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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.12 no.1 Bogotá Jan./June 2007

 

COFRADÍAS, CACIQUES Y MAYORDOMOS: RECONSTRUCCIÓN SOCIAL Y REORGANIZACIÓN POLÍTICA EN LOS PUEBLOS DE INDIOS, SIGLO XVIII

 

Marta Zambrano1

1 Antropóloga, profesora e investigadora, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia

María Lucía Sotomayor, 2004, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Colección Cuadernos Coloniales, 227 pp.

 


Este trabajo marca un importante hito en la investigación en Colombia, donde poco se ha indagado sobre las cofradías coloniales neogranadinas. Como modalidad privilegiada de agrupación de las poblaciones sujetas al imperio español, las cofradías destacaron por convocar a hombres y mujeres de las más diversas capas sociales y étnicas del período colonial en torno a las prácticas de devoción y celebración de un número selecto de figuras y vírgenes del numeroso santoral católico. Según lo indica la autora, y ya lo han sugerido quienes han trabajado sobre la implantación de las organizaciones religiosas fraternas europeas en otros rincones de la América hispánica, además de servir como vehículo de control social y medio para la evangelización y colonización del imaginario, las cofradías fungieron como espacios claves en la configuración de las redes sociales y la cooperación, así como para el despliegue de la competencia por el prestigio entre cofrades y hermandades.

Fiel a su título, este libro se ocupa de las cofradías indígenas. La autora se concentra en el estudio de la organización social, económica y política de dichas asociaciones en tres poblados del antiguo corregimiento de Sogamoso en la Provincia de Tunja -Cuítiva, Pesca e Iza- durante la segunda mitad del siglo XVIII. Apoyándose en una cuidadosa pesquisa realizada en los archivos parroquiales de siete municipios de Boyacá y guiada por una inspiradora perspectiva conceptual que cabalga entre la historia y la antropología, Sotomayor busca entender cómo se reorganizaron las comunidades nativas bajo el dominio español. Su interés se centra sobre todo en explorar la transformación de las identidades locales, cuyo nuevo punto de arraigo territorial erosionó pero no borró del todo las anteriores pertenencias atadas a las relaciones sociales de parentesco. El énfasis viraría, sin embargo, hacia la afiliación compartida en torno al culto a aquellos privilegiados santos o santas que devendrían signos distintivos de la identidad local y hacia la ostentosa y vital preparación y realización de fiestas anuales para conmemorarlos. En ellas, tanto los antiguos lazos de afinidad y consanguinidad como las formas de mando prehispánicas continuarían desempeñando un papel relevante.

De acuerdo con lo que se argumenta en la contraportada de la obra, tal patrón de identidad, generado en el período colonial, habría pervivido hasta el presente en ciertos lugares del altiplano central del país, donde las fiestas patronales aún identifican, entrelazan y enfrentan a los pobladores de algunos de los actuales municipios. Sin embargo, las trazas indígenas parecen haberse desdibujado casi por completo. Este es justamente uno de los asuntos que persigue Sotomayor. Al indagar sobre el devenir de las cofradías objeto de estudio, encara su paulatina traslación desde una pertenencia exclusivamente indígena hacia una compuesta por un conjunto de capas dispares, étnica y socialmente, la cual permitió la integración de gamonales y mestizos.

La obra abre con una sugerente introducción. A partir del bosquejo de las preocupaciones que motivaron la investigación se enmarca la perspectiva interdisciplinaria que la informó. La inquietud sobre el "desmoronamiento de estructuras sociales y territoriales y la creación de una nueva sociedad"2 que resultaron de la traumática conquista y farragosa colonización ibérica del altiplano, otrora gobernado por los cacicazgos muiscas, se vincula así a las discusiones sobre tradición y cambio, construcción de identidad y representación. Sotomayor retorna sobre asuntos claves que han ido entretejiendo a la antropología social con la historia cultural, para proponer la heterogeneidad de los ritmos temporales y explorar la permanencia y dinamismo de los procesos de imposición y apropiación cultural, tales como la implantación y adopción de las confraternidades. Siguen cinco capítulos y un breve colofón. Los dos primeros ubican a las cofradías del Nuevo Reino de Granada. El inicial, en el espacio habitado, por medio de un estimulante análisis de investigaciones académicas y documentos de archivo que abordan la creación del nuevo orden territorial forjado durante la colonización, en el cual sobresalió la creación de los pueblos de indios, y el segundo, gracias al análisis del curso de esta institución en las colonias. Los subsiguientes apartes concentran el grueso de la investigación empírica de la obra. Se examina allí la forma cómo se fundaron y adelantaron las cofradías, hermandades y devociones en los poblados indios bajo estudio (capítulo III), sus jerarquías y cargos (capítulo IV) y las lógicas y estrategias económicas adoptadas para su pervivencia, así como el papel rector de los clérigos en ellas (capítulo V).

Visto en conjunto, el libro enfrenta y resuelve importantes interrogantes sobre el devenir social y cultural de los pueblos de indios, situando al tiempo a las asociaciones fraternas como uno de sus ejes principales de su organización política. Destacan entre sus aportes el énfasis y el trabajo de articulación entre la vida civil y la religiosa en estos poblados y la perspectiva de larga duración que se remonta a los períodos prehispánicos y de la conquista, mientras se proyecta desde el presente hacia el pasado para hallar puntos de permanencia, encuentro y transformación de las prácticas y representaciones indígenas y españolas. La autora consigue también llamar la atención sobre los procesos de apropiación de estas asociaciones por parte de los indígenas, quienes muchas veces retaron o expulsaron a los curas abusivos y amainaron las intervenciones de todos los clérigos, siempre vigilantes del desempeño económico y los logros espirituales de las confraternidades; los indios principales y aspirantes se sirvieron a la vez de ellas para escenificar o ratificar sus propias jerarquías de mando, de manera que los caciques, gobernadores y capitanes servirían como mayordomos de tales agrupaciones. Estos soslayaron también las invectivas y el control desmedido del clero y las autoridades mediante el recurso a la creación de hermandades y devociones que no implicaban los estrictos requisitos, veeduría y penalidades impuestas a las cofradías de obligación.

El análisis antropológico de los documentos que corre a lo largo del libro descolla sobre todo en el tratamiento de los excedentes, el don y la limosna en las estrategias económicas de las asociaciones devocionales, desde las perspectivas distintas y a veces conflictivas del cura, la Iglesia, los cofrades indígenas y los cofrades y donatarios mestizos y españoles. Se revela aquí un dinámico campo de cohabitación y conflicto entre los propósitos de los curas, que buscaban apropiarse de los excedentes producidos por los indígenas y controlar la cría de ovejas y producción de mantas que servían al adelantamiento de las cofradías; los fines de socialización religiosa buscados por la institución religiosa; los intereses políticos de los indios principales, quienes consideraban que los clérigos no eran más que oficiantes que recibían paga; y los vecinos que sufragaban la limosna en búsqueda de beneficios espirituales.

Uno de los asuntos más provocativos que esta obra enfrenta es el de la construcción de la identidad, íntimamente ligada al mestizaje según la autora. Sotomayor la aborda como alternativa al sincretismo, entendido como amalgama que se cristaliza en una unidad estática. Al contrario, las dinámicas culturales e históricas bajo estudio revelarían el juego entre los diversos elementos constitutivos, indígenas y españoles, que habrían convivido y se transformarían en respuesta a las representaciones hegemónicas. Así, por ejemplo, las cofradías, una institución europea pero mestiza ya en su lugar de génesis, debido a las adaptaciones populares, se habrían mestizado aún más gracias a las apropiaciones indígenas de ella, constituyéndose en el largo plazo en el marcador privilegiado de las identidades y las pertenencias locales. Aún más, debido a las dinámicas sociales y territoriales que en el siglo XVIII empujaron a los mestizos hacia los pueblos de indios y resultaron en la concentración de tierras y recursos en manos de propietarios no indígenas, las cofradías llamaron a la interacción y participación desigual de indígenas, mestizos y grandes propietarios. Sotomayor recalca especiamente la convivencia "dentro de la misma institución (de) sistemas paralelos de lógicas distintas".3

La propuesta de Sotomayor acerca de la construcción de las identidades culturales en las localidades coloniales resulta muy sugerente. Evita los esencialismos, tan caros para aquellas miradas antropológicas que han cifrado la identidad en un manojo de rasgos primigenios y estáticos. Más bien, y a tono con algunas perspectivas interdisciplinarias contemporáneas, la ubica en los procesos históricos de encuentro e interrelación entre grupos situados de manera desigual en el muy jerarquizado espacio social generado en la conquista y la colonización.

Como ya se señaló, la interpretación de las dinámicas culturales en términos de la cohabitación e interacción de lógicas económicas, sociales y políticas, es esclarecedora. Cabría hacer reparos, sin embargo, a la equiparación que la autora establece entre identidad, interacción grupal y mestizaje. Tal propuesta ignora, a juicio de quien aquí escribe, por lo menos dos asuntos claves que han surgido en los candentes pero irresueltos debates sobre el mestizaje. Uno, sus coordenadas geopolíticas y dos, los entrelazamientos raciales, sexuales y de género que los discursos y las prácticas del mestizaje suponen. Tal vez sea cierto, como lo afirma la autora en las conclusiones, que todo grupo humano es mestizo, pero valdría la pena examinar cómo estos grupos (y también los académicos) consideran las mezclas, resaltando o soslayándolas, por ejemplo; aun más, habría que encarar los resultados de estas visiones. Y esta es precisamente una entrada importante hacia aquella enmarañada construcción discursiva generada en América Latina, la cual ha servido, entre otras cosas, para poner en escena la identidad de la región, contraponiéndola a otras que silencian o niegan el mestizaje. Desde los procesos mismos de conquista y colonización hasta la construcción de los Estados-nación, el mestizaje ha oficiado como poderosa herramienta en la construcción de la pertenencia local en la región. De otra parte, cuando se deja por fuera del panorama la producción social y sexual de hombres y mujeres mestizos, indios, negros y españoles que el régimen colonial supuso, se pierde mucho de la fuerza misma del concepto.

Una aproximación más sensible a las dimensiones sexuales y de género no sólo habría fortalecido el enfoque sobre el mestizaje, sino también varios apartes e interpretaciones del libro. Llama la atención el que la autora pase por alto que los clérigos, autores de los documentos sobre los cuales se basó buena parte de la investigación, enfatizaban con insistencia y de manera diferencial la forma como se debía controlar y disciplinar a hombres y mujeres indígenas -"se amoneste a las indias para que anden cubiertas las carnes"-.4 Incluso, cuando se refiere a la reglamentación de la moral cristiana sobre el matrimonio y las prohibiciones sexuales omite se trascendental dimensión de género, definiéndolas a continuación como "relaciones con otros hombres", 5 cuando de lo que en este caso se trataba era de regular y jerarquizar las relaciones entre hombres y mujeres, que entre otras cosas dieron lugar al mestizaje mismo.

Los vacíos señalados desde luego no despojan a la obra de los muchos méritos ya señalados, ni niegan tampoco sus importantes contribuciones; incitan más bien a continuar el debate mediante nuevas investigaciones, que como ésta avancen en terrenos poco conocidos. El trabajo de María Lucía Sotomayor afianza un campo emergente en los estudios coloniales colombianos, articulado en torno a la pregunta por la formación territorial y la construcción del lugar, enunciado ya por las investigaciones de Martha Herrera y Diana Bonnet y lo dirige, a la vez, hacia otro asunto poco explorado: el papel de las cofradías como eje de la vida social. Muestra, al mismo tiempo, los pródigos frutos que da el poner en marcha a la cultura y otorgarle coordenadas antropológicas y conceptuales a la investigación histórica de procesos, que como los convocados por este estudio, han resultado en la sinuosa conformación y transformación de nuestras identidades.


2 P. 10.

3 P. 162; también pp. 106 y 107, entre otras.

4 P. 98; véase también la cita de la p. 101.

5 P. 107.


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