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Papel Politico

versión impresa ISSN 0122-4409

Pap.polit. v.14 n.1 Bogotá ene./jun. 2009

 


Reseña del libro La revolución de los santos - Un estudio de los orígenes de la política radical

Book Review of The Revolution of the Saints - A Study of the Origins of Radical Politics

De Michael Walzer, Buenos Aires, Ediciones Katz, 2008, traducción de Silvia Villegas


Víctor Guerrero Apráez*


* Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana; Magíster LL.M de la Universidad de Konstanz, Alemania; consultor nacional e internacional; miembro del Instituto de Derechos Humanos y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: vguez12@yahoo.com




La publicación por primera vez en lengua española del trabajo de doctorado que Michel Walzer presentara hace más de 40 años en la Universidad de Harvard bajo el título de La revolución de los santos, constituye un motivo de regocijo editorial y fruición intelectual que supera las habituales separaciones académicas y disciplinarias. Si bien se trató de su graduación como doctor en Historia, la amplitud de miras y diversidad de fuentes empleadas en su disertación convocaron de modo innovador la historia material y de las ideas, la filosofía política, la teoría de la cultura, el derecho y la teología, en una perspectiva conscientemente polémica en torno a la propia comprensión del proceso de la modernidad.

No solamente por la ambición teórica que animó su trabajo de investigación —dar cuenta de los discursos y sermones que se publicaron en los procesos de configuración política de las comunidades de hugonotes, marianos y puritanos ingleses entre finales del siglo XVI y la conclusión de la Guerra Civil Inglesa—, sino también por su contribución esencial para el entendimiento del surgimiento de la política en sentido moderno, a partir del complejo mental y material de lo que Walzer denomina el radicalismo puritano, el texto rescatado de la primera edición universitaria en inglés revela la decisiva influencia que ha ejercido en todo un vasto conjunto de pesquisas investigativas que hoy recorren dispersos pero iluminadores senderos y permite dilucidar el punto de partida de un autor particularmente relevante en nuestro inicio post-milenario.

La tesis central de Walzer puede enunciarse de manera relativamente simple: la transformación decisiva en los albores de la modernidad que permitió la emergencia de colectividades activa y sistemáticamente convencidas de la imperativa necesidad de transformar la situación reinante, por medio de un trabajo conjunto estratégicamente disciplinado y apoyados en un horizonte conceptual que esbozaba unas nuevas formas de ejercicio del poder y el sentido de la vida individual, fue llevada a cabo por los puritanos —los calvinistas ginebrinos y los predicadores reformados ingleses— que entre 1580 y 1650 modificaron por completo y para siempre las coordenadas políticas europeas.

Este enunciado general se acompaña de otro no menos innovador: en la convencional genealogía de los actores políticos habría que introducir, entre la figura del súbdito y la del ciudadano —bajo la cual suele calificarse el tránsito del mundo feudal al moderno—, una intermedia, la del santo, que a diferencia del virtuoso individual en el sentido de Maquiavelo y de los liberales del siglo XVIII, de acuerdo con la caracterización de Locke, se somete a una rigurosa y atenta disciplina de trabajo colectivo, se apertrecha en los textos bíblicos —reformulados en una perspectiva de auto-legitimación mesiánica y milenarista— y, por último, se encuentra dispuesto a incluir la guerra dentro de los deberes que le competen en su nueva misión política. El santo, en la concepción de Walzer es la bisagra históricamente decisiva que enlaza al súbdito —anclado en la subordinación estamental pasiva— con el ciudadano-sujeto de derechos, que pasará a conformar asociaciones políticas y partidos buscando y justificándose en la producción de riqueza.

Se trata de una aparición fugaz, estrictamente delimitada en términos temporales, pero, sin duda, absolutamente decisiva. Iluminando con ello desde una nueva perspectiva la tesis weberiana acerca de la ascesis protestante como condición del nuevo espíritu capitalista, Walzer acentúa las condiciones sociales y personales de los sectores aristocráticos y populares franceses que harían suyas las doctrinas de Calvino —ese político genial por su ambivalencia— y de los exiliados marianos —los 800 ingleses que huyeron ante las estrictas condiciones impuestas por la reina María— y los puritanos que bajo el reinado de Jacobo I y en número superior a 30.000 abandonaron Inglaterra por el Nuevo Mundo, llevando consigo el radicalismo bíblico leído en clave revolucionaria que les haría fundar un nuevo reino y llevar, generaciones más tarde, al monarca inglés al proceso judicial para condenarlo a la pena capital.

Esa transformación debió pasar por un metódico y exhaustivo trabajo de reformulación e inversión conceptual de las grandes categorías ideológicas —politologemas y teologemas— en las que se asentaba el vetusto orden que el puritanismo exitosamente consiguió cambiar. La primera de ellas fue la gran concepción organológica que todo el pensamiento teológico-político había puesto a punto desde Althusius, en virtud de la cual se concebía el orden social como un cuerpo compuesto de órganos y miembros más o menos coordinados entre sí, cuya puntual adscripción al monarca, los estamentos o los sectores permitía justificar el correspondiente orden vigente. Frente a esta tradición tan fuerte, y de la cual resultaba tan difícil librarse, los autores puritanos (pesquisados en sus sermones, folletos y hojas volantes, cuyo ingente material constituyera el verdadero "trabajo de campo" para Walzer), pusieron a punto la astuta estrategia de insistir sobre la morbilidad o extravío que aquejaba al monarca, no sobre su existencia ni su relevancia.

Como era imposible abandonar esta metáfora corpórea —situarse en ruptura frontal frente a ello hubiera equivalido a sustraerse de su propia aspiración política—, se trataba de afrontarla pero invirtiendo su sentido y finalidad, de manera que hallándose el cuerpo político enfermo por el mal gobierno y el desvarío de sus partes —especialmente el monarca— el sentido estabilizador de la doctrina corporal se transformó en una exigencia de transformación, de cura, e incluso de amputación para poder asegurar su mantenimiento.

Lo que podría ser llamado un campo metafórico derivado, el orden político y social como navío surcando las aguas del tiempo, fue a su vez objeto de un tratamiento estratégico semejante, al sostenerse que la ebriedad y contumacia del capitán bajo cuyo mando avanzaba hacia el abismo el navío de Inglaterra precisaba su sustitución —por el Parlamento— e incluso, el ser arrojado por la borda.

El otro gran frente de disputa sobre el que se cernieron los agitadores puritanos fue el bastión de la influyente tesis de la "gran cadena del ser", cuyos contornos se habían configurado mediante la combinación del legado medieval y sus variaciones renacentistas, ofreciendo un poderoso esquema explicativo, según el cual, el vasto conjunto de cosas, criaturas y fenómenos humanos y sociales se encontraba gradualmente concatenado, en un encadenamiento sin fisuras que se extendía desde las insondables alturas celestes hasta las profundidades materiales. Esta formidable construcción de sentido sirvió de sustento a un universo concebido jerárquicamente, que articulaba sin fisuras el orden político y el divino apuntalando la continuidad e inmunizando contra modificaciones o perturbaciones sociales.

Dentro de su lógica ocupaba un lugar importante la angeología o estudio y dogmática de los papeles y funciones desempeñados por las jerarquías de los seres alados, que comprendía arcángeles, serafines y querubines como agentes causales y unidades explicativas. Esta particular circunstancia le confiere plena inteligibilidad al papel desempeñado por Milton como poeta oficial del movimiento puritano y de sus escritos polémicos sobre la temática de los ángeles, que lejos de constituir una exótica florescencia teórica se inscribía, por el contrario, en el corazón de la discusión política de su época; el gran aporte innovador fue haber transformado conceptualmente la cadena del ser en una cadena de mando que debía ser obedecida bajo la nueva conducción del Parlamento y como condición para imponer en el campo de batalla la supremacía del ejército de los santos puritanos. Este trabajo fue acompañado de un intensa revalorización de la guerra como el expediente necesario para cambiar el curso de las cosas cuyos aguerridos tonos bélicos todavía sorprenden.

En ese marco conceptual, la emergencia de un líder político como Cromwell es el puntal de esta nueva subjetividad colectiva concebida a sí misma como un conjunto de renacidos en la nueva fe de santidad y transformación política, en el mismo sentido que la creación del New Model Army —como ejército parlamentario disciplinado— constituye la construcción de un primer ejército moderno, sometido a unos parámetros de regularización en su actuar. La febril actividad desplegada por los cientos de predicadores puritanos encargados de mantener la moral y devoción de los nuevos ejércitos, así como la profunda convicción de sus integrantes y líderes, que les permitió enfrentar a los ejércitos realistas de Carlos I mientras entonaban cantos bíblicos y mantenían una férrea disciplina militar, contribuye a explicar su eficacia táctica y su triunfo estratégico.

La hondura de su influencia solo puede ser entendida cabalmente mediante la iluminadora explicación que Walzer proporciona del enunciado central de la obra que Thomas Hobbes dedicara a la Guerra Civil Inglesa, "El Behemoth", en la que sostiene, en una argumentación atrevida, que hubiera sido mucho más beneficioso para el reino de Inglaterra ahogar en sus inicios la insurrección atizada por los predicadores puritanos cortando la cabeza de un millar de estos, que haber permitido su avance y radicalización que terminaría finalmente por llevar a las desgracias de la confrontación armada que por una década asolaría la Isla.

Este proceso de radicalización política preludia y adopta rasgos que serían luego actualizados en las siguientes experiencias revolucionarias del jacobinismo francés y el bolchevismo soviético. En este punto el autor se limita a esbozar las homologías estructurales de manera sintética, cuya pertinencia se relieva por los resultados centrales que en el caso inaugural inglés resultaron posibles: la creación de un marco constitucional moderno, la consolidación de un grupo y una conciencia colectiva de actuación política, la regulación efectiva de los ejércitos y una transformación general de las concepciones y quehaceres políticos.

Si bien puede afirmarse, como alguna vez lo sostuviera Borges, que cada obra crea sus propios precursores, podría decirse en el caso de Walzer y su "revolución de los santos", que a la vez, y en algunos casos, una obra crea ex post sus propios continuadores y descubre o redescubre sus pares contemporáneos. Es indudable que la fecunda estirpe weberiana en la que expresamente se sitúa ha sido proseguida en al menos dos corrientes teóricas que han hecho notables aportes en la tarea de avanzar en la compresión de la política moderna. De un lado, la dirección propuesta por Eisenstadt en una amplia perspectiva comparativista, en la que los presupuestos jacobinos o radicales han sido puestos en evidencia en otras culturas muy distantes de la nuestra como la hindú, la judía, y varios países orientales; de otro lado, la muy reveladora investigación emprendida por Sarah Reinhardt Lupton, quien desde la orilla de los estudios culturales y literarios avanza en la dirección renovada por Walzer al pesquisar la figura del "santo" en el opus shakesperiano y los autores isabelinos.

Vista retrospectivamente después del gran caudal de los aportes intelectuales e investigativos producidos en la casi media centuria que nos separa de la fecha de publicación de la tesis doctoral de Walzer, dedicados al desvelamiento de los procesos que dieron origen a eso que llamamos modernidad —desde Löwith y Blumenberg en el ámbito alemán, hasta Foucault y Marramao en el Mediterráneo en las dos décadas de los 60 y 70—, puede entenderse su obra como un registro adicional e indispensable en la inacabada tarea por dar cuenta de lo que hoy somos, mediante la profundización del cómo llegamos a serlo desde la historia de las subjetividades y formaciones políticas radicales en un período decisivo.

No deja de ser sorprendente constatar la subterránea coherencia que vincula el monumental trabajo de Hans Blumenberg en su Die Legitimität der Neuzeit y la deslumbrante genealogía de la mathesis moderna realizada por Foucault en Las palabras y las cosas —ambas publicadas en 1966—, cuyas respectivas e inéditas sendas y sondas exploratorias estuvieron precedidas en un año por el espléndido trabajo de Walzer. Entre los autores mencionados y el texto universitario del historiador se dio una intensa correspondencia intelectual en la común tarea —respecto de la cual convergían desde procedencias y tradiciones teóricas muy dispares— por auscultar los entresuelos de la conformación epistémica, política y subjetiva de esa modernidad que nos dio las libertades, pero también las disciplinas, en un proceso complejo de secularización inacabada y aporética cuyos meandros todavía recorremos.

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