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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.17 no.1 Bogotá Jan./June 2012

 

Vueltas y revueltas del mundo árabe en 2011*

Twists and Turns in the Arab World in 2011

Víctor de Currea-Lugo**

* Artículo de reflexión derivado de investigación.
** Profesor de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia). Doctor de la Universidad Complutense de Madrid. Su último libro es Las Revueltas Árabes: notas de viaje, (2011), basado en sus visitas a Egipto, Jordania, Líbano y Siria durante 2011. decurrea@yahoo.com.

Recibido: 28/02/2012, Aprobado evaluador interno: 20/03/2012, Aprobado evaluador externo: 18/04/2012


Resumen

Ya ha pasado más de un año desde el estallido popular contra los gobiernos árabes. De la sorpresa inicial, tanto entre las columnas de opinión como entre los académicos, se pasó a la formulación de explicaciones creíbles; luego, a la identificación de actores y de agendas y, posteriormente, a la caracterización de las revueltas. Los levantamientos previos en el mundo árabe, las reivindicaciones de los manifestantes, las respuestas por parte de las élites -que conjugaron promesas y represión-, el papel de la otan y la agenda del petróleo y, finalmente, los primeros pasos de las transiciones en los países donde se han dado cambios de gobierno (Túnez, Egipto, Libia y Yemen) son los cinco puntos en los que se centra el presente trabajo, excluyendo de manera deliberada otros debates tales como la "teoría de la conspiración", el islam político y las agendas de los actores no árabes en Oriente Medio (Estados Unidos, Irán, Israel y Turquía), temas que serían objeto de futuros trabajos. Parte del análisis está basado en visitas del autor durante 2011 a Egipto, Jordania, Líbano y Siria.

Palabras claves: revueltas árabes, revolución, reformas, Oriente Medio, paz.

Palabras clave descriptor: Revueltas, Reformas políticas, Reformas sociales, Paz, Países Árabes


Abstract

It has been over a year since the popular uprising against Arab governments. After the initial surprise, both among the public opinion and the scholars, followed the formulation of plausible explanations, then the identification of actors and agendas, and finally the characterization of the rioting. The previous uprisings in the Arab world, the demands of the protesters, the responses from the elites who combined promises and repression, the role of nato and the agenda of the oil and, finally, the first steps of transitions in countries where there have been changes of government (Tunisia, Egypt, Libya and Yemen) are the five points of this work. We deliberately exclude here other debates such as "conspiracy theory", the political Islam, and the agendas of non-Arab actors in the Middle East (United States, Iran, Israel and Turkey), issues that would be subject to future work. Part of the analysis is based on author visits to Egypt, Jordan, Lebanon and Syria in 2011.

Key Words: Arab Revolts, Revolution, Reforms, Middle East, Peace.

Keywords Descriptor: Revueltas, Political reform, Social reform, Peace, Arab countries

SICI: 0122-4409(201206)17:1<269:VRMARA>2.0."TX;2-F


Estoy de viaje, madre. Perdóname. Estoy perdido. La culpa es de la época en que vivimos, no me culpes. Ahora me voy y no voy a volver. Fíjate que no he llorado, no han caído las lágrimas de mis ojos. No hay más espacio para reproches o culpa en la época de la traición...

Mohamed Bouazizi
En su muro de Facebook, poco antes de suicidarse.
Túnez, 17 de diciembre de 2010

Los antecedentes de las revueltas actuales

La población árabe casi se ha triplicado desde 1970, pasando de 128 millones a 359, proceso que se ha visto acompañado de un elevado proceso de urbanización, altas tasas de desempleo (especialmente entre los jóvenes) y un aumento de los niveles de la educación (especialmente entre las mujeres) (Mirki, 2010).

El mundo árabe no empezó a levantarse en diciembre de 2010. Esta es solo una fase más de una serie de protestas que podrían empezar con el levantamiento contra el Imperio Otomano, aprovechado por Inglaterra para hacerse a unos aliados que luego traicionaría. Luego de la Primera Guerra Mundial, vinieron nuevas protestas como la "Gran Revuelta Siria" de 1926 contra los colonizadores. En Egipto, en enero de 1952, tuvo lugar el "Incendio de El Cairo" contra la dominación extranjera (Pommier, 2009, p. 51). De igual manera, los movimientos nacionalistas tuvieron su momento de gloria con el nasserismo, al tiempo que los movimientos socialistas y el panarabismo jugaron un papel relevante.

Esas grandes movilizaciones sociales previas a diciembre de 2010 no se desarrollaron sin dificultad. En Túnez, "las cárceles estuvieron siempre llenas -hoy no lo están- de generaciones de activistas y opositores procedentes de diversas corrientes intelectuales: nacionalistas, socialistas, sindicalistas, comunistas, liberales e islamistas" (El-Nahda, 31 de octubre de 2011).

De los años recientes, cobran importancia las Revueltas del Hambre de 1977 en Egipto, que lograron hacer retroceder en solo tres días al gobierno de Anwar El-Sadat en su política neoliberal de recorte de subsidios. Dichas protestas fueron lideradas por los obreros y los estudiantes (Pommier, 2009, pp. 75-76). Antes de las elecciones de 2005, la plataforma Kefaya (Basta Ya, en árabe) aglutinó parte del descontento contra Mubarak, aunque su naturaleza es bastante variopinta. Las protestas laborales entre 2004 y 2010 fueron más de 3.000 (Lampridi-Kemou, 2011, p. 63), entre ellas, las de los obreros del textil de abril de 2008, origen del Movimiento 6 de Abril, uno de los actores de las revueltas egipcias.

En Siria, el Manifiesto de los 99 (de 2000) pedía el fin del Estado de emergencia, perdón público para todos los detenidos políticos, libertad de reunión, prensa, expresión y garantía de un régimen de libertades. Peticiones en este sentido tuvieron un segundo momento en la Declaración de Damasco de 2005: un grupo de casi trescientos activistas llamaron al gobierno a acabar el Estado de emergencia (vigente desde 1963) y a permitir una mejor libertad de expresión. Entre 2006 y 2008, muchos de los firmantes fueron encarcelados, acusados de "debilitar el sentimiento nacional" (Álvarez-Ossorio, 2009, pp. 182-184). En los años ochenta, bajo el gobierno del padre de Bashar, hubo una insurrección islamista que dejó, variando según la fuente, entre 10.000 y 35.000 muertos por la fuerte represión del gobierno.

En Bahréin, la historia de manifestaciones "se remonta incluso a etapas anteriores a su independencia en 1971. La actividad petrolera y un marcado activismo social derivado de la formación de sindicatos obreros, organizaciones de izquierda, y elementos ideológicos de inspiración nacionalista y anticolonial, propiciaron recurrentes levantamientos populares en los años cincuenta y sesenta" (Mesa Delmonte, 2011, p. 117).

En Libia, hubo disturbios estudiantiles en 1976, reprimidos violentamente por medio de ejecuciones sumarias seguidas de la exposición pública de los cadáveres, a lo que se suma la masacre en 1996 de la cárcel de Abu Salim, donde 1.600 presos fueron asesinados (Gutiérrez de Terán, 2011, pp. 154-155) y cuyos responsables siguen en la impunidad (Human Rights Watch, 2003).

Una parte de los antecedentes de las revueltas es el desarrollo organizativo previo. Organizaciones de diferentes naturalezas han florecido desde los ochentas en el mundo árabe y "cuyo número se estima hoy en cerca de ciento veinticinco mil [...], cuando en 1960 no alcanzaban las diez mil" (Álvarez-Ossorio, Gutiérrez de Terán, 2011, pp. 14-15). Es decir, las revueltas árabes de hoy no son hechos espontáneos, son el producto de un proceso histórico tanto de acumulación de injusticias como de procesos organizativos. Como ya mostraba el pnüd: "Las organizaciones de la sociedad civil árabe han adquirido una mayor presencia, lanzándose al espacio público con una fuerza e impacto cada vez mayores" (United Nations Development Project, 2005). Sin estos avances, el suicidio del joven tunecino Mohamed Bouazizi hubiera podido pasar al olvido.

En el pasado, la Guerra Fría mantuvo atrapados a los pueblos árabes en una dicotomía que solo permitía depender de un bloque, sin que otros movimientos fuera de esa dinámica pudieran florecer. Pero, una vez finalizada la Guerra Fría, el mundo árabe vivió varios desastres que le impidieron superar su relación con los grandes imperios: la guerra de Iraq de 1991, la invasión de Somalia en 1993, incluso los ecos del conflicto yugoslavo en los años noventa y de Afganistán en 2001. Ahora estamos ante una coyuntura tanto interna como externa que permite el florecimiento de las revueltas.

Sin embargo, algunas de esas mismas coyunturas internacionales, como la segunda Intifada palestina y la guerra de Irak de 2003 volcaron al mundo árabe a las calles, lo que constituyó una escuela de apropiación de los espacios públicos y de movilización social. Esta experiencia en la calle, sumada al proceso organizativo creciente y al descontento frente al establecimiento de medidas neoliberales en lo económico y autoritarias en lo político fueron el caldo de cultivo para que fuera posible una serie de revueltas que sorprendieron al mundo, a los líderes árabes y, en sus alcances, a los propios manifestantes.

Las reivindicaciones de la "calle árabe"

Las reivindicaciones podrían identificarse en dos grandes bloques: en el primero, las que apuntan a las libertades políticas, en contra de la exclusión y en oposición a los regímenes de partido único (Siria, Libia, Egipto), el cuestionamiento a los procesos electorales, el derecho a crear organizaciones no gubernamentales, etcétera. En resumen, la agenda de la libertad y la acción política.

El segundo bloque está relacionado con los problemas de inequidad, desempleo, falta de justicia social, carestía de los alimentos, desmonte de los subsidios, etcétera. En resumen, la agenda de la igualdad y la inclusión socioeconómica.

Las consignas de las protestas recogían un sentimiento generalizado. En Egipto, las consignas más usadas fueron: "Pan, libertad y dignidad"1, "El pueblo quiere la caída del régimen", "Mubarak, Mubarak, el avión te espera" (Al Quds al Arabi, 2011, 26 de enero), así como "Abajo Hosni, abajo Gamal", (en relación tanto a Mubarak como a su hijo). En Yemen, miles se han levantado bajo el lema "No a la corrupción, no a la dictadura" (El País, 3 de febrero de 2011). Una de las consignas que se oye en Siria es: "Alá, Siria, libertad".

En Marruecos, las consignas estaban relacionadas con el desempleo y los problemas de vivienda. En Bahréin, son los suníes quienes gobiernan y los chiíes quienes protestan, aunque la consigna que más se oye en la calle es: "Ni suníes ni chiíes, todos somos bahreiníes". Para algunos observadores, por ejemplo, las protestas de Aman solo piden un cambio en la política jordana, pero no un cambio en el régimen (Danin, 1 de febrero de 2011).

Precisamente porque los problemas de libertad e igualdad, así en abstracto, identifican buena parte de las angustias del mundo árabe actual, la aglutinación masiva en torno a estas banderas es posible. Sami Naïr apunta a varios elementos: "La solución es clara: empleo, movilidad social para los jóvenes y democracia participativa" (Ruiz, 27 de marzo de 2011). Otra cosa, diferente, es la discusión sobre los métodos y las vías para la realización de tales banderas, así como la profundidad de los cambios buscados para su garantía.

En el caso de las banderas relacionadas con la falta de libertades, podemos ilustrar con algunos ejemplos2. Siria vive en estado de emergencia desde 1963 y Argelia desde 1992. En Libia, es delito "oponerse a la ideología de la revolución"; en Marruecos, transmitir "información falsa"; en Túnez, "contactar con instituciones extranjeras" y, en Bahréin, ofender al rey. Libia acusa a periodistas de "difamación", sobre la base de un código penal que castiga el delito de "afectar la reputación del país" hasta con cadena perpetua. En Argelia, existe el delito de "difamar a las autoridades", que es usado para perseguir periodistas. En Jordania, se puede hablar pero de acuerdo con los "valores islámicos".

En Argelia, se le impidió a la Liga por los Derechos Humanos hacer su Congreso. Bahréin le prohibió a la Asociación de Derechos Humanos hacer encuentros regionales. En Libia, la única organización permitida era la "Sociedad de Derechos Humanos" de la Fundación Gadafi, presidida por el hijo del entonces dictador. En Egipto, bajo el régimen de Mubarak y gracias a la aplicación de la política de emergencia, fueron arrestadas más de 5.000 personas que pueden ser juzgadas por tribunales militares. En Jordania, una reunión de siete personas puede ser juzgada como contraria al orden público. En Libia, una mujer puede ser acusada de "transgredir la moral" e internada en "centros para la rehabilitación social".

Dentro de este bloque de exclusión política juega un papel relevante la crítica a los sistemas electorales en el mundo árabe: los partidos oficialistas participan en elecciones sin competidor a la vista, ya sea porque este es ilegal o porque el sistema electoral corrupto garantiza el triunfo del partido en el poder, y así "las posibilidades de que las elecciones defenestren a los dirigentes históricos es nula" (Álvarez-Ossorio, 2009, p. 13).

De hecho, los resultados electorales de Túnez y de Egipto son muy dicientes: Ben Ali, un militar de carrera que se hizo a un nombre gracias a su participación en la represión de protestas en los años setenta y ochenta, fue elegido y reelegido en 1989, 1994, 1999, 2002 y 2009. En esta última ocasión, ganó con 89,62% de los votos. Mubarak fue reelegido cinco veces y Buteflika ganó en Argelia de nuevo con el 90%.

En el caso de Libia, desde la revolución de 1969, se había establecido un control policial de cualquier actividad contraria al régimen. Por ley, estaba prohibido el derecho de huelga, de manifestación y concentración; la creación de cualquier partido político se calificaba como "traición a la patria"; un sistema de castigos colectivos para la familia y la tribu a la que perteneciera alguien que actuara contra el gobierno. (Gutiérrez de Terán, 2011, p. 154).

La pregunta es si es posible satisfacer las reivindicaciones de las revueltas árabes de manera aislada y sin tocar las relaciones y las estructuras de poder existentes. Por ejemplo, la participación política no es posible dentro del régimen de partido único; las libertades de las mujeres3, como en el caso de Arabia Saudita, no son posibles sin un fuerte cuestionamiento al modelo teocrático de algunos gobiernos. Por tanto, mantener el modelo de Estado confesional o de partido único es liquidar las revueltas.

En lo económico, Túnez es el ejemplo más diciente: creció en promedio el 5% durante la década pasada, el fmi ponía a Túnez como ejemplo, y en 2007 el Foro Económico Mundial para África lo declaraba "el más competitivo" del continente, por encima de Sudáfrica. 204 empresas públicas fueron privatizadas, pero el desempleo llegó al 36% (Alba Rico, febrero de 2011). Así, el neoliberalismo no fue solución sino una de las causas de la crisis.

Yemen es el país más pobre de la región, con un desempleo cercano al 35% y un 42% de la población por debajo de la línea de pobreza (Central Intelligence Agency, 2011). En Egipto, el aumento significativo del precio de los alimentos se acompañó de una reducción de los salarios, al tiempo que se avanzaba en el desmonte del Estado social: el gasto público en educación pasó del 5,2% al 4% en 2008, todo esto en un país donde antes de dichas reformas la mitad de la población vivía con menos de dos dólares al día (Lampridi-Kemou, 2011, pp. 68-69).

En el caso de Libia, los aspectos económicos más determinantes en la crisis fueron "el aumento del desempleo, la inflación, la carestía de los precios, la falta de expectativas laborales y una corrupción crónica" (Gutiérrez de Terán, 2011, p. 153). Libia registraba, en 2010, el mayor Índice de Desarrollo Humano de África, pero la cifra oficial de desempleo era del 20,7% y un 16% de las familias no tenían ningún tipo de ingreso (Gutiérrez de Terán, 2011, p. 161).

En Siria, la principal fortuna del país es de Rami Majluf, primo hermano del presidente Bashar Al-Asad (Álvarez-Ossorio, 9 de febrero de 2011). Allí, había un Estado social hasta comienzos de los años noventa, cuyas cenizas daban cierta legitimidad a Bashar, pero el proceso de liberalización económica tuvo un auge en 1991, al conceder incentivos fiscales a los inversores privados nacionales y extranjeros y, con el ascenso al poder de Bashar Al-Asad, esta tendencia privatizadora se intensificó (Álvarez-Ossorio, 2009, p. 181). En Egipto neoliberal, los cambios económicos crearon un país de "dos velocidades, en el que se incrementó la masa de los muy pobres" (Pommier, 2009, p. 87). Bahréin sufre de desempleo juvenil, bajos salarios, inflación, elevados costos de vivienda, grandes zonas urbanas marginadas y fallas en el sector salud (Mesa Delmonte, 2011, p. 121).

Así las cosas, el desempleo, la carestía, la pobreza y la falta de oportunidades constituyen buena parte de la agenda de las revueltas. Las consignas contra el desempleo en Túnez y la eliminación de subsidios en Siria no tienen respuesta en un modelo neoliberal. Debido a estas condiciones objetivas del modelo económico y a su impacto en la población, no faltó quien calificase las revueltas árabes de "revoluciones antineoliberales" (Al Jazeera, 24 de febrero de 2011), cuyo eje común no sería el carácter árabe ni islámico sino la necesidad de soluciones económicas (Telegraph View, 1 de abril de 2011). Y dichas soluciones no podrían ser cosméticas: "en los próximos diez años, simplemente para absorber el aumento de la población en edad de trabajar sería necesario crear entre 15 y 20 millones de empleos adicionales en la región" (Barreñada, agosto de 2011). Si la respuesta a la crisis es simplemente maquillar el neoliberalismo, todo indica que habrá revueltas para rato, a pesar de los remiendos de los regímenes árabes.

Es cierto que no hay una agenda homogénea entre los diferentes actores que participan de las revueltas en cada país y mucho menos en la región. Pero sí existe consenso alrededor de los dos elementos ya mencionados: en primer lugar, un rechazo a la política autoritaria, ya sea encarnada en una monarquía histórica, como en el caso de Bahréin; en un líder único, como en el caso de Libia; en un sistema pseudoelectoral, como en Egipto, o en un régimen de partido único, como en el caso de Siria. Por eso, las revueltas podrían calificarse de antiautoritarias, sin que esto necesariamente responda a la pregunta por cuál sería el modelo político alternativo.

El segundo elemento común a todas las revueltas es el rechazo a un modelo económico de privatizaciones, desempleo, recortes en los subsidios estatales y, en general, de reducción del papel del Estado en el control de la economía. Tales medidas han tenido un diferente grado de implementación en la región, siendo mucho mayor el impacto, por ejemplo, en Túnez que en Siria. Pero, a pesar de las variaciones de país a país, el rechazo en las calles a la exclusión social que produjo o que ahondó esta política económica es otra constante. Por tanto, podemos decir que las revueltas árabes son anticapitalistas o, por lo menos, contrarias a la expresión actual del capitalismo: el neoliberalismo.

Los remiendos y violencia del stablishment

Las promesas de cambio no son nuevas en el mundo árabe. Ya advertían, en 2005, las Naciones Unidas: "los gobiernos árabes anunciaron una serie de reformas destinadas a promover la libertad y el buen gobierno, la mayoría de las cuales quedaron en el plano más superficial de sus ambiciosas agendas" (undp, 2005).

La estrategia de la zanahoria y el garrote ha sido una constante en los regímenes durante las actuales revueltas, intentando siempre desmarcarse del escenario regional. Mubarak decidió nombrar un nuevo gabinete de gobierno incorporando tres militares de alto rango (Al Jazeera, 31 de enero de 2011), lanzó mensajes de acercamiento a la oposición, reconoció como legítimas las protestas de los jóvenes (matizando que ahora eran manipuladas), habló de reformar el artículo 76 de la Constitución4 (ya que durante 52 años ha habido un solo candidato presidencial) y prometió no presentarse de nuevo para otro periodo presidencial, todo esto tratando de frenar la creciente ola de protestas, pero eso no fue suficiente para calmar la situación. Mubarak tenía una red de 7 millones de trabajadores públicos a los que les prometió un aumento salarial del 15% a partir de abril y una red de policía secreta que oscila, según la fuente, entre 1,5 y 2 millones. Pero ninguna de esas redes clientelares le permitió sobrevivir a pesar de las promesas.

En Túnez, se anunció un programa de inversiones en empleo apuntando a crear 300.000 empleos, reformas parciales del gobierno, liberaciones de presos políticos, creación de un comité de lucha contra la corrupción, disminución de precios, diálogo con la oposición, etcétera (Martínez, 2011, pp. 32-39). En Bahréin, la "fase blanda" del manejo de las protestas incluyó la liberación de presos políticos, permiso de retorno al país de opositores, orden de crear nuevos empleos, etcétera (Mesa Delmonte, 2011, pp. 124-125).

El gobierno sirio ha tratado con todo: prometer reformas, liberar prisioneros (como hizo Bahréin), promover marchas progubernamentales (como casi todos los gobiernos árabes), subir salarios (como Egipto) y culpar de los muertos a "bandas extranjeras" (como hizo Libia).

En general, cuando no se pudo negar más la realidad de las marchas, se hicieron ofertas, cambios de autoridades locales y del gabinete de ministros (Yemen, Egipto), promesas de aumentos salariales (Egipto), anuncios de modificaciones a los regímenes de emergencia vigentes (Siria) para, finalmente, mantener la situación.

Otra estrategia fue y es organizar marchas progubernamentales, muchas de ellas organizadas por la policía del régimen (Egipto) y otras por las redes clientelares al servicio del gobierno (Yemen, Libia, Siria). Las agresiones directas a los manifestantes por parte de grupos rompehuelgas es una constante (Egipto, Yemen, Siria). Finalmente, la muerte de manifestantes aumentó la furia de los pueblos y los entierros se convirtieron en otra forma de protesta que fue escenario de nuevas masacres (Siria, Yemen, Libia).

El fracaso de la zanahoria dio paso a la represión. El gobierno egipcio contestó con detenciones, cierre de Internet y el envío de grupos pro-Mubarak en plan "rompehuelgas". Primero en Alejandría y luego en el resto del país, grupos pro-Mubarak desplegaron acciones violentas contra los manifestantes.

En Libia, según fuentes médicas, todos los disparos de las víctimas fueron hechos con la intención de matar, no de herir (Al Jazeera, 20 de febrero de 2011). El gobierno de Libia organizó grupos armados encargados de romper las marchas pacíficas y de atacar a los manifestantes (Human Rights Watch, 18 de febrero de 2011) y contó con el ejército, quien usó ametralladoras y morteros contra civiles (El País, 19 de febrero de 2011). Hubo reporte de heridos con cohetes (tipo rpg) (Al Jazeera, 21 de febrero de 2011). Gadafi estuvo listo a matar o a morir como mártir, como lo dijo en su discurso, llamando a la población que le seguía a limpiar Libia casa por casa y citando como ejemplo la matanza de la Plaza de Tiananmen (en China) (Al Jazeera, 22 de febrero de 2011). El resto es conocido por la opinión pública.

La represión en Siria ha ido en aumento. De hecho, el mal manejo de la primera crisis importante, en marzo de 2011, en la ciudad de Daraa, precipitó la actual situación. El acelerador de las actuales protestas fue el manejo policial de una acción juvenil (unos grafitis contra el gobierno) que terminó por convertirse en un acto político de nivel nacional5. La situación no pudo ser por más tiempo reducida a hechos aislados y hasta el propio presidente de Irán llamó a su colega sirio para pedirle poner fin a la violencia y negociar con la oposición (bbc News, 22 de octubre de 2011). Un informe de Naciones Unidas ilustra el elevado nivel de violencia contra las manifestaciones por parte del régimen, basándose en 223 entrevistas con víctimas, testigos y desertores del ejército (Human Rights Council, 23 de noviembre de 2011).

En Yemen, durante los meses de ausencia del presidente Saleh -debido a las quemaduras que le produjo el ataque con cohetes a su palacio- las condiciones de vida se agravaron debido a los continuos apagones eléctricos, la carestía del petróleo y la inseguridad en aumento (Hamad Zahonero, 2011, p. 102).

En Bahréin, la represión de las protestas estuvo a cargo de tropas propias y de la intervención militar de Arabia Saudita, de la que no se habla lo suficiente. En marzo, entraron a Bahréin más de mil miembros de las fuerzas de seguridad saudíes, quienes actuaron contra la población civil sin que hubiera condena alguna por parte de la comunidad internacional, en buena parte debido a la conocida relación de cercanía entre Estados Unidos y Arabia Saudita. La represión incluyó detenciones de activistas, destrucción de cuarenta mezquitas chiíes, asedio a barrios chiíes, torturas (Mesa Delmonte, 2011, p. 126) y especialmente acciones de detención, maltrato, enjuiciamiento y persecución al personal de salud que atendió a las víctimas de la represión (Physicians for Human Rights, abril de 2011).

La represión en Bahréin fue documentada por una comisión creada para tal fin, que presentó su informe final en noviembre de 2011, reconociendo -aunque de manera algo "diplomática"- el grave deterioro de la situación de derechos humanos (23 de noviembre de 2011).

El cinismo de las reformas propuestas (o el argumento de que los gobiernos necesitaban un compás de espera para implementar las reformas que no había hecho en décadas), sumado al nivel de violencia contra los manifestantes, aumentó el descontento. Estos y muchos otros hechos empujaron, en su conjunto, a la huída de Ben-Ali, la renuncia de Mubarak, la derrota militar de Gadafi y la salida negociada de Saleh. Según el análisis de los discursos de Mubarak y de Gadafi, podemos concluir que ninguno de los dos entendía lo que en realidad estaba pasando a su alrededor.

Las élites árabes en el poder antes de 2011 consideraron que la conjugación de la represión y el clientelismo sería suficiente para detener la protesta social. Su percepción obedecía a la tendencia del control previo de otras revueltas, a la gran red de empleados públicos y agentes políticos a su disposición (incluyendo partidos políticos), al respaldo histórico de las Fuerzas Armadas a sus gobiernos y a la legitimidad internacional basada en parte en el temor de que cualquier alteración en Oriente Medio podría significar un peligro a la paz internacional.

Más allá de los cálculos de las élites políticas, económicas y militares, las masas no fueron esta vez cooptadas por los discursos clientelares ni por el oportunismo de los partidos políticos: en los casos de Egipto, Jordania y Yemen, un porcentaje importante de los manifestantes rechazaron, incluso, la participación de los partidos políticos a los que se les acusó de haber sido funcionales a los regímenes. Tampoco, las marchas fueron doblegadas por medio de la fuerza. La sensación expresada en el terreno es de "ruptura de la barrera del miedo", hecho que significó una nueva etapa en la movilización callejera del mundo árabe.

Sobre el petróleo y la otan

Libia fue el primer país en crisis sobre el cual las Naciones Unidas se pronunciaron, pero no fue el Consejo de Seguridad ni la Asamblea, sino la alta comisionada para los Derechos Humanos, Navi Pillay, quien calificó lo sucedido como "crimen contra la humanidad" (El País, 22 de febrero de 2011). Sin embargo, el hecho de que Libia sea un productor de petróleo importante no implica que la intervención armada de las Naciones Unidas (por medio de la otan) pueda reducirse a una "guerra por el petróleo" ya que, antes de la revuelta, Europa ya era dueña del 79% del petróleo libio, China del 10% y Estados Unidos del 5%. La guerra solo haría tambalear esos porcentajes o alterar provisionalmente el suministro.

Los rebeldes dieron un giro hacia la lucha armada ante la ofensiva encabezada por Gadafi con apoyo de mercenarios6, bajo el temor de que dicho giro abriera la puerta a una ocupación extranjera. Por eso, en las calles de Benghazi un gran letrero rezaba: "No Foreign Intervention. Libyan people can do it alone" ("No a la intervención extranjera. El pueblo libio puede hacerlo solo"), algo que ya había sido dicho por los voceros rebeldes7.

Así las cosas, una vez en el terreno de lo militar, coinciden cuando menos dos grandes agendas: por un lado, la de los rebeldes y, por el otro, las de la potencias deseosas de mantener los acuerdos petroleros libios. De esta forma, los rebeldes reciben un apoyo aéreo y las potencias la garantía de respeto a los acuerdos comerciales. Esta "negociación con el diablo" (que podría ser dicho por ambas partes) no puede llevar a conclusiones ligeras como aquellas muy sonadas de que los rebeldes que tomaron la Plaza Verde en Trípoli eran "europeos con barbas postizas", que todos eran una mezcla de Al-Qaeda y la cia, que los rebeldes no tenían agenda ni razones para levantarse en armas o que la otan actuó de manera desinteresada.

La otan no es, pues, un agente independiente de la agenda de los Estados Unidos y de la Unión Europea, pero hay que reconocer que, en el caso de Libia, cumplió con la formalidad jurídica necesaria para actuar, si acaso esto fuera un criterio válido. La acción en Libia se concreta en la Resolución 1973 que:

Autoriza a los Estados Miembros que (...) actuando a título nacional o por conducto de organizaciones o acuerdos regionales (...) adopten todas las medidas necesarias (...) para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles que estén bajo amenaza de ataque en la Jamahiriya Árabe Libia, incluida Benghazi, aunque excluyendo el uso de una fuerza de ocupación extranjera de cualquier clase en cualquier parte del territorio libio. (Consejo de Seguridad, 17 de marzo de 2011)

La clave de la legalidad de las acciones militares de la onu contra Gadafi no está solo en el texto sino en la interpretación de una figura porosa: la autorización de usar "todos los medios necesarios". Está claro que un "medio" podría ser el despliegue de tropas por tierra, pero esa opción se desechó por lo menos por tres razones: la otan sabría la fecha de entrada pero no de salida; la popularidad de las guerras "fuera de casa" había tenido un desgaste ante la sociedad de Estados Unidos y de Europa luego de las aventuras de Irak y de Afganistán; y el mundo árabe -así lo entendió la Liga Árabe- no quería ver otro pueblo hermano bajo ocupación.

"Proteger a los civiles" fue una agenda válida solo en cuanto podía significar "derrocar a Gadafi", la protección de civiles refugiados en alta mar no fue una prioridad, al contrario, numerosas fueron las quejas del desdén de los barcos de la otan ante el drama de las embarcaciones con refugiados; como tampoco fue una preocupación de la agenda los crímenes contra civiles cometidos por los rebeldes.

El escenario era muy favorable para la acción militar de la otan: tenían el respaldo de la formalidad jurídica (con el silencio de China y Rusia, no con su aprobación) y de la Liga Árabe, un ejército rebelde en ciernes, un gobierno deslegitimado fuera y dentro del país, un ejército gubernamental con capacidad militar limitada y que ya mostraba fracturas, unas revueltas árabes en curso que requerían un posicionamiento y una demostración de fuerza de parte de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y, como si esto fuera poco, un líder caído en desgracia que con cada acción favorecía las posiciones en su contra: usar mercenarios, declarar la guerra a muerte, hacer búsquedas de "ratas" casa a casa, etcétera8.

Ese clima propicio se expresa, de otra manera, en los considerandos de la Resolución 1973: graves violaciones de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, y la petición de Liga de los Estados Árabes de una zona de exclusión aérea (Consejo de Seguridad, 17 de marzo de 2011)9 más la decisión del secretario general de pedir a la Corte Penal Internacional que examinara la situación de derechos humanos.10

La conformación de un ejército rebelde era riesgosa, no solo por la capacidad militar deficiente, que se vio mejorada por las deserciones progresivas de leales a Gadafi, sino por el poder aéreo del régimen. Hasta ese momento, la zona de exclusión aérea era claramente útil a los rebeldes, pero no suficiente. En las semanas posteriores, hubo un estancamiento del conflicto que hizo temer por un escenario como el que ya viven otros países africanos. La opción de un conflicto crónico no era favorable a los rebeldes quienes, en ese contexto, recibieron la ayuda extranjera sin muchos reparos: total, si no llegaban al poder tampoco tendrían que pagar por la ayuda militar.

A corto plazo, los rebeldes ganaron, obtuvieron la ayuda militar indispensable para sacar a Gadafi. En todo caso, el petróleo ya estaba vendido, y seguiría siendo europeo y estadounidense si ellos no triunfaban. A largo plazo, la otan también ganaba: se legitimaba ante ciertos árabes, protegía su petróleo, echaba un antiguo aliado, ahora molesto, y el precio político y militar a pagar por todo esto era relativamente poco.

Es necesario mencionar que, con la caída en desgracia de Gadafi, los dirigentes de las potencias, al igual que los medios de comunicación occidentales, renunciaron a la noción previa de este como un aliado reformado y volvieron a sacar todo su pasado oscuro. Gadafi pasó por muchas fases: de apoyar rebeldes y procesos de paz; de ser llamado por Reagan "perro loco del Medio Oriente" a ser llamado por Bush hijo "una persona con personalidad y experiencia" (Joshi, 21 de febrero de 2011) y a autodenominarse "Rey de reyes, líder de los líderes árabes e Imán de todos los Musulmanes" en la reunión de la Liga Árabe en 2009 (Bishara, 22 de febrero de 2011). Lo interesante es observar que quien pierde una guerra, no solo pierde la guerra sino muchas otras cosas. Pero esa doble moral no puede servir de argumento para negar los demostrados crímenes del dictador, ni la complicidad europea en tales crímenes (por ejemplo, la venta de armas que le hicieron España y Francia).

Reflexionaba Bassam Haddad: "Imaginemos un escenario salvaje en el que los Estados Unidos intervienen para detener la matanza israelí de palestinos en Gaza en enero de 2009 (...) ¿los habitantes de Gaza se opondrían debido a su desconfianza hacia los eventuales propósitos de los Estados Unidos para la etapa posterior a la intervención?" (19 de enero de 2012). Muchos militantes de izquierda que ahora rechazan la acción de la otan sobre la base de la defensa de la soberanía nacional compartían, sin embargo, las avanzadas militares de Cuba en África o de la antigua Unión Soviética en Afganistán11.

Poco importa controlar el país de una manera colonial mientras este se comporte de acuerdo a ciertos requerimientos buscados con una colonización. Es el caso de la expulsión de tropas iraquíes de Kuwait en 1991. Por lo mismo, lo importante no es mantener una presencia militar, por demás costosa y riesgosa, en territorio libio, sino garantizar que el nuevo gobierno se comprometa, como lo hizo, a respetar los acuerdos petroleros entre Libia y sus compradores.

En un mundo altamente internacionalizado como el actual, es dudoso pensar en un proceso regional aislado del resto de la comunidad internacional, para bien o para mal. Y en una región como Oriente Medio, hacia donde miran Israel, Turquía e Irán (como poderes regionales) y las grandes potencias (entre otras cosas, como compradores de petróleo y gas) sería ingenuo pensar que allí no harían presencia múltiples actores y agendas encontradas. Teniendo este hecho como parte de la ecuación, es necesario preguntarse por cuál podría ser el mejor escenario para las revueltas y cómo conducir las agendas regionales en ese sentido, siendo realistas del poder de las potencias, de las agendas ocultas y de los miedos que generan cambios políticos en la región.

Las transiciones durante 2011

Los cambios en la región en 2011 no se limitan a las caídas de cuatro gobiernos, sino que ha habido otro tipo de avances, menos publicitados. Túnez ha tenido varios gobiernos acomodándose al nuevo escenario; los islamistas radicales y los moderados discuten sobre el peso que debería tener la Sharía en la sociedad tunecina; se mantuvo el llamado a una asamblea constituyente y el ex presidente Ben Ali fue condenado, como reo ausente, a varios años de prisión. El llamado a elecciones para octubre de 2011 constituye la materialización más importante del avance tunecino.

La principal preocupación del nuevo gobierno -como en todos los casos- fue retomar el orden, incluso usando el toque de queda y declarando el Estado de emergencia; luego, amenazaron con crear un gobierno lo más inclusivo posible, cosa que fue rechazada por la calle árabe al incluir a viejos aliados del antiguo régimen.

Parte de esa nueva forma de pensar el poder político incluyó la creación de nuevas instituciones: la Instancia Superior para la Realización de los Objetivos de la Revolución, de la Reforma Política y de la Transición Democrática, la Instancia Superior Independiente para las Elecciones, una comisión para investigar la corrupción y otra más para investigar los abusos de la Fuerza Pública durante las revueltas; la elección de una Asamblea Nacional Constituyente en octubre; una ofensiva diplomática para ganar legitimidad y la firma de dos pactos de convivencia entre las diferentes fuerzas políticas: el Pacto Republicano (de junio) y la Declaración de la Transición Democrática (de septiembre) (Martínez, 2011, pp. 41-52). La marginación política de los antiguos aliados de Ben-Ali no significa su fin, al contrario, ellos siguen todavía buscando un espacio político, tratando de defender sus intereses; vale recordar que, de los diez millones de tunecinos, dos eran parte del partido de gobierno (Al Arabiya, 12 de agosto de 2011).

En Túnez, es la primera vez en 55 años que se realizan unas elecciones libres. El triunfo electoral del partido An-Nahda (que traduce Renacimiento) con el 40% de los votos ha generado reparos especialmente desde fuera del mundo árabe, en unas elecciones a las que concurrieron más de ochenta partidos políticos. Uno de los líderes del partido ganador y organización firmante del Pacto Republicano, Rachid Ghanouchi, ha expresado su respeto a las crecientes demandas de las mujeres -como la paridad de hombres y mujeres en las listas de candidatos electorales- y su deseo de "combinar el Islam y la modernidad" mirando hacia el modelo turco12, aunque hay sectores escépticos frente a estas declaraciones.

El siguiente reto político tiene dos niveles: la formulación de la nueva Constituyente y su puesta en práctica. Esta implementación requiere no solo de una nueva propuesta institucional, sino, además, una nueva cultura política ciudadana que se apropie y haga posible lo que la nueva Constitución prometa. En el campo económico, urge la creación de empleo. Antes de las revueltas Túnez tenía 500.000 desempleados y ahora el número asciende a 700.000 (Khanfar, 18 de enero de 2011). En Túnez, "la verdadera clave de la solución a los problemas de desarrollo y reforma es la promoción de la libertad, la dignidad, la sociedad civil y su independencia respecto del Estado y el establecimiento de una vida política pluralista" (El-Nahda, 31 de octubre de 2011).

Egipto logró la expulsión de Mubarak el 11 de febrero, quien buscaba quedarse hasta septiembre, garantizar su inmunidad o, en el peor de los casos, dejar el poder en manos de Omar Suleiman, quien gozaba del respaldo de Estados Unidos y la cia y controlaba los servicios egipcios de inteligencia. Este plan fracasó y el ejército se erigió como el "garante de la revolución", gracias a la legitimidad política de haberse declarado "neutral" durante las protestas.

Pero este ofrecimiento de los militares no fue más que otro paso en su creciente acumulación de poder: controlan los más importantes grupos empresariales del país (incluyendo los astilleros y el Canal de Suez), el poder militar y ahora el político, además intervienen en, por ejemplo, la construcción nacional de estadios de fútbol y la censura a la prensa (Springborg, 2011). Los miembros del triunvirato de gobierno son de la vieja guardia que mantuvo en el poder a Nasser, a El-Sadat y a Mubarak.

Las libertades no se han garantizado bajo el gobierno militar de transición: siguen las torturas (Teson, 20 de noviembre de 2011), los juicios militares a civiles (Al Jazeera, 6 de abril de 2011), la persecución a organizaciones de derechos humanos (El País, 29 de diciembre de 2011), el manejo de las nuevas protestas es todavía violento y el modelo económico ni siquiera se discute en un ejército favorecido con el impulso al mercado privado. El Estado de excepción se ha mantenido vigente. Hubo un referendo para reformar nueve artículos de la Constitución (en marzo), reforma superficial que no tocó aspectos estructurales, ampliamente apoyada por el partido de Mubarak13.

Los militares egipcios, una vez en el poder, se pronunciaron hacia un modelo "tutelado" de democracia. Basados en su documento "principios supraconstitucionales", trataron de fijar lo que debía decir la nueva Constitución en materia de las Fuerzas Armadas. Asimismo, planteaba que el 80% de la Asamblea Constituyente serían seleccionada por la Junta Militar. Los Hermanos Musulmanes, que ya olfateaban su logro electoral, volcaron sus seguidores a las calles, poniendo sobre las cuerdas el régimen, con la ayuda de otros sectores que igualmente temían el robo del proceso por parte de los militares.

Desde el primer llamado a elecciones, existían temores de hacerlas muy pronto o muy tarde: muy pronto que no dieran tiempo a la organización de los manifestantes, dejando de nuevo el poder en manos de las redes ya organizadas (entre ellos los partidos del gobierno previo), o muy tarde que diera lugar a que los militares se apoltronaran en el poder. Las debilidades de la campaña política favorecieron al mejor organizado en la oposición: los Hermanos Musulmanes. Y luego de dos meses de votaciones en tres fases, se conocieron los resultados definitivos de elecciones legislativas: los Hermanos Musulmanes conquistaron el 47% y el partido salafista Al-Nour ganó el 24% de los puestos. Mientras se discute la ingeniería política, el gobierno militar de transición ha ahondado en la privatización de empresas.

Los pocos logros incluirían el proceso penal contra Mubarak y la eventual renegociación del precio del gas con Israel (Haaretz, 13 de abril de 2011), lo demás son cosas cosméticas que no aplacan las manifestaciones (El País, 23 de noviembre de 2011). A comienzos de 2012, el físico Mohamed El Baradei, renunció a ser candidato político, alegando precisamente la ausencia de cambios reales en la arena política durante 2011 que siquiera permitieran unas elecciones libres, afirmado que "el antiguo régimen no ha caído" (Al Jazeera, 14 de enero de 2012).

En Libia, casi todos los líderes de los rebeldes vienen de las filas de Gadafi, con lo cual el temor al continuismo no es simple paranoia. El cambio que se dio entre las vías pacíficas y la vía militar puso a la cabeza de los rebeldes a antiguos militares de Gadafi, desplazando a voces civiles; esa primera transición en el liderazgo de la oposición, sumada a los deseos de poder y las pugnas internas, llevaron a actos de violencia entre las propias filas rebeldes, como fue el homicidio del general Abdul Fatah Younis.

El otro fantasma, las tensiones entre tribus y entre regiones, existe desde mucho antes de la caída de Gadafi, pero, el contar con un enemigo común, permitió aplazar ciertos debates y que no se presentaran enfrentamientos intertribales durante la guerra. El número de tribus es ya un debate: que si menos de cien, que si ciento cuarenta; lo que sí parece claro es que el número de tribus con poder político no supera las veinte (Gutiérrez de Terán, 2011, p. 167). Sin embargo, una vez cae Gadafi en octubre de 2011, sí se producen algunos incidentes tribales (problemas para desarmar a las diferentes milicias, cruce de disparos entre miembros de diferentes tribus, ocupación del aeropuerto de Trípoli por una tribu que se consideraba excluida del poder, etc.etcétera) (El País, 13 de diciembre de 2011).

Parte de lo que hereda el nuevo gobierno es precisamente los restos de un modelo de "nación" construida juntando tribus y comprando sus lealtades (y es claro que una suma de tribus no forma una nación). Además de estas herencias, preocupa el papel que otorgará el nuevo gobierno a las mujeres en Libia, tensión que crece entre el ascenso de posiciones islamistas y las voces de las mujeres que piden una mayor visibilidad y participación (El País, 3 de octubre de 2011). Otro de los grandes problemas es la distribución del poder, de tal manera que tanto las tribus como las regiones se sientan representadas.

En Yemen, la propuesta de los países del Consejo de Cooperación del Golfo corresponde a un arreglo para garantizar la impunidad y una tibia reforma más de orden cosmético que de fondo. La propuesta de mayo de 2011 planteaba un nuevo gobierno donde el 50% seguía en manos del partido de gobierno, una ley de inmunidad para el presidente Saleh, así como a "aquellos que sirvieron en su gobierno" (Consejo de Cooperación del Golfo, 25 de mayo de 2011).

Los jóvenes de Yemen han rechazado tanto la inmunidad otorgada a Saleh como el reciclaje de personas vinculadas al antiguo gobierno, al insistir en su plan para la transición en "la destitución de todos los colaboradores cercanos (del actual régimen) y su familiares del liderazgo y de los cargos superiores de las instituciones militares y civiles (Plan de Transición de la Juventud, s.f.).

Podemos entonces hablar o no de cambio, dependiendo si consideramos válido el traspaso que hizo Saleh a los partidos opositores, o continuismo, si seguimos el análisis de los estudiantes yemeníes, quienes, desde un comienzo, se desmarcaron de los partidos de oposición y de la propuesta del Consejo de Cooperación del Golfo (Hamad, 2011, pp. 88-195) y le gritaban a Saleh: "no negociación, no dialogo, resigna o huye".

Las transiciones del primer año de las revueltas tienen algunos elementos comunes en los cuatro países con cambios de gobierno, como la convocatoria a elecciones (Túnez, Egipto), el llamado a asambleas constitucionales (incluso desde el gobierno en Siria), la reinvención de las fuerzas políticas y los procesos judiciales contra los dictadores (Ben Al, Mubarak). A pesar de las diferentes velocidades, estos rasgos comunes nos permiten ver que hay un camino común hacia el establecimiento de algún tipo de democracia participativa y la reformulación de pactos sociales a través de nuevas formas políticas.

Sin embargo, la agenda de la aplicación de la justicia a los responsables de los antiguos gobiernos sigue sin ser clara, ya sea por su no garantía (como en el caso de Libia) o por impunidad (caso de Yemen). Un año es poco tiempo para ver cambios de fondo, pero suficiente para observar reacomodos para acceder al poder, como es el caso de los partidarios de Ben-Ali en Túnez, de los militares en Yemen, de las tribus en Libia y de los partidos políticos en Yemen. De las tensiones entre viejos y nuevos actores, saldrá el éxito o el fracaso de las revueltas.

Para retomar y concluir: ¿y para qué todo esto?

Hegel decía que "la lechuza de Minerva, la diosa de la sabiduría, solo levanta el vuelo al anochecer" (Hegel, 1821) para mostrar que únicamente con el paso del tiempo es posible ver las cosas con sabiduría. Las revueltas árabes no son la excepción.

Los pocos que apuestan por darle un carácter socialista a las revueltas o hacer de ellas un espacio para la lucha de clases saben que ni el Contrato Social burgués ni la justicia distributiva burguesa resolverán el problema de la propiedad de los medios de producción.

De la misma manera, quienes apuntan a la consolidación de un Estado islámico saben que con Dios no se hace un Contrato Social ni con su iglesia, aunque el elemento de justicia y de equidad islámico resulte tentador para muchos de los fieles que apuestan por un Estado religioso en aras de dar respuestas a necesidades inmediatas y concretas.

¿Y para qué todo esto? ¿Cuál es el resultado hasta ahora? Depende de la agenda de los manifestantes. Si el objetivo de las protestas se limita a querer tumbar un presidente, entonces podemos decir que las revueltas han triunfado en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, pero no lo han hecho si el problema trasciende el nombre de un presidente y apunta a una forma de entender la política. Para los que creen que bastaría con algunos cambios prodemocráticos, Túnez se acercaría al sueño, pues ha logrado convocar a una asamblea constituyente con una incomparable participación de mujeres y ha rechazado medidas promercado que fueron parte de las causas de las revueltas.

Para los que creen que el cambio debe apuntar a la configuración de estados confesionales donde la Sharía sea la norma fundamental, las revueltas han fracasado porque las mayorías son musulmanas, pero no necesariamente confesionales en su accionar político. Los que, como el presidente Obama, están convencidos, equivocadamente, de que la salida al conflicto es el libre mercado, su triunfo se materializará solo cuando se abran las fronteras árabes a los mercados internacionales y se privatice lo que queda sin privatizar, pero la calle árabe parece ir en dirección contraria.

Ya sea con agendas neoliberales, musulmanas o democráticas, en los cuatro países que han vivido cambios de gobierno crece la noción de ciudadanía, de participación política o de derechos humanos. Las otras revueltas no deben mirar solo cómo se cambia un gobierno sino cómo se reconstruye una sociedad luego de una crisis.

Hay dos elementos que aparecen de manera recurrente en las conversaciones: el tema palestino y el efecto regional, esto último explicado como cierto tipo de panarabismo o de regreso a la noción de la "Nación Árabe". Así mismo, el escenario actual recupera ciertos mitos del pasado: afiches en las calles libias y símbolos usados por los combatientes contenían el rostro de Omar Al-Muktar, el gran héroe libio de la guerra contra Italia en los años veinte y treinta; algunos manifestantes en El Cairo mostraban fotos de Nasser; y el efecto regional de las revueltas ha incrementado el sentimiento de protesta en el mundo árabe como un todo, aunque con capítulos nacionales, es decir: el panarabismo resucita con otras lógicas (Nasser no habría respaldado la acción militar de la otan precisamente por su discurso nacionalista).

Es decir, las revueltas árabes muestran, otra vez, lo artificial del Acuerdo Sykes-Picot por medio del cual las potencias de comienzos del siglo xx se repartieron el mundo árabe. La revuelta recuerda, entonces, una identidad que trasciende la idea del Estado nación con compartimientos estanco, como lo creó el citado pacto. Incluso, siguiendo a Roy (2003, pp. 28-32), podemos afirmar que hasta el "nacionalismo musulmán" es moderno, no islámico.

Además, esa dimensión regional de las protestas es esencial en la construcción no solo de nuevas sociedades nacionales sino de reformular la identidad árabe y, dentro de ello, juega un papel importante la única causa y única bandera que ha unido a los árabes, incluso a quienes ahora están en orillas opuestas: la causa palestina.

La bandera palestina aparece en todas las actuales revueltas, refrendando la solidaridad real de los pueblos árabes con los palestinos (no así de los regímenes que solo usaban la bandera palestina como parte de la decoración mientras algunos, como Egipto, negociaban con Israel). Así que este reverdecer de lo árabe tendría, según la periodista egipcia Nada Al-Kouny14, una "última batalla" en el fin de la ocupación de Palestina.

¿Podríamos en el mundo de hoy aceptar como revolución el cambio en la mentalidad o en los niveles de participación política de una sociedad? ¿Son sostenibles esos cambios sin otros más profundos en la estructura misma de la sociedad? ¿Tienen sentido tales cambios cuando el modelo económico que sustentó los regímenes pasados se mantiene?

Hay logros en la participación electoral, el creciente número de partidos políticos, la movilización social, los tímidos avances hacia una prensa independiente, la recuperación de la consciencia de la fuerza de la sociedad, el cambio de la percepción internacional sobre el mundo árabe, pero, faltaría precisar un poco más -y de eso se encarga el paso del tiempo y la lucha de los pueblos- la naturaleza de los cambios, su profundidad y sus resultados concretos para el árabe de a pie.

Lo que sí es claro es que si el discurso "moral" contra las mujeres de Egipto, la discriminación contra los pobres de Túnez, el racismo contra las minorías en Libia, la desigualdad entre las regiones de Yemen, si todo esto se mantiene en el mismo nivel, no habrá revolución e, incluso, las reformas serán tibios reflejos de lo hoy soñado. Cuando la lechuza de Minerva levante el vuelo, podremos responder para qué sirvió todo esto.


Pie de página

1Entrevista personal con Wael Navara (antiguo líder del Partido del Mañana -Hizd el-Ghad-, presidente de la Red de Partidos Liberales Árabes -nal- y actual líder de la coalición "Iniciativa Egipcia"). El Cairo, mayo de 2011 (De Currea-Lugo, 2011, pp. 65-66).
2La información de los dos siguientes párrafos es tomada principalmente de Human Rights Watch (2011, pp. 505-607).
3Sobre el creciente proceso de reconocimiento de la mujer y de sus logros tanto en la esfera pública como en la privada, ver Bessis (2010).
4El artículo 76 de la Constitución hace imposible que candidatos independientes se presenten.
5Entrevistas de población siria con el autor (Damasco, mayo de 2011).
6Algunas voces han cuestionado la existencia de tales mercenarios, sugiriendo que fueron solo fabulaciones de la oposición. Conversaciones directas con periodistas desplegados en Libia (en diferentes momentos de 2011) me permiten confirmar que el uso de mercenarios fue una realidad.
7Estamos totalmente en contra de cualquier intervención militar de cualquier país que sea". Declaraciones de Hafiz Ghoga, portavoz del Consejo Nacional de Libia (28 de febrero de 2011).
8Este clima a favor no existió en la guerra contra Irak de 2003, donde no hubo consenso en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, millones de personas se volcaron a las calles contra la guerra, la aparente existencia de armas de destrucción masiva quedó desmentida, etcétera.
9Consejo de Seguridad, Naciones Uunidas: Resolución 1973 de 2011.
10Hay voces que reducen a la cpi a parte del andamiaje de la "justicia burguesa internacional", desconociendo los avances que ha representado en términos de justicia, a pesar de las múltiples limitaciones que enfrenta, pero este debate supera los alcances del presente trabajo.
11Conversaciones informales con periodistas de izquierda latinoamericana, La Habana, Cuba, diciembre de 2011.
12Entrevista con Cembrero (21 de octubre de 2011) y con el mismo autor (29 de mayo de 2011).
13Para un análisis de las posiciones sobre el plebiscito, Gamal Essam El-Din (17 a 23 de marzode 2011).
14Entrevista personal con Nada Tarek El-Kouny, periodista de Ahram Online, enero de 2012


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