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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.13 no.2 Bogotá July/Dec. 2008

 

Los procesos de integración de América Latina en el concierto de la globalización*

Processes of Integration of Latin America in the Concert of Globalization

Efraim Aragón Rivera**

Recibido: 27/08/08 Aprobado evaluador interno: 16/09/08 Aprobado evaluador externo: 10/10/08

*Artículo de reflexión en torno a la integración de América Latina en el contexto de la globalización.

**Doctor (Ph.D) en Realidad Política y Económica Latinoamericana del Programa Inter-universitario Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y la Universidad Complutense (UCM), Madrid, España. Docente de la Facultad de Ciencias Económicas y del Programa de Finanzas y Negocios Internacionales de la Universidad Santiago de Cali (USC). Correo electrónico: efraim45@hotmail.com


Resumen

La globalización es un proceso multidimensional tiene una visión económica, sociológica, política, culturalista y antropológica. La visión más extendida ha sido la económica que analiza a la globalización como el conjunto de fenómenos resultantes de la creciente apertura de las economías a las mercancías y capitales extranjeros. La globalización redujo las dimensiones del aislamiento en todos los órdenes experimentados a través de la historia, en buena parte del mundo desarrollado, permitiendo crear muchas oportunidades de acceso al conocimiento y a las tecnologías, mediante la comunicación y la informática, fuentes del desarrollo global. Se hace una referencia a la Comunidad Ibérica de Naciones, como uno de los procesos más fuerte en procura de mantener una relación armónica y eficaz de los 22 Estados que la integran con la intención de promover el desarrollo de la región, con más democracia, sobre la base de la cooperación entre los países Iberoamericanos.

Palabras clave autor
Globalización, mundialización, multidimensional, Estado-nación, mercado, apertura, Consenso de Washington, multinacionales, integración latinoamericana, Comunidad Iberoamericana.

Palabras clave o descriptores
Globalización – América Latina, América Latina – Integración económica.


Abstract

Globalization is a multidimensional process with an economic, sociological, political, cultural and anthropological vision. The most widespread vision has been the economic, which analyzes globalization as a combination of phenomena resulting from the progressive opening of the economies to foreign goods and capital. Globalisation reduced the isolation experienced across history by a large part of the developed world in all orders, creating many opportunities of access to knowledge and technology through communications and information technology, sources of global development. Reference is made to the Iberian Community of Nations as one of the strongest processes in support of harmonic and effective relations among the 22 States that are part of it, with the objective of promoting the development of the region and fostering democracy, on the basis of cooperation among the Latin American countries.

Key words author
Globalization, mundialization, multidimensional, nation-state, market, opening, Washington Consensus, transnational corporations, Latin American integration, Iberoamerican Community.

Key words plus
Globalization - Latin america, Latin america - Economic integration.


La globalización es un fenómeno ecuménico que abarca diferentes tendencias interpretativas: económicas, sociológicas, políticas, culturalistas y antropológicas. Es un proceso multidimensional.

Interpretación económica

La globalización es la principal característica del poscapitalismo. Se trata de un proceso por el que las economías nacionales se integran progresivamente en la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales y menos de las políticas económicas de los gobiernos1. La globalización designa el conjunto de fenómenos resultante de la creciente apertura de las economías a las mercancías y capitales extranjeros y la intensificación de las relaciones comerciales internacionales. El término globalización designa al conjunto de fenómenos por los que la vida de todos los habitantes del planeta depende, por lo menos en parte, de decisiones que se toman fuera de sus propios países.2

La globalización puede pensarse como un proceso amplio y profundo de transformaciones en las relaciones entre sociedades, naciones y culturas que representa una nueva etapa del capitalismo mundial. No es lo mismo que la internacionalización, por tratarse esencialmente de un proceso más profundo y fundamental consistente en la formación de una sociedad global que va atravesando fronteras entre naciones. En la actualidad, este proceso se caracteriza primordialmente por el creciente poder del capital y del mercado en relación tanto con el trabajo como con el propio Estado. Asimismo, conlleva una tendencia a la emergencia de nuevas geografías económicas y políticas consecuentes con la territorialización y re-territorialización de la vida económica y política, con el desarrollo de nuevas estrategias de organización del proceso de trabajo y con la transnacionalización de diversas categorías del capital (Garay 1999, pp. IX,X).

La globalización propiamente dicha es un fenómeno histórico reciente, impulsado por las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, la multipolarización del sistema de producción y el aumento de los intercambios a escala mundial. Es un proceso asimétrico: 1. unos globalizan, marcando las orientaciones y ritmos del mercado y de la inversión, no por imposición imperialista, sino como consecuencia del poderío de las multinacionales y de los grupos financieros; 2. otros son globalizados o, mejor dicho, quedan atrapados en la marea globalizadora, con notables efectos en amplios sectores de la población (Ander-Egg, 1998, p.11).3

Interpretación sociológica

No todo se puede reducir al mundo económico, al análisis economicista, porque el proceso de la globalización ha permitido el surgimiento de nuevas formas de relacionarse socialmente los seres humanos. Como los contextos sociales cambian, con ellos surgen nuevas formas de relaciones sociales; el consumo, por ejemplo, comienza a desempeñar un papel básico, hasta derivar en el consumismo. Ahondando en esta característica sociológica están la soberanía, la libertad y los derechos humanos, que se potencian o se debilitan permanentemente a lo largo de este proceso globalizador.

La globalización en el ámbito social tiene dos puntos de vista: para los defensores de la libertad económica se trata de un encuentro provechoso, pues todo el mundo sale ganando, presenta ventajas. El otro punto, para las clases sociales no empresariales o comerciantes, el costo de adaptación puede ser muy elevado a mediano o largo plazo, especialmente para los asalariados y los agricultores, dos grupos cuyos ingresos y cuya actividad se están viendo fuertemente afectados por las reformas y transformaciones actuales. En términos generales hay que plantearse si la competencia internacional contribuye a aumentar o a disminuir las desigualdades y si, del mismo modo, la apertura de un país hacia el exterior da lugar a un desarrollo social armonioso (Guillochon, 2003, p. 52) o calamitoso.

Interpretación política

A medida que se consolida el proceso globalizador, se fortalecen nuevas relaciones de poder. Las instituciones políticas superaron su localismo y construyen una red en la que los Estados nacionales se encuentran con instituciones supranacionales como la Unión Europea, clubes de decisión como el G8 o instituciones de gestión como el Fondo Monetario Internacional (FMI) para tomar decisiones de forma conjunta. Lejos queda el espacio nacional de representación democrática, mientras que los espacios locales se construyen como resistencia más que como escalón participativo. De hecho, los Estados nacionales no sufren la globalización, sino que han sido sus principales impulsores, mediante políticas liberalizadoras que expresan el convencimiento de que la globalización crea riqueza, ofrece oportunidades y, al final del recorrido, también hará llegar sus frutos a la mayoría de los hoy excluidos (Castells, 2002, pp. 39,40)4.

Como es evidente, el Estado-nación es una entidad resistente por naturaleza a un proceso conducente al debilitamiento progresivo y la extinción de las fronteras territoriales y la soberanía plena de las naciones en la conducción de sus relaciones internacionales. De ahí que la globalización no solo se enfrente a las dificultades de transformación del Estado-nación desarrollado con el capitalismo durante la última centuria, sino que su perfeccionamiento requiere necesariamente avanzar en el tránsito hacia nuevas formas de organización económica-política-cultural entre sociedades (Garay 1999, pp. 19, 20).5

El Estado no puede seguir concibiéndose como una estructura rígida, inmodificable. Por el contrario, ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las nuevas tendencias. Parafraseando a Cox, podría afirmarse que el Estado se está internacionalizando, es decir, se está transformando para adaptarse al cambiante entorno internacional. Se adapta, porque, como señala Guehénno:

    El Estado es cada vez menos la expresión de la soberanía, no se encuentra por encima de la sociedad, es sólo una de las instituciones que organizan una sociedad en competencia con otros actores, no desaparece, pero debe en permanencia adaptarse, redefinir, sus competencias, y modestamente justificar, su existencia a través de los servicios que presta…

Otro de los campos donde se observan los ajustes a los que se ve sometido el Estado guarda relación con el hecho de que con los procesos de globalización se ha producido una gran diversificación de temas, actores y formas de interacción con el medio externo.

Esto ha conducido a que algunos agentes internos privados que desarrollan ámbitos de interés compartidos con agentes económicos internacionales, pasen a relacionarse directamente con el exterior sin la intermediación de las dependencias estatales tradicionales. También, como resultado de la gran proliferación de nuevas temáticas internacionales, la realidad del nuevo sistema mundial ha inducido a una dispersión de los agentes estatales en la formulación de la política internacional, lo que ha dado lugar a constantes, y a veces difíciles, negociaciones entre las diferentes dependencias del Estado (Fazio, 2001, pp.134, 135)6.

En consecuencia, gobernar es algo que también se hace, cada vez más, de forma privada. “Estamos escribiendo los estatutos de una economía global y única”, presagiaba en ese sentido Renato Ruggerio, el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1997. Según esto, las reformas políticas deben orientarse, a nivel mundial, por los baremos de los objetivos económicos: baja inflación; presupuestos equilibrados; desmantelamiento de las barreras comerciales y los controles de divisas; máxima libertad para el capital; regulación mínima del mercado de trabajo, y un Estado de bienestar esbelto y con capacidad de adaptación que instigue a sus ciudadanos al trabajo. Estos son los objetivos de reforma del neoliberalismo que actúa a nivel mundial. De este modo, el dominio económico puede seguir siendo apolítico, ya que la adaptación a los mercados financieros de la globalización se ha convertido en el compás interno de la política supuestamente reinante (Bek, 2002, p. 142)7.

La culturalista y antropológica

Hace referencia la sociedad, encarnada por tradiciones, imaginarios, creencias, valores, principios, simbolismos, imposiciones, preferencias y gustos, con una cosmovisión y una sociovisión en un país y continente de regiones, esto producto de las dos vertientes de origen: la rural y la urbana, donde la cultura campesina y regional se integró y diluyó en las grandes urbes como la cultura de masas de trabajadores, desempleados, marginados y excluidos, un verdadero sincretismo cultural popular que también tiende a globalizarse.

Fazio sostiene que la tendencia culturalista ha centrado su atención en la aparición, a partir de la consolidación y masificación de la industria cultural, de elementos de una cultura popular mundial que, entre otros efectos, tiene el de crear marcos de referencia nuevos para los consumidores y ciudadanos de los distintos países (2001, p. 8).

El tratamiento del tema de la globalización en la esfera cultural se puede remontar a las concepciones modernizantes del desarrollo, que promulgaban la necesidad de sustituir las organizaciones sociales y económicas tradicionales para promover el desarrollo de las sociedades, mediante la evolución de una actitud cosmopolita, la incorporación en la cultura mundial y la superación de creencias tradicionales. Elementos básicos de esta tradición han sido compartidos tanto por la escuela marxista como por la liberal.

Recientemente se ha ido elaborando otra visión alternativa —con raíces en teorías del desarrollo— más humanista, ética y tradicionalista, que pregona el diálogo, la comunicación y difusión de información y, en fin, el estrechamiento de las relaciones interculturales. Además, el proceso de relacionamiento intercultural se ha hecho cada vez más complejo y multidimensional por la tendencia conflictiva hacia una supercultura basada en la ciencia y la tecnología, el desarrollo de un mercado simbólico mundial, el surgimiento y robustecimiento de organizaciones internacionales y la transformación del papel de los Estados nacionales en el desarrollo nacional (Garay 1999, p. 32; Mowlana, 1986, p. 215 [citado por Garay, 1999])8.

Frente a esa homogenización cultural a la que se pretende llegar con el proceso globalizador, unificados desde la esfera económica como consumidores de la producción de las empresas multinacionales y transnacionales, surgen respuestas de grandes sectores de las poblaciones regionales que reclaman el respeto y el derecho a permanecer con sus propios imaginarios colectivos, sus características étnicas, religiosas, nacionalistas y tradicionales; a vivir como han vivido por siglos, reivindicando valores fundacionales. Esto es tan evidente hoy que el mundo musulmán, bajo el estandarte del islamismo, se resiste al cambio por imposición y reacciona con acciones fundamentalistas de fuerza.

Los intercambios que produce la globalización no son de reciprocidad, sino de conflicto. La globalización refuerza la preeminencia política, económica y cultural de Estados Unidos y de Occidente. Las frustraciones acumuladas ante la existencia de una comunidad musulmana política, tienden a forjar una conciencia y una opinión pública musulmana basadas en el rechazo de los valores de una modernidad que se considera monopolio de Occidente. La vuelta a un cierto maniqueísmo hace que el mundo corra el peligro de sufrir una nueva polarización (Thoraval y Ulubeyan, 2003, p. 7)9.

El mercado un fenómeno global

El premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz piensa que pocos temas han polarizado tanto las opiniones en todo el mundo como la globalización. Algunos la ven como el camino del futuro, que traerá una prosperidad sin precedentes a todos, en todas partes. Otros, simbolizados por los manifestantes de Seattle en diciembre de 1999, la consideran fuente de incontables problemas, desde la destrucción de las culturas nacionales hasta el creciente empobrecimiento.

La apertura al comercio internacional ayudó a numerosos países a crecer mucho más rápidamente de lo que habrían podido en caso contrario. El comercio exterior fomenta el desarrollo cuando las exportaciones del país lo impulsan. Así, el crecimiento propiciado por las exportaciones fue la clave de la política industrial que enriqueció a Asia y mejoró la suerte de millones de personas. Gracias a la globalización muchas personas viven hoy más tiempo y con un nivel de vida muy superior. Esta ha reducido la sensación de aislamiento experimentada en buena parte del mundo en desarrollo y ha brindado a muchas personas de esas naciones acceso a un conocimiento que hace un siglo ni siquiera estaba al alcance de los más ricos del planeta. Las propias protestas antiglobalización son resultado de esa mayor interconexión (Stiglitz, 2004, p. 41).

El vuelco hacia el mercado es, sin duda, un fenómeno absolutamente global. Se basa en una serie de ideas y experiencias recientes, compartidas en todo el mundo. Los procesos del cambio —sobre todo la privatización, la desregulación y la liberalización del comercio internacional— han sido refinados a través del tiempo por sus paladines políticos y los expertos que los han puesto en práctica. A medida que los países se van afirmando en un mundo de mercados abiertos e interconectados, están transfiriendo, en cierta medida, el control de las alturas del poder económico, del tradicional aparato estatal a la dispersa inteligencia del mercado. Y el extraordinariamente rápido flujo de información, posibilitado por la acelerada difusión de tecnologías accesibles, ha contribuido a reforzar el sentido de un impulso común.

Sin embargo, esta sensación no debe ser sobreenfatizada, porque a pesar de las características que tiene en común con otros, cada país y cada región llevan a la práctica ese acercamiento al mercado de acuerdo con su propia historia política y económica y según la percepción de sus intereses nacionales. En el mundo de la posreforma, que ahora está surgiendo, cada una de las regiones se enfrenta a desafíos específicos para reconciliar las cada vez más complejas demandas de la participación global, con las realidades de su propia historia política, económica y cultural, es decir, todo lo que conforma la experiencia y la memoria viva de los individuos y las naciones.

Cada área, por tanto, tratará de desenvolverse en este mundo, después de la reforma, de acuerdo con su propia agenda para el nuevo siglo. Esta, así como condiciona la retirada del Estado de las alturas del poder, sobre nuevas perspectivas y oportunidades, así también condiciona el éxito para la comprensión de las dinámicas regionales. La creciente interconexión de los mercados significa que esas agendas regionales retroalimentarán de forma cada vez más directa el funcionamiento de la economía mundial. El futuro del mundo de la posreforma y, ciertamente, la futura salud y credibilidad de los mercados, serán modelados, por consiguiente, no solo por la tecnología y las fuerzas globales, sino también por la forma en que las distintas regiones logren afrontar y superar sus desafíos particulares (Yergin y Stavislaw, 1999, pp. 564, 565)10.

A medida que las barreras van cayendo, el capital privado busca nuevos mercados. Hace un tiempo, por ejemplo, el sector de la energía, las comunicaciones e infraestructura era exclusivamente limitado a la inversión estatal, y los gobiernos, ansiosos por reducir su déficit y trasladar el gasto estatal a la cobertura de necesidades sociales, reciben con agrado cada vez mayor este tipo de inversiones. En otra actitud que contrasta elocuentemente con lo que sucedía hace cien años, las empresas privadas están asumiendo una creciente cantidad de inversión y responsabilidad en la conducción de las telecomunicaciones, sistemas de agua potable, servicios energéticos y construcción de carreteras a escala mundial.

La mayoría de los países tiene hoy uno o varios operadores de telefonía móvil y, cada vez más, proveedores privados para la energía eléctrica. Incluso los monopolios estatales que aún perduran se comportan como empresas privadas —y sus administradores como empresarios— al competir por grandes contratos dentro de sus propias fronteras nacionales, tanto en el mundo desarrollado como en los países en vía de desarrollo (Yergin y Stavislaw, 1999, pp. 558,559)11.

La integración de los mercados financieros es particularmente significativa. La tecnología de la información y de la comunicación ha ofrecido, por supuesto, la arquitectura para crear mercados de capital globalmente integrados. Las diferencias entre los mercados nacionales se han ido perdiendo. Dentro de no muchos años, es posible que unas pocas bolsas locales se conviertan en mercados de valores globales, iniciando sus operaciones apenas sale el sol y no cerrando hasta bien entrada la noche, todo a fin de comerciar con los activos y las acciones de empresas de nivel mundial, sin importar su domicilio. A su vez, las acciones de las empresas líderes del mundo se comerciarán durante las 24 horas del día (Yergin y Stavislaw, 1999, p. 559).

El manejo de los procesos de la globalización

Los efectos de la globalización dependen mucho de dos aspectos: uno, los países que manejaron sus propias reformas económicas y sus formas de globalización, el caso de las naciones del este asiático y, dos, los países que dejaron que los organismos internacionales, especialmente el FMI, la manejaran, orientando y exigiendo reformas económicas acordes con las necesidades del gran capital.

Stiglitz expresa que las naciones que han manejado la globalización por sí mismas, como las del este de Asia, se han asegurado, en términos generales, de obtener grandes beneficios y distribuirlos con equidad; estuvieron en condiciones de controlar los términos en que se involucraron en la economía global. En contraste, las naciones que han dejado que la globalización les sea manejada por el FMI y otras instituciones económicas internacionales no han obtenido tan buenos resultados. El problema, por tanto, no reside en la globalización en sí, sino en la forma de manejarla (Stiglitz, 2002, p. 58).

Stiglitz señala, en términos más generales, que la globalización como tal ha sido manejada mediante procedimientos antidemocráticos y desventajosos para las naciones en desarrollo, en especial las que son pobres. Los manifestantes de Seattle denunciaban la ausencia de democracia y de transparencia, el manejo de las instituciones económicas internacionales por parte y para beneficio de intereses corporativos y financieros, y la ausencia de controles y contrapesos democráticos que garanticen que esas instituciones públicas e informales sirvan al interés general. En esas quejas hay más que un poco de verdad (Stiglitz, 2002, p. 60).

Según el Consenso de Washington, las políticas industriales a través de las cuales los Estados procuran bosquejar la futura dirección de la economía, son un error; pero los gobiernos del este asiático las tomaron como una de sus principales responsabilidades. En particular, pensaron que si iban a cerrar la brecha de ingresos que los separaba de los países más desarrollados tendrían que cerrar la brecha del conocimiento y la tecnología. Para ello diseñaron políticas de educación e inversión. Asimismo, las políticas del Consenso de Washington no atendieron a la desigualdad, pero los gobiernos del este asiático trabajaron activamente para reducir la pobreza y limitar el crecimiento de la desigualdad, porque creían que esas políticas eran importantes para preservar la cohesión social, y que esta era necesaria para generar un clima favorable a la inversión y el crecimiento. En términos más generales, las políticas del Consenso de Washington apuntaban a un papel minimalista del Estado, mientras que en el este asiático los Estados ayudaron a perfilar y dirigir los mercados (Stiglitz, 2004, pp.188-189).

La globalización se sitúa como el marco de referencia económica de nuestra época. El profesor Alain Touraine en su conferencia dada en Barcelona en 1996, ha distinguido metodológicamente entre la mundialización, elemento continuador de las tendencias aperturistas que se aceleran en la segunda parte del siglo XX, y la globalización, fenómeno rupturista con el pasado, “proceso nefasto mediante el cual los pueblos han cedido el poder sobre sus economías y sus sociedades a fuerzas globales y antidemocráticas, tales como los mercados, las agencias de calificación de deuda, etc...”. En esencia, la globalización económica es aquel proceso por el cual las economías nacionales se integran progresivamente en el marco de la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales y menos de las políticas económicas gubernamentales (Estefanía, 1997, p. 14). Este argumento, inevitablemente, conduce al dilema del siglo XXI: ¿mandan los gobiernos o manda la comunidad financiera? Por ahora, parece que lo hacen los miembros de esta última.

El profesor James Petras, docente de la Facultad de Sociología de la Universidad de Binghamton, New York, presenta para la discusión la afirmación de que los nuevos sistemas de información han creado una nueva economía global en la cual los Estadosnación y las economías nacionales han devenido en superfluos. Aquí es importante examinar críticamente la noción de que las corporaciones multinacionales son globales y que su propiedad y operación ya no son nacionales. La teoría de un nuevo orden capitalista global reside en la idea de que la nación-Estado ha sido reemplazada por la internacionalización de los Estados, en la cual la nación-Estado se ha convertido en un anacronismo (Petras, 2001, pp. 87,88).

Las nuevas tecnologías desarrolladas a finales del siglo XX y comienzos del XXI han servido para aumentar el alcance y la centralización de las multinacionales en detrimento de los Estados-nación, que día a día van perdiendo importancia en el control de la economía y de la independencia política para resolver sus propios problemas; en cambio, ha aumentado el poder económico y político de las multinacionales en su proceso de expansión globalizadora.

Las grandes empresas, establecidas en un gran número de países, contribuyen de manera decisiva al desarrollo del comercio mundial y organizan sus procesos de producción a nivel planetario aprovechándose de las ventajas que les proporcionan las distintas naciones en las que operan. Según estimaciones de la ONU, en 1999 había un total de 63.000 multinacionales con 690.000 filiales extranjeras, y las 100 primeras, en términos de activos extranjeros, llevaron a cabo el 16% de todas las ventas mundiales. Su empresa matriz suele tener sede en los países desarrollados y sus sectores de actuación preferidos son los productos electrónicos, el sector automovilístico, el petróleo y la distribución. Por otra parte, la actual tendencia a la liberalización, propiciada por la OMC, fomenta la deslocalización del capital en el sector terciario (Guillochon, 2003, p. 39).

Según Petras, el mito de una nueva era revolucionaria de información del capitalismo ha servido, sin embargo, para varios fines políticos. Primero, constituye un intento de colgar una glosa intelectual tecnológica a la expansión imperial del capitalismo euroamericano. La fuerza impulsora de lo que se apoda globalización serían las consecuencias revolucionarias de los sistemas electrónicos de información que operan a través de fronteras nacionales. Dicho enfoque de los sistemas electrónicos de información dejaría obsoletas las viejas categorías marxistas de la expansión imperialista del capitalismo.

Según la posición de la Tercera Revolución Científica Industrial (TRCI), el dominio de los nuevos sistemas de información internacionales crea una economía global, una nueva fase global del desarrollo capitalista. Dado que se ha sostenido que tal revolución tecnológica no ha ocurrido, por lo menos en cuanto afecte las fuerzas productivas, se puede concluir que los argumentos de una economía global y unas corporaciones globales constituyen términos vagos que velan las relaciones de poder en la economía global (Petras, 2001, p. 91).

Como las multinacionales tienen una sede nacional, las decisiones fundamentales que se toman se dan desde la sede directiva nacional de estas empresas multinacionales. Asimismo, la mayor parte de la investigación y desarrollo se genera en la sede principal, lo cual hace que continúe centralizándose el conocimiento y la tecnología en los centros de dirección nacional de las multinacionales. Las filiales casi siempre distribuyen lo que la casa matriz quiere que se distribuya. Este proceso genera su propia contradicción: los Estados-nación recibieron un duro golpe con el proceso de la globalización y la adopción del modelo neoliberal, pero a su vez se fortalece el lugar de origen de las multinacionales con la estructura centralizada que estas poseen y que beneficia y da consistencia a la nación sede para la toma de decisiones.

Petras señala que la expansión y el control ejercido por las multinacionales no han cambiado su carácter perseverante ligado a las naciones Estados, ni sus operaciones internacionales han transformado su estructura de imperio centralizado. El carácter imperial, no global, de la expansión de los capitales multinacionales y la primacía de las multinacionales estadounidenses en la nueva economía se torna evidente en la información recientemente publicada por el Financial Times. Un examen de las 500 corporaciones líderes demuestra la ascendencia del poder imperial estadounidense. Entre las primeras 500 corporaciones, 244 (48%) son propiedad estadounidense; 173, el 35%, son europeas; y 58, el 23%, asiáticas (de las cuales 46 son japonesas). Es absurdo hablar de globalización cuando los propietarios y directores de la mayoría de las corporaciones y bancos que controlan el flujo internacional del capital son estadounidenses. En estas circunstancias, la globalización constituye una ideología que encubre la verdadera estructura del poder y la dominación (Petras, 2001, p. 92).

En el caso de la multinacional General Motors, según The Economist, concentra la mayor rama automotriz al absorber a Cadillac, Oldsmobile, Buick, Chevrolet y Pontiac, controlando ya el 28,6% del mercado norteamericano en 1990. A su vez, para 1991 las 10 primeras compañías produjeron 33.436 unidades y las primeras cuatro 20.275, equivalentes al 69% y al 42% del total mundial, respectivamente (Ahumada, 2001, p. 98). Los todopoderosos monopolios no respetan ni fronteras nacionales ni mercados. Su aspiración es el mundo y su límite el que le puedan oponer otros monopolios. En cada rama se pueden encontrar las pruebas, pero basta con describir someramente un monstruo de proporciones mitológicas como Nestlé, que no sólo lleva a cabo una audaz política de adquisiciones y alianzas, sino que se involucra con la más variada gama de productos. Entre 1985 y 1992 hizo compras por 10.000 millones de dólares, adquiriendo el control de Carnation (EU), Buitoni (Italia), Rountree Mackintosh (Gran Bretaña) y Perrier (Francia).

Así, se encuentran los tentáculos del monopolio suizo en el comercio de café instantáneo; agua mineral; conservas; leche condensada; alimentos congelados, minerales, infantiles y para mascotas. Además, confirmó alianzas estratégicas con Coca Cola para producir café enlatado y bebidas de té, y con General Mills Inc. para vender productos con base en cereales (Business Week, 1993). Estructuras parecidas muestran Philips, IT&T, AT&T, Mitsubishi y otras cuantas más. En suma, los grados de concentración dejan rezagados de lejos los datos que a principios de siglo esgrimía Lenin para definir el poder omnímodo de los monopolios (Ahumada, 2001, pp. 100,101).

Los investigadores de la Universidad de California (Estados Unidos) Raúl Fernández y Gilbert González hacen una exposición clara de los efectos de estos primeros diez años de globalización: el gran capital financiero endeudó al planeta, lo arruinó, adquiriendo a precios de remate todo tipo de haberes, plantas industriales y hasta nacionales. El endeudamiento llevó a la ruina generalizada y en este momento parece que no hay ningún sitio donde las golondrinas puedan volar.

Las grandes utilidades de los enormes consorcios financieros que expoliaron al mundo en los últimos diez años fueron la clave del crecimiento en Estados Unidos y constituyeron el mecanismo con el cual se dilató la crisis. Esta pone de relieve la carencia de nuevas zonas para endeudar, de zonas donde el exceso de capitales pueda encontrar una forma de explotación. Esta es, entonces, una crisis de superproducción de capitales, así como de mercancías de todo tipo, que viene desarrollándose desde hace tiempo (Fernández y González, 2001, pp. 79,80).

En varias oportunidades el método que emplean algunas compañías multinacionales, enderezado a obtener ventajas de los países atrasados, amparadas en presuntos conocimientos tecnológicos —–de los cuales carece el Tercer Mundo— hace que estas se ofrezcan a participar en el desarrollo conjunto de grandes empresas. En las primeras etapas del desarrollo de estas la inversión extranjera parece atractiva; pero, en la mayoría de los casos, la participación del capital extranjero en el capital de riesgo de las empresas va declinando en la medida en que los contratos de suministro y asesoría técnica aumentan (Jaramillo, 1986)12.

Conjuntamente, la administración Bush ha afirmado que la economía tiene una base sólida y que el gobierno procurará lo que llaman “un aterrizaje suave”, manejando un programa de reducción de impuestos y apoyándose en las medidas del Banco de la Reserva Federal para aliviar la crisis.

De otra parte, la globalización en lo concerniente a la revolución informática se puede decir que ha avanzado a pasos agigantados y que incluso ha afectado al 99% de la economía mundial, pero a pesar de esto la tesis central de Petras es que esta revolución informática no revolucionó la producción; antes bien fracasó en sostener los niveles previos de productividad y fue incapaz de contrarrestar las tendencias de estancamiento capitalista existente desde la década de los 70.

Petras fundamenta sus afirmaciones en el estudio de Robert Gordon, Has the New Economy Rendered the Productinty Slowdown Obsolete, escrito en junio de 1999, donde se hace un análisis sobre el progreso tecnológico en el periodo 1887-1996: la fase de máximo progreso técnico, reflejado este en el crecimiento productivo anual multifactorial de 1,8% fue la de 1950-1964; en contraste, el periodo de menor crecimiento productivo multifactorial en el siglo XX fue el de 1988-1996, con aproximadamente 0,5%. Está claro que las innovaciones experimentadas a principios y mediados del siglo XX fueron fuentes mucho más significativas de mejoramiento productivo de la economía en su conjunto que los sistemas de información electrónicos y computarizados de finales de dicho siglo (Petras, 2001, p. 90)13.

Para lo anterior hay una razón clara, la cual plantean Borja y Castells: sin informática y telecomunicaciones globales, por ejemplo, no habría economía global o mundialización de la comunicación; esta se hace operativa. Asimismo, de todos los mercados el que más se beneficia es el de capitales; estos se encuentran mundialmente integrados mediante conexiones electrónicas instantáneas, procesadas por sistemas de información con gran capacidad de memoria y velocidad de tratamiento; en general, el capital es global, pero la mayor parte del trabajo es local. Lo que caracteriza a la nueva economía global es su carácter extraordinariamente excluyente e incluyente a la vez. Incluyente de lo que crea valor y de lo que se valora en cualquier país del mundo; excluyente de lo que se devalúa o se minusvalora.

La economía global es a la vez un sistema dinámico y expansivo que excluye a sectores sociales, territorios y países; es un sistema en el que la creación de valor y el consumo intensivo se concentran en unos segmentos conectados a escala mundial, mientras que para otros amplios sectores de la población, de dimensión variable según los países, se produce una transición de la anterior situación de explotación a una nueva irrelevancia estructural, desde el punto de vista de la lógica del sistema. Tales tendencias no son inexorables, pero para contrarrestarlas utilizando el potencial creativo de las nuevas tecnologías, en beneficio de la mayoría de la población, hacen falta políticas correctoras de los desequilibrios actuales (Borja y Castells, 1998, pp. 23,24).

Aunque los espacios que van surgiendo en los engranajes de la economía mundial son diferenciados, por las mismas particularidades de su espacio se encuentran interconectados y articulados a los circuitos económicos. Fazio señala que el principal de estos espacios se observa en la consolidación de un espacio mundial o globalizado, es decir, el terreno de acción de las grandes empresas transnacionales o de los polos exitosos en el ámbito de los mercados, la producción o las finanzas. Este ámbito, comúnmente definido como globalización de los circuitos económicos, se caracteriza porque con su densificación se contribuye a profundizar, acelerar y ampliar el radio de acción de las tendencias mundializadoras (Fazio, 2001, p. 163).

El profesor Fazio expresa, siguiendo a Renato Ortiz, que lo específico de la globalización es que, a diferencia de los anteriores proceso de internacionalización, entendida como la mayor cobertura de las actividades en cuanto a su extensión geográfica, el fenómeno actual ha intensificado la transnacionalización, influye en la casi totalidad de las actividades humanas e implica una determinada integración funcional de actividades anteriormente dispersas. Parafraseando a Fernand Braudel, podríamos decir que lo que hoy entendemos por globalización es el resultado de una relación dialéctica que vincula las tendencias estructurales, las coyunturas y los acontecimientos (Fazio, 2001, pp. 28,44).

Esto lo define Fazio basándose en el legado de Braudel de haber sugerido que cada una de estas temporalidades —larga, mediana y corta duración— corresponde a niveles diferenciados de análisis: larga duración = estructuras o procesos; mediana duración = coyunturas (situación que resulta de un encuentro de circunstancias que considera como el punto de inicio de una evolución o acción) y corta duración = acontecimientos; también, que se movían en niveles de análisis interaccionados, los cuales en su conjunto se convertían en factores explicativos del transcurrir de la historia.

Los acontecimientos ocurridos entre 1989 y 1991, que pusieron fin a la posguerra fría, obedecen a factores estructurales, procesos de larga duración, la caída del muro de Berlín y el fracaso del socialismo soviético, pero las circunstancias económicas y políticas coyunturales de mediana duración que indujeron la caída fueron el comunismo soviético y la Alemania Democrática, que basaron su economía en la propiedad estatal de los medios de producción, con una planificación centralizada que lo acaba todo y sin recurrir en absoluto a los mecanismos del mercado. Fue esta una economía ineficiente, marcada por el crecimiento del poder y de la burocracia del Estado, que predominan sobre la sociedad civil; además, en la esfera política, el predominio de un solo partido en el poder, influencia única en la vida de las naciones que conformaron la Unión Soviética, acontecimientos estos ( de corta duración) que junto a factores externos de organismos de inteligencia del capitalismo mundial, bloqueos económicos, políticos y militares, propaganda mal intencionada, desinformación, amenazas de guerra, espionaje, saboteos, precipitaron el derrumbe del socialismo mundial.

Este espacio económico y político dejado en la década de los 90 por el fracaso soviético, fue llenado por el modelo neoliberal thacheriano en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos, mandatarios que le dieron todo el apoyo a los pioneros y líderes de la globalización, cuyas principales características son el fundamentalismo del mercado, la desregulación del mercado del trabajo, el gobierno mínimo, la sociedad civil autónoma y el autoritarismo moral, más un acusado individualismo económico, aceptación de las desigualdades, débil conciencia ecológica, etc. A diferencia de la socialdemocracia clásica, el neoliberalismo es una teoría globalizadora, y ha colaborado muy directamente con fuerzas globalizadoras. Los neoliberales aplican a escala mundial la filosofía que les guía en sus compromisos más locales. El mundo progresará más si se permite a los mercados funcionar con pequeñas interferencias o sin ellas (Giddens, 1999, pp. 18,25).

La aplicación casi inmediata del modelo neoliberal en la antigua Unión Soviética, para sustituir la antigua economía socialista por nuevas formas de economía capitalista, afectó negativamente la vida social, económica y política de esta región. Las teorías en las que se basa la doctrina neoliberal, por aplicadas que fuesen con relativo éxito en un buen número de países desarrollados, poco tenían que ver con la realidad de la antigua sociedad soviética.

El fracaso del modelo soviético confirmó a los partidarios del capitalismo en su convicción de que ninguna economía podía operar sin un mercado de valores. A su vez, el fracaso del modelo ultraliberal confirmó a los socialistas en la más razonable creencia de que los asuntos humanos, entre los que se incluye la economía, son demasiado importantes para dejarlos al juego del mercado (Hobsbawm, 1998, p. 557).

La integración dentro del proceso globalizador

Ronald Reagan había prometido a los norteamericanos, durante las elecciones de 1980, una política económica destinada a devolver a Estados Unidos su poderío económico, deteriorado por la gestión de la administración Carter (Palomares, 1999, pp. 117,118). Con Reagan y Thatcher crecieron en Estados Unidos y el Reino Unido las filosofías del libre mercado y se convirtieron en una fuerza a ser tenida en cuenta; además, cobraron importancia en todas partes. Aunque es bueno aclarar, como lo afirma Giddens, que los gobiernos de Reagan y Thatcher impulsaron estas filosofías, pero siguieron políticas diferentes en contextos determinados (Giddens, p.16).

En Estados Unidos la aplicación de la política interior de Reagan, basada en el relanzamiento de la inversión y la reducción de la presión fiscal, como lo expresa Palomares en su análisis, desde los primeros meses ya tenía grandes debilidades y unos costes altos, porque estas reducciones fiscales produjeron una caída de los ingresos en las arcas del Estado que la administración compensó con un incremento del gasto público en algunas partidas, créditos de apoyo a la inversión y reducción en otras, principalmente aquellas destinadas a las prestaciones sociales. Asimismo, se redujeron los presupuestos sociales y de educación, con crecimiento preocupante de la deuda exterior y disminución de la competitividad comercial exterior (déficit de la balanza comercial), economía lastrada por los abultados presupuestos de defensa y principalmente por su iniciativa de defensa estratégica, la llamada Guerra de las Galaxias, que supuso un incremento sustancial de dichos presupuestos (Palomares, 1999, p. 118).

Los gobiernos republicanos de Reagan y Bush padre dejaron a Estados Unidos, según la opinión de The New York Times y la de The Washington Post en una situación difícil: una nación económicamente hundida, y socialmente atravesada por abismales diferencias sociales, con unos horizontes urbanos en proceso de tercermundización; esa era la herencia dejada por los republicanos a los demócratas en los próximos años (Palomares, 1999, p. 172)14.

El presidente demócrata Clinton había planteado, desde su campaña presidencial, expandir el cuidado y las prestaciones públicas de salud a los niños y las clases más desfavorecidas. Era el llamado para empezar a construir un Estado de bienestar; sin embargo, los continuos fracasos en la política de Clinton afectaron esta idea.

En relación con la política exterior, la primera acción del gobierno Clinton fue señalar que la acción exterior tenía que estar supeditada a los intereses internos, principalmente los económicos. El comercio de Estados Unidos recibía unas grandes posibilidades expansivas con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en diciembre de 1992, el mercado más importante del mundo, con posibilidades futuras de ir afirmando su integración.

Este tratado fue el primer síntoma de que iniciaba la visión mercantilista de la política exterior, la misma que aún tiene la administración norteamericana. A partir de entonces, se ha desplegado una febril energía para concertar o reactivar grandes acuerdos comerciales con todo el mundo, tanto con América Latina como con Asia y Europa, en todos los terrenos (Palomares, 1999, pp.187, 191; Informe de la Comisión de la Comunidad Europea, citado por Palomares 1999, pp.187-191).

Las cuestiones a tratar en esta iniciativa, dentro del orden de prioridades establecido por la administración Clinton, enlazaban tres temas básicos: hacer que la democracia funcionara (reinventar el sistema de gobierno); hacer que esta prosperara (integración comercial del hemisferio), y hacer que perdurara (desarrollo sostenible). Los resultados en estas tres áreas de trabajo se centran en catorce iniciativas, que abarcan desde la construcción del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), hasta los objetivos de protección del medio ambiente.

En el título primero, referido a las democracias de las Américas, el compromiso plantea la necesidad de proteger y consolidar la comunidad de democracias de las Américas, fortaleciendo la Organización de los Estados Americanos (OEA), y mejorar la satisfacción de las necesidades de los grupos más vulnerables, así como combatir la corrupción de manera integral, consagrando la lucha contra el consumo, la producción,
el tráfico y la distribución de narcóticos
(Palomares pp.193,194).

Con otra óptica, Maude Barlow, presidenta nacional del Council of Canadians, considera el ALCA como una amenaza para los programas sociales, la sostenibilidad del medio ambiente y la justicia social en las Américas. Una vez más, al igual que en acuerdos anteriores como el TLCAN o la OMC, este tratado de libre comercio no contendrá en el texto principal ninguna garantía que proteja a los trabajadores, derechos humanos, seguridad social o normas sanitarias y ambientales. Una vez más, la sociedad civil y la mayoría de los ciudadanos, que desean un tipo diferente de acuerdo de libre comercio, han sido excluidos de las negociaciones y no pudieron participar en las deliberaciones de la ciudad de Quebec (Canadá) en abril de 2001, ni en las siguientes reuniones de 2002 a 2005. No obstante, nunca ha estado en juego tanto para los pueblos de las Américas; parece ser que una confrontación es inevitable (Barlow, 2002, p. 50)15.

El Área de Libre Comercio de las Américas es el nombre que se da al proceso de expansión del TLCAN hacia los demás países del Hemisferio Occidental, con excepción de Cuba. Con una población de 800 millones de habitantes y un PIB combinado de 11 billones de dólares, el ALCA conformaría la zona de libre comercio más grande del mundo. Si los informes provenientes de los grupos de negociación encargados de los elementos clave del acuerdo son correctos, este será el acuerdo de libre comercio de mayor envergadura del mundo, con alcance sobre todos los aspectos de la vida de los ciudadanos de las Américas.

El ALCA fue lanzado por los 34 líderes de Norte, Centro y Suramérica y del Caribe durante la Cumbre de las Américas celebrada en Miami en diciembre de 1994. En esa reunión, el presidente Clinton se comprometió a hacer realidad el sueño del ex presidente Bush de un acuerdo de libre comercio que abarcara desde Anchorage hasta Tierra del Fuego, que vinculara las economías del hemisferio y profundizara la integración de los países con fundamento en un modelo de libre comercio como el del TLCAN. No obstante, hubo poco progreso real hasta la siguiente cumbre de las Américas, realizada en Santiago de Chile en abril de 1998, momento en el cual los países establecieron un comité de negociaciones comerciales (CNC), compuesto por los viceministros de comercio de cada país.

Con el apoyo de un comité tripartito, integrado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la OEA y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), se establecieron nueve grupos de trabajo encargados de las áreas principales de las negociaciones: servicios; inversiones; compras del sector público; acceso a mercados (cobertura de aranceles, medidas no arancelarias, procedimientos aduaneros, reglas de origen, normas y barreras técnicas contra el comercio); agricultura; derechos de propiedad intelectual; subsidios; antidumping y derechos compensatorios; política de competencia y solución de controversias (Barlow, 2002, pp. 50, 51, 52). De todas maneras, la oferta de crear el ALCA, conocida además como el “espíritu de Miami”, ha sido considerada prioritaria por las administraciones de Clinton y Bush; esto explica la intensidad de las reuniones del TLC con los países de América Latina en 2004 y 2005 (Kartz, 2002, pp.127, 140)16.

Los procesos de integración en América Latina

Los procesos globalizadores en América Latina tienen su antecedente histórico en las fases del proceso de integración latinoamericana que en 1960 logra el Tratado General de Integración Económica Centroamericana, cuyo convenio instituye el Mercado Común Centroamericano (MCCA). Además, en 1965 se constituye la Asociación de Libre Comercio del Caribe (Carifta/Caribbean Free Trade Association), hecho que representa el primer esfuerzo de consideración de países que fueron colonias del Reino Unido en el Caribe y que hacen parte de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth).

Siguiendo con lo anterior, en 1969 se crea el Grupo Regional Andino (GRAN), hoy Comunidad Andina de Naciones (CAN), suscrito por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile (Venezuela no compartía el texto del acuerdo y, por tanto, no lo firmó). En 1980 se crea la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), suscrita en Montevideo por once países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela). En 1988 se firma un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Canadá, conocido con la denominación Free Trade Area (FTA).

En 1990, durante el gobierno de Bush padre, se impulsa la propuesta de creación del ALCA, con la llamada Iniciativa de las Américas. Durante 1991, con el Tratado de Asunción, se constituye el Mercado Común del Sur (Mercosur), conformado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. En 1991, en Guadalajara (México), se establece la Cumbre Iberoamericana de Naciones, conformada por 23 mandatarios de naciones latinoamericanas, junto con España y Portugal. En 1994 se establece el TLCAN, conocido también como NAFTA/ North American Free Trade Area, con el cual se crea una zona de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México.

Según el profesor Palomares, la red de tratados subregionales y bilaterales ha llegado a tener tal amplitud que, si se cumple con los términos acordados y se avanza en algunas de las negociaciones en curso, como las que sostienen Mercosur y la CAN, se conformaría una zona de libre comercio regional entre 2005 y 2010. Todos estos elementos positivos han logrado crear un clima de optimismo con respecto al futuro de la integración de América Latina, pero, sin embargo, es necesario señalar que para la mayoría de los países de la región sus principales socios comerciales se encuentran fuera de ella y, en consecuencia, sus políticas se diseñan tomando en cuenta factores ajenos a las necesidades del proceso de integración.

De hecho, las políticas de apertura y estabilización, que permitieron la revitalización de las corrientes comerciales y de los acuerdos de integración, en la mayoría de los países fueron adoptadas por razones independientes de la integración regional y sin que mediaran negociaciones entre ellos. Solamente después de que tales políticas fueron adoptadas, como medio para enfrentar el problema de la deuda externa y obtener la colaboración de la comunidad financiera internacional, se empezaron a apreciar y aprovechar sus potencialidades para promover un acercamiento entre los países de América Latina y el Caribe (Palomares, 2004, p. 185)17.

Una excepción importante a esta observación es el caso de Mercosur, en donde la voluntad política de integración precedió la adopción de tales políticas. Desde sus inicios, ese proceso fue asumido como un esfuerzo para crear un espacio económico conjunto mediante la complementación en sectores productivos clave y la cooperación para constituir un ambiente propicio para el desarrollo, en un marco institucional democrático.

En términos generales, es necesario tener en cuenta, como una cuestión previa determinante, que la integración no ha sido un asunto prioritario para la formulación de las políticas de los países de América Latina y el Caribe. A pesar de que su importancia de mediano y largo plazo ha sido reconocida y expresada por los gobiernos, los círculos académicos y las fuerzas sociales, asuntos más urgentes han copado la atención. Las situaciones inflacionarias, los problemas de balanza de pagos, el estancamiento de los sectores productivos, el problema del servicio de la deuda, la apertura económica, la definición del papel del Estado en la economía, la reducción de los déficit fiscales y las políticas de empleo y de ingresos han sido el centro de las preocupaciones.

En las dos épocas de avances significativos en el proceso de integración latinoamericana, los años 60 y los 70, los acercamientos entre países han estado ligados a un modelo determinado de política económica. Pero, en cada caso, a un modelo diferente. En los 60 se trataba de la ampliación de mercados mediante una regionalización de las políticas de industrialización y sustitución de importaciones que se llevaban a cabo en el ámbito nacional. En los 90 han sido las políticas de apertura y el predominio de las dinámicas del mercado los que han servido de base para impulsar la integración, dentro de una concepción de regionalismo abierto y de inserción activa en los mercados internacionales.

En los años 60 la difusión del modelo imperante, a través de los instrumentos de integración, tomó la forma de la programación conjunta y los acuerdos de complementación económica. Estos últimos mecanismos fueron precisamente los que tuvieron menos éxito en los esfuerzos iniciales de integración. Su incidencia en las políticas nacionales, y en intereses con capacidad para hacerse oír internamente, dificultó el avance de la complementación y de la programación conjunta e hizo más complejas las negociaciones que se emprendieron para llevarlas a la práctica.

Posteriormente, las crisis económicas internas que vivieron la mayoría de los países de América Latina y el Caribe durante la década de los 80, y los cambios de orientación de política originados en esas crisis, llevaron a que se abandonaran casi por completo tales mecanismos y se reformaran los esquemas de integración, después de que estos sufrieran traumas internos que los llevaron a su parálisis y, en algunos casos, casi a su desaparición. Los logros que pueden atribuirse a las políticas económicas emprendidas durante los 90 en relación con la estabilización de las economías, recuperación de las tasas de crecimiento y atracción de capitales han contribuido a su prolongación en el tiempo.

Sin embargo, tales beneficios también han representado costos que abarcan, en varios casos, desde las crisis de los sistemas financieros hasta el aumento del desempleo y una mayor distorsión en la distribución del ingreso. La característica común de las políticas de los años 90 ha sido la de promover el predominio de los mecanismos de mercado y la reducción del papel del Estado en la dirección de la economía. En este sentido, ha habido una tendencia hacia un progresivo menor protagonismo del Estado, a menudo promovido por la acción de los propios Estados.

No obstante, muchos de los problemas que afectan a las sociedades de la región requieren la participación y el buen funcionamiento del Estado. Así lo reconoce, por ejemplo, el Banco Mundial cuando afirma: “la historia ha mostrado reiteradamente que un buen gobierno no es un lujo sino una necesidad vital. Sin un Estado efectivo el desarrollo sustentable, tanto económico como social es imposible” (Palomares, 2004, pp. 164, 165)18.

Palomares precisa, en relación con los procesos de globalización, integración y cooperación en América Latina que la celeridad e intensidad de los cambios derivados del proceso de globalización, así como la multiplicidad de actores y foros de negociación simultáneos han introducido transformaciones profundas en la orientación, el diseño y la instrumentación de las relaciones internacionales en América Latina en los últimos 15 años.

Estas transformaciones, que afectan a Estados Unidos y sus relaciones hemisféricas, se suman a los nuevos paradigmas que sustentan las políticas domésticas de desarrollo, también emprendidas hace aproximadamente 10 años, en grados y ritmos distintos. En los nuevos contextos políticos y económicos, nacionales e internacionales, se ha vuelto imprescindible articular las políticas internas de desarrollo y modernización con los objetivos e instrumentos de las políticas exteriores. Las agendas de ambas políticas, tal como se evidencia en materia de relaciones políticas, comerciales, financieras, o de consolidación de los esquemas de integración regional, se mezclan y se retroalimentan constantemente.

La integración no solo significa una mayor interdependencia entre economías y sociedades que la emprenden; también puede llegar a determinar el tipo de desarrollo que tendrá cada uno de los países participantes, de acuerdo con cuál sea el alcance y profundidad de los esquemas que se adopten. En este sentido, cada uno de ellos tiende a proponer un modelo de desarrollo social y económico, con repercusiones sobre quienes actúan en cada sociedad. La capacidad que tenga cada modelo para funcionar y ser aceptado por las distintas sociedades internas es una de las condiciones necesarias para el éxito de la integración (Palomares, 2004, pp. 120,121)19. De este análisis se confirma que la integración es un instrumento de desarrollo que tiene varios grados de intensidad, que en un comienzo fue el recurso de los países pequeños que aspiraban a mejorar la estrechez de sus mercados, pero hoy estos instrumentos integradores hacen parte del proceso globalizador.

En este mismo contexto internacional y de los efectos de la globalización, Palomares expresa que la articulación mundial ha sido formulada como la integración en un solo sistema de diferentes ámbitos de relación. Los espacios políticos y económicos internacionales, regionales y nacionales se conciben como componentes de un solo mercado y como compatibles entre sí. La globalización se considera alternativamente como una tendencia, una realidad o un objetivo. Si bien la tendencialidad es innegable, aún se está lejos de que se convierta en una realidad. Las economías nacionales y regionales mantienen vigencia práctica y en ellas se originan la mayoría de las políticas, regulaciones y normativas que rigen la vida económica nacional e internacional.

En diferentes análisis y discusiones se ha tendido a dar por supuesto que las diferentes opciones de relación o de integración son compatibles o complementarias entre sí. Se plantea que se estaría avanzando hacia un sistema de liberalización general de las relaciones económicas, y en particular de las comerciales, con vinculaciones crecientes en los ámbitos regionales y subregionales. Sin embargo, no se han formulado explícitamente cuáles son las condiciones necesarias para que tal compatibilidad sea posible.

Asimismo, deberían prevalecer enfoques integrales en el momento de definir posiciones nacionales en el marco del ALCA, donde no sería conveniente perder de vista que la idea de una zona de libre comercio hemisférica es tan solo una pieza dentro del conjunto de elementos políticos, económicos y sociales que han conformado las declaraciones presidenciales de las cumbres americanas. La posibilidad de que en un futuro no tan lejano se celebren negociaciones multilaterales intersectoriales, donde participen las empresas como principales protagonistas, desplazando a los gobiernos del papel central en las negociaciones, incita a visualizar nuevas relaciones entre sector público y sector privado en la formulación de las políticas interiores y exteriores.

La inserción exitosa de los países de América Latina y el Caribe en la economía globalizada dependerá de la competitividad de sus empresas y de sus exportaciones; de sus tasas de crecimiento; de las inversiones extranjeras que logre captar, y de su solvencia y credibilidad en los mercados de capital, pero dependerá también de la calidad de sus políticas exteriores, de su capacidad para llevarlas a cabo en función de modelos de desarrollo propios, tomando como referencia fundamental la identidad singular de la región (Palomares, 2004, pp. 149,150)20.

En el proceso globalizador de las cumbres es bueno ver la globalización como un proceso complejo, porque a él se integra lo económico, lo político, lo social y lo cultural, involucrando y afectando a todos los países del mundo; es una realidad en la que nos encontramos inmersos, sujetos muchas veces sin el querer de muchas naciones a los efectos producidos por este fenómeno de mundialización. Hasta ahora para los países del sur muchos de estos efectos han sido nefastos o perversos; han aumentado el desempleo, la pobreza y la indigencia, en lo que se ha llamado la gestión capitalista de la crisis.

Ahora bien, esta gestión capitalista de la crisis, que en parte depende de las funciones de las instituciones internacionales (FMI, Banco Mundial y, especialmente, la OMC) produce sus víctimas: las clases populares y los pueblos más vulnerables del sistema mundial. Estas instituciones están sujetas al llamado ajuste estructural, cuya única finalidad es la de asegurar la continuidad del pago de la deuda externa del Tercer Mundo (Amin y Herrera, 2000, p.12).

Ramoneda considera que el diagnóstico de Stiglitz es contundente: la globalización actual no funciona. Muchos millones de personas han notado cómo su situación empeoraba y cómo sus empleos eran destruidos y sus vidas se volvían más inseguras; se han sentido cada vez más impotentes frente a fuerzas más allá de su control, y han visto debilitadas sus democracias y erosionadas sus culturas (Ramoneda, 2002, p. 89).

Los argumentos de Stiglitz podrían resumirse así: la globalización alberga un potencial enorme y puede ser benéfica para todos. Si no lo es todavía, es porque está pésimamente gobernada. Buena parte de la responsabilidad recae en las organizaciones internacionales: el FMI, el Banco Mundial y la OMC. El FMI es el más malo. Sus políticas tienen una doble ceguera: la ideológica y la de la incompetencia. El dramático cambio hacia la mala economía y la peor política fue en los 80. Reagan y Thatcher lanzaron la gran batalla ideológica a favor del fundamentalismo del mercado, y el FMI y el Banco Mundial se convirtieron en nuevas instituciones misioneras, a través de las cuales esas ideas fueron impuestas sobre los reticentes países pobres que necesitaban con urgencia préstamos y subvenciones.

La austeridad fiscal, la privatización y la liberalización de los mercados, los tres pilares del Consenso de Washington, se convirtieron en verdades ideológicas incontestables. De este modo, el FMI fue abandonando la misión para la que fue fundado: la estabilidad económica global, y se convirtió en el instrumento que garantiza los intereses del capital financiero internacional (Ramoneda, 2002 pp. 89,90). El neoliberalismo aplicado por estos organismos financieros inició el proceso de debilitamiento de las rigideces sindicales, el liberalizar precios y salarios, reducir el gasto público y los servicios sociales.

Los recientes procesos de globalización capitalista han demandado la reconstitución del mundo del trabajo, la desestructuración del Estado de bienestar y su reducción. Tales cambios se dan paralelamente a la denominada flexibilización del mundo del trabajo, que supone no solo la reducción de las prestaciones alcanzadas por la lucha de los sindicatos, sino también la aparición de medias jornadas de labor y otra serie de formas y condiciones de contratación; estas, no solamente han implicado un debilitamiento de las condiciones laborales, sino también la transformación de la clase obrera. El sindicalismo en América Latina ha reconocido que no estuvo preparado para enfrentar tales cambios y que la relativa facilidad con la cual se impusieron las medidas obedeció a su incapacidad para leer las transformaciones políticas y económicas (Urrego y Gómez, 2000, pp. 161, 162).

Los fenómenos de globalización encierran una paradoja. La salud de los trabajadores es un requisito del desarrollo, pero este deteriora la salud. La introducción de nuevas maquinarias y sistemas de administración de la producción (tecnologías duras y blandas) puede traer diversas consecuencias: por un lado, avances en la protección de los trabajadores en cuanto a los factores de riesgo a que se ven sometidos, incorporando criterios ergonómicos a los sistemas de producción; por otro, desmejoramiento de las condiciones de salud de los trabajadores, al verse abocados al manejo de materiales y técnicas desconocidas. Por último, en aquellas empresas que son desplazadas por la competencia internacional, o en aquellas que optan por descentralizar los procesos que no hacen parte del eje de sus líneas de producción, puede generarse un deterioro de sus condiciones de vida y trabajo (Briceño 2000, p. 145).

La globalización propiamente dicha en un fenómeno histórico reciente, impulsado por las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, la multipolarización del sistema de producción y el aumento de los intercambios a escala mundial. Ezequiel Ander-Egg considera que es asimétrica, porque unos globalizan, marcando las orientaciones y ritmos del mercado y la inversión, no por imposición imperialista, sino como consecuencia del poderío de las multinacionales y de los grupos financieros; y otros son globalizados o, mejor dicho, quedan atrapados en la marea globalizadora, con notables efectos en amplios sectores de la población.

Lo mismo que el proceso de planetarización/mundialización, la globalización podría llevarse a cabo desde otros valores, pero la realidad es que los procesos de mundialización, en parte, y en la totalidad el proceso de globalización, se han realizado dentro de la lógica del sistema capitalista. No distinguir entre el proceso de mundialización/ planetarización y la globalización es un grave error de análisis y de perspectiva prospectiva. También hay que distinguir entre neoliberalismo y globalización; este proceso podría proseguir en el futuro, conforme con otros postulados o, al menos, como ya se insinúa, a través de ciertas señales, corrigiendo las aberraciones del neoliberalismo (Ander-Egg, 1998, pp. 11,12).

Por algunas de las razones anteriores, la hipótesis del fortalecimiento de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, precedente de un verdadero modelo globalizador, es ver hasta dónde es un verdadero modelo y globalizador. Es cierto, como dice Ander- Egg, que la globalización se puede llevar a cabo desde otros valores. Por la lectura de documentos producidos por las cumbres iberoamericanas, al menos en la formulación documental de los principios básicos de la política exterior iberoamericana, aparece la defensa de los derechos humanos y libertades fundamentales, pieza básica en la política exterior española, que en el caso iberoamericano se ha manifestado repetidamente con el voto a las pertinentes resoluciones de la ONU y la ayuda que siempre se ha prestado a los relatores o misioneros de la citada organización.

Otro principio es el rechazo al uso de la fuerza y la militarización, y el apoyo a los procesos de democratización y pacificación en el área iberoamericana en el contexto de la democracia representativa; asimismo, el respeto al derecho y seguridad internacionales, elementos claves de nuestra era. Se ha reiterado también la defensa del libre intercambio y se ha rechazado, de forma enérgica, la aplicación de medidas coercitivas unilaterales, incluida la ley Helms-Burton. Es igualmente importante la modernización del Estado, proceso en el cual las naciones iberoamericanas deben apoyar reformas de las instituciones que doten a los países del continente de administraciones públicas más ágiles, más eficaces y con cada vez mayor presencia ciudadana.

En cuanto al respaldo a la superación de la crisis económica, y los procesos de integración regional a través del diálogo político y la cooperación económica, España ha servido de intermediaria con la Unión Europea para solicitar ayuda a algún país de Iberoamérica que la necesite. La presentación y defensa de los intereses de América en Europa está encabezada por España y Portugal, en primer y segundo lugar, respectivamente. A pesar que Latinoamérica nunca ha sido una prioridad europea, sí ha comenzado a ganar importancia ante la Unión Europea, gracias al ingreso español y portugués en 1986.

La democracia en el espacio iberoamericano

Las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno han servido para ganar en la creación de un espacio iberoamericano para el siglo XXI donde se puedan dilucidar gran parte de los problemas de la región y se logre cimentar una cooperación estrecha que beneficie mutuamente a las naciones. Este proceso iberoamericano contribuye, de una u otra forma, a la cooperación política y económica entre los 22 países y a buscarle salida conjunta a problemas de deuda, analfabetismo, pobreza, salud y educación (Pico de Coaña, 1996/1997, pp. 39,41).

La globalización, a diferencia de lo anterior, es un proceso histórico cuyo diseño se fundamenta en una concepción ideológica neoliberal, en el cual los principios necesariamente reflejan ese modelo neoliberal; los postulados de este modelo son: a) el mercado, que debe funcionar con libertad total y sin regulación, es la absolutización de las leyes del mercado; es la panacea que resuelve todos los males económicos, sociales y políticos; b) la rentabilidad es el criterio de actuación; esto significa la primacía de los intereses económicos y empresariales por sobre las necesidades de las personas, la petición social y los intereses colectivos.

De estos dos postulados se derivan tres principios operativos: a) producir con eficacia, para hacer más rentables las empresas; b) consumir con opulencia, para dinamizar el mercado; c) ponerle precio a todo: la ayuda social y los servicios sociales deben tener un costo (Ander-Egg, 1998, pp. 12,13).

A simple vista, los principios básicos de la política exterior iberoamericana difieren, al menos en los documentos, de los contenidos y prácticas del modelo neoliberal globalizador. En condiciones de colaboración mutua se ha formulado, desde la Sexta Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobierno de Santiago de Chile, la gobernabilidad para una democracia eficiente y participativa, donde se plantea que las instituciones deben fortalecerse mediante una reforma de la administración pública y la descentralización del Estado. Para acentuar la democracia se recomienda la independencia de poderes, su mutuo control, las libertades de expresión, reunión y las elecciones libres y periódicas (Pico de Coana, 1997, pp. 35-36).

El espacio iberoamericano, a diferencia de la globalización neoliberal, que es asimétrica y está promovida por el FMI, el BM y el BID, sirve para impulsar la firma de tratados generales de cooperación y amistad (TGCA), y de esta manera canalizar la cooperación española bilateral con los países iberoamericanos. Así, se comparte una misma estructura básica y se desarrolla en sus articulados los ámbitos de cooperación política, económica y financiera, técnica y científico-tecnológica, cultural y consular. Por otra parte, se instituye una comisión de alto nivel, presidida por los ministros de Asuntos Exteriores, que recoge las conclusiones mixtas de los cinco sectores y coordina el seguimiento y aprobación de los proyectos Estos tratados, además, se acompañan de un protocolo económico y financiero y de un acuerdo de cooperación, en los que se prevé la concesión de créditos en condiciones ventajosas. Cuán distintos estos de los préstamos del FMI y el BM en el concierto global.

En Madrid, durante la Segunda Cumbre Iberoamericana, se delimitó el principio básico de democracia representativa como parte formal de la democracia liberal, misma que ha primado en estos países desde que se establecieron las repúblicas independientes del siglo XIX y todo el siglo XX. Esta democracia representativa anduvo un largo camino que muchas veces se vio interrumpido por los gobiernos de facto, los cuales la desmontaron y a cambio impusieron dictaduras que violaron gran parte de los derechos humanos y las libertades fundamentales de los pueblos de la región.

El proceso latinoamericano de democracia representativa – dictadura – parlamento - gobiernos de facto, se puede analizar como la pérdida del nivel alcanzado; así lo expresa Cunnigham refiriéndose a la democracia que es gradual, pues el motivo principal para preferir el enfoque por grados radica en que este permite orientar la teoría y la práctica política hacia el objetivo de hacer progresar la democracia en la propia sociedad, al reconocer que siempre es posible elevar su nivel (o que también existe el riesgo de perder el nivel alcanzado). De manera muy somera, pensamos que se puede hablar de un progreso en democracia cuando un número cada vez mayor de personas logra obtener un control efectivo sobre el ambiente social en que vive, en comparación con el pasado.

Este enfoque no es compartido por algunos críticos radicales de sus sociedades que, ya sea en el Este o en Occidente, no quieren admitir que la política gubernativa u otras características de las sociedades que critican (por lo demás, justamente) pueden contener siquiera una mínima medida de democracia. Podemos objetar estas críticas anotando que, según nuestros planteamientos, así como toda la sociedad contiene siempre algún grado de democracia, del mismo modo presentará, sea como fuere, cierto grado de no-democracia, y, bajo este aspecto, será posible reconocer las eventuales características antidemocráticas de un régimen (Cunnigham, 1989/ 2001, p. 174).

Paredes argumenta, refiriéndose a la afirmación de Cunnigham, que la democracia es una cuestión de grados: existen Estados y sociedades más democráticos que otros. Claro está que la comparación solo es posible sobre el presupuesto de considerar la democracia como concepto unívoco. Para no incurrir en pedantería académica, explicaremos el sentido de tan extraño término del modo siguiente: desde el punto de vista de la filosofía liberal, el vocablo democracia sola designa la democracia representativa que existe en los países capitalistas. Todas las demás formas de gobierno son consideradas totalitarias, o regímenes dictatoriales.

En cambio, el marxismo-leninismo sostiene que la verdadera y única democracia es la socialista (dictadura del proletariado), y por tanto, las sedicentes democracias liberales son solo formas disimuladas de la dictadura de la burguesía. Si partimos de estas dos concepciones fundamentalistas, el término democracia aparece con significados distintos y hasta opuestos, de modo tal que cuando lo emplean en sus discursos, unos y otros aluden a cosas diferentes. En este caso se dice que estamos ante un término polisémico, esto es, que tiene varios sentidos.

Por el contrario, cuando afirmamos que la democracia es un concepto univoco, ello quiere decir que solo tiene un significado. Por consiguiente, no sería justo afirmar que una cosa es la democracia burguesa, y otra totalmente diferente la democracia proletaria. La democracia no es una sustancia determinada constituida por unos elementos dados y fijos. En realidad, es un proceso histórico con distintos ámbitos de desarrollo. Como señala Cunnigham, es una cuestión de grados. En consecuencia, podemos decir que en la sociedad colombiana del siglo XX hay más democracia que en la del siglo XIX, que en Francia hay más democracia que en Perú, o que en una sociedad comunista habría más democracia que en una capitalista (por supuesto, no aludimos a la desmoronada sociedad soviética).

Esto también significa que la democracia social es un nivel superior a la democracia política, o que la democracia participativa es un nivel más alto que la representativa, y podemos hablar de la democracia económica, de la industrial, etc. Por tanto, la democracia gradual no se identifica con ningún sistema social ni régimen político; ni con el capitalismo, ni con el socialismo, ni con el comunismo, ni con cualquier eventual formación social (Paredes, 2001, pp. 112,113).

En el caso colombiano, al igual que en la mayoría de los Estados latinoamericanos, existe la concentración del poder del ejecutivo, en condiciones tales que parecen más repúblicas monárquicas que Estados republicanos. El político colombiano Alfredo Vázquez, haciendo un comentario sobre el pensamiento de Miguel Antonio Caro, redactor de la Constitución Política colombiana de 1886, señala que este país estaría desde entonces (promulgación de la Constitución de 1886), gobernado con arreglo al sistema presidencialista dentro de un Estado de contornos cesáreos; una república monárquica, si se nos permite la paradoja, o una monarquía republicana (1979, p. 196).

La gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos han utilizado el principio de democracia representativa para sus propias conveniencias, y han viciado los procesos de elección popular, con el único propósito de mantenerse en el poder partidariamente, gobernando con los copartidarios contra los ciudadanos, en el más descarnado clientelismo, el cual favorece los intereses de sus electores cautivos.

Por otra parte, el filósofo italiano Norberto Bobbio, siguiendo a Kelsen, concibe una teoría de la democracia con el método que se opone: en cuanto contrapuesta a todas las formas de gobierno autocrático, esta democracia está caracterizada por un conjunto de reglas primarias o fundamentales que establecen quien está autorizado para tomar decisiones colectivas y bajo qué procedimientos (1986).

Aunque en los últimos años Bobbio ha sugerido otras caracterizaciones de los sistemas democráticos (la democracia como mercado y como compromiso), su planteamiento sobre las falsas promesas: el nacimiento de la sociedad pluralista, la reivindicación de los intereses, la persistencia de las oligarquías, el espacio limitado, el poder invisible y el ciudadano no educado, permite abrir la discusión sobre el desdoblamiento de la teoría normativa, por un lado, y la teoría empírica, por otro. En efecto, en su famoso El futuro de la democracia, en donde reúne un conjunto de escritos que elaboró a finales de los años 70 y principios de los 80 sobre las llamadas transformaciones de la democracia, señala que la vaguedad de este término ha dado lugar a las más diversas interpretaciones (piénsese, por ejemplo, desde la derecha, el libro de Vilfredo Pareto, Transformazione della democrazia, escrito en 1920, que es un verdadero arquetipo de una larga e ininterrumpida serie de lamentaciones sobre la crisis de la civilización; o bien el libro de Johanes Agnoli, Die transformationen der Democratie, escrito en 1967, típica expresión de la crítica extraparlamentaria).

El término democracia será usado por Bobbio en un sentido axiológicamente neutro, sin atenerse a un significado positivo o negativo, aunque aclarando que la pertinencia de su uso es para evitar hablar de crisis de la democracia, porque crisis hace pensar en un colapso inminente: en el mundo la democracia no goza de óptima salud y, por lo demás, tampoco en el pasado pudo disfrutar de ella, sin embargo, no está al borde de la muerte. (Orozco y Dávila, 1997, pp. 62,63).

Hoy se viene manejando por parte de un sector de teóricos y politólogos el concepto de democracia participativa. En América Latina y en la Comunidad Iberoamericana de Naciones no se ha tenido experiencia participativa, pues sus cartas fundamentales no la tenían formulada, ni mucho menos había interés para desarrollarla. Cuando se abre paso a las reformas económicas y de comercio se plantea la necesidad de darle un impulso político a la democracia participativa, que encuentra en la falta de experiencia histórica su mayor escollo. Las naciones iberoamericanas no tienen historia de democracia participativa, fueron manejadas por constituciones y gobiernos rígidos, centralistas y cesaristas. El camino se hace más difícil y el desarrollo más dispendioso, tiene que ganar experiencia, voluntad política, dejar a un lado los intereses personalistas para construir sólidamente una democracia participativa.

La historia de las cumbres iberoamericanas comienza en 1991, fecha que coincide con el triunfo de la democracia liberal sobre el comunismo disuelto, porque durante medio siglo se nos había contado que existían dos democracias: la formal y la real, la capitalista y la comunista. Giovanni Sartori, en La democracia después del comunismo, plantea que el fin del Estado revolucionario fue la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. La disolución del comunismo presentó un vencedor absoluto: la democracia liberal. Esta alternativa existente entre la formal y lo real la capitalista y la comunista han tenido que estallarnos sobre las manos para que se reconociera su existencia. Pero en este momento, dice Sartori, la falacia está a la vista y todos pueden percibirla. La democracia ha vencido y la democracia que ha vencido es la única democracia real que se haya realizado jamás sobre la tierra: la democracia liberal (Sartori, 1997, p. 72).

En las democracias liberales la participación tiene carácter procedimental en cuanto se encuentra bajo las reglas de juego de los partidos dominantes del país, juego que impulsa los debates electorales como una contienda entre líderes, casi siempre de las clases dominantes, para obtener los votos populares. Aquí están en juego los ideales individualistas, la ciudadanía y la participación, que según Shumpeter no son cuestionados por estos líderes, pese a que muestran que estos ideales eran inadecuados en cuanto a su realización concreta.

Este debate dio lugar a dos teorías rivales acerca de la democracia moderna, la elitista y la pluralista. La teoría de la élite considera a la democracia como un simple medio, no como un fin en sí misma. Rechaza el ideal de la igualdad política y se manifiesta dispuesta a aceptar el hecho de que algunos tengan más poder sobre otros, al tiempo que no hace el menor intento de restablecer el equilibrio. La teoría de la élite también contradice la prohibición de las facciones establecida por Madison y Rousseau. Utiliza los estudios realizados sobre la ignorancia del votante y la apatía, para reivindicarse a sí misma (Shumpeter, 1997, pp. 67,68).

La pluralista o poliarquía, es el gobierno de muchos, que en opinión de Robert Dahl (1992) es la forma que adopta la democracia moderna en Estados Unidos. Este sistema político funciona sobre la base del consenso, lo cual asegura que se consideren los intereses de cada ciudadano y que cada uno obtenga una satisfacción para sus intereses. Las repúblicas latinoamericanas están lejos de los procesos consensuales; antes, por el contrario, carentes de un cambio democrático donde los intereses del ciudadano no son tenidos en cuenta, los latinoamericanos son ciudadanos insatisfechos en su relación Estado-ciudadano.

En Colombia, como en América Latina, no han funcionado los sistemas políticos que se establecen sobre la base del consenso; este le asegura al ciudadano la garantía de sus intereses particulares; por otro lado, los problemas económicos que afectan a la mayoría de la población no se han resuelto por la vía de la concertación entre el gobierno y los representantes legales de las mayorías populares (sindicatos, gremios, asociaciones etc.); lo que existe en América Latina es una peligrosa divergencia entre las élites dirigentes gobernantes y las masas populares gobernadas.

La democracia del capitalismo, producto de la política económica mundial y la multiplicidad de las relaciones existentes, por una parte estrecha vínculos y por otra presenta divergencias, que algunas veces existen entre la totalidad de aquellos afectados por una decisión política, que reciben todo el peso de su aplicación, y aquellos que la formularon dentro de un Estado democrático, quienes reciben los beneficios por ser la élite generadora de recetas reformistas. Al volver la mirada a las cumbres iberoamericanas de naciones, estas van abriendo el camino para el proceso globalizador, esto es, la internacionalización e interdependencia de las economías nacionales en el marco del planeta, que tiende a ser la cerca del gran mercado financiero, monetario, bursátil y comercial: la mundialización de la economía y la política, término utilizado por los franceses.

Si los países latinoamericanos adquieren el compromiso de cumplimiento de los acuerdos de las cumbres iberoamericanas, habrán dado un paso firme en su inclusión en el proceso globalizador.

Conclusión

La globalización de la economía, y con ello de la política, la cultura y la sociedad, no ha sido un fenómeno reciente. Desde el Descubrimiento de América y el Renacimiento de la cultura greco-romana de los siglos XV y XVI, una parte importante del desarrollo de Europa se ha basado en el comercio con regiones lejanas, hogar de otras culturas y otras sociedades.

La ecumenización de la economía se hace realidad gracias al marco de un nuevo orden económico internacional marcado por la creciente liberación del comercio y de los capitales, dando lugar a un nuevo crecimiento económico, pero también a una fuerte inestabilidad cuyos síntomas más ostensibles son las crisis financieras en los países del gran capital, las cuales arrastran a las economías de la periferia.

En el caso de América Latina, la globalización ha sido un proceso integrador y dinámico. A medida que se realizan los ajustes a la economía, se equilibran las fuerzas del desarrollo, pero sin garantizar el bienestar a las grandes mayorías de este continente. Por esto, no estamos de acuerdo con el modelo neoliberal que ha acompañado al proceso globalizador, porque hasta ahora las consecuencias de su aplicación han sido negativas para las naciones en vía de desarrollo. Esta política ha puesto un límite estricto en la función del Estado, impulsa los intereses de negocios privados y justifica la distribución desigual de la riqueza, con la observancia valiosa de que la vida es difícil.


Notas

1 Es la nota introductoria de Estefanía para abordar la manifestación que desde 1989 se ha extendido por la parte del mundo que correspondía a lo que se ha denominado el socialismo real, transformaciones que terminaron privatizando la economía y abriéndola a la mercancía y capitales extranjeros (Estefanía, 2000, p. 9).

2La globalización empieza por el comercio, que aumenta a un promedio de 7% cada año, frente al 2,3%, de incremento de la producción. La intensificación de los flujos comerciales con regiones a menudo lejanas, la deslocalización de las empresas, el desplazamiento de la mano de obra y la liberalización de los movimientos de capitales son algunas de las manifestaciones del fenómeno de la globalización. Ver: Guillochon (2003, pp. 8,10).

3 En esta dirección de análisis, ver: Chomsky (2002, pp. 136,191) y Ramonet (2004b, pp. 121,155).

4 En ese sentido, la globalización en su forma actual significa pérdida de poder de los Estados nacionales y (por el momento) ausencia de cualquier sustituto eficaz. Así lo expresa Bauman (2002, pp. 50,51).

5 Se habla de la tendencia a cuasiprivatizar al sector público. Ver, al respecto Cox (1995, p.81; citado por Garay, 1999).

6 Esta cita contiene la de Cox (1993) y Guéhemo (1999, p. 48).

7 Otros autores profundizan en la esfera política de la globalización: Giraldo (2002b); Estefanía (2002); Havel (2002) —presidente de la República Checa; el ensayo realza los valores morales y un sistema de patrones universales—; Castoriadis (1998).

8 Hay una serie de ensayos compilados por Rueda (1993) que ilustran ampliamente sobre lo divino y lo humano, bordes, pliegues, símbolos e imposiciones, oralidad y región.

9 Para profundizar en la historia del Próximo y Medio Oriente consultar: Stiglitz (2004); Ripoll (1966); Garelli y Nikoprowetzky (1977); Mantran (1976); Chesneaux (1974); Moratinos (1999). Ver, además, ¿A dónde va Israel?, de Ignacio Ramonet; Escribir la historia con tinta verde, de Simón Péres; Una tercera vía para el conflicto israelo-palestino, de Edward Said; La guerra interminable contra Irak (pp.73-101), de Alain Gresh.

10 En relación con la revolución de las finanzas públicas y las comunicaciones y el auge de la sociedad multinacional, ver; Kennedy (1994, pp. 66, 87) y Edwards (1995).

11 Ver, además, Gill y Law (1986).

12 Ver: Petras (2001, p. 90).

13 Se puede profundizar en relación con la revolución de la informática, la prensa y los medios de comunicación en Ramonet (2004a, pp 113-121) y Chomsky (2002a, pp. 69-133; 2002b, pp. 135-153).

14 Jonas (1990, p. 63) señala que durante la era Reagan se llegó a alcanzar en Estados Unidos una de las mayores cuotas de desigualdad social; esta condenaba a más del 10% de la población a la pobreza más absoluta. Sobre la herencia republicana, ver New York Times, 6 de diciembre de 1992, y en idéntico sentido, The Washington Post, 2 de diciembre de 1992, en Palomares (1999, p. 172).

15 Además, se pueden ver: Giraldo (2002a, pp.7-24). En el texto de Giraldo e encuentran los documentos: Área de Libre Comercio de las Américas, Sexta Reunión de Ministros de Comercio del Hemisferio, Declaración Ministerial, Buenos Aires, Argentina, 7 de abril de 2001, pp.25-47; Declaración Final del encuentro Hemisférico de lucha contra el ALCA, ciudad de la Habana, Cuba, 16 de noviembre de 2001, pp. 205-217. Ver, asimismo, Kinlo (2001); Moniz, Un camino hacia el ALCA que pone en peligro el Mercosur (en Barlow, 2002) y Salgado, El Plan Colombia y el ALCA (en Barlow, 2002, pp.101-126).

16 En este artículo se observa como el ALCA es un proyecto estratégico de Estados Unidos, dirigido a consolidar su dominio de la región a través de nuevos mecanismos de protección comercial, mayores controles de la inversión y financieros. Ver, además, Moncayo (2004, pp.11, 31); Sardi ((2004, pp. 120,133), y La Ronda de Guayaquil: Todo a cambio del ATPDEA (2004).

17 Se recomienda consultar el Documento de Estrategia Regional para América Central 2002-2006, elaborado por la Comisión Europea (Doc/com. RSP. América Central de 25/06/2002). En relación con la zona del libre comercio del Mercosur y de la CAN, ver: Fabián, Escobar et al. (2001); Villamizar (2000); Conchello (1994); Nouschi (1999) y Pastrana (2000, p. 541). La razón histórica directa del Mercosur se descubre en los diversos proyectos y procesos de formación de bloques económicos bilaterales y multilaterales asumidos por Argentina y Brasil a partir de 1985, y en las estrechas relaciones de cada uno de estos países con Paraguay y Uruguay. El acta de Iguazú constituyó la primera iniciativa argentino-brasileña de integración comercial, industrial y tecnológica intraregional. Este instrumento fue firmado el 30 de noviembre de 1985 entre los presidentes Alfonsín y Sarney, y se abrió la posibilidad de asociación a Uruguay.

18 Lectura complementaria en Martínez-González (2000) y VVAA. (1998). La economía internacional se caracteriza por tener países que la integran instrumentos o mecanismos que les permiten tratamientos diferenciales; ver: Tugores (1997, p. 149).

19 Ver tipos de integración en Tugores (1997, pp. 149, 150,151; Di Filippo (1996); Krugman y Obstfeld (1995).

20 En la inclusión exitosa de América Latina en la economía globalizadora se recomienda leer: Los peligros del Tratado de Libre Comercio, Estados Unidos-Colombia, Perú, Ecuador, en TLC, la entrega total (2004).

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