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Cuadernos de Contabilidad

versión impresa ISSN 0123-1472

Cuad. Contab. vol.14 no.35 Bogotá jul./dic. 2013

 

Entre permanencias y reiteraciones: conversación con el profesor Jesús Arroyo de la UNAM, a propósito de un curso sobre literatura y contabilidad

Jorge Emiro Pinzón-Pinto1

1Profesor de la Facultad de Contaduría Pública, Universidad Santo Tomás. Correo electrónico: jorgepmzonp@usantotomas.edu.co

Fecha de recepción: 2 de julio de 2013 Fecha de aceptación: 19 de julio de 2013


Para citar este artículo

Pinzón-Pinto, Jorge Emiro (2013). Entre permanencias y reiteraciones: conversación con el profesor Jesús Arroyo de la UNAM, a propósito de un curso sobre Literatura y Contabilidad. Cuadernos de Contabilidad, 14 (35), 795-803.


Tal vez las mejores conversaciones que uno pueda establecer con los otros, sean las que se dan en escenarios inesperados, como en un autobús cuando se emprende un viaje de cinco o más horas, o en escenarios más propicios pero igualmente informales como la cafetería de una universidad alrededor del siempre aromático, humeante y reconfortante café. Esta vez no fue diferente, la cafetería de la sede central de la Universidad Santo Tomás se prestó para hablar pero especialmente para escuchar al profesor Jesús Arroyo, de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, quien había venido en un intercambio institucional y entre sus tareas, surgió la de realizar un curso sobre literatura y contabilidad, dirigido a los profesores de la Facultad. En esta conversación de cafetería, el profesor Arroyo pudo referirse muy generosamente a las cosas que nos inquietan y se hacen importantes para nuestra vida intelectual; entonces, los intereses comunes no se hicieron esperar, la música, en especial el bolero, el danzón y Amparo Ochoa, la política y el recorrido por las últimas décadas tan parecidas, por desgracia, de los dos países, el cine con un acento en lo realizado por Luis Buñuel en su época de México, sus nostalgias gastronómicas y pues claro, la literatura, en la que también encontramos nuestros monstruos comunes, en particular a Julio Cortázar, Honorato de Balzac y los estadounidenses William Faulkner, John Steinbeck y John Dos Passos. En tales circunstancias y después del segundo café, la conversación se intentó ordenar de la siguiente manera:

Jorge E. Pinzón P.: Profesor Arroyo, dos preguntas de presentación. ¿Nos puede decir algunos datos importantes de su vida? ¿Cuál ha sido su formación académica?

Jesús Arroyo: Bueno, ante todo, deseo agradecer a la Universidad Santo Tomás la invitación que me ha hecho y a todas las personas con las que he convivido por todas las atenciones hacia mi persona, pues me han hecho sentir como en mi casa. Su pregunta me hace pensar en algo que Marcel Proust mencionó alguna vez con relación a los episodios de vida trascendentes en nuestra existencia. Decía que el tiempo realmente vivido es el de los recuerdos, el tiempo de lo que pasa realmente pasa dentro de nosotros: sensaciones, recuerdos, ensueños, intuiciones, sabores, olores... En ese orden de ideas, recuerdo la decisión que tuve como a los quince años de dedicarme a la lectura de libros de literatura básicamente. La literatura fue una verdadera revelación en mi vida y me empezó a decir muchas cosas de la vida que nadie más me podía decir, por lo menos no de una forma tan bella y tan profunda. Por esa época no tenía en realidad un plan en concreto de hacia dónde quería llegar con mis lecturas, más bien la literatura les daba voz a una serie de aspectos de la realidad que me circundaba y a preguntas que yo me hacía a mí mismo. Posteriormente, estando ya en el bachillerato, me dediqué de tiempo completo a la lectura. Debo confesar que solo puse seria atención a las materias de literatura y filosofía, las demás merecían muy poca atención de mi parte, cuando no, una displicencia contundente. Desde ese momento, les he dedicado mi vida a los libros.

Atenido a mis recuerdos, otro suceso que tuvo mucho peso en esta dedicación fue en mi infancia. Tuve la oportunidad de vivir varios años con una tía, pariente de mi madre; ella era una verdadera contadora de historias que todas las noches nos deleitaba con sus fabulosos relatos. Quiero resaltar que mi tía no sabía leer ni escribir, cosa que a la edad de siete años no me permitía comprender su trascendencia. Con los relatos de mi tía, viví, viajé y conocí muchas cosas sin moverme de la silla de su comedor. Algunas veces, los recuerdo con mucho cariño y nostalgia. Me hacen recordar los cuentos derviches con los que educan a algunos niños y hombres dentro de una maravillosa tradición oral que los medios de comunicación y algunas tecnologías se han encargado de casi aniquilar hoy.

Por razones familiares, me vi obligado a trabajar muy pronto. Pertenezco a una típica familia mexicana: seis hermanos, un papá que nunca estuvo por irse a trabajar a Estados Unidos y una madre de carácter muy fuerte que ni la soledad, el cáncer o sus 77 años han podido doblar en algún momento. En mi adolescencia, supe lo que fue comprar mi primer libro con dinero que yo mismo había ganado, recuerdo bien que fue un libro definitivo en mi vida: Bestiario, de Julio Cortázar. Era una edición barata de Editorial Sudamericana que me encontró, a la manera borgeana, para decirme: Mira, esto también es la vida. A partir de esa experiencia, yo supe que lo mío era la literatura, las humanidades en general y el arte, claro.

Respecto a mi formación académica, les puedo decir que toda mi vida he estudiado en escuelas públicas. Hice la carrera de letras hispánicas y posteriormente la de filosofía, en la UNAM y también hice estudios de lingüística en algún otro momento en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

El otro acontecimiento capital en mi vida fue haberme dedicado al magisterio. He sido profesor toda mi vida o bueno, por lo menos 23 años de mi existencia. No me veo haciendo otra cosa que dando clases, es mi forma de vivir cotidiana. Ser maestro es una de las vocaciones más nobles de la vida y, bien visto, un privilegio.

Me parece extraordinario saber que puedes aportar algo a la vida y a la formación de una o varias personas, sobre todo ahora que hay una crisis muy grave en la educación y formación de seres humanos.

J.P.: Profesor Jesús, ¿en qué circunstancias se da su relación con la Facultad de Contaduría Pública de la Universidad Santo Tomás de Bogotá?

J.A.: Fue relativamente inesperado. En junio del año pasado, el maestro Leonel Chavarría, secretario general de la Facultad de Contaduría, me llamó para vernos en su oficina con carácter urgente. Una vez ahí, me dijo que me enviaría a Bogotá a impartir un curso sobre contabilidad ambiental, sostenibilidad y responsabilidad social empresarial. Con ello, me incorporaba a un naciente programa de movilidad docente entre la Facultad y la Universidad Santo Tomás. Por estos días, el consejo técnico de la facultad me había autorizado la inclusión, en los planes de estudio 2012, de la asignatura Ética, literatura y organizaciones, diseñada por mí. En esta asignatura se tratan varios de los aspectos que implican las actividades empresariales y cómo estas se expresan por medio del discurso literario en relación con asuntos de la ética. Y el curso que impartí forma parte de esa materia. Ello explica mi estancia con ustedes.

J.P.: Entrando en materia, profesor Arroyo, ¿por qué realizar un curso de literatura y contabilidad?

J.A.: A primera vista, parecen dos cosas no solo distantes sino opuestas. En mi opinión, si hay un discurso cuyo contenido puede abarcar cualquier tema habido y por haber es el discurso literario. La literatura tiene una capacidad aglutinante e incorporadora muy amplia. Este curso trató en primera instancia de la imagen que se expresa, en algunas obras literarias de distintas épocas, del contador, de sus actividades, de su condición en el mundo y de algunas repercusiones de su actividad profesional. Implícitamente, se propone una metodología para el estudio de este tema, ya que uno de los principales obstáculos que enfrentan los lectores es la falta de herramientas de análisis; sin ellas, los lectores se quedan en una superficialidad de interpretación o en el peor de los casos, entienden erróneamente lo que leen.

Mi propuesta va en la línea de iniciarlos en una teoría de la recepción de textos que los ayude a una comprensión diferente del tradicional y pobre "me gusta o está bueno". La idea es hacerles ver que la profesión que practican, no pasa desapercibida para un arte como la literatura, para lo cual estoy trabajando en lo que posiblemente será un libro que los introduzca a ello.

Por otra parte, están las implicaciones éticas del trabajo del contador y las repercusiones de su actividad; en mi opinión, hay un punto de relación entre la filosofía y la literatura: ese punto es la ética. En el curso se comentaron varios ejemplos de esto que menciono.

En alguna ocasión, Platón decía que el hombre es la única criatura que se va construyendo a sí misma. En lo que hacen el contador y cualquier otro profesional, veo implícito esto, lo interesante es ver cómo se desarrolla este fenómeno desde la literatura y la interpretación que les pueden dar tanto los lectores como los mismos contadores.

J.P.: José Martí dijo: Ser culto para ser libre. En este sentido, ¿en qué radica la importancia de que las personas y, para este caso particular, los profesionales y los contadores se apropien de la cultura universal y por supuesto de la literatura?

J.A.: Bueno, la respuesta a esa pregunta puede ir en dos direcciones: por un lado, hay un mandato socrático que el filósofo retoma de lo que estaba inscrito en la entrada del oráculo de Delfos, "cultívate a ti mismo": estar en el mundo es un problema ético, ya que es nuestra responsabilidad construirnos a nosotros mismos como seres con calidad moral; éticamente hablando, el hombre es el resultado de lo que hace de él mismo en cuanto a su obrar y su interacción con el mundo y sus semejantes. Por otro lado, su pregunta me remite a un problema más amplio: la educación del hombre. En el modelo actual, a los estudiantes solo se les dota de una serie de herramientas para saber hacer cosas en el trabajo pero no se les dice la importancia que la cultura, el arte y las humanidades pueden tener en sus vidas. En la antigüedad griega, la paideia, así se referían a su educación, estuvo compuesta por dos disciplinas fundamentales: la política y la ética. Cuando digo política, no me refiero a la organización de partidos de ninguna índole sino a algo más elemental pero importantísimo: a la formación de buenos ciudadanos; por su parte, la ética tuvo una tarea más delicada: la formación de hombres de bien. En este sentido, la presencia de la cultura —y en particular de la literatura— es fundamental en la formación de los seres humanos, ya que les cultiva un sentido crítico de las cosas y por extensión de lo que pasa a su alrededor.

El mundo actual es, por paradójico que parezca, muy dogmático y dominado por un sistema económico que únicamente quiere inducirnos al consumo de sus productos pero no los que pudieran significar un cuestionamiento a ellos mismos. Eso está pasando incluso con la literatura. Hoy, la importancia de un escritor se mide no por lo que dice sino por el número de ejemplares que vende amparado en un poderoso aparato publicitario. Sería muy interesante discutir la diferencia entre un producto cultural y una obra de arte en cuanto a su trascendencia. Me consuela saber lo que Jorge Luis Borges decía al respecto: El tiempo es el mejor antologador que hay.

J.P.: En el curso realizado, la cultura griega —la de Sócrates, Platón y Aristóteles— constituye un punto de partida y un fuerte referente para la comprensión de lo que sucede desde entonces en Occidente. ¿Puede usted ampliar este punto?

J.A.: Lo mencioné en parte en la anterior respuesta. El modelo educativo actual ha entrado en crisis, ya que no es un sistema formativo de personas en el sentido ético-moral y eso tiene su precio. Sócrates inicia este fundamental proceso al señalar que la materia más importante de la filosofía es el estudio del hombre mismo, con ello convirtió a la filosofía que se había desarrollado hasta su época en antropología, es decir, en un discurso riguroso y bien fundamentado sobre la única criatura que es capaz de reflexionar, entender, interpretar, etcétera, todas las cosas o fenómenos que hay en el mundo y la relación que el hombre guarda con ellas. Por su parte, Platón lleva a cabo en Los diálogos el registro y el desarrollo de esa colosal reflexión, en particular me interesa todo lo que se dijo en relación con el tema del cultivo de las virtudes, esos comportamientos dignos de ser imitados y deseables por todos y que hoy vaya que hacen falta no solo en los profesionistas, por consabidas razones, sino en todos los hombres en general. Por su parte, Aristóteles es quien da, por decirlo metafóricamente, el acta de nacimiento a la ética como rama de la filosofía. Él es quien organiza y sistematiza esta disciplina y logra una de las reflexiones sobre las virtudes humanas más obligadas para conocer por parte de nosotros en sus tres grandes tratados: La ética nicomáquea, La ética eudemia y La magna ética que es cifra y suma de las dos primeras. Muchos sistemas educativos les ofrecen verdaderamente muy poco a los estudiantes de todo este conocimiento y para prepararlos para la vida les ofrecen libros que las grandes editoriales presentan como la panacea a todas sus preguntas sobre la vida y la existencia humanas. Con ello, solo se han enriquecido económicamente las editoriales y los autores de estos libros, pero siguen dejando en la adolescencia intelectual y la miseria moral a muchos estudiantes sin que a nadie le preocupe en lo mínimo.

Alguna vez se me ha cuestionado lo recomendable y pertinente que es la lectura de estas fuentes originales. Esto tiene implicaciones más diversas. Quienes imparten estas asignaturas se deben preparar mucho, pero se tiende más a la improvisación por parte de los docentes que en el peor de los casos —por incompetencia o ignorancia— recurren a los libros menos indicados en la formación de sus estudiantes y legitiman este esquema que me parece deleznable y oprobioso, porque va en detrimento del hombre, de su formación y de la sociedad misma.

J.P.: Aparece también como otro referente de su preferencia que es Séneca...

J.A: Por sí solo, Séneca representa un estudio muy amplio en este ámbito. Fue el prototipo de gran filósofo y de hombre de negocios en el Imperio Romano. Para el año 54 d.C., Séneca se convierte en el preceptor y consejero político del emperador Nerón y en los siguientes ocho años Roma y el Imperio gozaron de un buen gobierno, en gran medida bajo la dirección de Séneca. Para el año 65 d.C., se vio implicado en la frustrada conspiración de Pisón y fue obligado a suicidarse. Las incongruencias entre los principios morales de Séneca, su vida política y el comportamiento de su discípulo, el emperador, han provocado muchas especulaciones y pienso que ha sido juzgado con severidad por algunos estudiosos de su obra. Evidentemente, había disculpado los asesinatos de Agripina, Claudio y Británico, y adquirió verdaderamente una enorme fortuna en la corte, donde se ignoraban por completo sus manifiestos principios morales. Una personalidad contradictoria que representó una escuela de ética posthelénica: el estoicismo. En el curso solo hubo tiempo, por razones de formato, para dedicarles algunos comentarios a dos cartas de su obra Epístolas morales a Lucilio, verdadero tratado de moral que abarca una impresionante variedad de temas. Basta una pequeña muestra que puede movernos a la reflexión, dice en una frase de la epístola segunda, libro primero que la riqueza de un hombre consiste en tener solo lo necesario para su vida. Evidentemente, este principio está alejado de nuestro sistema moral y económico que nos enseña que lo más importante de esta vida es poseer bienes materiales y consumirlos para ser felices, claro, comprando cosas que realmente no necesitamos con dinero que todavía no hemos ganado.

J.P.: Profesor Arroyo, un aspecto que permanece durante el curso es el de la relación sociedad (contemporánea principalmente) - política - literatura, ¿Cómo entender esto? ¿Cómo entender qué es la literatura y qué papel juega socialmente la literatura?

J.A.: La literatura es el producto más elaborado de una lengua y un uso muy especializado de ella. La verdadera literatura es la que expresa el espíritu, la mentalidad y los males de su época de manera crítica pero también estética. La literatura más importante que se escribió durante el siglo XX fue aquella que desenmascaró los usos y abusos del poder y de las estructuras que este estableció para controlar a los individuos. Una de las intenciones fundamentales de la literatura es ser crítica de su tiempo, no ser dócil ante las instituciones sino en muchas ocasiones hasta irreverente con ellas. La literatura es uno de los mejores indicadores del estado que guarda una sociedad, desde las relaciones políticas, sociales, económicas e históricas hasta las del desarrollo espiritual del hombre.

Lo digo en el sentido de que si queremos conocer alguna sociedad, una de las mejores cosas es leer la literatura que produce, ya que en ella se expresan las relaciones entre los individuos y sus problemáticas cotidianas pero también su interacción con el orden institucional de su entorno, el estudio de esta es una especie de arqueología, pero con textos escritos y no con ruinas.

¿Qué imagen tendríamos de la Alemania actual sin lo que ha escrito Günter Grass? ¿Cómo entender la violencia en algunas partes de Brasil sin leer a Rubem Fonseca? ¿Y el problema de los seres marginales en John M. Coetzee, Kenzaburo? ¿O la desesperanza y la crítica corrosiva al sistema actual en las novelas de Michel Houellebecq? La lista es enorme, del tamaño de la literatura misma.

J.P.: Precisamente, escritores como John M. Coetzee, Italo Calvino y Georges Perec, por nombrar solo estos, aparecen recurrentemente en el curso. ¿Cuál es la importancia que revisten estos autores para la realización del curso?

J.A.: Que son algunos de los pocos escritores que de una o de otra forma se han ocupado de las problemáticas del contador y más precisamente de la imagen social que se ha construido de este profesional y de su trabajo, del impacto de sus actividades y de la importancia de su disciplina dentro de la sociedad. Yo recomiendo ir directamente a las obras de estos autores y que los lectores vivan por sí mismos las experiencias y entren en contacto directo con todo lo que se plantea en ellas. No sería oportuno hablar de las tramas de cada obra porque es como contarles una película que no han visto y les interesa ver. No quiero causarles desencanto.

Sería mejor que lean Desgracia, de J. M. Coetzee; La especulación inmobiliaria, de Italo Calvino o La manera de pedir un aumento de sueldo a su jefe, de Georges Perec.

J.P.: Las narrativas —novela, cuento y poesía— que tienen como protagonistas a contadores, que muestran su universo vivencial, resultan importantes referentes para quienes nos interesamos por el tema. ¿A su juicio, cuáles son esas narrativas más importantes al respecto?

J.A.: En este sentido, más que de géneros, yo hablaría de obras literarias en concreto. En lo que he investigado al respecto, si se quiere referir a un género, en los géneros en los que he encontrado más ejemplos de esto son el cuento y la novela. En poesía, no conozco alguno, debo confesarlo. Por fortuna, el número de ejemplos ha ido aumentando. Citaré algunas de ellas para que los lectores puedan acercarse a su lectura: La tregua, de Mario Benedetti, La vorágine, de José Eustasio Rivera; Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño; Cómo vivir con 36.000 dólares al año, de Francis Scott Fitzgerald; Almas en pena, chapolas negras, de Fernando Vallejo; El libro de un hombre solo, de Gao Xingjian, un capítulo de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry; Los parientes de Ester, de Luis Fayad. Debo aclarar que la investigación está en proceso y seguramente aparecerán otros ejemplos.

J.P.: Profesor Arroyo, es ineludible preguntar por otra preocupación suya que se hace también recurrente en el curso y es esa relación entre el mundo contemporáneo y la ética.

¿Cuál es su postura en este sentido y cómo juega aquí la literatura?

J.A.: La ética es la libertad que tiene cada ser humano para hacer bien todo lo que hace. Esto incluye al hombre común, de la calle y a los profesionales y en realidad a todos los que forman parte de la sociedad. Al principio de la entrevista, se mencionó la importancia de la lectura y la cultura en general en la formación de las personas. La materia de la literatura son las acciones humanas y su repercusión, entre otras muchas cosas. No hay que olvidar que cuando actuamos se pone en marcha un mecanismo complejo que es el comportamiento moral y este se compone de tres elementos esenciales: libertad, conciencia y responsabilidad. Los personajes de cada una de las obras citadas en esta conversación —al igual que las personas reales— siempre actúan en una o en otra dirección. Actúan libremente, con todo lo que involucra el concepto, pero lo primero que resulta interesante es preguntarnos por el grado de conciencia con el que se lleva a cabo la acción o las acciones. No hay que olvidar que en el texto literario y en la vida real, el contador toma decisiones libremente pero que impactan en la vida de otras personas. ¿Qué dimensión pueden adquirir estas decisiones? ¿Cuál es el grado de conciencia con el que emprende todo lo que hace? Y ¿al final se hará responsable de todo lo decidido en el sentido elemental de responder por sus actos? Pienso que la literatura en general puede enseñarnos mucho sobre la vida, es mejor leerla que no leerla.

J.P.: Profesor Jesús, ¿qué impresiones se lleva de la Universidad y de lo realizado por usted en ella durante estos días?

J.A.: El curso fue una primera exposición de una investigación en desarrollo que se hace sobre un tema poco tratado en los estudios literarios pero no por ello carente de validez e importancia. Pienso que debe haber una tendencia a interrelacionar ámbitos de conocimiento que nos han dicho que nada tienen qué ver. No veo el motivo por el cual se deje de reflexionar sobre el quehacer de las profesiones en su aspecto ético y cómo se expresa por medio de un discurso tan moldeable como la literatura. Si la tendencia hoy es hacia la especialización, esta nos puede limitar a un pequeño campo de estudio y con ello tener una visión estrecha del mundo. Mi intención es honesta en este sentido. Es dar una serie de pautas y herramientas para el mejor estudio de algo que de sí es muy agradable como la literatura y la ética y que nos puede hacer mejores seres humanos de una manera entretenida; es una invitación a reflexionar sobre cómo actuamos y si lo que hacemos es lo correcto; es reflexionar sobre la libertad, las virtudes y la importancia de cultivarnos como seres humanos.

Por otro lado, fue un placer compartir mi tiempo con los profesores de la Facultad de Contaduría e iniciar un diálogo fructífero en conocimientos. Hay excelentes lectores entre ellos y el tiempo del curso siempre era corto para comentar todo lo que nos interesaba. Personalmente y es el lado humano de la escuela el que siempre me ha interesado, me dieron verdaderos ejemplos de amistad, amabilidad y calidez en el trato con los cuales quedo profundamente agradecido. Siempre me sentí como en mi casa y nunca, lejos de mi país. Todos y cada uno de ellos son entrañables, me hermana una lengua tan rica en expresiones literarias como el español y algunas veces compartimos autores que nos eran desconocidos.

J.P.: ¿Hizo algún descubrimiento literario importante en su estadía aquí?

J.A.: Confieso que no soy un gran conocedor de la literatura colombiana pero buena parte de lo que he leído siempre ha sido de mi gusto. Uno de los escritores que siempre he admirado es Álvaro Mutis, a quien he tenido el gusto de conocer y platicar con él de sus excelentes novelas y uno de los testimonios más impresionantes que he leído como El Diario de Lecumberri; otro escritor de quien estuve pendiente de la publicación de sus libros fue Rafael H. Moreno-Durán, un verdadero esteta de la lengua y un orfebre del estilo literario, tuve la fortuna de conseguir en sus increíbles librerías de viejo uno que no conocía que se titula Cartas. Agradezco a los profesores Jorge Pinzón y Efraín Mendoza las recomendaciones de dos autores que no había leído y que ahora aprovecho para decirles que acabo de conseguir los libros: de Luis Fayad, Los parientes de Ester y la novela de Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer.

Muchas gracias por todo, hermanos.

El alboroto de los estudiantes que llegan a la cafetería nos hace comprender que ha transcurrido el tiempo, no tanto como quisiéramos, y es verdad, el profesor Jesús Arroyo es una persona generosa con lo que sabe y con lo que hace, dando verdadero ejemplo de amistad, amabilidad y calidez en el trato, como nos lo ha expresado. Nos toca despedirnos y el cálido abrazo me hace pensar que tal vez no sea la única vez que conversemos, que muy posiblemente una cafetería en cualquier lugar nos vuelva a encontrar para contarnos de la música, de la política, del cine, de la literatura, de la vida.