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Palabra Clave

versión impresa ISSN 0122-8285versión On-line ISSN 2027-534X

Palabra Clave v.14 n.1 Chia ene./jun. 2011

 


Análisis crítico del discurso y arqueología del saber:
dos opciones de estudio de la sociedad
1

Critical Analysis of the Discourse and Archeology of Knowledge:
Two Options for Studying Society

David Alberto Londoño-Vásquez2, Ladis Yuceima Frías-Cano3

1 El presente artículo es el resultado de la reflexión teórico-metodológica de los SMN I y II de Postestructuralismo, llevados a cabo en el Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud de Cinde-Universidad de Manizales durante el 2010.

2 Candidato a Doctor en Ciencias Sociales. Magíster en lingüística. Profesor, Institución Universitaria de Envigado, Colombia. dalondono@iue.edu.co

3 Bibliotecóloga; candidata a Magíster en Comercio Internacional. Profesora, Institución Universitaria de Envigado, Colombia.

Recibido: 08/03/11 Aceptado: 25/05/11



Resumen

El presente artículo se divide en tres partes. En la primera se desarrollan los conceptos relacionados con el análisis crítico del discurso y la arqueología del saber, haciendo énfasis en las principales características y elementos conceptuales propuestos por diferentes autores adscritos a dichos enfoques. En la segunda, se realiza un análisis cualitativo de las diferencias y similitudes encontradas entre ambos enfoques. Finalmente, en la tercera parte se proporcionan las conclusiones relacionadas con los dos enfoques de análisis discursivos aplicados al campo del estudio de la sociedad.

Palabras clave: análisis crítico del discurso, arqueología del saber, enunciados, estructuras de actitud, modelos mentales, poder.



Abstract

This article is divided into three parts. The concepts related to a critical analysis of the discourse and archeology of knowledge are developed in the first part, with an emphasis on the main characteristics and conceptual elements proposed by different authors who subscribe to those approaches. The second part offers a qualitative analysis of the differences and similarities between both approaches. Finally, the third part offers conclusion on both approaches to discourse analysis as applied to a study of society.

Key words: Critical analysis of discourse, archeology of knowledge, statements, structures of attitude, mental models, power.



Introducción

El análisis del discurso es una disciplina de las ciencias humanas y sociales que estudia sistemáticamente el discurso escrito y oral como una forma del uso de la lengua, como evento de comunicación y como interacción, en sus contextos cognitivos, sociales, políticos, históricos y culturales. El análisis del discurso (AD) como disciplina independiente surgió simultáneamente en los años sesenta y setenta, alimentándose de múltiples disciplinas como: antropología, lingüística, filosofía, poética, sociología, psicología cognitiva y social, historia y las ciencias de la comunicación. El desarrollo teórico y metodológico del AD fue paralelo a los intereses de otras interdisciplinas como la semiótica, la pragmática, la sociolingüística, la psicolingüística, la socioepistemología y la etnografía de la comunicación. En los últimos años, el AD se ha hecho muy importante como aproximación cualitativa en las ciencias humanas y sociales.

Según el enfoque sobre el discurso (como texto, estructura verbal, proceso mental, acción, interacción o conversación), hay muchas líneas en el AD, como la gramática del texto, el análisis de la conversación, la psicología del procesamiento del texto, la psicología discursiva, la retórica, la ideología, el análisis de la argumentación y de la narración, y la teoría de géneros, entre otras. Es común que se use el texto como enfoque para un análisis de discurso; sin embargo, es necesario conocer la diferencia entre texto y lenguaje.

El interés del presente artículo es la comparación entre dos opciones de análisis que permiten identificar, estudiar y construir una reflexión investigativa de las realidades sociales, las cuales utilizan diferentes vías, conceptos y marcos lógicos, pues sus intereses, si bien son semejantes: el discurso, se dispersan desde la construcción conceptual de cada una estas opciones, ya que parten de un estado del arte distinto: el análisis crítico del discurso (ACD) como resultado de la interdisciplinariedad de la lingüística, el cognitivismo, la cultura del texto, los elementos sociales y el contexto, y la arqueología del saber (AS) como opción de análisis de la realidad que parte de la de-construcción del conocimiento moderno como propuesta postestructuralista que se aleja de la lingüística y propone su propio marco de definición conceptual.

Por último, los distintos enfoques en cuestión difieren en su interpretación de los sucesos discursivos. Los procedimientos de índole más hermenéutica o interpretativa se oponen a las interpretaciones más orientadas al texto. Sin embargo, en este artículo, la atención se centra en los estudios sociocognitivos (van Dijk, 1980), el método histórico discursivo (Fairclough y Wodak, 2000) y el análisis crítico político (Chilton y Scháffner, 2000).


Antecedentes

Para la lingüística, el texto es la unidad superior de comunicación y de la competencia organizacional del hablante. Su extensión es variable y corresponde a un todo comprensible que tiene una finalidad comunicativa en un contexto dado. El carácter comunicativo, pragmático y estructural permite su identificación. Ahora bien, en la descripción de un texto hay que considerar factores en relación con la competencia discursiva, la situación y las reglas propias del nivel textual. Es de anotar que este concepto es replanteado por el ACD y el AS, según sus diferentes marcos de interpretación. Sin embargo, se aprecia que el contexto juega un rol fundamental en la descripción y explicación de los textos escritos y orales. A pesar de que no existe una teoría del contexto, el concepto es utilizado por diversos expertos en una variada amplitud de significados. En la línea de enfoque de van Dijk (2000a, p. 15), se puede definir como "la estructura que involucra todas las propiedades o atributos de la situación social que son relevantes en la producción y comprensión del discurso".

Desde una perspectiva sociolingüística, el lenguaje es un hecho social, ya que "surge en la vida del individuo mediante un intercambio continuo de significados con otros significantes" (Halliday, 1982, p. 9). En otras palabras, la construcción de realidad es inseparable de la construcción del sistema semántico en que se halla codificada dicha realidad. En este sentido, "el lenguaje es un potencial de significado compartido, a la vez tanto una parte como una interpretación intersubjetiva de la experiencia" (p. 10). Esto permite que el lenguaje se convierta en uno de los sistemas semióticos que constituyen una cultura, ya que simboliza activamente el sistema social, representando metafóricamente en sus patrones de variación lo que caracteriza a las culturas humanas; "eso es lo que permite a la gente jugar con la variación en el lenguaje, utilizándola para crear significados de tipo social" (p.11).

De igual forma, el discurso ha sido generalmente confundido con el lenguaje y el texto. Algunos lingüistas estructuralistas proponen que la diferencia entre discurso y texto es que el primero se utiliza para referirse al escrito o la conversación concretos, socialmente desplegados, y el segundo se refiere a sus estructuras abstractas (por ejemplo, gramaticales). Sin embargo, bajo una mirada multidisciplinaria, que combina un análisis de aspectos lingüísticos, cognitivos, sociales y culturales del texto y la conversación en contexto, desde una perspectiva sociopolítica crítica como la de van Dijk, el discurso se define como un evento comunicativo específico, que es en sí mismo bastante complejo, y al menos involucra a una cantidad de actores sociales, esencialmente en los roles del hablante / escribiente y oyente / lector (pero también en otros roles, como observador o escucha), que intervienen en un acto comunicativo, en una situación específica (tiempo, lugar, circunstancias) y determinado por otras características del contexto.

De una forma más simple, este evento comunicativo (discurso) se puede definir como un producto verbal, oral o escrito, del acto comunicativo, es la unidad de uso (lenguaje) que pertenece a la unidad teórica abstracta (texto) dentro de la esfera del conocimiento lingüístico.

En síntesis, esta diferencia permite ver cómo, si bien el lenguaje es el producto social de una interacción, este no es igual para todos los individuos que pertenecen a dicho grupo social, ya que variables como la educación, la familia, el barrio, los amigos, es decir, el contexto, nos permiten realizar diferentes tipos de textos, tanto orales como escritos, los cuales llevan un acto de habla ilocutivo determinado y generan diferentes tipos de interpretaciones y sensaciones dependiendo de quién sea o dónde esté el público, el interlocutor, el otro. Es esta riqueza de interpretaciones la que permite proponer y utilizar diversos métodos o enfoques de análisis en un determinado discurso y, por tanto, en los resultados del respectivo análisis.

Finalmente, durante el desarrollo y la teorización del AD de los últimos años han surgido numerosas propuestas de análisis, las cuales proponen, complementan o se enfocan en objetivos diferentes al análisis crítico del discurso y la arqueología del saber. Los lingüistas Humberto López (1994) y Omer Silva (2002) coinciden en proponer la siguiente división: etnografía (Saville-Troike, 1982), estructuralismo y semiótica (Tobin, l990), sociolingüística y pragmática (Salkie, l995; Leech, l996), etnometodología (Giles, l979; Stubbs, l993), psicología cognitiva (Green,1989; Turner, 1996), psicología social y discursiva (Giles, 1979), y estudios de la comunicación (Brown, 1994).

Lo anterior evidencia que desde diferentes disciplinas del siglo XX, el AD se ha desarrollado de forma interdisciplinaria, proponiendo diferentes perspectivas teóricas e intereses investigativos. Entre ellos el análisis crítico del discurso, el cual se desarrolla a continuación.


El análisis crítico del discurso

El análisis crítico del discurso (ACD) es un enfoque especial que toma posición política y analiza el papel del discurso en la reproducción de la dominación (como abuso de poder), así como en la resistencia contra la dominación. Es un enfoque interdisciplinar del análisis del discurso que considera "el lenguaje como una forma de práctica social" (Fairclough, 1989, p. 20), y analiza cómo la dominación se reproduce y se resiste con los discursos. El ACD se desarrolló alrededor de 1980 desde la lingüística crítica, y se fundamenta en el acceso desigual a los recursos lingüísticos y sociales, que son controlados por las instituciones. Los patrones de acceso al discurso y a los eventos comunicativos son un elemento esencial para el ACD.

En términos de método, el ACD se puede describir como hiper o supralingüístico, en el sentido de que los profesionales del ACD consideran el contexto discursivo de manera no restringida, o el significado que existe más allá de las estructuras gramaticales. Esto incluye la consideración del contexto político e incluso económico del uso de la lengua. Fairclough (1989, p. 15) destaca que "la lengua conecta con lo social por ser el dominio primario de la ideología y por ser tanto el interés principal como el lugar en que tienen lugar las luchas de poder". Esa relación ideología-conocimiento-contexto se materializa a través de las estructuras de actitud y los modelos mentales de los individuos y los discursos que ellos generan.


Elementos generadores del discurso en el ACD

El ACD propone las estructuras de actitud y los modelos mentales como elementos generadores del discurso, ya que cada uno de los individuos se refiere a estos en los diferentes contextos de interacción. Además, dichos elementos encuentran en la ideología el marco de generación e interpretación de construcciones discursivas de legitimación, manipulación y oposición al poder. Por tanto, a continuación se verá qué son las estructuras de actitud y cómo se relacionan con los modelos mentales en los discursos.


Estructuras de actitud

Teun van Dijk (1998) elabora una teoría comprensiva de la ideología en el marco de las relaciones que se dan entre cognición, discurso y sociedad; desde este punto de vista, las ideologías se entienden como sistemas de creencias, lo cual implica que pertenecen al campo simbólico y del pensamiento, es decir, al nivel cognitivo. Su carácter social proviene de la manera como se relacionan con los conflictos, los intereses y las expectativas de grupos, organizaciones e instituciones.

Ahora, siendo sociales y con frecuencia asociadas a los intereses, conflictos o luchas de un grupo determinado, las ideologías legitiman o posibilitan oponerse al poder y al dominio, desempeñando funciones de manipulación, legitimación, oposición y resistencia, que se expresan privilegiadamente como prácticas sociales discursivas, por lo que el discurso cumple un importante papel en el proceso de su reproducción.

En este marco, la ideología es "la base axiomática de las representaciones sociales compartidas por los miembros de un grupo" (van Dijk, 1998, p. 163). Esto implica que el concepto de representación social se entienda en términos de conjuntos de creencias socialmente compartidas: así, los grupos organizan sus creencias sociales en términos de lo bueno o lo malo, lo correcto o lo incorrecto, y actúan conforme a esos principios. Además, la ideología puede incidir en lo que se acepta como verdadero o falso, particularmente cuando tales creencias son relevantes para el grupo (Condor y Antaki, 2000).

Las creencias, como producto del pensamiento humano, tienen dimensiones cognitivas, discursivas y sociales: "son unidades de información y procesamientos, así como condiciones y consecuencias mentales del discurso y la interacción social" (Pardo, 1999, p. 67). De esta manera, las creencias son unidades o representaciones construidas en el procesamiento de la información que los seres humanos generan en la mente como seres cognoscentes, sociales y discursivos. Las creencias, en tanto constructos mentales, son la base desde donde se constituyen las ideologías que se expresan en discursos y, en general, en las prácticas sociales y culturales. En consecuencia, las creencias forman parte de los tejidos sociales que constituyen los hechos de la realidad social y cultural.

Se pueden diferenciar dos clases básicas de creencias: las individuales o personales, y las sociales. Las primeras se almacenan en la memoria episódica o personal en la que se representan y procesan hechos, situaciones o eventos concretos en los que el sujeto participa directa o indirectamente, o construye desde la información referida por otros. Las segundas son las que se comparten con otros miembros de la comunidad constituyendo las creencias sociales que conforman el vasto conocimiento del mundo del que dispone el sujeto, y se almacenan en la memoria social4.

Las estructuras de actitud con frecuencia regulan a los grupos humanos y les indican formas de valoración en términos de lo bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto, lo bello y lo feo (como se referenció anteriormente), y, por tanto, incluyen creencias evaluativas u opiniones que en alguna medida son también sociales y se basan en valores y normas compartidas. Esto es, las ideologías incluyen opiniones grupales o sociales, las cuales son generales y abstractas y se agrupan en campos específicos de la realidad social. Según van Dijk (1998, p. 84) "estos grupos de opiniones son las actitudes". Puesto que las opiniones son creencias con las que se puede o no estar de acuerdo, ellas no dicen nada acerca del mundo sino acerca de las personas que las poseen o de sus relaciones con el mundo.

La conceptualización de la opinión se diferencia de otro tipo de creencias socialmente compartidas, como el conocimiento sociocultural, el cual construye creencias fácticas que se basan en criterios de verdad socialmente reconocidos. El conocimiento sociocultural se asocia con las creencias fácticas compartidas y con los criterios compartidos para la determinación de su verdad. Esta diferencia clásica se relaciona con la distinción entre el saber (episteme) y la opinión (doxa), lo cual posibilita distinguir teóricamente entre creencias evaluativas socialmente compartidas, opiniones y actitudes, y creencias fácticas socialmente compartidas o conocimiento5.

La cognición social, en palabras de van Dijk (1998, p. 162), "está constituida por el conjunto de representaciones mentales socialmente compartidas y los procesos de su uso en contextos sociales". Pero, por una parte, no todas las formas de conocimiento sociocultural son controladas u organizadas por el sistema ideológico, ya que el conocimiento general y cultural es la base de todas las creencias específicas de un grupo, incluyendo las ideologías. Así, el conocimiento cultural es el conjunto de creencias compartidas por todos los miembros competentes de una cultura, de las cuales se sostiene su verdad bajo criterios de veracidad también compartidos. Este es el conocimiento que todos los miembros de una cultura tienen que aprender y el que, en el discurso, se puede presuponer; lo conforman las creencias aceptadas y de sentido común, al igual que las creencias especializadas (científicas) adoptadas por toda la cultura (Garton, 1994).

En consecuencia, el conocimiento cultural se refiere a un fenómeno social y colectivo. Por otra parte, el conocimiento de un grupo se construye a partir del conocimiento general cultural, y se verifica a través de los criterios de verdad, que pueden ser culturales pero aplicados en forma distinta, o a través de los criterios específicos del grupo, consensualmente determinados, generando categorías de juicios.

Finalmente, es importante señalar que la selección y el orden de las categorías de juicio no es arbitrario, sino una función de la posición social, los objetivos, los recursos, las actividades y otros intereses del grupo que comparten tal actitud. Ahora, es necesario que se observen los modelos mentales y su papel en las construcciones discursivas.


Modelos mentales

Según el concepto de ideología trabajado anteriormente, las ideologías, con el conocimiento, las actitudes y los valores, son representaciones sociales compartidas por miembros de un grupo (Garton, 1994; van Dijk, 1998; Pardo, 1999), pero las personas las utilizan de modo individual, tal como hacen con su conocimiento del lenguaje o las actitudes de su grupo o cultura. Por tanto, las ideologías se adquieren gradualmente, se desarrollan y cambian en y por prácticas sociales situadas, y se reflejan especialmente en el discurso gracias a los modelos mentales.

Los expertos insisten en dos conceptos importantes para los modelos mentales: a) la memoria personal, y b) la memoria social. La primera es conocida como episódica, pues señala al modelo mental como representaciones de episodios en la memoria personal. Este modelo es subjetivo y representa la experiencia personal y la interpretación del acontecimiento que efectúa el participante. El segundo tipo de memoria también es llamada semántica.

La interrelación entre cognición, discurso y sociedad, y su articulación en las interfaces a través de modelos mentales, permite la integración de los modelos episódicos y los de contexto de manera privilegiada en los modelos textuales, conectando las representaciones personales de la memoria episódica con las representaciones de la memoria social para fundirse en los modelos textuales o discursivos que recuperan la práctica sociocomunicativa de los miembros de una cultura.

Un modelo mental episódico es la representación de eventos en la memoria personal, construidos en torno a la categoría sí mismo, lo que le da su carácter subjetivo. En este sentido, representa la experiencia personal y la interpretación del evento por parte del participante, así como su perspectiva y opinión acerca del mismo. Esto se formula como un modelo episódico. Aquí, en realidad, lo que el sujeto hace es construir el modelo para el evento acerca del cual trata el discurso, generando las condiciones para su comprensión o interpretación. Forman parte del modelo episódico los modelos de experiencia, acontecimiento y descriptivo.

Los modelos de acontecimiento interpretan situaciones en eventos comunicativos; son personales, subjetivos y posiblemente parcializados, y tienen la misma estructura del modelo episódico del que forman parte circunstancias, participantes y acción. Según van Dijk (1998, p. 109), "Los modelos descriptivos representan acontecimientos en los cuales el sujeto cognoscente no ha participado, por lo que provienen de una experiencia indirecta, en particular de o que oye o lee". Además, los modelos de experiencia también dan cuenta de la noción de conciencia, es decir, dotan de los recursos para construir interpretaciones sobre nosotros mismos y sobre el ambiente que nos rodea, ayudando a dar forma a los modelos episódicos para comprender eventos que no son familiares a la luz de aquellos que se conocen personalmente.

Los modelos garantizan la comprensión de la realidad que nos rodea y, además, proporcionan los elementos para hablar de ella. Es lo que cotidianamente se expresa como historias, las cuales portan las categorías básicas de los modelos, los participantes y sus roles, acciones, ubicación espaciotemporal y circunstancias. Estas últimas estructuran y organizan diversas formas de comprender los eventos, y determinan las maneras en que se habla acerca de ellos6.

Los modelos de contexto son la interfaz entre los modelos episódicos y el discurso. Representan las restricciones pragmáticas que "influyen en el significado y la forma del discurso"7, así como las condiciones de los actos de habla, de cortesía, los factores y las circunstancias institucionales, el sentido de pertenencia, el conocimiento mutuo, las opiniones acerca de los otros, las metas e intenciones del evento comunicativo, entre otras. De mayor importancia, incluso, resulta el hecho de que los modelos de contexto operan como el sistema de control del procesamiento del discurso. La estructura del modelo de contexto es similar a la del episódico, pero su eje interpretativo es la categoría participante, en la que se instaura el sí mismo, la que "define la subjetividad del discurso, monitorea la perspectiva y el punto de vista y organiza las características subjetivas del texto" (van Dijk, 1998).

En otras palabras, a pesar de las dimensiones generales, sociales y culturales, es la construcción personal de esos criterios de relevancia la que, para cada discurso, ejerce la restricción real del texto. Para esta construcción personal, según van Dijk (1998), existen 16 parámetros situacionales que pueden constituir categorías de modelos de contexto, estos son los siguientes: dominio, interacción global y tipo de evento comunicativo, funciones, intención, propósito, tiempo, lugar, circunstancias, soportes, rol de participante, rol profesional, rol social, afiliación, pertenencia, los otros sociales y las representaciones sociales.


Actos de habla: un aporte desde la pragmática

La pragmática y la influencia del contexto en los actos discursivos son elementos primordiales en la identificación de las intenciones. Es importante recalcar que la pragmática nace desde la filosofía del lenguaje (Austin, 1971) que se interesa por el modo en que el contexto influye en la interpretación del significado. El contexto puede incluir cualquier aspecto extralingüístico: situación comunicativa, conocimiento compartido por los hablantes, y relaciones interpersonales, entre otros.

La pragmática toma en consideración los factores extralingüísticos que condicionan el uso del lenguaje, esto es, todos aquellos factores a los que no se hace referencia en un estudio puramente formal como lo propone la teoría de los actos de habla. Austin (1971) y Searle (1980) distinguen tres clases principales de actos que realiza una persona como hablante: locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios.

Cabe recordar que el ACD se preocupa de cómo los textos orales o escritos funcionan dentro de la práctica sociocultural, esto es, de la descripción y el análisis del nivel textual, de la estructura y organización de los niveles fonológico, sintáctico y lexicosemántico del lenguaje, de los sistemas de intercambios, junto a las estructuras pragmáticas y sociolingüísticas. En otras palabras, el ACD considera el lenguaje como el producto de la organización lingüística en todos los niveles de análisis. Por tanto, su campo de estudio incluye la pragmática, además del análisis conversacional, la sociolingüística y la etnografía, con algunas variaciones como se describe en el siguiente apartado.


Enfoques del ACD

A continuación se presenta una breve reseña de los principales enfoques teóricos del ACD, comparándolos en términos de algunas de sus características fundamentales. Por ejemplo, algunos de los enfoques poseen una perspectiva histórica en su teoría y su metodología; otros la tienen en menor grado o carecen de ella totalmente. Algunos hacen hincapié en la repetición, la previsibilidad y la reproducción de ciertas prácticas; otros, en la creatividad y la innovación. Los enfoques también difieren en su manera de interpretar la mediación entre el texto y lo social. Por un lado, se considera que los procesos sociocognitivos controlan las relaciones discursivas; por el otro, se supone que los mediadores entre lo social y las prácticas discursivas son géneros discursivos específicos.

Algunos estudios del ACD consideran la multifuncionalidad de los textos con una característica importante. En la línea de Halliday (1982), se cree que los textos cumplen y representan varias funciones al mismo tiempo (ideativa, interpersonal y textual; véase lo expuesto más adelante). En contraste, algunos investigadores se ocupan solamente del nivel discursivo sin adoptar un enfoque funcional como punto de partida.


Estudios sociocognitivos

La mayor parte de la obra crítica de van Dijk en la década de los ochenta estuvo dedicada al estudio de la reproducción de los prejuicios étnicos y del racismo en el discurso y en la comunicación, comenzando por el análisis crítico de las noticias que se difundían sobre los ocupantes ilegales de inmuebles, los refugiados, etc.; en otro estudio de los primeros tiempos, van Dijk (1980) analizó cómo hablaban los holandeses y los californianos acerca de las minorías. En 1991, examinó el papel de los noticiarios mediáticos en la reproducción del racismo, combinando análisis cualitativos y cuantitativos de miles de noticias de la prensa británica y holandesa. van Dijk (1993) descubrió que los temas más frecuentes en la prensa correspondían a prejuicios étnicos predominantes en las conversaciones cotidianas: la inmigración como invasión, los inmigrantes y refugiados como el crimen, la violencia y las diferencias culturales problemáticas. En su último libro sobre el discurso y el racismo, van Dijk (1993) investigó una hipótesis que era cada vez más evidente a partir de los estudios previos, a saber, que los discursos de las élites desempeñan un papel decisivo en la reproducción del racismo.

En sus trabajos más recientes, van Dijk se volcó al estudio de cuestiones más generales relativas al abuso de poder y la reproducción de la desigualdad por medio de la ideología. Desde su perspectiva, que integra elementos de sus estudios anteriores sobre la cognición, los que controlan la mayoría de las dimensiones del discurso (preparación, marco, participantes, temas, estilo, retórica, interacción, etc.) son los que tienen más poder. Fairclough y Wodak (1997, p. 376) sostienen que "no se puede y no se debe establecer una relación directa entre las estructuras del discurso y las estructuras sociales: la cognición social y personal opera siempre como una interfaz mediadora entre ambas". Según van Dijk (1999), la cognición es el eslabón perdido en muchos estudios sobre la lingüística crítica y ACD que no logran dar cuenta de cómo las estructuras sociales influyen sobre las estructuras del discurso ni de cómo, precisamente, la conversación y el texto escrito ponen en acto, instituyen, legitiman, confirman o cuestionan las estructuras sociales.


Método histórico discursivo

En un estudio interdisciplinario acerca del antisemitismo en Austria después de la guerra, Wodak y sus colaboradores (1990) idearon un procedimiento que denominaron "método histórico discursivo". El rasgo característico de este enfoque consiste en un intento de integrar sistemáticamente toda la información disponible del contexto (background information) al análisis y la interpretación de las numerosas capas que constituyen un texto hablado o escrito.

Después de este primer intento, se sucedieron otros estudios sobre el prejuicio y el racismo que llevaron al grupo de Viena a consideraciones más generales de carácter teórico sobre la naturaleza (formas y contenido) del discurso racista (acerca de los extranjeros, las minorías autóctonas, los trabajadores inmigrantes, etc.). En lo fundamental, este grupo elaboró el enfoque sociocognitivo de van Djik, suponiendo la existencia de distintos tipos de esquemas que tienen importancia para la producción y comprensión del texto (teorías sociopsicológicas acerca de la planificación y la comprensión de textos). Si bien las formas del discurso racista o prejuicioso pueden ser similares, el contenido varía según los grupos estigmatizados y los marcos que hacen posibles determinadas relaciones lingüísticas. Para Wodak (2000, p. 131), "La metodología histórico-discursiva fue ideada para ser posible el análisis de emisiones prejuiciosas implícitas, y también para identificar y poner de manifiesto los códigos y las alusiones contenidos en el discurso prejuicioso".

El análisis del discurso se ha enriquecido desde diferentes formas de ver el mundo y con concepciones teórico-metodológicas, cada una de ellas igualmente válidas, dependiendo de los intereses investigativos; sin embargo, en esta ocasión los estudios sociocognitivos (van Dijk, 2000, 2001) y el método histórico discursivo (Fairclough y Wodak, 2000) son los dos pilares del ACD. Claro está que esta propuesta tiene un complemento más en el discurso político, como se presenta a continuación.


El discurso político desde el ACD

El análisis del discurso político se ocupa de relacionar las particularidades del comportamiento lingüístico con lo que normalmente se entiende por política o comportamiento político. Este plantea dos problemas que podrían llamar la atención al lector: 1) lo que se considere político dependerá del punto de vista del comentarista, y 2) se puede interpretar que los múltiples actos llevados a cabo mediante el lenguaje (es decir, el discurso) cumplen diversas funciones, no solo políticas, sino también heurísticas, lúdicas, informativas, etc. Cualquiera de los dos problemas podría ser el tema de extensas exposiciones, pero aquí se limita a los siguientes puntos.

En cuanto al primer problema, Chilton y Scháffner (1997, p. 297) definen como potencialmente políticas "aquellas acciones (lingüísticas o no) que involucran el poder o su opuesto, la resistencia". Desde luego, no existe una única definición del concepto de poder que sea compartida por la totalidad de los teóricos políticos.

En cuanto al segundo problema, Chilton Scháffner (1997, p. 297) relacionan "situaciones y procesos políticos con tipos discursivos y niveles de organización del discurso mediante una categoría intermedia, a la que se denomina funciones estratégicas". La noción de funciones estratégicas les permite a los analistas del texto y del habla concentrarse en aquellos elementos que contribuyen a los fenómenos que las personas consideran intuitivamente como políticos, y obviar otras funciones como la informativa, la lúdica, etc. Teniendo en cuenta las enunciaciones anteriores, Chilton y Scháffner (1997, p. 298) postulan las siguientes funciones estratégicas en forma provisional: coerción8; resistencia, oposición y protesta9; encubrimientos10; legitimación y deslegitimación.

Estas cuatro funciones estratégicas están estrechamente relacionadas con funciones que se encuentran en la vida social en general y no solo en la política. No obstante, analizar en términos de funciones estratégicas el comportamiento lingüístico y otras formas de comportamiento comunicativo equivale a considerar políticamente dichos comportamientos, a politizarlos. Se puede considerar a las cuatro funciones como interpretativas o productivas y de diferentes maneras.


La arqueología del saber

El trabajo de Foucault ha sido de interés investigativo desde diferentes disciplinas, y se ha llevado a la práctica con diversos propósitos. Sin embargo, se podría decir que dos ejes centrales han dinamizado la obra de Michel Foucault: el saber y el poder. Claro está que durante este artículo la atención se centrará, principalmente, en el saber. En 1969, Foucault publicó el libro Archéologie du Savoir, allí estableció los elementos que le permitieron dar origen a la formulación de su método arqueológico11. En esta obra, Foucault hace referencia a la filosofía analítica angloamericana, en particular a la teoría del acto discursivo. Dirige su análisis hacia el enunciado, la unidad básica del discurso que considera ignorada hasta ese momento. Los enunciados dependen de las condiciones en las que emergen y existen dentro del campo del discurso. No son proposiciones, ni declaraciones ni actos discursivos, a diferencia de lo propuesto en el ACD, como se vio en el apartado anterior.

En su análisis, Foucault (1973) considera los actos discursivos serios en cuanto a su análisis literal, en lugar de buscar algún significado más profundo. Pero ¿qué entiende Foucault en su obra por saber? El saber por el que se pregunta no se identifica con el conjunto de los conocimientos científicos y filosóficos propios de una determinada época:

En una sociedad, los conocimientos, las ideas filosóficas, las opiniones cotidianas. Así como las instituciones, las prácticas comerciales y policíacas, las costumbres, todo se refiere a un saber implícito propio de esta sociedad. Este saber es profundamente distinto de los conocimientos que se pueden encontrar en los libros científicos, los temas filosóficos, las justificaciones religiosas, pero es el que hace posible, en un momento dado, la aparición de una teoría, de una opinión, de una práctica (Foucault, 1973, p. 10).

Es decir, el saber que le interesa estaría constituido por una cierta red de enunciados implícitos que proyectarían su influencia determinante sobre el conjunto de la cultura. Para Sánchez (1990, p. 114), "Las historias tradicionales del saber pretenden dejar constancia de lo que efectivamente se dijo, aclarar su contenido, descubrir los presupuestos implícitos y formular sus implicaciones lógicas". Pero, ¿qué es un enunciado? y ¿en qué se diferencian los enunciados foucaultianos de los enunciados lingüísticos?


Los enunciados foucaultianos como enunciados no lingüísticos

Al hablar de enunciados, en la teoría foucaultiana, lo primero que se debe hacer es alejarse del mundo lingüístico como tal, y centrarse en la adquisición de conceptos resemantizados en una propuesta teórica que utiliza términos ampliamente trabajados en otras áreas del saber, pero que dentro de su arqueología adopta denotaciones diferentes y, en algunos casos, contrarias. Deleuze (1987, p. 27), en su libro titulado Foucault, comienza afirmando que "Un nuevo archivista es nombrado en la ciudad [...] El nuevo archivista anuncia que ya solo considerará enunciados". Sin embargo, este archivista no se preocupa por problemas de significación, de elementos ocultos, malas interpretaciones, figuras literarias, persuasión lingüística o argumentación, este archivista se centra en otro análisis de la realidad, pero a través de los enunciados que aparecen en los discursos.

¿Cuál ha sido el objetivo de mi investigación?
¿Qué es lo que estaba en mi propósito describir?
[...] el enunciado no es una unidad del mismo género que la frase, la proposición o el acto de lenguaje; Es, en su modo de ser singular, indispensable para que se pueda, decir si hay o no frase, proposición o acto de lenguaje; [...] una función que cruza un dominio de estructuras y de unidades posibles y las hace aparecer con contenidos concretos, en el tiempo y el espacio (Foucault, 1969, pp. 105,114).

Claro está que estos enunciados tienen, al igual que los lingüísticos, características que los diferencian de otras cosas, elementos y objetos. Estos enunciados son raros, "son inseparables de una ley y de un efecto de rareza; estos enunciados son inseparables de un espacio de rareza en el que se distribuyen según un principio de parsimonia" (Deleuze 1987, p.29); además, los enunciados se producen de forma voluntaria algunos, otros no, solo son el producto de la sumatoria de un grupo o familia de enunciados12 que se van consolidando en uno más fuerte, pero estos no parten normalmente de lo común, y pueden tardar años para que se produzcan; hasta que sean considerados como una multiplicidad, pero bajo la perspectiva AS, este grupo de enunciados nunca se convertirá en un sistema o una estructura, como sí ocurre en el ACD.

Esta formación parsimoniosa, en algunos casos, no requiere de originalidad, la verdad es que sería difícil que así fuese, ya que los enunciados en los diferentes discursos se van alimentando de otros enunciados que se repiten, contradicen, trasladan, retribuyen, exploran, comprueban, reprueban o desechan. Esta característica de no originalidad reclama una emisión de singularidades13, "de puntos singulares" (Deleuze, 1987, p. 30) que se distribuyen en un espacio, y a través de un tiempo se van fortaleciendo con diferentes y diversos enunciados. Esta emisión de singularidades no significa que cada individuo tenga una propia, sino que producen o toman enunciados ya existentes y, por ese preciso instante, los hacen suyos; es decir, hay un emplazamiento del sujeto en los enunciados que constituye una variable intrínseca del mismo, una función derivada (una tercera persona)14.

Por otro lado, una de las relaciones enunciados- saber parte de la aseveración de que "los enunciados remiten a un medio institucional sin el cual no podrían formarse ni los objetos que surgen en tales localizaciones del enunciado, ni el sujeto que habla desde tal emplazamiento" (Deleuze, 1987, p. 36). En otras palabras, el saber como espacio, al cual pertenecen las instituciones y los acontecimientos15, y está relacionado con los sujetos, objetos y conceptos, construye y se construye a través de las relaciones discursivas con los medios no discursivos.

Cuando uno se adentra en los dominios foucaultianos inmediatamente se aleja del mundo lingüístico. Otro ejemplo de ello es la formación discursiva, ya que se entiende como una verdadera práctica, que se forma dentro de "lenguajes mortales, capaces de promover y en ocasiones de expresar mutaciones [...] además, el enunciado es una multiplicidad que atraviesa los niveles, que cruza un dominio de estructuras y de unidades posibles y hace que aparezcan, con contenidos concretos, en el tiempo y en el espacio" (Deleuze, 1987, pp. 39, 41). Mientras que desde la pragmática discursiva esta formación responde a necesidades comunicativas y se materializa en diversos actos de habla ilocutivos, los cuales pueden ser entendidos gracias al contexto.

Así pues, Foucault intenta llegar más allá de los contenidos y de los significados, hasta las funciones enunciativas que determinan lo decible y lo visible en un determinado momento histórico16. Es allí donde Foucault pretende poner en relación esas funciones enunciativas configuradoras del discurso con las estructuras y las relaciones de poder subyacentes a ese discurso. Para Sánchez (1990, p. 114), Foucault "no se detiene en el logro de una mera contextualización del saber o del señalamiento de sus presupuestos conceptuales. Su empeño fundamental es la denuncia de las estructuras y de las relaciones de poder subyacentes a un determinado discurso".


El saber y el método arqueológico

Desde esta perspectiva, la pregunta por el saber es arqueológica, y la tarea del arqueólogo consiste en "sacar a la luz este pensamiento anterior al pensamiento [...] ese trasfondo sobre el cual nuestro pensamiento 'libre' emerge y centellea durante un instante" (Foucault, 1966, p. 34). Asimismo, este autor considera que el saber de una época se halla constituido por el conjunto de los regímenes de enunciados posibles, que encuentran sus límites en lo visible y lo decible en un tiempo y lugar determinados, y que resultan del interjuego de reglas que hacen que emerjan algunos enunciados y no otros. En este sentido, "el saber para Foucault es aquel pensamiento implícito en la sociedad, un pensamiento anónimo configurado a partir de ciertas reglas de formación y transformación, y que resulta condición de posibilidad tanto de una teoría como de una práctica o de una ciencia" (De la Fuente y Messina, 2003, p. 1). Es así como el saber constituye aquella experiencia social que, aunque no se inscriba de manera elocuente en algún enunciado concreto, sí puede ser reconstruida a partir de una descripción de las líneas de visibilidad y de enunciación que caracterizan la masa discursiva de un periodo (documentos provenientes de distintos campos). Para Álvarez (1995, p. 7), "el concepto de saber está propuesto para mostrar cómo las ideas o los conceptos surgen por fuera de una tal epistemología".

En este sentido, Foucault propone un trabajo de descripción sobre el archivo, entendiendo por él no la masa de textos recuperados de una época sino el conjunto de las reglas que en un tiempo y lugar definen sobre qué se puede hablar, cuáles discursos circulan y cuáles se excluyen, cuáles son válidos, quiénes los hacen circular y a través de qué canales. Así, el método arqueológico recurre a la historia, pero "esta estrategia no implica buscar las verdades del pasado sino el pasado de nuestras verdades" (Murillo, 1996, p. 39), y por ello para el análisis arqueológico no resulta relevante la veracidad de los documentos sino las condiciones de su aparición, "pues lo que interesa es ver cómo estamos constituidos, desde qué mecanismos; ya que aquello que damos por verdadero tiene un cierto efecto en qué somos y cómo somos" (Foucault, 1966, p. 39).

El análisis arqueológico se focaliza en la dimensión de exterioridad17 de los discursos y busca sus condiciones de existencia en las prácticas discursivas que son, asimismo, sociales. Las prácticas discursivas producen saberes de distinto tipo que, a su vez, las caracterizan y delimitan sus especificidades18. En palabras de Foucault:

No cuestiono los discursos sobre aquello que, silenciosamente, manifiestan, sino sobre el hecho y las condiciones de su manifiesta aparición. No los cuestiono acerca de los contenidos que pueden encerrar sino sobre las transformaciones que han realizado. No los interrogo sobre el sentido que permanece en ellos a modo de origen perpetuo, sino sobre el terreno en el que coexisten, permanecen y desaparecen. Se trata de un análisis de los discursos en la dimensión de su exterioridad (Foucault, 1969, p. 58).

Al llamar arqueológico al método de análisis de la historia, Foucault propone invertir las relaciones que caracterizaron a ambas disciplinas. En palabras del autor:

Hubo un tiempo en que la arqueología, como disciplina de los monumentos mudos, de los restos inertes, de los objetos sin contexto y de las cosas dejadas por el pasado, tendía a la historia y no adquiría sentido sino por la restitución de un discurso histórico: podría decirse, jugando un poco con las palabras, que, en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento (Foucault, 1969, p.11).

Es obvio que el saber entendido de esta manera no puede, desde luego, ser abordado con los métodos-historiográficos tradicionales, y sobre todo, teniendo presente la inclusión de la propuesta foucaultiana del concepto de estrato. Esta redefinición es construida por Deleuze (1987, p. 75) de la siguiente forma: "Los estratos son formaciones históricas, positividades o empiricidades, capas sedimentarias; hechas de cosas y de palabras, de ver y de hablar, de visible y de decible, de superficies de visibilidad y de campos de legibilidad, de contenidos y de expresiones". Este método arqueológico descubre un conjunto de enunciados que configuran los distintos saberes y constituyen la episteme propia de un determinado momento histórico; es decir, "estas epistemes se irían sucediendo unas a otras mediante un proceso discontinuo de corte o mutación, productor de transformaciones radicales en las mismas" (Sánchez, 1990, p. 115).


Similitudes y diferencias

En esta oportunidad, el interés de comparación se centró en dos opciones de análisis que permiten identificar, analizar y construir una reflexión investigativa de las realidades sociales, las cuales utilizan diferentes vías, conceptos y marcos lógicos pues sus intereses, si bien son semejantes: el discurso, se dispersan desde la construcción conceptual de cada una de estas opciones, ya que parten de un estado del arte distinto: el ACD como el resultado de la interdisciplinariedad de la lingüística, el cognitivismo, la cultura del texto, los elementos sociales y el contexto, y la AS como opción de análisis de la realidad que parte de la de-construcción del conocimiento moderno como propuesta postestructuralista que se aleja de la lingüística y propone su propio marco de definición conceptual. A continuación se trabajarán algunas similitudes y diferencias encontradas en dichas propuestas de análisis.


Discurso y realidad social

El ACD define el discurso como una práctica social y, en consecuencia, la tarea central del analista es develar cómo actúa en las otras prácticas sociales, esto es, cómo se construyen los acontecimientos sociales, cómo se formulan, establecen, mantienen o se transforman las relaciones sociales, y cómo se constituye la identidad del sujeto o, más puntualmente, cómo se expresan y reproducen las ideologías en el discurso.

El discurso, en este sentido, es un evento comunicativo específico que implica actores sociales en sus diversos roles, tomando parte de un acto social dentro de un contexto específico. El acto comunicativo puede ser escrito u oral, y puede incluir dimensiones no verbales. En este sentido, el discurso es una actualización, o el producto logrado en el proceso del acto comunicativo. El discurso, por tanto, refiere objetos comunicativos particulares u ocurrencias únicas que involucran actores particulares en contextos y escenarios específicos y concretos. Los límites metodológicos del discurso se formulan en términos de su unidad (de significado), el continuo en el tiempo, la participación sostenida de los mismos interlocutores, y el deslinde de principio a fin.

Por otro lado, el AS es una propuesta que parte de una definición diferente del discurso, si bien se centra en los enunciados y las formaciones discursivas como elementos reales de la sociedad, se desprende de la lingüística para conceptualizarlos y no sigue patrones de análisis lingüísticos, sino arqueológicos. Su objetivo no es descriptivo ni interpretativo, sino histórico-reconstructivo, lo que demanda del arqueólogo remitirse a los archivos, es decir, esos documentos, panfletos, noticias, instituciones, acontecimientos, intervenciones, entre otros elementos de divulgación, que le permitieron a los enunciados formar discursos no lingüísticos.

En esta perspectiva, el ACD exige una postura interdisciplinaria amplia en la que se integran lo cognitivo, lo social, lo cultural, lo lingüístico y lo comunicativo; en este sentido, el discurso es una práctica pluridimensional que se explica simultáneamente como producto sociocomunicativo, esto es, como acto social y discursivo que vive en una situación concreta, y como práctica cognitiva que estructura y construye formas de saber individual y colectivo.

Por su parte, la AS considera el saber como un elemento constituyente de aquella experiencia social que no necesariamente se encuentra inscrita en un enunciado específico, y que puede ser reconstruida a través de las formaciones discursivas de un espacio y tiempo determinados. Esto permite afirmar que para la AS, los enunciados y sus respectivas formaciones discursivas no se rigen por conceptos como cognición, cultura y comunicación, pero sí resaltan, aunque no directamente, el papel de lo social y de los sujetos. Es necesario destacar que estos sujetos no son lingüísticos, y son derivados de los enunciados, y no al contrario como sugiere el ACD.

Por tanto, se podría afirmar que el ACD se relaciona de maneras múltiples con descripciones y explicaciones que provienen de la lingüística, las teorías cognitivas, la sociología cognitiva, la psicología cultural y la teoría de la comunicación, entre otras disciplinas, y es desde esta perspectiva que la conceptualización del ACD se construye como una pirámide cuyos vértices integran la cognición, la sociedad y el discurso. Al contrario, la AS parte de las formaciones discursivas que van surgiendo en la historia, con respecto a un espacio y un tiempo determinados, a través de los enunciados no lingüísticos que son rastreables, analizables y comparables, no en el sentido de quién lo dice o por qué lo dice así, sino como elementos que emergen de la rareza, para romper o trascender eso que es común.


Ideologías y contextos

Tal como se asumen las ideologías en el ACD (van Dijk, 1998; Pardo, 1999), estas poseen estructuras que son comparables con las demás representaciones sociales, es decir, organizan y regulan las representaciones conceptuales acerca de cómo son los grupos y las comunidades, los sistemas axiológicos y las formas de relación intergrupales ancladas en los intereses grupales. Recuperar analíticamente la estructura de la ideología impone partir de su papel en la sociedad, esto es, implica desentrañar los conflictos sociales entre los grupos, si se tiene en cuenta que la ideología es fundamento sociocognitivo y discursivo para el dominio y la resistencia, y que además funciona como el conjunto de principios de que se sirve la sociedad para la explicación del mundo en general y del mundo político, económico y social en particular.

A partir de estas dimensiones, las relaciones entre los grupos marcan la manera en que cada uno se percibe y percibe a los demás; y si se tiene en cuenta que las ideologías tienen una dimensión normativa que señala y regula lo que los miembros de un determinado grupo deben o no hacer, se evidencian las maneras de ser de las prácticas sociales que se asumen en relación directa con los intereses del grupo y las maneras en que se evita que otros interfieran en ellos; por tanto, se puede concluir que la ideología puede representarse en esquemas de grupo y, por ende, formular una estructura en la que las categorías no jerarquizadas universalmente como membresía, actividades, metas, valores y normas, posición y relaciones de grupo o recursos pueden hacer explícita la circulación de ideologías grupales o sociales que dan cuenta de su identidad.

Sin embargo, ni las ideologías ni el contexto son elementos contemplados en la AS, ya que la no originalidad de los enunciados sugiere la cualidad de la repetición, pero para que un enunciado pueda ser repetido necesita de cuatro condiciones: 1) el mismo espacio de repetición, 2) la misma distribución de singularidades, 3) el mismo orden de localizaciones y de emplazamientos, y 4) la misma relación con un medio instituido:

Se objetará que Foucault no hace otra cosa que afinar análisis muy clásicos basados en el contexto. Eso sería desconocer la novedad de los criterios que instaura, precisamente para demostrar que se puede decir una frase o formular una proposición sin tener siempre el mismo emplazamiento en el enunciado correspondiente, sin reproducir las mismas singularidades (Deleuze, 1987, p. 37).

Es claro que dentro de la AS, el contexto no puede ser el elemento clave de interpretación como lo es para el ACD, porque en primera instancia, la interpretación no es su objetivo, como se había afirmado y, además, las condiciones de repetición de los enunciados deben ser iguales —a diferente ideología o contexto, diferente enunciado—. El contexto para Foucault no explica nada, puesto que no hay relación con la formación discursiva que se va a repetir en el enunciado. De todas formas, es posible pensar sobre la relevancia de esos enunciados que han sido producidos en momentos determinados históricamente (contexto), consolidando formaciones discursivas que demandan cambios (posiblemente cargados de una ideología determinada).

En otras palabras, al arqueólogo foucaltiano poco le interesa entrar a develar el contexto y la ideología bajo la cual fueron apareciendo esos enunciados en la sociedad, sino qué es lo qué reclaman determinados enunciados, qué cambios sociales proponen, qué acontecimientos o instituciones producen, cómo se distribuyen, y los enunciados a favor o en contra que reciben. Todos estos espacios de enunciación son los elementos que posibilitan las formaciones discursivas, las cuales no pueden ser consideradas como estructuras ni sistemas, es decir, la realidad social en la AS se determina históricamente a través de los enunciados que hacen parte de las formaciones discursivas que, a su vez, componen los archivos. Son los quiebres de su punto de investigación, quiebres que han intervenido y reformado la sociedad. Es posible afirmar que estas formaciones discursivas no solo la transformaron sino que, de igual forma, han mutado en la sociedad.

Con respecto al ACD, analizar el discurso con la pretensión de comprender críticamente la cultura implica desentrañar las estructuras del discurso para formular explicaciones sobre sus funciones y contextos cognitivos, sociales, políticos, históricos y culturales, dentro de los cuales se enmarca el estudio de la expresión discursiva y la reproducción de la ideología. Todas las personas tienen la capacidad tanto lingüística como social de realizar discursos en diferentes espacios y con diferentes propósitos. Estos discursos no solo representan las ideologías a la cual pertenecen, sino también que proyectan las estructuras o estrategias discursivas en varios niveles y dimensiones. Hay tres formas de observar y de analizar un discurso: a) como un diálogo cotidiano, b) como estructura gramática, y c) como propiedades de acción e interacción, es este último el que realmente importa para este trabajo.


Subjetividades, identidades e identificación

El poder19 es otro de los pilares del trabajo de Foucault, y en este artículo aparece con la construcción conceptual de subjetividad. Cada época tiene un modo histórico de subjetivación porque en cada noción de subjetividad se articulan las distribuciones de poder político que corresponden al momento histórico en que se construyeron. La subjetividad es el modo en que el sujeto hace la experiencia de sí mismo, pero esta no es igual para todos, es la experiencia del particular mundo en el que se vive. En cada momento histórico, los individuos van construyendo diferentes formas de subjetividad.

Además, cabe resaltar que el poder para Foucault "carece de esencia, es operatorio. No es atributo, sino relación: la relación de poder es el conjunto de las relaciones de fuerzas, que pasa tanto por las fuerzas dominadas como por las dominantes: las dos constituyen singularidades" (Deleuze, 1987, p. 53). Esas fuerzas dominantes no pueden confundirse con las ideologías; es decir, el poder no procede por ideologías20. En otras palabras, las relaciones de poder son los elementos constitutivos de las subjetividades, lo cual no está directamente conectado con las ideologías.

Por otro lado las ideologías, según el ACD, consisten en un esquema fundamental del cual la primera categoría define los criterios de pertenencia a un grupo. Junto con el contenido de las otras categorías, tales criterios definen la identidad social de un grupo. Esto significa que tan pronto como un grupo ha desarrollado una ideología, esta define la base para la identidad del mismo. Desde un enfoque sociocognitivo, la identidad es a la vez personal y un constructo social, es decir, una representación mental. Es su representación del sí mismo, la gente se construye a sí misma como miembro de varias categorías y grupos. Para van Dijk (1999, p. 152) "Esta autorrepresentación (o esquema de sí mismo) está ubicada en la memoria episódica (personal). Es una abstracción construida gradualmente desde las experiencias personales (modelos) de los acontecimientos"; además, parte de nuestra autorrepresentación se infiere de los modos en que los otros nos ven, definen y tratan.

Cabe señalar que las identidades de grupo pueden ser más o menos abstractas y desligadas del contexto, del mismo modo que lo son las representaciones sociales; van Dijk (1999, p. 153) propone "distinguir entre identidad personal relativamente desligada del contexto (la que puede ser un compuesto de varias identidades sociales) o sí mismo personal, por un lado, y las prácticas situadas reales de los actores sociales que pueden ser consideradas como manifestaciones de la identidad personal". Por tanto, es importante diferenciar la pertenencia entre identidad social o de grupo21 e identidad personal22.

Con respecto a lo anterior, la pertenencia es principalmente ideológica (como en los partidos políticos), el disenso ideológico habitualmente implica abandonar el grupo por completo cuando las opiniones en disidencia de un miembro son inconsistentes con las del grupo como un todo. Claro está que las ideologías son esencialmente compartidas y, por tanto, necesitan ser definidas a nivel grupal. A menudo, se considera a la identidad de un modo individualista, es decir, en términos de representaciones y procesos de identificación de los miembros de un grupo. Sin embargo, explica van Dijk (1999, p. 155) "del mismo modo en que puede decirse que los grupos comparten conocimiento, actitudes y una ideología, podemos conjeturar que comparten una representación social que define su identidad o 'sí mismo social' como un grupo". En otras palabras, la identidad de grupo se funde con su ideología, lo identifica.

Lo anterior permitiría concluir que si la dimensión cognitiva de la identidad de grupo se define en términos de las representaciones sociales específicas compartidas, la noción de identidad de grupo es más inclusiva que la de ideología23. Aquí es necesario resaltar que, al igual que las identidades personales, las sociales pueden cambiar; es decir, "mientras que algunos principios básicos (ideológicos) pueden permanecer relativamente idénticos por un período relativamente largo de tiempo, las representaciones sociales más específicas, como las actitudes, pueden adaptarse estratégicamente al cambio social y político" (van Dijk, 1999, p. 156). Si la identidad social24 está definida en términos de representaciones sociales compartidas, y si estas pueden cambiar continuamente, también la misma noción de identidad debería ser más dinámica que estática. Es allí donde la identidad se convierte en un proceso en el cual la colectividad está comprometida y se puede definir como identificación25, como algo que se mueve, dinámico, que fluye; esta conceptualización concuerda con algunas de las características de las subjetividades foucaultianas.

Finalmente, es posible que en la actualidad, siguiendo las características descritas por van Dijk (1999), frente a las identidades se puedan considerar las subjetividades, ya que comparten la volatilidad, el dinamismo, la fluidez y los cambios; sin embargo, se alejan, puesto que van Dijk da un peso protagonista al individuo, la persona, al sujeto. Mientras que en la AS el sujeto es derivado de los enunciados, es una tercera persona, no hay algo mío en el enunciado, este enunciado es una construcción de diferentes espacios y se referencia en la formación discursiva.


Conclusiones

El análisis del discurso ha sido, es y seguirá siendo de interés académico e investigativo de múltiples disciplinas, ya que el discurso puede encerrar posibilidades reales de análisis, bien sea a nivel estructural, semántico, pragmático, semiótico, cultural, psicológico o social, y es gracias a esa riqueza de enfoques y métodos que su auge y aportes a las ciencias sociales van en ascenso. Sin embargo, cada propuesta de análisis lleva consigo matices y conceptos propios de cada una de sus disciplinas; por tanto, el ACD y la AS no pueden ser la excepción.

Por un lado, el ACD centrado en la interpretación de elementos semánticos y pragmáticos dentro de un marco compuesto por la triada ideología-contexto-conocimiento, donde el individuo genera actos comunicativos ligados a sus intereses, dependientes de elementos de poder y dominación que influyen aspectos cognitivos como las estructuras de creencias y sus modelos mentales, los cuales son analizables a través del discurso como en el caso de las ideologías que legitiman o posibilitan oponerse al poder y al dominio desempeñando funciones de manipulación, legitimación, oposición y resistencia, que se expresan privilegiadamente como prácticas sociales discursivas, por lo que el discurso cumple un importante papel en el proceso de su reproducción. Es aquí donde las creencias, en tanto constructos mentales, se constituyen en la base desde donde se construyen las ideologías que se expresan en discursos y, en general, en las prácticas sociales y culturales; en consecuencia, las creencias forman parte de los tejidos sociales que componen los hechos de la realidad social y cultural. Así, el conocimiento cultural es el conjunto de creencias compartidas por todos los miembros competentes de una cultura, de las cuales se sostiene su verdad bajo criterios de verdad también compartidos. Este es el conocimiento que todos los miembros de una cultura tienen que aprender y el que, en el discurso, se puede presuponer; lo conforman las creencias aceptadas y de sentido común, al igual que las creencias especializadas (científicas) adoptadas por toda la cultura.

Además, la interrelación entre cognición, discurso y sociedad, y su articulación en las interfaces a través de modelos mentales, permite la integración de los modelos episódicos y los de contexto de manera privilegiada en los modelos textuales, conectando las representaciones personales de la memoria episódica con las representaciones sociales de la memoria social para fundirse en los modelos textuales o discursivos que recuperan la práctica sociocomunicativa de los miembros de una cultura.

En otras palabras, el ACD considera el lenguaje como el producto de la organización lingüística en todos los niveles de análisis. Por tanto, su campo de estudio incluye la pragmática, además del análisis conversacional, la sociolingüística, y la etnografía, con algunas variaciones como se describe en el siguiente apartado. Los enfoques del ACD también difieren en su manera de interpretar la mediación entre el texto y lo social. Por un lado se considera que los proceso sociocognitivos controlan las relaciones discursivas; por el otro, se supone que los mediadores entre lo social y las prácticas discursivas son géneros discursivos específicos.

Con respecto al AS, poco le interesa entrar a develar el contexto y la ideología bajo la cual fueron apareciendo esos enunciados en la sociedad, sino qué reclaman los determinados enunciados, qué cambios sociales proponen, qué acontecimientos o instituciones los producen, cómo se distribuyen, y los enunciados a favor o en contra que reciben. Todos estos espacios de enunciación son los elementos que posibilitan las formaciones discursivas, las cuales no pueden ser consideradas como estructuras ni sistemas; es decir, la realidad social en la AS se determina históricamente a través de los enunciados que hacen parte de las formaciones discursivas que, a su vez, componen los archivos. Son los quiebres su punto de investigación, quiebres que han intervenido y reformado la sociedad. Es posible afirmar que estas formaciones discursivas no solo la transformaron sino que, de igual forma, han mutado en la sociedad.

Es importante recordar que las subjetividades propuestas por la AS no construyen los enunciados, ni participan de las formaciones discursivas sino que, por el contrario, estas subjetividades son derivadas de los enunciados. No hay un yo sino un él. Son los cambios, los quiebres, las instituciones, los acontecimientos, la sociedad, los que hacen que el sujeto realice, reutilice o ponga en práctica ciertos enunciados, y no al contrario, como lo propone el ACD. Por tanto, a través del discurso no se busca describir a quien lo enuncia, sino los aspectos sociales e históricos que lo han llevado a enunciarlo.

Finalmente, tanto el ACD como la AS son propuestas viables y coherentes de análisis del discurso, pero persiguen diferentes objetivos. El primero se centra en el individuo dentro de un contexto enmarcado por una ideología, y la otra, en los elementos y espacios que afectan y dan forma a los enunciados que utiliza el sujeto. Sin embargo, cada uno de ellos analiza la sociedad y los elementos que la componen bajo perspectivas teórico-metodológicas que conjugan epistemológica y ontológicamente con sus objetivos.



Pie de Página

4 Tanto los conceptos de memoria episódica como de memoria social serán desarrollados en el siguiente apartado.

5 En este sentido, las creencias evaluativas están en el orden de lo moral y lo regulativo de la sociedad, en tanto que se basan en el sistema axiológico de la comunidad, mientras que las creencias fácticas se dirigen al orden epistémico.

6 Según van Dijk (1998, p. 108) "comprender un discurso consiste simplemente en la construcción de un modelo" y para poder construir ese modelo se deben tener en cuenta las representaciones mentales socialmente compartidas. Aunque claro está, prima sobre este el modelo de contexto de quien realiza el discurso acerca de un acontecimiento.

7 Además, cuando se produce o se comprende un discurso se construye un modelo mental de la situación comunicativa en la que es posible dicho evento comunicativo: es el modelo de contexto. van Dijk (1998) propone que "Los modelos de contexto representan la experiencia personal del sujeto frente a la situación social presente en su discurso, las cuales determinan las restricciones pragmáticas que dan sentido al discurso: condiciones de cortesía, condiciones del acto de habla, condiciones institucionales y relaciones socioculturales, entre otras".

8 Son ejemplos claros los actos de habla respaldados por sanciones (legales y físicas): órdenes, leyes, edictos, etc. Formas menos obvias de comportamiento coercitivo son aquellos roles discursivos que las personas no pueden evitar fácilmente, o que es posible que ni siquiera perciban, como contestar preguntas espontáneamente, cumplir con pedidos, etc.

9 Quienes se consideran opositores al poder pueden desplegar en un sentido contrario muchas de las estrategias discursivas utilizadas por los poderosos. Sin embargo, pueden existir formas específicas del discurso características de los que carecen de poder.

10 El control político supone el control cuantitativo o cualitativo de la información, el cual es, por definición, una forma de control discursivo. Se utiliza la estrategia del secreto para impedir que la gente reciba información; el caso inverso es la censura, que impide que las personas brinden información.

11 Álvarez (1995, p. 2) sugiere que en la arqueología "rastreamos unas huellas o unos vestigios, tanto las que dan cuenta del surgimiento de la escuela y de los sistemas de instrucción pública [...] la arqueología se encargaría entonces de mostrar aquellos vestigios de lo que se ha institucionalizado, de lo que se ha hecho prácticas, de lo que se ha solidificado como verdad en un momento histórico". En otras palabras, el arqueólogo encuentra indicios de lo que surgió y se quedó en la sociedad.

12 Según Deleuze (1987, p. 32) "lo que forma un grupo o familia de enunciados son reglas de transformación o de variación del mismo nivel, que convierten a la familia como tal en un medio de dispersión y de heterogeneidad, justo lo contrario de una homogeneidad".

13 Para Deleuze (1987, p. 30) "lo fundamental es la regularidad del enunciado: no una media, sino una curva. En efecto, el enunciado no se supone con la emisión de singularidades que supone, sino con el aspecto de la curva que pasa por su entorno, y más generalmente con las reglas del campo en el que se distribuyen y se reproducen".

14 Sujeto, objeto y concepto solo son precisamente funciones derivadas del enunciado. La pura emisión de singularidades como puntos de indeterminación es considerada como otra cosa, con un afuera, el cual puede ser a su vez un enunciado.

15 Claro que "un acontecimiento no es lo que acontece, sino mucho más que eso, sería la expresión de un cambio de época, algo que marcaría un hito, algo extraordinario que, justamente, rompería con aquello que simplemente estaba aconteciendo de manera rutinaria y aceptada" (Álvarez, 1995, p. 4).

16 Para Álvarez (1995, p. 3) las huellas de la historia son "vestigios de algo que sería radicalmente nuevo que irrumpe y altera las verdades y relaciones de poder establecidas hasta el momento".

17 Foucault expone los cuatro principios de método reguladores del análisis de los discursos; cuatro principios que se oponen a las nociones que han dominado la historia de las ideas, a saber: de trastocamiento, de discontinuidad, de especificidad y de exterioridad. Este último propone "no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifiestan en él sino, a partir del discurso mismo, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites" (De la Fuente y Messina, 2003, p. 24).

18 Álvarez (2005) propone una serie de orientaciones metodológicas para la lectura de fuentes primarias dentro de la arqueología del saber. Ellas son: identificación de fuentes, revisión y selección de documentos, prelectura y tematización, fichaje, establecimiento de agrupaciones o cortes históricos, análisis de las fichas y articulación de la información para la redacción del informe.

19 En palabras de Deleuze (1987, pp. 51, 52), "el poder carece de homogeneidad, pero se define por las singularidades, los puntos singulares por los que pasa [...] el poder es local puesto que nunca es global, pero no es local o localizable puesto que es difuso". Por tanto, dado que se puede afirmar que el poder es local pero no localizable, responde a las relaciones de poder, las cuales no están en posición de exterioridad, de superestructura, sino que están allí donde desempeñan un papel directamente productor.

20 "Ni siquiera cuando se apoya en las almas; en el momento en el que (el poder) influye sobre los cuerpos, no actúa necesariamente a través de la violencia y de la represión. O más bien la violencia expresa perfectamente el efecto de una fuerza sobre algo, objeto o ser. Pero no expresa la relación de poder, es decir, la relación de la fuerza con la fuerza, una acción sobre una acción" (Deleuze, 1987, p. 54).

21 La identidad de grupo no parece estar limitada a representaciones mentales compartidas, sino que incluye "una colección de prácticas típicas o rutinarias, acciones colectivas, vestimenta, objetos, lugares, edificios, monumentos, acontecimientos históricos prominentes, héroes y heroínas y otros símbolos" (van Dijk, 1999, p. 159).

22  Para van Dijk (1999, p. 154), "La identidad personal adopta las dos formas descriptivas informalmente: 1) una representación mental de sí mismo (personal) como un ser humano único con sus experiencias y biografía propias, personales, como se lo representa en modelos mentales acumulados, y el autoconcepto abstracto derivado de esta representación, a menudo en la interacción con otros, y 2) una representación mental del sí mismo (social) como una colección de pertenencias a grupos, y los procesos que están relacionados con tales representaciones de pertenencia".

23 A diferencia de las ideologías, las identidades sociales no necesitan estar limitadas al campo cognitivo. Según van Dijk (1999, p. 158), "la identidad de grupo también puede definirse, al menos parcialmente, en términos de las prácticas sociales características de los miembros de un grupo, incluyendo acciones colectivas".

24 La identidad social como un constructo mental socialmente compartido también "permite variaciones individuales de interpretación, cambios históricos en el significado de las manifestaciones 'externas' de la identidad social, al igual que procesos de socialización de los miembros a nivel individual y formación de grupo a nivel social" (van Dijk, 1999, p. 160).

25 Por esta razón, el término identificación probablemente sería más satisfactorio que aquel más estático de "identidad". En palabras de van Dijk (1999, p. 156), "Al igual que las personas, los grupos pueden, por lo tanto, estar permanentemente ocupados en la 'búsqueda' de su identidad, como una función de las estructuras sociales al igual que de los cambios".



Referencias

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