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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.11 no.1 Bogotá Jan./June 2006

 

NEOLIBERALISMO Y GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA EN AMÉRICA LATINA1

 

Luis Carlos Valencia Sarria*

* Magíster en Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Profesor asistente de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Director del Departamento del Ciencia Política de la misma facultad. lcvalencia@javeriana.edu.co

Recibido: 17/03/2006 Aprobado evaluador interno: 03/04/2006 Aprobado evaluador externo: 06/04/2006

 


Abstract

This conference reflect on the relationships between democratic governability and neoliberalism in Latin America. It postulates that a key factor in the compression of the political process in the region, that these relationships constitute a fertile land of combinations and new tensions in which it tends to prevail the governability crisis. This crisis is expressed, in most of the countries of the region, by the dynamics of the ruptures among the subordinate, heterogeneous masses and traditionally excluded with regard to the traditional institutions and the political parties of representation and intermediation.

It is sustained that the neoliberal changes of the political-state sphere has affected the exercise of the democratic action notably in Latin America, producing meanwhile transformations in the social life, which reconfigures the relationship between democracy and social order, problematic relationship since it reflects the equity issue. Therefore, it is proposed that the democratic governability only could be able to be reached as synonym of “positive action of social transformation”, to face the problems of popular rights, wealth and peace.

Key words: governability, democracy, neoliberalism, presidencialism, democratic action, equity.

 


Resumen

La ponencia plantea una reflexión acerca de las relaciones entre gobernabilidad democrática y neoliberalismo en América Latina. Se propone como clave para la comprensión del proceso político en la región, que estas relaciones constituyen un terreno fértil de combinaciones y tensiones novedosas en las que tiende a predominar la crisis de gobernabilidad. Esta crisis se expresa, en la mayoría de los países de la región, en la dinámica de las rupturas entre las masas subalternas, heterogéneas y tradicionalmente excluidas con respecto a las tradicionales instituciones y partidos políticos de representación e intermediación. Se sostiene que el redimensionamiento neoliberal de la esfera político-estatal ha afectado notablemente el ejercicio de la acción democrática en América Latina, produciendo a su vez a transformaciones en la vida social, lo cual reconfigura la relación entre democracia y orden social, relación problemática por cuanto plantea el problema de la equidad. Así, se propone que la gobernabilidad democrática sólo podrá ser alcanzada como sinónimo de “acción positiva de transformación social”, para enfrentar los problemas de los derechos populares, el bienestar y la paz.

Palabras clave: gobernabilidad, democracia, neoliberalismo, presidencialismo, acción democrática, equidad.

 


Introducción

Para el estudio de la región, se destacan dos asuntos del mayor interés teórico y práctico: primero, que en la crisis de América Latina contemporánea, las relaciones entre neopopulismo, neoliberalismo y autoritarismo, encuentran un terreno fértil de combinaciones y tensiones novedosas y, segundo, que en la dinámica de esas relaciones, tienden a predominar la crisis de gobernabilidad, expresada en las rupturas entre las masas subalternas y heterogéneas y las tradicionales instituciones y partidos de representación e intermediación, escenario de la política en la que aparecen y reaparecen los micropopulismos, la antipolítica, y el autoritarismo, rearticulados bajo la forma institucional de los presidencialismos renovados.

El cambio de siglo se presenta como un cambio de época, cuyo signo fundamental, lo constituye la nueva dimensión del orden político mundial. Ni la sociedad, ni la política, ni el Estado y la acción ciudadana son hoy lo mismo. Ellas se reconstruyen sobre nuevos ejes y adquieren una nueva trascendencia: nuevo orden político imperial, globalización neoliberal y resistencia de las multitudes.

El proceso de transformaciones económicas, sociales y políticas de América Latina, se inscribe en este nuevo tiempo. Las transformaciones políticas en América Latina se caracterizan por la involución de la morfología y la fisiología del Estado y sus relaciones con la sociedad, es decir, a las formas y los contenidos de las democracias liberales, bajo la forma de repúblicas presidencialistas, que caracteriza el proceso político de América Latina en la transición del siglo XIX al siglo XX, pero ahora en un nuevo contexto: el nuevo orden político imperial que bajo la égida de la hegemonía neoliberal se ha impuesto en el mundo de la globalización.

A su vez, la reorganización neoliberal de la vida social en América Latina está relacionada y condicionada por el redimensionamiento del orden político mundial y ambos procesos contribuyen a una resignificación de la democracia, de la gobernabilidad y a su vez, a nuevas formas de acción política que inciden en las transformaciones de la sociedad. Una nueva y compleja articulación de lo global, lo regional y lo local, está en el trasfondo de la articulación entre sociedad neoliberal, gobernabilidad y regímenes presidencialistas.

El proceso político del Perú y su desenlace de crisis, bajo la presidencia de Alberto Fujimori; la dinámica compleja de la experiencia del Chavismo en Venezuela y la incertidumbre de su dinámica; la victoria del PT y su candidato dirigente sindical Lula en Brasil y las expectativas acerca de su desarrollo, el derrumbe del gobierno del coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador, la crisis social y política de la Argentina y el fin del régimen del partido único en México con el Gobierno de Fox, el colapso de la democracia pactada en Bolivia y la incertidumbre del proceso político e institucional colombiano, nos indican la insuficiencia de las teorías acerca de la transición, la consolidación democrática y la gobernabilidad democrática dentro de las cuales pensamos y hacemos la política.

Hoy asistimos en América Latina a una crisis de gobernabilidad caracterizada por una doble dinámica: un proceso de despolitización neoliberal “desde arriba”, de la acción ciudadana y colectiva, —que articula en una compleja relación neoliberalismo, neopopulismo y presidencialismo autoritario—, que pretende quitarle a la política como práctica social e histórica todo su contenido de construcción deliberada del orden social; y un proceso de politización, “desde abajo”, que desestructura la institucionalidad política de la representación, y por ende a los actores “consagrados”, partidos políticos y organizaciones sociales tradicionales, para dar paso a la acción de las multitudes que resisten y cuestionan la hegemonía neoliberal.

Dando respuesta al problema de la crisis de la hegemonía capitalista, Perry Anderson2, analiza en qué consiste el neoliberalismo, al que caracteriza como la respuesta radical, coherente, sistemática y funcional del capitalismo avanzado mundial a las nuevas condiciones de esta crisis de hegemonía capitalista: un Estado fuerte para mantener el orden y romper la capacidad de los sindicatos y organizaciones sociales y un Estado mínimo para la intervención en el mercado y el gasto social. Un Estado fuerte para mantener la estabilidad monetaria, reducir el déficit fiscal, implementar reformas fiscales tendientes a incentivar a los agentes económicos privados y, así, lograr sociedades en las que el dinamismo del mercado, la libertad económica y la saludable competencia individual constituyan el motor para dinamizar economías saludables. Este es el paradigma de gobernabilidad neoliberal.

El neoliberalismo constituye un cuerpo de doctrina coherente, autoconsistente, militante, lúcidamente decidido a transformar a todo el mundo a su imagen, en su ambición estructural y en su extensión internacional. De allí que hecha mano de prácticas políticas tan diversas, como la democracia, la socialdemocracia, los socialismos renovados, la dictadura, el autoritarismo, la tecnocracia, el micropopulismo, el neopopulismo, la antipolítica, los nacionalismos blandos, las guerras agresivas, pero no por ineficiencia práctica o por debilidad, sino todo lo contrario, por su propia fortaleza e intransigencia. Es lo que se denomina el maximalismo neoliberal.

Al final de los ochenta el neoliberalismo no era ya sólo patrimonio de los gobiernos de derecha de Europa y Estados Unidos. El impacto de la hegemonía neoliberal tomó un segundo aliento con la caída del comunismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética, puesto que los nuevos regímenes postsocialistas se declaran seguidores incólumes del neoliberalismo.

América Latina es el tercer gran escenario del modelo neoliberal y de la primera gran experimentación sistemática de reformas neoliberales en el mundo bajo el régimen dictatorial de Pinochet. En Bolivia, aplicado por el gobierno de Banzer y posteriormente por Víctor Paz Estensoro, el neoliberalismo asumió la forma de variante neoliberal “progresista”. La hegemonía neoliberal en América Latina continúa con Salinas de Gortari en México en 1988, Menem en la Argentina en 1989, Carlos Andrés Pérez en Venezuela en el mismo año, y Fujimori en Perú y Gaviria en Colombia, en 1990.

Es evidente que las sociedades latinoamericanas viven, bajo esta nueva hegemonía, una profunda transformación económica, social y en su gobernabilidad política. Las fuerzas que impulsan dichos cambios sociales son sabidas: la globalización de los mercados financieros, las innovaciones en el éter y las telecomunicaciones y el ejercicio imperial de la fuerza.

Ahora bien, la globalización implica no sólo la porosidad de las fronteras hacia afuera sino también una refocalización hacia adentro. No hay que olvidar que la globalización descansa sobre núcleos locales3. El redimensionamiento del espacio va más allá del ámbito económico.

La globalización tiende a incrementar la brecha entre los grupos sociales incorporados a los procesos transnacionales y los sectores excluidos. Al aumentar las distancias sociales se vuelve más difícil para los gobiernos asegurar la cohesión de la sociedad. Las desigualdades sociales en América Latina no se refieren sólo a los ingresos; éstas implican asimismo fuertes desigualdades en la seguridad social, salud, previsión, en la educación, las desigualdades de la vida cotidiana de acceso a la vivienda, de seguridad, de acceso a los servicios públicos. Los procesos de globalización implican, pues, tanto la inclusión de mayores espacios geográficos del mundo, como la exclusión de un mayor número de sus habitantes4. Emerge así en América Latina una nueva estructura de privilegios que ha sido denominada como la emergencia del Estado del Malestar.

Por otra parte, el neoliberalismo pone de relieve el proceso de individualización y privatización. Esto es, la ampliación del ámbito de la autonomía individual. Pero la persona se individualiza sólo en sociedad. Para definir su identidad personal y su proyecto de vida el individuo requiere del reconocimiento del otro. Requiere su inserción en relaciones sociales. Así, la desvinculación de los lazos anteriores lleva a una recomposición de la trama social.

Este fenómeno de la individualización, tendrá un impacto extraordinario en la gobernabilidad de la región latinoamericana, que se ha caracterizado por sus tradiciones comunitarias, corporativas y patrimonialistas. Sus efectos sociales dependerán de las formas que adopte la individualización. El impacto será tanto mayor por cuanto el proceso parece avanzar mediante una modalidad privatizante. El individuo se constituye como persona privada que busca su autorrealización individual en el ámbito personal5.

La congruencia de los espacios sociales, económicos, políticos y culturales que estableció el Estado nacional es remplazada por la yuxta y sobreposición de múltiples circuitos. El resultado es paradójico en términos de gobernabilidad: el Estado enfrenta una mayor demanda de intervención al mismo tiempo que ve restringido su campo de acción, lo que ha denominado Castells6, el Estado impotente.

El concepto de gobernabilidad democrática, está siendo drásticamente trastornado por la nueva hegemonía globalizante del neoliberalismo, en la que la desterritorialización de la política y de la soberanía nacional constituyen el fundamento del nuevo orden político mundial, en el que la gobernabilidad está forzada a enfrentarse a una nueva trascendencia, la de un espacio que cada vez más carece de las determinaciones nacionales o dicho de otra manera, con un espacio que no tiene límites, que asume la forma política del Imperio7.

En consecuencia, el problema de la crisis de gobernabilidad, no hace relación sólo a las formas de gobernar, sino también a las relaciones de poder, es decir, los contenidos y los significados: la actual hegemonía neoliberal en América Latina tiene una lógica de poder excluyente: se debilitan los grupos organizados, se totaliza por la vía autoritaria y se individualiza y se fragmenta a los sectores subalternos y su accionar colectivo por la vía del mercado.

Desde el punto de vista de las repercusiones políticas de esta crisis de la gobernabilidad, cabe mencionar primero la creciente diferenciación social. Las sociedades latinoamericanas, y Colombia no es la excepción, ya no están constituidas por unas pocas clases o identidades sociales, sino una cantidad de grupos y subgrupos, heterogéneos y fragmentados. Vale decir, los intereses colectivos se disgregan en demandas sectoriales, se multiplican los actores sociales y, por consiguiente, se vuelve más difícil y compleja su representación política y su gobernabilidad.

Una segunda tendencia relevante consiste en la diferenciación funcional de la sociedad. Dicha diferenciación implica que la vida social ya no tiene un centro ordenador único. De una sociedad “estadocéntrica”, que prevaleció buena parte del siglo XX, pasamos a configurar una sociedad policéntrica.

Ello cuestiona la “unidad” de la sociedad tal como ella nos era familiar. Lo anterior hace aplicable la tipología de Fernando Escalante Gonzalvo8 a nuestro orden social, en tanto y cuanto él hace parte de esta especie de las sociedades postardomodernas, descentradas como las latinoamericanas, aún construyéndose.

La tercera tendencia la constituye lo que podemos considerar la relación entre liberalismo y autoritarismo. Los líderes neoliberales, tienden más a ser conservadores que liberales, más autoritarios que demócratas, de tal manera que es impropio hablar de “seguridad democrática neoliberal”. Las relaciones entre los gobiernos neoliberales y la democracia son de tensión y de amenaza. La adhesión a los postulados del neoliberalismo, hace de ellos fervientes defensores de las instituciones liberales presidencialistas y sus políticas con relación a los sectores subalternos son una combinación de propuestas plebiscitarias y reformas políticas intrasistémicas, con llamados a la antipolítica, entendida como la lucha contra la corrupción, los viejos partidos políticos, los sindicatos, y al mismo tiempo un llamado al orden, a la seguridad, al control de la movilización social, al disciplinamiento de los sectores potencialmente opositores, a la desactivación autoritaria de los conflictos sociales, a la eficacia del gobierno fuerte, es decir, a la reinstitucionalización del sistema político y a la solución por la fuerza del conflicto armado interno. En el caso colombiano, aquí está la clave de los contenidos profundos del referendo propuesto por el gobierno y aprobado por las mayorías en el Congreso y de la posterior reforma constitucional que posibilita la reelección inmediata del presidente: reformas intrasistémicas de reinstitucionalización del sistema de partidos hoy fragmentado, sustento político del hiperpresidencialismo o también denominado por el tratadista Alfredo Vásquez Carrizosa, como presidencialismo imperial.

Para el caso colombiano, este liberalismo, bajo la forma de república presidencialista, es el que Miguel Antonio Caro atempera con mecanismos de origen aristocrático, según lo propone Ignacio Restrepo Abondano9, y que Antonio García Nossa10 denominó República Señorial. Con respecto al estudio de la república presidencialista mexicana, Escalante11 postula dos especies de república, la burocrática y la mafiosa. El predominio de la república mafiosa es la que según Escalante corresponde a la realidad de la república presidencialista mexicana, realidad institucional que nos muestra notorias similitudes con la colombiana.

En síntesis, el proceso de globalización neoliberal de la economía capitalista mundial, antes de inaugurar una nueva época de gobernabilidad democrática, de armonía y equilibrio, lo que ha producido son nuevas contradicciones y polarizaciones, que se ven agudizadas por la combinación del proceso político de fragmentación (centro-periferia/local/nacional), con las incertidumbres y crisis económicas, financieras, fiscales, planes de ajuste estructural, endeudamiento externo, guerras agresivas, lo cual se expresa, por una parte, en la dinámica de la “desvalorización social de la política” proceso en el que la toma de decisiones públicas son tomadas en la relación directa Estado-grupos de intereses privados; y por otra, la agudización de las condiciones de miseria, pobreza y exclusión social masivas.

La combinación de estos dos procesos genera en América Latina desestabilización democrática, tensiones y convulsiones políticas, lo cual crea un ambiente estructuralmente tenso, inestable e “ingobernable”, y que tiene como trasfondo una sociedad civil desarticulada, fragmentada, con espacios organizacionales fuertemente despolitizados, sin mecanismos de síntesis y de agregación necesarios para la formación de consensos y macroproyectos.

Así, cuando hablamos de la crisis de gobernabilidad, podemos hablar de un redimensionamiento del ámbito político. El proceso parece tener una doble cara. Por un lado, una restricción de la capacidad interventora del sistema político. Éste deja de ser la instancia central para la regulación de los procesos sociales. Por otro lado, al mismo tiempo se observa una “informatización” de la política. Ésta desborda las instituciones formales y abarca un amplio “sector informal”.

Un efecto de la “informatización” de la política consiste en la distorsión y crisis de la representatividad y participación. Cuando la política se desplaza a redes informales, el principio igualitario de la democracia procedimental (una persona, un voto) puede ser desplazado por el poder fáctico de los intereses organizados. En tales redes políticas participan sólo actores con recursos y capacidades para decidir y ejecutar determinados acuerdos; no los ciudadanos.

El otro factor de la nueva trascendencia de la crisis de gobernabilidad, es el grado creciente de contingencia en que opera la política. Las transformaciones de la sociedad, arriba esbozadas dejan traslucir el nivel de complejidad que adquiere la vida social. En ella intervienen innumerables factores que, a su vez, se combinan en múltiples concatenaciones. Todo ello amplía el abanico de “lo posible” entre los dos extremos de “lo imposible” y “lo necesario”. Esto es el grado de contingencia. El número de posibilidades crece de modo tal que ya no se dispone de “puntos fijos” que permitan medir y prever la realidad social.

En América Latina cambia no sólo el marco estructural de la política, sino también su dimensión simbólica. Ella refleja sobre todo la erosión de las claves interpretativas que anteriormente otorgaban inteligibilidad a la realidad social. Ahora, los partidos políticos no logran visualizar las dinámicas de transformación ni dar cuenta de la nueva realidad que vive la gente. En consecuencia, dejan de ser mecanismos de identificación y movilización.

Entonces la política puede ser identificada con la figura del líder neopopulista o autoritario, que sabe nombrar y escenificar tanto los miedos y agravios para los contradictores, como la esperanza y solución. De allí esa mezcla de tecnocracia, populismo y autoritarismo que caracteriza actualmente las transformaciones de la gobernabilidad en buena parte de América Latina.

Para el caso de América Latina, como ya lo afirmamos, la primera condición política común de la aplicación de las políticas hegemónicas neoliberales fue la formidable concentración de poderes en el ejecutivo bajo la forma de regímenes presidencialistas, ya sea en gobierno de partido único, como México, autogolpes, como en Perú con Fujimori o reforma de la Constitución con Menen en Argentina y Gaviria en Colombia. En el caso Boliviano desde 1985, con Paz Zamora y Sánchez Lozada. La segunda condición común ha sido la existencia de figuras políticas con fuertes liderazgos, que han ganado apoyo popular para su aplicación ante las crisis de las instituciones y los partidos, construyendo un nuevo tipo de intermediación de tipo tecnócrata clientelista y por la vía de la antipolítica, para referirse a los nuevos líderes políticos ajenos al sistema partidario tradicional, —los outsiders—, quienes ya sea por sus acciones radicales, intentos de golpes, o por su escenificación como líderes contra los partidos y élites tradicionales, ganan apoyos electorales de sectores populares y clases medias afectadas por el proceso de desestructuración social neoliberal, como puede ser el caso Chávez en Venezuela, o como en el caso de Colombia el fuerte respaldo en sectores populares y clases medias seducidas por el discurso mediático del líder-presidente, cual Leviathan criollo, ofreciendo seguridad y orden.

Acción democrática y equidad

A comienzos de la década de los noventa, en América Latina se planteaba la perspectiva de la gobernabilidad democrática, entendida como la transición a la democracia política, para lo cual se hacía énfasis en que dicha transición tenía una condición per se, de carácter normativo, según la cual la democracia política constituía un objetivo deseable, en tanto que se anotaba el carácter incierto de dicho proceso12. Los mismos autores sostenían que en este proceso de transición se plantearía de una parte una liberalización en el sentido de redefinición y ampliación de derechos y una democratización, en el sentido de construcción de ciudadanía en su contenido institucional de fortalecimiento de las instituciones, la competencia partidaria y el control político.

No obstante, el redimensionamiento neoliberal de la esfera político-estatal ha de afectar notablemente la gobernabilidad democrática en América Latina. Cuando el Estado pierde su aura de instancia sacrosanta, cuando el sistema político pierde su centralidad jerárquica, cuando la acción política desborda tanto al marco nacional como el institucional, cuando el discurso político ya no escenifica las dinámicas de la convivencia social, ni ofrece esquemas de interpretación; en fin, cuando cambia el ámbito político, también cambia el ejercicio de acción democrática.

La democracia tiene una doble cara: una que mira al ámbito políticoestatal, la democracia como procedimiento; otra que expresa las experiencias de la construcción de la vida social, la democracia como régimen. El proceso Latinoamericano indica que mientras la institucionalidad democrática se debilita, y con ella las instituciones de intermediación, los partidos, los sistemas electorales, al tiempo tiene lugar un cierto proceso de desplazamiento a la acción democrática como régimen. Es decir, que contrario a las previsiones de la teoría de la transición y la consolidación, que hacían énfasis en las instituciones políticas de la representación política, éstas ya no son el único referente.

Es posible que las transformaciones de la vida social estén dando lugar a una resignificación de la democracia. Ella alude la difícil relación de política y vida social. En la resignificación de la democracia como régimen, la relación que se plantea es entre democracia y orden social, relación que es problemática, por cuanto plantea el problema de la equidad13. Se vislumbra así uno de los dilemas centrales de la gobernabilidad democrática y las reformas políticas en América Latina y al tiempo uno de los dilemas de la política. Ella puede desentenderse de la justicia social y restringirse a los procesos electorales; entonces corre el riesgo de perder legitimidad rápidamente. O bien, ella trata hacerse cargo de la demanda de justicia social, pero corriendo el peligro de una “sobrecarga” del sistema democrático.

En consecuencia la gobernabilidad democrática sólo puede ser alcanzada como sinónimo de “acción positiva de transformación social”, para enfrentar los problemas de los derechos populares, el bienestar y la paz. Pensar la política y la gobernabilidad democrática hoy, es concebir los nuevos sujetos sociales como actores descentrados y destotalizados, un sujeto construido en el punto de intersección de una multiplicidad de posiciones del sujeto y cuya articulación es el resultado de las prácticas hegemónicas. La democracia radical exige que reconozcamos las diferencias, lo particular, lo múltiple, lo heterogéneo, todo lo que ha sido excluido del concepto de hombre individualizado y totalizado —ciudadano— en abstracto.

La nueva redimensión de la democracia como régimen da paso a nuevas formas de gobernabilidad, de identidad política, de nuevos actores colectivos, “nuevos movimientos sociales”. Identidad plural radical, en la medida que cada uno de los términos de la pluralidad de identidades encuentra en sí mismo el principio de su propia validez. Identidad democrática, en la medida en que el reconocimiento y la aceptación de la autoconstitución de cada uno de sus términos, le da continuidad al imaginario igualitario democrático.

Todo lo cual nos permite reafirmar, para concluir, que la utopía de la gobernabilidad democrática en América Latina y en Colombia, tiene que llenarse de contenido social, más allá de lo que hoy se pregone como lo posible, si es que quiere realmente ser utopía y en donde los derechos no se limiten al estrecho marco individualista, sino como derechos democráticos que se ejerzan en la comunidad política; democracia social capaz de construirse con ciudadanos activos respecto a decidir todos sobre los asuntos que los afecten y democracia económica con iguales beneficios para todos de los bienes y servicios producidos socialmente. En últimas, una democracia para hacer del hombre, un hombre digno complejamente, en la plenitud de su vida individual concreta.

Esta utopía implica reconocer en los procesos de transformaciones de la América Latina contemporánea, en los límites de las tensiones entre líderes populistas, neoliberales y autoritarios y la acción política colectiva, el esfuerzo de las multitudes latinoamericanas para construir en su resistencia su propia autonomía potencial, el camino hacia formas maduras de conciencia y organización, como movimiento constituyente dentro y más allá de la espontaneidad de sus movimientos, para lo cual enfrenta las pretensiones de aislar, dividir, segregar con el despliegue del poder militar del Imperio y del poder de los liderazgos autoritarios neoliberales, en su afán por volver al orden a los rebeldes e indomables.

Bogotá, 31 de octubre de 2005.

 


1 Ponencia presentada en el Foro: “Inequidad, democracia e ingobernabilidad en América Latina”, organizado por la Universidad Externado de Colombia, Bogotá, octubre 31 de 2005.

2 Anderson, P. (1998), Qué es el neoliberalismo. Bogotá, Editorial Tiempo Presente.

3 Borja, J. y Castells, M. (1997), Local y global. Madrid, Taurus.

4 Bustamante, J. (2000), “Los efectos sociales de la globalización: las migraciones, el medio ambiente y la educación”, en La globalización y las opciones nacionales. Memoria, México, F.C.E.

5 Lechner, N. (1995). “La política ya no es lo que fue”, en Nexos, México; Lechner. (1996, julio) “Cultura política y gobernabilidad democrática”, en revista Estudios Políticos, No. 9; Lechner. (1999). “El Estado en el contexto de la modernidad”; en Lechner, Millán y Valdés (comps) Reforma del Estado y coordinación social. México - UNAM.

6Castells, M. (1999), Globalización, identidad y Estado en América Latina. Santiago, Temas de Desarrollo Humano Sustentable.

7 Negri, A. y Hardt, M. (2001), Imperio, Parte I, La Constitución Política del presente, Orden Mundial. Bogotá, Ediciones Desde Abajo.

8 Escalante Gonzalvo, F. (1996), “De las distintas clases de repúblicas”, en El Principito o el político del porvenir. México, Editorial Cal y Arena.

9 Restrepo Abondano, I. (1986), “Influjo de don Miguel Antonio Caro en la Constitución de 1886”, en Núñez y Caro. 1886. Bogotá, Banco de la República. Centenario de la Constitución.

10 García Nossa, A. (1950), La República señorial; teoría y práctica de la democracia. Bogotá, Editorial Iqueima.

11 Escalante, op. cit., 1996.

12 O’Donnell, G. y Schmitter, P. (1991), Transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas. Barcelona, Paidós.

13 Castoriadis, C. (1998), “La democracia como procedimiento y como régimen”, en El ascenso de la insignificancia, Madrid, Ediciones Cátedra, Frónesis Cátedra Universitá de Valencia.


Referencias

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