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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.18 no.36 Bogotá Jan./June 2014

 

El Congreso por la Libertad Cultural, visto desde las dinámicas de la Guerra Fría

The Congress for Cultural Freedom seen from the dynamics of the Cold War

O Congresso pela Liberdade Cultural, avistado desde as dinâmicas da Guerra Fria

Francisco Javier Ruiz Durán
Universidad de Extremadura (Badajoz, España) pacobadajoz@hotmail.com

El presente artículo está desarrollado a partir de la tesis «El papel de los intelectuales en la guerra fría cultural. Cuius regio eius religió», presentada por el autor para optar al título de doctor en Filosofía por la Universidad de Extremadura.

Fecha de recepción: 12 de septiembre de 2013 Fecha de evaluación: 27 de noviembre de 2013 Fecha de aprobación: 20 de diciembre de 2013


Cómo citar este artículo

Ruiz Durán, Francisco Javier. «El Congreso por la Libertad Cultural, visto desde las dinámicas de la Guerra Fria». Memoria y sociedad 18, n.° 36 (2014): 134-148. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.MYS18-36.cplc


Resumen

El objetivo de este artículo es mostrar cómo al nuevo sistema de espionaje desarrollado por la Internacional Comunista, para realizar operaciones secretas de propaganda y manipular a los intelectuales, desde casi los inicios de la Revolución Soviética, los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos, en plena Guerra Fría, le contestaron desarrollando una campaña secreta de propaganda política y cultural, bajo la tapadera de prestigiosas fundaciones, para encauzar a los intelectuales en la defensa de la democracia liberal. La clave de bóveda, para ganar la batalla de las conciencias, fue el Congreso por la Libertad Cultural, gracias a sus editoriales, revistas, exposiciones, becas, conciertos, congresos y conferencias. Finalmente, se observará cómo el Congreso por la Libertad Cultural implementó la concepción política de la «izquierda no comunista» para sostener la socialdemocracia en el bando occidental.

Palabras clave: Komintern; Congreso por la Libertad Cultural; Plan Marshall; Guerra Fría; guerra psicológica; diplomacia cultural; izquierda no comunista


Abstract

The aim of this paper is to show how, at the height of the Cold War, the British intelligence services responded to the new spy system created by the Comintern developing a secret campaign of political and cultural propaganda, under the cover of prestigious foundations to channel intellectuals in defense of a liberal democracy. This spy system expected to carry out propaganda secret operations and manipulate the intellectuals from almost the very beginning of the Soviet Revolution. The keystone to win the battle of consciences was the Congress for Cultural Freedom and its editorials, magazines, exhibitions, scholarships, concerts, congresses and conferences. Finally, it will be noted how the Congress for Cultural Freedom implemented the political conception of "non-communist left" to sustain the social democracy in the Western bloc.

Keywords: Komintern; Congress for Cultural Freedom; Marshall Plan; Cold War; psychological warfare; cultural diplomacy; non-communist left


Resumo

O objetivo deste artigo é mostrar como foi que os serviços de inteligência estadunidenses e britânicos, em plena Guerra Fria, responderam ao novo sistema de espionagem desenvolvido pela Internacional Comunista para realizar operações secretas de propaganda e manipulação dos intelectuais, desde quase o início da Revolução Soviética, desenvolvendo uma campanha secreta de propaganda política e cultural sob o disfarce de prestigiosas fundações para canalizar os intelectuais na defesa da democracia liberal. A pedra angular para ganhar a batalha das consciências foi o Congresso pela Liberdade Cultural, graças a suas editoriais, revistas, exposições, bolsas, concertos, congressos e palestras. Finalmente, observa-se como foi que o Congresso pela Liberdade Cultural implementou a concepção política da «esquerda não comunista» para suster a socialdemocracia no campo ocidental.

Palavras chave: Comintern; Congresso pela Liberdade Cultural; Plano Marshall; Guerra Fria; guerra psicológica; diplomacia cultural; esquerda não comunista


El programa americano para la guerra cultural

La Internacional Comunista -Komintern-, fundada por Lenin durante su primer Congreso en Moscú en 1919, sería el medio por el cual la joven Revolución intentaría acaparar todo el espectro ideológico de izquierda en el mundo y, en especial, a una Alemania cuyo poder industrial podría minimizar el atraso soviético. Para dicho fin, Willi Münzenberg comenzó a desarrollar un nuevo y extraordinario sistema de espionaje basándose en dos premisas fundamentales: la manipulación de los intelectuales y las operaciones secretas de propaganda1. Con ellas dirigió a la sociedad occidental a un terreno donde se concebía la nueva Revolución Soviética como un hito que podría ser alabado desde cualquier posición progresista y, por su esencia humanística, solo podría ser criticado desde las tribunas de la reacción.

Era el nacimiento de las redes de la opinión pública mediante el uso de la propaganda, la radio, el cine, la prensa, los libros, el teatro, las revistas, etc. Para ello congregó el favor de los líderes de la opinión: profesores, escritores, actores, sacerdotes, humanistas, científicos o empresarios, redes que se extendieron indistintamente por Berlín, París, Londres, Nueva York, Hollywood, Holanda o los países escandinavos.

Su misión era agrupar y educar a los intelectuales en la senda de la cultura de adversarios, en especial en su lugar de formación, las universidades: el Trinity College, Cambridge, la Ivy League o La Ecole Normale Supérieure.

Siguiendo la impresionante labor de la propaganda comunista2, no es difícil asimilar que en plena Guerra Fría la CIA reclutaba a los intelectuales del mundo libre para desarrollar un programa secreto sobre el control ideológico, para un nuevo campo de batalla en la confrontación bipolar que se estaba desarrollando en todo el planeta. Estados Unidos estaba aprendiendo tanto el significado de la «mentira necesaria» como el poder del dólar para dar alas a la retórica sobre la libertad y la cultura. La clave de bóveda de todo el edificio fue el Congreso por la Libertad Cultural, creada y dirigida por el agente de la CIA Michael Josselson de 1950 a 1967. El congreso fue el elemento central de su operación ideológica, tuvo sedes en más de treinta y cinco países, creó un servicio de noticias propias, sus artículos se publicaron en más de veinte revistas de prestigio, organizó los eventos culturales de más alto nivel, financiaba la música, etc.; pocos intelectuales y artistas se resistieron a disfrutar del lujo de los viajes, hoteles, becas, editoriales, revistas, exposiciones o conciertos financiados por la agencia. La CIA llegó a parecer un verdadero Ministerio de la Cultura, un ministerio con la finalidad de apartar a los intelectuales de las diversas vías de atracción a la órbita soviética y crear en el mundo su concepto de «Pax Americana»:

El consorcio que construyó la CIA -consistente en lo que Henry Kissinger calificó como «aristocracia dedicada al servicio de esta nación en nombre de unos principios que están más allá de los enfrentamientos entre los partidos» fue el arma secreta con la que lucharían los Estados Unidos durante la Guerra Fría, un arma que, en el campo cultural tuvo un enorme radio de acción. Tanto si les gustaba, si lo sabían como si no, hubo pocos escritores, poetas, artistas, historiadores, científicos o críticos en la Europa de posguerra cuyos nombres no estuvieran, de una u otra manera, vinculados con esta empresa encubierta. Sin sentirse amenazado por nadie y sin ser detectado durante más de veinte años, el espionaje estadounidense creó un frente cultural complejo y extraordinariamente dotado económicamente, en occidente, para occidente, en nombre de la libertad de expresión. A la vez que definía la Guerra Fría como «la batalla por la conquista de las mentes humanas», fue acumulando un inmenso arsenal de armas culturales: periódicos, libros, conferencias, seminarios, exposiciones, conciertos, premios.
Entre los miembros de este consorcio había un surtido grupo de intelectuales radicales y de izquierda cuya fe en el marxismo y en el comunismo se había hecho añicos ante la evidencia del totalitarismo estalinista3.

Según Arthur Schlesinger el liderazgo de la agencia fue políticamente inteligente y correcto:

Esta concepción de la CIA como paraíso del liberalismo fue un poderoso incentivo para colaborar con ella [...] el grado del espionaje norteamericano extendió sus tentáculos hacia las cuestiones culturales de sus aliados occidentales, actuando como posibilitador en la sombra de una amplia variedad de actividades creativas, colocando a los intelectuales y a su obra como piezas de ajedrez para jugar en el Gran Juego, sigue siendo uno de los legados más sugerentes de la Guerra Fría [...].
Un componente esencial de este esfuerzo era la «guerra psicológica», definida como «el uso planificado de la propaganda y otras actividades, excepto el combate, por parte de una nación, que comunican ideas e información con el propósito de influir en las opiniones, actitudes, emociones y comportamiento de grupos extranjeros, de manera que apoyen la consecución de los objetivos nacionales». Más aún, se definía como «el tipo de propaganda más efectivo», aquella en la que el sujeto se mueve en la dirección que uno quiere por razones que piensa que son propias [...].
Los programas políticos de la Unión Soviética, donde los escritores e intelectuales que no eran enviados a los Gulags, fueron atrapados para servir a los intereses del Estado4.

A los desastres de la guerra, los gobiernos de ocupación aliada en Francia, Austria e Italia tenían que atender a más de trece millones de personas sin hogar, desmovilizados o desplazados, en 1947, desde enero hasta finales de marzo. A Europa le azotó la peor ola de frío que se recuerda, quedando paralizada, sin agua, sin alcantarillado, con un mínimo de suministro de alimentos y carbón. En Inglaterra los trenes que transportaban los alimentos se congelaron sobre las vías, se perdieron más de cuatro millones de ovejas y unas treinta mil cabezas de vacuno; el gobierno y la industria se detuvieron bajo la nieve. En París el hielo atrapó las barcazas que transportaban el carbón. En Alemania se tuvo que asignar un árbol a cada familia para que se pudiesen calentar; al llegar el invierno de 1947, los magníficos bosques de Grünewald y el Tiergarten habían desaparecido.

Mientras tanto, el Hotel Ritz, requisado por el agente John Hay Whitney, comenzó a llenarse de insignes personalidades: David Bruce y Ernest Hemingway, que durante la guerra trabajaron para la Oficina de Asuntos Estratégicos oss;5 Eric Blair (George Orwell), Simone de Beauvoir y su amante Jean-Paul Sartre; Freddie Ayer filósofo y agente de inteligencia; Arthur Koestler y André Malraux6.

«Yo no conocía a Josselson por aquella época, pero había oído hablar de él -recordaba el filósofo Stuart Hampshire, que, por aquel entonces trabajaba para el MI6 de Londres [...] Era el gran amañador, el hombre que todo lo podía conseguir»7. Nacido en el seno de una familia judía de Estonia dedicada a la madera tuvieron que huir tras ser asesinada la mayor parte de su familia en el desarrollo de la revolución de 1917; estudió en Berlín y en 1936 emigró a América donde, tras conseguir la nacionalidad, terminaría siendo destinado en la División de Guerra Psicológica en Alemania tras la guerra. Una vez licenciado pasó a ser el oficial de Asuntos Culturales en el Gobierno Militar Americano de Berlín.

En la misma división se encontraba también un exiliado ruso blanco Nicolas Nabokov, quien, junto a W.H. Auden y J.K. Galbraith, pasó a formar parte de la División de Propaganda en Alemania. Allí conocerían a los hombres de la guerra psicológica, en especial a Josselson. Pronto comenzaron la desnazificación de los intelectuales alemanes de una manera muy peculiar, totalmente pragmática: Furtwángler, Herbert von Karajan, Elisabeth Schwarzkopf fueron declarados inocentes.

Ya no importaba que el director de la Filarmónica de Berlín von Karajan hubiera sido coronel de las ss y miembro del partido desde 1933, ni que Schwarzkopf hubiera dado conciertos para las Waffen ss o que el propio Goebbels la incluyera en la lista de artistas bendecidos por Dios. Ahora lo que importaba era ver si estaban dispuestos a implicarse en la lucha contra el comunismo. A Furtwángler se le encomendó dirigir la reapertura del Festival de Bayreuth, a Karajan se le encumbró como la figura de un Berlín contra el comunismo y a Elisabeth Schwarzkopf se le nombró Dama del Imperio.

Los comunistas se hicieron con el poder en Polonia. Mientras en Francia e Italia corrieron rumores de golpes de estado, Europa estaba postrada, y volvieron a desplegar todos los organismos de propaganda soviética -tanto los que había creado Willi Münzenberg como otros de nueva creación para volver a ganarse la opinión pública-:

Ya en 1945, un oficial de inteligencia había predicho las tácticas no convencionales que ahora estaban siendo adoptadas por los soviéticos:« la invención de la bomba atómica producirá una alteración en el equilibrio entre los métodos «pacíficos» y «bélicos» de ejercer presión internacional -informaban al jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos, el general Donovan-. Y debemos esperar un sustancial incremento de la importancia de los métodos «pacíficos». Nuestros enemigos se verán más libres (que nunca) para hacer propaganda, subvertir, sabotear y ejercer [...] presión sobre nosotros, y por nuestra parte, estaremos más dispuestos a soportar estos ataques y a utilizar esos métodos- en nuestro deseo de evitar a toda costa la tragedia de la guerra declarada; las técnicas «pacifistas» se harán más vitales en épocas pre-bélicas de debilitamiento, en la guerra abierta real, y en épocas de manipulación posbélica». Este informe muestra una sorprendente visión de futuro. Ofrece una definición de la guerra fría como una contienda psicológica, como la fabricación del consentimiento por métodos «pacíficos», del uso de la propaganda para erosionar las posiciones hostiles. Finalmente, como demostraron con creces las primeras escaramuzas en Berlín, el «arma operativa» habría de ser la cultura. Había comenzado la guerra fría cultural8.

Los rusos no tardaron en inaugurar la Ópera Estatal en Berlín y la «Casa de la Cultura» para atraer a un público bastante amplio. Y los americanos tuvieron que crear rápidamente su propia casa tanto para afianzar los enclaves que reorienten los valores de una vencida Alemania e importar figuras de ópera de las academias americanas, como para mantener la dirección de dieciocho orquestas sinfónicas alemanas. También cabe destacar, para contrarrestar la propaganda comunista, que los norteamericanos promocionaron a artistas negros.

Los americanos diseñaron un programa de teatro, mediante la elección de obras, en el que subliminalmente se transmitían los valores y principios fundamentales a seguir: libertad y democracia; poder y fama; igualdad; paz y justicia; búsqueda de la felicidad; y denuncia del nazismo.

Se tenía presente la afirmación de Disraeli de «un libro puede ser algo tan importante como una batalla». El gobierno de ocupación confeccionó un listado bibliográfico, mediante las editoriales más importantes, para proyectar la cultura y la historia norteamericana de la manera más disimulada posible. Esta medida fue muy eficaz: pronto el prestigio cultural americano ascendió gracias a las obras de Louisa May Alcott, Peral Buck, Jacques Barzun, James Burnham, Willa Cather, Norman Cousins, William Faulkner, Ellen Glasgow, Ernest Hemingway, F. O. Matthiessen, Reinhold Niebuhr, Carl Sandburg, James Thuber, Edith Wharton y Thomas Wolfe.

No se descuidó a ningún europeo cuya obra fuera crítica con la Unión Soviética, como fue el caso de André Gide con Regreso de la urss, Arthur Koestler con El cero y el infinito y Ignazio Silone con Vino y pan9.

En el campo de las artes se produjo una conferencia sobre la dirección que estaba tomando la «Nueva Bauhaus» que se completó con una exposición en el Museo Guggenheim de la Escuela de Nueva York. Fue la primera subvención del gobierno al expresionismo abstracto, pero no sería la última, pues era una valiosa arma contra el colectivismo y el realismo soviético. Asimismo se sufragan los cursos de verano de Darmstadt para la experimentación vanguardista en la música.

Los diferentes proyectos de la guerra contracultural siempre se guiaban por las dos grandes recetas de la política exterior norteamericana:

1° La doctrina Truman:

[...] en el presente momento de la historia mundial, casi todas las naciones han de elegir entre formas de vidas excluyentes -declaraba en su discurso . La elección, con demasiada frecuencia no se hace libremente. Una forma de vida se basa en la voluntad de la mayoría [...] la segunda [...] se basa en la voluntad de una minoría impuesta a la fuerza sobre la mayoría. Se fundamenta en el terror y en la opresión, en el control de la prensa y de la radio, en unas elecciones amañadas y en la supresión de las libertades individuales. Pienso que la política de los Estados Unidos ha de ser apoyar a los pueblos libres que se resisten a ser sometidos por minorías armadas o por presiones exteriores. Pienso que debemos ayudar a los pueblos libres a forjar sus propios destinos en la manera que ellos elijan10.

2° El plan Marshall, la segunda receta: un conjunto de medidas económicas que, en combinación con la Doctrina Truman, transmitían un mensaje meridianamente claro: el futuro de Europa occidental, si es que iba a tener futuro, debería asociarse a la Pax Americana.

Los soviéticos, teniendo en cuenta su magnífico expediente, no tardaron tanto en prohibir que la ayuda llegara a sus territorios como en denunciar la presión política que la jugada escondía tras la ayuda humanitaria, puesto que no solo se produciría en Europa Occidental sino sobre todo en los países satélites recién conquistados por la Unión Soviética, donde la oferta económica podría provocar disidencias con Moscú.

Stalin ordenó como respuesta la organización de la política cultural para reorganizar a los intelectuales de Europa Occidental bajo la bandera de la Unión Soviética. La recién creada Oficina de Información Comunista -Kominforn-, en manos de Andrei Zhdanov, acometería de nuevo dicha misión, y su primer movimiento fue la celebración del Congreso de Escritores de Berlín Oriental. En dicho Congreso ocurrió un hecho muy simbólico, un joven judío del Bronx licenciado en el New York's City Collage, colaborador de las revistas antiestalinistas New Leader, Sol Levitas, historiador del 7° Ejército americano durante la guerra y tras la desmovilización corresponsal de New Leader y de Partisan Review, tomó la palabra en medio del Congreso para defender el papel de todos aquellos intelectuales que denunciaron a Hitler y comparar el régimen nazi con el nuevo Estado stalinista. Desde entonces a Melvin Lasky se le conocía como el padre de la Guerra Fría en Berlín. Su desfachatez le granjeó la simpatía del General Lucius Clay, el gobernador militar, que daría luz verde al plan que el propio Melvin había confeccionado para librar la guerra fría cultural. El resultado final sería la creación de la revista por excelencia de la estratégica americana, financiada inicialmente por el Plan Marshall, Der Monat:

[...] era un templo erigido a la creencia de que una élite culta podría apartar al mundo de posguerra del camino de su propia extinción. Esto, junto con su relación con el gobierno de ocupación americano, fue lo que unió a Lasky, Josselson y Nabokov. Al igual que Jean Cocteau, que pronto habría de advertir a los Estados Unidos de que «No os salvareis por las armas, ni por el dinero, sino gracias a una minoría pensante, porque el mundo está expirando, ya que no se piensa (pense), sino que simplemente gasta (dépense)», comprendieron que los dólares del Plan Marshall no serían bastante: la asistencia financiera tenía que complementarse mediante un programa intenso y continuo de guerra cultural. Este peculiar triunvirato -Lasky, militante político, Josselson, antiguo ejecutivo de compras de unos grandes almacenes, y Nabokov, compositor- habrían de ser la punta de lanza de lo que sería, bajo su dirección, una de las operaciones secretas más ambiciosas de la Guerra Fría: ganar la intelectualidad occidental para las posiciones estadounidenses11.

La libertad pasa a la ofensiva

El 25 de marzo de 1949, en Nueva York, Sidney Hook alquiló la suite nupcial del Hotel Waldorf Astoria. En ella estaban reunidos el periodista Borden Broadwater; la novelista Elizabeth Hardwick, y su marido el poeta Robert Lowell; Mary McCarthy, y su tercer marido; Nicolas Nabokov; el periodista y crítico Dwight Mac-donald; Nicola Chiaromonte, periodista italiano, y antiguo hombre de Münzenberg; Arthur Schlesinger; Philip Rahv y William Philips, directores de la revista Partisan Review; Arnold Beichmann, un reportero de temas sindicales, bien relacionado con los líderes de los sindicatos anticomunistas; y David Dubinsky, teóricamente, del Sindicato de Confección de Señoras. La habitación estaba justo encima del salón que el hotel estaba preparando para la celebración de la Conferencia Cultural y Científica para la Paz encabezada por A. Fadeev, presidente del Sindicato de Escritores soviéticos, y el compositor Dimitri Shostakovich. En la conferencia también participaron Arthur Miller -presidió uno de los debates- y Corliss Lamont, hijo del presidente de la Banca Morgan y uno de los organizadores. De los cerca de mil delegados también cabe destacar a Lillian Hellman, Clifford Odets, Leonard Bernstein y Dashiell Hammett.

El grupo de la suite estaba allí por una misma razón: todos habían sido simpatizantes del ideario comunista, pero los procesos de Moscú, el asesinato de Trotsky y el pacto germano-soviético les habían quitado sus esperanzas. Ahora caminaban hacia el centro político e incluso la derecha. Eran el caballo de Troya en la conferencia, crearon en él un contracomité con intelectuales de la talla del Premio Nóbel Albert Schweitzer, T. S. Eliot, Karl Jaspers, Benedetto Croce, André Malraux, Jacques Maritain, Igor Stravinsky y Bertrand Russell, y desde él vigilaban, hostigaban, saboteaban, falsificaban los comunicados o interceptaban el correo de la conferencia.

También hicieron pública la pertenencia a grupos comunistas de personajes como F. O. Matthiessen, Howard Fast o Clifford Odets. Siguiendo las tácticas del Komintern, hicieron públicos los telegramas de apoyo a su labor de contracomité como los de T. S. Eliot, oponiéndose a la conferencia; Jonh Dos Passos, para denunciar la tiranía con su propio veneno; o Thomas Mann. Pero sobre todo Sidney Hook organizó la campaña mediática contra la conferencia soviética de Mel Pitzele, campaña en la que destacó el magnate de la prensa William Randolph Hearts, cuyo anticomunismo visceral le llevó a ordenar a todos los directores de sus periódicos que siguiesen la línea que Hook les marcase. En esta línea el director-propietario del imperio Time-Life, Henry Luce, supervisó personalmente un artículo de la revista Life, en el que se arremetía contra una delegación del Kremlin, contra los «incautos» americanos y se lanzaba un ataque personal, anticipando las listas negras del senador McCarthy, al exponer 50 fotografías en las que figuraban personajes como Aaron Copland, Albert Einstein, Arthur Miller, Charlie Chaplin, Clifford Odets, Dorothy Parker, Henry Wallace, Langston Hughes, Leonard Bernstein, Lillian Hellman, Frank Lloyd Wright, Marlon Brando o Norman Mailer.

Finalmente, cabe reseñar que el grupo de la suite no estuvo solo. Cuando Nabokov terminó el discurso, en el que denunciaba la manipulación de la conferencia, que estaba pronunciando en la Casa de la Libertad, un hombre se le acercó para felicitarlo: Michael Josselson. La CIA había conseguido la habitación, había pagado las facturas y se aseguró que la prensa fuera favorable a sus intelectuales, y todo gracias al buen hacer del representante del Sindicato de Confección de Señoras: David Dubinsky. El contracomité del Waldorf fue el primer movimiento cultural de Occidente, en el gran tablero que era el mundo, en la Guerra Fría.

El gobierno británico también tomó parte de las operaciones culturales contra su antiguo aliado, para contrarrestar la propaganda soviética. Para ello se incrementó notablemente la sección del Foreing Office llamada IRD, el Departamento de Investigación de la Información, el cual bajo la batuta de Ernest Bevin, comenzó a elaborar una ideología, construida sobre los principios de la democracia y la fe cristiana, que rivalizase con el comunismo.

El IRD llegaría a ser, en la sombra, un Ministerio de la Guerra Fría desde donde se realizaron operaciones encubiertas o semiencubiertas para introducir propaganda sin que nadie conociese su origen o sus fondos. Entre sus primeras figuras destacaron Robert Bruce Lockhart, diplomático y agente de inteligencia; Adam Watson, diplomático; Christopher Monty Woodhouse y Noël Coward, agentes de inteligencia; Ralph Murray, su primer director; y Arthur Koestler, viejo compañero de Willi Münzenberg.

Koestler fue uno de los consejeros más importantes del IRD, ya que precisamente fue él quien les enseñó la importancia de atraer a los izquierdistas desilusionados con un doble propósito: aproximar a los grupos progresistas para controlarlos y penetrar en estos grupos para alejarlos de la radicalidad. El Foreing Office, con la colaboración del editor Hamish Hamilton, compró y distribuyó 50.000 ejemplares de la obra contra la crueldad soviética, El cero y el infinito, cuyo autor era Arthur Koestler. Koestler también prestó otro servicio de crucial importancia. Tras reunirse con André Malraux y Chip Bohlen con el fin de analizar las posibles respuestas a la ofensiva por la paz que estaba lanzando la Unión Soviética -tras el desastre del Waldorf-, embarcó rumbo a Estados Unidos para dar una serie de conferencias y durante una de ellas en Nueva York, se entrevistaría con William Donovan para enseñarle al general la estructura, la financiación y el funcionamiento de los órganos de propaganda soviéticos. Posteriormente, en otra conferencia, esta vez en Washington, y con ayuda de James Burnham, otro intelectual desilusionado, se introdujo en sus grupos de asesores, periodistas y dirigentes sindicales. La CIA comenzó a ver su valía para la campaña de movilización de las personas de izquierda que no eran comunistas, que estaba organizando en esos momentos. El grupo que estuvo tras The God That Failed tuvo su origen en un acuerdo, de 1948, entre Koestler y el ex director de la sección alemana del Ejecutivo de la Guerra Psicológica de la Segunda Guerra Mundial (PWE) Richard Crossman. En él también participaron Isaiah Berlin, antiguo compañero de Crossman en el New College y colaborador del PWE, C. D. Jackson, veterano del PWE, Louis Fischer, ex comunista aconsejado por Jackson, y Cass Canfield, editor y antiguo colaborador de Crossman. Los autores de aquella serie de relatos contra la doctrina marxista, publicados en la revista Der Monat, fueron: Ignazio Silone, André Gide, Arthur Koestler -los tres fueron hombres de Münzenberg-, Richard Wright, Louis Fischer y Stephen Spender. Ese grupo de personas ya tenían un nombre dentro de los mentideros del mundo de la inteligencia: la izquierda no comunista (Non-Communist Left)12:

La base ideológica de esta estrategia, en la que la CIA coincidía, o incluso se identificaba con los intelectuales de izquierda, fue expuesta por Schlesinger en The Vital Center, uno de los tres libros fundamentales que aparecieron en 1949 (los otros dos eran The God That Failed y 1984 de Orwell). Schlesinger hacía un repaso del declive de la izquierda y de su posible paralización moral a la estela de la corrupción de la Revolución de 1917, trazando la evolución de la «izquierda no comunista» como «estandarte alrededor del cual se agruparían los grupos que luchaban para forjar una zona de libertad». Era de este grupo donde tendría lugar «la restauración de la vitalidad radical», sin dejar «una lámpara en la ventana para los comunistas». Esta nueva resistencia, según Schlesinger, exigía «una base independiente desde la que operar. Requiere discreción, dinero, tiempo, periódicos, gasolina, libertad de expresión, libertad de reunión, la libertad que da el no tener miedo». La tesis que animaba toda esta movilización de la izquierda no comunista era fervientemente defendida por Chip Bohlen, Isaiah Berlin, Nicolas Nabokov, Averrell Harriman y George Kennan -reconocería más tarde Schlesinger-. Todos pensábamos que el socialismo democrático era el baluarte más eficaz contra el totalitarismo13.

El espíritu de todos aquellos intelectuales que habían perdido su inocencia quedó expresado magistralmente en la afirmación que Silone realizó durante su exilio en Suiza:

El pasado, incluyendo todas las heridas que nos ha dejado, no debe ser causa de debilidad para nosotros. No nos podemos permitir desmoralizarnos por los errores, faltas de tacto, por las estupideces dichas o escritas. Lo que hoy se nos exige es una voluntad tan pura que de lo peor de nosotros mismo pueda nacer una nueva fuerza: Etiam peccata14.

Así, cuando comenzó el Congreso Mundial de la Paz de París, en 1949, cuyo símbolo fue la litografía de una paloma que realizó Picasso, el IRD y la CIA ya estaban preparados para contrarrestar sus mensajes. Carmel Offie, ayudante especial de Frank Wisner, ya trabajaba desde el Comité Nacional para una Europa Libre (tapadera de la opc)15 con Irving Brown, representante en Europa de la Federación Americana del Trabajo (AFL) para desviar del Plan Marshall, a través del sindicato, los 5.000.000 millones de francos necesarios para financiar las operaciones encubiertas contra el Congreso Mundial. Gracias a estos «caramelos» -como lo denominaba Wisner- Irving Brown utilizó al escritor socialista David Rousset para que el periódico Franc-Tireur patrocinase el día de la resistencia que estaba organizando la propia CIA. La contraconferencia -el Día de la resistencia- comenzó con los mensajes de apoyo que enviaron Eleanor Roosevelt, Upton Sinclair, Julian Huxley, Richard Crossman y John Dos Passos -camino de convertirse en miembro del partido republicano norteamericano-, y la asistencia de Ignazio Silone, Carlo Levi, Sidney Hook, James Farell, entre otros, por parte de la OPC.

Mientras Sidney Hook seguía buscando la forma de recuperar el «homme de bonne volonté» de Sartre, a pesar de que intelectuales como Brecht alababan a Stalin, Sartre ensalzaba a Rusia como guardián de la libertad o Jean Genet negaba los Gulags, dos intelectuales alemanes que habían trabajado con Münzenberg comenzaron a idear una estructura permanente y organizada que se dedicaría a la resistencia intelectual, en 1949: Ruth Fischer y Franz Borkenau. Su idea tras la entrevista con Melvin Lasky corrió rápidamente por los conductos reglamentarios hasta llegar a Wisner en 1950, pero Lasky, sabedor de su importancia, comenzó de inmediato, y sin permiso de sus superiores, a su aplicación. Comenzó el reclutamiento de los mejores intelectuales alemanes y del propio alcalde de Berlín Occidental y la formación de un comité que los reuniera a todos para expresar sus ideas.

Los mandos de la opc dieron luz verde al proyecto, le dotaron de un presupuesto de 50.000 dólares. Había nacido el Congreso por la Libertad Cultural.

Sartre, Merleau-Ponty y Camus se negaron a participar en el congreso, Berlín estaba bloqueado y la delegación americana tras veinticuatro horas de viaje tenía que coger un vuelo militar para entrar en la capital germana. Entre los delegados -unos doscientos- se contaron James T. Farell; Tennessee Williams, dramaturgo; Robert Montgomery, presidente de la Comisión Americana de Energía Atómica; David Lilienthal, editor de Sol Levitas y New Leader; Carson McCullers, editor de color del Pittsburg Courrier; George Schuyler, periodista de color; Max Yergan; Herman Muller, Premio Nóbel de genética; Arthur Schlesinger; Sidney Hook; Nicolas Nabokov y su esposa Patricia Blake; James Burnham; Josselson; Lasky; Koestler y su esposa Mamaine; Brown y Silone. También llegaron, financiados a través del IRD, los delegados británicos como Hugo Trevor-Roper; Julian Amery; A. J. Ayer; Herbert Read; Harold Davis; Christopher Hollis y Meter de Mendessohn. Por su parte la delegación francesa la conformaron Raymond Aron; David Rousset; André Philip; Claude Mauriac; André Malraux; Jules Romains y Georges Altman. La italiana concentró a Ignazio Silone; Guido Piovene; Altiero Spinelli; Franco Lombardi; Muzzio Mazzochi y Bonaventura Tecchi.

A la mañana siguiente, el 26 de junio de 1950, tras desayunar con la noticia de la invasión de Corea, se prepararon para asistir a la conferencia inaugural del Congreso, en la que la Filarmónica de Berlín interpretó la overtura Egmont -un drama heroico-. Uno de los discursos de apertura lo pronunciaría el alcalde de Berlín, Ernst Reuter (estrecho ex colaborador de Lenin) que pidió a los 4.000 asistentes que se pusieran en pie para guardar un minuto de silencio por todos aquellos que habían muerto luchando por la libertad, y por los que todavía estaban detenidos en los campos de concentración. Además, en su discurso, remarcó la tragedia de Berlín: «La palabra libertad, que parecía haber perdido su poder, tiene un significado especial para las personas que más aprecian su valor: las que alguna vez la han perdido»16.

Koestler atrajo la atención con su discurso, pidió a los intelectuales que se embarcaran en la cruzada contra el comunismo formando un escuadrón de lucha -Kampfgruppe-, y James Burnham, que había pasado de la izquierda a la derecha sin pararse en el centro, afirmó:

[...] que no tenía tiempo para las debilidades de los hombres de la izquierda. «Hemos permitido quedar atrapados y encarcelados por nuestras propias palabras, este cebo izquierdista que ha sido nuestro veneno. Los comunistas han saqueado nuestro arsenal retórico, y nos han atado con nuestras propias consignas. El hombre progresista de la «izquierda no comunista» está en el perpetuo temblor de la culpa, ante el verdadero comunista. El comunista, manipulando la misma retórica, pero actuando de forma audaz y firme, parece ante el hombre de la izquierda no comunista igual que él, pero con agallas»17.

Pero ante el furor de los conversos ex comunistas más radicales surgió una corriente moderada encabezada por Silone, apoyándose en el espíritu cristiano para favorecer la reforma social y política en Occidente, y André Philip, que abogaba por la búsqueda intermedia entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Entretanto Melvin Lasky seguía moviendo los hilos, organizando y preparando comunicados de prensa o trayendo a personajes tan importantes como el escritor alemán Theodor Plievier, desde una cercanía que irritaba a sus jefes de la opc. La conferencia se clausuró, el 29 de junio, tras un discurso en el Funkturn Sporthalle que Koestler pronunció ante unas 15.000 personas. Al grito de «¡Amigos, la libertad ha pasado a la ofensiva!». Koestler leyó un Manifiesto que podría considerarse la constitución del Congreso para la Libertad Cultural:

Dirigido a «todos los hombres decididos a recuperar las libertades perdidas y a preservar y a ampliar las que disfrutan», el documento afirmaba: Pensemos que es evidente que la libertad intelectual es uno de los derechos inalienables del hombre [...] Esta libertad se define fundamentalmente por su derecho a mantener y expresar las propias opiniones que difieran de las de sus gobernantes. Privados del derecho a decir «no», el hombre se convierte en esclavo». Declaraba que la libertad y la paz son «inseparables» y advertía que «la paz solo se puede mantener si todos los gobiernos aceptan el control y la vigilancia del pueblo sobre quien les gobierna». En otros puntos se señalaba que un requisito previo de la libertad era la «tolerancia hacia las opiniones divergentes. El principio de la tolerancia, como es lógico, no admite la práctica de la intolerancia». Ninguna «raza, nación, clase o religión puede reclamar para sí el exclusivo derecho de representar la idea de libertad, ni el derecho a negar la libertad de otros grupos o credos en nombre de ningún ideal u objetivo supremo. Pensamos que la contribución histórica de toda sociedad hay que juzgarla por la amplitud y cualidad de la libertad de la que gozan en realidad sus miembros». El manifiesto continuaba denunciando las restricciones a la libertad impuestas por los estados totalitarios, cuyos «medios de coerción sobrepasaban con mucho los de todas las anteriores tiranías de la historia de la humanidad». «Indiferencia o neutralidad ante un desafío tal -continuaba- equivale a una traición a la humanidad y a la renuncia a una mente libre». Expresaba un compromiso para «la defensa de las actuales libertades, la reconquista de las libertades perdidas», y (ante la insistencia de Trevor-Roper) a «la creación de nuevas libertades [...] (para dar) respuestas nuevas y constructivas a los problemas de nuestro tiempo».18.

James Burnham, el verdadero nexo de unión para los intelectuales, junto a Irving Brown, Josselson, Neufville y Lasky, comenzó a diseñar una estructura permanente para el Congreso. El comité directivo concretó una reunión en Bruselas, para finales de noviembre de 1950, a la que asistieron Silone; Brown; Nabokov; David Rousset; Eugene Kogon, dirigente católico alemán; Haakon Lie, jefe del partido laborista noruego; Julian Amery, parlamentario británico; y Josef Czapski, escritor polaco. De ella resultó una estructura que, básicamente, ya había sido redactada por Lasky:

  • Un secretario general, cuya misión sería coordinar al Comité Ejecutivo.
  • Un Comité Ejecutivo, compuesto por cinco directores: ejecutivo, editorial, de investigación, de la oficina de París y de la oficina de Berlín, cuya misión era dirigir las actividades del Comité Internacional.
  • Un Comité Internacional compuesto por veinticinco miembros y cinco presidentes honoríficos19:
    En el organigrama de Lasky, esta estructura parecía un fiel reflejo de la dirección de la Cominform. «Los nombres eran los mismos que en el Partido Comunista -observó un historiador-. La CIA creó estos organismos culturales a imagen y semejanza del Partido Comunista, incluido el secretismo, como constituyente fundamental. En realidad hablaban el mismo idioma». En una ocasión Nicolas Nabokov se refirió a los dirigentes del congreso como: «nuestros chicos del Politburó [...]»20.

La respuesta soviética

En este contexto se desarrollaría la nueva ofensiva cultural de la Unión Soviética, sin los viejos propagandistas de la Komintern pero con el mismo espíritu, donde la diplomacia cultural soviética se esforzó por proyectar hacia todos los rincones del mundo una imagen positiva de su sociedad, con el propósito de facilitar los objetivos que perseguían las políticas extranjeras soviéticas. Pero a este esfuerzo le acompañó otro, igualmente masivo, cuya meta era la de proteger a los sujetos del Kremlin contra cualquier influencia «extraña» que pudiese resultarles perjudicial; la vieja duplicidad comunista.

Por el grado de unidad, centralización y flexibilidad, el Telón de Acero orientó sus instrumentos de política exterior para crear la imagen de que el nuevo periodo iniciado bajo el mando de Nikita Khrushchev, Moscú, abandonaba el dogmatismo y el aislacionismo para fomentar la paz y el diálogo con Occidente. Comenzarían los primeros viajes de profesores y estudiantes universitarios a territorio soviético: en 1956 a la Unión Soviética, en 1957 a Checoslovaquia y Polonia, en 1958 a Rusia y en 1959 a Mongolia. Sin embargo, la ofensiva cultural soviética, que se desató tras la muerte de Stalin, llegó en unos años a tales proporciones, que el gobierno estadounidense y el británico se vieron obligados a instalar una nueva maquinaria administrativa para poder enfrentarse a este nuevo desafío. Así en 1959, los americanos crearon su primer Buró de Relaciones Interculturales en un país comunista, dentro de su propia Embajada en Moscú; en relación con el Cuarto Festival de la Juventud de 1959 celebrado en Viena, el séptimo de esta índole fabricados por los organismos soviéticos, empezaron a seguirlo con detenimiento:

De acuerdo con lo que Diana Trilling observó en el New Leader del 2 de febrero de 1959, los ingleses, los franceses y los americanos con demasiada frecuencia abrigan «la esperanza de que la cultura tenga la misma autonomía [...] en los países comunistas que la que tienen en el mundo libre». Rehúsan admitir que la Unión Soviética «nos ha declarado una guerra cultural [...]»21.

En esta línea, Estados Unidos comenzó a responder al gigante cultural soviético: en el marco de los intercambios culturales tanto con los países comunistas como con los no comunistas introducirían el anhelo humano por la búsqueda de los principios y valores humanistas y democráticos. El fin sería que en estos intercambios los hombres de buena voluntad de los dos bloques superaran el miedo inicial para buscar un diálogo franco entre ellos.

Este era un digno deseo, si no fuera porque en plena Guerra Fría ambos contendientes sabían, ya, que la diplomacia cultural era

[...] la manipulación de materiales y personal cultural con propósitos de propaganda [...] Constituye, además, algo que los Estados comunistas han procurado desarrollar en un grado mucho más alto que los países no comunistas, siendo asimismo, tan reciente en la política exterior norteamericana que no podríamos afirmar con certeza la subsistencia de una diplomacia cultural estadounidense [...] Richard L. Walter ha expuesto este punto de una manera sucinta: «Las actividades que no están básicamente controladas en las sociedades democráticas, dentro de la estructura soviética constituyen un ingrediente esencial de relaciones exteriores y de sistemas diplomáticos». Cabe añadir que una parte importante del modelo de diplomacia cultural que existe en Rusia consiste en el uso de medios de comunicación masiva que el Kremlin hace para crear y mantener, tanto en la Unión Soviética como en lo extranjero, las imágenes deseadas de la «cultura soviética» y de la «cultura burguesa [...]»22.

La Unión Soviética, de forma magistral, siempre desarrolló su mensaje cultural envuelto en el deseo de la coexistencia pacífica. Así contaba con un elemento moral que fluía mejor entre los países neutrales y los militarmente débiles como entre la ingente cantidad de seres humanos que deseaba la paz. Pero en el núcleo principal de la filosofía comunista palpita la idea de supervivencia, para la cual el conflicto con Occidente es continuo: supeditado a la táctica según el grado de conflicto en ese momento. De facto,

[...] en un editorial publicado por el Economist el 30 de octubre de 1954, apareció lo siguiente: «¡Para los rusos, la coexistencia pacífica es, sencillamente, una fase temporal en la que el mundo libre debe ser pacíficamente degollado, en lugar de agresivamente golpeado». La Unión Soviética nunca ha seguido una política de aislamiento completo, pero durante ciertos periodos, como lo fueron los últimos años del régimen de Stalin, -más o menos de 1948 a 1953- la mayoría de los contactos existentes entre Rusia y el mundo no comunista, especialmente la Europa Occidental y América, se encontraban entre las delegaciones soviéticas y los comunistas extranjeros o grupos de viajeros, o entre grupo de visitantes y el partido comunista soviético o sus agencias gubernamentales23.

Herbert Marcuse ofreció una ingeniosa interpretación de la estrategia soviética respecto a la coexistencia cuando afirmó:

[...] la doctrina soviética, especialmente desde la época de Stalin, ha sostenido que el éxito de la política soviética de industrialización totalitaria y expansión política en el extranjero, ha conducido a la consolidación económica y política de Occidente en una «permanente economía bélica» que ha sido sostenida por una «dura» política rusa [...] Como consecuencia, sería útil tratar de lograr un aflojamiento de tensiones, lo cual serviría para alcanzar un doble propósito: ayudaría a «suavizar» la «economía bélica» de Occidente y facilitaría una transformación de la sociedad soviética, que consiste en establecer la superioridad cultural y económica del socialismo sobre el capitalismo, difundir el socialismo «por contagio» y, así, proporcionar una base para descongelar la lucha de clases en el mundo capitalista24.

En el transcurso histórico de la diplomacia cultural soviética, su propaganda implicaba, por un lado, el ardid de la coexistencia y, por el otro, que los intelectuales se movilizasen para evitar un hipotético ataque contra la Unión Soviética, diseminar información según la necesidad o formar un frente contra el fascismo. Pero siempre lo hacían según el principio summum de concebir a Moscú como el verdadero centro mundial de donde emana la vanguardia del progreso, la cultura espiritual, el entendimiento y por supuesto el espíritu humanista:

Según la Great Soviet Encyclopedia, la revolución cultural es una parte integral de la revolución socialista. La dirige el partido comunista. Este efectúa la revolución cultural después de haber embargado el poder político. La concepción soviética de la revolución cultural se presenta sistemáticamente en un libro titulado On Soviet Cultura and the Cultural Revolution in the ussR publicado por G. G. Karpov, jefe de la agencia gubernamental que supervisa las actividades de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El punto de vista de Karpov [...] «nuestro país es la nación de cultura más avanzada, la ciudadela del pensamiento científico más adelantado, del humanismo revolucionario y de una nueva moralidad comunista». Karpov cree que la cultura burguesa es el «principal obstáculo para el desarrollo progresivo de la humanidad [...] Después de la destrucción de la cultura burguesa, cuyo principal sostén es el imperialismo americano, se establecerá «una cultura verdaderamente unificada y universal, bajo condiciones de socialismo»25.

Los rusos han mostrado una sutileza y una sensibilidad muy especial para admirar y manipular a los diversos grupos culturales extranjeros. Con ello se granjeaban las mentes y los corazones de todos aquellos pueblos que se sentían oprimidos por el nuevo imperialismo americano, como era el caso de Asia, África y Latinoamérica.

Como señaló Louis Fischer en 1930, «para miles de intelectuales y personas inteligentes, un viaje a Rusia se ha vuelto un curso de verano obligatorio en crédito». Muchos de estos visitantes eran idealistas con «vivos corazones y una devoción para la humanidad»26. Entre ellos se pueden contar los más de un centenar de escritores, en 1932, que habiendo visitado la Unión Soviética reconocieron que en Rusia estaba naciendo el hombre nuevo: Martin Andersen-Nexe, John Dos Passos, Upton Sinclair - que posteriormente, como otros muchos, se convirtieron en virulentos anticomunistas-, André Malraux, así como las futuras eminencias occidentales en el seno del pensamiento marxista, Johannes Becher, Anna Seghers, Michael Gold, Jean Richard Block y Romain Rolland.

Arthur Koestler, afiliado al partido comunista alemán, también estuvo de viaje en la urss, de 19321933, pero sus experiencias personales fueron buena muestra de la explotación política soviética sobre los intelectuales susceptibles, y, como otros muchos, cuando despertó de su inocencia terminó prescindiendo de la afiliación al partido. Koestler visitó Rusia con una invitación de la Organización Internacional de Escritores Revolucionarios, arreglada por su amigo Johannes Becher, escritor comunista alemán, con el propósito de calcular los beneficios del primer año del Plan Quinquenal. A pesar de las condiciones de carestía que vivía la sociedad soviética, la Intourist, voks y otras agencias se ocuparon de que él, como muchas otras celebridades extranjeras a quienes el régimen consideró interesante cultivar, no careciera de las cosas gratas de la vida. Durante 1930, 1940 y 1950, Moscú investigó incesantemente sobre las áreas susceptibles a la penetración ideológica.

El propio Stalin reconoció en 1944 que la ayuda de Occidente fue vital para el desarrollo económico e industrial de la Unión Soviética. Es más, desde un principio comenzó, principalmente en el periodo de entreguerras, con más de cincuenta contratos de carácter técnico con siete países de economía capitalista. La maquinaria industrial necesaria para su desarrollo fue comprada, mayoritariamente, a Estados Unidos. Este flujo solo se comenzó a relantizar en 1945 cuando la Unión Soviética tomó posesión de Alemania Oriental y Checoslovaquia.

Por otro lado, en la guerra fría cultural, de acuerdo con la Gran Enciclopedia Soviética, el turismo era uno de los medios de educación comunista de las masas en lo político y en lo militar. Tenemos como ejemplo la Feria Mundial de Bruselas de 1958, la primera exposición internacional de dicha magnitud desde la que tuvo lugar en Nueva York en 1939, en la que la estrategia soviética fue delineada en un artículo del Pravda, fechado el 6 de febrero de 1958; enfatizaba los dieciocho campos en los que los soviéticos intentarían exhibir las hazañas culturales de los soviéticos desde 1917, el conocimiento del mundo de la ciencia y cultura, sus impresionantes satélites, y la importancia del relajamiento de las tensiones internacionales o el turismo en la urss. El Kremlin claramente consideró la feria como una oportunidad para mostrar a cincuenta o sesenta millones de visitantes las proezas soviéticas, que ya habían adquirido un prestigio sin precedentes como resultado de los sputniks, bien aderezadas con las atracciones artísticas, como el Coro Académico y el Ballet Bolshoi, con la bailarina Galina Ulanova y la «niña prodigio», Olga Lepeshinskaya:

El gobierno soviético gastó de cincuenta a sesenta millones de dólares en su pabellón, mientras que el Congreso votó catorce millones para el nuestro [...] los soviéticos se salieron de su camino para indicar su interés en la feria por acciones políticas, enviando importantes miembros como Mikoyan y Voroshilov en visitas demasiado publicadas. Unas semanas antes de la feria, habían declarado su buena voluntad hacia Bélgica, invitando a la reina viuda, Isabel de Bélgica, a asistir al festival musical Tchaikovski en Moscú, como huésped del Presidente Voroshilov, Isabel fue la primera visitante real europea a Rusia desde la revolución bolchevique [...] agregaron a Moscú una primera posición como un centro de música y ganaron muy buena voluntad hacia los rusos en el extranjero27.

Sin lugar a dudas, esto fue el primer triunfo de los rusos y sus satélites en esta forma de publicidad dentro del campo de la exhibición internacional. Y por supuesto, algunos de estos triunfos soviéticos pudieron realmente transmitir una influencia considerable en el curso de la política mundial:

De un particular interés [...] fue la Exhibición Soviética de Ciencia, Tecnología y Cultura en el Coliseo de Nueva York en 1959 [...] Cientos de miles de americanos vieron los ciclomotores, modelos de satélites terrestres, computadores, enormes maquinarias agrícolas, aparatos de Tv, cámaras, microscopios e innumerables evidencias de lo que el folleto oficial soviético, describiendo la exhibición, llamaba «la meta sin precedente de las actividades científicas en la urss» [...] La exhibición en el Coliseo y la Exhibición Nacional Americana en el Parque Sokolniki de Moscú, fueron ejemplos principales de la diplomacia cultural. Cada uno luchó para crear una imagen favorable del sistema social que se proponía exhibir28.

Pero Kruschev con su deseo de sobrepasar a los Estados Unidos quiso comparar la situación del ciudadano medio ruso con el americano, cosa que jamás permitió Stalin, y lógicamente la fe del ciudadano soviético se tambaleó aún más cuando se produjo el conocido como el «debate de la cocina» entre Nixon y Kruschev en la exhibición que los americanos montaron en el parque Sokolniki de Moscú en 1959 en la que mostraban una casa con seis habitaciones y cocina con electrodomésticos de última generación. Cuando el presidente soviético escuchó que un obrero metalúrgico americano podía comprar una casa como esa por 14.000 dólares, estalló públicamente diciéndole a Nixon: «Usted piensa que los rusos se quedarán estupefactos ante esta exhibición; pero el hecho es que casi todas las casas rusas recién construidas cuentan con este equipo. En Estados Unidos se necesitan dólares para comprar esta casa, pero aquí lo único necesario es haber nacido como ciudadano»29. Como es sabido esto no era cierto, pero a raíz de ello Kruschev, también escrito Jruschov, mandó a construir miles de nuevos edificios con pequeños y baratos apartamentos que el agradecido pueblo soviético bautizó como Jrushchoby; partiendo del hecho que la palabra Trushchoby significa chabola, imagínese usted mismo que significa el adjetivo jrushchoby. Y eso que eran mucho mejores que las de Stalin.

También cabe recordar que, a pesar de las interferencias producidas por las autoridades en las emisoras de radio, algunos ciudadanos soviéticos continuaron escuchando programas de la bbc o de La Voz de América, aprovechando que los programas en inglés no habían sido interferidos, para tener acceso, al menos, a alguna información no censurada por sus compatriotas, acerca de los eventos en el mundo exterior, como el tema de la actitud del Kremlin hacia la entrega del Premio Nóbel de literatura al escritor Boris Pasternak o cómo eran percibidos por la opinión mundial. Las radiodifusiones de la voa y de la bbc en inglés no solo eran sumamente populares, además permitieron que los estudiantes soviéticos aprendieran inglés.

El final del Congreso por la Libertad Cultural

Sin embargo, esa intelectualidad de posguerra, que abandonó el campo de la Internacional Comunista a medida que fue perdiendo su inocencia, durante la Guerra Fría desarrolló una profunda penetración intelectual también en Hispanoamérica con la creación de la revista Cuadernos bajo la tutela de Gorkin -antiguo líder del poum-30, que aglutinaría con una rapidez sorprendente todos los elementos democráticos contra el stalinismo.

Esta concentración política tuvo que luchar en un contexto en el que el anticomunismo que se expandía en el continente -en 1954 trece de las veinte repúblicas latinoamericanas eran dirigidas por un régimen militar- seguía la línea argumental del discurso en el que John Foster Dulles, con la llegada de Eisenhower al poder, aclaraba que la eliminación de la injerencia comunista en la zona era su principal misión y que desde su óptica siempre sería preferible un régimen fuerte que, por progresista que sea, permita la entrada del comunismo. Además, el hecho de que una figura como la de Indalecio Prieto denunciara, tan tempranamente, que la revista, aunque de gran «calidad intelectual», era financiada desde Estados Unidos, no solo era contraproducente con la línea de acción que deseaba Gorkin -crear por primera vez una organización de carácter democrático que se opusiese con decisión al comunismo y atrajese a los intelectuales- sino que le dejaba un estrecho margen de actuación en el que tuvo que centrarse, extraordinariamente bien, en la denuncia contra el frentismo y en la eliminación del neutralismo frente al comunismo. Consiguió, a pesar de todo ello, que la revista prendiera en todo el continente.

En honor a la verdad, hay que decir que los miembros de Cuaderno31 nunca se cansaron de advertir a Washington que de no estabilizar la economía, invertir en el desarrollo industrial y apoyar a las libertades, se abrirían realmente las puertas al comunismo en Hispanoamérica -como en todo el mundo-.

La importancia estratégica de Hispanoamérica produjo otras acciones encubiertas, como fue el caso de la implantación del sindicato aflcio -formación creada por la CIA y el Pentágono- que, entre otras acciones, fue decisivo en la desestabilización de Chile, Guyana y Brasil y manipuló hábilmente a todas las fuerzas de izquierda del continente orientándolas contra el comunismo.

En este contexto, en 1958, las espadas de la Kulturkampf volvían a cruzarse, la inteligencia americana contrastó que los soviéticos estaban preparando un festival para conmemorar a Tolstói, como precursor del comunismo. La Fundación Farfield y la Fundación Ford salieron al encuentro del Congreso para financiar, en 1960, el 50 aniversario de la muerte de Tolstói al que asistieron escritores como Franco Venturi, Iris Murdoch, Herbert Read, Alberto Moravia, George Kennan, Jayaprakash Narayan y John Dos Passos. Pero los viejos miembros de la oss tenían un as guardado en este asunto: Ilia Tolstói -nieto del escritor- era uno de sus veteranos y, al igual que otros miembros de su familia, estaba en contacto con el Consejo de Estrategia Psicológica. Es más, como la oss siempre estuvo interesada en la obra de Tolstói como símbolo de la libertad individual, la fundación que tenía su familia en Munich seguía financiada por la CIA:

La notoriedad del Congreso también atrajo una no deseada atención. En 1962, fue objeto de una brillante parodia por parte de Kenneth Tynan y el equipo de su programa de la bbc, That Was The Week That Was. «Y ahora, conectamos en directo con la guerra fría de la cultura -comenzaba el sketch-. Este dibujo representaba al bloque cultural soviético. Los puntos del mapa representaban emplazamientos culturales estratégicos: bases teatrales, centros de producción cinematográfica, compañías de danza produciendo misiles balísticos intercontinentales como churros, editoriales que lanzaban inmensas tiradas de los clásicos a millones de lectores esclavizados. Se está produciendo una masiva acumulación cultural. ¿Pero qué sucede aquí en Occidente? ¿Tenemos capacidad de respuesta efectiva en caso de una guerra cultural abierta?» Sí continuaba el «sketch», estaba el bueno del Congreso por la Libertad Cultural que, apoyado por el dinero americano, ha establecido una serie de enclaves en Europa y en otros lugares como puntas de lanza de una contraofensiva cultural [...]» La sátira era mordaz a más no poder, e impecablemente documentada32.

En la década de los sesenta la nueva izquierda estaba siendo asimilada en la corriente cultural, los viejos combatientes culturales tuvieron que soportar una erosión de sus valores, a partir de la mitad de los años sesenta, con la intervención en Vietnam, la bahía cochinos y la crisis de misiles cubanos.

El propio Josselson contempló la posibilidad de utilizar el Congreso para favorecer el diálogo con el Este, sobre todo a través del Pen Club -asociación de poetas, dramaturgos, editores, ensayistas y novelistas- que tenía representación en 55 países.

Finalmente, en 1956, el secretario del pen, David Carver, tras una conversación con Josselson, conocedor de las intenciones soviéticas en relación con la reunión que iban a tener en Japón, se alió con el Congreso. Esta asociación tendría graves consecuencias para el Congreso cuando en una conferencia del pen celebrada en Nueva York, Conor Cruise O'Brien criticó estos movimientos como un ataque de la independencia intelectual y aplaudió la línea de la revista Encounter por favorecer los intereses americanos en Gran Bretaña:

El New York Times informó de las afirmaciones de O'Brien, las cuales planearon sobre la reunión del pen, y marcaron el principio del fin del Congreso por la Libertad Cultural [...] El 8 de mayo de 1967, el New York Times publicaba un artículo en portada con el título «Stephen Spender deja Encounter»33.

Comenzó una cadena de investigaciones, mentidos y desmentidos de todos los participantes, y su espiral poco a poco fue minando el programa hasta el punto en que el propio Braden escribió un artículo en el que ponía sobre la mesa la relación de la agencia con la izquierda no comunista.

El proyecto de James Burnham, de vincular el Congreso a la CIA, finalmente se vino abajo por la disposición de la CIA a organizarlo todo entorno a la inc. Cuando llegaron los momentos de presión como la guerra de Vietnam, la izquierda no comunista, creada por Allen Dulles y financiada por la CIA, se arrugó y se pasó a la crítica contra Estados Unidos.

Como colofón, el 31 de diciembre 1967, terminaba el plazo del informe Katzenbach que había elaborado el Gobierno para que la CIA pusiese fin a esas actividades. O eso se dijo.

Conclusiones

La Guerra Fría no solo fue un enfrentamiento político-militar entre las dos grandes superpotencias, también fue el marco de una cruda batalla ideológica entre dos modelos políticos, sociales y económicos, totalmente antagónicos. La Unión Soviética a través de la Internacional Comunista intentó acaparar, desde 1919, todo el espectro ideológico de izquierda en el mundo, desarrollando un nuevo y extraordinario sistema de espionaje, basándose en dos premisas fundamentales: la manipulación de los intelectuales y las operaciones secretas de propaganda. Así, nacieron las modernas redes de la opinión pública mediante el uso de la radio, el cine, la prensa, los libros, el teatro, las revistas, la propaganda, etc. Estas redes se extendieron indistintamente por Berlín, París, Londres, Nueva York, Hollywood, Holanda o los países escandinavos, gracias a que también se había congregado para tal fin a los líderes de la opinión: profesores, escritores, actores, sacerdotes, humanistas, científicos o empresarios. Por todo ello, cuando el gobierno del Kremlin patrocinó el Movimiento por la Paz de 1949 para reunir de nuevo a las grandes figuras científicas y culturales occidentales, los aliados contestaron creando el Congreso por la Libertad Cultural.

El Congreso fue creado y dirigido por Michael Josselson, un agente de la CIA, con el apoyo financiero de fundaciones como Ford, Farfield o Rockfeller que permitieron el patronazgo de las revistas, periódicos, libros, premios, becas, seminarios, exposiciones, conciertos, óperas estatales e incluso centros de investigación para transmitir los valores y principios de la libertad. Es más, incluso se desarrolló una concepción política, la izquierda no comunista, cuya finalidad era sostener a la socialdemocracia en el bando occidental. Ejemplo de ello, por la importancia estratégica de Hispanoamérica, fue el caso de la implantación del sindicato AFL-CIO -formación creada por la CIA y el Pentágono- que, entre otras acciones, fue decisivo en la desestabilización de Chile, Guyana y Brasil y manipuló, hábilmente, a todas las fuerzas de izquierda del continente, orientándolas contra el comunismo. Para finalizar, si ustedes me lo permiten, mantengo en este artículo que la impresionante organización de la propaganda soviética forzaría a los aliados occidentales de posguerra a contrarrestarla creando el Congreso por la Libertad Cultural. Este se nutriría de esa misma intelectualidad que trabajó para Münzenberg, en la Internacional Comunista, cuando parte de ella, perdida su inocencia, comprendió la verdadera faz del comunismo.


Pie de página

1Es cierto que las primeras políticas culturales modernas fueron desarrolladas por la Iglesia católica para «la propagación de la fe» como puede verse en Jonathan Wright, Los jesuítas. Una historia de los «soldados de Dios» (Barcelona: Debate, 2013), pero nunca desarrollaron operaciones encubiertas para el control intelectual como los soviéticos. Los demás estudios sobre políticas culturales con fines propagandísticos que conocemos sobre este periodo son, aunque no profundizaron en el papel de las operaciones secretas, Toby Miller y George Yúdice, Política cultural (Barcelona: Gedisa, 2004) y las obras de Harold D. Lasswell, Propaganda tecnique in the World War I (Rhode Island: Mit Press, 1971) y Psychopathology and Politics (Chicago: Chicago Press, 1971).
2Para profundizar en el papel de los intelectuales en la propaganda a favor de la Unión Soviética recomiendo, por ser las obras más actualizadas, Michel Winock, El siglo de los intelectuales (Barcelona: Edhasa, 2010) y Tony Judt, Sobre el olvidado siglo XX (Madrid: Taurus, 2008). Por otra parte, la obra más importante sobre Münzenberg es la escrita por su esposa, Babette Gross, Willi Münzenberg. Una biografía política (Vitoria-Gasteiz: ikusager, 2007). También es recomendable, por su importancia en la época, la obra, de la hermana de Babette Gross, Margarete Buber-Neuman, Historia del Komintern (Barcelona: Ediciones Picazo, 1975).
3Frances Stonor Saunders, La oía y la guerra fría cultural (Madrid: Debate, 2001), 14.
4Stonor Saunders, La oía, 16.
5Organización de Inteligencia norteamericana predecesora de la cía.
6Ambos intelectuales habían sido colaboradores de Willi Münzenberg en la Komintern.
7Stonor Saunders, La oía, 27.
8 Stonor Saunders, La oía, 35.
9Otro ejemplo de esta técnica lo podemos observar en Arthur Koestler, El fracaso de un ídolo (Buenos Aires: Unión de editores latinos, 1951). Allí Koestler reúne, al suyo, los testimonios personales contra el comunismo de Ignazio Silone, Richard Wright, André Gide, Louis Fischer y Stephen Spender.
10Stonor Saunders, La oía, 45-46.
11Stonor, La oía, 53.
12Para profundizar en la creación y el desarrollo del proyecto de la Izquierda No Comunista se recomienda Arthur M. Schlesinger, La política de la libertad. El centro vital (Barcelona: Dopesa, 1972).
13Stonor Saunders, La oía, 97-98.
14Stonor Saunders, La oía, 101.
15La ope era el Buró para la Coordinación Política que se creó dentro de la CIA para desarrollar desde los años cincuenta «operaciones especiales» de propaganda, sabotaje, guerra económica, acciones preventivas, subversión, etc. Estas acciones estaban en la esfera del Centro de Guerra Psicológica de Fort Bragg -base de las Boinas Verdes- y donde también estuvo la Escuela de las Américas.
16Stonor Saunders, La oía, 115.
17Stonor Saunders, La oía, 117-118.
18Stonor Saunders, La oía, 123-124.
19Para profundizar en el trabajo intelectual del Congreso por la Libertad Cultural, de forma estructurada y profunda, recomendamos la obra de Daniel Bell, El fin de las ideologías (Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992).
20Stonor Saunders, La oía, 132.
21Frederick C. Barghoorn, La ofensiva cultural soviética (México: Herrero, 1966), 13.
22Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 20-21.
23Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 25.
24Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 26.
25Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 28.
26Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 43.
27Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 92-93.
28Barghoorn, La ofensiva cultural soviética, 93-94.
29David Priestland, Bandera Roja (Barcelona: Crítica, 2010), 338.
30Partido Obrero de Unificación Marxista, de tendencias trotskistas, que durante la Guerra Civil Española fue perseguido y eliminado por el Partido Comunista de España, siguiendo las órdenes de Moscú. Para profundizar en el tema se recomienda la obra de George Orwell, Homenaje a Cataluña (Madrid: El País, 2003).
31Para profundizar en el papel de la revista Cuadernos en Hispanoamérica recomendamos Olga Glondys, «Trabajo de investigación: Reivindicación de la Independencia Intelectual en la primera época de Cuadernos por la Libertad de la Cultura: I (marzo-mayo de 1953)-XXVII (noviembre-diciembre de 1957)». Departamento de Filología Española. Universidad Autónoma de Barcelona, 2007. http://www.recercat.net/bitstream/2072/4359/17Treball%2Bde%Brecerca.pdf (consultado el 3 de octubre de 2008).
32Stonor Saunders, La oía, 473.
33Stonor Saunders, La oía, 511-512.


Bibliografía

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