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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.12 no.1 Bogotá Jan./June 2007

 

NOMBRE DEL PADRE*

 

Ricardo Sánchez Ángel*

* Profesor asociado, Universidad Nacional de Colombia; profesor titular, Universidad Externado; autor de Bonapartismo presidencial en Colombia. El gobierno de Álvaro Uribe Vélez , Bogotá, 2005.

Héctor Joaquín Abad Faciolince (c2006), El olvido que seremos, Bogotá, Planeta, 274 pp.

 


Este libro de memorias es un momento feliz de la narrativa contemporánea colombiana, por ser un fresco de época, de recuerdos que no han sido sacados del baúl, sino que han acompañado a su autor, quemándole el alma durante los últimos 20 años. Un libro feliz, literariamente, sobre un suceso infeliz, doloroso y horrible: el asesinato planificado y orquestado del médico, profesor y humanista, el doctor Héctor Abad Gómez y una pléyade de mártires de los derechos humanos.

El autor es su hijo, quien logra recrear la saga de la familia Abad-Faciolince, de sus abuelos y familiares, hasta el núcleo de sus padres y hermanos, en el arco histórico de la Medellín de los años cuarenta a los ochenta, con su ambiente social, su anacronismo cultural y la primacía del fanatismo religioso. Con el oscurantismo intelectual de la educación y las amenazas autoritarias en la Universidad de Antioquia, escenario académico de la intensa vida del médico Héctor Abad Gómez. Un ambiente de época cerrado, donde las luces de la ilustración tuvieron que esforzarse para ir encontrando lugar en la vida pujante de la ciudad industrial y proletaria.

Los protagonistas son el padre y el hijo, al igual que se erige la figura noble y fuerte de la madre y la presencia alegre y circular de las hermanas. El libro está escrito desde la intimidad de las relaciones filiales, desde las entrañas, con pericia psicológica, para entregar de cuerpo y alma a ese caballero de la tolerancia que se erigió como un quijote por la causa de desvalidos, perseguidos y víctimas del capitalismo, sistema que el médico Abad encontraba inaceptable e injusto. Por ello, toda su pasión médica fue preventiva y social.

En la crónica histórica de la medicina social en Colombia el nombre del doctor Héctor Abad Gómez merece figurar de manera destacada por sus convicciones y actuación. De acuerdo a con las memorias del hijo sobre la parábola vital de su padre, los mandamientos éticos-profesionales parten de la necesaria conceptualización de las relaciones entre lo social y la salud, y por ende, combinan el ser científico con el compromiso del activista. Desde temprano, en su tesis de grado denunciaba a los médicos-magos:

Para ellos, el médico ha de seguir siendo el pontífice máximo, encumbrado y poderoso, que reparte como un don divino familiares consejos y consuelos, que practica la caridad con los menesterosos con una vaga sensación de sacerdote bajado del cielo, que sabe decir frases a la hora irreparable de la muerte y sabe disimular con términos griegos su impotencia.1

Héctor Abad Gómez trató de ser en su vida un activista de la medicina y un científico y profesor. Lo suyo era la medicina preventiva con base en la sana nutrición y la salubridad, en un sentido de praxis. Viene a encarnar un prototipo de galeno enfrentado a la medicina individualizada, profesionalizante y mercantil. Se especializó en Estados Unidos, en la Universidad de Minnesota y retornó para vincularse al Ministerio de salud, al cual renunció por considerar que el gobierno conservador agenciaba la violencia, para vincularse con la Organización Mundial de la Salud donde prestó sus servicios internacionales en varios momentos. El escritor Abad Faciolince rescata un artículo "firmado por el mayor, y quizá el único filósofo que ha tenido nuestra región, Fernando González", y que su padre publicó en el primer número de su periódico universitario, U-235, que dice:

El médico profesor tiene que estar por ahí en los caminos, observando, manoseando, viendo, oyendo, tocando, bregando por curar con la rastra de aprendices que le dan nombre de los nombres: ¡Maestro! […] Sí, doctorcitos: no es para ser lindos y pasar cuentas grandes y vender píldoras de jalea […]

Es para mandaros a todas partes a curar, inventar y, en una palabra, servir.2 Héctor Abad Gómez fundó y dirigió la Escuela Nacional de Salud con apoyo de la Fundación Rockefeller, y desarrolló con el médico estadounidense y colega, el doctor Richard Saunders, el programa Future for the children (Futuro para la niñez).

Entre sus campañas públicas de interés general, y que están referidas en el libro, se recuerdan las que tituló en sus artículos de Combate: El municipio de Medellín, una vergüenza nacional; El acueducto reparte bacilos de fiebre tifoidea; La leche es impotable; El municipio no tiene hospital. Campañas que dieron resultados concretos en el mejoramiento de los servicios públicos y el control higiénico.3

El médico Héctor Abad Gómez se desempeñó como director regional del Instituto de los Seguros Sociales en Medellín, durante la huelga de sus colegas -1976-, varios de ellos antiguos alumnos suyos, estando del lado de las políticas del gobierno. Desafortunadamente estas memorias filiales no dan cuenta de ello. Recuerda el escritor:

El presidente López Michelsen, por solicitud de la embajadora, María Elena de Crovo, había nombrado a mi papá Consejero Cultural en la Embajada de México. Yo acababa de cumplir 19 años y era la primera vez que tenía un pasaporte (un pasaporte oficial) y la primera vez que salía del país. Por primera vez tomé un vuelo internacional; por primera vez me dieron una bandejita con comida caliente en un avión. Todo me parecía grande, importante, maravilloso, y el viaje, de cinco horas, me pareció una hazaña. En el Distrito Federal llegamos a vivir, al principio, en unas residencias, especie de aparta-hotel, en la Colonia Roma, donde nos tendían la cama y nos lavaban la ropa.

El cónsul, una persona amable, era un sobrino del ex presidente Turbay Ayala. La embajadora, después de su tormentoso paso por el Ministerio del Trabajo (le había tocado el asesinato del líder sindical José Raquel Mercado, a manos de la izquierda, y una huelga terrible de médicos en el Seguro Social, con los enfermos muriéndose en las salas de urgencias, y las embarazadas pariendo en los corredores), vivía atormentada, quizá segura de que su carrera política había llegado a la cima, y desde esa cima se había derrumbado para siempre. La embajada de México, para ella, no había sido un premio, sino una especie de destierro, y al mismo tiempo una despedida de la vida política. Quizá por eso bebía más de la cuenta, y había pedido a mi papá para que él se encargara de la rutina de la Embajada y le cubriera la espalda en la oficina, ahora que ella no tenía ánimos de trabajar en nada. Mi papá, que la consideraba una buena amiga, lo hacía de buena gana.4

El escritor de estas memorias revela acritud no sólo sobre esta huelga de los seguros, sino respecto de los sindicatos de maestros y la izquierda en la universidad, con una tendencia a generalizar de manera peyorativa las conductas políticas de este sector. Así por ejemplo, en los párrafos anteriores se afirma que a José Raquel Mercado lo asesinó la izquierda, cuando de manera concreta, hay que distinguir: lo hizo el Movimiento Guerrillero 19 de Abril M-19; el resto de las izquierdas condenaron duramente este suceso. Desde Aristóteles, distinguir es un criterio que conduce a la sabiduría, porque evita la absolutización.

Lo de Héctor Abad Gómez y los idealistas de todos los colores sociales y políticos que adelantaron la épica de los derechos humanos es un capítulo central de la historia contemporánea de Colombia, como gesto de dignidad por los humillados y ofendidos, y como confrontación a los usufructuarios del poder.

Algo esencial para la educación sentimental es la verdad histórica y la dignidad de las víctimas. Para nunca olvidar, no para propiciar venganzas y alimentar odios, sino para evitar esa peste del crimen eterno, que es como se erige el olvido. Al crimen de la existencia humana de gentes de carne y hueso, Héctor Abad, Guillermo Cano, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán y miles de mujeres y hombres, se quiere sumar el crimen eterno del olvido, de borrar su recuerdo. Se puede perdonar, pero no olvidar.

Pues bien, estas memorias de Héctor Abad Faciolince hacen fluir el río de los recuerdos, establecen el cuadro de la infamia y odio que se gestó contra su padre y el movimiento que él representaba con ardentía. No se elude recordar los señalamientos que con temeridad hizo el médico de vidas y almas contra las torturas oficiales del Batallón Bomboná, y las desapariciones y crímenes contra los disidentes. El autor recuerda a varios de los intrigantes y azuzadores del crimen. Pero sobre todo, es una literatura sentimental de puro amor del hijo, amor entrañable hasta donde es posible; amor ideal, que responde a una biografía íntima de dos seres, y que el autor se niega a que desaparezca. Figura del padre que se rescata con afecto y ojo crítico, para evitar mistificaciones.

Es un bello libro de emociones humanas, sublimes y bajas, como son el amor y el crimen. Sí, literatura de esta estirpe es la que nos entrega el autor, con el título El olvido que seremos, verso del Epitafio, poema de Jorge Luis Borges, que el médico Héctor Abad llevaba en el bolsillo el día que lo asesinaron.

El Epitafio de Borges puede ser leído como triunfo de la muerte, lo que hace inútil el vivir, una sensación de pesimismo ante la vida; pero asimismo, contra la insensatez de aferrarse al nombre de la muerte y encontrar consuelo en la meditación; algo así como templanza y estoicismo.

No es un libro egoísta, y por ello puede escribir el autor:

Creo que finalmente he sido capaz de escribir lo que sé de mi papá sin un exceso de sentimentalismo, que es siempre un riesgo grande en la escritura de este tipo. Su caso no es único, y quizá no sea el más triste. Hay miles y miles de padres asesinados en este país tan fértil para la muerte. Pero es un caso especial, sin duda, y para mí el más triste. Además reúne y resume muchísimas de las muertes injustas que hemos padecido aquí.

Sin querer queriendo, y con una perspectiva implacable del olvido, el polvo que seremos, este es un libro sobre la ética de vivir y luchar. Recordar y escribir sobre la amistad, que el autor centra en personas vivas como Carlos Gaviria y Alberto Aguirre, dos intelectuales de larga trayectoria; también con las amistades literarias más caras: Carlos Castro Saavedra, Jorge Luis Borges, don Jorge Manrique, Antonio Machado, Platón, Mejía Vallejo, Quevedo, etc.

 


1 Abad Faciolince, H. (2006), El olvido que seremos, Bogotá, Planeta, p. 47.

2 Ibíd., pp. 45-46.

3 Ibíd, Un medico contra el dolor y el fanatismo, pp. 40-46.

4 Ibíd., pp. 190-191.


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