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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.13 no.27 Bogotá July/Dec. 2009

 

¿Qué hay en un nombre? La Academia Colombiana de Historia y el estudio de los objetos arqueológicos1

What's in a name? The Colombian Academy of History and the Study of Archaeological Artifacts

O que há em um nome? A Academia Colombiana de História e o estudo dos objetos arqueológicos

Héctor García Botero


Profesor instructor del Departamento de Antropología de la Pontificia Universidad Javeriana. Magister en Antropología Social, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.
Correo electronico: hector-garcia@javeriana.edu.co

Este artículo es producto de la investigación sobre la "Historia de la antropología colombiana" que forma parte del trabajo de grado para optar al título de Magíster en Antropología Social de la Universidad de los Andes, entre 2006 y 2008.

Fecha de recepción: 2 de julio de 2009 Fecha de aceptación: 18 de septiembre de 2009


Resumen

El estudio de las antigüedades fue una materia central en la institucionalización de la Academia Colombiana de Historia. Con base en el análisis de los textos publicados en el Boletín de Historia y Antigüedades entre 1902 y 1943 y algunos escritos de precursores y miembros prominentes de la Academia, esta investigación se pregunta por la validación institucional y epistemológica de la pregunta por los objetos arqueológicos en el pensamiento colombiano. La conclusión señala cuál era la configuración de la disposición estética que orientaba la interpretación letrada de la cultura material indígena antes de la institucionalización de la antropología en el país.

Palabras clave autor: Cultura material, historia de la antropología, Colombia, disposición estética.

Palabras clave descriptor: Indígenas de Colombia, antropología, historia, Colombia, cultura material.


Abstract

The study of antiquities was a key element for the institutionalization of the Colombian Academy of History. This article analyzes the content of the Academy's journal, Boletín de Historia y Antigüedades between 1902 and 1943, and several texts written by precursors and prominent members of the Academy. Based on these sources, the article shed light on how was articulated the institutional and epistemological validation of arqueological objects. Aesthetics concerns, concludes the article, played an important role in the way the local intelligentsia interpreted the indigenous material culture before the academic institutionalization of Anthropology in Colombia.

Keywords author: Material Culture, History of Anthropology, Colombia, Aesthetics Disposition.

Key Words Plus: Colombia Indigenous, Anthropology, History, Colombia, Material Culture.


Resumo

O estudo das antiguidades foi uma matéria central na institucionalização da Academia Colombiana de História. Com base na análise dos textos publicados no Boletim de História e Antiguidades entre 1902 e 1943 e alguns escritos de precursores e membros proeminentes da Academia, esta pesquisa se pergunta pela validação institucional e epistemológica da pergunta pelos objetos arqueológicos no pensamento colombiano. A conclusão assinala qual era a configuração da disposição estética que orientava a interpretação letrada da cultura material indígena antes da institucionalização da antropologia no país.

Palavras-chave: Cultura material, história da antropologia, Colômbia, disposição estética.

Palavras descriptivas: Índios da Colômbia, antropologia, história, Colômbia, cultura material.


Los primeros programas de pregrado en antropología inscritos en universidades colombianas aparecieron en la década de los años sesenta del siglo XX. Pese a diferencias en torno a las prioridades de investigación y métodos y escuelas de la práctica disciplinar, la formación de antropólogos en el país estuvo, desde ese entonces y hasta hace unos años, estructurada bajo la división en cuatro campos o áreas del trabajo antropológico: la antropología lingüística, la antropología biológica o física, la arqueología y la antropología sociocultural2. No obstante, el modelo de los cuatro campos perdió su monopolio en la educación de los antropólogos colombianos con la creación de los programas de pregrado de la Universidad Icesi en Cali, la Universidad del Magdalena en Santa Marta y las universidades del Rosario y Javeriana en Bogotá. La creación reciente de estos pregrados en antropología, que se oponen a la reproducción del canon disciplinar de los cuatro campos, ha contribuido a desnaturalizar una forma particular de disciplinamiento de los antropólogos colombianos (y a naturalizar otras).

La división en campos de la formación de antropólogos colombianos tiene una historia compleja, que este artículo no intenta reconstruir, pero cuya inercia institucional puede ubicarse en la fundación del Instituto Etnológico Nacional (IEN) en 1941 y los grados de las primeros "licenciados en Etnología", como se les titulaba en ese momento. El IEN fue el modelo de la inserción de la Antropología a la educación superior y fueron justamente los egresados de esta institución quienes participaron en la creación y consolidación de los primeros programas de la disciplina en las universidades colombianas3.

El contexto político en el cual fue fundado el IEN es conocido en la historiografía colombiana como la República Liberal, cuando la presidencia fue ocupada por miembros de este partido entre 1930 y 1946. En ese momento, a partir de la concretización de una serie de procesos que se venían adelantando décadas atrás y la instauración de nuevas prácticas de gobierno, las ciencias sociales alcanzaron en el país un grado de institucionalización, fortalecimiento y renovación, especialmente con la Escuela Normal Superior (ENS)4. El IEN se fundó, precisamente, como anexo de esta institución y, en la distribución del trabajo intelectual que impuso la ENS a sus estudiantes, la Antropología fue designada como la responsable de dirigir las investigaciones científicas sobre el indígena colombiano5. La misión de la disciplina en el marco de las políticas estatales de la República Liberal era ofrecer un conocimiento verdadero sobre los "primitivos" colombianos antes de su desaparición; aún más, la pertinencia política de la disciplina era dictaminar los procedimientos menos perjudiciales para facilitar la integración de esas poblaciones al progreso de la nación6.

Uno de los primeros momentos institucionales con los que se buscó consolidar la Antropología en la República Liberal fue la creación del Servicio Arqueológico Nacional (SAN) en 1935. El SAN es particularmente relevante en la institucionalización de la disciplina no sólo porque marca un distanciamiento de las anteriores investigaciones sobre indígenas en el país ("estudios etnológicos"), sino porque vincula definitivamente a Gregorio Hernández de Alba y a la élite dirigente de la República Liberal en la intención de construir un escenario institucional para la Antropología en el país. Desde el SAN, Hernández de Alba hizo investigaciones en La Guajira, en San Agustín y en Tierradentro. Como director, en 1938, invitó a la otra figura central del proceso de institucionalización de la Antropología, el americanista francés Paul Rivet para que dictara unas conferencias sobre el tema etnológico en Colombia. A partir de ese momento, entre Rivet y Hernández de Alba gestaron y ejecutaron el plan de estudios del IEN en el marco de la ENS, que fue sancionado en 19417.

En este proceso de institucionalización de la Antropología, la Arqueología desempeñó un papel protagónico como un conocimiento especializado de alta utilidad para el Estado. Como lo ha señalado Echeverri, en relación con la construcción del Museo Arqueológico y Etnográfico de Colombia, impulsado por el mismo Hernández de Alba desde el SAN y fortalecido con la presencia del etnólogo francés Paul Rivet, en el país, desde la fundación del IEN, la Arqueología fue concebida como un conocimiento científico –es decir, objetivo y neutral– que ofrecía a la República Liberal una reconstrucción apolítica del pasado nacional y una imagen nacionalista en la que se revaloraba la presencia de las tradiciones indígenas en el país8.

Estos hitos institucionales tienen una importancia significativa en la historia disciplinar en el país. Son una muestra que representa el esfuerzo sistemático y de conjunto mediante el cual se construyó un entorno institucional para que la Antropología y los antropólogos validaran socialmente su verdad. De esto fueron conscientes los primeros egresados del IEN, quienes no dudaron en aseverar que el campo de la investigación etnológica era novedoso, inexplorado y desconocido en el país y que, hasta la fundación del Instituto Etnológico, este trabajo había sido llevado a cabo por un grupo de aficionados sin la suficiente y correcta formación intelectual9. Este tipo de afirmaciones son propias de las luchas que se dan en el campo intelectual para legitimar la producción de conocimiento.

    Si la acreditación social de la verdad es un objetivo de tanta importancia es porque, si bien la verdad no tiene una fuerza intrínseca, la creencia en la verdad sí tiene una fuerza intrínseca [...] En la lucha entre diferentes representaciones, la representación socialmente reconocida como científica, es decir como verdadera, contiene su propia fuerza social, y, en el mundo social la ciencia da a quienes la tienen, o a quienes aparentan tenerla, un monopolio del punto de vista legítimo una profecía autocumplida.10

En efecto, la Antropología –tanto en la tradición nacional como en la "universal"– cuenta con una serie de mitos fundacionales que, en la memoria disciplinar, sirven para mostrar las diferencias de su conocimiento, ya sea por el objeto, por el método o por los resultados de su investigación11. Se pretende, así, construir un punto de Origen de la disciplina, que sirva como referente de identidad de una comunidad profesional12. El problema principal al que se enfrenta una reconstrucción histórica de los conocimientos científicos que se basa, principalmente, en la institucionalización de la disciplina es que desconoce las luchas y los desplazamientos ocasionados por ese mismo proceso. Uno de los mecanismos más efectivos de instauración de esa memoria disciplinar es la adjetivación del conocimiento producido a partir de la institucionalización de la Antropología como científico o moderno, calificando, indirectamente, los conocimientos producidos anteriormente como no científicos y no modernos.

La Arqueología fue un componente fundamental en la institucionalización de la disciplina en el país, pero el tema de los objetos prehispánicos de las comunidades indígenas fue, desde mucho antes de la República Liberal, pensado y conceptualizado por varios pensadores nacionales y extranjeros. No obstante, su presencia como tema del pensamiento nacional no debe analizarse como si el objeto antecediera las prácticas interpretativas mediante las cuales este se constituye y se convierte en algo analizable, sino como un acontecimiento histórico que se configura en unas circunstancias espaciotemporales concretas. La objetivación del objeto de conocimiento es, ella misma, un proceso histórico.

En el caso particular de la Arqueología, la auto-proclamación de su conocimiento como un conocimiento científico, que acompaña la retórica de la historia institucional de la Antropología, hace correr el riesgo de que se pierda de vista la especificidad y el sentido de las interpretaciones sobre los objetos prehispánicos que antecedieron la fundación del SAN, el IEN o los programas de pregrado en las universidades colombianas.

Desde antes de la institucionalización de la Antropología, del inicio de una producción disciplinar que inicia su camino con el primer número de la Revista del Instituto Etnológico Nacional en 1943 (que al fusionarse en 1953 con el Boletín de Arqueología dio vida a la actual Revista Colombiana de Antropología editada por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh), las piezas arqueológicas habían sido objeto de indagación por parte de los investigadores locales preocupados por la definición del pasado indígena en el país. En efecto, bajo la resolución 115 de mayo de 1902, autorizada por el vicepresidente de turno, José Manuel Marroquín, inició sesiones la Academia Colombiana de Historia, bajo el nombre de Comisión de Historia y Antigüedades Patrias para pasar, en diciembre del mismo año, a figurar como Academia de Historia y Antigüedades13. La noción de "Antigüedades" como una de las materias de estudio de la Academia y, por ende, de los historiadores colombianos, se refiere a los objetos prehispánicos de los grupos indígenas. Al considerar que la interpretación de los objetos arqueológicos antecede los procesos de institucionalización de la Arqueología en la década del treinta, se sugiere un trabajo para historias alternativas de las ciencias sociales colombianas.

Sin embargo, sería ilusorio anotar que ya desde ese momento, desde comienzos del siglo XIX, se empezaba a dibujar el perfil de la Arqueología; que las investigaciones que anteceden a los estudios "modernos" de los vestigios materiales de las culturas indígenas tienen la extraña fisonomía de una "protoarqueología" y que, en definitiva, el conocimiento sobre estos objetos se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo14. Estas suposiciones plantean la hipótesis de un objeto de conocimiento que trasciende las interpretaciones que se hacen sobre él. De este modo, el objeto arqueológico se ubica atemporalmente, más allá de toda interpretación, como una seguridad de la cual depende, y en la cual se apoya, la verdad científica. En franca oposición a las búsquedas de un Origen primigenio de la práctica científica en el país, señalar las procedencias es un objetivo fundamental de la perspectiva genealógica de esta investigación puesto que abre la mirada hacia las posibles superficies de emergencia de los fenómenos que nos son contemporáneos15. Esto no implica que el análisis esté condenado a las facilidades del relativismo histórico, sino que debe proceder con una mezcla adecuada de historicismo y presentismo, reconociendo la particularidad específica del pasado y los fragmentos dispersos que anticipan y guardan ciertas características del presente16.

La Academia Colombiana de Historia sirve, entonces, como un referente institucional para preguntarse por el sentido de las interpretaciones sobre los objetos arqueológicos antes de la institucionalización de la Antropología. El argumento de este artículo es que la comprensión de los objetos arqueológicos debe buscarse en los términos del discurso desplegado por los investigadores, sin imponer categorías, lógicas y propósitos que les son extraños. Los objetos arqueológicos, pese a su solidez material, son volubles en relación con las interpretaciones que se hacen sobre ellos. El "poder semiótico"17 de los restos materiales de las comunidades indígenas depende tanto de sus características formales –el color, el diseño y la materia prima del artefacto– como de las prácticas interpretativas en las que estas tienen sentido. El poder semiótico no es intrínseco al objeto, sino que depende del sujeto que lo interroga y, a su vez, la interrogación procede bajo unas regulaciones específicas que dan sentido a la investigación sugerida. Esta regulación, por supuesto, no es una autorregulación del discurso sobre sí mismo, sino que opera por otros sistemas de prácticas, otras intervenciones, que exceden una supuesta autonomía del texto para producir la realidad18.

Los objetos requieren, entonces, de una mirada que los construya, los clasifique y los distribuya en un contexto interpretativo particular. ¿Cuál era el sentido de estos objetos arqueológicos, de esa "cultura material" de los indígenas colombianos, antes de la institucionalización de la Antropología? A través del análisis de la comprensión de los objetos, se puede seguir la puesta en práctica de una mirada particular y de los criterios que intervienen en su observación.

La legitimación institucional

El proyecto de la historiografía decimonónica, que heredaba la recién creada Comisión de Historia y Antigüedades Patrias –que en adelante se llamará por su nombre actual, Academia Colombiana de Historia– era reconstruir el pasado de la nación19. La escritura de la historia colombiana, y en general de la hispanoamericana, era un constante ritual de consagración de las gestas heroicas de las luchas de la independencia que permitían afirmar el nacimiento de un nuevo país20. La legitimidad de los nuevos órdenes impuestos por las nacientes élites republicanas estaba en juego. Para ellas, se trataba de un ejercicio de doble demarcación: por un lado, sustituir la validación del gobierno de su origen español y, por otro lado, diferenciarse de las otras poblaciones del territorio nacional –negros, indígenas, campesinos y mujeres– para sustentar su condición de gobernantes. En los intersticios de estas definiciones identitarias, una diferenciación racial en el interior de la nación y una diferenciación geopolítica en el orden mundial21, se ubicaba la élite latinoamericana. La independencia no sólo significó la separación de España sino, en especial, la pérdida de los referentes de identidad ofrecidos por la relación dependiente –aunque llena de tensiones– de la periferia con su metrópoli22. Cabe destacar que la separación de España a la que se alude no implica una negación de lo hispánico o una valoración extrema de lo indígena, sino una reacomodación de la tradición y de la herencia para justificar la soberanía independiente de las nuevas naciones americanas23.

La producción de un saber científico sobre la naturaleza del territorio y la población locales se convirtió en una de las prioridades de los gobiernos latinoamericanos para establecer tanto los principios de administración de la nación como las narrativas de la tradición24. En esta empresa de redefinición del sentido de la nueva "comunidad imaginada", la historia que producía la Academia estaba orientada hacia la consolidación de un orden de la memoria nacional y de un conocimiento certero sobre el pasado25.

Pero más que un pasado, la historia colombiana debía abordar y aclarar el panorama de dos pasados: el primero de ellos comprende los períodos de la Conquista y de la Colonia, objeto natural de la indagación histórica puesto que sus fuentes se encuentran en el registro familiar de la escritura, propio del archivo de la cultura letrada26; el segundo de ellos, por su parte, se extiende en un tiempo pretérito inconmensurable que antecede el "descubrimiento" de América y del territorio colombiano, habitado en ese entonces por poblaciones que, aunque retratadas en las crónicas de los conquistadores y primeros exploradores ibéricos, continuaban siendo desconocidas para la experiencia del letrado republicano que investigaba el pasado prehispánico. La temática de las "Antigüedades", que acompañó a los dos primeros nombres de la Academia Colombiana de Historia, se refería explícitamente a un lugar institucionalizado en el seno de la disciplina histórica nacional para el estudio de un pasado ágrafo. A la naciente institución se le confió, entre otras misiones, "el estudio de las antigüedades americanas y de la Historia Patria en todas sus épocas; [...] y el estudio de los idiomas, tradiciones, usos y costumbres de las tribus indígenas del territorio colombiano, para lo cual se solicitará, previos los permisos del caso, la cooperación de los religiosos misioneros"27. Asimismo, la Academia abrió dos subcomisiones una "[...] Arqueológica, encargada de objetos y museos antiguos"28 y otra "Etnológica, que se dedicará á estudio de tradiciones, lenguas y razas"29.

Con la Academia inició, también, el Boletín de Historia y Antigüedades. En 1952, para los cincuenta años de ambos nacimientos, se diseñó un índice general que, entre sus materias, dedicaba una sección a los estudios de "Arqueología y Etnología" publicados hasta entonces30; grosso modo, la categorías empleadas referían la importancia de los indígenas como materia de investigación histórica. Que la etnografía y la Arqueología no contaran con los elementos distintivos con los que hoy se suelen asociar es algo que no debe parecer extraño en un sistema de interpretación que no partía de las premisas de la Antropología del IEN. En particular, y sólo para resaltar una de esas premisas que rigió la comprensión de lo indígena desde la Antropología, el trabajo de campo se constituyó a partir de la institucionalización disciplinar en un referente metodológico ineludible en la construcción del objeto de conocimiento y en la subjetividad del sujeto epistemológico. Así, en el caso de los estudios del Boletín no se debe buscar el despunte del trabajo de campo, de la descripción estratigráfica, de la excavación organizada o del relativismo cultural, "como si las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, astucias"31.

Previo a la fundación de la Academia, ya se encontraban en circulación varios textos sobre los indígenas. Desde la década del ochenta del siglo XIX vieron la luz El Dorado de Liborio Zerda (Bogotá, 1883), Historia general de los chibchas de Eugenio Ortega (Bogotá, 1891), la primera parte de los Estudios sobre los aborígenes de Colombia y el Ensayo etnológico y arqueológico de la Provincia de los Quimbayas en el Nuevo Reino de Granada de Ernesto Restrepo Tirado (Bogotá, 1892) y Los chibchas antes de la conquista española de Vicente Restrepo (Bogotá, 1895). Estos textos encontraron en la Academia un lugar propicio para su consolidación como referentes expertos sobre el tema indígena. Eugenio Ortega y Liborio Zerda fueron respetados miembros de la Academia, un prestigio que les venía, en gran parte, de sus estudios etnológicos32. El legado de Vicente Restrepo, quien falleció en 1899, quedaría completo con el trabajo de su hijo, Ernesto Restrepo Tirado, miembro fundador, presidente y vicepresidente de la Academia Colombiana de Historia y director del Museo Nacional desde 1910 hasta 1920.

Restrepo Tirado mostró sus intereses antropológicos en más de una veintena de artículos y cuatro libros sobre indígenas, en la reproducción de documentos del Archivo de Sevilla en los que se describían las prácticas de los aborígenes durante la Conquista y en la consolidación de la colección de piezas arqueológicas del Museo Nacional. El Boletín de Historia y Antigüedades era el medio que utilizaba para publicar sus estudios. Desde allí, se abrió un lugar importante para la producción de conocimiento antropológico en el país. La relevancia administrativa e intelectual de Restrepo Tirado para la Academia muestra que esta institución se ocupó, efectivamente, de estudiar científicamente al indígena colombiano.

Las prácticas interpretativas que se daban sobre los objetos arqueológicos, entonces, estaban autorizadas por el entorno institucional de la Academia Colombiana de Historia y, en esa medida, por el horizonte de comprensión que abría esta disciplina. El lenguaje del conocimiento histórico es relevante para el análisis de la valoración de la cultura material antes de la institucionalización de la Antropología, no porque se pretenda evidenciar los tropos que producen el efecto de realidad, sino porque permite estudiar las convenciones de los investigadores en la construcción de una representación de la realidad. La búsqueda de esas convenciones, como lo dice Colmenares, no es la deconstrucción sin referentes de ciertas corrientes de crítica literaria de las ciencias sociales, sino la descripción de los valores implícitos en un texto con los enunciados que articula, el estudio de la "operación historiográfica"33.

La práctica de la Arqueología, después de la institu-cionalización de la Antropología en el país, ha estado caracterizada, entre otras cosas, por su decidida vocación a escribir la historia colombiana de los tiempos prehispánicos34. Gnecco encuentra que con la institucionalización de la Antropología, el discurso arqueológico se autodesignó "como el único locus de enunciación del discurso histórico basado en objetos"35 y, en el mismo sentido, Langebaek ha señalado la construcción de un pasado precolombino de alta dignidad para el proyecto de nación36. En la formalización de ese campo de indagación de las "antigüedades" se asiste a un momento –no a un primer momento– de la institucionalización del conocimiento arqueológico en Colombia que, justamente, escapa a las lógicas institucionales e interpretativas de la Antropología. Sus prácticas interpretativas, esto es, el conjunto de prácticas discursivas y destrezas de investigación, no eran, evidentemente, las mismas que autorizaría la Antropología a partir de la década del treinta. No obstante, en el marco institucional de la Historia, los objetos arqueológicos fueron sometidos a unas prácticas interpretativas que, en todo caso, implicaron una regulación de la producción de conocimiento científico que es necesario explicitar.

La búsqueda del archivo

Si la historia colombiana, aún como aparecía en las exaltaciones nacionalistas de los textos del Boletín, conservaba la confianza en las fuentes escritas como "testimonio irrecusable del acontecer"37, ¿cómo escribir la historia del pasado prehispánico que es un pasado sin registro escrito? "La historia es homogénea en los documentos de la actividad occidental, los acredita con una 'conciencia' que ella puede reconocer, se desarrolla en la continuidad de las marcas dejadas por los procesos escriturísticos"38 ¿Cómo explorar el pasado ágrafo que representaba un momento fundacional de la vida republicana? Historia y etnografía convergen a finales del siglo XIX colombiano para resolver el problema hermenéutico que planteaba la cuestión antropológica, construyendo el documento que informaría sobre la experiencia vivida por los indígenas antes de la Conquista.

Las crónicas de la Conquista ofrecían una primera posibilidad. Sin embargo, ya Uricoechea había planteado, en 1854, que "siendo los escritores [de la Conquista], por lo regular, miembros de alguna sociedad relijiosa, no podían ver en jentes que no tenían su misma creencia sino seres inaptos é invilecidos. Calificábanlos de bárbaros sin ver sus instituciones civiles i el réjimen ordenado de su gobierno estable i leyes sabias á la vez"39. L a disputa política que dejan ver las líneas de las Memorias sobre las Antigüedades Neogranadinas, en contra de la Iglesia y del partido conservador, no debe opacar que el autor está expresando un problema epistemológico al refutar la posibilidad de basarse completa y exclusivamente en los cronistas. Restrepo, un defensor a ultranza de la labor española en América, no confiaba ciegamente, en 1895, en las crónicas, puesto que "en cada una se omiten hechos y circunstancias esenciales"40.

Las perspectivas sobre las crónicas iban desde un reconocimiento total de la autoridad según el cual sus autores "nos han transmitido la casi totalidad de los datos que poseemos sobre las tribus indígenas de nuestro país"41 hasta un completo descrédito porque "[l]as relaciones de los cronistas [...] están plagadas de las más absurdas leyendas y carecen de informes positivos sobre el número de los pobladores, sobre sus costumbres, industrias y lenguaje"42. Las opiniones moderadas sugerían la utilidad de las crónicas que "refieren costumbres, usos y tradiciones de los pueblos americanos, siempre incompletas, algunas veces adulteradas, tanto por el espíritu de la época como por el orgullo egoísta de todo conquistador"43. A veces, se asocia esta desconfianza en las "fuentes" como un prejuicio de partido que entorpece o confunde la visión histórica de los investigadores del pasado prehispánico. Así, los liberales tienden a confiar menos en las crónicas que los conservadores. Esta reducción del conocimiento histórico a la filiación política se basa en la existencia de la ideología como un elemento distorsionador de la verdad, como una fuerza que influye y transforma el conocimiento en algo ilusorio. La perspectiva genealógica comprende que conocimiento y poder no son dos elementos separados, sino una entidad que se comporta simultáneamente en el mundo: objeto de conocimiento y sujeto epistemológico existen en un régimen de verdad que es simultáneamente un régimen de poder 44.

Entonces, el problema del poder en las prácticas interpretativas sobre los objetos arqueológicos de los pueblos prehispánicos no está en la acción de uno u otro partido político colombiano sino, en cambio, en la posibilidad de tomar la voz del subalterno, como se diría en el pensamiento crítico contemporáneo. Si la historia ha sido desmantelada como un metarrelato sobre el devenir de Occidente –y uno que incluye la construcción de la idea misma de "Occidente"–, el conocimiento arqueológico ha tenido como función principal ser el metarrelato sobre los indígenas. Pero este no se da en abstracto, sino que tiene manifestaciones concretas, por lo menos en dos expresiones que es preciso destacar en este punto para vincularlas con la producción de conocimiento arqueológico en el contexto de la Academia Colombiana de Historia. En primer lugar, la reorganización del Museo Nacional a cargo de Ernesto Restrepo Tirado, en cuyo origen de la Historia Patria, tal y como era desplegada en el espacio del museo, se encontraban los pueblos indígenas que habitaron el actual territorio nacional antes de la Conquista. En segundo lugar, la publicación en 1910, para el primer centenario de la Independencia, de la Historia Extensa de Colombia, escrita por dos miembros de la Academia, Jesús María Henao y Gerardo Arrubla y cuya impresión fue auspiciada por la misma institución como celebración de la efeméride. En este texto, que se convertiría en el libro de texto de la historia nacional en los colegios del país, los "aborígenes" ocupaban un lugar importante en la construcción de una narración de la Nación. Se trata, entre liberales y conservadores, entre apologistas y críticos de la Iglesia, de tener el dominio para organizar la memoria de los pueblos indígenas en la línea temporal que disponía la configuración de la historia de la república.

El historiador se distanciaba de la autoridad de la letra escrita, del testimonio de los cronistas, para abrir la posibilidad de tener un conocimiento directo del pasado prehispánico sin la mediación de otros ojos, de otras palabras. Estar autorizado, o mejor, autorizarse para ver los hechos que constituyen el pasado prehispánico es un ejercicio de poder. "La mirada es siempre una cuestión del poder para ver –y quizás de la violencia implícita en nuestras prácticas de visualización"45. Más que un asunto de veracidad, el letrado se desprendía de las crónicas, aunque fuera parcialmente, para demarcar la autonomía de su investigación. En este contexto, los objetos arqueológicos emergen como la "otra fuente"46 sobre la que se puede reconstruir el pasado prehispánico, dándole al letrado un lugar autorizado para hablar. De nuevo, es Uricoechea el que había procedido de este modo al afirmar que "[e]n los monumentos que las bellas artes en diversos tiempos producen tenemos además una historia verdadera e indestructible, guía fija y seguro consejero de nuestras investigaciones"47. El registro escriturario que se encontraba ausente se remplazaba satisfactoriamente con los restos materiales, ya que "para estos pueblos el arte de fabricar figuras de oro, de plata y de cobre, fue la base de la historia objetiva de su nación"48.

Los académicos configuraron el archivo legítimo de indagación de lo indígena desde esta perspectiva. Para Restrepo Tirado, los quimbayas "de un modo inconsciente, pues ya que no nos legaron escrituras simbólicas, ni figurativas, ni códices, fueron acumulando en el seno de la tierra los elementos que más tarde han venido a ser como el archivo donde podemos estudiar el grado de su civilización"49. El historiador asimiló el objeto arqueológico al libro en un movimiento que era una alternativa frente a la carencia de textos escritos por los indígenas: los restos materiales eran documentos imprescindibles para el his-toriador50. "El grado de adelanto de las tribus y naciones que poblaban esta parte del continente cuando la conquista se efectuó, puede deducirse, en gran parte, del estudio de las antigüedades que se han podido conservar"51.

A lo largo de cuarenta años, el Boletín publicó los informes de comisiones de los académicos que verificaban los hallazgos reportados por ciudadanos particulares u otros miembros de la Academia52. Los reportes no sólo confirmaban la existencia de los objetos, sino que inscribían ese registro como una fuente de información válida para la indagación científica. Estos informes, que se encuentran entre 1902 y 1943, muestran la legitimidad del discurso de la Academia: por un lado, legitimidad social que se expresaba en las demandas hacia el Gobierno nacional para que adquiriera los objetos y contribuyera al enriquecimiento del patrimonio del país y, más concretamente, de la colección del Museo Nacional; por otro lado, legitimidad científica que contribuía a la formación del archivo de la alte-ridad para investigaciones posteriores. "Los tunjos hallados en las sepulturas indígenas son verdaderos inalámbricos que instantáneamente nos comunican con aquella civilización"53.

El inicio de la República Liberal en 1930, y el consecuente final de la Hegemonía Conservadora, el período comprendido entre 1886 y 1930 en el que gobernaron los presidentes conservadores, no resultó en un cambio en la concepción de los objetos arqueológicos, como se podría suponer desde una mirada política del conocimiento científico. Gerardo Arrubla, el ya mencionado coautor del texto oficial de historia colombiana de 1910, iniciaba, en 1934, su "estudio sintético" de las civilizaciones sanagustina, chibcha y quimbaya aclarando que aunque "está apoyado en los relatos de cronistas e historiadores [...] se fija más en el análisis de sus artes e industrias como manifestaciones materiales y objetivas de cultura"54. La Academia se había consolidado como el eje institucional y la Historia como el referente epistemológico para estudiar al indígena durante las primeras décadas del siglo XX. En el inicio de la República Liberal, las prácticas interpretativas de los historiadores académicos moldeaban la perspectiva desde la cual se estudiaban a los indígenas.

La lectura del arte indígena

Los actos de habla no dicen la verdad porque la enuncien en una suerte de magia performativa del lenguaje, sino porque su enunciado se encuentra respaldado por un trasfondo institucional que los regula55. La Academia Colombiana de Historia funcionó, antes de la institucionalización de la Antropología, como el centro de articulación del conocimiento sobre el indígena colombiano definiendo, a su vez, las formas correctas de interpretar la alteridad. En ese sentido, el objeto arqueológico fue comprendido como un libro que había registrado inconscientemente la experiencia prehispánica. Pero la lectura del objeto no podía seguir, de ninguna manera, el modelo de lectura del libro. Así, el letrado puso en práctica otro tipo de lectura, otra forma de acercarse a la memoria indígena.

Desde mediados del siglo XIX colombiano, el anticuarismo fue el contexto central en el que los objetos arqueológicos fueron valorados como elementos que comunican el significado de la esencia de los pueblos primitivos: justamente, la premisa de que la cultura material indígena es un documento estaba en la base del anticuarismo56. Así mismo, el coleccionismo de las antigüedades dependía, esencialmente, de un gusto artístico, una "disposición estética"57 mediante la que apreciaba los objetos indígenas como obras de arte. En la apropiación de los objetos por parte de los historiadores de la Academia, esta sensibilidad estética se situó como el modo y el medio de interpretación del pasado prehispánico con base en los vestigios arqueológicos. Dos tipos de obras de arte eran reconocidas por los letrados: los monumentos y las "artes menores" 58. El criterio de diferenciación, como es evidente, era la dimensión del vestigio arqueológico: entre los monumentos, la escultura sanagustina ocupaba un lugar de primer orden; entre las artes menores, la orfebrería y la alfarería concentraban la atención letrada.

La atención a los monumentos derivaba de la rejilla de interpretación del anticuarismo que, nacida en pleno Renacimiento italiano, impulsada por la búsqueda de un glorioso pasado, había centrado su mirada en las ruinas de los edificios del Imperio romano59. En otros contextos temporales y espaciales, el americanismo y el orientalismo dieciochescos también habían concentrado sus estudios en los vestigios imponentes de México y Perú, por un lado, y de Egipto y Mesopotamia, por el otro60. La ausencia de este tipo de vestigios era resentida por los letrados, para quienes la estatuaria de San Agustín constituía un "sitio de celebridad indiscutida por los vestigios y monumentos arqueológicos que contiene"61.

    Si excluimos las ruinas de San Agustín [...] no encontraremos en nuestro suelo ni la imponente pirámide con sus palacios y habitaciones, estucos de variados colores, columnas elegantes y sólidas bóvedas, los grandiosos edificios, las galerías de piedra tallada, los animales fantásticos y arcos triunfales de los mayas; ni las obras arquitectónicas y esculturales de los nahoas, nada que nos recuerde una civilización adelantada. Palenques de madera, enramadas de gran tamaño y escalones en las rocas, era lo único que producían nuestras tribus.62

El "pueblo escultor"63 se ubicó así, junto a los chib-chas y a los quimbayas, como representante de las civilizaciones nacionales64.

La descripción minuciosa de las estatuas tenía el doble propósito de dar a conocer las características físicas de las obras y de clasificarlas en el conjunto de las "civilizaciones" americanas. Las consideraciones sobre la estatuaria sanagustina, en cuanto si eran "obras de arte más o menos imperfectas"65 o el producto de una "raza esforzada [...] que en el trabajo de la piedra había llegado a un alto grado de perfección"66 categorizaban la cultura material con base en el mismo dispositivo: la habilidad técnica. Esta cualidad constituyó la referencia cardinal de la disposición estética del análisis letrado sobre los objetos arqueológicos.

Mediante la técnica no sólo se discernía un estado intelectual, grave preocupación de los letrados en la constitución del pasado prehistórico nacional, sino que se tenía un elemento innegable para definir el origen y las migraciones de los pueblos americanos. Restrepo Tirado veía en San Agustín una prolongación de los "maya quiché"67, hipótesis que Arrubla consideraba a mediados del treinta como la "más probable", aunque daba lugar a una migración que, entrando por el sur de América y pasando por la Isla de Pascua, había llegado a San Agustín muchos siglos antes que los españoles68. Por su parte, Cuervo había situado el origen de la estatuaria sanagustina en el primer imperio inca, que no fue el que hallaron los exploradores ibéricos69 y Polania, siguiendo tanto a los dos primeros como a este último, proponía que este territorio había sido una zona de contacto de migraciones peruanas y centroamericanas, al señalar "rasgos incásicos" y "rasgos mejicanos" en las obras70.

Al intentar definir la procedencia de los objetos prehispánicos y de sus "tribus", los historiadores observaban la unidad estética de las obras, una especie de escuela artística que agrupaba a estos pueblos. Ante la mínima ruptura de estas características, el letrado buscaba una filiación diferente. Frente a una estatua que representaba una mujer, Cuervo sentenciaba que "es obra de artista extranjero, miembro de un pueblo mucho más adelantado en las artes que este de San Agustín. Puede también que sea producción de la última época de este pueblo, cuando ya la escultura se había desarrollado mucho mediante la larga práctica anterior"71. Así, la crítica artística que el letrado se permitía frente al objeto arqueológico era un componente de su comprensión del pasado prehispánico, componente que lo orientaba en el estudio de las semejanzas de los vestigios materiales de otras comunidades primitivas.

La arquitectura, el ámbito por excelencia de la monumentalidad clásica (de África y Asia) y prehispánica (de América), no encontraba un asentamiento en los objetos arqueológicos colombianos. En un trabajo exclusivamente dedicado a este asunto, Restrepo Tirado mostraba cómo cada una de las comunidades indígenas que habitaban el territorio colombiano desencantaban con su escaso cuidado de la construcción de viviendas y de templos. La ausencia de construcciones chibchas no pasaba desapercibida: "Ruinas importantes no nos queda ninguna en el país de los chibchas. Una que otra columna de piedra, como las del valle del Infiernito, y uno o dos monolitos sin importancia, son el único recuerdo que nos haya legado a la sola tribu que entre nosotros haya llegado a un grado de cultura que merezca especial estudio"72. Sin embargo, Miguel Triana, quien fuera uno de los primeros representantes del indigenismo colombiano, aseguraba que estos "monolitos sin importancia" eran, por el contrario, algo significativo para el estudio de los chibchas: si se considera que para tallar la piedra se requieren

    [...] ciertos conocimientos técnicos que no les son dados a cualquier albañil [...] se impone la hipótesis muy probable de que el Zaque de Tunja había hecho venir de México o el Perú arquitectos y canteros para enseñar en sus dominios el arte de construir en piedra. De modo que los Chibchas en el momento de la conquista estaban entrando en un nuevo periodo de civilización, para la cual estaban suficientemente preparados.73

El desolador panorama de los monumentos se veía parcialmente compensado por ese conjunto de las "artes menores" que, como la alfarería y la orfebrería, era digno de alabanza entre los pueblos precolombinos, tal y como lo registraba López de Mesa aún en 193974.

La "alquimia indígena", como llamaba Restrepo Tirado a la técnica primitiva de trabajo de los metales, que había logrado formar las figuras de oro prehispánicas, era un motivo de sorpresa para los letrados. Liborio Zerda75 y Vicente Restrepo76, quienes tenían una formación en ciencias naturales, habían reconstruido el proceso de elaboración de ciertos motivos chibchas. Restrepo Tirado, siguiendo las enseñanzas de su padre, había hecho lo propio con el procedimiento de los quimbayas, a cuya descripción agregaba que "[p]or mucho que trabaje la imaginación no es posible comprender cómo podían aquellos bárbaros, sin conocer los reactivos químicos, sin hileras, etc., jugar con el oro como con una masa plástica [...] Manipulaban el noble metal con una maestría que no alcanzaron a igualar las naciones más adelantadas de América"77.

La perfección estética se imponía entre los letrados como una clara forma de clasificar la orfebrería y la alfarería. En una consistente crítica artística a las piezas de oro de los chibchas, Restrepo opinaba que "[l]as obras de orfebrería de los Chibchas no revelan, por lo general, gusto artístico; no guardan proporción las diferentes partes del cuerpo humano; no hay redondez en las formas ni suavidad en los contornos; no se observan en ellas las leyes de la perspectiva y el escorzo"78, mientras que la labor del oro de los quimbayas "sobresalía entre todas por la maestría y el buen gusto de sus artífices"79.

La superioridad del arte quimbaya se conservaba aún en el presente. El diagnóstico de Restrepo Tirado provenía de un curioso ejercicio en el que había pedido a unos artesanos que reprodujeran las piezas de oro en cuestión que resultaron "[...] de una inferioridad tal, que dudamos que el más ínfimo de los joyeros de la tribu que estudiamos las hubiera reconocido por obras propias"80. Pero no era un privilegio exclusivo de la orfebrería, de la cual "se han hallado ejemplares desconcertantes por su perfección y rareza, en mucho superiores a la orfebrería mejicana"81, sino también de la alfarería: las dos expresiones artísticas de los quimbayas habían atraído a eruditos del mundo entero "[...] de lo cual dan fe las joyas, instrumentos, vasijas y armas que hoy ocupan sitios de honor en las vitrinas y estantes de varios museos nacionales y extranjeros"82. La caracterización antagónica de los chibchas y los quimbayas fue una constante del pensamiento letrado: los primeros aparecían con una clara vocación al simbolismo y a la alegoría mientras que los segundos se inclinaban por la representación naturalista y realista en sus motivos. "El arte precolombino ha atravesado en su evolución por las mismas etapas, y que tras la formas del estilo primitivo han coexistido, ya un naturalismo expreso y robusto, ora un simbolismo fantástico; por lo común se observan las dos maneras: realismo y estilización"83.

La disposición estética

Las cuatro décadas de conocimiento arqueológico colombiano exploradas en este escrito no pretenden agotar las posibilidades de su indagación. Por ello, sus conclusiones se restringirán justamente al ámbito donde se ha señalado su aparición: en el dominio del conocimiento experto de los historiadores colombianos. Sin embargo, las características de este conocimiento puedan mantenerse apartadas de otras condiciones estructurales que acompañaron el desarrollo de estas formulaciones y que permiten dar cuenta de las relaciones dialécticas que existen entre el estado de una sociedad y el conocimiento científico que produce.

Para finales del siglo XIX, momento inicial de este estudio, el "campo del arte colombiano" estaba compuesto tanto por las expresiones que hoy se reconocen como arte –es decir, la pintura, la escultura y la literatura– como por otras actividades de corte más "industrial". La división entre algo más industrial y algo más artístico corresponde a nuestra época y no a la de los textos analizados. La exposición de 1899, en la que presentaban obras los maestros de la Escuela Nacional de Bellas Artes, tenía, además de las secciones artística y literaria, unos espacios dedicados a la industria, la ganadería, la agricultura y la floricultura84. Para la misma época, los gobiernos republicanos intentaban consolidar una élite empresarial formada en unas especialidades técnicas que desplazaran, definitivamente, al letrado humanista que había dirigido el país durante la primera mitad del siglo XIX85. La modernización latinoamericana que se aceleraba a finales de siglo obligaba a las clases altas a actuar con rapidez para conservar sus privilegios86. En ese contexto, en el que se perseguía una clara separación profesional entre las ocupaciones humanísticas y prácticas, las escenificaciones públicas seguían desplegando una categoría de arte que "[...] al mismo tiempo que exposiciones de bellas artes, eran ferias artesanales y de productos de la industria"87.

Esta concepción de arte que cubría bajo un mismo manto la crítica de las bellas artes y la exaltación de la técnica industrial fue una de las grandes influencias en la configuración de la disposición estética que los letrados dirigieron hacia los vestigios arqueológicos colombianos. Las intersecciones de estos elementos de la disposición estética letrada distribuyeron en un particular "sistema de objetos"88 los vestigios arqueológicos nacionales. En efecto, la habilidad técnica implicaba el reconocimiento de un saber-hacer que fue ambicionado por la élite nacional desde finales del XIX. Evidentemente, este saber-hacer no era el tipo de saber que la élite deseaba para sí, sino el tipo de saber que buscaba enseñarle al pueblo para que movilizara su capacidad de trabajo para contribuir al progreso nacional89. Al rescatar esas destrezas de los indígenas prehispánicos en su cultura material, el letrado mostraba que el pueblo que dirigía sí tenía las capacidades para aprender los conocimientos propios de las naciones civilizadas. Se trata de un momento de la historia colombiana en el que la élite justifica su labor frente a las nuevas potencias mundiales –Francia y Estados Unidos, principalmente–, por ejemplo, en las famosas exhibiciones mundiales en las que se resaltaba el progreso material de los países90.

De este modo, las gradaciones de los pueblos prehispánicos colombianos que hacían los historiadores con base en los materiales que utilizaban los indígenas adquiere un contexto de referencia diferente, aunque complementario, a la caracterización de "recepción del evolucionismo social" en la periferia científica. La idea del evolucionismo social como modelo de ciencia adaptada por los pensadores colombianos cuando trataban el tema indígena91 se basa en la búsqueda de los historiadores nacionales por encontrar el lugar que le correspondía a las tribus prehispánicas "colombianas" en la línea del desarrollo histórico de la humanidad. Sin embargo, si se considera el escenario de las preocupaciones nacionales, las denominaciones de los "tayros" como "labradores de oro"92 o la clasificación de los chibchas y los sanagustinos en la edad de piedra93 o incluso la disputa de Henao con Restrepo y Zerda sobre la edad de bronce en la que se encontraban los quimbayas a la llegada de los españoles94 pueden considerase, no como acomodaciones imitativas a los esquemas de pensamiento europeos, sino como manifestaciones concretas de las preocupaciones locales en las discusiones mundiales sobre el carácter civilizado del país.

El otro elemento de la disposición estética letrada, el gusto artístico, por el que este artículo se refiere a las preferencias sobre las formas y los contenidos de las bellas artes, también se vio influenciado por la estructura del campo del arte colombiano para finales del XIX y comienzos del XX. Desde la fundación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1886, la apreciación de la pintura y la escultura nacional estuvo marcada por un dominio casi indiscutido e indiscutible de una concepción del arte que evaluaba su excelencia según su fidelidad con la realidad. El caso del pintor Andrés de Santamaría, quien desafió los estilos canónicos del academicismo colombiano a comienzos del siglo XX, muestra bien la supremacía del naturalismo como forma hegemónica del gusto letrado: en un primer momento, cuando Santamaría dirigió la Escuela entre 1904 y 1909, fue rechazado por considerarlo un "impresionista", adjetivo que en el medio artístico colombiano era poco menos que una ofensa. Años más tarde, entre 1915 y 1925, la crítica de la pintura que lo rescató lo hizo aludiendo su "dibujo correcto", intentando incluir al maestro en una corriente de la que claramente buscaba alejarse, pero cuya aceptación implicaba el reconocimiento social del que había carecido unos años antes95. El academicismo del canon de la disposición estética letrada demostró sus alcances en el conocimiento arqueológico con esa doble apropiación de la orfebrería y la alfarería tanto de los quimbayas como de los chibchas: a los primeros los ensalzó como muestra de la excelencia artística que reflejaban sus motivos, mientras que a los segundos los dejó en un segundo plano (salvo para los indigenistas radicales como Triana) por su exagerado simbolismo.

Por último, la disposición estética letrada dependió de una dimensión temporal que permitió el tratamiento de los objetos arqueológicos como el archivo prehispánico de la nación. Para entrar en funcionamiento, la disposición estética letrada reconoció en el vestigio el testimonio de un pasado irrecuperable, cuya única posibilidad de transformación fue la desaparición en manos del progreso: el indígena ingresaba en los anales de la nación como su antecesor extinto. La importancia de los objetos primitivos no estaba, como se ha visto, en su contextualización etnográfica (algo que será característico del conocimiento disciplinar de la Antropología), sino en el significado de "profundidad" y "autenticidad" que les era asignado. En ese sentido, la mirada (a)histórica que desplegaba la disposición estética letrada hacía de la cultura material indígena un elemento análogo a la "alta cultura" de la sociedad letrada: así como las bellas artes habían asumido la tarea de expresar la identidad nacional96, el historiador veía la materialización de los sentimientos del indígena colombiano en los objetos. La valoración de los objetos prehispánicos también dependía de la consideración del historiador sobre estos, puesto que si no los trataba como objetos de las bellas artes, su significativa representatividad se desvanecería inmediatamente. Este dispositivo estético en los tres niveles mencionados –habilidad técnica, gusto artístico y dimensión temporal– configuró la relación con el pasado prehispánico a través de los objetos arqueológicos en el pensamiento académico.

Consideraciones finales

Las relaciones entre arte y Arqueología dejaron su huella en la institucionalización de la antropología y hoy, cuando la Arqueología no hace parte necesariamente de los currículos de formación de los antropólogos colombianos, parece extraña una asociación que configuró las prácticas interpretativas de la Academia Colombiana de Historia sobre los objetos prehispánicos. Esta mirada rápida a la configuración de los restos arqueológicos como objeto de conocimiento en relación con la disposición estética puede contribuir a explicar el singular hecho, siempre visto como una eventualidad minúscula, de que el SAN fuera fundado y regulado desde la Sección de Bellas Artes en la Dirección de Divulgación Cultural del Ministerio de Educación Nacional en1935. Se arroja luz, también, sobre el tránsito para nada accidental de Gregorio Hernández de Alba por la literatura indigenista en el grupo de los Bachué y sus intercambios epistolares con el escultor Rómulo Rozo. No obstante, la visión de Paul Rivet y las dinámicas del proceso de dis-ciplinamiento de la institucionalización de la Antropología contribuiría al distanciamiento del arte y la Arqueología como estrategias de interpretación complementarias de los objetos prehis-pánicos.

Por ahora, se pueden sugerir dos eventos que parecen indicar, desde mediados del treinta, la separación de los campos de la Arqueología y del arte en el país. El primero, como ya se habrá anticipado, es la institucionalización de la Antropología, que dispondrá, a partir de 1941, el año de fundación del IEN, unas diferentes prácticas interpretativas en la comprensión de la cultura material indígena. La Arqueología desarrollará unas nuevas formas de categorizar a la alteridad indígena en su trabajo museográfico. El segundo evento está relacionado con la popularización del indigenismo artístico en el movimiento bachué y con la constante aparición de manifestaciones primitivistas de la identidad nacional. Los aspectos estéticos y formales se separaron y tomaron nuevas dimensiones con la división que se empezaba a gestar entre estos dos campos de conocimiento y sus prácticas interpretativas. En 1942, en un clásico libro sobre el arte colombiano, el maestro Luis Alberto Acuña, insigne representante de "los bachué", escribía que "el interés artístico es muy diferente del arqueológico, por modo que un objeto cualquiera puede presentar grande importancia para la Arqueología, pero un ínfimo valor como producto de arte"97. En 1960, casi dos décadas después de la primera aparición de la Revista del Instituto Etnológico Nacional, el antropólogo Graciliano Arcila Vélez, encargado del Servicio Arqueológico de la Universidad de Antioquia, una de las instituciones filiales del IEN, sostenía, por su parte, que un museo etnográfico y arqueológico "[d]ebe denunciar no solamente un concepto estético, sino principalmente un contenido étnico"98.

La materialidad de los objetos es todo menos un asidero firme para una pretendida objetividad ajena al observador. Por el contrario, son las prácticas interpretativas, a veces explícitas y a veces implícitas en los textos, lo que permite producir, construir y problematizar dichos vestigios de un modo determinado.

Sin embargo, se presenta una constante en este proceso: el lugar de enunciación del conocimiento como un lugar de poder. En el caso del conocimiento arqueológico colombiano, es preciso reiterar que la cuestión del poder no debe confundirse con la cuestión política de los intelectuales. Una historiografía marcada fuertemente por el antagonismo bipartidista del escenario político de la nación ha dejado una sensible marca en la historiografía de la antropología colombiana, en la que se pretende reducir la producción de conocimiento a la filiación partidista de su autor. El problema, sin embargo, no radica en las diferencias –existentes e importantes– entre conservadores y liberales, o racistas e indigenistas, sino en comprender, analizar y exponer los elementos comunes que permiten el debate, la oposición, en el campo de la ciencia.

El poder entra en el juego de la producción de conocimiento arqueológico al situar la distancia que separa a los sujetos epistemológicos de los objetos de conocimiento. Se trata, en efecto, de la distinción que permite que alguien predique la verdad de algo. Y es una distinción que no tiene un camino de retorno: el conocimiento se produce en un solo sentido, dando como resultado una construcción hegemónica de la realidad. Esa violencia implícita de nuestras prácticas de vi-sualización de la que hablaba anteriormente citando a Donna Haraway queda bien expresada en el conocimiento arqueológico: por encima de las diferencias políticas, de las filiaciones de partido y hasta de las creencias religiosas, el saber científico se erige como una forma más de dominación, de relación jerárquica en la sociedad. La constitución de la población prehis-pánica como objeto de conocimiento se logra en el contexto de una sociedad que concibe a esa misma población como cultural y naturalmente inferior. La manifestación más clara de la continuidad del poder que inaugura el locus de enunciación del conocimiento arqueológico es la apropiación de la experiencia histórica de la población prehispánica como pasado indígena de la Nación. La construcción de la Nación, dependiente siempre en sus relatos de una invención del tiempo y, por lo tanto, de una invención del pasado, subordinaba todo significado del objeto arqueológico a su propia narración.

Antes y después de la institucionalización, el fenómeno es el mismo: los objetos, la "cultura material", son extraídos de su contexto y apropiados bajo unas reglas de producción de sentido que alegan objetividad y validez universal. Esta reconstrucción del objeto para configurarlo como un problema de indagación científica es constitutivo de toda práctica de producción de conocimiento. Se hace preciso expli-citar esta práctica no sólo cuando sus practicantes no toman distancia de sus procedimientos de objetivación, sino cuando el conocimiento permanece indistintamente vinculado a un ejercicio de poder. La violencia epistémica, esa según la cual se reduce la lógica de la alteridad a la lógica de sí mismo, está a la base del trabajo de las prácticas interpretativas tanto de los académicos historiadores como de los antropólogos colombianos. Esta permanencia en el tiempo de la relación asimétrica de poder entre los que producen el conocimiento y quienes son objetos del mismo muestra cómo, pese a ciertas transformaciones, a las discontinuidades en las rejillas de inteligibilidad del conocimiento arqueológico, el desnivel fundamental tiene la capacidad de rearticularse. Mientras esta inequi-dad se reproduzca como se reproduce en la vida cotidiana, la Antropología seguirá, como lo afirmaba Michel-Rolph Trouillot99, anclada al lugar del salvaje en la racionalidad occidental, exoti-zando la diferencia, ocultando y violentando sus formas de habitar el mundo bajo comprensiones mistificadoras de la alteridad.


Pie de página

2Roberto Pineda Camacho, "La enseñanza y los campos de la antropología en Colombia", Universitas Humanística 59 (2005).
3Roberto Pineda Camacho, "La enseñanza y los campos"; Milciades Chaves, Trayectoria de la antropología colombiana. De la Revolución en Marcha al Frente Nacional (Bogotá: Colciencias, 1986).
4Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía (Bogotá: Tercer Mundo; Universidad del Valle; Banco de la República y Colciencias, 1997), 98. Por otra parte, el libro de Aline Helg, La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política (Bogotá: Cerec, 1987) ofrece una caracterización compleja de las políticas educativas en el país para el período mencionando. La visión procesual de este análisis evita caer en las divisiones tajantes entre la República Liberal y los gobiernos conservadores que la precedieron.
5Luis Duque Gómez, "Notas sobre la historia de las investigaciones antropológicas en Colombia", en Apuntes para la historia de la ciencia en Colombia, vol. 1, comp. Jaime Jaramillo Uribe. (Bogotá: Colciencias, 1971); Roberto Pineda Giraldo, "La antropología en Colombia", en Discurso y razón; una historia de las ciencias sociales en Colombia, ed. Francisco Leal Buitrago y Germán Rey (Bogotá: Tercer Mundo; Publicaciones Uniandes, 2001).
6Marcela Echeverri, "El proceso de profesionalización de la antropología en Colombia. Un estudio entorno a la difusión de las ciencias y su localización", Historia Crítica 15 (1997).
7Clara Isabel Botero, El redescubrimiento del pasado prehispánico de Colombia: viajeros, arqueólogos y coleccionistas, 1820-1945 (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia; Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales y Centro de Estudios Socioculturales, 2006).
8Marcela Echeverri, "El Museo Arqueológico y Etnográfico de Colombia (1939-1948): la puesta en escena de la nacionalidad a través de la construcción del pasado indígena", Revista de Estudios Sociales 3 (1999), 107.
9Luis Duque Gómez, "Notas sobre la historia", 211-213; Milciades Cháves, Trayectoria de la antropología, 126; Roberto Pineda Giraldo, "La antropología", 26; Gerardo Reichel-Dolmatoff, "Notas etnográficas sobre los indios del Chocó", Revista Colombiana de Antropología 9 (1960): 76.
10Pierre Bourdieu, Homo Academicus (Stanford: Stanford University Press, 1988), 28. Mi traducción de: "If socially accredited scientificity is such an importan objective, it is because, although truth has no intrinsic force, there is an intrinsic force of belief in truth [...] In the struggle between different representations, the representation socially recognized as scientific, that is to say as true, contains its own social force, and, in the case of the social world, science gives to those who hold it, or who appear to hold it, a monopoly of the legitimate viewpoint, of self-fulfilling prophecy".
11Una sugestiva revisión crítica de las memorias disciplinares se encuentra en Carlo Emilio Piazzini, "Historias de la arqueología en Colombia", en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, ed. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004).
12La introducción del libro de Bronislaw Malinowski, Los argonautas del Pacífico occidental, es el ejemplo paradigmático de este ejercicio de legitimación del proyecto de institucionalización de un saber. Malinowski, por supuesto, no lo hizo inconscientemente tal y como lo muestra la famosa afirmación de uno de sus diarios: "Rivers is the Rider Haggard of anthropology: I shall be its Conrad". El análisis de la función legitimadora de este mito fundacional se encuentra en George Stocking, "The Ethnographer's Magic. Fieldwork in British Anthropology from Tylor to Malinowski", en Observers Observed. Essays in Ethnographic Knowledge (History of Anthropology, Vol. 1), ed. George Stocking (Madison: The University of Wisconsin Press, 1983) y George Stocking, "Maclay, Kubary, Malinowski: Archetypes from the Dreamtime of Anthropology", en Colonial Situations. Essays on the Contextualization of Ethnographic Knowledge (History of Anthropology, Vol. 2) ed. George Stocking (Madison: The University of Wisonsin Press, 1991).
13Alexander Betancourt, Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín: La Carreta Editores; Universidad Autónoma San Luis Potosí; Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, 2007).
14En la historia de la antropología colombiana, se suele señalar que con la institucionalización de la disciplina el conocimiento antropológico llegó a ser moderno. Ver Luis Duque Gómez, "Notas sobre la historia"; Roberto Pineda Giraldo, "La antropología"; Roberto Pineda Camacho, "La reivindicación del indio en el pensamiento social colombiano (1850-1950)", en Un siglo de investigación social: antropología en Colombia, ed. Jaime Arocha y Nina S. de Fridemann (Bogotá: ETNO; Presencia; FES; Colciencias, 1984). Para una discusión del uso de este concepto en la historia de la arqueología colombiana, ver Marcela Echeverri, "Nacionalismo y arqueología: la construcción del pasado indígena en Colombia", en Arqueología al desnudo, ed. Gnecco y Piazzini y Wilhelm Londoño, "Historia social de la arqueología colombiana: la confusión de nacionalismo con modernidad", en Arqueología al desnudo, ed. Gnecco y Piazzini.
15Michel Foucault, La genealogía de la moral (Valencia: Pre-Textos, 2000).
16George Stocking, Race, Culture and Evolution. Essays in the History of Anthropology (New York: The Free Press, 1968).
17Edward Said, Orientalismo (Barcelona: Random House Mondadori, 2003).
18El énfasis en el discurso arqueológico sobre los objetos no presupone esa autonomía de los textos, características del giro lingüístico. De hecho, al seguir las propuestas de Michel Foucault debe quedar claro que se requiere la articulación del sistema de prácticas y los discursos, algo que ya había quedado claro en La Arqueología del Saber (México DF: Siglo XXI, 2007). Si bien se plantea un quiebre entre la "etapa arqueológica" y la "etapa genealógica" del pensamiento foucaultiano, la relación que existe entre ambas formas de análisis se encuentra expuesto en Hubert Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault. Más allá del estructuralismo y la hermenéutica (Buenos Aires: Nueva Visión, 2001).
19Alexander Betancourt, Historia y nación, 46.
20Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía; Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura: ensayos sobre la historiografía hispanoamericana del Siglo XIX (Bogotá: Tercer Mundo; Universidad del Valle; Banco de la República; Colciencias, 1997).
21Walter D. Mignolo, "La colonialidad a lo largo y a lo ancho. El hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad", en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, comp. Edgardo Lander (Caracas: Clacso; Unesco, 2003), 69.
22Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX (México DF: Fondo de Cultura Económica, 1989).
23Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad.
24Jorge Cañizares, "Entre el ocio y la feminización tropical: ciencia, élites y estado-nación en Latinoamérica, siglo XIX", Asclepio 50, no. 2 (1998): 21.
25Alexander Betancourt, Historia y nación.
26Sobre la importancia de la escritura para el ejercicio del poder, ver Ángel Rama, La ciudad letrada (Montevideo: Arca, 1998).
27El texto completo de la resolución es el primer escrito del Boletín de Historia y Antigüedades 1, no. 1 (1902): 1-2.
28Academia Colombiana de Historia, "Acta de la sesión del 18 de mayo de 1902", Boletín de Historia y Antigüedades 1, no. 1 (1902): 4.
29Academia Colombiana de Historia, "Acta de la sesión", 4.
30Son 179 artículos en los que se cuentan reseñas de textos, críticas de los cronistas, investigaciones inéditas y, desde la década del treinta, estudios de antropología lingüística y antropología socio-cultural.
31Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, 11.
32En este punto, vale la pena intentar una clarificación terminológica. Para el período que antecede la institucionalización de la Antropología, se entiende en los textos sobre los indígenas y sobre los objetos prehispánicos que antropología, arqueología y etnología se utilizan en un sentido familiar, pero no idéntico, al que tenemos actualmente. En particular, antropología y etnología pueden entenderse en ocasiones como sinónimos (estudio de los indígenas), en ocasiones como nociones complementarias (antropología para referirse a los estudios sobre la dimensión "física" de los indígenas y etnología para su dimensión "espiritual"). Arqueología, por su parte, era un término utilizado casi siempre en el sentido de los estudios que se ocupan de los restos materiales de las "tribus prehispánicas". El menos mencionado, pero no por ello inexistente, término de "etnografía" suele utilizarse en sentido literal como "escritos sobre los indígenas" y nunca como método o como la forma particular de escritura que tienen las etnografías a partir de la institucionalización. Más bien, etnografía, en esa acepción de "escritos sobre los indígenas", puede entenderse directamente como "historia de los indígenas". Sin embargo, el punto no es tanto la aparición de estas nociones que, como se ve, circulaban antes de la institucionalización de la Antropología, sino el proceso de disciplinamiento que se comienza a dar con la formación de los primeros antropólogos en el IEN y que continúa, también con otras transformaciones interesantes, en la actualidad.
33Colmenares, Ensayos sobre historiografía y Las convenciones contra. Para el concepto de "operación historiográfica", ver Michel de Certeau, La escritura de la historia (México DF: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 1993), 67-118.
34Piazzini, "Historias de la arqueología", 308.
35Cristóbal Gnecco, "Arqueología en Colombia. El proyecto científico y la insubordinación histórica", en Arqueología al desnudo, eds. Gnecco y Emilio Piazzini, 208.
36Carl Henrik Langebaek Rueda, Arqueología colombiana. Ciencia, pasado y exclusión (Bogotá, Colciencias, 2004).
37Colmenares, Ensayos sobre historiografía, 75.
38de Certeau, La escritura de la historia, 204.
39Ezequiel Uricoechea, Memorias sobre las Antigüedades Neogra-nadinas (Berlín: Librería de F. Schneider, 1854), 3.
40Vicente Restrepo, Los chibchas antes de la conquista española (Bogotá: Imprenta La Luz, 1895), ix.
41Ernesto Restrepo Tirado, Estudios sobre los aborígenes de Colombia (Bogotá: Imprenta La Luz, 1892), 4.
42Miguel Triana, La civilización chibcha (Bogotá: Escuela Tipográfica Salesiana, 1922), vi.
43Carlos Cuervo Márquez, Estudios arqueológicos y etnográficos americanos. Tomo I (Prehistoria y viajes americanos) (Madrid: Editorial América, 1920), 11-12.
44Michel Foucault, Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones (Madrid: Alianza, 1985).
45Donna Haraway, "Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective", en Simians, Cyborgs and Women. The Reinvention of Nature (Londres: Free Association Books, 1991), 192. Mi traducción de: "Vision is always a question of the power to see –and perhaps of the violence implicit in our visualizing practices".
46Restrepo, Los chibchas antes, ix; Tirado, Estudios sobre, 4; Liborio Zerda, El Dorado (Bogotá: Ministerio de Educación, 1947), 95; Cuervo Márquez, Estudios arqueológicos, 11-12.
47Uricoechea, Memorias sobre.
48Zerda, El Dorado, 46.
49Ernesto Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico y arqueológico de la provincia de los Quimbayas en el Nuevo Reino de Granada (Sevilla: Imprenta y Librería Eulogio de las Heras, 1929), 5.
50Benjamín Reyes, "Prehistoria", Boletín de Historia y Antigüedades 4, no. 37 (1906): 1.
51José Tomás Henao, "Los Quimbayas. Datos prehistóricos sobre esta nación", Boletín de Historia y Antigüedades 5, no. 51 (1907): 206-216.
52Botero, El redescubrimiento del pasado, 195.
53José Tomás Henao, "Discurso del Doctor José Tomás Henao al ser recibido como miembro de número de la Academia Nacional de Historia, el 25 de Marzo de 1916", Boletín de Historia y Antigüedades 10, no. 114 (1916): 353.
54Gerardo Arrubla, "Ensayo sobre los aborígenes de Colombia", Boletín de Historia y Antigüedades 21, no. 237-238(1934): 60.
55Pierre Bourdieu, Language and symbolic power (Cambridge: Harvard University Press, 1991).
56Botero, El redescubrimiento del pasado.
57Pierre Bourdieu, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (Madrid: Taurus, 1998), 27 y Juan Ricardo Aparicio, "Los hechos científicos y la Arqueología de Colombia", en Arqueología al desnudo, ed. Gnecco y Piazzini, 284, ya se había dedicado a este importante tema. Pese a que se parte del mismo referente teórico, nos alejamos en nuestra perspectiva sobre el papel de la retórica en la formulación del conocimiento científico. No se considera acá, como sostiene Aparicio, que Vicente Restrepo, uno de los autores que estudia, hubiese tenido como objetivo "generar la desconfianza del lector frente a los estudios anteriores" (p. 272) o que "[...] la marginación de las opiniones, sentimientos y juicios del científico en la investigación y la capacidad de los hechos de 'hablar por sí solos' se convirtieron en la obra de Restrepo en testimonios sobre la forma como lo 'científico' se empezaba a inscribir y a anunciar en el conocimiento arqueológico en el país" (p. 278). Restrepo no trataba de generar desconfianza sobre los cronistas, sino que él mismo desconfiaba de esa información. Así, años después, la Antropología, una vez institucionalizada, también pondría en tela de juicio las afirmaciones del mismo Restrepo. La retórica es importante para comprender la lucha social por la verdad, pero su papel no es simplemente el de engañar a los lectores: si el conocimiento científico es un hecho social debe tomársele tan en serio como es tomado por aquellos que lo consideran verdadero.
58Luis López de Mesa, Disertación sociológica (Bogotá: Ediciones Bedout, 1939), 261.
59José Alcina Franch, Arqueólogos o anticuarios. Historia antigua de la Arqueología en la América Española (Barcelona: Ediciones del Serbal, 1995), 19.
60Para el caso del americanismo, ver Jorge Cañizares Esguerra, How to Write the History of the New World: histories, epistemologies, and identities in the eighteenth-century Atlantic world (Stanford, California: Stanford University Press, 2001) y, para el caso del orientalismo, el ya clásico de Said, Orientalismo.
61Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes, 167.
62Ernesto Restrepo Tirado, "Construcciones indígenas", Boletín de Historia y Antigüedades 1, no. 11 (1903): 591.
63Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes, 231.
64Esta "trinidad prehispánica" se observa en Tirado, Estudios sobre: Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes y Arrubla, "Ensayo sobre".
65Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes, 230.
66Ernesto Restrepo Tirado, "Etnografía. Algunas observaciones sobre el último viaje de Alfinger", Boletín de Historia y Antigüedades 9, no. 104 (1914): 471.
67Restrepo Tirado, "Etnografía. Algunas observaciones", 471.
68Arrubla, "Ensayo sobre", 75.
69Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes.
70Jaime Polania Puyo, "Cultura precolombina", Boletín de Historia y Antigüedades 30, no. 342-343 (1943): 490.
71Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes., 223.
72Restrepo Tirado, "Construcciones indígenas", 596.
73Triana, La civilización chibcha, 135.
74López de Mesa, Disertación sociológica, 261.
75Zerda, El Dorado, 33-34.
76Restrepo, Los chibchas antes, 141.
77Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico, 104-105.
78Restrepo, Los chibchas antes, 141.
79Restrepo, Los chibchas antes, 140.
80Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico, 105.
81Víctor Bedoya, "Los Quimbayas", Boletín de Historia y Antigüedades 26: 301-302 (1939): 826.
82Miguel Aguilera, "La antropofagia de las tribus americanas", Boletín de Historia y Antigüedades 24, no. 269 (1937): 176.
83Arrubla, "Ensayo sobre", 80.
84Álvaro Medina, Procesos del arte en Colombia (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978), 26.
85Frank Safford, El ideal de lo práctico: el desafío de formar una élite técnica y empresarial en Colombia (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1989).
86José Luis Romero, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas (Buenos Aires: Siglo XXI, 2001).
87Medina, Procesos del arte, 26.
88James Clifford, Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna (Barcelona: Gedisa, 1995).
89Safford, El ideal.
90Fréderic Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900 (Bogotá: Banco de la República; Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001); Botero, El redescubrimientodel pasado.
91Jaime Arocha, "Antropología en Colombia. Una visión", en Un siglo de investigación, ed. Arocha y Friedemann , 40.
92Restrepo Tirado, "Etnografía. Notas sobre", 472.
93Carlos Cuervo Márquez, "Informes sobre objetos indígenas", Boletín de Historia y Antigüedades 6: 61 (1909): 4; Prehistoria y Viajes, 231.
94Henao, "Los Quimbayas", 212; "Discurso del Doctor", 354.
95Medina, Procesos del arte, 92.
96Álvaro Medina, El arte colombiano de los años veinte y treinta (Bogotá: Colcultura, 1995), 42.
97Luis Alberto Acuña, El arte de los indios colombianos (Bogotá: Ediciones Samper Ortega, 1942), 5.
98Graciliano Arcila Vélez, "Un museo antropológico", Boletín del Instituto de Antropología de Antioquia 2, no. 7 (1960): 153.
99Michel-Rolph Trouillot, Global Transformations. Anthropology and the Modern World (New York, New York: Palgrave, 2003).

Obras citadas

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