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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.18 no.37 Bogotá July/Dec. 2014

https://doi.org/10.11144/Javeriana.mys18-37.hcac 

Las historias de ciudades en algunos arquitectos colombianos. Una aproximación a los fundamentos de la historia urbana

History of cities by some Colombian architects. An approach to the fundamentals of urban history

Histórias de cidades em alguns arquitetos colombianos. Aproximação aos fundamentos da história urbana

Félix Raúl Eduardo Martínez Cleves
Universidad del Tolima (Ibagué, Colombia) frmartinez@ut.edu.co

Recepción: 28 enero 2014 Aprobación: 22 marzo 2014


Cómo citar este artículo

Martínez Cleves, Félix Raúl Eduardo. «Las historias de ciudades en algunos arquitectos colombianos. Una aproximación a los fundamentos de la historia urbana». Memoria y Sociedad 18, no. 37 (2014): 148-164. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.mys18-37.hcac


Resumen

El presente artículo hace un balance de la historiografía construida especialmente desde la arquitectura, luego de que la Academia Colombiana de Historia cesara en su interés por hacer historias de ciudades al finalizar la década de 1930. Para ello, se utilizará un repertorio de autores, constituido por algunos de los más importantes arquitectos del siglo XX, que además de pensar las urbes en sus aspectos físicos también lo hicieron respecto de sus pasados. En este sentido, este texto busca aportar a la comprensión de la historia urbana actual, y de manera muy parcial a la historia urbanística y de la arquitectura, aunque estas últimas correspondan a otro texto por razones de espacio. se entiende, igualmente, que la producción intelectual en estos campos sigue siendo dominada por arquitectos o centros de investigación en los que dichos profesionales cuentan con notable injerencia.

Palabras clave:historiografía; ciudad; historia; arquitectura; moderno


Abstract

This article evaluates the historiography built especially from architecture after the Academia Colombiana de Historia (the Colombian Academy of History) ceased its interest in gathering cities history at the end of the 1930s. To do this, a repertoire of authors constituted by some of the most important architects of the twentieth century will be used. They will consider not only the physical aspects of cities, but also their backgrounds. In this sense, this paper seeks to contribute to the understanding of the current urban history and, in a very partial way, to the urban and architectural history, although the latter correspond to another text for length reasons. It is also understood that the intellectual production in these areas is still dominated by architects or research centers in which professionals have a significant interference.

Keywords:historiography; city; history; architecture; modern


Resumo

O presente artigo faz balanço da historiografia construída especialmente desde a arquitetura, após a Academia Colombiana de História cessar no seu interesse por fazer histórias de cidades ao findar a década de 1930. Para isso, utilizar-se-á um repertório de autores, constituído por alguns dos mais importantes ar-quitetos do século XX, que além de pensar as urbes nos seus aspectos físicos também o fizeram respeito dos sus passados. Nesse sentido, este texto visa contribuir para a compreensão da história urbana atual, e de maneira muito parcial para a história urbanística e da arqui-tetura, ainda que estas últimas correspondam a outro texto, por razoes de espaço. Fica entendido, igualmente, que a produção intelectual nestes campos continua a ser dominada por arquitetos ou centros de pesquisa nos que tais profissionais têm notável ingerência.

Palavras-chave:historiografia; cidade; história; arquitetura; moderno


Le Corbusier y la arquitectura moderna colombiana

Le Corbusier1 llegó a Bogotá el 16 de junio de 1947 y fue recibido por los gritos de muchos de los estudiantes de arquitectura que sostenían a unísono: «¡Vive Le Corbusier, á bas la académie!»2. Tras dictar algunas conferencias y visitar distintos lugares de Bogotá, el alcalde de la capital colombiana, Fernando Mazuera Villegas, lo convenció de que tomará un par de días de descanso en una pequeña ciudad cercana, en donde tenía una quinta de recreo diseñada por el arquitecto, de origen italiano, Vicente Nasi. Así, por una difícil vía, arribaron a Fusagasugá cinco días después de su llegada a Colombia. El propósito de Mazuera no era solamente quedar bien con el famoso visitante, sino sugerirle que, a pesar de las limitaciones, existían algunos ejemplos, así fuesen pocos, de arquitectura moderna, entre los que se contaba precisamente la residencia que les acogió.

Como Mazuera, los estudiantes de arquitectura y los profesionales más jóvenes de esa disciplina se veían deslumbrados por la presencia de uno de los gestores del Movimiento Moderno3. Y es que a diferencia de experiencias anteriores en las que la única forma de conocer o aproximarse a un autor famoso era cruzando el Atlántico, en 1947 Le Corbusier significaba tanto la «revolución urbanística» como la inclusión en las discusiones de vanguardia. Eso no implicaba que antes de semejante visita no existieran algunas manifestaciones modernas; en efecto, tanto la misma obra de nasi y otros urbanistas como la de Karl Brunner4 eran ejemplos de ello. solamente que Le Corbusier fue un ícono, superando muchos otros nombres para la arquitectura y las formas de pensar la ciudad. La historia de la arquitectura, pero en particular la historia urbanística, lo que hace, entre otras cosas, es reiterar y justificar el fracaso de la aplicación de las ideas de Le Corbusier, a partir de lo cual se ha convertido más o menos en una constante la idea de una modernidad incompleta o limitada, entre otros adjetivos, que se comparte con muchas otras posturas de las ciencias sociales en Colombia5.

En nuestros intereses esta influencia, si es que puede llamarse así, de Le Corbusier, marcaría los intereses de las historias de ciudades que vendrían a sustituir las elaboradas por la Academia Colombiana de Historia, aunque ello no implicó que ese haya sido el asunto fundamental en las monografías, biografías y demás tipologías de textos elaborados en poblaciones diferentes de Bogotá y algunas de las ciudades más grandes del país. El estudio del pasado de las ciudades por parte de historiadores, que a su vez habían sustituido a los ejercicios fuertemente influenciados por la literatura, sería un asunto de los arquitectos desde más o menos la mitad del siglo XX. En su conjunto, existirían dos vías para revelar el origen de las dificultades colombianas para incluirse en un mundo moderno, próximos a lo pensado por Le Corbusier y el CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna6). La primera correspondía a una aproximación al pasado, en tanto la segunda, estrechamente asociada a la anterior, era mostrar un posible esplendor de la arquitectura y de las urbes en su conjunto durante el periodo colonial. De este modo era factible evidenciar lo nefasto del siglo XIX y sus respectivas consecuencias, tangibles para los años 1930 en un «caos y desorden absoluto», como sostuvo Carlos Arbeláez. A esto es posible sumar que la mayoría de estas ópticas desde la arquitectura estarían concentradas en Bogotá, tanto por la presencia de profesionales de esa disciplina, como por la existencia de un número notable de edificaciones consideradas como «modernas», además del crecimiento urbano. sin embargo, sobre todo estaba la visita de Le Corbusier a la capital y la elaboración posterior de un «plan piloto», que la ponía al frente de lo que podía pensarse y decirse al respecto. No en vano, Le Corbusier sostuvo que «El ser moderno no es una moda, es un estado. Es necesaria la historia y lo que sabe la historia, para saber cómo encontrar la continuidad entre lo que fue, lo que es y lo que será»7.

Lo moderno debía implantarse en medio de la inhóspita naturaleza colombiana. seguramente por eso la idea inicial del urbanista suizo de venir a encontrar en Bogotá «una arquitectura magnífica», o cuando menos un lugar para ella, se vería radicada parcialmente en la residencia que les albergó un fin de semana -no en vano le significó algunos comentarios en revistas internacionales. sin embargo, a esa construcción le hacía falta el urbanismo, que para Le Corbusier terminaba, junto con la arquitectura, componiendo un todo. En la perspectiva del autor suizo eso podía explicarse por la historia:

Los países que tienen una historia y que hacen su historia deberían considerar la ocupación de su suelo, la cual seguía unas leyes que precedían las actuales; leyes que han sido pensadas a partir de los grupos, de los individuos y de las sociedades a lo largo de las rutas; y las rutas, que se han probado y completado cada vez más a medida del impresionante desarrollo, todo para crear una red de ocupación particular del suelo8.

Y no porque la historia desde su óptica lo aclarara todo, es más, el Movimiento Moderno promulgaba abiertamente un antihistoricismo, sino porque ella podía permitir la comprensión del presente y la construcción planificada del futuro. No es casual que el presentador de Le Corbusier, en las dos primeras conferencias dictadas en Bogotá, lo haya mostrado como «el historiador de la arquitectura contemporánea». Y así, como algunos predicaban la ruptura con todo lo «viejo», representado contradictoriamente en la figura de Karl Brunner9, otros recurrían a las formas de fabricación de la historia, como algunos miembros del CIAM, por ejemplo Sigfred Giedion, para quien el pasado resultaba de utilidad, y lo usaban como caballo de batalla.

Existe una fotografía ampliamente difundida por las diferentes historias de la arquitectura y el urbanismo, en la cual Carlos Arbeláez Camacho aparece observando un plano, junto a Le Corbusier, Sert y Wiener artífices del Plan Piloto para Bogotá.

De manera especulativa, podríamos preguntarnos a partir de la observación de la fotografía en qué estaba pensando Arbeláez, o si acaso estaba concentrado mirando el centro de la ciudad, o las razones de por qué no se ve muy convencido. Ya ha mostrado Josefina Ludmer10 que especular es también una forma de pensar e «inventar un mundo», que no se mueve entre la «verdad» o la «falsedad», sino que funciona más como una posibilidad. Por ese entonces, 1951, Arbeláez actuaba como director de la Oficina del Plan Regulador de Bogotá -así se desempeñó entre 1950 y 1952- y los interrogantes podrían caer mal respecto a un funcionario que debía defender las ideas de Le Corbusier. Sin embargo, al mismo tiempo se puede suponer las contradicciones que desde las mismas iniciativas de Brunner se ponían sobre la mesa al procurar gestar una ciudad moderna en medio un trazado colonial. Esto implicó, como lo plantea Germán Mejía, sandra Reina y Carlos Niño11, que se hacía necesario «re-editar la historia», para lo cual desde la arquitectura se gestaron dos bloques, aunque con ello no se quiere sugerir solidez o coherencia inmaculada, pero sí una agrupación en torno a ciertos intereses que ayudan en nuestra lectura. Uno de ellos fue el que se aglutinó precisamente en la figura de Carlos Arbeláez, de corte particularmente patrimonialista y que en su actividad profesional tendió a la restauración. La otra, bajo la figura de Carlos Martínez, muestra que la idea de lo moderno era reiterativa y con mayor proximidad al urbanismo, aunque en este caso es necesario decir que uno de los principales intereses de Martínez fue la ciudad del siglo XVI.

Como en la fotografía referida, Le Corbusier puso cierta distancia, observó y aparentó ser un tercero cuando lo que hacía era dirigir sus dos brazos. El está tras todo esto. Como un fantasma, aparece una y otra vez, tomando diferentes cuerpos, pero como si fuese el Hamlet de Shakespeare, se pide buscar el origen de su muerte, al menos de sus proyectos, de intentar responder al por qué no había crayones de colores en Bogotá para hacerla moderna. Ambos bloques procuraron responder de diversas formas los interrogantes de Le Corbusier, sustentados en la paradoja del Movimiento Moderno al declararse anti-historicista, con un cierto repudio al pasado, pero recurriendo la historia como un manifiesto12. En este marco, los ejemplos de cómo concebir la historia des de la arquitectura estuvieron vinculadas, según s nota en las estructuras de los textos y sus respectivas citas (en particular de un autor), a Sigfred Giedion, precisamente el secretario durante tod la existencia de la CIAM y un intenso colaborador de Le Corbusier. Esto no quiere decir de ninguna manera que se ataron a la obra de Giedion com un texto sagrado, pero sí que usaron este en busca de validar sus ideas del pasado, de arquitectura, de historia y de la ciudad en la historia, pero principalmente, del futuro. Por eso está la sugerencia de la anécdota inicial: la pretensión desde la arquitectura en cuanto a que lo moderno dejara de ser un fondo exótico en tierras inhóspitas.

Pero un texto como el presente, ante su limitado espacio, no puede mostrar todos los autores o todos los enfoques, en cambio puede sugerir un veta de investigación a partir de un ejercicio historiográfico. Allí -en la historiografía-, además de identificar temas y problemas, o de hacerse una seguidilla de autores, obras y afiliaciones se opta por buscar lugares (sociales e institucionales), prácticas que soportan los procedimientos epistemológicos y escrituras en las que se visualicen o se borren las dos instancias anteriores, tal y como Michel de Certeau13 pensó que debían ser los intereses por la historiografía. De igual forma, se acude a la idea de repertorio acuñada por Diana Taylor14, entendido como algo diferente a un archivo, tanto por la autoridad de este último, como por la condición de segundo de abrirse a interpretaciones y tipologías de fuentes, y de su separación de pesados «sistemas de enunciabilidad»15. Contamos entonces con un repertorio de autores, de ninguna manera su totalidad, a partir de los cuales se procura mostrar algunos de los fundamentos de la actual «historia urbana»16, radicados en la manera como ciertos arquitectos asumieron el pasado de las urbes colombianas.

La historia para el presente

A mediados del siglo XIX se incrementaron los viajes de colombianos a Europa y a Estados Unidos, y con ellos la redacción de memorias de los itinerarios en las que se consignaron las historias de las ciudades que visitaban. En ellos podríamos radicar algunos de los orígenes de lo que más tarde se denominaría como historia urbana17. Estas narraciones fueron sustituidas por obras desarrolladas por intelectuales, concentradas de manera especial en la historia de Bogotá18 y que desde 1902 encontrarían su promoción en la Academia Colombiana de Historia. En estas últimas, la identificación de un fundador, la herencia europea y la identificación de tiempos mejores en el periodo colonial marcaban sus formas e intereses. sin embargo, luego de la conmemoración de los 400 años de la fundación de Bogotá, los historiadores afiliados en la Academia radicaron su atención en otros asuntos diferentes al del pasado urbano. Fueron los arquitectos quienes sustituyeron a los académicos en mencionada iniciativa, movidos por la comprensión del presente de las ciudades y la escasez, en su óptica, de construcciones modernas. Así, las historias de las ciudades fabricadas desde Bogotá dejaron para mediados del siglo XX de ser relatos concentrados en los padres fundadores para enfocarse en los edificios. La mirada, con el trasegar de los años, se hizo cada vez más alta desde cuando los viajeros, y más tarde los cronistas, intentaron dar cuenta del pasado de las urbes a partir de caminarlas. Con las historias de la Academia Colombiana de Historia, y luego las elaboradas por los arquitectos, la forma como se veían las ciudades y sus pasados asemejaba la metáfora de Michel de Certeau al ver Manhattan desde el piso 110 del extinto World Trade Center, en donde la distancia impide observar a los caminantes ya que solamente se ven edificios en medio de un plano19. Sin embargo, las posturas de los arquitectos en las historias de la arquitectura no se trataban de mera entretención o de solamente «aprender» del pasado, sino que,

Desde el primer momento, los historiadores asumieron el papel de críticos, y fundieron (¿ o confundieron?) la historia con la teoría y la propaganda, a fin de construir junto a los arquitectos un sistema en el que las ideas y los hechos se afirmasen mutuamente. Hasta tal punto fue así que la historia y la teoría elaboradas en aquellos momentos no pueden entenderse como disciplinas científicas puras; muy al contrario, estaban y que querían estar fuertemente contaminadas por su compromiso con la realidad, y su intención era influir en los modos de pensar y de actuar de los arquitectos, y a su vez, dejarse influir por ellos. Lo común era incluso que una misma persona ejerciese indistintamente las funciones de arquitecto, teórico o historiador, según conviniese mejor al objetivo principal de afianzar el Movimiento en todos los campos20.

Por eso, Panayotis Tournikiotis ha considerado que en esas narraciones se expresan pretensiones respecto al «ser de la arquitectura» y pronósticos de «lo que debería hacerse»21. Es por esto que el mismo Tournikiotis estableció en su estudio tres grupos de autores: los «operativos», en los que existe una visión optimista y se encuentran dos de los autores más citados por los arquitectos en Colombia, Sigfred Giedion (1888-1968) y Bruno Zevi (1918-2000); en otro se hallan los «peyorativos», para quienes la historia es una sirviente del planteamiento de teorías útiles en el futuro; y finalmente los «objetivos», de quienes se dice están completamente ajenos a la idea de cualquier tipo de compromiso por parte de la arquitectura22. En su conjunto, una de las ideas principales de Tournikiotis, y que puede resultar útil para el interés de este artículo, radica en la contribución de la historia en la gestación de una teoría de la arquitectura a partir de una idea de filosofía de la historia, que, aun cuando posea variaciones entre los autores, supone la historia de la arquitectura como un todo.

En el caso que aquí nos concentra -lo cual no implica que no existan otras influencias, autores y obras, de allí justamente el repertorio que se construye en este texto-, fue uno de esos autores, Sigfried Giedion (uno de los autores catalogados como «operativos»), que al buscar sedimentar el Movimiento Moderno y valerse para ello de la historia, se constituyó en una referencia no solo en Colombia sino en muchos otros lugares del mundo. Según Tournikiotis, Giedion y Nikolaus Pevsner -otro de los historiadores «operativos»- estaban sujetos de cierta forma «al seno de la tradición alemana de la historia del arte», caracterizada por los principios radicados en el espíritu de la época, el análisis morfológico, la escala creciente de periodos históricos y un fuerte predominio de lo universal sobre lo individual23. Para Giedion24, «la historia hace parte de la vida», en la medida que permite hacer juicios al estudiarse desde el presente y evitar que el pasado sea utilizado como mero pasatiempo o escenario de prácticas de «arquitecturaplayboy», con lo que buscaba referirse a la exclusiva cacería de formas. En cambio, lo que se pretendía era ingresar en lo más profundo del significado y el contenido, hasta encontrar el origen de la modernidad y lo moderno. Eso no quiere decir de ninguna forma que Giedion pensaba en un pasado inmutable, sino que, al contrario, creía en su dinamicidad gracias a los descubrimientos de cada época y la acción de la «mirada» del historiador, de las formas como tocara el pasado. Valiéndose de la comparación con la física, consideró que el siglo XX ha mostrado qué tan relativos son ambos escenarios del conocimiento. Sin embargo, existe algo que llama «patrón», muy similar a la idea de Le Corbusier respecto a la ocupación del suelo, en la medida que conecta los diferentes periodos y se despliega hasta el futuro, siendo el elemento universal por excelencia que puede sugerir un lugar mejor y su respectivo control.

Así, los acontecimientos no eran otra cosa que puntos conectados, a veces «constitutivos» (recurrentes), a veces también «transitorios» (con poca significación) que el historiador debe seleccionar si quiere entender tanto el pasado como el presente. Por su parte, este último es entendido por Giedion como escenario de transición, en el que se reevalúan los prejuicios25 del pasado sobre el espacio (y sus volúmenes), pues el presente actúa como un espejo en el que se «refleja» ese pasado26. La arquitectura es uno de los mejores medios para el propósito de transformación, ya que «refleja las condiciones de la época que proviene», al ser un «organismo en sí mismo», aspecto que le permite ir más allá de las condiciones de origen. Así las cosas, Giedion creyó que era posible una historia de la arquitectura independiente tanto de otros factores, como de otros campos de conocimiento, al ser esta disciplina un tipo de espejo ideal que simultáneamente era traslucido. Con ello, lo que muestra es que en efecto sigue considerando el viejo problema de la ilusión, propio de la historia del arte, y que según Gombrich27 gobierna las maneras de comprensión de una obra asumida como artística.

Al suponer lo anterior, y creer que la arquitectura funciona como un «organismo en crecimiento», que cuenta con un inicio -la construcción- y un final -el urbanismo-, el método de «herencia arquitectónica» que plantea le resulta vital tanto para la comprensión de una época como para la proyección de ella hacia el futuro. Semejante forma de fabricar la historia está soportada en «cortes transversales de etapas decisivas de la historia de la arquitectura»28, a partir de los cuales es posible identificar las diferentes concepciones que sobre el espacio y su organización se han tenido. Para eso, el procedimiento propuesto es el de la selección; así, cada autor escoge lo que considere «útil» de las diferentes épocas, sin importar si se trata de grandes obras u «objetos de uso cotidiano», ni mucho menos a cuál estilo o técnica pertenece -en esto resulta más próxima a las tendencias dominantes del arte en el siglo XX.

En cuanto al historiador, Giedion propone a lo largo de la obra aquí citada que debe diferenciarse radicalmente del ejemplo de Jacob Burckhardt, en cuanto al odio profesado a su propia época. El historiador, en particular el de la arquitectura, debe «estar impregnado del espíritu de su propio tiempo», porque solamente de esta forma estaría capacitado para «detectar esos rasgos del pasado que las generaciones anteriores han pasado por alto»29, y que resultan fundamentalmente útiles para el planteamiento de preguntas y problemas en el presente. No existiría algo parecido a un «historiador ideal», alejado de disputas, deseos y otros factores que inquietan su trabajo, pues ello provoca precisamente que la historia forme parte de la vida, en la que las batallas son tan comunes como las propuestas para un mundo mejor. Es por esto que el conjunto de su obra «Espacio, tiempo y arquitectura» gire en torno a la presentación de un concepto, el de «espacio-tiempo»,en el que la propuesta de la arquitectura moderna de vincular geometría y organicidad se hacía perceptible, y sobre la cual una nueva ciudad era igualmente posible en medio de esta historia de las concepciones del espacio.

Al pensar que tanto la arquitectura como la ciudad son organismos, el haber previo, edificado por trabajos como los de la Academia Colombiana de Historia, no resultaba distante. Se valían en ambos casos de metáforas asociadas al cuerpo humano, que Le Corbusier llevó a un punto más alto con su idea del «hombre urbanizado». Las biografías no distaban sustancialmente de los organismos, así como tampoco resultaban completamente nuevas las ideas de fundar tradiciones sobre interpretaciones del pasado. En últimas, se coincidía en la negación del siglo XIX o su tratamiento como un momento oscuro que debía iluminarse o corregirse. Además de eso, los arquitectos colombianos interesados en la historia (de la arquitectura y la ciudad) también edificaron, de una forma similar a como lo mostrara el ejemplo de Giedion, lecturas sobre el pasado, el tiempo en su conjunto y una idea de la historia, asociado todo ello a lo que entendían por ciudad, así como lo que esperaban fuera la arquitectura y las urbes.

Tournikiotis ha sostenido que la historia de la arquitectura moderna se ha escrito desde el presente, y desde allí se proyectan al pasado un conjunto de preocupaciones, en particular la constitución del Movimiento Moderno. Así, la historia no solo justificaba; también significa una parte fundamental en la construcción de teorías para el futuro. En Colombia semejante idea de la historia calaba bastante fuerte. La historia sirvió para identificar errores y aciertos en el camino a la modernidad, y fue objeto de diversas interpretaciones a partir de las cuales se pretendía en su conjunto darle, al menos metafóricamente, el material que decía (en 1947) Le Corbusier no existía para «una conferencia interesante». Era plantear filosofías de la historia para estudiar la evolución de la arquitectura y de la ciudad, todas ellas recurrentes al caso de la modernidad, bien sea como una fractura o como un inicio. Pero además este lugar común -la modernidad- marcó la agenda de cuestiones tanto para la arquitectura misma, como para la ciudad, en lo que respecta a sus pasados. Para el caso colombiano podemos decir que la principal de las influencias de esas categorías de Tournikiotis fue la «operativa», de acuerdo con las mismas referencias, asuntos y formas que aparecen en las obras de los autores referidos en el presente trabajo.

Historia dis-continua

Pretender hacer un barrido «total» del trasegar de los arquitectos con la disciplina histórica puede resultar un tanto absurdo dadas las dimensiones del presente trabajo y de la producción actual. En este sentido, sugerir tres visiones de la historia desde la arquitectura y sus respectivos vínculos con las historias de ciudades puede ilustrar algunos de los caminos tomados por lo que hemos llamado «bloques» o grupos de autores. Esto no puede atarse tan fácilmente a algo parecido a escuelas, corrientes o tendencias. Es evidente que Carlos Arbeláez Camacho, Jaime Salcedo Salcedo y Alberto Saldarriaga se vieron y se han visto afectados por múltiples lecturas en el marco temporal de la segunda mitad del siglo XX, pero difícilmente podríamos ubicarlos de manera tan ligera en tal o cual escenario intelectual. Ese tipo de lecturas edifican una larga y poderosa dependencia en una convencional historia de las ideas, y no porque ellas no tengan procedencias, sino porque viajan y se reciben de maneras insospechadas por parte de diversos autores. Gadamer mostró cómo reducir la interpretación a un flujo matematizado y lineal de circulación de las ideas era limitarlas de entrada y minimizar las capacidades de quienes leen30.

Uno de esos primeros lectores que se interesaron por la historia desde la arquitectura fue Carlos Arbeláez Camacho (1916-1969), quien tras graduarse como arquitecto en la Universidad Nacional de Colombia en 1943, y de ocupar cargos en entidades públicas y privadas, publicó más de sesenta textos sobre la historia de la arquitectura e historia del urbanismo (en los que se incluye la ciudad) entre las aproximadamente doscientas quince publicaciones que tiene en su haber31. Arbeláez fue director de la Oficina del Plan Regulador de Bogotá, desde donde se pretendía poner en marcha el Plan Piloto elaborado por Le Corbusier, y donde conoció de primera mano las ideas del urbanista suizo, de las cuales ya era seguidor cuando menos desde 1946 cuando hizo parte del grupo colombiano del CIAM. Podría decirse que la curva de sus publicaciones creció a partir de fines de la década de 1950, cuando ya contaba con una nutrida experiencia en el campo de la historia. No en vano, como lo muestra Jaime Salcedo, luego de ocupar una cátedra dedicada a la introducción a la arquitectura en la Universidad Nacional, orientó entre 1955 y 1956 el curso de historia urbana en la Universidad de los Andes, y entre 1951 y 1959 las cátedras de historia urbana y urbanismo, así como la de historia de la arquitectura en la Universidad Javeriana32. Su escenario intelectual estuvo compartido por nombres como los de Santiago Sebastián y Germán Téllez, con quienes publicó y lideró iniciativas para «salvar» el patrimonio arquitectónico del país33.

Entre tantos textos existe uno que resulta ser una «síntesis» de la historia de la arquitectura en Colombia, según él mismo lo considera, publicado en 1967 (dos años antes de su muerte)34. Allí se vale del método denominado por Arbeláez como «crítica histórico-artística contemporánea», que en su trabajo corresponde a una aplicación de una metodología originaria en la historia del arte, consistente en la identificación de las condiciones históricas y cualidades artísticas (forma, estilo, técnica, influencias, etc.) de una creación humana considerada como una obra de arte. Más tarde este método ha sido utilizado por los estudios sobre patrimonio, lo cual es muy diciente, ya que precisamente Arbeláez promovió la fundación del primer Instituto de Investigaciones Estéticas en la Universidad Javeriana en 1963. Pero la propuesta metodológica contiene el elemento crítico con el cual pretende la construcción de juicios, que de forma similar a Giedion le permitiera interpretaciones del presente a partir de una idea que resulta muy fuerte en el pensamiento de este autor, y es la destrucción de la riqueza existente desde el periodo colonial por parte de la república, y que se ha extendido a la primera mitad del siglo XX. Primero, se trata de una exaltación considerable de lo colonial, tanto por sus intereses como restaurador, como por las condiciones de publicación de muchos de sus textos aparecidos por la gestión de la Academia Colombiana de Historia. Segundo, el uso de la historia como una forma para justificar sus ideas sobre la arquitectura, la ciudad y el patrimonio; no en vano consideró que la objetividad era un asunto de distancia temporal35.

Para Arbeláez, el periodo colonial, en particular el de Bogotá y algunas zonas del altiplano cundiboyacense, donde se concentró su trabajo investigativo, fue considerado como «muy superior» a cualquier otro. Para este arquitecto, el proyecto urbanizador español se asemejó a una epopeya que no se igualaba a ninguna otra experiencia en el mundo occidental. Por tanto, se constituía en un ideal a alcanzar en un presente caracterizado por lo «horrendo». Esto implicó la identificación del «origen» con lo español y ello a su vez con lo europeo, negando de entrada alguna injerencia indígena (ante sus precarias condiciones constructivas) o localista, pues cuando esto último ocurrió en albores del siglo XIX, todo fue caos y destrucción, según su perspectiva. Este fue sin duda un pesado legado sobre la disciplina histórica y en particular sobre la futura «historia urbana», ya que para Arbeláez lo urbano fue una extensión de las edificaciones; así, el urbanismo estaba en función de la arquitectura. Sin embargo, desde luego no es responsabilidad exclusiva de Arbeláez, como nos lo deja saber Fabio Zambrano, cuando sostiene que el tema indígena fue entendido por la historiografía como un asunto de antropólogos, y «difícilmente se encuentra historias donde la aldea muisca o prehispánica sea importante para la comprensión de la ciudad posterior»36.

Por su parte, Arbeláez consideró que la Independencia fracturó el espíritu de una época como la colonial -pues cada transición es entendida como una ruptura mediada por la crisis y el caos- en plena aplicación de la tradición alemana de la historia del arte antes referida por Tournikiotis. Fue entonces cuando la arquitectura, a su parecer, cayó en el olvido y la «degeneración tecnológica y arquitectónica» se hizo visible, cuando menos hasta que Thomas Reed aceptó a mediados de ese siglo construir el Capitolio Nacional. Semejante interpretación no resulta muy diferente de otras lecturas que comenzaron a hacerse desde la década de 1960, principalmente por arquitectos que se ubicaron en torno a la figura argentina de Jorge Hardoy. Para Germán Mejía, esa situación obedecía a que la historiografía urbana de ese momento y durante algunas décadas más estaba concentrada en las condiciones para exportar de cada país, los procesos de industrialización y lo rural, convirtiéndose en una constante el hecho de despreciar, por ejemplo, la primera mitad del siglo XIX37.

Pero la posición de Arbeláez podía ser todavía más radical, ya que nota cómo, salvo ciertas experiencias arquitectónicas lideradas por extranjeros durante la segunda mitad del siglo XIX y parte del xx, lo sucedido fue un «carnaval arquitectónico», en el cual una diversidad de influencias europeas sustituyó la austeridad colonial por el confort, en el cual reinaba el eclecticismo. Aun más grave para Arbeláez fue el inicio de las demoliciones, a las cuales consideró como «acciones criminales» contra el patrimonio arquitectónico colonial. Es, como se ha indicado antes, una posición patrimonialista con la cual se pretende la salvaguarda de bienes inmuebles asociados a obras de arte, en pleno uso de una posición «operativa de la historia». No en vano fue un promotor y defensor de las declaraciones de «monumentos nacionales», tanto de edificaciones como de conjuntos urbanos, hasta el punto de actuar como secretario del Consejo de Monumentos Nacionales desde 1963 por designación de la Sociedad Colombiana de Arquitectos38. Además, radicaba el trabajo del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Javeriana en este tipo de ejercicios de «rescate» y conservación del patrimonio, lo cual no solo se nota en su revista Apuntes, publicada desde 1967, sino en la propia especialización del instituto en la defensa de los bienes inmuebles del país.

Tal y como Giedion lo supusiera, Arbeláez consideró la historia de la arquitectura, y su extensión a la historia de la ciudad, como independiente de cualquier otro factor. Cuando intenta construir causas, en las cuales según parece radica la condición crítica de su método, presenta anotaciones como, por ejemplo, que el origen del «caos y desorden absoluto», especialmente de Bogotá, correspondía a la forma como golpeó a la ciudad la crisis de 1929; llega hasta el punto de suponer que esa motivación fue la razón para la destrucción del centro histórico. Así, una urbe, en la óptica de este autor, depende de qué tan bien o qué tan mal se levanten edificaciones, asunto que no podía omitirse ante un «afán modernista». Su idea de moderno se radicaba en la gestación de experiencias distantes en términos espaciales, de la «riqueza» colonial. Obras como la de Vicente Nasi, desarrolladas lejos del centro, le resultaban un excelso ejemplo, sumado a su fuerte tendencia a valorar tanto arquitectos extranjeros, como nacionales formados especialmente en Europa. En Arbeláez parece notarse una condición de muchos intelectuales colombianos, que ante ciertos «ídolos» busca congraciarse; no en vano fue gestor de la filial nacional del CIAM, pero en el fondo se trató de una interpretación y adaptación, como el mismo lo indicó, de «los postulados de la arquitectura moderna [...] a las necesidades del momento histórico en el cual vivimos»39.

Uno de los discípulos más proclives de Arbeláez, y de hecho su continuador en el Instituto de Investigaciones Estéticas, fue Jaime Salcedo Salcedo (1946-2013). Este escribió un artículo40, entre otros también publicado en la revista Apuntes, en el que indagaba sobre el futuro de la enseñanza de la historia de la arquitectura, en medio de un escenario caótico y decadente. Como en Burckhardt, y en contravía de Giedion, sobre el presente recae un cierto pesimismo, solamente resuelto por el «futuro posible», en lo cual coincide ampliamente con el Movimiento Moderno, más cuando ese futuro se plantea en términos de «habitación». Con semejante panorama, Salcedo consideró que no era suficiente con una amplia formación humanística, sino, y en esto era reiterativo en Giedion, con una comprensión de la época en que se vive, para lo cual se hacía necesario «la comprensión y ubicación históricas». Sin embargo, dicho artículo gira en torno a la discusión sobre las características del arquitecto que se requerían para la década de 1970, ante la falta de un acuerdo en ello. Igualmente, sostiene que la Universidad Javeriana contaba con un «enfoque actual, que sigue la tradición iniciada por Walter Gropius en Bauhaus», en el cual «se tiende a realizar el ideal de diseño integral como base tanto de la formación como el ejercicio profesional del arquitecto»41, pero con contradicciones entre teoría y práctica.

Entre las soluciones propuestas por Salcedo, que pasan por reformas del orden pedagógico y de administración educativa, la principal se ubicaba en el estudio de la historia de la arquitectura como complemento del taller, pues así como el trabajo en este último gesta el futuro, la historia (con mayúscula) es «ubicadora del presente por el análisis del pasado»42. La idea de la historia como complemento del diseño corresponde, según este autor, a las características de este estudio, fijadas tanto en teorías y obras de maestros, como en formas y espacios denominados como no-arquitectura por su condición popular; ya se pueden notar las influencias de Giedion y Arbeláez, por ejemplo. El propósito de semejante enseñanza era que el estudiante construyera su propia filosofía de la historia o «macrohistoria», como la denomina Bruno Zevi, para darle sentido precisamente al pasado. A su lado sostiene debe estar la «micro-historia», entendida como los detalles que sirven para encadenar grandes recorridos temporales43.

Estas rutas utilitarias de la historia fueron acentuadas al sostener que la «historia, microhistoria y macrohistoria darán al arquitecto las bases para una ética profesional»44, con la cual superar las copias que se hacían de catálogos del pasado e «incitar al estudiante y al arquitecto a la creación hacia el futuro»45. Como lo supusiera Tournikiotis, la marca de las lecturas de los historiadores del Movimiento Moderno fue significativa, y en este caso se nota, entre otras cosas, por la queja reiterada de la falta de espacio para la enseñanza de la historia contemporánea de la arquitectura. Esto, además, sirve para soportar la idea de las condiciones caóticas del presente, producto de la desconexión con él y las dificultades para por fin ingresar de lleno en el mundo moderno. De este modo, las incompetencias colombianas para modernizarse no solo se hallaban en el pasado, sino en cómo se estudiaba ese pasado y de las dificultades para aproximarse lo suficiente a autores que habían sido inspiración, como Le Corbusier, y que manifestaban el desinterés del país por el futuro46.

La solución utilizada, además de correcciones en los planes de estudio, radicaba, según Salcedo47, en la utilización de un método de estudio de carácter «retrospectivo», al mismo tiempo que de corte «macrohistórico». Se trata de una visión panorámica que parte de un punto donde la perspectiva de la mirada se abre al pasado, para luego contraerse y, valiéndose de lo obtenido allí, nuevamente dar apertura a la perspectiva, ahora hacia el futuro. Finalmente, Salcedo reitera que todo este interés por la historia debía estar guiado por dos principios rectores, uno dado por Giedion y radicado en el vínculo que debe tener la historia con su tiempo para poder valorar su pasado, y el otro de Zevi, en el cual era indispensable que el arquitecto se preparara en la historia para poder tener «conciencia del mundo en el que incide»48.

En el marco de estas ideas, donde la historia es un artificio para poder vivir en el presente y controlar el futuro y la ciudad se resume a un conjunto de edificaciones, es posible interrogarse por los cambios que pudieron haber sufrido con el pasar de los años. En 1994 se publicó un estudio del mismo Salcedo49, elaborado a fines de la década de 1990 en el marco de un concurso internacional, en el que estudiaba el urbanismo hispanoamericano desde su origen hasta el siglo XVIII, buscando las relaciones estructurales del sistema urbano colonial español. La razón fundamental para que el autor concentrara su interés en el tema y el periodo era su argumento que manifestaba un equívoco en la idea de que las Ordenanzas de Poblaciones de 1573 fueran un modelo de ciudad ideal colonial, el cual se construyó sobre las experiencias americanas y la suma de algunos elementos de la obra Vitrubio, arquitecto romano. Por eso Salcedo consideró necesario ir a la génesis de la ciudad indiana para encontrar los posibles nexos entre las trazas de las urbes fundadas con antelación a 1573, y de estas con las indicadas en las Ordenanzas de Poblaciones y las prácticas urbanísticas posteriores -hasta fines del siglo XVIII.

Semejante equívoco radicaba, según Salcedo, en las discontinuidades que se utilizan para el análisis de los asuntos urbanos en la Colonia y que se hacen latentes en un conjunto de tipologías que clasifican las ciudades en donde el común denominador eran las omisiones. En cambio, lo que puede notarse es que no existen diferencias sustanciales entre las ciudades en Hispanoamérica, ya que responden a la misma estructura en el marco de un sistema urbano que permitió, entre otros asuntos, la realización de las políticas imperiales. Para el autor, deben buscarse los orígenes de esta urbe en la Edad Media, y evitar reducciones que ubicaban las condiciones del urbanismo de esta parte del mundo en influencias como el Renacimiento o la llana firma de un documento como las Ordenanzas de 1573, tardío en ambos casos en comparación con el inicio de la utilización del damero. En últimas, el objetivo de la obra era constatar la existencia de un sistema urbano hispanoamericano que se pueda considerar como novedoso dada la concurrencia de influencias y la creatividad para hacer realidad la Nueva Jerusalén en América.

En esa ruta, el argumento inicial sobre el equívoco se veía fortalecido con la tesis que ronda todo el trabajo y fue que «la belleza de la traza en damero de la ciudad indiana, su permanencia y evolución, tienen en el modelo de inspiración divina su fuente»50, y en el profeta Ezequiel su teórico más importante existiendo de esta manera modelo urbano y modelo teórico. Esto fue así hasta el punto de que la ciudad hispanoamericana era la mejor de las síntesis de la Nueva Jerusalén descrita por Juan luego de su visión apocalíptica. Así las cosas, la mejor relectura medieval, que como se indicó fue para el autor el origen del mencionado urbanismo, fue la de Francesc Eiximeniç, quien consideró (siguiendo los postulados del profeta Ezequiel) al cuadrado como la figura que mejor representa la perfección divina, existiendo, por tanto, una continuidad desde las ideas medievales y la utilización del damero todavía en el siglo XVIII. Eso le permite sostener a Salcedo que, a diferencia de la ciudad europea hecha «a golpe de arquitectura», la indiana fue antes que cualquier otra cosa una idea, un proyecto, y tras el paso del tiempo se concretó en lo físico. La obra no sostiene en ningún momento que semejantes persistencias signifiquen la ausencia de trasformaciones, sino que, en cambio, muestra cómo a pesar de las afectaciones del espacio urbano el núcleo logra conservarse.

A pesar de los esfuerzos y de la madurez que alcanza su obra luego de la experiencia en la dirección del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Javeriana, sus ideas iniciales respecto a la historia y a la ciudad no cambian sustancialmente. Diríamos que el legado de Carlos Arbeláez se mantenía en buena parte intacto, cuanto menos en lo que respecta al interés por el mundo colonial, sus indicaciones sobre su incomprensión que se reiteran en Salcedo y sus vínculos -en forma de herencia- con Europa. También se mantiene la ligazón con respecto a la historia del arte, ya sugerida en los análisis de Tournikiotis indicados arriba, en la que la idea de belleza está vinculada a la forma, el volumen y hasta su funcionalidad, entre otras cosas. A esto se suma, en esta búsqueda de génesis, el nacimiento de una continuidad que gobierna la historia y la necesidad de explicaciones estructurales para poder dar cuenta de toda ella. En cuanto a la ciudad, la comprensión como una extensión de lo arquitectónico no se marchita, sino que se sofistica al pasar de los edificios a la morfología urbana. Aunque el plano se hace más grande, las urbes siguen adoleciendo de gente y se limitan a trazas, legislación y distribución del espacio urbano, en donde el movimiento es prácticamente inexistente. Así, tenemos una ciudad vacía, inmóvil, pero que interesa para su conservación y designación como patrimonio colectivo.

Sin embargo, paralela a esta forma de ver la historia, la arquitectura y la ciudad, existe otra que asociamos antes a un bloque más o menos congregado en torno a Carlos Martínez Jiménez (1904-1991). El, con motivo de la conmemoración de la fundación de Bogotá en 1988, buscará presentar una «síntesis» de gran parte de sus ideas construidas sobre la ciudad durante cerca de cincuenta años51. De manera similar a Arbeláez, Martínez pronto estuvo en lo más alto del reconocimiento de su gremio y otros públicos. Asimismo, participó en las creaciones del programa de arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, la Sociedad de Arquitectos de Colombia, y tenía también una activa participación en buscar hacer realidad las ideas de Le Corbusier. Desde 1946 fundó la revista proa, desde la cual se discutirían los temas más actuales de la arquitectura y el urbanismo. Sin embargo, todavía no existe un trabajo de compilación de su obra o una aproximación al conjunto de su pensamiento que atraviesa prácticamente todo el siglo XX. Coincide igualmente con Arbeláez en el interés por el periodo colonial, aunque se distancia, y aquí estaría una de las principales diferencias, en sus puntos de observación, pues mientras Arbeláez se concentra en la arquitectura, Martínez lo hará en el urbanismo52. Con ello no se quiere decir que este último haya desechado lo arquitectural, sino que el interés por las edificaciones era secundario en comparación con la morfología urbana y sus respectivas trasformaciones entre los siglos XVI y XVIII.

De forma más o menos paralela en el tiempo, Martínez y Arbeláez inician su producción sobre la historia de la ciudad colonial, pero a diferencia del primero, el segundo cuenta con una mayor intensidad en la edición de sus textos, que para terminar los años 1960 ya se aproximaban a los sesenta, mientras que de Martínez no habían visto la luz sino dos, uno de los cuales era un asunto particular del urbanismo, más que de historia53. Sin embargo, la proximidad de este último con la Universidad Nacional de Colombia le permitió contar con asiduos seguidores y discípulos. Uno de ellos fue Alberto Saldarriaga Roa (1941), quien no solo ha recogido el interés por el urbanismo, sino también por la historia. No es casual que haya sido, entre otros, el artífice de uno de los primeros escenarios académicos posgraduales (1989) dedicados a la historia y teoría del arte y la arquitectura, con una veta muy fuerte con respecto a la historia de las ciudades. Tampoco es casual que reconozca que la historia de la arquitectura ya no se enmarca al empezar el siglo XXI en la historia del arte, sino ahora en la historia social, económica y política54; diríamos que es una opinión que venía cocinándose desde la década de 1990, en el marco del diálogo con otras disciplinas.

Semejante consideración de Saldarriaga merece una observación algo mayor, más cuando se trata de los pocos que han reflexionado sobre la historia de ciudades en sí misma, interrogándose tanto por el objeto, como por su escritura. Con Saldarriaga no se rompen las preocupaciones por lo moderno que ha estado presente desde por lo menos los años 1930, aunque se permiten aproximaciones a siglos como el XIX, sin que ello haya resuelto lo escaso de los trabajos para dicha centuria. Aunque se presente por parte de este autor un desprendimiento de la historia de la arquitectura (y también de la historia de ciudades) de la historia del arte, eso resulta parcial, ya que al considerar que el objeto -la arquitectura- se fragmenta en campos de estudio (ciudades y espacios urbanos, edificaciones, autores, materiales y técnicas), sigue sugiriendo su estudio desde temporalidades, ideas, estilos y tipologías, es decir que problemas abordados por la historia social, económica y política difícilmente entrarían en un análisis así propuesto. En parte seguiría siendo una historia del arte, sumado al hecho de que Saldarriaga entiende por ciudad, en pleno seguimiento a las ideas de Giedion, «un enorme albergue que ofrece a sus habitantes la posibilidad de minimizar el impacto de los agentes naturales en la vida humana y de alojar, en condiciones favorables, la existencia de sus habitantes»55. Es la arquitectura, según sus ideas, la que puede ofrecer esas condiciones de protección; de hecho la historia de las ciudades es más o menos la historia de cómo se ha dado amparo.

Buscando salvarse de una crítica más o menos común en la que la historia de la arquitectura, que suele hacer énfasis en los edificios y desestimar otros asuntos, Saldarriaga, en un texto significativamente decantado tras la experiencia de muchos años, se propone demostrar su indicación del alejamiento de la historia de la arquitectura de la historia del arte. En primera instancia, sugiere a sus lectores el cuidado necesario con esas críticas, especialmente porque están marcadas por ideologías o desconocimiento respecto a estudios que se han valido de interpretaciones diferentes, por ejemplo desde la lingüística y la semiótica, en las que las representaciones pesan más que los edificios. Para soportar un poco lo dicho, Saldarriaga muestra cómo algunos de los principales problemas para la historia de la arquitectura son similares a los de la historiografía reciente. Uno de esos casos es la delimitación del problema, para lo cual señala que la modernidad abrió otros escenarios de estudio un tanto diferentes de los catálogos de autores y obras, como, por ejemplo, la planeación urbana. Otro de los problemas es cómo pensar la historia, afiliándose entonces a la idea de que se trata de una «representación» bastante imperfecta y que se asocia con los intereses de la arquitectura por la imagen y el sentido. Uno más corresponde a la finalidad de la historia misma en cuanto a explicar o a comprender, para lo cual el autor prefiere la segunda, al creer que esa es la tarea de la arquitectura respecto a las fuentes.

A punto seguido, se pregunta precisamente por cuáles son las fuentes de la historia de la arquitectura, partiendo de la idea de que esta solamente existe en los documentos, los que no son otra cosa que fragmentos de una «megahistoria» en constante reescritura. Las fuentes primarias son, según el mismo Saldarriaga, los espacios urbanos, los planos y las fotografías, principalmente. Sobre ellas recae entonces el acto interpretativo que se observa finalmente en la escritura, en la que se presenta lo que considera como convencionalismos en la escritura occidental de la historia de la arquitectura, basados en el ámbito espacial, el ámbito temporal, y la selección de obras y autores. Todo esto ocurre en un marco cronológico que debe ir mostrando cambios y permanencias en la arquitectura y la ciudad, como resultado de procesos sociopolíticos comprendidos a la luz de «contextos interpretativos» dependientes de la idea de arquitectura que tenga quien hace historia. Además, es el «contexto» lo que permite deshacerse un poco de la mirada panorámica. En este sentido, la propuesta de Tournikiotis de que la historia de la arquitectura es una forma para edificar y justificar una idea de arquitectura puede resultar acertada. En otras palabras, la historia sirve -de allí lo «operatorio» de su condición-, más que para dar cuenta del pasado, para teorizar en especial el futuro. Se vale para ello de una intriga en la que un héroe -el autor de una obra- logra sobreponer su trabajo a las dificultades de un mundo que se expone caótico, pero que puede cambiarse al proyectar el futuro. En palabras del mismo Saldarriaga:

La historia y la teoría son construcciones conceptuales que rodean el núcleo básico del pensamiento sobre la arquitectura. La historia y el conocimiento del pasado se presentan como inquietudes a lo ya sucedido, y se plantean con miras a un entendimiento de continuidades, trasformaciones en las ciudades y edificaciones; y como motivos de los cambios56.

Con semejantes reiteraciones, esta forma de concebir la historia de la arquitectura, y por extensión la de las ciudades, conserva ese carácter de ser estas historias «operativas», a la manera como

Tournikiotis lo ha comprendido, ya que siguen funcionando, desde luego con nuevas herramientas y articulaciones teóricas, como un manifiesto en defensa del Movimiento Moderno, de ese por el que tanto vociferaban los estudiantes de arquitectura a la llegada de Le Corbusier. En palabras de Saldarriaga, «había edificios, pero no había ciudad para esos edificios»57, por eso era necesario construirla, así fuera con la historia y, en particular, con su escritura.

En términos generales, la «historia urbana», como «espacio de investigación»58, más que como una disciplina ampliamente definida, comenzaría a tener una mayor presencia en la producción intelectual colombiana desde los albores de la década de 1990, liderada especialmente por los historiadores Fabio Zambrano y Germán Mejía59. Sin embargo, la visión de los arquitectos sigue orientando las formas de estudiar y entender el pasado urbano, y, desde luego, su forma de hacer la historia, partiendo desde las pretensiones de su lugar de producción, siguiendo con sus prácticas (con el uso de las fuentes y el interés por lo moderno, por ejemplo) y la escritura, ya que no solo continúan investigando, también cuentan con escenarios académicos para ello, que en los departamentos de historia siguen escaseando. No es casual que Mejía y Zambrano se hayan juntado con reconocidos arquitectos como Carlos Niño, Alberto Saldarriaga y Silvia Arango en la maestría de Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad de la Universidad Nacional de Colombia, lugar institucional desde el cual se ha construido buena parte de las reflexiones sobre el escenario mismo de la «historia urbana». En este sentido, el presente artículo pretendía explorar algunos de los fundamentos de las historias de ciudades elaboradas por importantes arquitectos, que serían referentes o maestros de los actuales representantes del campo en cuestión, historiaurbana.


Pie de página

1Así se le conoce al arquitecto y urbanista suizo Charles Édouard Jeanneret-Gris.
2Esta expresión fue recordada en una entrevista por el arquitecto Hernando Vargas. Luis Fernando Acebedo y Omar Moreno, «Hernando Vargas vida y obra: Brunner era la academia, Le Corbusier la revolución urbanística», Bitácora Urbano Territorial, no. 7 (2003): 70-75.
3Le Corbusier pensaba que el urbanismo debía empezar por la vivienda y no a la inversa como habían supuesto muchos otros urbanistas, de allí su consideración de «arquitectura y urbanismo como un todo». Para Le Corbusier, el lugar inicial -la vivienda-era asociado al cuerpo humano, con el que además representaba al «hombre urbanizado», y la necesidad de este de un estrecho vínculo con la naturaleza. Esta tarea se imponía particularmente a la arquitectura a partir de la belleza, entendida como un acuerdo entre medida y proporción, en donde lo central es la «simplicidad fantástica» -además de tener en cuenta las normas, la escala, la naturaleza, la relación entre superficies, las densidades y los límites en las aglomeraciones. Al entender la ciudad como un cuerpo, asunto que no es para nada nuevo, pensaba en que es el sistema circulatorio, como metáfora de un sistema de rutas edificado en el tiempo, el que debe atenderse con mucho detalle si lo que se quería era planificar la ciudad del futuro. Mientras, al habitante urbano, el urbanista suizo le imponía una carga significativa de moral, al considerar fundamental el «saber habitar», el civismo, comprendido como formas de comportamiento en la urbe.
4«Sus casi veinte años de actividad urbanística en Latinoamérica se pueden analizar a partir de una serie de proyectos particulares en los que se destacan tres campos temáticos: planes de desarrollo urbano y proyectos de ciudades-satélites (News Towns), en los que se presentó las estrategias necesarias para la gestión de reformas urbanísticas, así como una discusión sobre la rigidez de la cuadrícula (transformación y ensanche de ciudades existentes, y diseño de ciudades-satélites); construcción de urbanizaciones y vivienda popular, en dónde confrontó el fenómeno de las urbanizaciones marginales y expuso la necesidad de su saneamiento, así como la construcción de barrios obreros y de proyectos de vivienda de bajo presupuesto; y por último, el espacio público, con el que enfatizó el potencial de las zonas públicas dentro de la estructura urbana, tales como parques, plazas y bulevares, de distintos tamaños y a diferentes escalas». Andreas Hofer, Karl Brunner y el urbanismo europeo en América Latina (Bogotá: El Áncora Editores, Corporación La Candelaria, 2003), 105. Brunner no solo asesoró durante su estadía en Colombia a Bogotá, sino a ciudades como Medellín y Cali, y algunas otras de las que poco se sabe.
5Ver por ejemplo: Rubén Jaramillo, Colombia: la modernidad postergada (Bogotá: Temis, 1998).
6El CIAM existió entre 1928 y 1959, contando con 10 conferencias en las que se discutieron y establecieron conceptos, además de lo que debería ser la arquitectura en el contexto del urbanismo sobre la vivienda, el desarrollo espacial y el hábitat, en el marco de cuatro principios: economía, planificación, opinión pública y Estado.
7Citado por: William Curtis, Le Corbusier: ideas and forms (Londres, Nueva York: Phaidon, 2010), 223. Traducción libre.
8Le Corbusier, El urbanismo como ordenador social, Conferencia pronunciada en Bogotá el 18 de junio de 1947. Transcripción de Margarita González.
9A partir de algunos de sus escritos, en particular su Manual de urbanismo, Brunner no se presentaba como un colonizador, un poco diferente a lo que sucedía con Le Corbusier. Sin embargo, se tendió hacia este último. Karl Brunner, Manual de urbanismo (Bogotá: Ediciones del Concejo, 1939-1940).
10Josefina Ludmer, Aquí América Latina. Una especulación (Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2010).
11Sandra Reina; Germán Mejía y Carlos Niño, «Introducción», en Recordar la fundación, celebrar el futuro, ed. Mario Domínguez (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, 2007).
12Ver: Panayotis Tournikiotis, La historiografía de la arquitectura moderna (Madrid: Mairea y Celeste Ediciones, 2001). No existe por ahora el espacio para comentar de forma extensa este libro, que, según lo indica François Choay en un proemio, procede de una controversial tesis doctoral, en la que presenta una historia del Movimiento Moderno «sin edificaciones y conjuntos urbanos», planteando no solo una visión crítica, sino su propia teoría a partir de la lectura de algunas de las obras más reconocidas por la historia de la arquitectura.
13Michel de Certeau, La escritura de la historia (México: Universidad Iberoamericana, 1993).
14Diana Taylor, The archive and the repertoire. Performing cultural memory in the Américas (Durham, Londres: Duke University Press, 2003).
15Michel Foucault, La arqueología del saber (México: Siglo XXI, 2010)
16Con historia urbana nos referimos a un campo de estudio de la historiografía contemporánea que tiene como principal objeto de estudio la ciudad y la vida en ella, y que, a pesar de sus variaciones entre tradiciones intelectuales, es orientada principalmente por las lecturas de arquitectos y urbanistas. La ciudad corresponde a una categoría que se transforma constantemente, de la misma forma como depende de los lugares (geográficos e institucionales) en donde se concibe. Ritmos urbanos, trasformaciones materiales, gobierno, escalas, demografía, vivienda, urbanización, diferenciación social, etc. toman mayor o menor acento de acuerdo con cómo se asuma dicha categoría. El estudio de Germán Mejía, «Pensando la historia urbana», es una excelente herramienta para identificar las tradiciones y diferencias en las concepciones de la historia urbana y algunas de las historias de ciudades en términos más amplios. Germán Mejía, «Pensado la historia urbana», en La ciudad y las ciencias sociales, ed. Germán Mejía y Fabio Zambrano (Bogotá: ceja, 2000), 47-73.
17Félix Raúl Martínez, «Los orígenes de la historia urbana en Colombia», Urbana 6, no. 8 (2014). En proceso de edición.
18Ver: José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Bogotá: Fundación Editorial Epígrafe, 2006); Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá (Bogotá: Imprenta Nacional, 1891); Eduardo Posada, Narraciones: capítulos par la historia de Bogotá (Bogotá: Librería América, 1906); Academia Colombiana de Historia, Conferencias dictadas en la Academia Colombiana de Historia con motivo de los festejos patrios (Bogotá: Editorial Secta, 1937); Moisés de la Rosa, Calles de Santa Fe de Bogotá (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1938 y 1988); Germán Arciniegas, El caballero del Dorado (Bogotá: Festival del Libro, s.f.). También es factible revisar para tener una idea general del conjunto de las publicaciones de la Academia Colombiana de Historia: Roberto Velandia, Publicaciones de la Academia Colombiana de Historia (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2000); Jorge Morales, Índices del Boletín de Historia y Antigüedades, 1902-2010 (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2012).
19Dice Michel de Certeau: «Desde el piso 110 del World Trade Center, ver Manhattan. Bajo la bruma agitada por los vientos, la isla urbana, mar en medio del mar, levanta los rascacielos de Wall Street, se sumerge en Greenwich Village, eleva de nuevo sus crestas en el Midtown, se espesa en Central Park y se aborrega finalmente más allá de Harlem. Marejada de verticales. La agitación está detenida, un instante, por la visión. La masa gigantesca se inmoviliza bajo la mirada. Se transforma en una variedad de texturas donde coinciden los extremos de la ambición y de la degradación, las oposiciones brutales de razas y estilos, los contrastes entre los edificios creados ayer, ya transformados en botes de basura, y las irrupciones urbanas del día que cortan el espacio [...] Subir a la cima del World Trade Center es separarse del dominio de la ciudad. El cuerpo ya no está atado por las calles que lo llevan de un lado a otro según una ley anónima; ni poseído, jugador o pieza del juego, por el rumor de tantas diferencias y por la nerviosidad del tránsito neoyorquino. El que sube allá arriba sale de la masa que lleva y mezcla en sí misma toda identidad de autores o de espectadores. Al estar sobre estas aguas, Ícaro puede ignorar las astucias de Dédalo en móviles laberintos sin término. Su elevación lo transforma en mirón. Lo pone a distancia. Transforma en un texto que se tiene delante de sí, bajo los ojos, el mundo que hechizaba y del cual quedaba poseído. Permite leerlo, ser un Ojo solar, una mirada de dios. Exaltación de un impulso visual y gnóstico. Ser solo este punto vidente es la ficción del conocimiento». Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer (México: Universidad Iberoamérica, 2000), 103-104.
20Emilia Hernández, «Prólogo. Versiones de la historia», en Tournikiotis, La historiografía, 9.
21Tournikiotis, La historiografía, 22.
22Tournikiotis, La historiografía, 33.
23Tournikiotis, La historiografía, 39 y ss. Tournikiotis agrega más adelante sobre la difusión de la manera alemana de concebir la historia del arte que: «Forzados a dejar el mundo de habla alemana en los años treinta, introdujeron en sus países de adopción todo un sistema teórico y metodológico para la historia del arte y de la arquitectura; y allí lo consolidaron. Los países en los que se afincaron no estaban preparados para asimilar de golpe semejante enfoque integral; en ellos, la historia del arte todavía no era una disciplina autónoma, y la mayor parte de los textos internacionales estaban en alemán. Así pues, la labor docente de los historiadores alemanes en las mejores universidades de los Estados Unidos y Gran Bretaña, junto con la proliferación de sus publicaciones en inglés, no supusieron simplemente una incursión o un mero enriquecimiento de una tradición ya existente. En realidad, esta diáspora mundial causó un profundo impacto en la historia tanto del arte como de la arquitectura en la posguerra. Y algo más importante: fue la base sobre la que se elaboró la historia y la teoría de la arquitectura moderna después de 1946. Ni Bruno Zevi ni Leonardo Benévolo tuvieron otra alternativa que poner sus investigaciones en relación con las genealogías que se habían establecido antes, unas genealogías que dejaron en su sello (para bien o para mal) en todos los historiadores de nuestro corpus, con la excepción de Hitchcock, que al menos comenzó desarrollando su historia en una dirección algo diferente», Tournikiotis, La historiografía, 63.
24Sigfried Giedion, Espacio, tiempo y arquitectura. Origen y desarrollo de una nueva tradición (Barcelona: Editorial Reverté, 2009). La primera edición de esta obra se realizó en 1941, mientras que la primera edición en castellano apareció en 1955 procedente de la segunda norteamericana.
25Aquí los prejuicios no son comprendidos a la manera de la hermenéutica, desde cuando menos Gadamer, ya que a diferencia de este último Giedion los considera sinónimos de «creencias» y, contradictoriamente, no los vincula con lo que denomina «patrones».
26Para Giedion el objeto de la arquitectura en el siglo XX era la organización de las formas en el espacio hasta producir una concepción de ese espacio.
27Ernst Gombrich, Arte e ilusión. Estudios sobre la psicología de la representación pictórica (Nueva York: Phaidon, 2010). Gombrich consideró que buena parte de la historia del arte ha girado en torno a la ilusión, debido a la dificultad que se presentó desde muy temprano para que los artistas gestaran imágenes parecidas a la naturaleza. De hecho, la idea de Gombrich es que ningún artista puede copiar lo que ve, aun los «efectos pictóricos», porque lo que tenemos son interpretaciones que edifican la ilusión de la posibilidad de que una pintura o una escultura hagan las veces de un espejo. No obstante, cada época transforma su forma de interpretar ante el cambio en la percepción de la naturaleza, en la medida que, como este autor sostiene, fue el pintor y su idea de «cuadro» el que de alguna manera inventó el experimento de la reducción, «descubriendo que los elementos de la experiencia visual [aunque podríamos sugerir lo mismo para otros sentidos] podían separarse y recombinarse hasta alcanzar la ilusión».
28Giedion, Espacio, 58-68.
29Gombrich, Arte e ilusión, 43.
30Hans-Georg Gadamer, Verdad y método I (Madrid: Editorial Sígueme, 2001).
31Ver: Camilo Mendoza, «Catálogo de la obra escrita de Carlos Arbeláez Camacho», Apuntes, No. 16 (1980): 25-42.
32Jaime Salcedo, «Carlos Arbeláez Camacho», Apuntes, no. 16 (1980): 21-24
33Con Santiago, Sebastián escribió el tomo 4 del volumen XX de la obra «Historia Extensa de Colombia» dedicada a la arquitectura colonial, mientras que con Téllez coordinaron una larga tarea de defensa de bienes inmuebles, como por ejemplo el Claustro de San Francisco en Tunja.
34Carlos Arbeláez, «Ensayo histórico sobre la arquitectura colombiana», Apuntes, no. 1 (1967): 1-63. Por «síntesis» entiende Arbeláez, según sus mismas palabras, «una visión panorámica». Este artículo tiene la ventaja de deshacerse de mucha de la erudición presentada en otros textos, pues pareciera tener el propósito de un gran balance luego de cerca de una década de publicar sobre el tema. Este número de la revista contiene dos artículos suyos, el antes referido y el otro sobre las características arquitectónicas del templo parroquial de Tenjo.
35Al parecer, Carlos Arbeláez procuraba poner en marcha la defensa de las siguientes palabras de Le Corbusier: «La ciudad de Bogotá, fundada por Jiménez de Quesada en 1538, se había mantenido como una bella ciudad, construida sobre el trazado español y desarrollada de manera armoniosa alrededor de su centro [...] en estos últimos años, el cambio que se ha dado en todas las ciudades del mundo ha destruido la armonía que existía en Bogotá. La ciudad se ha desarrollado, de lejos, sin orden ni razón y ha tomado una extensión anormal». Ver: «Le Corbusier en Bogotá», http://arqdis002.uniandes.edu.co/lecorbusierenbogota/template.php?pg=includes/elproyecto (consultado el 12 de noviembre de 2012).         [ Links ] Lo anterior de acuerdo con la idea de historia de Le Corbusier, según la cual esta radicada en un progreso continuo, lineal, en el que lo moderno no debía hacer cosa diferente que encontrar las formas para enlazar lo que ha sido y lo que se proyecta en el futuro. Esto corresponde a una evolución en la que ha acaecido la desmoralización que hace del presente algo triste, a puertas de lo catastrófico. La condición moderna se apropia, en esta visión, de una pesada responsabilidad de continuar el trazado del devenir histórico. Era valerse del pasado, de la historia, superando su propia condición moderna, y buscando la eternidad en el futuro. Félix Martínez, «Un urbanismo hiperreal para una tierra prometida» (Trabajo Posdoctoral, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba, 2013).
36Fabio Zambrano, entrevistado por el autor, Bogotá, 15 de agosto, 2012.
37Germán Mejía, entrevistado por el autor, Bogotá, 24 de agosto, 2012.
38Salcedo, «Carlos Arbeláez Camacho», 23.
39Arbeláez, «Ensayo histórico», 56.
40Jaime Salcedo, «La enseñanza de la historia de la arquitectura», Apuntes, no. 6 (1971): 1-34.
41Salcedo, «La enseñanza», 8-10.
42Salcedo, «La enseñanza», 14.
43Bruno Zevi, Arquitectura e historiografía (Buenos Aires: Editorial Víctor Lerú, 1958).
44Salcedo, «La enseñanza», 17.
45Salcedo, «La enseñanza», 17.
46Le Corbusier pensaba que el futuro constituía la realización del ideal de «república» de Platón, radicado en lo moral, al considerar que la ciudad era una «máquina», que simultáneamente liberaba y gestaba una cierta poética gracias a una armonía que debería existir entre los hombres, la naturaleza y las máquinas. En 1932, el New York Times publica un artículo de Le Corbusier en el que intenta presentar la ciudad del futuro, que denominó «Green city». Caracterizada por la profusión de espacio, luz y aire, seguía un viejo modelo proveniente de Thomas Moro -y más tarde de Malthus-, consistente en mostrar la utopía como un espacio donde la abundancia era el elemento diferenciador, tanto en el pasado como en el presente. El otro elemento sugestivo del artículo era su negación de una situación cataclísmica, buscando diferenciarse de las ideas de ciudades futuristas como las de Verne y Wells. Sin embargo, eso resultaba más bien retórico, pues constantemente la pretensión era salvar a la ciudad industrial del desastre, por la acción de un urbanista que actuaba como «creador» (de una máquina). Martínez, «Un urbanismo».
47Salcedo, «La enseñanza».
48Las indicaciones de Giedion corresponden a la obra ya citada de «Espacio, tiempo y arquitectura», mientras que la de Zevi era Zevi, Arquitectura.
49Jaime Salcedo, Urbanismo hispano-americano. Siglos XVI, XVII y XVIII (Bogotá: CEJA, 1996).
50Salcedo, Urbanismo Hispano-Americano, 235.
51Carlos Martínez, Santafé. Capital de Nuevo Reino de Granada (Bogotá: Editorial Presencia, 1988).
52Esto puedo notarse en algunas referencias del conjunto de su obra: Carlos Martínez, Apuntes sobre el urbanismo en el Nuevo Reino de Granada (Bogotá: Banco de la República, 1957). Carlos Martínez, Reseña urbanística de la Fundación de Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada (Bogotá: Litografía Colombia, 1973). Carlos Martínez, Santa Fe de Bogotá. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, s.f. Carlos Martínez, Bogotá. Sinopsis sobre su evolución urbana (Bogotá: Escala, s.f.). Carlos Martínez, Apostillas y reseñas Bogotá (Bogotá: Ediciones proa, 1983). Carlos Martínez, Bogotá. Reseñada por Cronistas y Viajeros Ilustres (Bogotá: Escala, s.f.).
53Germán Mejía sostiene que Carlos Martínez copió párrafos enteros de Carlos Arbeláez, sin tomarse la molestia de citarlo. Ver: Germán Mejía, entrevistado por el autor, Bogotá, 24 de agosto, 2012. Para ahondar en autores y obras ver: Alberto Saldarriaga, Bibliografía de arquitectura (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, 1985). También está disponible de forma virtual en la Biblioteca Luis Ángel Arango.
54Alberto Saldarriaga, «Arquitectura colombiana del siglo XIX como problema historiográfico», en Escritos sobre historia y teoría 2: ciudad-arte-arquitectura (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, Programa de Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura, 2003), 12. Muchas de las reflexiones presentadas aquí también aparecen en: Alberto Saldarriaga, Pensar la arquitectura. Un mapa conceptual (Bogotá: Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2010).
55Alberto Saldarriaga, La arquitectura como experiencia. Espacio, cuerpo y sensibilidad (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Villegas Editores, 2002), 76 y ss.
56Saldarriaga, Pensar la arquitectura, 17.
57Ver: Alberto Saldarriaga, «Arquitectura colombiana en el siglo xx: edificaciones en busca de ciudad», Revista Credencial Historia, no. 114 (1999). http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/junio1999/114arquitectura.htm (consultado el 12 de noviembre de 2012).
58Esta expresión es utilizada por Dosse para referirse a la historia cultural. François Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual (Valencia: Publicaciones Universidad de Valencia, 2006).
59Algunos otros ejemplos de dicha producción pueden ser: Edgar Vásquez, Historia del desarrollo urbano de Cali (Cali: Universidad del Valle, 1982); Eduardo Posada, Una invitación a la historia de Barranquilla (Bogotá: CEREC, 1987); Fernando Botero, Medellín 1890-1950. Historia urbana y juego de intereses (Medellín: Universidad de Antioquia, 1996); Silvia Narváez, Evolución urbana, San Juan de Pasto Siglo XIX (Pasto: Fondo Mixto de la Cultura, 1997).


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