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Memoria y Sociedad

versão impressa ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.18 no.37 Bogotá jul./dez. 2014

https://doi.org/10.11144/Javeriana.mys18-37.cqtk 

Cooper, Frederick.
Colonialism in Question: Theory, Knowledge, History.
Berkeley: University of California Press, 2005. 327 pp.

Gabriel Serrano1

1Estudiante de 7 semestre de Historia de la Universidad del Rosario. Actualmente pertenece al semillero de investigación Entre prácticas y representaciones, dirigido por los profesores Esteban Rozo y Franz Hensel, y del cual esta reseña es fruto.


Cómo citar esta reseña

Serrano, Gabriel. Reseña de Colonialism in Question: Theory, Knowledge, History, de Frederick Cooper. Memoria y sociedad 18, no. 37 (2014): 183-186. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.mys18-37.cqtk


El historiador indio Dipesh Chakrabarty sugirió en Provincializing Europe que algunas categorías comunes para pensar en fenómenos como la modernidad política en lugares que fueron sujetos a la experiencia colonial europea -en este caso, India- son típicamente europeas ya que sus genealogías están afincadas profundamente en tradiciones intelectuales y hasta teológicas de Europa2. En otras palabras, las categorías conceptuales europeas se han utilizado para pensar sociedades no-occidentales: la misma disciplina histórica haría parte de esta tradición y sería, pues, una tradición típicamente colonial. El problema se agrava cuando se considera que muchas de estas categorías han sido usadas y se usan en el presente como herramientas de reclamación o acción política y, así, algunos académicos se inclinarían a sumirse en la inacción, tanto intelectual como política, pues, al final de cuentas, ¿ no estarían entonces luchando por conceptos y con conceptos que son, en principio, una imposición colonial?

Este es uno de los temas centrales de Colonialism in Question, una compilación de ocho ensayos escritos por Frederick Cooper y publicados previamente -exceptuando la introducción y conclusión. Precisamente, esta compilación gira en torno a la tensión entre categorías occidentales y reclamación política no-occidental -y Cooper critica fuertemente esta postura paralizadora de algunos intelectuales. Cooper presupone que la teoría y la práctica histórica son diferentes a la reclamación política -pero no son excluyentes- y así los conceptos de la teoría y práctica histórica deberían ser pensados y usados con mucha mayor claridad y cuidado que como simples herramientas de reclamación política.

Este libro está dividido en tres partes. La primera parte trata de dar respuesta a la paradoja central de los estudios poscoloniales: ¿ por qué fue que hubo una explosión de estos justo en el momento en que el colonialismo como forma política perdió toda posibilidad de ser viable? Además, Cooper sugiere algunos conceptos que describen la práctica histórica: falacias recurrentes y tendencias académicas con las que todo aquel que escribe historia debe estar familiarizado. La segunda parte se dedica a cuestionar el uso historiográfico de tres conceptos: identidad, modernidad y globalización. Finalmente, en la última sección, Cooper muestra «las posibilidades de la historia», i.e., una indagación que busca formas alternativas de contar historias que no se sumerjan en la inacción política, y que eviten caer en cuatro falacias centrales, que explicaré luego.

La segunda parte del libro se dedica a hacer una crítica de tres términos usados en la investigación histórica. Para esta crítica, es central el hecho de que los términos como categorías analíticas se deriven de su uso como «categoría de práctica», i.e. el lenguaje académico toma prestado del lenguaje usual categorías que, en cierta medida, teoriza y modifica hasta cierto punto. Así, el primer término que Cooper critica, junto con Rogers Brubaker, la «identidad», es problemático en la medida en que cobra múltiples significados, entre los cuales hay dos grupos: unos significados fuertes, que implican, por ejemplo, la diferenciación de una comunidad de otra al punto de un encuentro violento; y otros significados más «blandos» o «suaves», que señalan que la identidad es construida, fragmentada, problemática o fluida. Ante este dilema Cooper sugiere tres grupos de conceptos: identificación, que hace referencia al proceso, en vez de la condición; entendimiento de uno mismo, que hace referencia a una subjetividad situada a cómo los individuos se ven a sí mismos, por ejemplo; y finalmente, a un sentido de comunidad, de conexión, en donde hay una pertenencia sentida y donde se comparten atributos comunes.

Globalización es también un término problemático y objeto del siguiente capítulo. El problema radica en que para aquellos que lo favorecen como para aquellos que no, la globalización es algo inevitable y se tiende a ver el pasado como un proceso teleológico de interconexión, o, en el mejor de los casos, como varias oleadas de globalización a través del tiempo. Sin embargo, esto es hacer historia de para atrás, y no considerar ni la profundidad histórica ni los límites de los mecanismos de interconexión. El último término padece de la misma pluralidad semántica que identidad: ¿ qué es, en el fondo, la modernidad? Para Cooper el problema radica en que el término modernidad es tanto un conjunto de conceptos e instituciones como un proceso en el tiempo, diferenciado de los demás. Lo que las perspectivas que usan como categoría analítica la «modernidad» pierden de vista es que los conceptos, las instituciones y la época estuvieron caracterizados por posiciones más sutiles y definiciones mucho menos absolutas de lo que presupone usar tal término. La modernidad como categoría analítica tiene que inclinarse más hacia reconocer en ella «dispositivos para hacer reclamos» (claim-making devices [146]), y no tanto un proceso absoluto de cambio, transición o transformación.

En la tercera parte se encuentran más explícitamente las propuestas analíticas de Cooper. Para él, no hay que privilegiar acríticamente la transición de imperio a nación-Estado; esto implicaría eliminar de la historiografía todos los múltiples procesos que implicaron, en un momento dado, estar insertos en una formación política imperial. Para muchas personas en el pasado, pensar en política no era pensar necesariamente en una nación-Estado. Al contrario, pensar en política significaba pensar en imperio-Estado, una formación que tanto sus oponentes como sus promotores tenían como substrato común. Esta formación es característica porque lidia, desde el Imperio Romano hasta los últimos imperios europeos, con la tensión primordial entre incorporación y diferenciación, y en ese sentido expande la línea del tiempo de los imperios. Esta tensión es, de hecho, un rasgo esencial del colonialismo: es tanto la expansión y conquista territorial como la inclusión y exclusión de sujetos dentro de la comunidad política imperial. Sin embargo, esta definición consideraría que la diferencia entre aquellos colonizados y sus colonizadores es cambiante y contingente, y por tanto los imperios son diferentes entre sí, y esta diferencia en materia de tiempo como de espacio no puede ignorarse.

Cooper hace un interesante ejercicio que se alimenta de esta crítica y de la sugerencia de usar el imperio-Estado como una herramienta analítica. En el África Occidental Francés (AOF) durante 1945 a 1948, él muestra que, más allá de representar una lucha nacional independentista -que replicaría la teleología típicamente europea imperio-Estado-nación-, las luchas coloniales pusieron sobre la mesa alternativas enmarcadas en este «imperio-Estado» cuyas soluciones no se limitaban a la creación de un Estado soberano, sino que eran variadas y diversas. Más aun, en las huelgas y tensiones políticas del momento sobresale que las categorías políticas europeas «implantadas» en el África occidental funcionan como herramientas que evidencian las necesidades de los habitantes de las colonias, cuyo significado se codificó y modificó a partir de estas necesidades específicas.

Concluyendo, Cooper señala que tanto la forma en que pensamos en la política y la forma como hacemos historia, así como la forma en la que hacemos la política y pensamos en la historia están profundamente interrelacionadas (231). Así, las reclamaciones políticas no pueden ignorar el hecho de que las trayectorias históricas proporcionan no solo ejemplos de formaciones políticas alternativas, sino el mismo contenido político de la imaginación histórica; al final de cuentas, las desigualdades actuales en un sistema global -con sus alcances y límites, como Cooper argumentó anteriormente- no son fijas y hay muchas maneras de imaginar el futuro político, así como de encuadrar el pasado histórico. Además, el hecho de que las categorías analíticas emerjan de las categorías de práctica política no implica que la reclamación política deba silenciarse a favor de buscar una alternativa «no-occidental», sino que precisamente la trayectoria histórica muestra que las formas de imaginar una comunidad política han sido múltiples y diversas: pensar la política, hacer la historia -hacer la política, pensar la historia.

Las ideas de Cooper han encontrado algunas objeciones, aquí resumo dos. Primero, la crítica de Prasenjit Duara, publicada en History and Theory, se enfoca en la frágil y difícil relación entre historia y lenguaje. Para él, con Colonialism in Question Cooper está haciendo lo contrario de lo que el giro lingüístico hizo sobre la disciplina histórica: mientras que el linguistic turn ha reducido la historia al lenguaje, Cooper reduce el lenguaje a la historia3. Así, para Duara, el libro de Cooper es simplemente una crítica conceptual a las herramientas analíticas que los historiadores tienden a usar sin mucho cuidado. El problema central radica en que las categorías analíticas provienen de categorías de práctica: e.g., la «identidad» cuando se usa para hacer reclamaciones políticas tiene un significado distinto a cuando se usa en un contexto analítico o académico, y esto aplica para los tres conceptos que critica Cooper. Sin embargo, Duara pierde lo que es, en mi opinión, el eje fundamental del libro: la acción e imaginación política. Cooper es enfático en sugerir que a pesar de que las categorías analíticas emergen de las categorías de práctica, este hecho no debería paralizar el conocimiento producido sobre un fenómeno histórico que tiene varias e importantes repercusiones políticas hoy en día.

Segundo, como sugirió brevemente Patrick Manning, podría pensarse que Cooper tiende a poner un tono abstracto y unificador a sus críticas. Aunque sus críticas son punzantes, no habría que ser igual de reduccionista a la literatura que él tanto critica: si bien las falacias históricas que enfatiza están presentes en algunos trabajos, el concepto mismo de colonialismo tiene variaciones y matices que no pueden ignorarse, y que, según Manning, es lo que precisamente hace Cooper al definir el objeto de su crítica.

Con todo, la crítica de Cooper a cierta forma de hacer historia no puede pasar desapercibida. Permanece siendo de primera importancia considerar con cuidado tanto los conceptos como la actualidad política de la herencia colonial. En ese sentido, el texto de Cooper resalta repetidamente las diferencias, los límites y las especificidades de la imaginación política del pasado (e.g. no todo se reduce a la búsqueda de un «espíritu nacional» que busca emanciparse del yugo colonial). Lo más importante es que el conocimiento histórico, especialmente de los procesos de colonización y descolonización, no debe quedarse en simple curiosidad, sino que es él mismo una poderosa herramienta de imaginación y reclamación política del presente; aunque el pasado no es un depósito de experiencias pasadas que se aplican indistintamente, sí indica que las posibilidades para el futuro no están dadas o son fijas ni únicas. Estas posibilidades son múltiples -pero no infinitas- y están en constante disputa. Los historiadores no pueden ignorar esto. En conclusión, el libro de Cooper es una lectura obligatoria, tanto por sus críticas como por su análisis histórico, tanto por la idea central acerca de la imaginación y reclamación política, como por la sutileza de su comprensión de algunos procesos coloniales que aparece dispersa en todos los ocho ensayos que componen este libro.


Pie de página

2 Dipesh Chakrabarty, «The Idea of Provincializing Europe», en Provincializing Europe (New Jersey: Princeton University Press, 2000), 4.
3 Prasenjit Duara, «To Think like an Empire», History and Theory 46, no. 2 (2007): 292.


Bibliografía

Chakrabarty, Dipesh. «The Idea of Provincializing Europe». En Provincializing Europe, 3-24. New Jersey: Princeton University Press, 2000.         [ Links ]

Duara, Prasenjit. «To Think like an Empire». History and Theory 46, no. 2 (2007): 292-98.         [ Links ]