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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.14 no.28 Bogotá Jan./June 2010

 

RESEÑAS

Baena, Rafael.

¡Vuelvan caras, carajo!
Valencia, España: Editorial Pre-textos, 2009, 334 pp.
Por: Óscar Guarín Martínez
Pontificia Universidad Javeriana
guarino@javeriana.edu.co


Desde el siglo XIX la novela histórica ha jugado un papel central en la conformación de las imágenes históricas de las naciones; mucho más que los textos de los historiadores. Es indiscutible la influencia de Balzac o de Víctor Hugo en la construcción de los imaginarios de la nación francesa, o de Walter Scott en la configuración de los héroes medievales, y en general de la edad media, de la historia inglesa. Los relatos que las novelas históricas convirtieron en hechos históricos fueron fundamentales para elaborar los pasados nacionales. En este sentido, las imágenes del pasado recreadas en la literatura han actuado de manera formidable en la conformación de esos imaginarios a través de la construcción de héroes, de hitos y de lugares que se incorporaron como patrimonio memorial de las naciones.

En América Latina se ha dado un fenómeno similar, dado que la circulación de novelas históricas configuró buena parte de las imágenes que prevalecieron sobre el pasado. Uno de los ejemplos insignes de esto lo encontramos en el Facundo de Sarmiento, que fue definitivo en la construcción de los argumentos sobre barbarie y civilización que enmarcaron los procesos de modernización y modernidad no sólo del sur argentino, sino de buena parte de los países andinos a finales del siglo XIX. En este mismo sentido, la oposición caracterizada en Ariel y Calibán, que fue el eje central de las discusiones de la generación finisecular del 98, fue revertida a muchos discursos políticos y proyectos de construcción nacional latinoamericanos.

Las novelas fundacionales en América Latina dieron paso a la configuración de unas imágenes del pasado que prevalecieron sobre las narraciones históricas; incluso, arriesgando un poco, las primeras alimentaron los marcos de realidad de las segundas. De esta forma tenemos que la construcción de memorias colectivas sobre el pasado ha estado entretejida íntimamente con la literatura, incluso expropiando a la realidad histórica misma y reemplazándola con imágenes provenientes de la imaginación de los novelistas.

En nuestro país, sin embargo, la ausencia de una memoria colectiva sobre la construcción de la nación ha estado en directa relación con el poco peso que ha tenido la novela histórica en la conformación de esas imágenes del pasado. La segunda mitad del siglo XIX vio emerger un sinnúmero de relatos en los que tanto liberales como conservadores se volcaron a la escritura de obras que se recrearon en tiempos pasados, unos mitificados, otros maldecidos. Este fenómeno, no obstante, fue marginal en la sociedad y la apropiación de imágenes colectivas del pasado fue realizada, fundamentalmente, a través de la domesticación hecha por el discurso público del Estado. Llama la atención que más que la novela histórica, fuera la biografía el género que llegó a tener un éxito innegable, y que la narración de los grandes relatos del pasado se hubiese fragmentado y reducido a las memorias mínimas, personalistas y parciales de las vidas de algunos pocos individuos.

Se podría señalar que solamente en tiempos recientes se ha dado esta sustitución del pasado histórico por las imágenes noveladas del pasado, aunque de manera marginal. El caso más cercano y ejemplar es el de la construcción de la memoria sobre la Masacre de las Bananeras, donde el hecho histórico ha sido expropiado por el dramatismo del relato de García Márquez en Cien años de Soledad, que ha sido usado incluso como dato histórico en muchas argumentaciones.

En este contexto, y en vísperas de las celebraciones del bicentenario, o ambientada por ellas, aparece una novela particularmente interesante. ¡Vuelvan caras, carajo! del escritor y periodista Rafael Baena, es una apuesta por constituir a la independencia como escenario de un relato que, quizás desde los tiempos del centenario, había sido fijado en los inamovibles moldes del bronce académico. Tomando como eje de la novela a Juan José Rondón, de quien la historia nacional sólo reconoce su famosa acción en la batalla del Pantano de Vargas, Baena recrea la cotidianidad de lo que debió ser la campaña libertadora en los llanos. La violencia, el medio agreste y sobre todo, la incertidumbre respecto a lo que sucede, es un elemento fundamental en su narración que nos pone de presente que aquellos hombres que hicieron la guerra vivían el día a día, y no imaginaban el valor futuro que tendrían sus acciones.

La vida de Rondón, narrada a través de las memorias de un personaje ficticio, el Capitán Angus Malone, miembro de la legión británica, es recreada con cuidadoso detalle. En contraste, las vidas de los grandes hombres de siempre no pasan de ser parte del contexto. Baena nos recuerda, entonces, algo que el relato histórico tradicional ha olvidado mencionar: que la guerra fue librada por la gente de a pie, campesinos, peones y esclavos, negros, mestizos, zambos, indios; gente sin nombre y sin rostro. En lugar de ofrecernos la vista de las batallas desde el cómodo lugar de quien mueve batallones y ordena avanzadas, nos sitúa en el lugar donde se define lo fundamental: el frente de guerra, donde la cuestión es matar o vivir, más allá de cualquier florígero discurso.

Significativa, conmovedora y dramática es su recreación del paso por el páramo de Pisba de las fuerzas rebeldes; sin duda, uno de los momentos cumbres de la narración, no sólo porque nos hace vivir en carne propia lo que debió ser aquella atrevida travesía, sino porque el significado que cobra el valor de estos hombres es equiparado a su condición humana. Más que el fervor patriótico, esta parte conmueve por la ingratitud con que hemos tratado a esta anónima masa de hombres en nuestra desvencijada memoria nacional.

Leyendo esta novela es imposible no pensar en su armazón, en aquello que se oculta tras lo que se lee: la rigurosidad del proceso de investigación, el conocimiento de la geografía, de la historia, pero también la filigrana de los datos nimios, cotidianos y obvios, entretejidos para crear una imagen histórica, si no fiel, sí bastante verosímil. Esto es, en breves líneas, lo que se puede encontrar en esta novela.

Una reflexión, y un sabor, dejan la lectura de este texto para un historiador. Más allá de encuentros imposibles, o de vacíos llenados con la imaginación, o de las criticadas "faltas a la verdad" con que solemos descalificar a la novela histórica, la cercanía y humanidad de estos relatos, su pertinencia, su dramatismo y su emotividad contrastan con la ausencia de vitalidad de la narrativa histórica hecha por los historiadores. Olvidados como estamos hoy de los grandes relatos, sumergidos en la diaria producción de textos científicos indexables, infértiles y la mayoría de las veces ilegibles, nos hace preguntarnos por la función social del conocimiento, por el papel que cumple la historia en la sociedad como constructora de memoria.

Ojalá y en esta particular coyuntura volvamos a la reflexión sobre la construcción de los relatos del pasado, porque la memoria que los ha hegemonizado ha resultado insuficiente, excluyente y exclusiva. En esto, sin duda, la novela histórica deberá jugar un papel preponderante.

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