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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.17 no.35 Bogotá June/Dec. 2013

 

¿Quién gobierna la ciudad de los muertos? Políticas de la memoria y desarrollo urbano en Bogotá1

Who Governs the City of the Dead? Memory Policies and Urban Development in Bogotá

Quem é que governa a cidade dos mortos? Políticas da memória e desenvolvimento urbano em Bogotá

Paolo Vignolo

Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia) pvignolo@unal.edu.co

El presente artículo es producto de las reflexiones del autor basadas en las charlas sobre el Cementerio Central con Angélica Agredo Montealegre, Fabián Correa Bohórquez, Paola García Pulido y Eduardo Martínez Torres, además de las visitas guiadas por Alejandra Gaviria Serna por el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Fue escrito durante su estancia como Visiting Scholar del David Rockefeller Center for Latin American Studies (DRCLAS) de la Universidad de Harvard.

Fecha de recepción: 14 de marzo de 2013 Fecha de evaluación: 13 de mayo de 2013 Fecha de aprobación: 9 de junio de 2013


Cómo citar este artículo

Vignolo, Paolo. "¿Quién gobierna la ciudad de los muertos? Políticas de la memoria y desarrollo urbano en Bogotá". Memoria y sociedad 17, no. 35 (2013): 125-142.


Resumen

Hoy en día las políticas relacionadas con memoria histórica y patrimonio cultural están en el corazón mismo del debate público en Colombia. La Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de 2011 —una de las prioridades del gobierno de Santos— está plasmando una nueva narrativa oficial sobre los horrores que han ensangrentado el país, a través de una serie de definiciones normativas sobre el conflicto armado, su duración, sus actores y sus víctimas. Sin embargo, muy poco se ha dicho hasta ahora con respecto a la incipiente disputa en torno al control del pasado colombiano en el espacio público de Bogotá. El artículo se enfoca en la historia del área del Cementerio Central, que ahora hospeda el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. La ciudad de los muertos está volviéndose el principal escenario para poner en escena una memoria nacional en la que diversas perspectivas históricas en conflicto luchan entre sí por su visibilidad.

Palabras clave: Cementerio, Memoria histórica, Patrimonio cultural, Uso público de la historia, Desarrollo urbano

Palabras clave descriptor: Desarrollo urbano-Aspectos sociales, Urbanismo-Historia-Bogotá (Colombia), Cementerios-Bogotá (Colombia)


Abstract

Nowadays the policies related with the historical memory and cultural heritage are at the heart of public debate in Colombia. The Victims and Land Restitution law from 2011 -one of the priorities of the Santos' government- is shaping a new official narrative about the horrors that have stained with blood the country. It is happening through a series of normative definitions of armed conflict, its duration, actors and victims. However, very little has been said so far about the emerging dispute regarding the control of the Colombian past in the public space of Bogotá. The article focuses on the history of the area where the Central Cemetery is located which now hosts Center for Memory, Peace and Reconciliation. The city of the dead is becoming the main stage to exhibit a national memory in which diverse conflicting historical perspectives fight each other for visibility.

Keywords: Cemetery, Historical memory, Cultural heritage, Public use of history, Urban development

Keywords plus: Urban development-social aspects, Urban-History-Bogotá (Colombia), Cemeteries, Bogotá (Colombia)


Resumo

Hoje, as políticas relacionadas com memória histórica e patrimônio cultural ficam no centro próprio do debate público na Colômbia. A Lei de Vítimas e Restituição de Terra de 2011 —uma das prioridades do governo de Santos— está moldando uma nova narrativa oficial sobre os horrores que ensanguentaram o país, através de uma série de definições normativas sobre o conflito armado, sua duração, seus atores e suas vítimas. No entanto, bem pouco tem se dito até hoje no que diz respeito à incipiente disputa em torno do controle do passado colombiano no espaço público de Bogotá. O artigo foca-se na história da área do Cemitério Central, que hospeda hoje o Centro de Memória, Paz e Reconciliação. A cidade dos mortos está se tornando o principal cenário para levar à cena uma memória nacional na que diversas perspectivas históricas conflitantes lutam umas com as outras por sua visibilidade.

Palavras chave: Cemitério, Memória histórica, Patrimônio cultural, Uso público da história, Desenvolvimento urbano

Palavras descriptivas: Urban aspectos desenvolvimento social, Urba-no-História-Bogotá (Colômbia), Cemitérios, Bogotá (Colômbia)


Introducción

Para comprender la ciudad de los vivos, a veces vale la pena observar lo que pasa en la ciudad de los muertos, y en Bogotá a lo largo de los últimos veinte años tanto la una como la otra han experimentado transformaciones profundas. La zona del Cementerio Central, en el corazón mismo de la metrópolis, es en efecto el epicentro de una restructuración de envergadura tanto simbólica como material. Por años tanto los muertos como los vivos han sido expuestos a toda clase de incomodidades, en un paisaje urbano caracterizado por cráteres hormigueantes de obreros, montañas de detritos, tuberías torcidas y señalizaciones precarias.

Si la parte monumental se mantiene relativamente tranquila, así como se da con los barrios residenciales de clase medio-alta de las zonas aledañas, las áreas populares del Cementerio sufrieron por lo contrario desplazamientos y reubicaciones: edificios mortuorios vaciados de sus habitantes, tumbas profanadas por grúas y volquetas, fosas comunes de los N.N. tapadas por un parque espectral que esconde incluso la dirección postmortem de quien ya perdió su nombre.

Lo que se está gestando detrás de los andamiajes, las prohibiciones de acceso, las lonas colgantes que se divisan alrededor del camposanto deja entrever un modelo de metrópolis en construcción en el que se juegan las relaciones entre sus habitantes de hoy, de ayer y de mañana. "Marcar un pasado —escribía De Certeau— es darle un lugar al muerto, pero también redistribuir el espacio de los posibles, determinar negativamente lo que queda por hacer, y por consiguiente utilizar la narratividad que entierra a los muertos como medio de fijar un lugar a los vivos"2.

¿Qué impacto tienen entonces los debates, las controversias, los conflictos alrededor de las políticas de la memoria, del patrimonio y del uso público de la historia en el desarrollo urbanístico de la Bogotá del siglo XXI? ¿Cuáles culturas políticas están inspirando las políticas culturales que vienen acompañando este proceso? O, en otros términos, ¿de qué manera el gobierno de la ciudad de los muertos va transformando la ciudad de los vivos?

Del cementerio monumental al cementerio-suburbio

La "Elipse" es la parte antigua, monumental del Cementerio. Al interior de la elegante muralla oval que la separa del caos citadino yacen los restos de presidentes, héroes y mártires de la patria. Es el lugar donde descansan los ancestros de las familias poderosas, ricas, de apellido prestigioso. Sin embargo, no ha sido siempre así. Cuando, a finales del siglo XVIII, los reyes borbónicos trataron de implementar las nuevas lógicas urbanísticas orientadas al disciplinamiento de los cuerpos separando a los vivos de los muertos, se enfrentaron a resistencias inesperadas. Escobar White escribe:

En ese siglo, y frente a la acumulación de sepulturas en el interior de los templos, la Corona española, regentada por Carlos III, decide abolir esta costumbre tan arraigada de no utilizar los campos santos para enterrar a las personas. Este monarca ordena [...] la construcción de cementerios situados en las afueras de las poblaciones y prohíbe los enterramientos en el interior de los templos mediante la real cédula de 8 de abril de 1787. Estas decisiones no surtieron efecto inmediato, ni siquiera en Madrid3.

Dos razones de fondo explicaban una resistencia tan obstinada. Para empezar, había una cuestión religiosa: iglesias y monasterios eran consideradas ventanas privilegiadas hacia el más allá, que facilitaban la mediación entre vivos y muertos. En cambio los cementerios, nuevos dispositivos de poder gubernamental para disciplinar y controlar los cuerpos incluso después de la muerte según las nuevas normas de la racionalidad económica y de la higiene médica, generaban sospechas en cuanto a su eficacia como puentes de comunicación con el cielo. En segundo lugar, se planteaba una cuestión de estatus social: las familias ricas de la ciudad se negaban a transferir sus queridos difuntos en los campos a occidente de la ciudad, en una condición de inconveniente promiscuidad con los cadáveres de los pobres4.

El asunto no cambió con el proceso de Independencia, tanto así que en el 1827 el mismo Bolívar firmó un decreto reafirmando las órdenes regias de cuarenta años antes. Para inducir la población pudiente a respetar las nuevas normas, el alcalde ordinario Buenaventura Ahumada dio el buen ejemplo y se hizo inhumar en el nuevo espacio. Finalmente la ciudad de los muertos podía contar con una autoridad oficial entre sus propios habitantes eternos, capaz de ejercer algún control entre tanta chusma. Tocará esperar a 1837 cuando, a raíz de la decisión del entonces presidente Francisco de Paula Santander de hacerse sepultar ahí, el Cementerio Central se volvió la demora posmortem más cotizada de la nueva República.

Asistimos entonces a un verdadero proceso de gentrification. Entre el siglo XIX y el XX la gentry —la aristocracia de tierra, dinero y linaje bogotana— entró a acapararse los mejores lotes a disposición. La elipse se fue enriqueciendo de capillas y cenotafios, estatuas y sarcófagos, bustos de bronce y columnas de mármol. Las tumbas de los menos pudientes por lo contrario fueron progresivamente invisibilizadas y desplazadas a los terrenos contiguos, aunque las clases populares no dejaron nunca de frecuentar la zona monumental.

Entre los años treinta y los años cincuenta el Cementerio Central vivió su apogeo, destacándose uno de los ejes de la vida social de Bogotá. En este periodo la ciudad de los muertos logró representar de manera convincente los valores, los mitos fundacionales, las estructuras jerárquicas e inclusive los conflictos bipartidistas que animaban la ciudad de los vivos.

La situación cambió a mitad del siglo XX, cuando las clases dominantes comenzaron a abandonar el Cementerio Central. Para las nuevas generaciones de las élites educadas en Estados Unidos y criadas con el sueño americano, el centro de la ciudad no era sino el sueño de una pequeña Paris estallado en la pesadilla de una megalópolis latinoamericana, en la que lo que impactaba era "la precocidad de las devastaciones del tiempo", como escribía en aquellos años Lévi-Strauss en los Tristes Tropiques5. Quien se lo podía permitir trataba de recrear su propio hábitat de vida en los nuevos barrios del norte de Bogotá: tanto el hábitat de vida como el hábitat de muerte también. Las analogías entre el uno y el otro saltan a la vista. Los modelos de referencia ya no eran el Père-Lachaise de Paris o el Verano de Roma, sino los grandes prados puntuados de cruces blancas, típicos de los países anglosajones. Es así que a los lados de las autopistas de la ciudad fueron surgiendo tanto los nuevos conjuntos cerrados, como los cementerios-jardines, adaptación católica de las prácticas mortuorias protestantes. La tranquilidad privatizada de los llamados Jardines de la Paz, del Descanso, de la Eternidad, así parecida a los suburbios americanos o los campos de golf, se sobreponía al bullicio vital del Cementerio Central.

Como cuenta Calvo Isaza,

el desplazamiento de los enterramientos de varios grupos sociales a los jardines del norte de la ciudad y el carácter masivo de las nuevas galerías fueron desequilibrando paulatinamente la composición social dentro del Cementerio, que había sido por lo menos hasta los años cincuenta síntesis de todos los grupos urbanos6.

A la confusión de una sociedad ferozmente jerárquica, acostumbrada sin embargo a la promiscuidad física y corporal, se sustituye la lógica de la segregación socioespacial por "estratos"7, en la que a la homogeneidad por barrio corresponden fronteras invisibles, aunque implacables, entre un sector y otro. Lo mismo ocurre con los propios vecinos de tumba, cuya pertenencia al mismo grupo social está garantizada por los gastos anuales para la manutención que hay que pagar a la agencia de pompas fúnebres. Ya en 1985 Martín Barbero describía este fenómeno como un proceso de "privatización de la muerte, una muerte convertida en un asunto de familia, pero de familia-unidad de propiedad"8. Finalmente en el ámbito performático, Halloween se fue progresivamente imponiendo sobre el "día de las animas". Como escribe Miñana:

El Halloween entra a Bogotá —y de allí a Colombia— en los años sesenta como importación e imitación literal por parte de las clases altas de las celebraciones en EEUU. Es decir, el Halloween se inicia en Bogotá como una moda y como un símbolo de distinción y de clase. [...] Es un fenómeno de la sociedad de consumo banal y mediática, y al mismo tiempo, enraizado en lo esotérico, en lo innombrable, en lo mágico9.

La fiesta de los muertos de proveniencia anglosajona se introdujo en Bogotá a través de las escuelas privadas bilingües, y pronto encontró su principal lugar de culto en los centros comerciales, desplazando progresivamente el "día de la animas" de tradición colonial, que tenía su eje precisamente en los cementerios.

Estrategias de patrimonialización y tácticas de resignificación: el cementerio se vuelve museo

¿Qué pasó entonces con el antiguo campo santo? Continúa Calvo Isaza:

Cuando las élites se fueron del Cementerio Central el pueblo no heredó un espacio vacío. [...] Aún hasta nuestros días, la parte oval o antigua recibe incesantemente los cuerpos de los políticos más ilustres: Gustavo Rojas Pinilla, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez, entre muchos otros. [...] En realidad, ellos son los únicos miembros de su grupo social que siguen siendo inhumados en el lugar10.

La parte monumental del cementerio, hasta ese momento un espacio de vida social relacionado con los rituales fúnebres, se volvió una especie de museo, en el que la historia nacional se narraba a través de los mausoleos de los personajes emblemáticos que ahí descansan. Para sellar de manera oficial este cambio, en 1984 fue declarado Monumento Nacional.

Con ese proceso de patrimonialización —que Tovar Zambrano definió "momificación simbólica" de los grandes hombres de Estado11— se estrenaba una nueva etapa, en la que el Cementerio jugó el papel de escenario privilegiado para la sacralización del poder establecido, pero también para la puesta en escena de las luchas políticas que han desgarrado a Colombia en el último medio siglo. En efecto, de ahí en adelante para muchos líderes populares y dirigentes de partido ser sepultados en el Cementerio significó, ni más ni menos, asegurar a sí mismos y a sus propias ideas un lugar en la memoria histórica del país.

En particular los partidos de izquierda, que a lo largo de todo el Frente Nacional (1958-1974) habían sido excluidos del sistema de representación de la vida política, encontraron un espacio de representación en la ritualidad de la muerte. Gracias a algunas subvenciones públicas, además de financiaciones de partidos y sociedades de mutuo apoyo, vemos entonces cómo sindicalistas, dirigentes comunistas e inclusive militantes guerrilleros hicieron su triunfal ingreso en la zona monumental al lado de generales, presidentes y grandes empresarios. La entrada a la necrópolis se volvió casi una manera de compensar el acceso negado a la polis.

Eso es el caso por ejemplo de José Raquel Mercado, presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y "mártir de la democracia y del sindicalismo colombiano" según el epitafio, secuestrado y asesinado por el grupo guerrillero M-19 en 1976. A pocos pasos de distancia encontramos la tumba de uno de los más carismáticos comandantes del mismo M-19, Carlos Pizarro Leongómez, a su vez asesinado por paramilitares en 1990 cuando era candidato a la Presidencia de la República. Y si no sorprende encontrarse en la llamada "Línea de los Inmortales" con el enorme mausoleo de granito rojo y mármol blanco dedicado al líder liberal Luis Carlos Galán, cuya exitosa carrera hacia la presidencia fue truncada por sicarios de Pablo Escobar en 1989, impactan por el contrario los monumentos dedicados a Jaime Pardo Leal y a su compañero de militancia Manuel Cepeda Vargas, a representación de las miles de víctimas del genocidio de la Unión Patriótica. El Cementerio se trasformó así en un espacio fundamental desde el cual reivindicar la relevancia de ciertos asesinados políticos que marcaron a sangre la sociedad colombiana12. Desde ese entonces visiones antagonistas y conflictuales se disputan las unas a las otras la hegemonía de la historia colombiana a punta de frases patrióticas inmortalizadas en mármoles importados.

La trasformación del camposanto en espacio museal ha representado sin lugar a dudas un cambio importante, ya que ha permitido poner en escena en el Cementerio "producciones de la historia" que ensanchan los sentidos convencionales de la historia y la historiografia. Como plantea Mario Rufer, de esta manera se escenifican

[...] reacomodamientos hegemónicos del Estado que usa al pasado y define 'nuevas' memorias, pero tratando de imponer al mismo tiempo las fronteras de lo que entra y lo que queda fuera de 'lo nuevo'; a su vez, esos reacomodamientos se entrelazan con interpretaciones y reclamos de sectores subalternos que 'leen' los intentos hegemónicos. En esa lectura performativa les hacen decir 'otra cosa' o los contrastan presentando las continuidades históricas de la inequidad, la exclusión o los límites de la ciudadanía en la nación [...]13.

En efecto, de manera más sutil empero quizás más poderosa, en el Cementerio Central también iban cambiando las prácticas asociadas a la cotidianidad del lugar. Las grandes oleadas migratorias de las regiones rurales hacia Bogotá que, a partir de los años cincuenta, habían llevado a un crecimiento exponencial de su población, crearon las condiciones para una reapropiación del Cementerio por parte de grupos de campesinos inurbados. Esos nuevos bogotanos encontraban ahí el espacio ideal para restablecer una relación con el otro mundo que la vida de la urbe parecía negarles.

El Cementerio es un lugar poroso, permeable al más allá, donde se facilita toda clase de comunicación, tráfico y comercio entre vivos y muertos. Por eso se volvió meta de peregrinaje para el culto a los llamados "santos" populares, es decir figuras del pasado que, por una razón u otra, se destacan como intermediarios privilegiados de esos intercambios, ya que parecen tener el poder de interceder entre el acá terrenal y el más allá.

Por ejemplo, se encuentra al célebre empresario judío de origen alemán Leo Siegfried Kopp (18581927), quien

Fundó las fábricas de cerveza 'Bavaria' y de vidrios 'Fenicia', una de las más importantes de su momento. Recordado por la manera como velaba por el bienestar de sus empleados atendiendo siempre sus peticiones, hoy en día su tumba se ha convertido en un importante sitio de peregrinación del Cementerio y se le atribuyen dones milagrosos14.

La actitud paternalista de Kopp en las relaciones laborales a los albores de la industrialización colombiana15 lo transfiguró, en la vida diaria de la elipse, en una suerte de "patrón de los desempleados", que hasta el día de hoy hacen cola para susurrarle sus plegarias al oído de su escultura en bronce, cuya postura recuerda el pensador de Rodin.

La trágica historia de las hermanitas Bodmer, muertas en 1903 en tierna edad a solo un día de distancia la una de la otra, convirtió sus tumbas en un lugar de rezo cuando está en juego el destino de algún niño. Es por eso que el lugar está permanentemente decorado con juguetes, dibujos de ángeles, monitas y personajes de comics. Según una brillante intuición de Escovar Wilson-White en su análisis de unas tumbas de niños y niñas del Cementerio del Sur de Bogotá, las figuras de Mickey Mouse, el perro Pluto, el delfín Flipper y el canario Piolín, entre otras, ejercerían la función de "psicompompos", es decir animales míticos cuya función es conducir las almas en el viaje hacia el otro mundo. En ese sentido el más allá de los niños se parecería a una eterna Disneylandia16.

En cambio, Agustín Murillo, quizás a raíz de la excelente hechura de la estatua, desde siempre es el predilecto para quien busca el amor:

Su cuerpo altivo y bello tiene varias cruces, escritos y un corazón tallados, al parecer con piedras. Pero sobresalen ante todo los besos marcados con labial sobre la cara y, el pecho de la escultura, aunque también, una inscripción impugnadora de la ley: ¡líbranos de los tombos!17.

En un extraordinario ejemplo de subversión y resignificación cultural a partir de prácticas espontaneas que escapan al control del dogma, cada lunes el Cementerio se anima de acciones performáticas y simbologías propias de una religiosidad popular crecida a la sombra de la liturgia oficial. La adoración de imágenes como la Virgen del Carmen, el Divino Niño o el Sagrado Corazón de Jesús18, que hacen parte de una iconografía explícitamente reconocida por la Iglesia, se da por lo general en medio de rituales con flores y velas, según el uso andino de herencia indígena. Asimismo,

murales e grafitis grabados en las lápidas y en los mausoleos evocan maleficios y bendiciones, magia blanca y negra, mal de ojo, brujería y contra-brujería. Bebedizos, muñecos de cera, plumas y huesos hacen parte del repertorio del culto, junto con elementos litúrgicos como Biblias, mantas blancas, crucifijos, copas y mésales19.

También hay mariachis y cartas de amor, monedas quemadas y poesías leídas a alta voz. Asimismo asistimos a la adopción de difuntos anónimos por parte de personas que buscan intercesores con el ultramundo, según unas prácticas muy difundidas en todo el país20.

Se trata de verdaderas tácticas de invención de lo cotidiano, para parafrasear a Michel de Certeau21, cuyos protagonistas son una plétora de personajes que, poco a poco, se van volviendo los puntos de referencia del Cementerio. Por ejemplo, se encuentra a los llamados "curas populares" que, aunque desprovistos de sacramentos, se ofrecen para celebrar una misa de campo en honor al difunto a cambio de unos cuantos pesos, o a los escaleristas, que arriendan el uso de su escalera personal a quienes desean visitar un lóculo ubicado en los planos altos de los columbarios.

Según Martín Barbero:

A semejanza de la plaza de mercado, el Cementerio Central desborda sus tapias invadiendo los alrededores. El entorno forma parte integrante de su dinámica, y en él hallamos otro montón de negocios: ventas de lápidas, de flores, de cirios, de objetos religiosos; pero también de loterías, de horóscopos, de fritangas, de libros y de objetos de magia como el coral y la pata de mico, el pico de pájaro negro, etc. La misma muchedumbre de mendigos, de gamines, de raponeros; el mismo abigarramiento, la misma heterogeneidad22.

Las jerarquías católicas han alternado represión y tolerancia, según las circunstancias. En ciertos periodos esas prácticas han sido consideradas idolatrías que hay que extirpar, como maleza que amenaza con ahogar el hortus conclusus de la elipse. En otras, por el contrario, se han visto como semillas desde las que puede germinar la verdadera fe entre el pueblo ignorante.

La irrupción de los derechos culturales en el campo santo23

Estas formas de vivir y resignificar el Cementerio Central llegan de tiempos coloniales, aunque no cabe duda que es solo desde la Constitución de 1991 que logran ser reivindicadas como expresiones de legítimas identidades culturales, en el ámbito de un Estado de derecho. La Carta Magna, surgida a partir del proceso de paz entre el gobierno y el desmovilizado grupo insurgente M-19, plantea un giro de 180 grados en la cultura política colombiana. La refundación del país sobre bases pluriétnicas y multiculturales marca el definitivo abandono de un mito nacional fundado sobre la triada de una raza (la blanca o mestiza, producida por el progresivo blanqueamiento de indígenas, negros y zambos), una religión (la católica) y una lengua (la castellana).

En efecto, en Colombia hoy en día el mestizaje, "esa ficción fundacional del imaginario de las naciones latinoamericanas", como lo definió Mara Viveros24, genera escenarios ambiguos: si bien es cierto que, por un lado, ha contribuido a desarrollar uno de los andamiajes jurídicos más radicales del mundo en términos de defensa de las minorías étnicas, sexuales y raciales, al mismo tiempo su uso en la praxis política a menudo tiende a invisibilizar las relaciones de fuerza, las luchas por la hegemonía y las confrontaciones por el control de los recursos económicos.

En este sentido, el mestizaje generaría mecanismos de inclusión y a la vez de discriminación, ya que permitiría un ascenso social a través de una "mejoría" biológica y moral, marcando, sin embargo, una jerarquización en las diferencias raciales25. Como escribe la misma Viveros:

El multiculturalismo a la colombiana ha generado un nuevo lenguaje, el de la etnicidad, que ha permitido darle un nuevo significado a las diferencias y convertirlas en atributos culturales valorizados. También ha posibilitado celebrar la diversidad y suscitar expresiones representativas de la pluralidad de la población colombiana como algo positivo. El problema de esta perspectiva es que ha elogiado la diferencia sin preguntarse por su relación con la desigualdad, como si todos los grupos fueran socialmente iguales y como si la diferencia perteneciera únicamente a la cultura26.

Lo que está en juego es la reorganización del principio de ciudadanía sobre una base ya no universalista sino de acceso diferenciado, a partir de la identificación de especificidades culturales de cada grupo, comunidad o individuo. Como destaca Alain Touraine:

[...] al principio se trataba de conseguir derechos políticos, como los consagrados por la revolución francesa. Un siglo después el problema era reconocer derechos sociales, básicamente a los trabajadores y, específicamente, a los obreros. De ahí las luchas sindicales, las huelgas, las leyes sociales, los convenios colectivos. Actualmente, el tema fundamental es la defensa de los derechos culturales. Es el principal punto de la agenda en un mundo de consumo de masas, de comunicaciones de masas, donde el poder social no se limita más al poder político, sino que se ha extendido al poder económico y ahora al poder cultural con los mass media. El asunto de los derechos culturales es central27.

En otros términos, la irrupción en la arena política de las luchas para los derechos culturales —alrededor de la pertenencia de género, raza, etnia, lengua, etc.— tiende a socavar tanto la noción de derecho, como la de cultura. El énfasis sobre diversidad pone en riesgo toda la estructura jurídica latinoamericana, basada en la tradición republicana heredada de la revolución francesa, que consideraba el acceso a los derechos del ciudadano en términos abstractos y universalistas. En este nuevo escenario la ciudadanía se vuelve,

[...] un concepto dinámico y no solamente el resultado exclusivo de la acción del Estado, ya que la visión institucional de ciudadanía es transformada constantemente por procesos de producción, circulación y empleo estratégico y táctico de conocimientos socialmente pertinentes para reinventar la convivencia y el bienestar social. [...] En sociedades como la colombiana, desgarrada por profundas desigualdades y por una concentración extrema del poder, la ciudadanía no se ejerce, sino que se conquista a través de la participación de los sujetos28.

Es por estas razones que, a partir de la Constitución del 1991, en Colombia el terreno cultural se ha convertido en el campo de batalla crucial para toda clase de reivindicaciones ciudadanas. Basta pensar en cómo muchas comunidades indígenas y afrodescendientes en las últimas dos décadas han apelado a la propia pertenencia étnica para poder negociar con las diferentes instancias del Estado cuestiones cruciales como la tenencia de la tierra, la administración de la justicia, el control del orden público y el acceso a la salud, a la educación, a alguna forma de seguridad social. Sin embargo, ¿quién define en última instancia quién es indígena, o afrodescendiente, y quién no? El idioma, las costumbres, las danzas y los rituales, las formas de vestir, en una palabra: la cultura. ¿Y qué dispositivo permite definir algo tan inefable como la pertenencia cultural? Hoy en día, de manera cada vez más evidente, la respuesta es el patrimonio.

El patrimonio se está posicionando como el dispositivo fundamental para la adscripción de individuos y comunidades a un determinado contexto cultural, que a su vez determina el marco normativo de referencia. Es decir, el patrimonio opera como un sello de "calidad cultural" que el Estado, en sus diferentes componentes, concede a grupos y comunidades, como resultado de complejas disputas, negociaciones, acuerdos. En síntesis, asistimos al surgir de formas inéditas de agenciamiento por parte de sujetos individuales y colectivos tradicionalmente subalternos, a través de procesos de "activación patrimonial"29, orientados a retomarse, a través de sus prácticas culturales, lo que en el papel la constitución les otorga como derechos.

Las dinámicas en acto en el Cementerio Central son, en este sentido, sintomáticas. Por ejemplo, el mausoleo del ya mencionado líder sindical Raquel Mercado se ha vuelto lugar de culto de algunas comunidades negras residentes en Bogotá, no tanto por sus luchas en ámbito laboral, sino a causa del busto que lo representa con una fisionomía africana.

Sin embargo, el caso quizás más notorio es el de María Salomé. La leyenda popular la representa como una prostituta cuya vida tiene muchas variantes, como pasa con todo mito:

Cada devoto posee un fragmento de la historia de Salomé, pero es posible entenderlos todos como si fuera una misma historia, ya que poseen rasgos comunes. [...] Fue una prostituta, vendía espermas en el cementerio, lavaba ropa ajena, vivió en el barrio Egipto, en la Perseverancia, era caritativa, fue una mujer muy pobre, sufrió en el matrimonio, un hijo le daba mala vida, su marido la golpeaba, la mató la madre, murió de uremia, murió quemada, murió arrastrada, la mutilaron. Tales son las versiones más generalizadas sobre la milagrosa y aun cuando no coinciden entre sí, están señalando lugares comunes tales como el sufrimiento, la miseria y la violencia: las circunstancias varían, pero Salomé siempre es víctima de algo30.

Su tumba se ha trasformado así en meta de peregrinaje constante por parte de trabajadoras y trabajadores sexuales del cercano barrio Santa Fe, además de sectores de lgbt de la ciudad.

Sin embargo, la historia no se acaba acá. Resulta que el vecino de tumba de María Salomé es Julio Garavito "una de las glorias de la ciencia del país"31, a quien en 1970 la Unión Astronómica Internacional dedicó incluso uno de los cráteres de la Luna. En el lado obscuro, pero igual en la Luna. Sin embargo, la gran mayoría de los colombianos conocen a Garavito porque su rostro es representado en los billetes de veinte mil pesos, más que por sus dotes de astrónomo, físico y matemático. De ahí que a él también se le tributen honores y rituales por parte de quien visita a María Salomé, como lo de estregar billetes con su efigie en la columna que se erige sobre su tumba, o de adornarla con toda clase de chécheres.

Ese tipo de atenciones generó las furibundas protestas de algunos descendientes de Garavito, que recién lograron hacer trasladar el cadáver de María Salomé a un Cementerio del Sur de Bogotá, argumentando que era indigno para su ilustre difunto yacer en eterno al lado de una mujer de tan mala reputación. En vano el culto a María Salomé continúa como si nada alrededor de la tumba ya vacía. Para impedir ulteriores "profanaciones" por parte de un público considerado despreciable, se llegó a envolver el monumento en un telón de aquellos que se usan para las obras en curso. Circulan incluso rumores que el accidente haya inducido a los principales dueños de lotes a organizarse para armar una asociación de amigos del Cementerios Central, cuya finalidad principal sería privatizar el campo santo y restringir el acceso de las visitas. De todas maneras no será fácil desincentivar a las personas que buscan un contacto con el más allá a través de quien tiene el propio nombre escrito en la Luna.

El milagro frustrado del Parque Renacimiento

Desde la mitad de los años noventa la dinámica de toda la zona oeste de Bogotá alrededor de la avenida El Dorado cambió de repente. Proyectada por Le Corbusier en los años cincuenta para poder conectar el nuevo Aeropuerto Internacional inaugurado en 1959, la Avenida El Dorado seguía el antiguo trazado que iba de la ciudad republicana al Cementerio Central. El primer edificio importante que fue construido en los terrenos a lado del gran campus de la Universidad Nacional y del Centro Administrativo Nacional (can) fue la nueva sede de la Embajada de Estados Unidos de América, en 1996. La estructura estilo bunker, la cercanía con el aeropuerto y las impresionantes medidas de seguridad que la rodeaban no hacían presagiar nada bueno para el futuro del país, pero no impidieron un boom de la finca raíz en los barrios aledaños. Muchas viejas casitas unifamiliares fueron destruidas para dejar paso a hoteles y edificios, y pronto en la zona del Salitre surgieron como hongos grandes conjuntos residenciales de clase medio-alta. La aparición en la década siguiente de importantes centros comerciales, además de las sedes de los principales bancos y corporations que operan en Colombia, trasformaron el Salitre en la zona de mayor rentabilidad inmobiliaria de Bogotá.

A todo eso hay que añadir la revitalización del centro citadino, sobre todo de la Candelaria colonial y de la zona de las universidades. La Avenida El Dorado, hasta hace poco simplemente la vía de acceso hacia el aeropuerto, se proyecta hoy en día como la gran arteria metropolitana capaz de unir los dos principales polos de desarrollo de la gran Bogotá de inicio de milenio: el Centro con el Salitre. El eje oriente-occidente, representado por la Avenida El Dorado, está entrando a disputar el primado ejercido por la carrera Séptima en el eje norte-sur que ha caracterizado tradicionalmente la ciudad.

Las transformaciones en la metrópoli han tenido serias repercusiones sobre la necrópolis. El Cementerio Central, incrustado entre una zona industrial y los barrios más degradados del centro, se encuentra ahora en el corazón de una de las más amplias operaciones urbanísticas de toda la capital. La densificación del tejido urbano ya había obligado a las autoridades municipales a un progresivo trasteo de buena parte de los restos inhumados. Una vez desalojados los cadáveres, había que decidir sobre qué hacer de los terrenos que quedaban a disposición de la Alcaldía. Si la disputa alrededor de la zona monumental se daba con respeto a la apropiación simbólica de un espacio patrimonial declarado bien de interés cultural, el problema por el resto del campo santo se ponía más brutalmente en términos de destrucción o conservación.

A finales de los años noventa la administración de Peñalosa transformó en parque uno de los lotes al lado del Cementerio Hebraico y el Cementerio Protestante, ahí donde tradicionalmente se sepultaban a los N.N. El lugar fue rebautizado un poco pomposamente "Parque Renacimiento", en evidente referencia a su pasado reciente de demora de los muertos, pero jugando también con la pretensión artística del lugar. En realidad la operación resultó ser un fracaso completo, tanto desde un punto de vista urbanístico como simbólico. A pesar de los intentos de atraer a la ciudadanía con eventos culturales y educativos, la zona verde se queda desierta gran parte del tiempo. El milagro no se dio, el parque no renace. La escasez de árboles y pasto junto con la relativa inseguridad de las vías de acceso desde los barrios aledaños lo vuelve un lugar poco apto al esparcimiento y a la reflexión, como sugerían en cambio los brochures promocionales de la Alcaldía32.

Sin embargo, las razones profundas con toda probabilidad habría que buscarlas en su genius loci, en el espíritu que caracteriza el lugar, en los espíritus que ahí demoran, es decir la presencia fantasmagórica de un pasado que no pasa, un pasado del que la historia no ha logrado apropiarse33. Según una leyenda urbana muy conocida, es precisamente ahí, debajo del Parque Renacimiento, que fueron sepultados a toda prisa muchas de las víctimas del Bogotazo del 9 de abril de 1948. Miles de cadáveres —nadie sabe con precisión cuantos— apresuradamente retirados de las calles en esos días convulsos, terminaron en las fosas comunes del Cementerio Central34. Olvidados a lo largo de medio siglo, volvieron a hacer hablar de sí durante las obras de construcción del Parque Renacimiento.

Difícil decir si se trataba de verdad de las víctimas de la revuelta que siguió al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, ya que no se tomaron las precauciones necesarias para identificar los despojos humanos aún presentes en el subsuelo. La administración de Peñalosa se limitó a poner un tímido monumento conmemorativo del Bogotazo en un ángulo del nuevo parque, no se sabe si por superstición o como hipócrita forma de reparación. Una frase de Jorge Eliecer Gaitán que invoca el fin de la violencia —como si estuviera comentando el Bogotazo desde la ultratumba— genera un curioso efecto anacrónico, sugiriendo quizás el renacimiento del líder asesinado. A pesar de estar escondido, y por lo general ignorado por los escasos transeúntes, el monumento es de todas formas la única marca oficial existente en Bogotá que recuerde el evento que quebró en dos la historia de Colombia.

Los columbarios como instalaciones artísticas

Desde los primeros años de 2000, la lucha por la hegemonía alrededor de la memoria histórica en Colombia se iba agudizando, y el Cementerio Central se convirtió una vez más en uno de los principales lugares de la contienda. La Avenida El Dorado iba quitándole protagonismo a la carrera Séptima no solo en términos materiales, como eje de desarrollo urbanístico de la ciudad, sino también en términos simbólicos. Se proyectaba poco a poco como la nueva "Avenida de la Memoria" desde la cual contar el pasado del país35. Una rápida comparación entre esas dos arterias emblemáticas de Bogotá puede ayudar a comprender mejor ese paso crucial, aunque incipiente, de la ciudad moderna a la megalópolis contemporánea.

La Séptima, que en época colonial era conocida como Calle Real, se constituyó en la primera mitad del siglo XX en el "paseo ideal" del buen citadino. Ahí el habitante de la capital, conforme a los buenos modales de la urbanidad de Carreño y respetuoso de las leyes de la República, podía instruirse sobre la historia patria y la ciencia universal. Desde el Museo Nacional hasta la Plaza Bolívar, en el espacio de poco más de treinta cuadras, se concentraban casi todos los principales "lugares de la memoria" de la ciudad: el Parque de la Independencia, pensado desde el modelo de los jardines de las ciudades europeas, con bustos de próceres, quioscos neoclásicos e inclusive un carrusel mecánico; la Plaza de Toros, emblema de la tradición hispánica y corazón pulsante de la vida pública bogotana; el Planetario y la Biblioteca Nacional, templos del saber científico y humanístico, solo para citar los más conocidos. En la segunda mitad del siglo XX la carrera Séptima se posicionó también como símbolo de la modernización del país, gracias sobre todo a nuevos edificios icónicos como el Centro Internacional Tequendama, el Museo del Oro, las Torres del Parque y el rascacielos Colpatria, el más alto de Colombia y el segundo de toda América Latina.

Sin embargo, con el nuevo milenio la Avenida El Dorado ha ido desplazando a la Séptima, ya en franca decadencia, heredando su función de gran escenario capitalino. Maloka, un parque temático interactivo de Ciencia y Tecnología inaugurado en 1996 y destinado a volverse en breve una de las principales atracciones turísticas de la ciudad, sustituye en el imaginario bogotano al viejo Planetario. La Plaza de Toros pierde el primado de arena pública, a toda ventaja de los eventos masivos del Parque Simón Bolívar, que a la vez se vuelve el lugar privilegiado para actividades recreativas y de esparcimiento del fin de semana. Ministerios y edificios públicos siguen su paulatina migración hacia el Centro Administrativo Nacional que, según parece, va a ser ampliado y remodelado.

Aún se mantiene el valor simbólico de la Plaza Bolívar, rodeada de los grandes centros del poder político y religioso, aunque marchas y manifestaciones de protesta tienden cada vez más a salir del campus de la Universidad Nacional o del mismo can para obtener una visibilidad que la Séptima, por sí sola, ya no puede garantizar. La ampliación del Aeropuerto Internacional y la construcción de una nueva línea de Transmilenio, a pesar de los atrasos y las polémicas, sellan la centralidad de la Avenida El Dorado, el lugar donde para todos los actores políticos y económicos que cuentan es imprescindible hacer presencia con sedes suntuosas o edificios de lujo.

Es así que el Cementerio vuelve a ser un espacio privilegiado para poner en escena narrativas diversas de la memoria colectiva. El primero en aprovechar su potencial para implementar políticas públicas fue probablemente la administración de Mockus. La oportunidad se dio con el debate sobre la eventual demolición de los columbarios, enormes estructuras del Cementerio que se asoman a la Avenida El Dorado, con largas filas de lóculos organizadas en distintos pisos. Hasta hace pocos años ahí reposaban los muertos de menor linaje. ¿Qué hacer con esas arquitecturas tan deterioradas, tan poco funcionales y a la vez tan cargadas de memoria? Rodríguez escribe:

El cambio de uso dio origen a discusiones acaloradas entre funcionarios de la Administración Distrital y académicos, artistas y profesionales de patrimonio. Los primeros decían que había que mirar la ciudad con ojos de progreso, aducían la debilidad de la estructura y seguían la recomendación del arquitecto Rogelio Salmona de demoler los columbarios porque carecían de valor arquitectónico y dejar solo los techos dentro de un parque. Los otros, por su parte, replicaban que no era admisible borrar de esa manera el pasado y argumentaban que bastaba reforzar la estructura para mantenerla en pie. Al final, fueron tumbados dos columbarios. Hoy sobreviven cuatro36.

Finalmente el alcalde entrante Antanas Mockus, mucho más dado a la semiótica que su predecesor Peñalosa, decidió transformarlos en un símbolo de su política de "cultura ciudadana" para bajar los índices de homicidio en la ciudad37. A través de una intervención mínima a la estructura, sobre la cual se pintó la frase "La vida es sagrada" repetidas varias veces y acompañada de flores estilizadas, Mockus de un día para otro trasformó esos tenebrosos monumentos a la muerte en una instalación artística38.

Una vez adecuado el escenario, Mockus lo usó por acciones no violentas y de resistencia cívica, caso peculiar de iniciativas de la sociedad civil sistemáticamente promovidas, top down, por las autoridades citadinas39. La ciudadanía fue convocada por ejemplo en el cementerio para un acto de solidaridad con las víctimas del sangriento atentado de las farc en el Club del Nogal del 9 de febrero de 2002, o por el Día Internacional contra la Pena de Muerte ese mismo año40.

En 2009, retomando la propuesta de Mockus, el municipio comisionó a la artista plástica Beatriz González una nueva intervención artística en los columbarios, titulada Auras anónimas. Su propuesta inspiró un documental del director Diego García-Moreno41, en el que el proceso de elaboración de la obra de la González se vuelve el hilo conductor para contar la historia del conflicto armado colombiano. Como se lee en una entrevista concedida por la maestra a Dominique Rodríguez:

La presencia de la muerte exige una ceremonia —puntualiza la artista—. Querer borrarla de la memoria colectiva es ir en contra del ser humano que necesita preservar el recuerdo de sus muertos. Después de todo [...] una ciudad que pierde sus lugares ceremoniales es una ciudad que borra su pasado42.

¿Una fosa común como Centro de la Memoria?

Mientras que en Bogotá el debate aún giraba en torno a las estrategias artísticas más aptas para educar a la población urbana a portarse como "buenos citadinos", en el resto del país entre finales de 1990 y comienzo de 2000 volvía a prenderse la guerra entre fuerzas armadas, guerrillas y grupos paramilitares. Al intensificarse de masacres, secuestros masivos y desapariciones forzosas, asaltos armados a aldeas y bombardeos de zonas rurales, se abonaba el terreno a una nueva retórica patriótica, activamente promovida por el gobierno Uribe en los ocho años de su mandato, de 2002 a 2010.

El principal problema de Colombia, según esta perspectiva, era la presencia de grupos de criminales, bandoleros y terroristas que mantenían en jaque a la gran mayoría de la población, impidiendo el progreso social y el desarrollo económico del país. Solo el coraje, la dedición y el espíritu de soldados y policías podría permitir el resurgimiento de la patria: "Los héroes en Colombia sí existen", de acuerdo con el lema publicitario del Ejercito. De ahí la exigencia de un hombre fuerte, representado por el mismo Uribe, capaz de pacificar el país a las buenas o a las malas. El eje narrativo giraba en torno a los efectos de la violencia en los doscientos años de vida republicana del país, más que a sus causas, reducidas casi solo a la presencia del narcoterrorismo de las farc.

Paradójicamente esta actitud beligerante y filomilitarista iba al paso con el rechazo obstinado de aceptar la existencia de un conflicto armado, que hubiera significado reconocer un rol al enemigo. La llamada "seguridad democrática" reconfiguraba así gran parte de los asuntos públicos colombianos, presentándose como un proyecto hegemónico de la cultura nacional que saturaba los medios de comunicación, definiendo amigos y enemigos políticos y rescribiendo la historia patria según su propia perspectiva ideológica43.

No es un caso si una de las primeras iniciativas del neoelecto presidente Uribe en 2003 fue la construcción del "Monumento a los héroes caídos en combate", justo en frente del Ministerio de Defensa, en plena Avenida El Dorado. En el Monumento se lee la escrita: "Colombia agradecida a sus héroes de todos los tiempos, caídos en defensa del suelo patrio, la libertad y el derecho. Los nombres de estos valientes los conoce Dios". Desde entonces el espacio al frente del monumento se ha vuelto uno de los escenarios privilegiados para paradas militares y rituales conmemorativos de las Fuerzas Armadas, en el intento de descongestionar la Plaza Bolívar en su tradicional función de Plaza de Armas44.

Frente al discurso neopatriótico de Uribe, que pretendía fundar un Estado comunitario a partir de la pacificación militarizada de la "seguridad democrática", sectores importantes de la oposición y de la sociedad civil replicaban reivindicando el reconocimiento del conflicto y el derecho a la memoria como ejercicio de ciudadanía activa, considerado como el único camino posible para poder negociar una paz duradera. De ahí nació la idea de fundar un Centro de Memoria, Paz y Reconciliación justo en los terrenos del Cementerio Central.

En un comienzo el proyecto parecía ser un esfuerzo quijotesco de un grupo de académicos, políticos y activistas empeñados en el frente de la lucha por la memoria histórica y en contra de la impunidad. Por un lado, había que enfrentarse con un gobierno de extrema derecha, para nada dispuesto a abrir márgenes de maniobra a prácticas y discursos que no estuvieran en línea con la retórica oficial de la que Marco Palacios llama "pax uribista"45. Por otro lado, la administración de la capital del alcalde de centro-izquierda Samuel Moreno se hundía día tras día en el descredito y en la impopularidad, a causa de la corrupción campante y del prepotente retorno al uso de redes clientelistas46. Además, uno de los escándalos más estruendosos se refería precisamente a las obras de la nueva línea de Transmilenio a lo largo de la Avenida El Dorado.

Contra toda previsión, el proyecto siguió adelante con el apoyo del municipio, promoviendo iniciativas importantes de asociaciones de víctimas, organizaciones y universidades. El resultado más contundente en términos de visibilidad mediática y de implicaciones políticas fue la construcción de un edificio monumental al lado de los columbarios: un monolito de trece metros parecido a una gran lápida. En las intenciones del arquitecto Juan Pablo Ortiz, simbolizaría el resurgir de las víctimas, penetrando en las entrañas de la memoria citadina y al mismo tiempo hundiéndose en la tierra, es decir en las raíces mismas del conflicto colombiano. El subsuelo por debajo del monumento está pensado como espacio habitable, con un auditorio, una sala de exposiciones, un café y oficina de atención a las víctimas y a las asociaciones de la sociedad civil47.

A diferencia de gran parte de las obras públicas de la administración de Moreno, bloqueadas por escándalos e investigaciones judiciales, las obras de construcción del Centro avanzaron de manera expedita y sin particulares enredos administrativos. El propósito era inaugurarlo en 2010, en ocasión de las celebraciones para el Bicentenario de la Independencia. Sin embargo, en marzo de 2009 las retroexcavadoras sacaron a la luz el antiguo "Cementerio de los Pobres". La alcaldía de Bogotá se tuvo que enfrentar al mismo dilema de la administración de Peñalosa con el Parque Renacimiento: ¿seguir adelante como si nada, o parar todo e identificar unos restos humanos anónimos, que además nadie estaba reclamando?

El país justo en esos meses iba descubriendo la existencia de miles de fosas comunes, en las que habían sido sepultadas en los últimos años entre 10.000 y 30.000 personas, víctimas de homicidios selectivos, masacres y ejecuciones extra-judiciarias por parte de grupos paramilitares y guerrillas, pero también de la fuerza pública48. ¿Cómo reaccionará el país? Se preguntaba por ejemplo Luz María Sierra en El Tiempo:

Uno de los grandes problemas es que este tema no parece tocar nervios críticos del país. Cada vez como que no pasa nada. Seguimos encontrando fosas y al país como que no le duele, se queja otro de los fiscales encargado de desenterrar. Y María Victoria Uribe, antropóloga que le ha dado cátedra al país sobre la violencia de los años 50 anota: A la sociedad bogotana le importa un carajo que descubran 15 cadáveres en Sucre. [...] Lo cierto es que en este primer intento de Colombia por buscar la verdad de una época atroz no tendría ninguna justificación que el país urbano que vive en el siglo XXI, no se pellizque y no haga algo para evitar que ese país rural siga siendo arrasado por la barbarie49.

En un clima en el que la zozobra y el terror convivían con la indiferencia, decidir el destino de la principal fosa común del cementerio más antiguo de la capital no podía ser considerada una cuestión de ordinaria administración de una oficina de la Alcaldía. La gestión simbólica y física del cementerio se imponía una vez más como una cuestión de candente actualidad en el debate político. A pesar de que la interrupción de las obras pudiera poner en riesgo el proyecto en su conjunto, el grupo de trabajo desde el principio fue unánime en considerar que no tenía sentido alguno fundar un centro de la memoria por encima de despojos humanos borrados por el olvido. Según Camilo González Posso, director del Centro desde su fundación, es importante que este lugar sea reconocido e identificado como espacio de memoria y reflexión: "No puede olvidarse que allí fueron enterradas muchas personas por más de un siglo. Lo que queremos hacer no es invocar la tragedia, sino dignificar la memoria de los que se fueron"50.

Así, la construcción del monumento dejaba paso a un minucioso trabajo de recuperación de más de tres mil cuerpos anónimos, sepultados entre 1827 y 1970. Según la coordinadora Karen Quintero, ese proyecto arqueológico de historia urbana -el más grande que se haya emprendido jamás en América Latina- está permitiendo reconstruir la vida cotidiana de la ciudad a partir de los restos de sus habitantes más humildes51. El 20 de julio de 2010, día de la celebración de los 200 años del Grito de Independencia y fecha prevista para la inauguración del nuevo Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá, aún no había sido puesta la primera piedra del futuro monumento a las víctimas de la violencia en Colombia. Por el contrario, un enorme cráter dominaba el lugar. A diferencia de lo que estaba pasando con las obras de Transmilenio a pocos pasos de ahí, la razón no era un escándalo de corrupción ni una demora burocrática. Era una decisión precisa, que marcaba un giro en las políticas de la memoria de la ciudad.

En la enorme fosa, ingenieros, obreros y antropólogos forenses de la Universidad Nacional con su trabajo estaban devolviéndoles la dignidad a los muertos anónimos de la ciudad, así como sus colegas estaban haciendo con las víctimas del conflicto en los campos de muerte sembrados por la geografía del país. Una fosa común como Centro de la Memoria: ¿cuál metáfora más terrible para denunciar la urgencia de arreglar las cuentas con el pasado? ¿Qué otra imagen más precisa para exorcizar los fantasmas de la guerra?

Post Scriptum: el Cementerio como dispositivo de trasformación urbana

A finales de 2012 el Centro de la Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá fue finalmente inaugurado. Coincidió de hecho con el inicio de nuevas negociaciones con las farc que, a pesar de un escepticismo difuso, muchos analistas consideran la más seria oportunidad de alcanzar un acuerdo para poner fin a un conflicto iniciado en el lejano 1964. Una coincidencia afortunada, es cierto. Igual, las coincidencias nunca son casuales: el debate alrededor de la memoria histórica en todos esos años permitió echar las bases para esta nueva etapa, y al mismo tiempo se divisa como uno de los elementos cruciales para encontrar una vía de salida a esta pesadilla.

La cuestión de la memoria cruza de manera transversal a los cinco puntos del "Acuerdo general para la conclusión del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera", firmado por el gobierno de Santos y las farc: 1) desarrollo agrario integral, 2) participación política, 3) fin del conflicto, 4) solución del problema de las drogas ilícitas y 5) estatus de las víctimas. Uno de los elementos de novedad con respecto a los innumerables procesos de paz frustrados del pasado es que esta vez el gobierno ha llevado a la mesa de negociaciones la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (Ley 1448 de 2001)52, que deja entrever una tenue luz en las disputas sobre tenencia de la tierra y reparación a las víctimas. Al mismo tiempo este marco legislativo va plasmando una nueva narrativa oficial sobre los horrores que han ensangrentado el país a través de una serie de definiciones formales sobre el conflicto armado, su duración y sus actores53. Por ejemplo, Santos, que en calidad de Ministro de Defensa de Uribe negaba, contra toda evidencia, la existencia de un conflicto, ahora ha tenido que cambiar apresuradamente de opinión para justificar mecanismos de justicia transicional propios de una situación de posconflicto. Es decir que en Colombia pasamos de un no-conflicto a un posconflicto, sin nunca hacer cuentas de verdad con el conflicto mismo. El Centro, en el que, por lo contrario, desde siempre se insiste en el reto de construir memoria en medio del conflicto, puede jugar un rol de primer plano en la nueva e incipiente etapa de la vida política nacional.

En esta dirección están encaminados proyectos ambiciosos ya en marcha, como la organización de un archivo con funciones jurídicas además de históricas, en el que cada citadino pueda consultar el destino de amigos y familiares marcados por el conflicto. O la construcción en forma participativa de una cartografía de la memoria de Bogotá a través de la recuperación de aquellos lugares asociados con la vulneración de los derechos humanos, hacia el rescate de las historias de vida de aquellas personas que lucharon por la democracia y la paz en el país. Al mismo tiempo existe el riesgo, señalado por Castillejo Cuellar, de que las políticas culturales del distrito se limiten a desarrollar tecnologías de transición que tiendan a cristalizar, despolitizar y naturalizar interpretaciones divergentes, en el marco de una justicia transicional "con su respetivo evangelio de la reconciliación, la verdad y el perdón como horizonte de una futura comunidad moral"54.

En tanto que "escritura de la historia" en el tejido vivo de la metrópolis, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación retoma al pie de la letra la metáfora con la cual De Certeau describía el papel de la historiografía: "Pero al mismo tiempo, funciona como imagen invertida; da lugar a la carencia y luego la oculta; crea relatos del pasado que son el equivalente de los cementerios en las ciudades; exorciza y confiesa una presencia de la muerte en medio de los vivos"55. El pasado del Cementerio sobre el cual surgió vuelve el Centro no solo una plataforma privilegiada para articular iniciativas y políticas de la memoria, sino también lo posiciona como un poderoso dispositivo de transformación urbana para hacer frente a la profunda emergencia que atraviesa Bogotá, a través de una reorganización del conjunto de prácticas heterogéneas de uso público de la historia que se han analizado en este escrito.


Pie de página

1Versiones preliminares de este artículo han sido presentadas y discutidas públicamente en tres oportunidades: "El impacto espacial de la Ley de Víctimas: el caso de la avenida El Dorado", en el conversatorio "La memoria en la Ley de Victimas. Voces ausentes", Universidad Santo Tomás y Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, Bogotá, 21-22 septiembre 2011; "The contested cemetery: political cultures and cultural policies in Bogotá". En la conferencia internacional "The struggle to belong: dealing with diversity in 21st century urban settings. RC21, Amsterdam, 7-9 de julio de 2011; "Gateway to El Dorado: the governance of historical memory in the public space of Bogota" en el Seminario Internacional "Paris, Métropoles. Le défi de la gouvernance métropolitaine", Paris 1-2 de diciembre de 2011. Una versión reducida va a ser publicada en francés este año.
2Michel De Certeau, La escritura de la historia (México: Universidad Iberoaméricana, 1994), 117.
3Alberto Escovar Wilson-White, "Arte popular y transformación de creencias en los cementerios colombianos", en Arte latinoamericano del siglo XX. Otras historias de la Historia, dir. R. Gutiérrez Viñuales (Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2005), 46. Del mismo autor véase también: El cementerio central de Bogotá y los primeros cementerios católicos, Biblioteca Virtual del Banco de la República. http://www.banrepcultural.org/book/export/html/86408 (consultado el 11 de marzo de 2013).
4Esta fue la razón que llevó por ejemplo a un rápido abandono del cementerio de la Pepita, situado en el camino hacia Fontibón: "Al tener este primer cementerio una connotación popular, las personas de mayor solvencia económica se negaron a ser enterradas en él [...]". Escovar Wilson-White, El cementerio central, 47.
5Claude Lévi-Strauss, Tristes Tropiques (París: Plon, 1955).
6Oscar Calvo Isaza, El cementerio central: Bogotá, la vida urbana y la muerte, en colaboración con Marta Saade y Fabio Jiménez (Bogotá: Observatorio de Cultura urbana, 1998), 65.
7Con el término "estrato" en Colombia se hace referencia a la división territorial a través de la cual se determinan las tarifas de los servicios públicos (agua, luz, gas, etc.).
8Jesús Martín-Barbero, "Prácticas de comunicación en la cultura popular. Mercados, plazas, cementerios y espacios de ocio", en Comunicación alternativa y cambio social, comp. M. Simpson (México: unam, 1981), 5. http://es.scribd.com/doc/6334231/Practicas-de-comunicacion-en-la-cultura-popular-mercados-plazas-cementerios-y-espacios-de-ocio (consultado el 11 de marzo de 2013).
9Carlos Miñana Blasco, "Bogotá busca fiesta: entre el Halloween y el carnaval", en V Encuentro para la Promoción y Difusión del Patrimonio Inmaterial de los Países Andinos (Quito, 2004), 6 y 15. http://www.docentes.unal.edu.co/cminanabl/docs/Halloween%Miñana.pdf (consultado el 11 de marzo de 2013).
10Calvo Isaza, El cementerio central, 79.
11Bernardo Tovar Zambrano, "Porque los muertos mandan. El imaginario patriótico de la historia colombiana", en Pensar el Pasado, ed. Carlos Miguel Ortiz Sarmiento y Bernardo Tovar Zambrano (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/Archivo General de la Nación, 1997), 158-159.
12El único dirigente de izquierda presente en el elipse que murió de muerte natural es Gilberto Viera, uno de los fundadores del Partido Comunista Colombiano en 1930 y su secretario hasta 1991.
13Mario Rufer, La nación en escenas. Memoria pública y usos del pasado en contextos poscoloniales (México: Colegio de México, 2012), 31-32. Rufer retoma el concepto de "producción de historia" de David W. Cohen.
14Alberto Escovar Wilson-White. Guía del Cementerio Central de Bogotá (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, Corporación la Candelaria, 2003), 114.
15Archila Neira, Mauricio. Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945 (Bogotá: cinep, 1991), 128.
16Escovar Wilson-White, "Arte popular y transformación", 56-59.
17Calvo Isaza, El cementerio central, 91.
18Sobre el corazón de Jesús, véase Paolo Vignolo, "Metamorfosis de una pasión", en Ciudadanías en escena: performance y derechos culturales en Colombia, ed. Paolo Vignolo (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009), 94-102.
19Gloria Inés Peláez, "Magia, religión y mito en el Cementerio Central de Santafé de Bogotá", en Pobladores urbanos: en busca de identidad, comp. Julián Arturo (Bogotá: Tercer Mundo Editores, ICANH-Colcultura, 1994), 147-160.
20Al respecto véase Patricia Nieto, Los escogidos (Medellín: Sílaba, 2012).
21Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano (México: Universidad Iberoamericana, 2010).
22Martín-Barbero. "Prácticas de comunicación", 4.
23Algunos apartes de esa sección han sido publicados en mis artículos: 1) "Paradojas de la patrimonialización", en La cultura: identidad, economía y políticas públicas (Bogotá, Organización de Estados Iberoamericanos oei. Corporación Escenarios de Colombia, Departamento Nacional de Planeación, Fundación Universitaria Politécnico Grancolombiano, 2011), 145-151. 2) "Carnaval, ciudadanía y mestizaje en Colombia", en Fiestas tradicionales. Regional Center for the Safeguarding of Intangible Cultural Heritage of Latin America - oresrial (Cusco: Unesco, 2010), 135-171.
24Mara Viveros, "Mestizaje y occidentalización", en Ciudadanías en escena: performance y derechos culturales en Colombia, ed. Paolo Vignolo (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009), 381.
25Peter Wade, Gente negra, nación mestiza: dinámicas de las identidades raciales en Colombia (Medellín-Bogotá, Universidad de Antioquia, ICANH, Uniandes, Siglo del Hombre, 1997), 59.
26Viveros, "Mestizaje y occidentalización", 382.
27Alain Touraine, "La lucha social hoy es para los derechos culturales", en Ciudadanías en escena: performance y derechos culturales en Colombia, ed. Paolo Vignolo (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009), 53-54.
28Ciudadanías incluyentes, grupo de investigación, "Constitución de ciudadanías en dinámicas de exclusión e inclusión", en Ciudadanías en escena: performance y derechos culturales en Colombia, ed. Paolo Vignolo (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009), 41.
29Albert Moncusí Ferré, "La activación patrimonial y la identidad", en La memoria construida: Patrimonio cultural y modernidad, ed. Albert Rodrigo et al. (Valencia: Tirantlo-Blanch, 2005), 101.
30Peláez, "Magia, religión y mito", 155.
31Escovar Wilson-White, Guía del Cementerio, 124.
32A eso hay que añadir la obsesión por las prohibiciones en el espacio público de la Alcaldía: en el Parque del Renacimiento está prohibido tomar, comer, fumar, pasear la mascota, ir en patines o en bicicleta, ¡incluso volar cometas!
33De Certeau expresa así el problema: "Un grupo, ya se sabe, no puede expresar lo que tiene ante sí -lo que todavía falta- sino por una redistribución de su pasado. Así la historia es siempre ambivalente: el lugar que labra en el pasado es al mismo tiempo una manera de abrir el paso a un porvenir. Al vacilar entre el exotismo y la crítica bajo el pretexto de una escenificación del otro, la historia oscila entre el conservatismo y el utopismo debido a su función de significar una carencia. En sus formas extremas, ella llega a ser, en el primer caso, legendaria o polémica; en el segundo, reaccionaria o revolucionaria". Certeau, La escritura de la historia, 100.
34Vale la pena señalar cómo alrededor del destino del cuerpo del líder asesinado Jorge Eliecer Gaitán surgió de inmediato una compleja controversia, que continúa hasta hoy en día: "Mientras la esposa del caudillo se negaba a entregar el cuerpo si antes no era depuesto el gobierno conservador, representantes del régimen y del Partido Liberal acordaban los detalles del sepelio. Los partidarios de Gaitán esperaban que el cadáver fuera enterrado en el centro de la ciudad, en el lugar donde había sido asesinado Rafael Uribe Uribe, junto a la estatua de El Libertador en la Plaza de Bolívar o en el Cementerio Central. Pero el temor fundamental de las élites conservadora y liberal era que el pueblo se apoderase de nuevo de la ciudad y continuara la insurrección en los espacios históricos y simbólicos de la ciudad" Braun, 1995 citado en Calvo Isaza, El cementerio central, 231-234). Finalmente se celebraron las pompas fúnebres sin el cadáver de Gaitán en el Parque Nacional, mientras el cuerpo fue sepultado en la sala de su casa, un lugar privado apresuradamente convertido en monumento nacional para legalizar una decisión tan estrafalaria, única en la historia de la ciudad. Y ahí se encuentra todavía, por encima de prohibiciones municipales, normas higiénicas y praxis políticas.
35Aunque muy poca gente lo sepa, el Consejo de Bogotá a través del Acuerdo 66 de 1948 "Sobre honores a la memoria del doctor Jorge Eliécer Gaitán" renombró la Avenida El Dorado "Avenida Jorge Eliecer Gaitán". Hoy en día la Alcaldía Mayor está activando mecanismos para que el nombre sea de dominio público.
36Dominique Rodríguez, "La artista Beatriz González interviene los columbarios del Cementerio Central", Revista Cambio (10 de mayo de 2009). http://www.cambio.com.co/culturacambio/827/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-5147907.html (consultado el 11 de marzo de 2013).
37Alicia Eugenia Silva, Bogotá, de la construcción al deterioro (19952007) (Bogotá: Cámara de Comercio, Universidad del Rosario), 2009. La "cultura ciudadana" ha sido la bandera de Mockus, y ha marcado a fondo la cultura política bogotana. Según su misma definición, el punto di partida es "la hipótesis de que existe una brecha o 'divorcio' entre la ley, la moral y la cultura -que son los tres sistemas que regulan el comportamiento humano [...] Esta hipótesis llevó a la decisión de la Alcaldía de dar prioridad a la iniciativa denominada cultura ciudadana, un conjunto de programas y proyectos emprendido con el fin de fomentar la convivencia ciudadana mediante un cambio conductual consciente. [...] Las acciones de la alcaldía condujeron a mejoras del comportamiento que han redundado en una mayor armonía entre la ley, la moral y la cultura". Antanas Mockus, Cultura ciudadana. Programa contra la violencia en Santa Fe de Bogotá, Colombia (Nueva York: División de Desarrollo Social, Banco Interamericano de Desarrollo, 2002), 1. http://www.pazactiva.org.ve/site_paz/doc_enceldocumentos/Cultura.pdf (consultado el 11 de marzo de 2013).
38En un convenio en París, Mockus declaró: "La tasa de homicidios alcanzó su máximo pico histórico en 1993 (80 homicidios por 100.000 habitantes por año) y desde entonces todos los años hasta ahora se ha reducido hasta llegar a 23 por 100.000 en el 2003. Del 2001 al 2003 la aprobación al uso de armas para protegerse bajó del 24% al 11%. En resumen, en el Cementerio Central de Bogotá hay desde hace cuatro años seis columbarios vacíos, grandes panteones populares en que la gente era enterrada al modo latinoamericano, una sobre otra. Sobre cada uno de los edificios todavía hoy se conserva la leyenda 'La vida es sagrada'". Antanas Mockus, "Ampliación de los modos de hacer política", en La démocratie en Amérique latine: un renouvellement du personnel politique?, Colloque ceri, Paris, 2-3 diciembre de 2004. http://www.ceri-sciences-po.org/archive/mai05/artam.pdf (consultado el 11 de marzo de 2013).
39Doris Sommer, Cultural Agency in the Americas (Durham: Duke University Press, 2005), 2-3.
40Antanas Mockus, "Resistencia civil en Bogotá 2002-2003", en Acción política no-violenta, una opción para Colombia, ed. Freddy Cante y Luisa Ortiz (Bogotá: Universidad del Rosario, 2005), 38.
41Diego García-Moreno, Beatriz González. ¿Por qué llora, si ya reí?, documental, Colombia, 2010, 80 min.
42Rodríguez, "La artista Beatriz González".
43Paolo Vignolo y Oscar Murillo Ramírez, "Un arma de doble filo: la espada de Bolívar y el resurgir de los nacionalismos en Colombia y Venezuela", en Independencia: historia diversa, ed. Bernardo Tovar Zambrano (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012), 593-620. Un ejemplo de este uso público de la historia se encuentra en la contundente descripción y análisis del II Congreso Internacional sobre Víctimas del Terrorismo desarrollada por Alejandro Castillejo Cuéllar. Alejandro Castillejo Cuéllar. Los archivos del dolor. Ensayos sobre la violencia y el recuerdo en la Sudáfrica contemporánea (Bogotá: Uniandes, 2009), 329-332.
44Por ejemplo, en el sitio web del Comando General de las Fuerzas Armadas de Colombia se lee que "este monumento es considerado uno de los espacios públicos de mayor importancia en Colombia" para ceremonias de tipo militar. Comando General de las Fuerzas Armadas de Colombia, "Homenaje a los héroes caídos en acción, una ceremonia de admirar". http://www.cgfm.mil.co/CGFMPortal/faces/index.jsp?id=9085 (consultado el 11 de marzo de 2013).
45"Por pax uribista se entiende aquí la combinación de la Política de Seguridad Democrática con las prácticas de la parapolítica". Marcos Palacios, Violencia pública en Colombia (Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2012), 62.
46Silva. Bogotá, de la construcción, 164-169.
47Clara López Obregón, Presentación del diseño arquitectónico del centro de memoria y del centro virtual, 25 de febrero de 2009. http://www.centromemoria.gov.co/documentos-relacionados/188-discursos-pronunciamientos (consultado el 11 de marzo de 2013).
48María Elena Navas, "En busca de fosas comunes en Colombia", en Ciudadanías en escena: performance y derechos culturales en Colombia, ed. Paolo Vignolo (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009), 163.
49Luz María Sierra, "Colombia busca a sus muertos", El Tiempo [Bogotá], 24 de abril, 2007. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-2466248 (consultado el 11 de marzo de 2013).
50Rodríguez. "La artista Beatriz González".
51"Excavación arqueológica exhumó 2000 cuerpos en Bogotá", El Tiempo [Bogotá], 7 de julio, 2011. http://www.citytv.com.co/videos/493416/ (consultado el 11 de marzo de 2013).         [ Links ]
52Congreso de la República de Colombia. Ley 1448 del 10 de junio de 2001. Por la cual se dictan medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno y se dictan otras disposiciones.
53José Antequera Guzmán, La memoria histórica como relato hemblemático (Bogotá: Agência Catalana de Cooperació al Desenvelupament, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2011). http://es.scribd.com/doc/103059651/La-memoria-historica-como-relato-emblematico#page=11 (consultado el 11 de marzo de 2013).
54Alejandro Castillejo Cuéllar, "Reparando el futuro. La verdad, el archivo y las articulaciones del Pasado en Colombia y Sudáfrica", en Seminario internacional. Desafíos para la reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno en Colombia. Memorias (Bogotá: Alcaldía Mayor, 2012), 386.
55Certeau, La escritura de la historia, 103.


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