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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.12 no.2 Bogotá July/Dec. 2007

 

RECENSIÓN DEL LIBRO: BONAPARTISMO PRESIDENCIAL EN COLOMBIA (EL GOBIERNO DE ÁLVARO URIBE VÉLEZ)

Alberto Ramos Garbiras*

El autor de esta reseña es profesor de ciencia política en la Universidad Libre, magíster en ciencia política, de la Universidad Javeriana y PhD en ciencia política, con énfasis en política latinoamericana, de la UNED, de Madrid (España). Correo electrónico: albertoramos2005@yahoo.com

Ricardo Sánchez Ángel, Editorial Uniediciones, 189 pp. Primera edición, Bogotá, agosto de 2005

Ricardo Sánchez es un intelectual que toda su vida la ha dedicado a formarse en las ciencias sociales, con disciplina espartana. Lector voraz e insaciable, escritor compulsivo, orador que exhibe una capacidad de expresión con pocos competidores, expositor versátil, poseedor de una memoria prodigiosa y una capacidad argumentativa que asombra todavía a su generación y a todos los contertulios, fogoso en los espacios públicos, y ponderado en el ámbito académico, en este libro el profesor Sánchez ausculta los elementos y aspectos autocráticos del gobierno Uribe Vélez. Estos se expresan o se exponen en los puntos de reforma que integraron el fallido referendo, los artículos tramitados en las reformas constitucionales a través de actos legislativos emprendidos unos y logrados otros, la misma reelección como forma de concentrar el poder por la vía “centrista” con la reforma de la Constitución que lo prohibía, logrando así la concentración del poder personal, y su estilo de gobierno rodeado por las fracciones de derecha que de manera “multipolar” en apariencia se han nucleado en varios movimientos políticos para posar de “nuevas” formaciones políticas, con fachadas de distinto nombre, pero con el mismo pensamiento de la vieja derecha política.

El mismo título del libro, Bonapartismo presidencial en Colombia, obedece a la formación marxista del autor. El profesor Sánchez Ángel utilizó para la investigación de este tema el enfoque marxista, al analizar la sociedad colombiana desde la perspectiva de la lucha de clases, en donde subyace para todos los efectos el factor económico. También utiliza otros dos enfoques: el institucional y el sistémico. Describe el funcionamiento del Estado colombiano y su interrelación con otros Estados en el marco de la política internacional y desde adentro, el funcionamiento del Estado en relación con sus estructuras, entes, órganos y los subsistemas en el interior del sistema político. El autor retomó el vocablo que Carlos Marx le endilgó a Luis Bonaparte, por su conducta autoritaria al concentrar el poder con un autogolpe realizado en Francia en 1851, revistiéndose de más poderes desde aquel 18 brumario, y lo extrapoló al caso colombiano, durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

El teórico Vittorio Ancarani, profesor de la Universidad de Turín, explicó el término bonapartismo, con el cual, “la ciencia política indica el fenómeno de la personalización del poder y el predominio de elementos carismáticos que concentran la legitimidad del poder del Estado en la personalidad del jefe, y el predominio de elementos carismáticos; el bonapartismo está ligado al predominio del ejecutivo sobre el legislativo, a la independencia que el poder del Estado le da para asumir frente a las clases y a la sociedad civil una especie de guía salvador”.

En la conceptualización de Ancarani, el bonapartismo busca en la superestructura política e institucional la consolidación y la centralización del poder. El bonapartismo es producto de una deficiencia política momentánea de la fuerza tradicionalmente dominante, y no de una deficiencia orgánica insuperable.

La construcción del Estado comunitario uribista ha encontrado un gran óbice en las estructuras constitucionales de 1991. El campo de las confrontaciones ideológicas pasa primero por los intentos de desmonte de algunas piezas constitucionales del Estado social de derecho, para fortalecer el articulado neoliberal. El profesor Sánchez Ángel anota cómo la corrupción administrativa sostiene al bipartidismo transmutado, y como la democracia sigue siendo un remedo con “elecciones libres” y alta abstención.

El autor del libro expone cómo el primer ascenso al poder de Álvaro Uribe se dio en el contexto de la barbarización del conflicto interno y la declinación que su antecesor hizo de la autoridad presidencial. Uribe arribó al poder central con la promesa de lograr la seguridad y terminar con la guerra, pero se enredó en un conflicto inconcluso, sin vencer tampoco al oponente armado. Para su reelección cedió espacios de poder a las fracciones políticas tradicionales, y se revistió del autoritarismo bonapartista para robustecer el orden público, cercenando algunos derechos humanos de la población civil afectada por las redadas excesivas y los falsos positivos de sus tropas. El autor describe las formas violentas que perviven y se imbrican en Colombia: la estatal, la guerrillera, la paramilitar y la mafiosa, sin desconocer la violencia común.

El autor apunta la manera cómo la política internacional de Colombia se encuentra derechizada, por emular a Estados Unidos, y cómo el conflicto interno se maneja como si fuera una cruzada contra el terrorismo, y no contra organizaciones guerrilleras, calcando la guerra internacional de Washington contra el terrorismo internacional o globalizado. Respecto del nuevo orden económico mundial, en el contexto de la globalización, Ricardo Sánchez, anota que con el ALCA se intentó una nueva expresión de la recolonización a través del mercado libre, con la invasión de productos, hoy transmutado en TLC bilaterales, a los cuales el presidente Chávez busca un antídoto con el ALBA, para intentar un verdadero mercado que beneficie a los países latinoamericanos.

El talante bonapartista de Uribe Vélez, su carácter y templanza para decidir un asunto, se puede medir en aquella coyuntura donde resolvió la confrontación entre Pastrana y Samper, originada de la incomodidad del primero al encontrar a su oponente como par en la vida diplomática dentro del mismo gobierno: Washington-París. Uribe no dejó que ninguno de ellos permaneciera en el cargo: les demostró quién ejercía el poder real y actual. El autor de este libro en el núcleo de su argumentación sobre la conducta de Álvaro Uribe, señala:

El bonapartismo colombiano del señor presidente tiene el rasgo común del poder en la cúspide del presidencialismo (…), pero se diferencia en que es una pieza en el ajedrez de la escena de recolonización y neo intervencionismo del país y de América Latina. Es, además, un bonapartismo para la guerra total contra la subversión y la imposición del plan económico-social del Estado-comunitario, que es en verdad el del Fondo Monetario Internacional y los grandes grupos económicos. Es el bonapartismo del subdesarrollo, con pretensiones de modernidad, provinciano y paternalista.

En el texto se desnuda la forma como Colombia ha sido vista y tomada por los dos gobiernos de Bush hijo, como una pieza básica para la recolonización de América Latina. Esta había sido intentada con el ALCA, hasta quedar en TLC bilaterales, intento fallido ante el creciente proceso de redemocratización de América Latina, la cual ha dado un giro hacia los gobiernos de izquierda (Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Ecuador y Nicaragua), sumado a las reelecciones nacionalistas y progresistas de Venezuela y Brasil, que combaten la economía de mercado y propugnan por el estatismo.

En Colombia, el presidencialismo se ha visto fortalecido en los dos gobiernos de Uribe Vélez, por la concentración de poderes ganados a los controles debilitados. Así, el presidente se rodea de los restos de un bipartidismo colapsado, el cual no obstante subsiste —enquistado en el aparato del Estado— y disfruta de los beneficios del manejo presupuestal en los entes administrativos estatales repartidos como pago por la aprobación del acto legislativo reeleccionista.

El presidencialismo autoritario trató en un comienzo de manejar el orden público con medidas de excepción que no pudo prolongar; luego, reformó la Constitución con un articulado antiterrorista, declarado inexequible, y con leyes de seguridad, respaldado por la ayuda extranjera al Plan Patriota, prolongación del Plan Colombia. Al presidente Uribe le tocó recibir el país con una guerra larga e inconclusa, la cual prometió terminar, para alcanzar así la seguridad. Por el contrario, las violencias se han atizado, sin resolverse ninguna. Y la que parecía diezmarse, la violencia paramilitar, nacida para la autodefensa de intereses económicos grupales y para fortalecer al ejército institucional, resultó ser una caja de Pandora de donde saltó una contrarreforma agraria, manifiesta en las tierras que habían sido rapadas a campesinos minifundistas y finqueros, con masacres, desplazamientos y la cotización del agro colombiano. Violencia paramilitar alentada también por parte de la clase política que encontró en el uso extralegal de las armas otra forma de torcer las elecciones y acceder al poder, por medio del fraude, la amenaza, la corrupción y la violencia armada.

El presidente Uribe desdeñó la conformación de un partido político durante los tres primeros años de su primer gobierno. El sistema presidencial de Colombia se ha sostenido sobre el bipartidismo. En efecto, tenemos una democracia imperfecta con rasgos de partidocracia, la cual resiste las fisuras internas entre ambos partidos, ya que forma un solo bloque en el poder que cierra el paso a las terceras fuerzas. El Polo Democrático surgió de las elecciones de 2006 como el segundo partido político, luego de superar al liberalismo. Este último, para recomponerse, deberá pactar con la izquierda moderada que tiene representación parlamentaria y resurgir, teniendo como programa la defensa de la Constitución de 1991, la cual está siendo desmontada.

La fortaleza del presidente Uribe ha estado centrada en la dirección “férrea” de las fuerzas armadas, subvalorando a los partidos políticos como subsistemas, hasta que se decidió a respaldar a varios de ellos de cara a la campaña de su reelección. En ella apareció en la publicidad política y en los llamados talleres programáticos con los jefes de la “U”, CR, Colombia Democrática, y otros, para garantizar así una bancada mayoritaria de cara a un segundo mandato. Su primer gobierno fue virtual, con el apoyo de la mayoría de los medios de comunicación. Así, el presidente aparece en todos los actos sobredimensionado y gobernando a un país imaginario, razón por la cual Ricardo Sánchez afirma:

Está en curso una praxis carismática de relación mediática con la opinión pública. Es el Estado mediático que viene a operar como el difusor y recreador de la imagen y del poder presidencial, manipulando y buscando uniformar a la opinión pública. Ya no se trata tanto (todavía se usa) del arma de la propagando política, sino de la publicidad y el diseño de la imagen como gran lenguaje unívoco, dominador y seductor de las conciencias. La virtualidad como realidad distinta, pero se suplanta la cruda realidad, la maquilla, la expropia de todo sentido crítico.

A pesar de que el libro de Ricardo Sánchez fue escrito en su mayor parte, a solo tres años de haber empezado el gobierno de Uribe Vélez, y por lo tanto no tuvo el autor la oportunidad de evaluar muchos hechos y acontecimientos de importancia, sí logra ubicar al presidente en el contexto de una conducta neopolulista y bonapartista. El autor analiza hechos como el crecimiento de la deuda externa, la facilitación del neo intervencionismo norteamericano, una política social sin eficacia para combatir la pobreza, y el debilitamiento de los activos públicos, efecto de las privatizaciones.

Aquí es necesario remitirnos a un texto análogo, de reciente publicación: Álvaro Uribe o el neopopulismo en Colombia, con prólogo de Piérre Gilhodes, de la investigadora Cristina de la Torre. Se trata de un estudio comparado acerca de la evolución del populismo en algunos países latinoamericanos, sobre la forma metamorfoseada de nuevos populistas redivivos y la eclosión de neo populistas que enarbolan lo social, como apariencia, pero van cabalgando sobre la política económica neoliberal. Así lo demuestra la autora en los casos de Menen, Fujimori o Uribe.

El populismo fue una corriente política que alcanzó el poder en algunos países con figuras como Perón (Argentina), Lázaro Cárdenas (México), Getulio Vargas (Brasil) y Pedro Aguirre (Chile), entre otros; se caracterizó por surgir en los periodos de transición de la sociedad agraria a la sociedad industrial, es decir, surgieron líderes carismáticos que prometieron ampliar los espacios democráticos, dándole participación a sectores subalternos que nunca habían tenido acceso a la función pública, monopolizada hasta ese momento por la élites de los partidos históricos y por los representantes de las formaciones políticas del movimiento radical que abrió los espacios a la clase media.

Los líderes populistas se presentaron a la manera de Mesías providenciales, enfrentados a unas castas dirigentes a las cuales se debía vencer; no obstante, transformaron las estructuras económicas de las naciones que lograron gobernar, porque sus reclamaciones formales estaban enmarcadas en procedimientos establecidos institucionalmente: huelgas, paros, desobediencia civil, disenso, oposición; ninguna de carácter extralegal ni en el ámbito de la rebelión. Luego se reacomodaron como nueva clase dirigente, sin proporcionarle movilidad social verdadera a las mayorías electorales que convocaron. Los populistas son efectistas, acuden a las obras de beneficencia masiva, a la caridad pública, a los actos administrativos de conmiseración y solidaridad, para aprestigiarse, pero no transforman realmente las condiciones sociales de los sectores subalternos, a los cuales dejan en la misma situación social desesperada, previa a la movilización electoral populista. Los representantes de esta tendencia política son figuras que llegan a dirigir el Estado presentándose como renovadores, y aparecen por fuera de los partidos tradicionales; son outsiders, fuera de lugar, con la opción de formar fuerzas nuevas, que luego también subutilizan.

El neopopulismo es un refrito del populismo, con retoques de posmodernidad. Sus defensores ceden enormes porciones de soberanía nacional y permiten que los temas vitales del país se resuelvan en el exterior. Los neo populistas son también políticos outsiders que atacan y vituperan a los partidos a los cuales han pertenecido; gobiernan de manera mediática, como video presidentes, a través de los medios de comunicación; difunden un ideario, que es mezcla de varias ideologías, pero privilegian el neoliberalismo, por lo que dejan el rumbo de la economía en manos del mercado, la libre competencia y las privatizaciones de los servicios públicos; se apoyan en el sector industrial y financiero, en desmedro de la situación social de las masas, pero a la vez crean el espejismo de alcanzar la seguridad ciudadana. Para ello intensifican la guerra y dan la sensación de que están de parte de la mayoría de la población, con el diseño de mecanismos de representación comunitarios, pero en el fondo subvaloran el Estado social de derecho, en lugar de fortalecerlo, precisamente para contener el desarrollo socialdemócrata de las normas constitucionales que reconocen estos derechos.

Álvaro Forero Tascón, en su columna Amo y señor de la opinión pública, afirmó, “es tan descomunal la capacidad estratégica de Uribe y su disciplina para aplicarla, que logró despojar del control de su imagen pública a la única persona que ostentaba niveles de prestigio público similares a los suyos, resultado de dos décadas de una reputación nacional e internacional envidiable:

César Gaviria”. Y la misma Cristina de la Torre, en una columna titulada Ágora Criolla completó su análisis del libro precitado, al afirmar:” En las llamadas democracias de audiencia, donde los medios de información protagonizan la acción, todo acto de gobierno se apoya en un control riguroso de la opinión (…), termina por uniformar la opinión y por movilizar a la sociedad alrededor de un hombre providencial, el César posmoderno”.

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