula del hogar, un folleto de apenas trece páginas publicado a instancias de Carrillo Puerto en 1922 y que tuvo una amplia difusión en Yucatán.89 A mediados de 1923, se invitó a Sanger a través del doctor Ernest Gruening, miembro del National Council of the American Birth Control League,90 para abrir en Mérida varias clínicas de control de la natalidad; visita que declinaría en favor de la secretaria de la Liga, Anne Kennedy, que llegó en agosto a la ciudad para establecer dos centros de planificación familiar. Maude Austin manifiesta su escepticismo ante la ascendencia real que pudiera tener el folleto de Sanger, duda que “sus principios hayan llegado muy lejos debido a la influyente pujanza de los curas”, comentario que refleja el auge que el movimiento cristero comenzaba a tener en el Estado. Austin continúa con este esclarecedor párrafo:
Estas mujeres sumisas, amargadas, probablemente resistirán cualquier interferencia con su vocación de madres. El decano de la Basílica de San Pablo, en Londres, está a favor del control de la natalidad, porque dice que la gente más ordinaria tiene la mayor cantidad de hijos, y no debe ser así. En nuestro diccionario Worcester encontramos que un proletario es “literalmente aquel cuyo único fin es producir hijos”. Nunca antes habíamos estado seguros de lo que era un proletario; ahora ya lo sabemos. Es un mexicano.91
Este proyecto sería para Carrillo Puerto una de las piezas esenciales de su política social y de la puesta en práctica de un socialismo “real”. En un primer momento las clínicas tuvieron como objetivo la contracepción de las parejas jóvenes proletarias que no quisieran tener más de dos hijos. El control de la natalidad como práctica biopolítica pretendía ayudar a mejorar las condiciones de vida de las mujeres y las familias de los peones henequeneros, que se cargaban con un número elevado de hijos con los consiguientes problemas para el núcleo familiar, que iban desde la malnutrición, infravivienda, enfermedades hasta violencia familiar y sexual.92
El Estado socialista yucateco, a su vez, debía enfrentar uno de sus más graves problemas sociales que era la alta densidad infantil entre la población indígena. Esta circunstancia superaba las posibilidades de bienestar público que pretendía, esto es: vivienda digna, educación obligatoria, sanidad pública y trabajo para todos y erradicar uno de los males endémicos de todas las sociedades modernas que es erradicar la vagancia, de ahí que fueran tan bien recibidas las ideas de Sanger.93 Maude Austin se hace testigo de esta situación y escribe:
Esta gente es tan prolífica, que sorprende cómo pueden vivir en viviendas tan atiborradas e insalubres. El corazón de uno va hacia los niños, ese conglomerado de niños, analfabetos, ilegítimos, mal alimentados, viviendo en condiciones deplorables. Uno se pregunta si México no sería el mejor lugar del mundo para empezar una cruzada por el control de la natalidad. Muchos de estos niños están desnutridos, carecen de vestido, educación y salud. Nos preguntamos si la gente ―no solamente los mexicanos, sino en todo el mundo― tiene el derecho de traer al mundo a estos niños desamparados, para ofrecerles nada más que una vida de privaciones y un futuro sin esperanza.94
No quisiera extenderme más, solo apuntar a otro aspecto que llamaría la atención de Maude Austin: el miedo al estupro entre las niñas: “se les mantiene celosamente en casa, nunca salen solas, aunque hay mucha impudicia entre ellas. No obstante, lo cual, supersticiosa y fielmente usan una concha atada a una cuerda alrededor de la cintura para asegurar su virginidad”.95
Los casos de abusos sexuales violentos entre las mujeres mayas y mestizas eran habituales, con altos índices en los parajes de las haciendas henequeneras. Creo que es importante destacar que un tanto por cierto muy elevado de los acusados cumplía condena, teniendo en cuenta que es muy difícil hacer el seguimiento documental al “derecho de pernada” que se producía por los amos y sus hijos a las jóvenes criadas a su servicio.
5. Conclusiones
Los relatos de viajes han sido relegados por el canon literario a pesar de ser un género que tiene sus orígenes en la Antigüedad clásica, condición que les debería otorgar la categoría de literatura con mayúsculas desde el primer momento que han facilitado el conocimiento del universo y de nosotros mismos. El tratamiento dado a los testimonios escritos por mujeres ha sido mucho más grave, desplazándolos a los márgenes de las clasificaciones literarias. La utilización en muchas ocasiones de los términos diario, cartas o memorias, que ha acompañado a sus escritos, han contribuido a descafeinar sus aportaciones, identificado su escritura con ejercicio más doméstico y anecdótico que científico o etnológico y, por tanto, alejado del canon del relato de viaje más académico.
Estrabón y Marco Polo marcaron el inicio de este género que no ha obliterado a ningún continente, incluso ha viajado hasta órbitas lejanas. Han sido cientos las obras generadas por la escritura de lo observado que es, en definitiva, la literatura de viajes. La llegada a América de los europeos inundó este corpus de las vivencias de cronistas, políticos, naturalistas, militares, arqueólogos, clérigos, diletantes, curiosos de lo otro y un largo etcétera, tan amplio como la misma diversidad humana. La sorpresa de lo visto les impulsó a plasmar lo que creían que nunca se había percibido y así “cumplieron un papel determinante en la articulación del discurso moderno de los europeos sobre el otro y sobre sí mismos”.96
Las mujeres han formado parte de esta literatura y América significó un reto sorprendente para sus inquietudes, sobre todo por la calidad y diversidad de lo que contenía. Lo supieron leer en sus calles y sus pueblos, llegaron a comprender la complejidad de sus sociedades fractales. Alice Dixon Le Pongeon y Maude Mason Austin son un ejemplo de cómo dos mujeres de distintas épocas, formación y experiencias supieron observar su entorno con agudeza y reflejarlo por escrito. Ambas fueron testigos de circunstancias sociales y políticas extraordinarias. Yucatán, que en los dos momentos que la visitan nuestras viajeras era atravesada por incertidumbres sociales y políticas, ejerció sobre ellas un enorme poder de atracción. Para Alice Dixon, colaborar con su marido en sus excavaciones arqueológicas le permitió acercarse a la cultura maya de una forma privilegiada y para Maude Mason, la cercanía de la frontera le facilitó adentrarse en el Yucatán de Felipe Carrillo Puerto, tal vez uno de los períodos más apasionantes de la historia reciente mexicana. Con una prosa austera y precisa nos han legado dos magníficos testimonios que favorecen, sin lugar a duda, un mayor conocimiento de la caleidoscópica península.