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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.20 no.40 Bogotá Jan./June 2016

 

El lector de tabaquería: Historia de una tradición cubana.
Tinajero, Araceli.
Madrid: Editorial Verbum, 2007. 259 pp.

Pedro J. Velandia P.1

1Estudiante del programa de Historia de la Universidad del Rosario, Bogotá. Esta reseña forma parte de las labores del semillero "Entre prácticas y representaciones" de la línea "Espacio, tiempo y diferencia" de la misma universidad. El autor agradece a todos los integrantes del semillero por sus valiosos comentarios y correcciones que, de muchas formas, se reflejan en el texto final de esta reseña.


Cómo citar esta reseña

Velandia P., Pedro J. Reseña de El lector de tabaquería: Historia de una tradición cubana. Memoria y Sociedad 20, n.° 40 (2016): 296-299.


La imagen mental que se forma a través de la narración es clara. En la parte frontal de un amplio espacio, en el cual se encuentran juntos varios trabajadores sentados frente a una mesa y con la chaveta en la mano manipulando hojas de tabaco para producir cigarros, se encuentra una tribuna que, por su altitud, permite que la persona que está en ella domine todo el espacio con la mirada. El lector es la persona que se encuentra en la tribuna. su labor consiste en leerles en voz alta a los trabajadores de las fábricas de tabaco mientras realizan sus labores. En la mañana les lee el periódico, donde se enteran de los últimos sucesos y se generan opiniones en torno a estos, y en la tarde les lee literatura, en especial obras como Los Miserables de Victor Hugo y El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas.

Esta imagen es el resultado de la lectura de El lector de tabaquería, de la mexicana Araceli Tinajero. Ella recibió su doctorado en Literatura Hispanoamericana por parte de Rutgers University en 1999. sus intereses de investigación giran en torno a temas como orientalismos en la literatura, historia intelectual, de la lectura y la literatura, estudios transpacíficos y transatlánticos, y literaturas mexicana y caribeña en perspectiva comparativa. Dichos intereses se reflejan en libros como Orientalismo en el modernismo hispanoamericano (2004) y Kokoro, una mexicana en Japón (2012).

El objetivo de Tinajero en su libro es rescatar la historia de la práctica de lectura en voz alta en las tabaquerías de Cuba, Estados Unidos, España, México, Puerto Rico y República Dominicana, lo que ella considera una práctica cultural única que se inició en Cuba a mediados del siglo XIX y que luego se propagó a otras latitudes, pero que, con el paso del tiempo, se ha ido perdiendo, por lo cual es fundamental rescatar quién, qué y para quién se leyó. En palabras de Tinajero: «Es una historia que tiene que contarse porque la lectura en voz alta es una práctica cultural que se ha ido perdiendo a lo largo de los siglos y son escasos los que se dieron a la tarea de escribir quién leía, qué se leía y a quién se leía en esa forma. La lectura en las tabaquerías es una institución única que comenzó en Cuba en el siglo XIX y de allí se propagó a varios lugares» (15).

Siguiendo este objetivo, la autora organiza el libro en tres partes. En la primera rastrea la tradición de la lectura en voz alta desde la Edad Media hasta la Edad Moderna, cómo esta se establece en Cuba a mediados del siglo XIX y la trayectoria que recorre hasta final de siglo, donde se analiza el caso de España. La segunda parte se centra en la práctica de la lectura en lugares como Cayo Hueso, Tampa, Puerto Rico y Nueva York durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. La tercera y última parte estudia el fenómeno en Cuba, México y República Dominicana entre 1902 y 2006. Estas tres partes se articulan en torno al argumento de que la lectura en las tabaquerías funciona como una práctica que, a la vez que se encontraba en constante diálogo con instituciones y prácticas del pasado, cumplió un papel fundamental para que los obreros del tabaco se convirtieran en una de las capas sociales con mayor educación cultural y política.

Para el desarrollo de su investigación, Tinajero recurrió a lo que ella llama dos registros de la información. El primer tipo de registro se refiere a la información que se obtuvo por medio de entrevistas en las cuales se le preguntó a los lectores que aún estaban vivos por las formas en que se había hecho lector, las lecturas que habían realizado y las personas que elegían dichas lecturas. Igualmente, se entrevistaron tabaqueros que habían conocido lectores y que, en su cotidianidad laboral, habían tenido contacto con algunos de ellos. El segundo registro de la información se refiere a fuentes documentales obtenidas en archivos. Esta documentación está compuesta principalmente por periódicos y textos literarios por medio de los cuales Tinajero reconstruye procesos y momentos específicos por los cuales pasó la institución de la lectura en voz alta desde mediados del siglo XIX. Así, los dos registros de la información le permiten a la autora rastrear la figura del lector de tabaquería, tanto la actual como la que existía en el pasado, y exponer los cambios que ha sufrido con el paso del tiempo.

Ahora bien, la definición presentada por Tinajero del lector es la siguiente: «Un lector de tabaquería es una persona cuyo oficio es leerles periódicos, revistas y literatura a los tabaqueros mientras estos hacen sus labores; pero irónicamente, los lectores comenzaron a leer por primera vez en las fábricas, no en los pequeños talleres o tabaquerías» (19). En esta dirección, la lectura en las tabaquerías fue institucionalizada en Cuba en 1865 por saturnino Martínez, quien fue lector pero también editor del periódico La Aurora: Periódico Semanal Dedicado a los Artesanos. El desarrollo de la lectura fue posible por la combinación de tres factores: el desarrollo de labores manuales; el hecho de que en dichas labores no intervinieran máquinas, lo cual hacía del recinto un lugar totalmente silencioso; y, por lo tanto, el ambiente laboral estaba replicando el de una orden monástica.

En esta dirección, las conexiones de la lectura con prácticas del pasado se dan en dos momentos: en el primero, con las prácticas de asociación y lectura en voz alta de periodos preindustriales en los cuales la reunión en torno a una persona que sabía leer permitía que una amplia red de personas tuvieran acceso a lo que aparecía en los textos; la segunda es la relación con el control y el orden en las órdenes monásticas. según afirma Tinajero, el hecho de que el lector se encontrara en una tribuna se puede explicar con la metáfora de la atalaya medieval en la cual el control visual desde la altura hace del lector una suerte de centinela que no permite el desorden; además, el desarrollo de la lectura en horas específicas produce todo un esquema organizativo del tiempo de trabajo y de cómo este se puede regular a través de los tiempos de lectura.

Un tema clave tratado por Tinajero es su discusión con la literatura, que suele relacionar la lectura en voz alta con el analfabetismo. Para ella esta idea debe ser matizada porque en el caso de la lectura en las tabaquerías es posible rastrear una población altamente alfabetizada. En ese sentido, en la primera etapa de la lectura en las tabaquerías cubanas, antes de la guerra de los 10 años (1868-1878), el puesto del lector era ocupado por alguno de los tabaqueros, para lo cual sus compañeros aumentaban su producción para cubrir los cigarros que dejaba de producir la persona que se convertía en lector. Este método de lectura en las fábricas hacía que se estableciera una relación entre un lector y una audiencia -audiencia que para Tinajero es particular porque está compuesta de manera heterogénea en términos de género, raza y clase social- que pasaba por cuestiones sobre cómo elegir lo que se leía, la hora de lectura y la forma en que se supliría el trabajo de la persona que leía. sin embargo, con el paso del tiempo el puesto del lector empezó a ser ocupado por personas que se dedicaban a la educación o a la comunicación, lo cual permitió que las labores del lector se extendieran porque él empezó a funcionar como promotor en el desarrollo de proyectos asociativos como bibliotecas y centros culturales.

Con el advenimiento de la guerra en Cuba, entre 1868 y 1878, la figura del lector fue vista con recelo, llevando a la prohibición de la lectura en voz alta. Los dueños de las fábricas, algunos alineados con el gobierno colonial, temían que la lectura distrajera a los tabaqueros de sus labores, y que trajera procesos educativos y tomas de conciencia política que, en últimas, se tradujeran en revoluciones políticas. No obstante, los lectores migraron a México, España y Estados Unidos. Para el caso de México, Tinajero afirma que la institución no fue muy bien acogida en la industria tabacalera y tuvo una vida corta en las industrias textiles. Así, la práctica fue vista con recelo tanto en Cuba como en México porque podía empoderar políticamente a sectores artesanos. El caso de España fue similar y es reconstruido por Tinajero a partir de la novela La Tribuna de Emilio Pardo Bazán, publicada en 1882. Aquí Tinajero señala, de manera sugerente, que la lectura en las tabaquerías arroja luces sobre los intercambios culturales entre metrópolis y colonias, y cómo estas funcionaban de manera bidireccional.

La labor de los lectores como intermediarios políticos y culturales es claramente enfatizada por Tinajero. En el primer caso, la labor de los lectores de tabaquería, que en su mayoría ya ejercían como periodistas y editores como, por ejemplo, José Dolores Poyo y José María González, permitió que en la década de los noventa del siglo XIX José Martí realizara una gira por Cayo Hueso y Tampa para promover organizaciones que simpatizaran y colaboraran con sus planes de independencia para Cuba. En cuanto al intermedio cultural, al igual que en Cuba los lectores colaboraron en la organización de bibliotecas, escuelas y centros culturales para los tabaqueros y sus hijos. En este sentido, recurriendo a la propuesta de Pierre Bourdieu, Tinajero afirma que los tabaqueros pueden ser vistos como agentes sociales que invierten su capital económico para que, a través de una figura carismática como la del lector, este pueda transformarse en capital cultural a través de la lectura en voz alta, pero también para que promueva actividades culturales desarrolladas en escuelas, clubes y ligas a las cuales asisten sus hijos, es decir, para que estos también adquieran capital cultural.

Entrando al siglo XX Tinajero retoma el caso cubano. En un primer momento, se vivieron tensiones fundamentales, pero esta vez no serían de orden político o ideológico sino de tipo tecnológico. Con la llegada de los radios y la industrialización a algunas de las fábricas, la figura del lector se puso en vilo, en primer lugar porque el ruido producido por las máquinas ya no permitía al lector llevar a cabo sus labores como era costumbre y, por el otro, porque la llegada del radio hacía que la lectura de novelas ya no fuera necesaria porque existían las radionovelas. No obstante, la radio y el lector terminaron conviviendo en el espacio de la fábrica y se alternaban las labores de uno con las del otro. Por último, desde que en Cuba se estableció el régimen socialista con Fidel Castro, el lector dejó de ser un empleado de las fábricas o que fuera pagado por los trabajadores, para convertirse en un empleado estatal que debe cumplir otras muchas funciones como intermediario cultural, al igual que en el pasado.

En conclusión, el libro de Araceli Tinajero tiene una gran riqueza porque reconstruye los procesos experimentados por la institución de la lectura en voz alta en varios países y a lo largo del tiempo. Igualmente, la riqueza y potencial del libro se encuentra en que no solo da cuenta de la figura del lector como algo aislado, sino que a partir de esta reconstruye y dialoga con otro tipo de temas como la organización y el desarrollo de la industria tabacalera, las tensiones políticas experimentadas por Cuba durante los siglos XIX y XX. Por último, entabla debates historiográficos con los estudios que se han hecho sobre las prácticas de lectura en voz alta en otras latitudes y cómo su trabajo se puede ubicar, entonces, en esa tradición investigativa sobre el tema y en los trabajos realizados sobre la propia Cuba, en especial los que tienen que ver con la industria del tabaco y la historia política.

Sin embargo, es necesario hacer una lectura crítica del texto de Tinajero. Por ejemplo, en el apartado de la lectura en España se reconstruyen grandes partes del proceso a partir de una sola fuente: una novela. Esto se repite luego para el caso de la lectura en Tampa, cuando se reconstruyen las primeras décadas del siglo XX a partir de la obra de teatro Ana en el Trópico de Nilo Cruz, publicada en 2003. En esa dirección, sin querer entrar a debatir el estatus de las obras literarias como fuentes para la disciplina histórica, considero que recurrir solo a este tipo de fuentes puede producir relatos que pierden credibilidad. Igualmente, es particular que en la reconstrucción que Tinajero realiza a partir de las novelas y obras de teatro lo que hace es un análisis textual, rescatando metáforas, temas y relaciones de intertextualidad, para así llegar a conclusiones de tipo histórico. Este proceso es comprensible en la medida en que la autora es especialista en literatura y no en historia, pero entonces sería necesario también recurrir al contexto de producción de las obras literarias para robustecer más las hipótesis y así ampliar el espectro de conclusiones históricas. Por último, un comentario recurrente realizado por Tinajero es la falta de fuentes sobre la práctica de lectura en voz alta. Este reclamo permite plantear algunas preguntas: ¿cómo puede hacer el historiador para reconstruir algo tan efímero como lo es la lectura? ¿Qué otro tipo de fuentes y archivos pueden ser consultados para reconstruir las prácticas de lectura en voz alta?

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