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Memoria y Sociedad

versão impressa ISSN 0122-5197

Mem. Soc. v.14 n.28 Bogotá jan./jun. 2010

 

La historia blanqueada: representaciones de los africanos y sus descendientes en Antioquia a través de la obra de Tomás Carrasquilla

Whitened history: representations of Africans and their descendantsin Antioquia through Tomas Carrasquilla's work

La história branqueada: representações dos africanos e seus descendentes em Antioquia através da obra de Tomás Carrasquilla

Lina del Mar Moreno Tovar


Maestra en Historia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Integrante del grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional de Colombia.
Correo electrónico: lina_delmar@yahoo.com

Este artículo se desprende de la tesis de maestría "Representaciones de los africanos y sus descendientes en la obra de Tomás Carrasquilla", financiada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología -CONACYTY- el programa Espacio Común para Educación Superior -ECOES- del Banco Santander de México.

Fecha de recepción: 20 de enero de 2010 Fecha de evaluación: 10 de febrero de 2010 Fecha de aprobación: 19 de marzo de 2010


Cómo citar este artículo

Moreno Tovar, Lina del Mar. "La historia blanqueada: representaciones de los africanos y sus descendientes en Antioquia a través de la obra de Tomás Carrasquilla". Memoria y Sociedad 14, no. 28 (2010): 67-84.


Resumen

Tras el logro de la independencia y a lo largo de todo el siglo XIX, las élites políticas, económicas y culturales colombianas trazaron un modelo de nación basado en la idea de que las tierras altas y la raza blanca eran materias primas privilegiadas del progreso; así, con base en atribuciones raciales y geográficas se construyó una jerarquía regional que dio lugar a la configuración de identidades locales definidas en función de ese modelo. Entretanto, aun a pesar de que Antioquia contaba con una importante presencia de africanos y afrodescendientes desde la época colonial, desde diversos lugares de enunciación y acudiendo a la empresa colonizadora del siglo XIX como mito fundacional, se empezaron a elaborar representaciones que mostraban a Antioquia y a sus habitantes como correlato exitoso de la asociación entre raza blanca y montañas andinas, en contraste con valoraciones negativas sobre las tierras bajas y pobladores negros. El artículo busca por una parte examinar cuáles fueron los mecanismos de representación de los africanos y sus descendientes en Antioquia, mediante el análisis de la obra literaria de Tomás Carrasquilla y, por otra, evidenciar que esas elaboraciones marginaron los aportes de los africanos y sus descendientes a la historia antioqueña.

Palabras clave: Colonización antioqueña, afrodescendientes, Tomás Carrasquilla, nación, andinocentrismo, identidad.

Palabras clave descriptor: Tomás María Carrasquilla Naranjo, 18581940, crítica e interpretación, Antioquía, Colombia, colonización, afrocolombianos.


Abstract

After independence was achieved and throughout the 19th century, political, economical and cultural Colombian elites invented a model of nation based on the idea that highlands and white race were progress exclusive raw material, as though; based on racial and geographical attributions a regional hierarchy was built, and this allowed the configuration of local identities defined by this model. Meanwhile, besides Antioquia had an important presence of African and African descendant population since colonial times, from different enunciation places and turning over the colonization entrepreneurship of the 19th century as a the foundational myth, representations that showed Antioquia and its inhabitants as a successful correlate of the relationship between Andean highlands and white race started to be created, opposing to the negative valuation over lowlands and black population. This article, on one side, examines which were the representational mechanisms of Africans and their descendants in Antioquia through Tomas Carrasquilla literary work, and, on the other, wants to make evident that those creations marginalized the contributions done by Africans and their descendants to Antioquean history.

Key words: Antioqueño colonization, African descendants, Tomas Carrasquilla, nation, andeancentrism, identity.

Key Words Plus: Tomás María Carrasquilla Naranjo, 18581940, Criticism and Interpretation, Antioquía, Colombia, Colonizatión, Afro-Colombian.


Resumo

Depois do sucesso da independência e ao longo de todo o século XIX, as elites políticas, econômicas e culturais colombianas traçaram um modelo de nação baseado na idéia de que as terras altas e a raça branca eram matérias-primas privilegiadas do progresso; deste modo, com base em atribuições raciais e geográficas se construiu uma hierarquia regional que deu lugar à configuração de identidades locais definidas em função desse modelo. Entretanto, mesmo de que Antioquia contava com uma importante presencia de africanos e afrodescendentes desde a época colonial, desde diversos lugares de enunciação e acudindo à empresa colonizadora do século XIX como mito de fundação se começou a elaborar representações que mostravam a Antioquia e a seus habitantes como correlato exitoso da associação entre raça branca e montanhas andinas, em contraste com valorações negativas sobre as terras baixas e povoadores negros. O artigo busca tanto examinar quais foram os mecanismos de representação dos africanos e seus descendentes em Antioquia, mediante a análise da obra literária de Tomás Carrasquilla, quanto evidenciar que as elaborações marginaram os aportes dos africanos e seus descendentes à história de Antioquia.

Palavras chave: Colonização de Antioquia, afro-descendentes, Tomás Carrasquilla, nação, Andinocentralismo, identidade.

Palavras chave descritor: Tomás María Carrasquilla Naranjo, 18581940, crítica e interpretação, Antioquia, Colombia, colonização, afro-colombianos.


Tras el logro de las independencias en Latinoamérica, las élites culturales, económicas y políticas de las nacientes repúblicas se empeñaron en construir representaciones sobre los habitantes y el territorio de sus respectivos países, en un proceso que abarcó el siglo XIX y que incluso se extiende hasta el presente. Uno de los objetivos que perseguían era proporcionar elementos que justificaran la independencia y autonomía mediante la construcción de un sentido de identidad colectiva que al mismo tiempo confiriera legitimidad a las nuevas naciones para ocupar un lugar en el orden mundial. Las representaciones creadas durante la segunda mitad del siglo XIX se debatieron entonces entre el interés por crear unas identidades nacionales originales y la necesidad de que éstas encajaran con las ideas, expectativas y teorías emanadas de las metrópolis europeas; esos condicionamientos tuvieron profundos impactos en las dinámicas de inclusión/exclusión sobre colectivos y territorios que no coincidían con las representaciones de lo que debía ser la nación. En Colombia, este proceso se tradujo en una identidad fundada sobre un proyecto nacional andinocentrista, orientado por élites que imaginaron un prototipo nacional blanco y andino. El término andinocentrismo refiere al "modelo de nación que ideó la élite en el siglo XIX a partir de la idea de que el ámbito de la civilización consistía en las zonas temperadas de los Andes, desde donde bajaba a las fronteras tórridas y salvajes"1, estas últimas, habitación de razas física, moral y socialmente inferiores, de negros e indios considerados como lastres que impedían el progreso y debían, por tanto, ser incorporados mediante el mestizaje.

Este proceso de construcción de una identidad nacional implicó fenómenos simultáneos de homogeneización y diferenciación en todos los terrenos y tuvo como resultado la creación de una jerarquía regional, compuesta por zonas caracterizadas como unidades aparentemente homogéneas desde el punto de vista racial, geográfico y cultural, a cada una de las cuales se le atribuyó un papel determinado en la representación del todo nacional. A la par de las identidades nacionales, se formaron y consolidaron identidades regionales diferenciadas, cuyos elementos representativos dependieron de muchos factores, en especial del poder de las élites locales para autorepresentarse. En el caso de las regiones aisladas, con economías frágiles, reducidos círculos intelectuales y escasa influencia en la vida política nacional, las imágenes que primaron fueron las emanadas del centro que constituía Bogotá; mientras tanto, regiones como Antioquia, cuya dinámica económica llegaría a ser decisiva para la inclusión del país en el mercado internacional a finales del siglo XIX, tuvieron la posibilidad de disputar su derecho a representarse a sí mismas.

Desde el siglo XVI Antioquia había contado con una importante presencia de africanos y afrodescendientes, quienes hasta finales del XVIII sustentaron la incipiente economía minera bien fuera como mano de obra cautiva o como mazamorreros libres2. Sin embargo es preciso recordar que, pese a la abundancia de los recursos auríferos, las características montañosas de la geografía regional, sumadas a la escasez de mano de obra indígena que impidió la simbiosis entre minería y agricultura, sumieron a la actividad minera en una profunda crisis estructural que mantuvo a Antioquia en la pobreza hasta finales del XVIII. Preocupadas por la situación, las autoridades virreinales enviaron a Antioquia al oidor Juan Antonio Mon y Velarde, quien propuso una serie de transformaciones tendientes a fortalecer la economía local mediante el ofrecimiento de diversos estímulos a los campesinos pobres que contribuyeran a ampliar la frontera agrícola, incorporando tierras más aptas para el cultivo. Mon y Velarde es considerado como padre y precursor de la colonización antioqueña, uno de los fenómenos migratorios mejor conocidos por la historiografía colombiana, en el marco del cual se movilizaron miles de campesinos pobres entre 1897 y 1950, aproximadamente. En el contexto de la transformación económica y social que experimentó esa región como resultado de la colonización, pensadores, políticos, científicos, viajeros e intelectuales locales, nacionales y extranjeros contribuyeron a la elaboración de representaciones, en gran medida basadas en las ideas andinocentristas acerca de la relación entre clima, raza y progreso, que presentaron una Antioquia de pobladores blancos, montañeros, conservadores, patriarcales, laboriosos, disciplinados y católicos. Este proceso de elaboración de representaciones parece haber sido muy eficaz pues estas son las ideas sobre una región y sus habitantes que quizás más durabilidad y arraigo han tenido en el imaginario nacional; ello los ha convertido en referentes de "progreso" e incluso en algunos casos, en modelo del "deber ser" para otras regiones del país.

Una de las expresiones más importantes del proyecto identitario andinocentrista en Antioquia, y quizás la que más ha contribuido a su popularización, ha sido la literatura y en particular la obra de Tomás Carrasquilla (1858-1940), quien desde hace más de un siglo ha sido reconocido por sectores diversos como el representante más notable de la literatura costumbrista antioqueña debido a su capacidad para narrar la cotidianidad de los pueblos y ciudades de su tierra con estilo sencillo y, en especial, por transmitir la naturalidad, fluidez y riqueza del lenguaje oral en sus textos3. Su obra constituye un referente de interés para observar y analizar las representaciones que, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, Antioquia creó sobre sí misma como una región blanca a pesar de su pasado negro, cómo se desarrolló ese proceso de blanqueamiento de la historia antioqueña y cuál fue el lugar que le otorgó a la diferencia que la habitaba4.

Un país blanco para las élites

El proyecto andinocentrista se alimentó de nociones sobre el dualismo superioridad blanca/ inferioridad negra que tenían una amplia profundidad histórica, muchas de ellas provenientes de la filosofía clásica griega, la exégesis bíblica y las crónicas de los primeros exploradores europeos llegados al continente africano. Esas ideas, que se encontraban en permanente actualización, sirvieron para justificar la deportación de millones de seres humanos hacia América mediante el argumento de que los pueblos africanos eran física, espiritual, moral e intelectualmente imperfectos, en gran medida como resultado de los climas en que se asentaban. Ya en América esos planteamientos permitieron la consolidación de una sociedad colonial basada en la explotación de mano de obra esclava y estimularon el surgimiento del sistema de jerarquías y denominaciones socio-raciales conocido como sociedad de castas, el cual echó mano de las viejas nociones sobre la inferioridad negra, en esta ocasión enunciadas desde un nuevo lugar de conocimiento y poder: el científico, que en el contexto de la Ilustración había empezado a coexistir con el ámbito religioso como forma de explicar el orden de la naturaleza y la sociedad5.

Intelectuales decimonónicos como José María Samper y Salvador Camacho Roldán compartieron parte de esas ideas con pensadores del siglo XX como Luis López de Mesa y Laureano Gómez; los discursos que elaboraron en torno a la diversidad racial como un problema que impedía el desarrollo de la nación son abundantes y han sido ampliamente estudiados, de modo que no volveré sobre ellos6. Sin embargo es importante señalar que, más allá de sus diferencias de forma, liberales y conservadores soñaban con una nación de pobladores lo más blancos posibles y que, pese a que actualizaron muchas de las ideas derivadas del añejo pensamiento colonial europeo sobre la inferioridad de ciertas razas y territorios, no lograron apartarse por completo de ellas, ni de la organización socio-racial que se derivó de éstas ni del sistema de castas mediante el cual se clasificó y ordenó el mundo. Los argumentos, bien fueran científicos o religiosos, que alimentaban la relación entre clima y capacidad intelectual, contribuyeron a la naturalización de los estereotipos sobre afrodescendientes e indígenas, muchos de los cuales aún se mantienen vigentes. Los elementos constitutivos de esa estereotipia contribuyeron a generar representaciones que produjeron una geografía fragmentada, compuesta por un centro de civilización rodeado de periferias salvajes que eran vistas como tierras vacías y sin historia, susceptibles de ser colonizadas para que así se sumaran al modelo andino de desarrollo, el único que se consideraba posible.

En este contexto una suma de ficciones raciales y regionales convirtieron a Antioquia en modelo de lo que "debían" ser Colombia y sus habitantes. Hasta finales del siglo XVIII, había sido una provincia minera pobre, debido en parte a sus condiciones geográficas y, pese a poseer importantes recursos auríferos, durante el periodo colonial había permanecido aislada del resto del virreinato. Sin embargo, a partir de la década de 1780 se convirtió en un exitoso caso de aplicación de las políticas borbonas, primero, y de las ideas del progresismo liberal, después; éstas estimularon el movimiento migratorio más importante de la historia colombiana, el cual abarca desde 1780 hasta 1950 aproximadamente. Durante ese largo periodo, miles de campesinos pobres se desplazaron hacia el suroriente de la provincia, ampliaron la frontera agrícola e incorporaron tierras antes hostiles al imaginario nacional. La colonización antioqueña transformó el papel que ocupaba Antioquia en la jerarquía nacional que se estaba construyendo durante el siglo XIX; Antioquia se convirtió en la vanguardia económica del país y, además, se impuso una identidad blanca y andina consecuente con una imagen de campesinos laboriosos y buenos comerciantes, a pesar de que durante la época colonial los africanos y sus descendientes, así como las tierras bajas, participaron de manera muy importante en la construcción de la historia local7.

Representaciones sobre lo blanco antioqueño

La imagen de Antioquia como región blanca se logró debido a la idea de que dentro de la sociedad colonial antioqueña la pertenencia racial no jugó un papel determinante como factor de diferenciación, lo cual permitió un mestizaje rápido que diluyó la presencia negra desde el punto de vista biológico y cultural. Las representaciones que se elaboraron en torno a esta región durante la época que nos interesa, provinieron de lugares de enunciación muy diversos que abarcaron desde el ámbito político hasta el científico, pasando por las crónicas de viajes o periodísticas y, por supuesto, por la literatura. A continuación presentaré brevemente algunas de las representaciones que sobre la blancura antioqueña se elaboraron en esos escenarios; conocerlas nos permitirá evidenciar cómo la presencia negra y sus aportes a la historia de Antioquia quedaron relegados durante el proceso de construcción de una identidad blanca que se dio como resultado de la colonización antioqueña.

En 1861 el tolimense José María Samper, uno de los más destacados políticos liberales de su época, humanista, literato, periodista y promotor del mestizaje, quien formuló algunos de los postulados del andinocentrismo, describió a los antioqueños como sigue:

    El antioqueño es blanco, muy poco sonrosado, delgado, membrudo y fuerte, y su fisonomía es notablemente angulosa o de rasgos pronunciados; su nariz es recta y de muy fino perfil; el ojo negro, burlón, meditabundo y luminoso; su porte bastante distinguido y su expresión reservada. Se casa a los 19 ó 20 años, es muy fecundo, excelente padre y esposo, se le halla siempre andariego, soldado valiente de infantería, trabajador sufrido, viajero infatigable a pie, laborioso, inteligente para todo, frugal, poco sobrio, aficionado al juego como todos los pueblos mineros, apasionado por el canto, ascético y poco accesible en su país, notablemente ortodoxo, rumboso y gastador como individuo pero parsimonioso y algo egoísta en comunidad. Además, en todo tiempo lo hallareis comerciante hábil, muy aficionado al porcientaje (sic), capaz de ir al fin del mundo por ganar un patacón, conocido en toda la Confederación por la energía de su tipo y por el cosmopolitismo de sus negocios, burlón y epigramático en el decir, muy positivista en todo, poco amigo de innovaciones y muy apegado a los hábitos de la vida patriarcal8.

Por su parte, en 1901 el ingeniero de minas, historiador y científico antioqueño Tulio Ospina, escribió un pequeño texto que mostraba la actividad de Juan Antonio Mon y Velarde como precursor de la Colonización Antioqueña. Al evaluar el impacto social de las reformas introducidas por el oidor, Ospina escribía lo siguiente:

    En aquellos rústicos miserables, la mayor parte descendientes de campesinos vascongados y de las montañas de Burgos, se hallaban latentes la ambición y el genio comercial semíticos de los éuscaros; y el haber tenido que disputar con ímprobo trabajo á las selvas el terreno que pisaban y á los torrentes pedregosos y caudalosos ríos el oro que les procuraba el sustento, había fortalecido sus facultades morales, fortaleciendo á su vez su constitución física. La vida aislada y semibárbara que llevaban contribuyó á reforzar en ellos el espíritu digno é independiente que caracteriza á todos los montañeses, mientras que su extrema pobreza le había impuesto hábitos de economía, de orden y frugalidad, elementos indispensables para el enriquecimiento de un pueblo. Y como suma de todas estas circunstancias felices, la familia, ese sancta sanctorum de las sociedades, se había conservado entre ellas sana, digna y respetada (...) de revoltoso que era éste [pueblo], se hizo proverbial en él el respeto á las autoridades, fundando la rectitud y eficacia de éstas; y la cortedad y el apocamiento dejaron campo á la dignidad y altivez de los ciudadanos, fruto del respeto nunca desmentido á sus derechos; en los que antes eran inertes y rutineros, brotaron el espíritu colonizador y el amor al trabajo, que se había hecho remunerador con el estímulo dado á las industrias; y la moralización del clero, levantando el espíritu religioso, libre de fanatismo, fue prenda segura de sanas y arregladas costumbres. Luego vinieron, como consecuencia natural de esta regeneración moral, el espíritu público en todas sus manifestaciones, el amor al estudio, el aseo y el decoro9.

En tiempos más recientes y desde posiciones académicas, esa visión de los antioqueños se ha mantenido vigente. En 1949 el geógrafo inglés James Parsons señalaba que:

    Las montañas templadas de los Andes más septentrionales del occidente de Colombia son la morada de los más sobrios y enérgicos antioqueños, quienes a sí mismos se titulan "los yanquis de Suramérica". Son sagaces, de un individualismo enérgico, y su genio colonizador y vigor han hecho de ellos el elemento dominador y más claramente definido de la república. Su aislamiento geográfico, largo y efectivo, en las montañas del interior de Colombia, se refleja en un definido tradicionalismo y en rasgos culturales peculiarísimos. Ser antioqueños significa para ellos más que ser colombianos10.

En conjunto, estos discursos producidos en ámbitos y épocas distintos, evidencian que en el marco del andinocentrismo la leyenda de la colonización antioqueña se convirtió en el punto de partida para elaborar una identidad local que se basaba en representaciones conducidas por la invisibilidad y la estereotipia de los aportes de los africanos y sus descendientes en la formación de la misma. En efecto, los elementos comunes en todas las descripciones aportan dos elementos sumamente significativos para comprender los mecanismos mediante los cuales se construyó esta imagen de los antioqueños: sus características raciales y su proveniencia geográfica; las citas muestran al pueblo antioqueño como un todo homogéneo de campesinos blancos y montañeros, articulado en torno a los valores que estimulan el orden y el progreso. Sin embargo, las investigaciones adelantadas por Virginia Gutiérrez de Pineda durante la década de 1960 demostraron, por una parte, que para entonces en Antioquia subsistía un buen número de afrodescendientes y, por otra, que en el lenguaje popular de la región lo negro estaba asociado con posiciones sociales inferiores y características negativas opuestas a la representación sobre lo blanco11. En este marco, es curioso observar cómo los otros grupos étnicos y raciales que hasta finales del XVIII habitaban en Antioquia de repente desaparecen de su historia. Como veremos enseguida, en las pocas ocasiones en que aparecen, son descritos mediante estereotipos.

Literatura e identidad en Antioquia

Desde el punto de vista literario, el orgullo étnico-racial que produjo el fenómeno de la colonización se tradujo en el surgimiento, durante la segunda mitad del siglo XIX, de una escuela costumbrista antioqueña conformada por escritores de amplio reconocimiento como Gregorio Gutiérrez González, Juan de Dios Uribe, Baldomero Sanín Cano, Carlos Eugenio Restrepo –quien más adelante sería presidente de la República– y por supuesto Tomás Carrasquilla, quien ha sido reconocido como el defensor más importante de la literatura regional y como la cabeza del grupo de escritores costumbristas de su generación.

Para comprender las representaciones que elaboró Carrasquilla acerca de los africanos y sus descendientes en Antioquia, es fundamental situar el lugar de enunciación en el cual se ubica el autor. Tomás Carrasquilla nació en Santodomingo (Antioquia) el 17 de enero de 1858 en el seno de una familia acomodada, como él mismo lo señala en una corta autobiografía que escribió en 1914 para el periódico El Gráfico de Bogotá, luego de haber rechazado peticiones de entrevistas que le habían hecho varios periodistas capitalinos. En el segundo párrafo de la autobiografía, Carrasquilla se refiere a su origen familiar con estas palabras: "Mis padres eran entre pobres y acaudalados, entre labriegos y señorones y más blancos que el Rey de las Españas, al decir de mis cuatro abuelos. Todos ellos eran gentes patriarcales, muy temerosas de Dios y muy buenos vecinos"12. Aunque el párrafo tiende un manto de ambigüedad sobre el origen del escritor, dejando la impresión de que "no se atreve" a atribuirse una posición social clara, que dice pero niega al mismo tiempo, en realidad esa imprecisión actúa como un recurso retórico para establecer empatía con los lectores, evitando que la descripción sobre su origen familiar sea vista como una pretensión de superioridad, especialmente si se tiene en cuenta que el texto fue publicado por primera vez en Bogotá13. Resulta significativo resaltar que, a pesar de la cautela con que Carrasquilla afirma la posición económica de su familia, es firme al establecer su condición racial e incluso vincularla con una suerte de herencia hispánica y, en seguida, con la observancia de al menos dos de las características más resaltadas de lo antioqueño: el patriarcado y la religiosidad.

De entrada, este detalle nos sugiere pistas para comprender la forma como se configuraba la pertenencia social en Antioquia a principios del siglo XX a partir de un conjunto de valores tradicionales que no se limitaba al éxito económico y entre los cuales sorprende la adscripción racial en una época tan tardía. Aunque en sus escritos Carrasquilla cuestionó el conservadurismo moral de la sociedad antioqueña, difícilmente podía escapar a su influjo, de modo que a la hora de presentarse echó mano de las convenciones sociales para situarse en un determinado sector de la sociedad antioqueña acomodado, blanco, católico y en general respetuoso de las normas, lo cual le permitió legitimar su autoridad de enunciación.

A pesar del "truco" retórico de Carrasquilla, sabemos bien que el autor perteneció a una familia dueña de minas de oro desde la época colonial y, por tanto, de tradición esclavista; esto resulta trascendental para el análisis de su obra, pues los periodos que Carrasquilla pasó en este ambiente durante su infancia le proporcionaron un sinnúmero de experiencias que posteriormente quedarán retratadas en sus textos. En efecto, la crítica ha considerado que una buena parte de la obra de Carrasquilla tiene tintes autobiográficos, en especial los abundantes escritos cuyos protagonistas son niños, como es el caso de los cuentos "Simón el mago" (1890), "En la diestra de Dios padre" (1897) y "Rogelio" (1926), y las novelas Blanca (1897), Dimitas Arias (1897), Entrañas de niño (1906) y El zarco (1925), en los que se insinúan apartes pertenecientes a su vida.

En ese mismo sentido podemos reseñar las novelas La marquesa de Yolombó (1926) y Hace tiempos (1936), en las que se recrea el ambiente de los pueblos mineros del nordeste antioqueño en dos momentos: la primera se desarrolla aproximadamente entre 1770 y 1830, mientras que la historia de Hace tiempos inicia en la primera mitad del siglo XIX y narra parte de la transformación social y económica que experimentó Antioquia durante esa centuria. Ambas novelas contienen descripciones detalladas sobre aspectos tecnológicos, económicos y sociales de la minería, las cuales fueron posibles gracias a que la infancia de Carrasquilla transcurrió en pueblos mineros como Santodomingo y Yolombó. Aunque Santodomingo fue fundado en una época tardía, a finales del siglo XVIII, cuando el esplendor de la economía minera en Antioquia había pasado, se ubicó justo en la zona que desde finales del siglo XVI se había volcado por completo hacia la economía minera, basada en mano de obra de esclavizados africanos. Cuando Carrasquilla era apenas un niño, su familia aún poseía algunas de las minas que se habían explotado durante el siglo anterior y, esa experiencia, sumada a un periodo posterior en que el escritor se vio obligado a administrar la mina de San Andrés, también propiedad de su familia, le brindaron abundante material para recrear el ambiente de la vida minera en sus escritos, incluyendo las relaciones que en ese contexto tenían lugar entre blancos, negros, indígenas, mestizos y mulatos14.

En su empeño por producir una literatura capaz de acercarse a la vida cotidiana para retratarla con la mayor fidelidad posible, Carrasquilla echó mano con frecuencia de sus recuerdos; las representaciones que elaboró sobre el pasado están media das por la memoria, gran aliada y compañera que nuestro autor siempre reconoció como parte fundamental de sus escritos, tejidos con retazos de recuerdos que Carrasquilla vertió en personajes de ficción. Con el tiempo, este se convertiría en el rasgo distintivo de su obra.

A la edad de 15 años Carrasquilla se trasladó a Medellín, en donde continuó su formación en el Colegio del Estado, primero, y en la Universidad de Antioquia, después; en ella inició la carrera de Derecho a partir de 1875. Sin embargo, nuestro escritor no se destacó académicamente en ninguna de las instituciones a las que acudió, ni siquiera en las materias relacionadas con las letras15.

Su periodo universitario duró únicamente hasta 1876, año en que estalló una de las tantas guerras civiles que tuvieron lugar en Colombia duran te el siglo XIX. El conflicto fue particularmente intenso en Antioquia y obligó al cierre de la universidad. Ante esta situación, Carrasquilla no se enlistó en ninguno de los bandos en disputa por que, como declararía sin pudor años después, "en estas cosas prefiero que otros peleen por mí"16.

Aunque su estancia en Medellín no fue muy fecunda en el ámbito académico, sin duda su posición social privilegiada le dio a Carrasquilla la oportunidad de involucrarse con los sectores de escritores e intelectuales más importantes de la capital antioqueña, lo cual más adelante estimularía el comienzo de su actividad literaria. Durante este periodo mantuvo una amistad muy cercana con Francisco de Paula Rendón, también oriundo de Santodomingo y a la sazón estudiante de Derecho que más tarde se convertiría, al igual que Carrasquilla, en uno de los escritores más reputados de Antioquia. Por otra parte, su acudiente fue Enrique Ramírez quien, de acuerdo con Kurt Levy, biógrafo de Carrasquilla, tuvo una brillante carrera como abogado que lo condujo a ser magistrado, profesor y rector de la Universidad de Antioquia; al tiempo, Carrasquilla mantuvo estrechos vínculos con los círculos literarios de la época mediante la tertulia del Casino literario en Medellín y la fundación de la Biblioteca del Tercer Piso en Santodomingo. Ambos escenarios resultarían fundamentales para el desarrollo de su carrera como escritor y para la formación de su peculiar estilo17.

Con la guerra como excusa, Carrasquilla regresó a Santodomingo, donde ejerció durante varios años como juez municipal y también se dedicó a la sastrería. De acuerdo con sus propias declaraciones, para entonces ya había empezado a escribir desde una fecha indeterminada, pero sin ánimo de publicar porque la mayoría de sus escritos siempre le parecieron mediocres. Durante esta época alternó entonces sus actividades laborales con el ejercicio de la escritura informal.

Los últimos años de la década de 1880 marcaron su ingreso a los círculos literarios y la difusión pública de sus obras. Gracias a que sus escritos eran conocidos por amigos y familiares, en una fecha sin establecer entre 1888 y 1890 Carrasquilla fue invitado por quien más adelante sería presidente de la república, el también antioqueño Carlos Eugenio Restrepo, a participar de la tertulia del Casino Literario. Como requisito de ingreso a ella, todo nuevo miembro debía presentar un texto para ser leído en una de las reuniones, de modo que para la ocasión Carrasquilla escribió su cuento "Simón el Mago", el cual narra la aventura de un niño que, estimulado por las historias fantásticas que le cuenta su nana negra, se propone adquirir la habilidad de volar como las brujas, con pésimos resultados. Entre risas, la historia, que ha sido señalada por algunos como una anécdota verídica de la infancia del autor, fue aprobada de manera unánime por los integrantes de la tertulia y, más tarde, por los lectores antioqueños.

A partir de entonces Carrasquilla saltaría a la arena pública, adquiriendo peso y reconocimiento entre los literatos de su época, no sólo en Antioquia sino también en Bogotá. Su pertenencia a la tertulia, le permitió formular y discutir una teoría literaria que resaltaba la importancia del vínculo entre escritura y vida real, siempre con el recurso a la observación y a la memoria, posición que defendería hasta su muerte.

La combinación entre su pertenencia a una clase social privilegiada y su interés por establecer puentes entre la literatura y la cotidianidad de los antioqueños, fue uno de los factores que hicieron posible que la obra de Tomás Carrasquilla fuera reconocida como representativa de la identidad regional, pues abrió una vía de intercambio mutuo entre la "realidad" imaginada y representada por los círculos letrados y la vivida por los sectores populares. Es decir que, de alguna manera, se convirtió en una literatura al alcance de amplios segmentos de la población antioqueña.

El Casino Literario constituyó el escenario desde el cual el autor hizo públicas por primera vez algunas de las ideas que sustentaban esa teoría. En su autobiografía, Carrasquilla narra cómo una noche, en que se discutía si en Antioquia había "materia novelable", es decir, si la cotidianidad de la región ofrecía temas susceptibles de ser tratados literariamente, él defendió una posición afirmativa mientras que el resto de los miembros, con excepción del presidente de la tertulia, Carlos E. Restrepo, se inclinaron por la opinión contraria. Los argumentos que ambos presentaron a favor de la idea, aunque minoritarios al comienzo, fueron tan contundentes que al final el debate se resolvió de forma unánime por el "sí". En vista de ello, Restrepo encargó a Carrasquilla que pusiera en práctica sus ideas, escribiendo una novela.

El producto de ese debate fue Frutos de mi tierra, la historia paralela de dos familias de clase alta de Medellín: los Alzate, representantes de un sector de la burguesía comerciante en ascenso, y los Escandón, vestigios de la rancia aristocracia colonial. Con su peculiar estilo de crítica, Carrasquilla retrata los vicios y virtudes de la sociedad de la época en la descripción de ambos linajes. Pese a que la novela evidencia prácticas reprochables, como la hipocresía y el arribismo de ciertos sectores sociales, ésta fue muy aplaudida no sólo en Antioquia sino también en Bogotá, a donde el autor viajó a finales de 1895, estimulado por sus colegas del Casino, con la intención de publicarla. Carrasquilla pasó dos temporadas en Bogotá, la primera en 1896 y la segunda entre 1914 y 1919, durante las cuales tuvo un contacto muy cercano con los literatos más renombrados y prestigiosos de la época como Maximiliano Grillo, Rafael Pombo, José Asunción Silva y Julio Flórez, entre otros, quienes leyeron su primera novela y lo animaron a publicarla.

Sin embargo, a lo largo de toda su vida mantuvo una postura crítica frente a la tendencia modernista que éstos representaban, la cual se reflejó en las discusiones públicas que mantuvo con ellos, en especial con Grillo, en defensa de la escritura de estilo sencillo y asequible. Aunque nunca postuló para el arte, la estética o la literatura alguna labor edificante o moralizadora, sí consideraba que los escritores tenían un compromiso social, pues se debían a su tierra y su retribución debía consistir en esforzarse por hacer una literatura que se acercara a la cotidianidad y la retratara de la manera más objetiva posible. En el ámbito nacional, los planteamientos que alimentaron su teoría literaria lo "condenaron" al costumbrismo, una escuela derivada del romanticismo que, si bien tuvo un auge importante durante el siglo XIX, tanto en Europa como en América Latina, para finales de esa centuria empezaba a ser percibida por los militantes del modernismo como parroquial, limitada y superficial en sus planteamientos estéticos. Si se analiza con cuidado el debate en torno a la obra de Carrasquilla y se tienen en cuenta, además de los aspectos puramente formales, el contexto político y social en que ésta se desarrolló, es posible evidenciar que el papel que críticos y literatos –especialmente los afiliados con el proyecto centralista bogotano–, le asignaron a Carrasquilla dentro del campo literario nacional, no sólo respondió a las dinámicas propias de la actividad artística, sino que tuvo un trasfondo político enmarcado en la disputa entre el centro y la región, que reclamaba el reconocimiento de su lugar dentro de los escenarios de producción de representaciones. Ello explica la persistencia del costumbrismo regionalista en Antioquia hasta ya entrado el siglo XX, así como el destino de la obra de Carrasquilla, cuya circulación fuera de Antioquia ha sido muy limitada con excepción de La marquesa de Yolombó (1928), su novela más reconocida, y algunos cuentos como "Simón el mago" (1890) y "En la diestra de dios padre" (1897), a pesar de que la primera parte de su trilogía Hace tiempos (1936) ganó el premio nacional de literatura en el año de su publicación18.

Los africanos y sus descendientes en la pluma de Carrasquilla

Con excepción de La marquesa de Yolombó y la primera parte de Hace tiempos, los africanos y sus descendientes no constituyen personajes privilegiados en la obra del escritor antioqueño, pues aparecen apenas marginal y limitadamente. De entrada este es un dato importante si tenemos en cuenta el contexto en el cual se desarrollan ambas novelas: la primera narra las memorias familiares del propio Carrasquilla y es el único de sus escritos que se desarrolla durante la segunda mitad del siglo XVIII, la acción tiene lugar en Yolombó, pueblo minero de relativa importancia durante la época colonial que da título a la historia. Entre tanto, al igual que el resto de su obra, la primera parte de Hace tiempos titulada "Entre cumbres y cañadas" se desarrolla en la época republicana y en escenarios mineros de tierras bajas; sin embargo, como se verá enseguida, Carrasquilla acudió a éstos para completar el modelo de representación que asocia la presencia negra con la barbarie de las zonas mineras de tierra caliente fundadas antes de la colonización. En estas obras Carrasquilla insiste en presentar a los personajes negros desde dos extremos que fluctúan entre el buen salvaje subordinado, pero agradecido con la compasión de los amos –como sucede en varias partes de La marquesa de Yolombó–, y la violencia, el asesinato y el robo en Hace tiempos. Tópicos como la magia, la brujería y el curanderismo también son asociados frecuentemente con estos personajes. Esa representación contrasta con su limitada presencia en el resto de las obras, donde los africanos y sus descendientes permanecen en la penumbra de las historias. La producción de Carrasquilla en su conjunto parece reforzar la idea de que después de la colonización, los africanos y sus descendientes quedaron ausentes de la sociedad antioqueña, pasaron a hacer parte de su pasado y no sujetos del presente a partir de los cuales fuera posible elaborar una representación regional.

También es importante indicar que la parodia y la ironía han sido señaladas como las principales estrategias narrativas que Carrasquilla empleó en sus textos para llevar a cabo ejercicios de crítica social sobre temas como el conservadurismo, en Luterito, o los vicios de la burguesía urbana, en Frutos de mi tierra, donde el escritor supo utilizar hábilmente su famoso humor negro para retratar las contradicciones, defectos, chismes y habla durías de la sociedad de la época19. Sin embargo Carrasquilla no parece tener la misma posición crítica frente a temas como la esclavitud o la servidumbre ni sobre la presencia negra en general, pues en el resto de su obra se reiteran los casos que muestran a los afrodescendientes como sirvientes naturales de los blancos, aun a pesar de que los textos retratan épocas posteriores a 1851, es decir, cuando ya se había abolido la esclavitud.

La representación del negro servil

Dos ejemplos son reveladores en la construcción de la imagen del negro servil, el primero es el de Fraciquí (Francisquín), negro sirviente en Salve, Regina, novela de 1903 que narra el malsano amor que experimenta la joven Regina por Marcial Rodríguez, amo del negro. Allí, luego de un altercado con su amo Fraciquí dice que: "¡Si calai! Amito pegó a su negó, porque le ijo su veldá! ¡Amito lo lumbó e la casa, como a un pelo gusaniento! ¡Ay! ¡Qué hala sin Amito el negó Faciquí! ¡Qué halá en la vida! Faciquí se güelve ponde Amito, manque lo mate a las patalas (...)"20. La voz del narrador explica, entonces, el contexto:

    [Faciquí] Adoraba en Amito; era Amito su religión. En ese espíritu triste y caótico no existía más noción precisa que Marcial Rodríguez. Era el ser providente, que imperando en él por ley de soberano, le daba hasta la vida. Su negra existencia dividíala en dos partes: antes y después de Amito. Antes: azotes, hambre, miseria, la crueldad del blanco, el yugo horrible del que sin ser esclavo por ley, lo es por raza y por herencia, por estupidez e inutilidad. Después, un ser humano que le dispensa atenciones, que lo eleva a la categoría de persona, que le da el pan, que le arroja un mendrugo de cariño. Todo esto, sin explicárselo, por supuesto, sentíalo el negro en su propio embrutecimiento; y la gratitud reventaba en sus entrañas como chorro de agua comprimida21.

El segundo caso lo encontramos en Entrañas de niño, novela escrita en 1906 a la cual se le han atribuido pasajes autobiográficos, en la que Paco, su protagonista, narra las aventuras de una parte de su infancia; Tula, la liberta que había criado a la madre del protagonista, a quien Carrasquilla describe como "genio de la fidelidad "22, reniega de su "raza" en un diálogo con el sacerdote, quien le dice:

    -Tóma tú, para que compres una novena... a San Benito.
    -Dios se lo pague a su mercé, mi dotor... Será recebile, Pero no pa San Benito, a yo me gustan más los santos blancos.
    -¡Hola!... ¡Negra más zumbada!
    -No, dotor –interviene papá– ésta reniega hasta del santo de su raza.
    -Si no conviene con la abolición de la esclavitud! –corrobora mi madre–. Dice que negro sin amo es como hijo sin padres.
    -¿De veras?
    -Asin'es, su mercé, mal que los pese a tanto negro como habemos23.

Más adelante, Tula se admira de la bondad del sacerdote afirmando que: "(...) Eso sí eran curas, que lo mismo trataban a los blancos que a un simple negro"24.

Por su parte, la criada Bernabela en Frutos de mi tierra reconviene a su amo Agusto por trabarse en luchas estériles con sus vecinos. diciéndole: "¡Un blanco como sumercé... ise a enredar con esa gentualla! Nó, mi amo: los negros semos negros y los blancos son blancos; los negros en la cocina, los blancos en la tarima"25. Los ejemplos exponen con claridad la continuidad de una estrategia narrativa mediante la cual Carrasquilla desplaza las atribuciones raciales a los propios personajes negros; esto sucede en el primer extracto donde vemos cómo aun sin ser esclavo, Fraciquí es presentado como un criado servil debido a una supuesta disposición a ello, asociada a su pertenencia racial, a unos caracteres propios de ésta como la estupidez y la inutilidad, y a la herencia histórica. En el caso de Tula, el diálogo infantiliza a la gente negra al presentarla como un hijo sin más criterio que aquel que le puedan proporcionar sus amos. La única redención posible es a través de los blancos, quienes, gracias a la compasión y bondad derivadas de su superioridad moral, humanizan a los negros al tratarlos con dignidad, pese a que éstos son conscientes de su propia inferioridad, la afirman, la reproducen, e incluso parecen defender la permanencia de ese orden social, como se puede apreciar en los casos expuestos. Resulta curiosa la persistencia de este patrón de representación aun para la época en que se desarrollan estas historias, cuando la esclavitud ya había sido abolida, pues aunque también aparece con frecuencia en La marquesa de Yolombó, en ese caso podría ser interpretado como un modelo económico y sencillo para mostrar las relaciones socio-raciales al interior de la sociedad colonial antioqueña. Su permanencia permite plantear que, en general, esta estrategia narrativa responde a dos objetivos: por una parte, contribuye a reforzar las imágenes asociadas a los africanos y sus descendientes al justificar su inferiorización mediante la adjetivación negativa de su pertenencia racial; por otro lado, intenta construir patrones polarizantes mediante un sistema de oposiciones múltiples que exalta la moralidad blanca y evita una representación perjudicial del sector blanco al trasladar las afirmaciones racistas a los propios personajes negros. En efecto, a pesar de que las afirmaciones sobre la necesidad de mantener el orden socio-racial derivado de la colonia son bastante frecuentes en toda la obra de Carrasquilla, resulta interesante observar que éstas nunca son hechas por personajes blancos.

Sin embargo, al mismo tiempo se emplean dentro del discurso otros tópicos que implícitamente evidencian la importancia que tiene el tema de la raza, y en particular la distancia racial como garante del orden, tal es el caso de la limpieza de sangre, la racialización de la diferencia y la importancia de los matrimonios como formas de prestigio social.

Zambos y negros en la jerarquización socio-racial antioqueña

Analizar el tema de la racialización de la diferencia nos brinda una pista que permite cuestionar la idea de la sociedad antioqueña como una democracia racial, en la que el color no constituía un factor de distinción importante. En las novelas y cuentos es abundante la utilización de marcadores raciales a manera de insulto o descalificación, en particular la palabra zambo, con la cual se nombraban las personas producto de la unión entre negros(as) e indígenas, considerados como la más envilecida de las mezclas posibles por provenir de individuos pertenecientes a los sectores más bajos de la sociedad, de los cuales, se creía, heredaban los peores defectos.

En la novela corta Luterito, escrita en 1899, se presenta la interesante historia del Padre Casafús, el sacerdote de un pueblo conservador antioqueño que es tildado de liberal y es perseguido debido a sus ideas progresistas; en un aparte de la novela, doña Quiteria, matrona del pueblo y enemiga acérrima de Casafús, se traba en una lucha verbal con las hermanas Valderrama, liberales a quienes espeta: "¡Ah zambas! (...) ¡Diz que están muy triunfantes estas rojas sinvergüenzas! ¡Ah creídas! ¡Se han de quedar con las piernas juagadas!"26. Otro tanto sucede en uno de los apartes iniciales de Entrañas de niño cuando Paco, quien a pesar de su edad se daba muchas ínfulas, desprecia los coqueteos de Cándida, una cuarterona hija del mayordomo27: "(...) se me acercó con disimulo y (...) me dijo arrulladora: 'Paquito, vusté por qué no es novio mío...?' Me quedo pasmado (...) Zambas a mí, que iba a casarme con princesa?"28. Un tercer ejemplo lo encontramos en la novela de 1920 titulada Ligia Cruz que narra la historia de Petrona, una jovencita nacida en Segovia, pueblo minero, quien llega a Medellín a la casa de don Silvestre, su padrino, para curarse de un paludismo que la aqueja hace tiempo. Allí Ernestina, la esposa de su protector, la desprecia por su origen humilde, su carácter parlanchín y desparpajado; la novela empieza narrando el malestar de la mujer: "A la gran señora se le iba dañando el hígado con la última barbaridad de su marido (...) ¿Qué iba a hacer ella con el emplasto de la ahijada? (...) Porque una montuna, hija de zambos mineros y que nunca había salido de Segovia, tenía que ser una calamidad abominable"29.

En el mismo sentido se encuentra la novela Grandeza de 1910, donde se narra la historia de doña Juana Barrameda de Samudio, una mujer de Medellín, arribista y con aires de superioridad que hace hasta lo imposible por lograr figuración social para ella y sus hijas Magdalena (Magola) y María de la Cruz (Tutú), mientras que su único hijo (Chichí) prefiere los trabajos del campo y desprecia las pretensiones de su mamá. Grandeza evidencia la manera como funcionaban los signos de estatus en la sociedad antioqueña de la segunda mitad del siglo XIX, la importancia de las alianzas matrimoniales como estrategia para mantener y aumentar el capital no sólo económico sino simbólico y la permanencia de sistemas de clasificación propios de la colonia para designar el lugar social que le correspondía a cada individuo; sobre este particular, por ejemplo, se desarrolla una interesante conversación entre Magola y doña Leonilde, una vecina rica pero envidiosa que defiende los matrimonios por conveniencia mientras que la chica se inclina por el amor como motivo para las uniones, la señora entonces le contesta: "–Qué ideas tan raras y tan horribles! (...) De modo que se casaría con un negro o con un bandido?"30. Más adelante al discutir sobre Arturo, un pretendiente de Tutú al que apodan Grandeza debido a que, sin ser de familia aristócrata ha conseguido dinero y una posición social que le ha permitido viajar a Europa, así como refinar el trato y el guardarropa. El diálogo se desarrolla así:

    (...) Arturo como que no es, en últimas, tan de lo peor. Como lo llaman Grandeza, creía que sería por ahí algún ñapango cavilosito de estos de pueblo31, que han inventado la suma con la guerra y con los negocios tan raros de ahora.
    (...)
    -Y por qué lo ridiculizan con ese apodo?
    -Pues no será por tan rico, Leonilde?
    -No será por eso, Juana, no lo crea!
    -Es por eso, señora –arguye Magdalena–. Cómo nó? Los que pasan de pobres a ricos, quedan como si fueran expulsados del infierno: ni San Pedro les abre, ni el Diablo los vuelve a recibir.
    -Sí, niña; lo que es San Pedro no le abre a Grandeza, por lo menos en Medellín. Porque, aunque tenga mucha plata, es un zambito32.

Un último ejemplo lo encontramos en la novela Hace tiempos, cuya primera parte, titulada "Por cumbres y cañadas" –escrita en 1935 y que le mereció a Carrasquilla el premio nacional de literatura–, narra la infancia de Eloy Gamboa, un niño blanco cuyo padre en determinado momento decide dedicarse a la minería y emprende un viaje por diversas zonas donde ésta se practica en compañía de su familia, algunos socios descritos como blancos montañeros y Cantalicia, la nodriza india de Eloy. Ante una traición que sufre el señor Gamboa a manos de otros mineros, Cantalicia opina que: "Todu'esto no son sinó disculpas que sacan él y sus sobrinos, pa blanquiar esa negrada qui'han hecho con un señor tan afligido"33.

Los ejemplos sobre el empleo de la palabra zambo y, en el último caso, la referencia a lo negro, usados ambos como calificativos negativos o marcadores sociales, son abundantes en la mayoría de los textos de Carrasquilla, sin embargo he escogido apenas unos cuantos que ilustran la variedad de tópicos a los que podía estar asociada. Como se observa en las citas, para la época en que transcurren las novelas la palabra zambo se había alejado del referente exclusivamente racial para convertirse en una forma de calificar a algún "otro" que se distanciaba u oponía a la representación homogénea sobre lo antioqueño: el zambo puede ser un otro liberal, pobre, pueblerino, negro o racialmente mezclado pero, en todo caso, alguien diferente que se salía de la norma social dominante. La reiteración de esas asociaciones en toda la obra de Carrasquilla funciona como un modelo de clasificación que estructura las relaciones sociales entre diversos sectores, especialmente entre los aristócratas –sea por herencia o por adscripción– y el resto; sin embargo, la cita de Grandeza evidencia que al interior de la sociedad antioqueña, y sobre todo en Medellín como corazón de la representación regional, ni los nuevos ricos del comercio, ni los descendientes de indígenas y negros se libraban de la "mancha" racial aunque lograran ascender socialmente. Por otra parte, la proveniencia geográfica también parecía ser un factor influyente a la hora de determinar qué tan "zambo" podía ser un individuo. En particular se mencionan las zonas mineras de origen colonial y las tierras bajas, como Segovia o los históricos poblados del nordeste. Aunque resulta obvio que el término había sido apartado de su significado original, el empleo de éste no parece inocente sino más bien muestra una asociación implícita entre lo malo, lo feo, lo desviado y la inferiorización que experimentaron los individuos racializados en la sociedad antioqueña. Probablemente con el trascurso del tiempo y la implantación de la república, una vez inoperantes los antiguos términos creados por el sistema de castas, la utilización del término zambo se amplió a otros sectores que la sociedad local identificaba como extraños a la auto–representación hegemónica que estaba en construcción. Paradójicamente, esta forma de nombrar, tan común en la obra de Carrasquilla, se opone por completo a los argumentos tradicionalmente aceptados sobre la blancura antioqueña.

Juntos pero no revueltos

La idea de un mestizaje libre de conflictos, como mito fundacional de la identidad antioqueña, se pone en cuestión al observar los abundantes casos en los cuales el matrimonio se presenta como forma de control social. Un claro ejemplo de ello aparece en La marquesa de Yolombó y es protagonizado por Antonina, una chismosa y pendenciera sobrina de Bárbara Caballero, personaje central de la historia; la joven, casada con un hombre pobre, en un aparte de la novela se enfrasca en una pelea con sus vecinos, una pareja de mestizos venidos de Rionegro. El suceso es asumido como una afrenta por la aristocrática familia Caballero, hecho sobre el que Bárbara reflexiona así:

    Un noble echando cocas? Qué vergüenza! Cómo estaría gozando el zamberío, que pretendía pasar por blanco. Qué fatales eran los matrimonios desiguales! La cayubra se había enzambado hasta ponerse más abajo de su marido (...) eso había sido una escena, más para merienda de libertos que para riña de comadres34.

En ese mismo sentido vale la pena recordar la conversación ya citada entre Leonilde y Magola en Grandeza, en la que la primera le pregunta a la joven si sería capaz de casarse con un negro. Por otra parte, en Frutos de mi tierra el tema aparece nuevamente en varias ocasiones, una de ellas es cuando Nicanor, uno de los socios del señor Gamboa y quizá, de todos, el personaje que mejor encarna las virtudes de los antioqueños blancos y colonizadores, le describe a Cantalicia el tipo de mujeres que merecen hombres como él según las reglas comunes sobre los roles de género dentro de la familia antioqueña: "A nosotros los montañeros pobres que semos blancos y decentes, no nos convienen sino mujeres como las de nosotros: de alpargate en semana y guasintón pa ir a misa y que sepan hacer toda laya de oficios"35. Las uniones interraciales son presentadas como oportunidades de ascenso social deseadas por los sectores marginados: "[Las] matronas venerables pretenden con frecuencia casar sus negritas con alguno de estos blancos de la montaña, de facciones muy perfiladas, de estatura prócer y patas apostólicas", un buen contrato para quienes pretenden blanquearse de acuerdo con la descripción de esos portentos antioqueños. Sin embargo, las uniones mixtas parecen ser desiguales y poco favorables para los blancos a juzgar por la narración de las bodas: "En tan solemnes días son los untos de pomadas y lociones fragantes; son los riegos de pachulí y esencia de rosas; y aquel olor de la raza africana, combatido por tantas mixturas, levanta una hedentina de todos los diablos chamuscados. Apesta que apesta invaden las casas de panaderas y dulceras"36. De nuevo, a pesar de que el tema sugiere la posibilidad de matrimonios mezclados, es claro el empleo de oposiciones múltiples para dibujar una autoimagen de próceres y apóstoles blancos en contraste con la de negros malolientes.

La representación andinocéntrica de Antioquia y sus habitantes

Para concluir, quisiera mostrar cómo se manifiesta, en el conjunto de obras de Tomás Carrasquilla, la concepción andinocentrista sobre la barbarie de las tierras bajas, en relación con la construcción de una representación hegemónica y homogénea de Antioquia y sus habitantes desde las perspectivas geográfica, racial y cultural.

La relación entre clima, raza y civilización se puede apreciar con frecuencia en la obra de Carrasquilla. Es interesante observar que las descripciones de paisajes por lo general se acompañan de adjetivos que califican a los personajes que se les asocian, en un ejercicio de lo que Taussig ha denominado geografía moral37; en los casos en que esto no sucede de manera abierta, implícitamente el desarrollo de la historia señala la preponderancia de personajes blancos o negros de acuerdo con el escenario. En ese sentido, es revelador que, como anticipé más atrás, la novela donde mayor número de negros aparece es Hace tiempos, en particular la primera parte de la historia que se desarrolla casi en su totalidad en escenarios mineros de tierras bajas.

Al analizar las estrategias de representación que utiliza el escritor en sus discursos sobre la geografía moral antioqueña, encontramos que las descripciones guardan inmensas similitudes con las que hicieron políticos, científicos y viajeros sobre el mismo tema en épocas cercanas. Salve, Regina constituye un buen ejemplo, pues la trama comienza cuando la voz del narrador describe el escenario que rodea La Blanca, pueblo ficticio en el que trascurre la historia:

    Es en los Andes (...) Arropa sus vegas y sus laderas, sus pendientes y colinas, el manto opulento de la feracidad; constelan las vacadas sus apacibles praderías; sus jardines, en perpetua florescencia, semejan mantones de Manila. En aquel clima no se inflama el aire en el verano ni se congela en el invierno, como en los tiempos de Rioja y de Garcilaso, vive allí El blando céfiro, con la mayor frescura. Y tál, que la sangre circula con el ritmo de la salud, y los pulmones se ensanchan con ese oxígeno edénico. Colóranse como duraznos las mejillas de las chicas; las cejas y los cabellos parecen a toda hora como ungidos con brillantina; los ojos, rasgados y profundos, se abren al sol de la juventud, cual si quisieran beberse el infinito38.

El sano clima andino constituye habitación propicia para los hombres que se convirtieron en modelo de la representación regional dominante: los blancos montañeros, comerciantes, campesinos o arrieros, esta última una de las más importantes figuras de la identidad local. En Frutos de mi tierra el arriero es descrito como un hombre rústico pero al mismo tiempo apuesto y, en este caso, proveniente de Envigado, pueblo cercano a Medellín:

    Era el tal arriero un envigadeño de la cepa, de esos de cara escultórica, barba nazarena, rejo y músculos de atleta. Con el mugriento sombrero hacia atrás; la mulera al hombro; una como chamarra de lienzo gordo, larga por delante y sin mangas; terciado el enorme guarniel; la hoja rialera al cinto; la camisa diagonal remangada hasta el codo; desnuda la una pantorrilla, medio cubierta la otra por amplio calzoncillo que salía del recogido pantalón, todo el hombre salpicado de barro, era un valiente tipo de Antioquia, hermoso si los hay39.

Carrasquilla narra el transcurso de la cotidianidad en esas tierras de acuerdo con los conceptos comunes sobre la casa y la familia antioqueña. Así describe, por ejemplo, la vivienda de Regina: "Era un caserón de pueblo, de buen servicio y mejores comodidades. Se notaba en todo extremada limpieza, mucho orden, muchísima abundancia, y esa amplitud, esa facilidad de los hogares sencillos, donde no hay aparatos que estorben, ni lujos que empalaguen"40. Las citas sobre escenarios andinos o montañeros implican una valoración de los efectos del entorno sobre el bienestar físico y espiritual de sus pobladores: las tierras son productivas, los climas templados estimulan la salud y la belleza, quienes provienen de la montaña y se enfrentan a diario con ella, como los arrieros, son seres hermosos y bien formados, la sociedad en estos ambientes funciona con base en los valores de orden, limpieza y sencillez.

Por el contrario, en Hace tiempos la elaboración de una geografía moral de las regiones mineras no es nada alentadora. Las tierras bajas permanecen fuera del influjo colonizador, bárbaras y salvajes, aún poseídas por la naturaleza y por tanto marginadas de la cultura, son escenario de las más feroces pasiones y prácticas: "El amor y la muerte, estos dos agentes de la transformación del organismo viviente, tienen en estas márgenes selváticas las manifestaciones más violentas"41. Este ambiente de laxitud social no resulta apropiado para los blancos de la montaña y así se lo expresa Nicanor a Cantalicia cuando le cuenta que en Remedios y Zaragoza:

    (...) pagan muy buenos jornales (...) pero a ningún trabajador le queda nada con tanta francachela y tanto bunde. Por allá hay tanto matón, tanta vagamundería y tanta perdición, que eso es más pa uno perder al alma que pa ganar la vida. Por allá vimos tantas cosas feas, tanto hombre enyerbao, tanto muerto a cuchillo, que nos fue colando el recelo y nos volvimos42.

Algo parecido sucede en Ligia Cruz cuando la muchacha se enamora de Mario, uno de los hijos de su padrino, quien gracias a sus conocimientos médicos le diagnostica una tuberculosis avanzada que en poco tiempo acabará con su vida. De regreso a Segovia, ya sin esperanza de curación pero totalmente ignorante de la gravedad de su estado, la joven en su delirio sueña con la posibilidad de casarse con Mario. La alarmada familia reflexiona sobre la imaginación desbordada de la enferma que siempre la metió en problemas, y la atribuyen a la influencia del entorno, el narrador interviene con estas afirmaciones:

    En efecto, aquellas regiones, en mucha parte ignotas, son para producir espejismos y perturbaciones en el hombre más normal, más equilibrado y más impávido. Allí las fieras espantables, las aves polícromas y peregrinas; allí los reptiles más enormes y pavorosos, los insectos más gentiles y delicados; allí los monos, con todas sus pantomimas y payasadas; el oro por doquiera; por doquiera las emanaciones letales; los agüeros, las barbaridades. Allí los agios y las codicias, la lucha heroica por el pan, el libertinaje de las minas, los amores de tanta gente suelta, sin respetos religiosos ni sociales. Allí los crímenes, el aguardiente, la sangre, las enfermedades, las miserias.

    Tal medio no es para arcadias de pastores y eremitas, ni para sabidurías reposadas. El hombre, en su personalidad específica, que lo resta de sus semejantes, es su patria, porque no puede ser ni más ni menos. Y eso era Ligia: una soñadora desequilibrada por temperamento, en un medio y en circunstancias muy propicias43.

El río y la selva, con sus climas extremos, dominios exclusivamente de la naturaleza y habitación de seres moralmente inferiores son tópicos que se repiten constantemente. Al describir las regiones pobladas por negros Hace tiempos presenta un ejemplo interesante:

    En las márgenes del río, en ese laboratorio íntimo de la Naturaleza, donde tan claro se ve la transformación de la materia animal y la vegetal, [los negros] pasan su vida y la trasmiten, entre el connubio de árboles y yerbas, de tanta fauna, del agua y del suelo, del sol y la tierra. Los pocos que alcanzan la vejez son mendigos. Por fortuna, el clima acaba con ellos no muy tarde, si no se matan unos a otros por sus celos y codicias44.

Los efectos de esos ambientes producen seres opuestos a las virtudes de los industriosos antioqueños blancos y montañeros, negros perezosos que no trabajan aunque tengan los instrumentos. Así lo señala Cantalicia en un diálogo con la madre de Eloy sobre los negros de las minas:

    D'este negrito sí me da mucho pesar! Se lo come la pereza, y me parece que no va a aprender a trabajar en nada. Yo le pago un rial, le doy tabacos y sobraos, y apenas logro me recoja y me raje la leña. Esto le cuesta un sacrificio. Es tan inútil y tan maula el pobrecito, que l'he dao un pedazo de saya, hilo y aguja, pa que se remiende los rotos, y no ha sido capaz45.

Las citas evidencian una representación totalmente opuesta de las tierras bajas, los sujetos que las habitan y las sociedades que éstos conforman: dominadas por los vicios, en especial por aquella alegría y propensión al baile asociada a los negros, la violencia, la brujería, los furores y la sexualidad desbordada que contraviene las convenciones sociales y los preceptos religiosos, todo ello en medio de –y propiciado por– una naturaleza sin orden, poblada de los seres más extravagantes. En contraste, los espacios de la civilización son, por supuesto, los ámbitos colonizados en los que la naturaleza indómita y las costumbres licenciosas han sido desplazadas por la amplitud, la inocencia y los campos intervenidos por la mano del hombre, en los que ahora habita dios, como se muestra hacia el final de la primera parte de Hace tiempos, cuando Eloy y sus compañeros logran por fin salir del ámbito minero y se desplazan hacia la montaña, Carrasquilla narra entonces que:

    El niño (...) está a sus anchas por esas mangas y esos rastrojos. Ya no es el monte cerrado, donde la Madre del Río hace tantos estragos; ya no son las serpientes ni las tarántulas ni los escorpiones: es el campo de dios, el campo abierto, poblado de animales inocentes; son los montones de cumbres, ya explotados, por donde pueden trasegar hasta los niños46.

A pesar de que la colonización ha sido presentada como un fenómeno que democratizó la sociedad y anuló las barreras y marcas raciales en Antioquia, la construcción de una identidad regional blanca y progresista implicó la creación de un otro racializado, adjetivado negativamente como la encarnación de todas las oposiciones y desviaciones a las normas sociales que regían la representación hegemónica del ser antioqueño, de acuerdo con el andinocentrismo derivado de la ideología del blanqueamiento. Aunque se ha recurrido con frecuencia a la ficción del mestizaje armónico y libre de conflicto durante el siglo XIX, para sustentar la ausencia de los africanos y de sus descendientes en la historia antioqueña posterior a la colonización, en la obra de Carrasquilla se hace evidente la permanencia y el arraigo de las formas de clasificación socio-raciales derivadas de la colonia, así como los mecanismos creados con el objetivo de mantener la distancia entre los diversos sectores racializados de la sociedad y controlar el ascenso de aquellos ubicados en las posiciones más bajas de la escala social. Durante el siglo XIX la representación sobre lo antioqueño no pudo reconocer ni incorporar a los afrodescendientes sino que, más bien, por medio no sólo del discurso sino también de las prácticas sociales, los confinó a los márgenes del orden social, situándolos en las fronteras culturales y geográficas del imaginario antioqueño. Los africanos y sus descendientes se convirtieron entonces en cuerpos que alimentaron la economía y el deseo de los blancos, es decir, en sujetos exclusivos del pasado, o bien en habitantes de las tierras mineras, bárbaras y dominadas por la naturaleza, donde la providencial empresa colonizadora aún no bajaba desde los Andes a implantar el orden. Para la blanca Antioquia, después de la colonización, la distancia que la separaba del otro que encarna la diferencia se hizo insalvable.

El diálogo parece imposible, la ficción del mestizaje feliz carece de correlatos en las abundantes representaciones que exaltan y celebran su blancura, su pureza racial y su superioridad moral. El mulato es prácticamente invisible; el negro está condenado por su raza, por la historia y por su propia voluntad a permanecer obediente al servicio de los blancos y subordinado a éstos; el mestizo no puede librarse de la "mancha" racial y su ascenso se considera una afrenta. El diálogo se torna imposible y la vía que queda es la eliminación simbólica del otro: de pronto, en el transcurso de unas pocas décadas, lo negro simplemente desaparece del panorama antioqueño en un proceso que no careció de violencia y que ha mantenido en la invisibilidad a los descendientes de africanos por más de un siglo.

Despidámonos de Carrasquilla con una última cita que sintetiza esa eliminación violenta que implicó la colonización antioqueña como mito fundacional de una identidad local blanca. En Grandeza Carrasquilla describe a Chichí, el hijo de la protagonista, como prototipo del auténtico colonizador aguerrido y tenaz que se enfrenta con la naturaleza obstinada, en un esfuerzo continuo por vencer los obstáculos que ésta le opone para transformar el paisaje, entre ellos, los negros tan perezosos, tan distintos que pueden echar por tierra el proyecto colonizador con su barbarie si no son anulados, expulsados, desaparecidos del panorama para instaurar en esas tierras el reino del orden:

    Transcurren tres años de lucha, cuerpo a cuerpo, brazo a brazo, y Chichí ha triunfado (...) La mitad de este tiempo lo ha pasado con fiebres; mas parece que a cada embate le inoculase mayores energías el microbio enemigo. Su sangre tan rica, su organismo tan vigoroso, han logrado defenderse de los furores del Cauca; que hasta el clima amaina con los hombres tesonudos (...) No ha sido menos cruda la lucha con el hombre. Revólver en mano, ha tenido que imponérsele a la negrería indómita, perezosa y merodeadora que por ahí campea; ha ido eliminándola gradualmente, haciéndose a un personal de jornaleros de los lados de oriente, gañanes de raza blanca, los más trabajadores y constantes, y acaso los menos pícaros de nuestras gentes montañesas47.

Tumbar un árbol y eliminar a un negro parecen haber sido las tareas fundamentales de la colonización antioqueña y, aparentemente, al menos en el imaginario de la nación, ambas se cumplieron a cabalidad. El proyecto de identidad antioqueña sigue siendo exitoso, no sólo porque la imagen del antioqueño laborioso persiste en el ámbito nacional, sino porque en el imaginario sobre Colombia se mantiene la idea de que en Antioquia no hay descendientes de africanos. No han faltado durante el siglo XX quienes han señalado este proyecto de identidad como el modelo de nación deseable para Colombia: el mestizaje bien sea real o ficticio como la opción más apropiada para blanquear el país, mediante la eliminación física o simbólica del otro.

El 12 de mayo de 2009 el columnista Mario Fernando Prado publicó en el diario El País de la ciudad de Cali un artículo titulado "Paisocracia"48, en el cual destacaba la creciente figuración de los antioqueños en la vida pública colombiana como resultado natural de su pertenencia a cierta "raza"; reconocía su fortaleza, su disposición para el trabajo y sugería a los demás colombianos que "dejemos la bronca" y más bien admitamos que los paisas están llamados a gobernar todas las instancias del país. Al final, un comentario de rancio sabor, que recupera el mestizaje como forma de redimir geografías y pobladores que continúan situados en los márgenes del imaginario nacional, reitera la importancia de continuar estudiando este fenómeno y las consecuencias que ha tenido para la construcción de ideas sobre la nación y sus regiones en Colombia. Prado sugiere que "unos buenos sementales paisas sí que nos servirían, sobre todo en la costa Pacífica, para cambiar la pereza por la acción, la desidia por el perrenque y la fatiga por la verraquera". Este ejemplo ilustra de manera dramática la eficacia del conjunto de representaciones que hemos observado y la vigencia de ese modelo excluyente de nación.


Pie de página

1Jaime Arocha y Lina del Mar Moreno, "Andinocentrismo, salvajismo y afroreparaciones", en Afroreparaciones: Memorias de la esclavitud y justicia reparativa para negros, afrocolombianos y raizales, ed. Luiz Claudio Barcelos y Claudia Mosquera (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007), 587-603.
2De acuerdo con el censo de 1777 para entonces la población antioqueña ascendía a 22.177 personas y estaba compuesta por un 15.33% de blancos, un 6.16% de indios, un 49.80% de libres y un 28.23% de esclavos. Veinte años más tarde, la proporción de blancos e indios se mantenía estable con 15.79% y 6% respectivamente, mientras que el número de libres había aumentado al 64%, probablemente como resultado de las tempranas manumisiones causadas por la crisis de la minería; la preferencia por la mano de obra no cautiva se expresa así mismo en el descenso de la cantidad de esclavos al 13.54%. En 1820 los antioqueños sumaban un total de 101.142 personas, entre las cuales se contaban un 88.7% de libres de todos los colores, 4.4% de indios y 6.7% de esclavos; esta tendencia de crecimiento de los sectores libres y disminución de los esclavos se mantuvo hasta la abolición de la esclavitud en 1851. El alto porcentaje de negros libres para comienzos del XIX se ha relacionado con una supuesta flexibilidad de las relaciones raciales al interior de la sociedad antioqueña, sin embargo, al analizar las cifras presentadas por Patiño sobre la tenencia de la tierra en algunas zonas de la provincia, se evidencia que los afrodescendientes eran el sector más desposeído de la misma, la mayoría de los negros libres se dedicaba a la extracción individual de oro, o "mazamorreo". Ver: Hermes Tovar, Jorge Tovar y Camilo Tovar, Convocatoria al poder del número. Censos y estadísticas de la Nueva Granada (1750-1830) (Bogotá: Archivo General de la Nación, 1994); Beatriz Patiño, "La provincia en el siglo XVIII", en Historia de Antioquia, comp. Jorge Orlando Melo (Bogotá: Ed. El Colombiano de Medellín, 1979).
3Arturo Alape, Valoración múltiple de Tomás Carrasquilla (Bogotá: Alcaldía Mayor, 1990); Kurt Levy, Vida y obras de Tomás Carrasquilla. Genitor del regionalismo en la literatura hispanoamericana (Medellín: Bedout, 1958); Jorge Naranjo, "La marquesa de Yolombó", Revista Credencial Historia, no. 110 (1999); Catalina Restrepo, "Cantos e interacción cultural en La Marquesa de Yolombó de Tomás Carrasquilla", Estudios de Literatura Colombiana, no. 13 (2003); Flor María Rodríguez, Tomás Carrasquilla, nuevas aproximaciones críticas (Medellín: Universidad de Antioquia, 2000).
4A la llegada de los conquistadores españoles, Antioquia estaba poblada por pueblos indígenas catíos, nutabes y tahamíes, entre otros, los cuales también fueron excluidos de la representación regional sobre Antioquia. Sin desconocer la presencia de pueblos indígenas en la región ni la invisibilización que han experimentado, en el presente artículo me concentraré exclusivamente en el caso de los africanos y sus descendientes.
5Santiago Castro-Gómez, La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada 1750-1816 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2005).
6Ver: Julio Arias, "Seres, cuerpos y espíritus del clima, ¿pensamiento racial en la obra de Francisco José de Caldas?", Revista de Estudios Sociales, no. 27 (2007); Julio Arias, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales (Bogotá: Universidad de los Andes, 2005); Fernando Cubides, "Representaciones del territorio, de la nación y de la sociedad en el pensamiento colombiano del siglo XIX: cartografía y geografía", en Miguel Antonio Caro y el pensamiento de su época, comp. Rubén Sierra (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002); Cristina Rojas, Civilización y violencia. La búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX (Bogotá: Norma, 2001).
7Sobre las representaciones blanqueadas de Antioquia y sus pobladores ver: Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación: raza y colonización en Riosucio, Caldas, 1846-1948 (Bogotá: ICANH, Universidad de los Andes, Universidad del Rosario, 2007); Ramón Franco, Antropogeografía colombiana (Manizales: Imprenta del Departamento, 1941); James Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979); Mary Roldán, "Violencia, colonización y la geografía de la diferencia cultural en Colombia", Análisis Político, no. 35 (1998), y Eduardo Santa, La colonización antioqueña: una empresa de caminos (Bogotá: Tercer Mundo, 1993).
8Citado en Santa, La colonización antioqueña, 30-31.
9Tulio Ospina, El oidor Mon y Velarde, Regenerador de Antioquia http://biblioteca-virtual-antioquia.udea.edu.co/colections.php, (consultado el 17 de agosto de 2008). Cursivas en el original.
10James Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979), 19.
11Virginia Gutiérrez de Pineda, "Tensiones del odio en la pequeña comunidad: antagonismo en los estratos sociales", Revista Colombiana de Antropología ix (1960).
12Tomás Carrasquilla, "Autobiografía", en Obras Completas, Tomo I (Medellín: Bedout, 1958), XXV.
13Flor María Rodríguez, "La autobiografía de Tomás Carrasquilla, entre autos y graphé", en Tomás Carrasquilla, nuevas aproximaciones críticas, ed. Flor María Rodríguez (Medellín: Universidad de Antioquia, 2000), 11-12.
14En 1904 la situación económica de Carrasquilla, que hasta entonces había transcurrido sin dificultades, cambió por completo debido a la quiebra del Banco Popular donde guardaba los ahorros de su vida y la herencia que le había legado su abuelo. A partir de entonces, Carrasquilla se vio obligado a trabajar para subsistir y durante cinco años lo hizo como despensero en la mina de Sanandrés, cercana al municipio de Sonsón. Ver: Levy, Vida y obras, 40; Carrasquilla, "Epístolas", en Obras completas, 761-778.
15Levi, Vida y obras, 25.
16Orlando Perdomo, "Yo sueño con un 20 de julio literario" (entrevista a Tomás Carrasquilla), en Valoración múltiple sobre Tomás Carrasquilla, comp. Arturo Alape (Bogotá: Alcaldía Mayor, 1990), 52.
17Levy, Vida y obras, 25.
18Levy, Vida y obras, 65.
19Iván Luis Bedoya, "Ironía y parodia en Tomás Carrasquilla"(Tesis doctoral, Washington University, 1990).
20Carrasquilla, "Salve, Regina", en Obras completas, 189-190.
21Carrasquilla, "Salve, Regina", en Obras completas, 189-190.
22Carrasquilla, "Entrañas de niño", en Obras completas, 216.
23Carrasquilla, "Entrañas de niño", 234.
24Carrasquilla, "Entrañas de niño", 234.
25Carrasquilla, "Frutos de mi tierra", en Obras completas, 113.
26Carrasquilla, "Luterito", en Obras completas, 158. Las cursivas son mías.
27Cuarterón(a): descendiente de mestizo y española o viceversa.
28Carrasquilla, "Entrañas de niño", 201. Las cursivas son mías.
29Carrasquilla, "Ligia Cruz", en Obras completas, 381. Las cursivas son mías.
30Carrasquilla, "Grandeza", en Obras completas, 283.
31Ñapango(a): adj. Col. Mulato, mestizo. En: www.buscon.drae.es/draeI/
32Carrasquilla, "Grandeza", 287.
33Carrasquilla, "Hace tiempos", en Obras completas, 331.
34Carrasquilla, "La marquesa de Yolombó", en Obras completas, 130-131.
35Carrasquilla, "Hace tiempos", 261.
36Carrasquilla, "Hace tiempos", 231.
37Citado en: Peter Wade, Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en Colombia (Santa Fe de Bogotá: Siglo del Hombre, Universidad de los Andes, 1997), 23.
38Carrasquilla, "Salve, Regina", 175.
39Carrasquilla, "Frutos de mi tierra", 84.
40Carrasquilla, "Frutos de mi tierra", 178.
41Carrasquilla, "Hace tiempos", 231.
42Carrasquilla, "Hace tiempos", 245.
43Carrasquilla, "Ligia Cruz", 421.
44Carrasquilla, "Hace tiempos", 232.
45Carrasquilla, "Hace tiempos", 294.
46Carrasquilla, "Hace tiempos", 294.
47Carrasquilla, "Grandeza", 369.
48Mario Fernando Prado, "Paisocracia", El País, [Cali], mayo 12, 2009.


Obras citadas

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