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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.16 no.33 Bogotá July/Dec. 2012

 

RESEÑAS

Damián Pachón Soto.

Estudios sobre el pensamiento colombiano.
Bogotá: Ediciones desde abajo, 2011. 336 pp.

Carlos Arturo López Jiménez1

1Universidad Javeriana. Correo electrónico: carloslopez@javeriana.edu.co


Libros como Estudios sobre el pensamiento colombiano (volumen I), de Damián Pachón Soto, muestran que es posible pensar la historia de la filosofía en Colombia más allá del reiterativo comenzar desde cero y el superficial señalamiento del escaso desarrollo de esta disciplina por parte de las generaciones anteriores. Salvo contadas excepciones -por ejemplo en los casos de Cayetano Betancur, Jaime Jaramillo Uribe, Germán Marquínez Argote o Manuel Domínguez Miranda-, la idea de una filosofía colombiana que comienza con cada nueva ola de filósofos es un rasgo típico del quehacer de esta disciplina durante el siglo XX. Específicamente, este rasgo es distintivo de los pensadores que corrientemente se denominan de "la normalización de la filosofía", esa generación de filósofos que, desde los años cuarenta del siglo XX (y seguramente desde antes), buscó estabilizar el ejercicio profesional de esta disciplina académica, a partir, primero, de la importación de temas, textos y modelos de trabajo comunes en Europa (en especial de Alemania); segundo, de la lectura de los textos filosóficos en su idiomas originales, y, por último, de la creación de instituciones adecuadas a las especificidades del oficio (programas universitarios, eventos públicos, publicación de libros y revistas especializadas, entre otras). Todas estas condiciones, una vez se cumplieran a cabalidad, pondrían a la actividad filosófica local al nivel de los centros de producción filosófica con más reconocimiento internacional.

La primera de las dos partes de este libro elabora una narración de la historia del pensamiento filosófico colombiano, desde los días de la Colonia hasta la fecha, siguiendo la clave de la historia de las ideas y su consabida preocupación por las corrientes académicas, los autores y las obras producidas en el marco de la nación. Dentro de los lineamientos más habituales, Pachón Soto establece una periodización de cuatro grandes momentos: Colonia, Ilustración, siglo XIX y Modernidad, a estas le suma algunos puntos de tránsito entre estos grandes momentos. Gracias a esto pueden contarse quince etapas del pensamiento filosófico en Colombia.

Una de las novedades de esta periodización es su última etapa, "Balance y perspectivas de la filosofía en Colombia". Aquí Pachón Soto señala, de un lado, algunos factores limitantes del desarrollo de la filosofía en este país: el rumbo tomado por España en los siglos XV y XVI, su "mentalidad medievaloide", la falta de tradición para mirar críticamente el pasado y recibir lo proveniente de Europa, el uso ideológico de la filosofía. De otro lado, muestra algunos obstáculos que aún deben enfrentarse: excesivo profesionalismo, vacío de tradición, "fetichización del pensamiento europeo", el papel marginal del filósofo en la sociedad, la falta de una academia dinámica y en diálogo. En síntesis, este apartado hace un diagnóstico del estado y las posibilidades del ejercicio de la filosofía en Colombia, presenta buena parte de la bibliografía reciente sobre el pensamiento filosófico nacional y muestra que el crecimiento de la oferta de facultades de filosofía, además del aumento de las publicaciones especializadas, son una prueba del fortalecimiento de esta disciplina; la cual, sin embargo, aún no habría alcanzado un nivel óptimo. La periodización del libro de Pachón Soto también resulta novedosa por afirmar que de

normalización filosófica en Colombia solo es posible hablar a partir de los años setenta. Si bien gran parte de los maestros que se formaron en Alemania regresaron en los años sesenta, el fruto de sus enseñanzas, sus incitaciones, sus primeros discípulos, etc., se da años después (119).

Claro que esta afirmación no es una objeción a la tesis corriente sobre la normalización en Colombia, solo es un desplazamiento de la misma periodización, en la cual la generación de los treinta y cuarenta cumple el papel de fundadores (los de las últimas décadas del siglo XIX para el resto del continente). Para Pachón Soto, este retraso se debió al periodo de La Violencia (que él enmarca entre el año 1948, con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, y 1953 con la posesión del general Gustavo Rojas Pinilla como presidente no electo) y el Frente Nacional (1958-1974). Estos dos procesos habrían frenado la modernización política, material y cultural de Colombia y con ello obstaculizado la posibilidad de una filosofía profesional, una filosofía moderna, la cual, para Pachón Soto, fue posible en Europa a partir del siglo XVII y en Colombia solo hasta las postrimerías del siglo XX.

Al ubicar la normalización filosófica en la década de los setenta del siglo XX y presentarla como el desarrollo institucional y estable de corrientes filosóficas más allá de la fenomenología y el marXIsmo (teoría crítica, teoría de la acción comunicativa, vitalismo cósmico, filosofía analítica, filosofía latinoamericana, y los estudios poscoloniales), Pachón Soto convierte a la filosofía latinoamericana en parte del resultado de la normalización filosófica (119-124). Esta tesis, sin embargo, oculta el proceso que paulatinamente silenció el proyecto de la filosofía latinoamericana en Colombia, silenciamiento que el mismo Pachón Soto reconoce cuando afirma, a propósito de los obstáculos del desarrollo de la filosofía en el presente, que en la formación no se

le deja tiempo al aprendiz de filosofía para que conozca el pensamiento latinoamericano y colombiano y, mucho menos, algo de historia de su país. La prueba de esto está en que las universidades (y no todas) tardaron en incluir una cátedra de pensamiento colombiano en sus programas de estudio (133-134).

Esta reinterpretación de la consolidación de la normalización logra incluir en la "historia oficial de la filosofía en Colombia", además de los latinoamericanistas, a los pensadores en los márgenes de las facultades de filosofía: los estudiosos independientes de filosofía que, curiosamente, son no solo los más prolíficos escritores, sino los más reconocidos fuera de las instituciones académicas de filosofía consolidadas durante los tiempos de la normalización (Fernando González, Nicolás Gómez Dávila y Estanislao Zuleta). Así, Pachón Soto disminuye los efectos de exclusión sufridos por estos pensadores (latinoamericanistas e "independientes"), pero al costo de subsumirlos en un proyecto historiográfico que, aún con todas las novedades que pueden señalarse, el autor del libro en cuestión sigue representando: la historia de la filosofía planteada por los normalizadores. Esto ocurre porque el relato de Pachón Soto solo puede hacer el desplazamiento de la lectura corriente de la normalización filosófica en Colombia dentro de los márgenes fijados por la normalización misma: el olvido del pasado filosófico colombiano y la comprensión de la filosofía como una actividad que tiene sus estándares y máximos representantes en Europa.

De allí que su diagnóstico del pasado filosófico colombiano no varíe respecto a los imaginarios ilustrados que puso en juego la generación de filósofos colombianos de la segunda mitad del siglo XX. Cuando Pachón Soto se refiere a la filosofía colonial dice que el catolicismo habría impedido un desarrollo del pensamiento filosófico (aún cuando existen cientos de volúmenes de textos filosóficos escritos en el actual territorio colombiano durante este periodo -en su mayoría desconocidos porque para acceder a ellos se requiere de mucha destreza en el uso de la paleografía y el latín-). Pachón Soto repite este olvido cuando habla de la actividad filosófica colombiana del siglo XIX, la reduce a una simple expresión de los intereses de una clase que se fraccionó en una lucha bipartidista. En medio de esta lucha, la filosofía habría sido a lo sumo una herramienta más en el combate y los esfuerzos intelectuales nada distinto de meras seducciones de la ideología.

Cierto que tales imaginarios, provenientes de la generación de los normalizadores, suponen serios problemas en el análisis de la historia del pensamiento filosófico colombiano. Según mi opinión, esos imaginarios han sido y siguen siendo los más tenaces somníferos de la actividad intelectual en Colombia. Afirmo esta somnolencia no respecto a un proceso ideal y con una meta previamente definida, sino a la posibilidad de participación e intervención de la filosofía en la vida pública (más allá de beneficios inmediatos, aumento del consumo de libros de filosofía, o la posibilidad de ganar visibilidad y prestigio con este oficio). Posibilidad de participación que en Colombia, con cada esfuerzo por profesionalizar la disciplina, se ha hecho más distante. No obstante los imaginarios que apoyan la reflexión de Pachón Soto, sería apresurado e impertinente hacer un juicio desaprobatorio de su libro, más aún, estoy convencido de la importancia y cuidado de su investigación e invito a leerlo porque creo que aún debemos discutir qué tan valiosos son esos imaginarios que, desde mi punto de vista, obstaculizan el ejercicio del pensamiento. En la necesaria discusión sobre la utilidad de tales imaginarios, el libro de Damián Pachón Soto resulta fundamental, no solo es una buena síntesis de lo que se ha dicho sobre la historia del pensamiento filosófico en Colombia, sino que es un esfuerzo serio por avanzar en la narración de esta historia propuesta por la generación de los normalizadores.

La segunda parte del libro de Pachón Soto, una presentación cronológica de ensayos sobre algunos autores y corrientes del pensamiento filosófico en Colombia, comienza con dos textos sobre Luis Eduardo Nieto Arteta y Rafael Carrillo. En ellos, además de la presentación de sus obras, intereses y contexto, el autor intenta establecer la novedad que resultó en su tiempo la obra del primero y las líneas de una tradición en filosofía del derecho que comenzaría con las investigaciones del segundo. Los textos sobre Cruz Vélez y Daniel Herrera, en cambio, son una reflexión sobre los primeros intentos profesionales de apropiarse del modo de ser de la filosofía en Europa, esfuerzos distintivos de la generación de los normalizadores de la que tanto Cruz Vélez como Herrera hacen parte.

El resto de los artículos son ejemplos de las corrientes y pensadores más destacados, luego de que se hiciera efectiva dicha normalización, en la cual, como se dijo, Pachón Soto incluye tanto a académicos vinculados a facultades de filosofía, como a otros tipos de filósofos. Por ello, el autor busca sistematizar los trabajos de Estanislao Zuleta, a través de la presentación de su obra como una filosofía de la educación, y los de Nicolás Gómez Dávila, como un exiliado de la modernidad. El texto propone también una mirada crítica de las obras de Gutiérrez Girardot, Darío Botero y Rubén Jaramillo Vélez, tres autores que se distinguirían por buscar alternativas del trabajo filosófico más allá del mero comentario de la historia del pensamiento filosófico europeo. El libro termina con dos ensayos muy disímiles entre sí, uno extenso y tal vez el mejor acabado de todos, sobre la red modernidad/colonialidad, la cual, dada su naturaleza desborda los límites de lo nacional; el segundo es un breve homenaje a lo que Pachón Soto llama "el humanismo social de Eduardo Umaña Luna", un humanismo que, al mismo tiempo, fue un proyecto filosófico y político.

El libro, en su conjunto, va de una historia general, en su primera parte, al estudio de casos particulares, en la segunda, casos que sustentan muchas de las tesis de la mitad precedente. La armonía entre ambas partes se ve opacada en momentos por algunas repeticiones que dejan ver que estos artículos monográficos (publicados a partir de la década de los noventa en diversos eventos y revistas de filosofía) fueron el borrador de la historia general que ejemplifican. El conjunto del libro, además, señala, reseña y propone lecturas de un buen número de textos fundamentales para escribir esa historia de la filosofía en Colombia y, como quedó dicho, indica líneas de lecturas temáticas que insinúan tradiciones de pensamiento. Finalmente, no puedo terminar esta reseña sin aclarar que, aún con la evidente sobrestimación de la historia del pensamiento filosófico en Europa y, en algunos casos, el preciosismo exigido a la lectura de los autores y obras que la constituyen, además de la preocupación excesiva por un desarrollo de la filosofía que vaya de la mano con su institucionalización y el establecimiento de estándares académicos foráneos, el texto de Damián Pachón Soto no deja de tener algunas reservas sobre estas cuestiones e invita a generar una reflexión filosófica más allá de los estilos heredados.

Creo que el lugar de la historia del pensamiento filosófico europeo, de lo que solemos llamar la tradición, no es fácil de suprimir, seguramente tal supresión ni siquiera es deseable. Tal vez, en lugar de jugar con la oposición suprimir/alabar, resulte más productivo y menos violento enriquecer dicha tradición con textos que superen el circuito de la historia europea -circuito que suele reducirse a solo tres países: Inglaterra, Francia y Alemania. En este sentido, el libro de Pachón Soto es un aporte definitivo, pues nos pone al corriente de lo dicho por buena parte del pensamiento filosófico colombiano y abre líneas de desarrollo de lo que me atrevería llamar la tradición que él representa, una tradición que en lugar de silenciar deberíamos confrontar para aprender de ella (de sus virtudes y vicios), una tradición que sigue dominando el panorama académico actual y que debe entenderse apenas como un modelo de trabajo entre otros, como una etapa y no el comienzo de la filosofía en Colombia.