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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.21 no.42 Bogotá Jan./June 2017

https://doi.org/10.11144/Javeriana.mys21-42.ccvm 

Artículos

Cómo se construyen las versiones de la memoria en estos tiempos: el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial

Building Versions of Memory in Current Times: The Example of World War II

Como as versões da memória são construídas nos dias de hoje: o exemplo da Segunda Guerra Mundial

Andrzej Sarnacki* 

*Akademia Ignatianum (Cracovia, Polonia). a.sarnacki@post.pl; ignatianumsj@gmail.com


Resumen

El artículo presenta una mirada crítica frente a los procesos de memoria en Europa y a los relatos de aquellos acontecimientos, en tanto ello puede quedar como un punto referencial y una pauta de la reflexión historiográfica crítica sobre los eventos violentos del pasado y por ende de cómo son preservados y transmitidos. El texto afirma que en el mundo académico se usa constantemente una repetición del esquema de la Guerra, que es demasiado limitada e injusta, y casi no se refiere a hechos históricos. Creer que la investigación sobre la memoria no es un enfoque estrictamente histórico, y reflexionar sobre las representaciones de los acontecimientos descartando su origen, no tiene ninguna herramienta de valoración y puede llevar a las conclusiones equivocadas. El artículo examina especialmente el caso de los campos de concentración, el papel de Alemania y Rusia, el problema de la culpabilidad conectado con las políticas de la memoria, la epidemia de las repeticiones mecánicas en los textos académicos o la idea del «reemplazo de un modelo histórico por un modelo memorial» (Rabotnikof).

Palabras clave: construcción de la memoria histórica; Segunda Guerra Mundial; holocausto; Polonia; símbolo; problema de la culpabilidad; políticas de la memoria

Abstract

This paper offers a critical view of the processes of memory in Europe and the narratives of such events, as this can become a benchmark and a guideline for critical historiographic reflection on the violent events of the past, and how they are preserved and transmitted. The text states that the academic field constantly uses a repetition of the war scheme, which is too limited and unfair, and barely relates to historical facts. Believing that memory research is not a rigorous historical approach, and reflecting on the representations of events neglecting their origin, does not constitute an assessment tool and can lead to the wrong conclusions. This paper particularly examines the case of concentration camps, the role of Germany and Russia, the guilt issue connected with memory politics, the epidemic of mechanical repetition in academic texts, or the idea of «replacing a historical model for a memorial model» (Rabotnikof).

Keywords : Construction of Historical Memory; World War II; Holocaust; Poland; Symbol; Issue of Guilt; Memory Politics

Resumo

O artigo apresenta um olhar crítico frente aos processos da memoria em Europa e aos relatos de aqueles eventos, enquanto isso pode ficar como ponto referencial e padrão da reflexão historiográfica crítica sobre os acontecimentos violentos do passado e por tanto de como eles são preservados e transmitidos. O texto afirma que no mundo acadêmico estão constantemente a usar um esquema de repetição da Guerra limitado demais e injusto, sem quase nem se referir a fatos históricos. Acreditar que a pesquisa sobre a memória não é uma abordagem rigorosa histórica e refletir sobre as representações de eventos descartando a sua origem, não tem ferramenta de avaliação nenhuma e pode levar a conclusões erradas. O artigo analisa especificamente o caso dos campos de concentração, o papel da Alemanha e da Rússia, o problema da culpa ligado à política da memória, a epidemia de repetições mecânicas em textos acadêmicos ou a ideia de «substituição de um modelo histórico para um modelo memorial» (Rabotnikof).

Palavras-chave: construção da memória histórica; Segunda Guerra Mundial; holocausto; Polónia; símbolo; problema da culpa; políticas da memória

Los textos sobre memoria disponibles en el área hispanohablante, con frecuencia se refieren a la traumática historia europea del siglo XX, en especial a la Segunda Guerra Mundial. Este hecho sirve de paradigma, de punto de referencia de la disciplina de la memoria (problemas de la subjetividad, de la memoria colectiva o de cómo se transmite el mensaje). Por esta razón es muy importante tener una mirada crítica frente a los procesos de memoria en Europa, así como de cara a los relatos de aquellos acontecimientos, en tanto esto puede constituirse como un punto referencial y una pauta para la reflexión historio- gráfica crítica sobre eventos violentos del pasado y, por ende, de cómo son preservados y transmitidos. Este texto no hace un registro pleno de todos los autores que han abordado la temática, ni tampoco presenta una categorización de ellos. En lugar de esto, se refiere a algunos autores que continuamente usan el esquema descrito y que, gracias a ello, representan una tendencia de la narración sobre la Guerra que se volvió común. Algunos de ellos son originales; otros, en cambio, parecen solo repetir el esquema y por eso lo refuerzan. Ahora bien, todos se basaron en la literatura de los autores del hemisferio occidental. El artículo se remite también a la perspectiva de Europa central y oriental, e incluye a los autores que no podían publicar durante la época del comunismo. Este recuerdo de la Guerra por parte de algunos se distancia de la memoria occidental y muestra cómo la narración predominante sobre la memoria puede ser problemática.

Se hace notar que la memoria de la Guerra a la que se refieren diferentes autores sigue, por lo general, un esquema compuesto por tres elementos: 1) la Guerra que fue provocada y realizada por los nazis; 2) la atrocidad de la Guerra, que consiste, casi exclusivamente, en el aniquilamiento de los judíos en el Holocausto; y 3) el Holocausto que tuvo lugar en Auschwitz. Estos esquemas aparecen en los textos de Andreas Huyssen,1 Enzo Traverso,2

Eugenia Allier Montaño,3 Harald Welzer, Sabine Moller y Karoline Tschuggnall,4 Beatriz Sarlo,5 Elizabeth Jelin6 y Nora Rabotnikof,7 entre otros. Algunos de estos autores son conocidos, otros no tanto. En todo caso, muchos interactúan de algún modo en sus textos, que mutuamente se refuerzan, y no sobresalen del esquema anteriormente mencionado; casi no se refieren a hechos históricos y cuando sí lo hacen se quedan en formulaciones generales. De todo esto nacen varios interrogantes: ¿esta narración es adecuada?, ¿sirve, acaso, para describir y valorar los fenómenos de la preservación y transmisión de la memoria, y para abordar los problemas de su selectividad, transformación u omisiones?

No debe escaparse de la atención que los textos sobre la conformación de la memoria corresponden a versiones de acontecimientos, cuyos hechos también fueron fabricados, por lo menos en algunos aspectos. Por lo tanto, las claves constantemente repetidas se deben examinar de manera crítica, exactamente por su frecuencia y autoridad. La intención del presente artículo es mostrar que este cliché de la memoria de la Segunda Guerra Mundial es altamente selectivo y aparece en un contexto muy reducido. Poco tiene en cuenta las dimensiones de hechos históricos o su significado, o el espectro representativo de las víctimas. Por esta razón, es un mal representante de la «memoria europea». De hecho, no se refiere a las representaciones de los acontecimientos en su origen y representatividad. En sí mismo, constituye un ejemplo interesante de la transición intercontinental de la memoria que atravesó muchos filtros y transgredió sus propios ideales.

Considerar que la investigación sobre la memoria no es un enfoque estrictamente histórico, pretende plantear que reflexionar sobre las representaciones de los acontecimientos, descartando su origen, no tiene ninguna herramienta de valoración y puede llevar a conclusiones equivocadas.

Las víctimas de la Guerra: el problema de la representación

Al observar las tendencias de la «erosión de las grandes memorias colectivas», la «omnipotencia de la orientación hacia el mercado» o el «reemplazo de un modelo histórico por un modelo memorial»,8 surge una inquietud: ¿qué papel desempeña en esos desplazamientos el interdisciplinario campo académico de la memoria?, ¿ha desistido este campo de su función explicativa y crítica de este cambio? ¿Cuál es el punto de inicio de las narraciones? Por último, ¿cuán representativas son las narraciones e incluyen estas el punto de vista de las víctimas? Si queremos investigar las direcciones del cambio, la referencia histórica es imprescindible, tanto como el punto de inicio.

La unión de narraciones de las memorias para crear un esquema homogéneo es también una forma de transmisión de la memoria, pero basada en testimonios selectivos. Además, ¿es su narración una descripción de los procesos cognitivos, o es esto también una creación activa de los campos de la memoria histórica? Y cuando relacionan e interpretan los cambios en la memoria histórica, ¿cuál es su base empírica? Desde el punto de vista del reconocido método empírico, tan usado hoy en día, el cual pretende limitar una pura subjetividad, estas preguntas pecan por su obviedad, pero una lectura atenta de los textos sobre la memoria lleva a algunas dudas serias con respecto a los valores de sus detalles fabricados. Es importante notar que la selección de relatos de la Guerra influye mucho en el desarrollo de esta investigación.

Como ya mencioné, los casos ejemplares son relatos esquemáticos sobre la Segunda Guerra Mundial en Europa. La primera simplificación es la identificación casi absoluta y exclusiva de la Guerra con el holocausto de los judíos. Sin duda, el holocausto del pueblo judío durante el tiempo hitleriano constituyó una barbaridad, una crueldad, un exterminio planeado, que fue y es una vergüenza para todos los victimarios, colaboradores e indiferentes. En cambio, el problema referencial consiste en la narración simplificada, que deja la impresión de que la Guerra consistió exclusivamente en la matanza de un pueblo. Esta es una simplificación injustificada y de hecho un abuso de la memoria traumática de la Guerra, que no tiene lugar ni siquiera motivada por la fundación de un símbolo de las atrocidades de la Guerra.

El inicio de la Guerra en Europa se dio el 1 de septiembre de 1939. La Guerra empezó con un ataque a Polonia, un país joven que tuvo solamente veinte años de soberanía (antes fue ocupada y dividida por Prusia, Rusia y Austria durante 125 años).9 Este ataque, a manos de los alemanes, fue por el occidente. El 17 de septiembre tuvo lugar otro ataque de las tropas rusas, pero esta vez por el oriente. Los alemanes y los rusos hicieron un pacto en agosto de 1939 (Ribbentrop-Mo- lotov), en el cual se definió la cooperación entre dos países agresores y la repartición de Polonia, pero también se estableció la anexión de Litua- nia, Letonia y Estonia a Rusia. En aquel tiempo, Alemania tenía 69 millones de habitantes; Rusia, 168 millones, y Polonia, 35 millones. Después de dos o tres meses de defensa, el país fue derrotado y repartido. Al final de la Guerra, tras seis años de ocupación, Polonia quedó con tan solo 24 millones de habitantes. Se puede establecer la muerte de 6 millones, entre ellos 2,7 millones de judíos. No se puede ignorar que los judíos tenían pertenencia estatal y que fueron ciudadanos polacos -Polonia tenía una historia de mil años de convivencia con el pueblo judío-.10 Sin embargo, en los textos sobre las víctimas de la Guerra no se menciona a las víctimas polacas ni el drama del país atacado por dos vecinos, totalmente arruinado, que perdió millones de sus habitantes en masacres, fusilamientos, procesos de pacificación o en campos de concentración y exterminio. Polonia, la gran víctima de la Guerra, fue evaporada de la consciencia histórica de los entendidos en la materia.11

Cuando se habla sobre el Holocausto, se menciona necesariamente a Auschwitz, un campo de concentración que se encuentra cerca de Cracovia. Este era el campo más grande y el primero donde se usó gas, con una eficacia de veinte mil muertos al día. Fue una fábrica de la muerte organizada industrialmente y un lugar de concentración donde ocurrieron atrocidades creadas por mentes perversas. El problema de los textos sobre la memoria consiste en la producción de una imagen de Auschwitz como si fuese el único escenario de estos hechos macabros. Cuando leemos sobre Auschwitz como «topos universal del trauma histórico», como un símbolo de la brutalidad de la Guerra,12 ¿qué conciencia se produce detrás del «símbolo»? ¿Quién es consciente de que en toda Europa hubo cerca de mil doscientos campos de concentración de diferentes tamaños y grados? Ocho de ellos fueron campos de exterminio, seis de los ocho se encontraban en el territorio que ahora sigue siendo Polonia.13 Es interesante que en el sistema jurídico alemán de hoy, Auschwitz no exista como el campo más duro, particularmente en el contexto de los juicios a los criminales de la Guerra que siguen vivos. En el año 2014, un guarda de las SS de Auschwitz, Hans Lipschis, quien participó en el asesinato de al menos diez mil prisioneros, fue puesto en libertad con una compensación por el tiempo del arresto, porque Auschwitz fue un campo no solo de exterminio (Vernichtungslager), sino también de concentración (Konzentrationslager). Si el guarda hubiese estado en Treblinka, Majdanek o Sobibór, habría sido sentenciado automáticamente. Auschwitz puede ser un símbolo de los crímenes de la Guerra únicamente cuando sabemos que la representación comunica algo más. En el caso contrario, obtenemos un cuadro muy reducido y un símbolo que se transmite solo a sí mismo.

Pero esta es solo una parte de la historia sobre los campos de concentración. Otra de ellas, que no existe en la literatura de memoria sobre la Guerra, son los campos de concentración en Rusia, los Gulag,14 que empezaron en 1918 y existieron hasta 1960, aunque hubo prisioneros hasta 1987. Pese a esto, no hay ninguna palabra sobre los Gulag en los textos sobre memoria; posiblemente entre las personas tampoco haya mucha consciencia sobre ellos. Los Gulag fueron un sistema formado por miles de campos de trabajo forzoso, con condiciones mortales, bien descrito en los relatos de las víctimas que aparecen en los libros Archipiélago Gulag, de Aleksandr Solzhenitsyn; Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov; Forced Labour and Economic Development, de Stanislaw Swianiewicz, entre muchos otros. Solzhenitsyn opina que en los campos de concentración rusos murieron alrededor de 60 millones de personas. Otros autores dan cifras de entre 30 y 45 millones, y algunos estiman la muerte de 10 millones. Esta diferencia tan grande es resultado de la práctica sistemática de ocultamiento de datos por parte de las autoridades rusas, tales como la muerte de muchos prisioneros como consecuencia de agotamiento, debido a las circunstancias extremas e inhumanas que tenían que soportar una vez eran liberados del campo. Tales cifras no se encuentran en las estadísticas oficiales. El sistema jurídico soviético fue absolutamente perverso, las acusaciones eran por regla general absurdas: castigos de hambre, frío, trabajo forzado y esclavizado y la muerte por inanición fueron reales. Entonces, Auschwitz podría servir como una metáfora de los eventos traumáticos, si reconociéramos la existencia de miles de campos alemanes y rusos, al igual que otras atrocidades del nazismo y el comunismo. Pero en los textos actuales no hay ni siquiera una referencia a otros campos ni a esos millones de víctimas. De haberlas, Auschwitz sería un símbolo insignificante del sufrimiento.

La apreciación de las víctimas no es solo un dato cuantitativo ni tampoco una competencia por quién sufrió más. Durante la Guerra murieron 72 millones de personas, entre ellas 47 millones de civiles.15 Aun cuando el criterio del recuerdo común sea la extinción total y sistemática, convendría notar por ejemplo a los gitanos, quienes fueron objeto de una extinción planeada como limpieza social en el centro y el sur de Europa. La cifra de los muertos polacos no judíos es por lo menos tan alta como la de los judíos. La limpieza en el caso polaco consistió más en matanzas planeadas de intelectuales (Intelligenzaktion), capturados durante los años de la ocupación, batidas y fusilamientos grupales. Esto fue un preludio del plan para dejar sobrevivir solamente a los hombres simples, necesarios para el trabajo manual. La inteligencia fue también el objetivo de las acciones violentas de las autoridades soviéticas. Así, los textos sobre la memoria de las víctimas podrían ser críticos sobre los recursos que usan y sobre los límites de las simplificaciones.

En esta época de ideales científicos no se deben permitir análisis que separen la memoria de la historia, ni que muestren desinterés por los datos empíricos, ni que desdeñen la diversidad de las perspectivas, como tampoco aquellos que se presenten como expertos de las construcciones de la memoria. El subcampo de indagación de la memoria no puede ignorar sus suposiciones ni concentrarse solo en construcciones semióticas e ingeniosas expresiones sin ahondar en la seriedad de transmitir el legado histórico. La formación de los «carteles de citas» (es decir, citarnos una y otra vez mutuamente) solo refuerza esta tendencia insensata.

El incómodo problema de la culpabilidad

La época de «lo políticamente correcto» favorece las versiones simplificadas de acontecimientos y evita cuestiones incómodas. Andreas Huyssen, quien nació en Düsseldorf en 1942 y para quien los aniversarios europeos de la Guerra contienen casi solo conmemoraciones alemanas, afirma que los países que han reavivado la historia nacional de la Guerra son Francia, Austria, Italia, Japón, EE. UU. y Suiza, es decir, ninguno que haya sido una verdadera víctima, y diagnostica que lo primero que observamos en Europa son unas «obsesiones con el pasado» y una supuesta «epidemia de la memoria», todo como resultado del «marketing masivo de la nostalgia» o «la memoria en busca de consuelo»16. En el primer caso, la pregunta es más por la representatividad legal y la responsabilidad de los autores que por la lamentable pérdida de la conciencia histórica. En el segundo, con excepción del consumismo y la comercialización del recuerdo, preocupa más el aprendizaje de la historia y de la versión no fantástica de los hechos del pasado. En otro caso, se corre el riesgo del relativismo total si todo es meramente interpretación: de igual manera los victimarios se convierten en víctimas o los actores secundarios se hacen héroes, y de adoptar la perspectiva: «el problema con ambas [memoria y mito] no es la verdad o falsedad sino sus efectos de realidad»,17 como en las relaciones públicas modernas, donde lo que importa no son los hechos, sino cómo fueron relatados.

En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la reducción consiste, primero, en adjudicarles la responsabilidad únicamente a «los nazis». Esto sugiere que se trata de un grupo indefinido, posiblemente pequeño, que sedujo a la sociedad para comenzar una guerra. Nunca se dice quiénes fueron «los nazis» ni qué tan numerosos fueron. Tampoco se mencionan las redes, los mecanismos, los grupos o los países interesados, sin los cuales el «proyecto» de la Guerra no hubiera sido posible logística y financieramente. Naturalmente, se puede decir que la perspectiva de la memoria colectiva no es solo una narración detallada. ¿Qué se puede aprender si los «hechos» de la memoria son solo recuerdos individuales, a los cuales algunos llaman «anécdotas», que no están acompañados de un análisis del contexto, ni del marco sistémico ni de los mecanismos de la formación de violencia?

Hay que recordar que Hitler y los nazis no fueron los únicos arquitectos de la Guerra. Existió una red de países colaboradores, firmantes del pacto de 1941, como Italia, Japón, Croacia, Austria (anexada), Dinamarca (anexada), Finlandia, parcialmente Francia, España a su propio modo, Lituania, Hungría, Eslovaquia, Bulgaria, Serbia y Rumania. Rusia fue un país agresor (pacto Ribbentrop-Molotov, agosto de 1939), que se convirtió en uno de los países liberadores solo a partir de 1943. Suiza y Suecia fueron países «indiferentes» que aprovecharon la situación. Al principio, Estados Unidos fue un aliado de Hitler, el hombre que combatía el comunismo. Entre las empresas que cooperaron con el negocio nazi estuvieron General Electric, Ford, IBM, US Rockefeller, Standard Oil for I.G. y Union Banking Corporation en Nueva York (bajo la dirección de Prescott Bush, el padre del futuro presidente). Debido a que la guerra es un negocio y una oportunidad de enriquecerse, las empresas alemanas aprovecharon la situación y participaron de una manera activa y cotidiana. De hecho, las empresas apoyaban a Hitler financieramente y sacaban provecho de la labor forzada de millones de trabajadores extranjeros o de convenios gubernamentales (por ejemplo, la construcción y supervisión de los campos de concentración). Esto incluye a cientos de compañías que son hoy en día muy famosas, como Bayer, I.G. Farben (Agfa), BMW, Dr. Oetker, Siemens, Hugo Boss, BASF, Krupp, Bosch, Adidas y Puma (hermanos Dassler), Opel y Volkswagen, inspirada en la Ford estadounidense.

Es bastante claro que la pregunta por la responsabilidad se diluye. La afirmación de que los mencionados nazis fueron los únicos perpetradores de la violencia masiva representa un modo elegante de ocultar el hecho incómodo de que las tropas militares que sistemáticamente y masivamente exterminaron al pueblo civil no solo provinieron de los destacamentos de élite de las SS o la Gestapo, sino también de las fuerzas regulares de ejército alemán Wehrmacht. Este sistema de aniquilamiento pudo funcionar en un país como Polonia gracias a los empleados administrativos, a los funcionarios alemanes en su patria y en territorios ocupados y a la gente ordinaria que con afán cumplía sus tareas. La explicación que afirma que en Alemania existía un régimen de terror y que todos se vieron obligados a cooperar no es sostenible. Hitler fue elegido de manera democrática y tuvo un apoyo muy alto durante la Guerra (más de 90%), no solo antes de ella, pues fue masivamente adorado hasta la derrota de Stalin- grado, a principios del año 1943. Por eso, en la literatura histórica de Europa Central y Oriental los causantes de la Guerra normalmente no se nombran como «los nazis», sino como «los alemanes». En la literatura de la memoria de Europa Occidental, Alemania es un gran ausente. Si quisiéramos tomar en serio el argumento de que la sociedad alemana fue simplemente seducida o que actuaba bajo coacción, tendríamos que observar las arengas de Hitler, el gran seductor de ese entonces. Si bien su excitado discurso claramente señala rasgos sicopáticos, lo que llama la atención es su visión y su promesa para la sociedad alemana de que sea una nación elegida, más grande que todas las otras, una nación superior. Esto es seductor cuando se quiere creer en ello, cuando hay una predisposición, cuando algo responde a esta invitación, lo que resulta extraño cuando tenemos en cuenta que no se trata de una sociedad primitiva y poco educada. La verdad es más incómoda que una explicación que argumenta seducción o coacción. Es interesante observar que mientras que en los textos sobre la memoria se habla de «los nazis» y no de «los alemanes», cuando se menciona la ofensiva de Stalin, se menciona a «los rusos» o «los soldados rusos» y no a «los soldados bolcheviques».18

Cuando Andreas Huyssen habla de las conmemoraciones europeas de la Segunda Guerra Mundial, no menciona al país donde estas se encuentran más vivas y donde son celebradas con mayor devoción. No hay otra nación para la que la memoria de la Segunda Guerra Mundial sea tan importante como Rusia. Cada año hay grandes festividades y escenificaciones y conmemoraciones de la Guerra en formas artísticas. Cuando se canta la canción Свяще́нная война́ (La guerra sagrada), la más famosa de aquel tiempo, todos se levantan en señal de reverencia por «los días gloriosos». Los veteranos de la Guerra son personas muy respetadas, vistos como liberadores y héroes de la nación que llevan muchas medallas estatales en sus uniformes de antaño. En 2014, el parlamento ruso promulgó una importante ley: si alguien cuestiona los crímenes de los nazis o la versión oficial del rol de la Unión Soviética durante la Guerra, está sujeto a una pena hasta de cinco años de prisión. Todo esto sirve a un sentimiento nacional, al sentido del orgullo y la dignidad por el papel extraordinario que Rusia supuestamente desempeñó. Este sentimiento es muy importante tanto para el pueblo como para el gobierno y su tarea de integrar la sociedad. Esta censura sella los labios de los críticos y posibilita estigmatizar a los adversarios, por ejemplo, a los manifestantes en Ucrania en mayo de 2014, quienes fueron llamados por el gobierno ruso «fascistas». Es por estas razones que el presidente Putin posee tan alta popularidad, porque continúa fomentando este tipo de imagen de la identidad nacional.

Dicha narración nacional ignora y desprecia las partes de la historia que no conforman este cuadro sin mancha. Primero, la colaboración inicial con Hitler desde 1939 y la invasión a Polonia, Lituania, Letonia y Estonia, así como la guerra contra Finlandia, hasta 1941, cuando la Unión Soviética fue atacada por el ejército alemán, y pasó de ser el país victimario al país liberador. Desde la perspectiva polaca, ocurrió un crimen grave con el fusilamiento extrajudicial de los prisioneros de guerra que habían sido capturados en 1939. Después de algunos meses de detención en el año 1940, los funcionarios de la policía política NKVD asesinaron de manera metódica a más de veintiún mil polacos mediante tiros de gracia. La mitad de ellos eran oficiales del ejército y la policía, los demás eran científicos, médicos, capellanes, ingenieros, abogados, maestros, empresarios o funcionarios estatales. El lugar más conocido de las masacres fue Katyn.

El segundo silencio es la violación masiva de mujeres por el Ejército Rojo, el robo masivo en los territorios recuperados en la ofensiva entre 1943 y 1945, y el final de la ofensiva del ejército soviético en agosto de 1944 ante Varsovia, y la espera hasta detener el levantamiento por las tropas alemanas. El tercero es que la «liberación» no fue la libertad para muchos países. Como resultado de las decisiones de la Conferencia de Yalta, estos fueron subyugados por Rusia. Entonces, Lituania, Letonia, Estonia, Checoslovaquia, Es- lovenia, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria, Hungría, Polonia, Alemania Oriental y algunas repúblicas asiáticas se encontraron bajo del régimen del comunismo en su versión estalinista y miles de víctimas fueron ajusticiadas. Si añadimos los datos y testimonios de los campos de trabajo forzado, obtenemos un cuadro más ambiguo que no se debería olvidar.

Políticas de la memoria y reivindicación de los victimarios

Más que «el reemplazo de un modelo histórico por un modelo memorial»,19 somos testigos de la evolución, apoyada, de la memoria sin consciencia histórica. Cuando la historia pierde su relevancia, está abierta a todo tipo de interpretaciones. Al parecer, también el mundo académico cae a veces en una línea posmoderna y no se preocupa por los hechos empíricos, sino que se dirige ante todo a las rebuscadas formas lingüísticas. Liberarse de las formas literales abre nuevas posibilidades de interpretación y producción de las teorías de la memoria no ortodoxas y, por lo tanto, abarcadoras. Es como la estatua sin brazos de Venus de Milo, que deja hacer conjeturas sobre su apariencia original. Si las manos originales hubiesen sido encontradas, muchas ideas terminarían siendo descartadas. Algunos conceptos proceden de la falta de conocimiento. Detrás de las evolucionadas narraciones de la memoria también están activos los intereses hegemónicos, ideológicamente convencionalizados y que buscan el lugar más ventajoso en el espacio historio- gráfico. Como anota un autor:

Los estados fuertes, victoriosos, escriben su propia historia en relación con los éxitos obtenidos sin tener en cuenta lo que de verdad sucedió. Además, escriben la historia en nombre de los pobres, débiles y vencidos. Lo que sucedió alguna vez lo acomodan a la situación actual. La historia de estos ricos y fuertes obligatoriamente es una historia de heroísmo, honradez y sacrificio. La historia de los vencidos es la historia de la bajeza y la estupidez. De lo contrario la opinión pública pensaría que la bajeza y el cinismo se valoran mientras que la nobleza se castiga. La aceptación de este hecho por la opinión pública le causaría el malestar conocido en sicología bajo el término de disonancia cognitiva.20

En el contexto de la memoria de la Segunda Guerra Mundial, se pueden observar algunas estrategias que intentan suavizar los recuerdos de las atrocidades y el significado de su responsabilidad. La primera es el silenciamiento. Tras regresar del frente, muchos de los soldados alemanes no hablaron nunca sobre su experiencia bélica, y se limitaron a comentarios enigmáticos. Existen también relatos de la actitud contraria, en los que algunos se jactaban de sus hazañas criminales y se sentían orgullosos de aquellos hechos macabros. En ambos casos dominan la oscuridad y la deshonestidad. El silencio es como la protección contra el pasado y una forma de evitar un encuentro cara a cara con los propios familiares. Alabarse por estos hechos horríficos es una conducta perversa y ansiosa, el cinismo que hace virtud del delito. Esta postura no tiene mucho valor cognitivo, lo que es característico de la mayoría de los casos violentos. Los victimarios esconden la verdad, confabulan, no se reconocen culpables, sus relatos son excepcionalmente selectivos y su memoria es incompleta. La táctica de verdades a medias se puede observar en casi todos los casos de victimarios mencionados anteriormente.

La segunda táctica son las justificaciones. Casi nunca hay testimonios de victimarios. Si hablan, nunca se sienten culpables. Los soldados alemanes solo estaban cumpliendo órdenes. Personalmente siempre se presentan como grandes hombres: buenos padres, maridos y trabajadores, así como concienzudos jefes de los campos de concentración y excelentes funcionarios del estado.21 Pero casi no hay confesiones, ni señales de remordimiento, como tampoco gestos de arrepentimiento frente a las víctimas. Esta es una conducta universal, que se observa tanto en soldados alemanes, rusos o japoneses como en criminales responsables de masacres o terroristas.

Un caso significativo de esta postura, un ejemplo de este tipo de mentalidad, de alguien que nunca se siente responsable por sus hechos pasados, es Zygmunt Bauman, un reconocido sociólogo polaco, quien desde hace cuarenta años vive en Leeds, Gran Bretaña, y ha publicado cerca de cincuenta libros en los que se presenta como la voz de la ética y la responsabilidad personal. Su concepto de «realidad líquida» ha llegado a ser muy popular, y no solo en círculos académicos. Pero en el contexto de su vida, que para la mayoría es desconocido, la «realidad líquida» toma otro sentido. En 1945, inmediatamente después de la Guerra, Bauman empezó a trabajar como agente para la Información Militar Polaca, homólogo del NKVD soviético. Su actividad consistía fundamentalmente en capturar a soldados escondidos, patriotas polacos, quienes peleaban contra el régimen comunista ruso. En la época del máximo terror estalinista, Bauman se distinguió por atrapar a una gran cantidad de «bandidos», como los presentó la propaganda oficial. Gracias a sus logros, fue condecorado con La Cruz de los Valientes y obtuvo el grado de mayor. En una entrevista para el periódico británico The Guardian, Bauman habla sobre aquel tiempo con mucha aversión.22 Se justifica en su joven edad (entre 20 y 28 años) y subestima las consecuencias de sus acciones, las cuales incluyeron torturas y asesinatos de miles de personas en Polonia durante el estalinismo. Bauman reconoce que prestó tres años de servicio como agente de inteligencia, cuando en realidad fueron ocho.

Finalmente, Bauman presenta su adhesión al sistema estalinista como la lucha contra «los terroristas», el comunismo como la continuidad de la Ilustración, su historia como la de la víctima, y las acusaciones en su contra como una conspiración de un partido derechista. Bauman nunca se ha arrepentido de su pasado criminal, nunca ha pedido perdón a las familias victimizadas, solo se limita a declarar que asume la responsabilidad plena por su pasado, una afirmación tan enigmática como insignificante. Considerando el contexto de esos hechos, la idea de «realidad líquida» no es solo una observación neutral del mundo, sino también un deseo y un postulado. Esto le es muy útil para diluir el pasado, donde se desdibujan las fronteras de la responsabilidad, es decir, las fronteras entre el bien y el mal, la decencia y la bajeza, la verdad y la mentira. Las explicaciones parcialmente absurdas son el precio por la tranquilidad del espíritu humano tormentoso, perdido en sus propias construcciones de la memoria y su significación.

Los procesos de transformación y evolución de las versiones de la memoria no son únicamente autogeneradores y neutrales, sino que responden a la necesidad de convertir la mancha de culpa en una imagen de la inocencia y el parecer civilizado. Esta táctica sicológica tiene muchas expresiones, incluyendo narraciones de pura arbitrariedad y fantasía. En el caso alemán, podemos observar un cambio gradual y constante de la perspectiva de la Guerra. Durante algunas décadas, el tono oficial se caracterizó por el reconocimiento de la culpabilidad por la violencia y los daños contra la humanidad. En los programas educativos se ha garantizado la enseñanza sobre el desarrollo del conflicto y la ideología del socialismo nacional durante la época de Hitler. No faltan tampoco conmemoraciones, conferencias y publicaciones sobre los acontecimientos.

Sin embargo, al mismo tiempo, muchas de las versiones de la Guerra tienden a reducir el problema de la violencia sobre los judíos y el Holocausto, o limitan la responsabilidad al grupo de nazis. Los residuos de la lucha armada se transforman en la esfera simbólica. Por ejemplo, los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau y de Majdanek (hoy ambos en territorio polaco) han sido preservados y es posible, tanto visitar los edificios y barracas, como ver las pertenencias de los prisioneros muertos. En contraste con este realismo, en campos como el de Dachau (cerca de Múnich), las barracas y edificios fueron desmontados y en su lugar se esparció gravilla. Los sitios de crímenes se convirtieron en espacios simbólicos y abstractos, y por eso la transmisión se hace cada vez más etérea y surrealista. Ha aparecido una nueva narración: «todos fuimos víctimas», primero de la propaganda nazi, después en tanto desplazados (como el movimiento de desplazados de Erika Steinbach). Algunas veces se observan también intentos de atribuir la culpa a otros, por ejemplo, de antisemitismo a los polacos.23

En el tratamiento semiótico se observa una tendencia del uso sistemático de la formulación «campos polacos de concentración» en periódicos alemanes o estadounidenses. Hay una nueva telenovela alemana sobre el tiempo de la Guerra (Unsere Mütter, unsere Vater - Nuestras madres, nuestros padres), que presenta a los miembros del movimiento de la resistencia en Polonia como hombres primitivos, brutales y antisemíticos. A esto se suman algunos autores, como Tomas Gross, quien en su libro Los vecinos argumenta que en un campo, Jedwabne, los vecinos polacos participaban activamente en el asesinato de sus vecinos judíos durante la Guerra en 1941. Los historiadores afirman que esas son conjeturas, que el libro no tiene evidencias sólidas, pero el relato se volvió muy audible. Añadiendo el silencio de los victimarios, se puede concluir que la transmisión de la memoria setenta años después de la Guerra es frecuentemente superficial y problemática. Como siempre, el factor dominante «es política por cuanto los pasados “traspasados” son interpretaciones (con omisiones, jerarquizaciones, silencios y límites) que están en asimetría de poder y en disputa con otras interpretaciones».24

Algo básico como el problema de la responsabilidad casi siempre deja en suspensión el sentido de justicia o expiación, sentimientos muy fuertes y catalizados por la preservación de la memoria, los cuales no encuentran suficiente lugar en los análisis de los procesos de memoria. El caso polaco muestra que las políticas de la memoria pueden dejar el proceso de recuperar el recuerdo en estado de anclamiento, imposible de resolver. Es el caso de la élite comunista, que tenía en su tiempo muchos privilegios, incluyendo la exclusividad de recursos económicos y el permiso para viajar a otros países. En el sistema educativo todos recibieron ocho años de clases de ruso. En contraste, los hijos de los comunistas podían viajar al extranjero y aprender inglés, francés, alemán, español. Ellos obtuvieron una educación foránea, mejor que la de los demás. Después del cambio de sistema, en 1989, solo ellos tuvieron recursos para empezar empresas capitalistas, así como el conocimiento de la política, del negocio y de los idiomas y los vínculos internacionales. Muchos de ellos hoy hacen parte de los medios de comunicación y moldean las opiniones, así como la memoria histórica.

A modo de conclusión

La idea de una epidemia de la memoria en Europa es muy dudosa y poco representativa. El proceso de reivindicación de la historia tiene un lugar, pero muchas personas se preocupan ante todo por el futuro. Se trata, más bien, de una epidemia de las obras académicas, que en muchas partes se divorcia de la historia; si quisiéramos medir el nivel del interés por la memoria con base en los artículos académicos, podríamos hablar de una obsesión.

Los textos que se refieren a la memoria de la Segunda Guerra Mundial en Europa son muy selectivos y estereotipados. En consecuencia, el paradigma de la transmisión de la memoria de este periodo es solo una construcción arbitraria. En buena parte, la presentación de los eventos conmemorativos es una perspectiva de los victimarios, no de las víctimas.

Lo importante no es solo el texto, sino también el transmisor respetuoso. Un ejemplo de esto es la imagen del terrorismo de Irlanda del Norte en los años noventa, cuando en Europa los medios transmitían únicamente información sobre IRA (terroristas católicos), pero guardaron silencio sobre UVF, UDA o LVF, los grupos paramilitares protestantes. La fuente original de esta información fue la emisora BBC, conocida por sus aparentes estándares profesionales. Generalmente, los transmisores de los conceptos de la memoria, traducidos al español, no son autores de los países víctima, y por lo tanto son poco representativos.

También sería interesante investigar cómo se construyen los símbolos. A veces el símbolo de hechos importantes es casual, superficial y no representa bien el peso de los acontecimientos históricos. Por ejemplo, «la caída del Muro de Berlín» como símbolo de la victoria del pueblo sobre el comunismo y de la unificación de Alemania. Esto oculta que la lucha contra el sistema comunista fue larga, con muchas víctimas y, ante todo, en otros países, los «satélites» de la URSS. Los eventos más importantes fueron el levantamiento en Hungría en 1956 -que ahogó sangrientamente la «revolución» en Checoslovaquia en 1968- y «la primavera de Praga» -ahogada sangrientamente por los tanques del soviético Pacto de Varsovia y las huelgas nacionales de obreros en Polonia durante 1956, 1968, 1970, 1976-, siempre con una intervención brutal y muchas víctimas. En 1980 se formó La Solidaridad (Solidarnos'c), el primer sindicato independiente en los países del campo socialista. Un año después se introdujo la ley marcial. Finalmente, en 1989 estalló una huelga nacional y se firmó el pacto de «la mesa redonda», que empezó en febrero y terminó en abril. Las primeras elecciones, casi libres, tuvieron lugar el 4 de junio de 1989. La caída del comunismo en otros países fue un efecto dominó. En contraste con aquellos acontecimientos, en la sociedad alemana del oriente la resistencia al comunismo fue simbólica. La destrucción del muro ocurrió en noviembre de 1989, cuando el sistema comunista ya había sido desmembrado.

Muchos textos de la memoria colectiva se concentran más en lo erudito que en la investigación de los fenómenos de la memoria, y se desarrollan bajo el interés de disculparse, modelar su imagen y de promover relaciones públicas. Estos resultados dan lugar a una discusión crítica. El peligro de la memoria oficial con rasgos postcoloniales no es un temor injustificado.

Bibliografía

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Cómo citar este artículo Sarnacki, Andrzej, S.J. «Cómo se construyen las versiones de la memoria en estos tiempos: el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial». Memoria y Sociedad 21, n.° 42 (2017): 38-49. https://doi.org/10.11144/Javeriana.mys21-42.ccvm

1 Andreas Huyssen, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización (México: FCE - Goethe Institut, 2002), 16-17.

2 Enzo Traverso, El pasado. Instrucciones de uso. Historia, memoria, política (Madrid: Marcial Pons, 2007), 16-17.

3 Eugenia Allier Montaño, «Memoria, política, violencia y presente en América Latina», en Conflicto, memoria y pasados traumáticos: El Salvador contemporáneo, ed. Eduardo Rey y Pilar Cagiao (Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, 2011), 47, 57.

4 Harald Welzer, Sabine Moller y Karoline Tschuggnall, Mi abuelo no era nazi. El nacionalsocialismo y el Holocausto en la memoria familiar (Buenos Aires: Eduntref - Prometeo Libros, 2012), ya en el título.

5 Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión (Buenos Aires: Siglo XXI, 2006), 47.

6 Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria (Madrid: Siglo XXI, 2002), 121, citando a van Alphen.

7 Nora Rabotnikof, «Herencias intangibles», en En busca del pasado perdido. Temporalidad, historia y memoria, ed. María Mudrovcic y Nora Rabotnikof (México: Instituto de Investigaciones filosóficas, UNAM - Siglo XXI, 2013), 192.

8 Nora Rabotnikof, «De conmemoraciones, memorias e identidades», en Independencia y revolución: pasado, presente y futuro, ed. Gustavo Leyva et ál. (México: UAM - FCE, 2010), 426-427.

9Evan Mawdsley, II wojna swiatowa: nowe ujecie (Krakow: Wydawnictwo UJ, 2011), 104-105. [World War II. A New History (Cambridge: The Press Syndicate, 2009)]

10 Algunos dicen que 800 años, pero los judíos vinieron a este territorio en el siglo VIII, antes de la formación del primer estado polaco en el año 966. No se puede negar que incluso con la cultura de tolerancia en tiempos de crisis se ponen en marcha mecanismos de búsqueda de chivos expiatorios, pero nunca expulsados de los judíos o protestantes, o musulmanes.

11 Adam Zamoyski, The Polish Way (New York: Hippocrene Books, 1998), 356-372.

12 Huyssen, En busca del futuro perdido, 17.

13 Stefan Korbonski, Polacy, Zydzi i Holocaust (Warszawa: Instytut Pamieci Narodowej, 2011), 45-71.

14 Véase https://es.wikipedia.org/wiki/Gulag

15 Jozef Marszalek, «Bilanse II wojny swiatowej», en Druga woj- na swiatowa: osady, bilanse, refleksje, ed. Zygmunt Mankowski (Lublin: Wydawnictwo Uniwersytetu Marii Curie-Sklodowskiej, 1996), 59-66.

16 Véase Huyssen, En busca del futuro perdido, sobre: «obsesión conmemorativa», «obsesión memorialista»; véase, también, Traverso, El pasado, 13-14

17 Rabotnikof, «De conmemoraciones, memorias e identidades», 424.

18 Welzer, Moller y Tschuggnall, Mi abuelo no era nazi, 47.

19 Rabotnikof, «De conmemoraciones, memorias e identidades», 427.

20Rafal Ziemkiewicz, « Jakie pikne samobójstwo» [Que buen suicidio], Do Rzeczy [Varsovia], 7 de mayo, 2014.

21 Presentado de manera interesante en la película La caja de música de 1989.

22Aida Edemariam, «Professor with a past», The Guardian [London], 28 de abril, 2007.

23 Durante el tiempo de la ocupación alemana hubo polacos que salvaban judíos, en tanto que otros, que colaboraban con los nazis, los denunciaban. Algunos dicen hoy que los polacos podrían haber hecho más por los judíos, y probablemente es verdad. Sin embargo, para tener una perspectiva completa hay que añadir, primero, que los polacos son el grupo más grande entre los «beneméritos entre naciones» (más de seis mil), una distinción otorgada por el Instituto de Yad Vashem de Jerusalén por sus acciones para salvar judíos durante la Guerra. Segundo, que en Polonia, a diferencia de los demás países de Europa, la sanción por ocultar judíos era la muerte de toda la familia y a veces de los vecinos también. En otros países era la cárcel o una multa. Así, es importante señalar que ocultar judíos resultaba muy peligroso, y que aun así miles de personas y familias decidieron asumir el riesgo.

24 Nydia Constanza Mendoza, «“Pudimos crecer con esto. Pudimos transformar el dolor en lucha". Transmisión de memorias sobre el pasado reciente en H.I.J.O.S Argentina», en Violencia, desaparición forzada y migraciones en Nuestra América, ed. Yollolxochitl Mancillas y Rigoberto Reyes (México: UNAM - Eon, 2012), 30.

Recibido: 03 de Noviembre de 2015; Aprobado: 02 de Mayo de 2016

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