SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.21 issue42Violence, Peace, and Justice in the Middle AgesReseñas author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.21 no.42 Bogotá Jan./June 2017

 

Reseñas

Reseñas

J. Alexander Rojas Ramos *  

*Politólogo, Universidad del Rosario. Estudiante de MA en Historia, Pontificia Universidad Javeriana. Profesor, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad El Bosque. Correo electrónico: jalexanderrojasr@gmail.com

La nación imaginada. Ensayos sobre los proyectos de nación en Colombia y América Latina en el siglo XIX. Quiceno Castrillón, Humberto. Cali: Universidad del Valle, 2015. 324 ppp.


Al campo de la historiografía que versa sus estudios sobre las prácticas de la élite colombiana del siglo XIX, viene a unirse este trabajo de investigación de la Universidad del Valle. Su apuesta metodológica vincula historia conceptual, intelectual y política en un cuadro final que va revelando los «sentidos de nación» que subyacen a la base de cada artefacto cultural, a la vez que expone las estrategias de poder desplegadas por la élite en la búsqueda incesante por imponer y realizar sus imaginarios en la nueva sociedad independiente y republicana.

La obra la componen ocho textos cuya apertura está a cargo de los historiadores latinoamericanos Fabio Wasserman y Juan José Saldaba, muy destacados por sus aportes al debate sobre los procesos de construcción de nación en el hemisferio. En primer lugar, Wasserman presenta el panorama crítico en el cual emergió el concepto de nación en una Hispanoamérica que atravesaba un periodo de rompimiento con el Imperio español y de construcción de los nuevos aparatos de poder de la vida republicana (1780-1830). En segundo lugar, el ensayo de Saldaña resulta importante para un estudio comparado sobre las discontinuidades continentales en la emergencia de instituciones científicas vinculadas con el ejercicio del poder de una élite -en este caso mexicana- que hizo de su cultura letrada un elemento sustancial de su hegemonía a lo largo del siglo XIX.

La segunda sección, dedicada a la producción historiográfica de académicos colombianos, recoge, en el artículo de Humberto Quiceno Castrillón, las reflexiones en torno a la transformación de la «Escuela» entre el periodo final de la Colonia y la República, antes de las grandes reformas radicales de mitad de siglo (1770-1845). Sin duda, la transformación más interesante se verificará en las técnicas pedagógicas adoptadas en la escuela mutua, donde se constata la reproducción de los ideales de una burguesía liberal que había hecho de la ciencia, el capital y el trabajo los valores supremos de su ética. Así, se asiste a la sustitución de un antiguo «saber trascendental» por un «saber concreto», cuyos artefactos culturales reflejaron la ilusión ordenadora del discurso racional de los reglamentos, constituciones, manuales gramaticales, textos escolares, obras de iniciación, relatos de viajeros, descripciones geografías, etc. (12). De manera que ese nuevo saber terminaría vinculándose con lugares igualmente concretos de la vida popular como el taller y el espacio de producción fabril: «se trataba de aprender a leer, escribir y contar para trabajar» (114).

El texto de Gilberto Loaiza Cano, «La nación en novelas (Ensayo histórico sobre las novelas Manuela y María. Colombia, segunda mitad del siglo XIX)», es sin duda el más sugestivo de todo el conjunto de trabajos historiográficos aquí compilados. Con justicia se podría afirmar que es un apéndice de su hasta ahora opus magnum en cuya segunda parte, dedicada a la consolidación de la hegemonía del conservadurismo católico, hace una mención muy tangencial a las contradictorias representaciones de nación que encierra la escritura, marginal o vanguardista, de Eugenio Díaz Castro, y la muy canónica de Jorge Isaacs.1 El problema central se resume en las «condiciones de enunciación» que explican la emergencia y posición dominante de María en la cultura intelectual y el imaginario social colombiano y, en contraste, la marginalidad de Manuela. En palabras del autor: «¿Por qué una sí y otra no?». En este sentido, el ascenso social y caída de una y otra se explican a partir de las «condiciones intrínsecas de cada obra», por un lado, y de los «momentos discursivos», por otro. Así, la marginalidad de Manuela halla sus razones en la distopía del mundo representado por el letrado de provincia Díaz Castro: de tono más popular, casi beligerante, sintetiza la verdadera polifonía nacional que, «en vez de sugerir un mundo ideal, en vez de proponer una armonía social y política, pintó o retrató [...] una vida política aldeana que estaba muy lejos de poner en obra los lemas de una república perfecta» (154). De otra parte, María significaba la cúspide literaria de un miembro de la «élite de la política y la cultura, blanca y católica, principal productora de ideales de nación» (12), a la vez que se ajustaba al canon académico que ya definían figuras descollantes del conservadurismo colombiano, como Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. Más significativa aun resulta la convergencia histórica de la novela (publicada en 1867) con la expansión de la sociabilidad caritativa católica a partir de 1857, que fue instrumento principal en la circulación del imaginario de «mujer rezandera y adinerada» (169); además, contó con la expansión del publicismo conservador en la prensa escrita, la producción intelectual y académica, e incluso, con el vertiginoso ascenso de la novedosa prensa especializada del «bello sexo» (1855-1876), que dejó allanado el camino para un ávido público femenino e, in extenso, para una «élite política y cultural blanca, culta, rica de raigambre católica» cuyos criterios estéticos y morales recibieron con simpatía la obra que se constituyó en el «símbolo de la conciliación de un liberalismo moderado y un romanticismo católico».2

Bajo el título «Élites, medidas y Estado en Colombia en la primera mitad del siglo XIX», Luis Carlos Arboleda nos acerca a los debates que se han tejido en torno al uso de la ciencia como instrumento de dominación de una élite letrada criolla. En este caso, las vicisitudes en la adopción del sistema métrico decimal, de parte de la élite local, dan cuenta de las distintas estrategias desplegadas por una minoría, en su afán de imponer en las prácticas de la vida cotidiana -del comercio a la aritmética básica- un sistema de medidas unitario que, paralelamente, fuera dispositivo de poder y reflejo de una nación moderna y unificada.

Muy interesante resulta el artículo «La soberanía a prueba en “Los puñales del 7 de Marzo de 1849”», de Natalia Suarez Bonilla, en la medida que es la antesala perfecta al gran problema de la historia social y política del siglo XIX en torno a las conflictivas relaciones que tejió la clase trabajadora, representada en el artesanado y el liberalismo gólgota (ala radical del reciente Partido Liberal que inaugura el populismo democrático, que tan solo un año antes había estremecido la República burguesa de 1789). El texto en esencia revela, a partir de un riguroso análisis de las percepciones generadas por el acontecimiento y registradas en los medios escritos conservadores y liberales, el «concepto de soberanía popular» y, por ende, la idea de república que comenzaba a definirse al interior de la lucha partidista de mitad de siglo. Bajo la figura de «agorafobia conservadora», la autora nos devela la idea de una república fundada en una rígida democracia indirecta y representativa que se muestra como «la forma ordenada y correcta de manifestación de la soberanía de la nación» (239). En su opuesto extremo, la actitud gólgota se acerca más a una «agorafilia» cuya percepción de la irrupción pública del pueblo fue casi la de «sueño democrático», el cual, según José Hilario López, se habría materializado en su elección presidencial como prueba del «respeto a la voluntad de la mayoría». En síntesis, las emociones que evocó la movilización popular hasta casi su ejercicio coercitivo aquel 7 de marzo de 1849 dan cuenta de una dicotomía eventual, que la autora explica en torno al problema de la soberanía popular y sus repercusiones en las imágenes de nación y república que elaboraba la élite criolla. Sin embargo, consideramos que, tras la ruptura entre proletariado y radicalismo en el golpe artesano-militar de José María Melo (17 de abril de 1854), terminarían acercándose, en lo conceptual y la praxis política, la élite liberal gobernante y el conservadurismo, a tal punto que la imagen discriminatoria que construyó y circuló a través de su prensa escrita de «un pueblo incapacitado para gobernar» no distó mucho del exclusivismo político del Olimpo Radical, que se dio durante casi tres décadas de hegemonía política.

En este libro, además, son rastreados los sentidos de nación a través de las tres obras filosófico-jurídicas más significativas3 de José María Samper. Entre una historia conceptual e intelectual, Eric Rodriguez Woroniuk nos presenta las transformaciones del pensamiento político que experimentara Samper entre su juventud radical y la madurez conservadora que lo catapultaría como figura de primer orden de la Regeneración. En el marco de la «transición ideológica» de este individuo se reflejaron, también, los drásticos cambios ideológicos de final de siglo. Verbigracia, la pasmosa transformación de una idea de libertad casi absoluta que sería sustituida en el periodo regeneracionista por la convicción de que «Colombia necesita limitar los derechos individuales teóricamente reconocidos, porque su absolutismo los anulaba y era destructor del orden social» (278). Ideas que no solo constatan las transiciones de una vida intelectual, sino que también fueron elementos de justificación teórica y jurídica del orden fundado en 1886.

Por su parte, Juan Moreno Blanco reconstruye la imagen del hombre nativo y su condición en el orden del discurso de la élite, a través de la narrativa científica construida a partir de la influencia de Humboldt, la cual proveyó tanto la materia prima de la representación del mundo extraeuropeo, como la imagen propia del hombre occidental en una oposición «civilizado/salvaje». Representaciones que justificarían el proyecto civilizatorio del Occidente moderno y del cual la élite criolla se consideró su agente local. Este proyecto narrativo-representativo que atraviesa los procesos culturales de configuración del mundo a partir de opuestos antagónicos parece, según el autor, hundir sus raíces en el antiguo mito de Prometeo, quien en un acto de piedad regala el fuego a los hombres (metáfora de la luz de la civilización) para que estos superen la oscuridad de su primitivismo natural. Así, desde Colón a Humboldt, pasando por las narrativas cientificistas de la élite republicana, el hombre ilustrado se representó como agente prometeico (civilizador) de una humanidad en tinieblas, a la vez que fundamentó en ello las razones de su «proyecto de dominación sobre [una] alteridad» (317), inculta, salvaje, inferior y, por ende, objeto de su poder tutelar.

En síntesis, los productos de investigación que se presentan en esta obra se destacan por una combinación muy eficiente de herramientas propias de la historia cultural con los sugestivos enfoques de análisis del poder de Michel Foucault, así como con categorías del pensamiento político gramsciano que ha revitalizado la escuela de estudios poscoloniales, resultando muy distintivos de los estudios culturales. Es igualmente importante la diversidad de artefactos culturales -desde manuales de escuela, pasando por novelas clásicas y prensa partidista, hasta obras intelectuales- que sirven de fuente para revelar la pluralidad de ámbitos intelectuales desde los cuales la élite configuró, difundió e impuso sus representaciones de nación.

De otra parte, resulta ya generalizado en los estudios sobre la élite del siglo XIX el descuidar por completo los indicios de una agency popular en los procesos de configuración de la nación colombiana. A tal punto, que el lienzo final en este caso particular es un estudio exclusivo sobre la élite republicana -no las «gentes del siglo XIX colombiano» (9)-, sus estrategias de producción, circulación e imposición de imaginarios de nación a través de la alta cultura. Por ende, resulta aún un reto integrar a la historia cultural y política de las élites el utillaje metodológico y las preocupaciones de la historia social, que pueden arrojar luz sobre las formas históricas que tomó la acción colectiva popular en procesos de recepción, emulación o, incluso, de resistencia frente a los artefactos e ideales culturales elaborados por la clase dominante.

Cómo citar esta reseña Rojas Ramos, J. Alexander. Reseña de La nación imaginada. Ensayos sobre los proyectos de nación en Colombia y América Latina en el siglo XIX, compilado por Humberto Quiceno Castrillón. Memoria y Sociedad 21, n.° 42 (2017): 102-105.

1 Nos referimos a la obra: Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011).

2 Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, 258.

3 Programa de un liberal a la convención constituyente de los Estados Unidos de Nueva Granada (1861); Curso elemental de ciencias de la legislación (1873); Derecho público interno de Colombia (1886).

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons