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Persona y Bioética

Print version ISSN 0123-3122

pers.bioét. vol.16 no.1 Chia Jan./June 2012

 


UNA VIDA, UNA EXPERIENCIA, UN RELATO

A LIFE, AN EXPERIENCE, A STORY

UMA VIDA, UMA EXPERIÊNCIA, UMA HISTÓRIA

María Teresa Camacho-Gaitán1

1 Educadora. Licenciada en Lenguas Modernas. mtcamacho@hotmail.com



Desde pequeña he practicado deporte. Este me produce profundo bienestar, gozo y un sentido de "omnipotencia" saludable, que se refleja en una actitud positiva y esperanzadora ante la vida. Además, busco complementar el ejercicio físico con una sana y equilibrada "alimentación" tanto para el cuerpo como para el espíritu.

Mi vida ha sido particularmente anecdótica y he descubierto que las experiencias que se interiorizan y profundizan se vuelven alimento para uno mismo y para los demás, y toman un cariz de relato que logra recrearse y resignificarse de manera sorprendente en cada persona con quien se comparten. También, las fechas en torno a ciertos acontecimientos vividos quedan como huellas indelebles en la hondura del ser.

La primera de estas inolvidables fechas fue el 12 de mayo del 2001, cuando uno de mis más queridos especialistas me palpó una masa en la región abdominal y la ecografía "reveló", con sorpresa, que eran dos masas, una en cada ovario. El 23 de mayo me practicaron una histerectomía radical. ¡Lapatología confirmó un adenocarcinoma seroso papilar grado IV!

Pensé realmente en la "señora muerte" por primera vez, y recobró toda su relevancia, no para asustarme, sino para recordarme que yo no era omnipotente, sino frágil, mortal, contingente, finita. Abruptamente me adentré en el mundo de la fragilidad, desconocida hasta entonces por mí, porque en mi imaginario "el mundo era páralos fuertes". Me llevé, gratamente, una sorpresa al ver que los "frágiles" se tornan en espacios fértiles de fortaleza moral y de incontenible espíritu de lucha para salvaguardar la vida que está "mortalmente amenazada".

Es preciso, antes de continuar mi relato, hacer unos comentarios por su pertinencia. En noviembre del año 2000, estando fuera del país, comencé a sentir el estómago inflamado y la sensación de "llenura" permanente. El médico que me atendió no me realizó ningún examen específico que podría haber "anunciado" la presencia de pequeñas masas en su estadio incipiente. De igual manera, cuando regresé al país, fui a urgencias en marzo del 2001 y el médico, haciendo caso omiso de toda la información que le estaba proporcionando, se limitó, sin examinarme detenidamente, a enviarme unos medicamentos para "¡la garganta!" En cuanto a mi responsabilidad en este proceso, debo reconocer que también fui negligente al no considerar seriamente la aterradora carga genética de cáncer presente en mi familia. Recurrir a unas "urgencias pasajeras" y no a un especialista, que pudiera hacerme todos los exámenes pertinentes fue mi grave error. ¡Cómo peca uno al creer que "el cáncer le sobreviene solo a los demás"!

El tratamiento de seis quimioterapias para el mencionado cáncer de ovario trajo consigo sus consabidos efectos pero, a pesar de todo el dolor, el sufrimiento y el notorio despojo, mi experiencia fue gratificante porque el espíritu de Dios en mí me permitió "ver" lo que nunca había visto y "vivir con paz y serenidad" lo que siempre había desdeñado. Mis despojos —a todos los niveles— se volvieron "posibilidades" creativas. La pluma recobró avidez y cada nueva experiencia la vivía con ánimo y vigor de alma. El sentido del humor entonaba hasta la más leve depresión. La alegría que emanaba era contagiosa porque sabía que no tenía tiempo para tristezas si "me iba a ir tan pronto". Vivía como un nuevo despertar porque todo resonaba con una nueva melodía.

Así me mantuve durante cinco años, hasta noviembre del 2006 cuando se me reactivó el cáncer de ovario. En aquel momento vivía la situación laboral más estresante de mi vida. Comencé un nuevo tratamiento de seis quimioterapias dobles, con el agravante de que en marzo del 2007 falleció de neumonía mí amado hermano menor y quedé sumida en la más profunda soledad afectiva porque Ricardo y yo éramos almas gemelas. Aunque es difícil reconocerlo como creyente, tuve deseos profundos de partir con él. Simultáneamente, sentí la presencia misericordiosa y redentora del Dios de la vida, que se abajaba con ternura y comprensión para acompañarme en un duelo indescriptible. ¡Esa fue mi salvación que se extendió hasta el 2012 con la ayuda extraordinaria de dos profesionales de la salud humanamente superiores: una médica y una psicóloga!

En julio del 2007 salí de nuevo del tratamiento de quimioterapia y me reincorporé "a la vida normal". Sin embargo, en el 2010 me comenzó una artritis muy fuerte, que en un primer momento se pensó que era fibromialgia. Afortunadamente, gracias a una excepcional doctora reumatóloga, salí adelante.

Las fechas de estos procesos dolorosos, como dije al principio de mi relato, marcan para siempre porque trazan nuevos senderos de sentido. No olvidaré, por tal razón, que en marzo del 2011 me realicé una mamografía de rutina porque sentía un dolor molesto debajo del brazo derecho y quería descartar cualquier complicación. De acuerdo con los hallazgos radiológicos no había mayor evidencia de masas ni de ganglios axilares anormales y me aconsejaron volver en seis meses.

En junio del 2011 fui donde mi oncólogo de cabecera, hacia quien tengo solo palabras de agradecimiento, y me ordenó los exámenes de rigor para el cáncer de ovario y una ecografía de seno. Al ver los resultados me remitió inmediatamente donde un médico mastólogo de altísima calidad profesional y humana que me ordenó un PEM y unas biópsias del seno derecho. Las inofensivas microcalcificaciones del mes de marzo se veían considerablemente más grandes el 6 de julio del 2011 después de practicados el PEM y las biópsias, y el resultado de patología arrojó lo que presentíamos: tres carcinomas (ductal filtrante grado III) de diferentes tamaños. El 4 de agosto del 2011 me practicaron una mastectomía radical con vaciamiento de ganglios del brazo derecho, a la que siguieron ocho quimioterapias y quince radioterapias. De estas últimas no tenía experiencia alguna. Fueron una bendición, no solo por sus efectos, sino por la oportunidad de ser tratada por una mujer extraordinaria, oncóloga-radióterapeuta, que me asumió con su atinada ciencia y su calidez humana. En ese momento ratifiqué que un profesional de la salud no puede separar la cabeza del corazón, ya que para un paciente su médico (médica) es la mano de Dios en el mundo de la vida, en el mundo de la salud. En ellos y ellas depositamos todo nuestro ser, y vemos en su ciencia la "salvación" y en su calidez el bálsamo en medio del sufrimiento. Por tal razón, un especialista de la salud no puede menos que dar la talla de Dios en su campo, porque trata nada menos que con la vida, que es por excelencia el don más preciado de todo ser humano.

La doctora, sin proponérselo, reveló con su actitud cuánto amaba su vocación-profesión, cuánto bien le proporcionaba a otros su conocimiento, y cuan libre era de la consabida recomendación de "no involucrarse con el paciente". Su presencia traslucía entrega incondicional, cariño, ternura y cercanía, como quien sabe que no involucrarse en los procesos humanos es correr el riesgo de perder el sentido de su propia vida, que está referida a la vida de los demás, especialmente a la de sus pacientes, a la de sus dolientes. Por tal razón, quien no tiene sentido del servicio a los demás con entrega y devoción debe buscar otro horizonte, otra ocupación, de lo contrario, el daño que produce es más grave que la misma enfermedad.

A lo largo de estos once años he podido vivir lo que significa un auténtico acompañamiento profesional, pero estoy consciente de que no es así para muchas personas. Sin el apoyo incondicional de todo el equipo médico que me ha hecho seguimiento creo que hubiera claudicado antes de tiempo. Su escucha atenta y paciente ante mis constantes preguntas, su sensibilidad al contestarlas de manera delicada, sensata y siempre con la verdad, me han hecho sentir respetada y valorada como persona y como paciente. Además, constato a diario el impecable sentido ético de todos, por la manera tan prudente como manejan la información entre ellos, buscando respetar a muchos niveles mi "intimidad", aquella a la que tengo derecho como paciente, no como "usuaria de...". En particular, me ha llamado la atención el respeto que todos ellos han tenido hacia mí por mis creencias religiosas católicas que me permiten expresar con toda libertad que solo Dios tendrá la última palabra sobre el desenlace de mi vida.

Me parece fundamental que cada profesional de la salud cultive una vida interior en la que se confronte como persona, como profesional, como miembro de una sociedad. Quien no se conoce a sí mismo corre el riesgo de volverse carga insostenible para su paciente y le acentúa el drama de su enfermedad.

Como palabras conclusivas deseo expresar que cuando llegue mi hora bendeciré a Dios y a la Virgen por haberme permitido tener una "cuidadora" incomparable a mi lado, mi mamá, que durante los indescriptibles y eternos momentos de sufrimiento después de las quimioterapias pasaba noches enteras al borde de mi cama haciendo lo que una mamá buena sabe hacer: amar y servir. ¿Quién no lucha cuando se siente así de bendecido?


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