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Anuario de Historia Regional y de las Fronteras

versión impresa ISSN 0122-2066

Anu.hist.reg.front. vol.27 no.1 Bucaramanga ene./jun. 2022  Epub 12-Dic-2021

 

RESEÑA

RESEÑA

* Doctor en Ciencias Sociales de las Religiones por la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Doctor en Estudios sobre América Latina por la Universidad de Tolouse II- Jean Jaurés, Francia. Profesor emérito de la Universidad de Tolouse II- Jean Jaurés, Francia. Código ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8949-4101. Correo electrónico: rodolfoderoux@gmail.com

Guerra Vilaboy, Sergio; Maldonado Gallardo, Alejo; González Arana, Roberto. ., , Tres revoluciones que estremecieron el continente en el siglo XX: México, Cuba y Nicaragua. ., , Barranquilla: :, Editorial Universidad del Norte/ Editorial UniMagdalena, ,, 2020. ., 429 páginas, .,


Entre todos los procesos revolucionarios ocurridos en América Latina durante el siglo pasado, las revoluciones de México, Cuba y Nicaragua fueron las de mayor repercusión a escala nacional e internacional. La revolución mexicana produjo un gran impacto con sus políticas agrarias, sus reivindicaciones de la soberanía patria (nacionalización del petróleo y de los ferrocarriles), y el reconocimiento del elemento mestizo e indígena como componente esencial en la formación nacional. La revolución cubana influyó mucho en la oleada de movimientos y luchas revolucionarias que sacudieron a América Latina desde principios de los años sesenta del siglo XX. La revolución sandinista alentó una nueva oleada de movimientos revolucionarios armados, fundamentalmente en el Salvador y Guatemala, y marcó en el continente a una generación que soñó con el triunfo de una nueva vía hacía la construcción de un tipo de Estado más pluralista, participativo y democrático.

Sobre cada una de dichas revoluciones existe, por separado, una abundante historiografía. La utilidad de Tres revoluciones consiste en presentarlas juntas en un solo volumen en el que tres reconocidos historiadores proporcionan una síntesis suficientemente amplia de las causas, desarrollo y consecuencias de las mencionadas revoluciones, de manera clara, precisa, bien documentada y con abundantes referencias bibliográficas. En el primer capítulo, a lo largo de 166 páginas, Alejo Maldonado Gallardo, profesor en la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, nos conduce a través de los meandros de la revolución mexicana. A continuación, Sergio Guerra Vilaboy, director del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana, aborda en 132 páginas lo referente a la revolución cubana. En un tercer capítulo de 83 páginas Roberto González Arana, director del Instituto de Estudios de Historia de América Latina y el Caribe, en la Universidad del Norte (Barranquilla), expone lo referente a la revolución sandinista.

Cierra el libro un Epílogo de 17 páginas que constituye un excelente aporte de historia comparada. En él se analizan las semejanzas, diferencias y conexiones existentes entre las revoluciones mexicana, cubana y nicaragüense. Dicho ejercicio comparativo ofrece interesantes pistas para una mejor comprensión de esas dinámicas revolucionarias y para sopesar más adecuadamente sus logros y fracasos. Señalemos que ya en las ocho páginas de la Introducción se establecen criterios teóricos de carácter general sobre el concepto de “revolución” y sobre la metodología de historia comparada que los autores consideran les ofrece muchas posibilidades debido a que “los países latinoamericanos tienen un sustrato muy similar, surgido en un mismo pasado de explotación colonial, de amplios nexos socioculturales, étnicos y lingüísticos, de una formación nacional semejante, y de una larga historia compartida, forjada en varios siglos de luchas contra la opresión extranjera”.

Como se subraya en el Epílogo, las causas de la revolución mexicana, como las de la revolución en Cuba y Nicaragua, están íntimamente relacionadas con las insostenibles condiciones económicas, sociales y políticas creadas en esos países por las dictaduras de Porfirio Díaz, Fulgencio Batista y los Somoza, dictaduras que convalidaron el establecimiento y/o consolidación de regímenes de dominación subordinados al capital extranjero. En los tres casos, la respectiva crisis nacional se inició como un conflicto interno de la clase dominante en sus disputas por el poder, el cual despejó el camino a la insurrección popular. Entre las causas de las tres revoluciones, además de la democratización del represivo régimen político, figuraban toda una mezcla de reivindicaciones agrarias y de protestas contra el gobierno, sus instituciones, los capitalistas foráneos y las deplorables condiciones de vida en los estratos más pobres de la sociedad.

En las tres revoluciones participó de manera muy activa el campesinado, aliado con otros grupos y clases sociales como los obreros, los empleados, los intelectuales, los pequeños propietarios y los diferentes sectores de las capas altas. Estos grupos sociales heterogéneos fueron movilizados por programas y consignas democráticas y nacionalistas, que incluían sensibles reivindicaciones sociales. La injerencia de los Estados Unidos fue también un factor común pues México, Cuba y Nicaragua tenían vínculos estrechos con el “vecino del Norte”, que controlaba los resortes fundamentales de sus respectivas economías (aunque hay que tener en cuenta que en México el capital inglés también tenía un fuerte peso). Esta injerencia contribuyó a frenar, acelerar o intentar desviar el curso de la revolución tanto en México, como en Cuba y Nicaragua. A pesar de la importancia de las presiones estadounidenses en la revolución mexicana, en Cuba y Nicaragua fueron determinantes. En Cuba aún se mantienen, y en Nicaragua cambiaron completamente el derrotero de la revolución sandinista embarcada en la guerra contra los Contras, financiados por los Estados Unidos.

Otra similitud fue que tanto la revolución mexicana como la cubana y la sandinista generaron un nuevo orden jurídico, plasmado en la Constitución de 1917 en México, en la “Ley Fundamental” de 1976 en Cuba y en la Constitución de 1986 en Nicaragua. También se dio en los tres casos el proceso de consolidación de un “Partido de la Revolución” y la imposición de su supremacía sobre las restantes fuerzas políticas; ese proceso de unificación partidista fue mucho más lento y accidentado en México que en Cuba y Nicaragua.

De la lectura de los tres capítulos del libro se desprenden evidentes diferencias en el ritmo y rumbo de cada revolución. En los tres casos, pero con mayor énfasis en México y Cuba, los revolucionarios radicales exigieron, y finalmente lograron, la destrucción del Estado tradicional, es decir, el viejo ejército y la policía, el desprestigiado aparato burocrático y judicial. En la revolución cubana y la nicaragüense, la participación campesina no tuvo la misma connotación ni envergadura de la mexicana, aunque su papel fue también decisivo, sobre todo en los primeros momentos de la lucha armada. En México durante la fase armada de la revolución la violencia de “los de abajo” fue un fenómeno más palpable que en Cuba y Nicaragua dada la desesperación de los campesinos por sus terribles condiciones de vida.

En las tres revoluciones la Iglesia católica jugó un papel contrarrevolucionario, aunque en México el conflicto con esta institución fue más agudo y condujo al cierre de templos, a persecuciones religiosas y generó incluso un masivo levantamiento armado; la Guerra de los Cristeros. En Cuba el enfrentamiento con la Iglesia no llegó a esos extremos, aun cuando desde el principio fuera establecida como obligatoria la educación laica y pública, expropiadas las escuelas religiosas y expulsados del país la mayoría de los sacerdotes católicos extranjeros. Nicaragua constituyó un caso aparte pues la Iglesia católica se dividió entre los partidarios de los postulados de la Teología de la Liberación y los representantes de la Iglesia oficial. Los primeros, a través de las comunidades de base, apoyaron decididamente la lucha antidictatorial e incluso llegaron al poder con sacerdotes que desempeñaron puestos importantes en el gobierno sandinista (Ernesto y Fernando Cardenal, Miguel D’Escoto), mientras la jerarquía oficial se alineó al lado de la contrarrevolución.

Aunque en ninguna de las tres naciones se produjeron ejecuciones masivas de los miembros de la vieja clase dominante (como ocurrió en otras revoluciones), fue muy distinto el destino de la clase dominante tradicional. En Cuba, la élite anterior a la Revolución fue completamente eliminada en términos socio-clasistas y, físicamente, tuvo que marcharse del país. En el caso de Nicaragua, la clase dominante trató de convivir con los sandinistas al mismo tiempo que buscó todos los medios para sacarlos del poder. En México, la mayor parte de la clase dominante prerrevolucionaria sobrevivió, aunque sufrió en el proceso una transformación pues si la élite industrial y urbana no fue muy afectada en la contienda armada, los terratenientes salieron de ella muy debilitados.

Me atrevo a sugerirle al lector que comience directamente por el Epílogo. Es, en sí mismo, un breve ensayo en el que encontrará una especie de mapa general que le ayudará a orientarse y a apreciar mejor lo que se expone en los capítulos que tratan por separado cada una de las tres revoluciones. Buena parte de lo expuesto en ese Epílogo había sido publicado por Guerra Vilaboy en su artículo “Las revoluciones latinoamericanas del siglo XX desde la historia comparada” (SÉMATA, Ciencias Sociais e Humanidades, 2016, 28, 299-319) y, en menor medida, por González Arana en su artículo “Las revoluciones latinoamericanas del siglo XX. Tras las huellas del pasado” (Clío América, 2008, 2(4), 259-272). No estaban, pues, nuestros autores en su primer tiro de ensayo.”

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