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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.16 no.32 Bogotá Jan./June 2012

 

RESEÑAS

Lovera, José Rafael.

Vida de hacienda en Venezuela, siglos xviii al xx.
Caracas:Fundación Bigott, Colección bigotteca,
serie Historia, 2009. 316pp.

Suzuky Margarita Gómez Castillo1

1Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de Miranda "JM Siso Martínez". Correo electrónico: suzukygomez@gmail.com


Consideramos, respetuosamente, una de las obras más recientes de don Rafael Lovera titulada Vida de hacienda en Venezuela, siglos xviii alxx.En este trabajo observamos la importancia que tienen las haciendas en la historia de Venezuela, las cuales a pesar de encontrarse dispersas en la geografía nacional funcionaron como los pilares de la economía "y a manera de microcosmos reflejaron un modo de vida que caracterizó al país" (11). Es por ello, que el eje central de esta descansa en:

reconstruir la vida que se llevaba en esas unidades de producción. Intentamos mostrar la tierra tanto como objeto de simple cultivo, como de apropiación y reflexión; procuramos presentar las edificaciones que allí se levantaban con indicación de quiénes los hacían y cómo y con qué se construían. Inventariar el mobiliario con el que se dotaban; trazar el perfil del personal que en ellas laboraba; las operaciones de fundación, cuidado, mantenimiento y beneficio de la plantación; la forma en que podía entrarse y salir de ellas; los obstáculos que, venidos de afuera, afectaban la vida de sus habitantes; y esa vida misma: ¿cuándo comenzaba? ¿Cómo era la infancia y la adultez de nuestros campesinos? ¿Cuál la economía doméstica tanto de jornaleros como de hacendados y cuáles las vicisitudes de su muerte? (11).

El autor indica que fue en las haciendas donde se conformó la idiosincrasia en la cual tenía punto fundamental el poder de un individuo, el amo o propietario, o sus descendientes. Allí se fraguaron las relaciones de clientelismo en las proximidades de la figura del dueño, caudillo natural que alcanzó una autoridad casi absoluta en su unidad de producción y en algunos casos, en su región, si sus tendencias políticas y sus fortunas los convertían en un actor influyente en el ánimo de sus vecinos.

Cabe agregar, que Lovera considera que en el imaginario de nuestros días, las haciendas son concebidas como una extensión de tierra y sus viviendas como grandes casas comparables a algunas que aún quedan en escasas áreas del país. Asimismo, la imagen del hacendado tiene, para el ciudadano común, la connotación de una vida llevada en medio de la ostentación. En ese mismo sentido, se tiene la creencia que el paisaje característico de las haciendas fue siempre de esta manera, es decir, espontáneo, de tal forma que se ha venido comparando lo natural y lo silvestre con esos espesos bosques de las plantaciones.

Para perfeccionar esa imagen es necesario recordar según el autor que ningún ser humano ponía en duda que la tierra venezolana era de una feracidad inconmensurable. Añádase a ésta, la falsa creencia de que el siglo xix tuvo periodos largos de tranquilidad y de orden, no obstante, este modo de ver las cosas quizás proceda de que en el pasado medianamente cercano, del tiempo gomecista se instituyó una paz no conocida, no sin omitir la violencia y la brutalidad con la cual se dirigió a la nación. En relación con este último Lovera expone:

La hacienda es una de las manifestaciones de ese hacer del ser humano, es una forma de desarrollar la tierra, de trabajarla para que produzca [...] Todo hombre que "hizo hacienda" transmitió de alguna manera el conocimiento de su labor, a sus descendientes y a sus subordinados, y así las haciendas se multiplicaron como forma de producir (16).

Lo cierto es que encontramos en este escrito la manera por la cual irrumpieron en las haciendas las desdichas de la guerra, los fenómenos naturales, las enfermedades y las plagas. Agentes que podemos entender, después de escudriñar los antiguos legajos, como dificultades insuperables, a las cuales deben sumarse las derivaciones de los precios de los más importantes productos agrícolas, cuyos altibajos se evidenciaban en el bienestar o la decadencia de las haciendas. Precisando de una vez:

Durante siglos transcurrió la vida de las haciendas con sus limitaciones, sus tensiones internas y su repetitivo laboreo de campo. Hubo períodos de paz y prosperidad mientras su decurso no era interferido negativamente por factores externos. Como los principales rubros a que se dedicaba nuestra agricultura tradicional eran el cacao y el café, el bienestar dependía de los precios que tales productos alcanzaban en el mercado internacional, esa especie de ente abstracto, lejano, cuya única manifestación tangible eran los representantes de las casas comerciales que actuaban en el país. Quizás la única excepción a esta suerte de dependencia económica que sufrían los hacendados y, con ellos, sus allegados, sus esclavos o peones, eran las explotaciones dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y al producto de sus derivados, pues en este caso toda la producción era absorbida por el mercado interno, lo que permitía al agricultor, en cierta forma, una mayor injerencia de la formación de precios (217).

Adicionalmente, a la reciedumbre de la vida rural, lo desmedido de las adversidades, la obra indica que no cesaron los agricultores labradores en sus bríos por perpetuar la producción como lo confirman las estadísticas que logrará ver el lector en varios capítulos del libro. "Este espíritu de empresa," dedicación a la faena, conforma un rasgo positivo que, traspasa una época de revueltas y que puede pensarse como la génesis de la Venezuela contemporánea. Para ilustrar esto:

Si la hacienda con su hermoso paisaje y sencillas viviendas desapareció barrida por el triunfante proceso de urbanización que desplazó la vida agraria de otros tiempos, puede decirse que aún subsiste en numerosos rasgos de la existencia de los venezolanos del siglo xxi (13).

Una particularidad que nos ha permitido incorporar esta obra a nuestro trabajo es sin duda el "acceso directo a los documentos pretéritos, con la idea de que oiga mentalmente las voces que nos llegan del pasado y perciba de forma patente lo que puede llamarse el tono de la una época" (13). El recurso utilizado por Lovera se centra en incluir amplias citas cuyo léxico y forma de expresión nos transporta a recordar tiempos pasados, aparte de las brillantes definiciones que se encuentran diseminadas en toda la obra.

Asimismo, se encuentran, entre el discurso histórico, un grupo de imágenes que enriquecen el conocimiento de esa vida agraria. La periodización o hitos de investigación en esta obra de comienzo y fin de la época va de 1750 a 1950. Sobre las fuentes señalamos que fueron tomadas de los fondos documentales del Archivo General de Indias, Archivo General de la Nación y la Fundación John Boulton, también recurrió el autor a las publicaciones editadas por diversos especialistas y a testimonios de ancianos:

en cuya memoria todavía puede rastrearse la vida de su infancia, y de su juventud y, por supuesto, a varias colecciones iconográficas públicas y privadas de las cuales hemos podido entresacar, con la autorización de sus poseedores, imágenes, algunas de ellas inéditas, para dar cuerpo a esta rememoración (14).

Con esta investigación se intenta incursionar en la vida cotidiana que se llevaba en las antiguas haciendas de Venezuela y sus aportes nos permitirán concretar muchas particularidades que se encuentran en los documentos sobre la propiedad de la tierra.

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