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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.21 no.42 Bogotá Jan./June 2017

 

Reseñas

Reseñas

Vladimir Daza-Villar *  

*Historiador y profesor, Departamento de Historia y Geografía, Universidad de Caldas (Manizales, Colombia). Correo electrónico: vladimir.daza@ucaldas.edu.co

Indígenas, poderes y mediaciones en La Guajira en la transición de la colonia a República (1750-1850). ., , Polo Acuña, José Trinidad. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012. 398p.


Como bien escribe Juan Manuel Zevallos, la etnohistoria es «una lectura antropológica de la documentación histórica»,1 lo cual, según este mismo autor, constituye un acercamiento de los antropólogos a las fuentes documentales, y de los historiadores a las teorías antropológicas. En esta línea, cabe señalar que en la historiografía mexicana existe un gran interés por conocer el pasado prehispánico -la cultura maya, la de Oaxaca, los tarascos, entre otros-; y que investigadores de gran trayectoria como William Taylor, Charles Gibson y Serge Gruzinski han reconstruido la historia del mundo prehispánico y analizado cómo sobrevivieron y se adaptaron los indígenas a la sociedad colonial.

En contraste, en el ámbito historiográfico colombiano solo de vez en cuando se asoma una obra en el campo de la etnohistoria como la de Jaime Humberto Borja, Los indios medievales de fray Pedro de Aguado. Construcción del idólatra y escritura de la historia en una crónica del siglo XVI, del año 2002; o como la de María Lucía Sotomayor, Cofradías, caciques y mayordomos. Reconstrucción social y reorganización política en los pueblos de indios, siglo XVIII, del 2005, en la que la autora analiza, desde la historia cultural, el surgimiento de cofradías y hermandades indígenas en Sogamoso, Boyacá; o como la de Jorge Gamboa, quien se inspira en la noción de cambio que desarrolla James Lockhart en su obra Los nahuas después de la Conquista -dedicada al funcionamiento de la sociedad náhuatl-, para aplicarla en el estudio de la sociedad muisca luego de la llegada de los conquistadores, y estudiar cómo los indígenas utilizaron las instituciones coloniales en su beneficio; todo lo cual quedó consignado en el libro El cacicazgo muisca en los años posteriores a la Conquista: del sihipkua al cacique colonial, 1537-1575, publicado en el 2010.

Al leer El taller del historiador de L.P. Curtis, el lector aprende que la obra de un historiador no solo son los libros, la elección de un tema, el trabajo con las fuentes documentales, sino también la vida misma en relación con la construcción de un proyecto académico de años. En este sentido, hay que resaltar que el historiador José Polo Acuña ha dedicado sus esfuerzos académicos, en el marco de su formación en la maestría y el doctorado en Historia, a la comunidad wayúu. De pronto para el caso de la comunidad étnica de los paeces del Cauca uno no podría encontrarse con un entusiasmo similar de su parte por el tema étnico, el cual se ha expresado en artículos regionales y nacionales y varios textos. De ello da buena cuenta, por ejemplo, el que Polo Acuña haya gestionado con sus estudiantes del pregrado en Historia de la Universidad de Cartagena la digitalización de la valiosa Notaría Primera de Riohacha, que contiene documentos acerca del comercio riohachero, del puerto y de las relaciones de la sociedad riohachera con los wayúu, y que estaba a punto de ser devorada por el polvo y el inclemente clima de mediocridad local.

Así mismo, es clave destacar que, para escribir su obra, José Polo Acuña ha hecho una lectura reflexiva de lo mejor de la etnohistoria mexicana y peruana, así como de la consulta acuciosa, total diría, de los documentos de los archivos que reposan en Riohacha, Santa Marta y el Archivo General de la Nación en Bogotá, que están representados en varios artículos y direcciones de tesis y la creación de una línea de investigación seria.

La obra que reseñamos del historiador José Polo, publicada en 2012, se mueve entre las ideas de resistencia y transición, las cuales representan las nuevas tendencias de la investigación etnohistórica latinoamericana. El libro, que se halla respaldado por una amplia bibliografía de carácter etnohistórico, aborda en grandes trazos las preocupaciones de la investigación histórica acerca de La Guajira, como la relación conflictiva de Colombia con la nación guajira, la geografía y el espacio, las rebeliones wayúu contra el poder colonial y republicano, el contrabando, el mestizaje.

En su libro anterior, resultado de su maestría en historia, titulado Etnicidad, conflicto social y cultura fronteriza en la Guajira (1750-1850), el autor dedicó su atención al estudio de lo que él llamó la cultura fronteriza «y cómo se dio en el período 1700-1850». Ahora, a diferencia de otros trabajos suyos y de lo que plantean algunos autores acerca de La Guajira, Polo analiza su proceso de transición de colonia a república, para lo cual parte de 1750 y finaliza en 1850.

La obra inicia, entonces, con el análisis de Las Guajiras, como denomina el autor a la diversidad geográfica de la península, y su relación con sus habitantes, los wayúu; estos, según Polo Acuña, se relacionaron de manera desigual con la naturaleza. Es decir, se trata de una antropología ecológica que busca comprender cómo la geografía de Las Guajiras se refleja en las formas de ocupación de su territorio. Una novedad de esta obra es que el autor estudia el territorio tal como los guajiros lo percibían, es decir, «un espacio que sobrepasaba la imaginaria línea fronteriza entre provincias coloniales o Estados nacionales».

Para tal fin, el investigador también analizó las ricas fuentes documentales que reposan en los archivos de Maracaibo y en el Archivo General de la Nación de Venezuela, en Caracas. De esta manera, aparecen en la historiografía acerca de La Guajira, tanto su parte venezolana como colombiana, las cuales fueron construidas por cada uno de los Estados nacionales, a través de sus mapas, instituciones y militares, como una «sola». Emergen, entonces, La Guajira, con Riohacha como lanza de entrada en el territorio étnico desde la Nueva Granada, y la villa de Sinamaica, con igual función desde el lado de la Provincia de Maracaibo, así como los ríos Ranchería y El Limón. En otras palabras, el autor logra obtener, digamos, el paisaje ambiental, social y étnico de La Guajira.

Al referenciar el trabajo de Marta Herrera, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales, según el cual el «agua para los andinos era percibida como un obstáculo» (aunque los principales poblados humanos siempre se asentaron cerca de un río), José Polo, considera que, en La Guajira, «tanto el agua como las alturas jugaron un papel importante» en la percepción geográfica de los indígenas.

En este interesante capítulo acerca de geografía de La Guajira, se despliegan las principales hipótesis de la obra. Según el profesor Polo, los censos de Venezuela y de Colombia de los siglos XIX y XX «invisibilizaron» a los wayúu y homogeneizaron a la población de La Guajira. En definitiva, los censos, como instrumento político del Estado colonial y republicano, solo contaban a la población reducida, controlada, e ignoraban a la población de la alta Guajira, cuando en verdad esta constituía la mayoría. La población wayúu estaba organizada en el territorio por Parcialidades; algunas gozaban de caudales, se hallaban emparentadas entre sí y poseían control de amplios territorios, como fue el caso de los caciques Toribio Caporinche y Pablo Majusares, de la alta Guajira, donde comerciaban con los holandeses; o del cacique Arguasi, que controlaba el territorio de sabana del Valle, Cojoro. El investigador logra, entonces, determinar con claridad qué parte del territorio dominaban los caciques.

Muchas parcialidades de la Costa controlaban puertos; otras, el negocio de las perlas, y algunas más, el corte del palo de tinte para negociar con los extranjeros. Dichos territorios étnicos fueron dominados por los wayúu y sus parcialidades hasta bien entrado el siglo XX, cuando los estados nacionales de Colombia y Venezuela requerían «colombianizar» y «venezolanizar» a la nación guajira.

Es evidente el esfuerzo analítico del investigador por comprender cómo funcionaban dichas parcialidades a través del concepto de Lévi- Strauss de sociedades de casas, y por abordar las parcialidades más poderosas bajo el concepto de apellido patronímico del mediavalista Georges Duby. Afirma el investigador que dichos conceptos permiten comprender cómo muchos mestizos o zambos podían ser incorporados a estos grupos indígenas, así como entender el prestigio de los jefes indígenas y su capacidad de cooptación.

Así, al tener el control de amplias zonas del territorio, las parcialidades indígenas ejercían un enorme intercambio comercial de contrabando con los holandeses e ingleses, particularmente en las zonas costeras y la alta Guajira. Vale la pena recordar aquí2 la afirmación de Lance Grahn, quien señala, sin mucho respaldo estadístico -como bien lo señala el historiador económico Adolfo Meisel Roca-: que «el comercio ilegal domina las economías comerciales de las tres provincias caribeñas». Ocurre algo similar cuando se habla del cuantioso contrabando de La Guajira sin que medie un análisis estadístico: ¿cuánto representaba para la economía legal el contrabando guajiro?, ¿cómo medirlo? También sería importante relacionar los gastos militares para contener a los guajiros con el situado fiscal que recibían Cartagena y Santa Marta, puesto que a la Caja Real de Riohacha le urgían tales recursos, como bien lo solicitaba el pacificador Antonio de Arévalo.

De otro lado, un capítulo interesante es el dedicado al «Mestizaje, intermediarios étnicos y liderazgo indígena», donde el investigador analiza el proceso de mestizaje político de la sociedad indígena wayúu, cuyo centro era el pueblo de Boronata. Un caso concreto de mestizaje político es el del cacique don Cecilio López Sierra, personaje a quien ya el profesor Polo le había dedicado un artículo. En esta ocasión el investigador extiende su análisis a la familia de tal cacique, e incluye, por ejemplo, al presbítero Joseph López Sierra, quien tenía a su cargo la iglesia de Boronata y quien había escrito un diccionario de la lengua guajira.

Finalmente, el capítulo acerca de «La Guajira en la República» muestra las estrategias políticas, militares y comerciales desarrolladas por los Estados nacionales de Colombia y Venezuela, a partir de 1830, para someter el territorio étnico wayúu, empresa que les representaría grandes esfuerzos. Por su parte, la Venezuela republicana retomó la vieja villa colonial de Sinamaica, para reiniciar la conquista militar del territorio guajiro; aún hoy esta población, así como la de Paraguaipoa, tienen la marca de haber sido un territorio de avanzada militar, lo cual se manifiesta en su pobreza. De igual manera, el Estado republicano colombiano retomó la destartalada ciudad colonial de Riohacha como avanzada contra el territorio guajiro. Cabe señalar que ambos Estados utilizaron las viejas estrategias de entregarles dádivas a los indígenas para cooptarlos. Con todo, es evidente que la transición de la nación Guajira en las repúblicas fue lenta y poco exitosa.

Cómo citar esta reseña Daza Villar, Vladimir. Reseña de Indígenas, poderes y mediaciones en La Guajira en la transición de la colonia a República (1750-1850), de José Trinidad Polo Acuña. Memoria y Sociedad 21, n.° 42 (2017): 106-109.

1 Juan Manuel Zevallos, La etnohistoria en México. http://www.redalyc.org/pdf/139/13900707.pdf

2 Adolfo Meisel Roca, «¿Situado o contrabando?: la base económica de Cartagena de Indias y el Caribe neogranadino a fines del Siglo de las Luces», en Cartagena de Indias en el siglo XVIII, eds. Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca (Cartagena de Indias: Banco de la República, 2005).

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