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Persona y Bioética

versión impresa ISSN 0123-3122

pers.bioét. vol.17 no.1 Chia ene./jun. 2013

 


EL MEJORAMIENTO EN LOS DEBATES BIOÉTICOS

Santiago Gabriel Calise1

1 Licenciado en Sociología. Doctorando en Ciencias Sociales. Becario Conicet - IIGG, Argentina.
santiagocali-se@conicet.gov.ar

Fecha de Recepción: 2013-01-22, Fecha de Envío a Pares: 2013-01-23, Fecha de Aprobación por Pares: 2013-03-09, Fecha de Aceptación: 2013-03-14



Resumen

El presente trabajo aborda el debate que se ha dado en la última década a propósito del tema del mejoramiento en sus diferentes variantes. Sobresale el escaso consenso a la hora de definir el concepto y respecto de la necesidad de permitir o prohibir estas prácticas. El único punto de amplio acuerdo es la necesidad de no admitir mejoramientos que impliquen riesgos para la salud, aplazando el debate basado en argumentos que superen el mero peligro para la salud física. De esta manera, parecería que los criterios científicos son los que determinan el destino de los comportamientos sociales. En este sentido, la categoría de medicalización permitirá incorporar la crítica a la sociedad contemporánea y a la hegemonía de la visión médico-científica.

Palabras clave: refuerzo biomédico, mejoramiento genético, bioética, terapia biológica, medicalización. (Fuente: DeCs, BIREME).



IMPROVEMENT IN BIOETHICAL DATABASES

Abstract

This work addresses the debate mounted in the last decade on the subject of improvement in its different variations. There is a striking lack of consensus when it comes to defining the concept and the need to permit or prohibit such practices. The only point on which there is widespread agreement is the need to block improvements that involve health hazards, thereby postponing the debate based on arguments that go beyond the mere risk to physical wellbeing. Thus, it seems as though scientific criteria are what determines the fate of social behavior. In this sense, the category of medicalization will allow for accommodating a critique of contemporary society and the hegemony of the medical-scientific vision.

Keywords: Biomedical enhancement, genetic enhancement, bioethics, biological therapy, medicalization. (Source: DeCs, BIREME).



O MELHORAMENTO NOS DEBATES BIOÉTICOS

Resumo

O presente trabalho aborda o debate que vem sendo dado na última década a respeito do tema do melhoramento em suas diferentes variantes. Salienta o escasso consenso na hora de definir o conceito e respeito da necessidade de permitir ou proibir essas práticas. O único ponto de amplo acordo é a necessidade de não admitir melhoramentos que impliquem riscos para a saúde, adiando o debate baseado em argumentos que superem o mero perigo para a saúde física. Dessa maneira, pareceria que os critérios científicos são os que determinam o destino dos comportamentos sociais. Nesse sentido, a categoria de medicalização permitirá incorporar a crítica à sociedade contemporânea e à hegemonia da visão médico-científica.

Palavras-chave: melhoramento biomédico, melhoramento genético, bioética, terapia biológica, medicalização. (Fonte: DeCs, BIREME).



INTRODUCCIÓN

Cuestiones como el mejoramiento, tanto genético como somático, al igual que muchas otras problemáticas que han sacado a la luz las recientes investigaciones y descubrimientos, generan en la opinión pública y en los debates científicos, éticos, filosóficos, políticos o jurídicos una ambivalencia entre las posiciones que van desde la promoción exagerada, asociada a grandes esperanzas (de curación, de generación de nuevas y poderosas capacidades), hasta el miedo y la prudencia —cuando no se encuentra un total rechazo—. Estas mismas actitudes se presentan también en el campo de las neurociencias (1), donde se pueden encontrar promotores apasionados, como también críticos acérrimos de los "descubrimientos" (que muchas veces no son tales) que este nuevo campo disciplinar —las neurociencias— está produciendo. En un nivel más general, algunos estudios han mostrado que las visiones positivas sobre el progreso de la sociedad moderna son puestas en discusión en numerosas ocasiones, dudando sobre sus mismos fundamentos. Más puntualmente, en un trabajo se confirma que la opinión respecto de la ciencia y la tecnología actual oscila entre los polos de la promesa y el miedo (2). Además, el progreso científico tiende a ser visto como una revolución o un cambio repentino, tendencialmente violento (3). Dentro del debate que concierne a este trabajo, Harris (4) también señala que la primera reacción frente a las nuevas tecnologías puede expresarse con un "wow", mostrando un asombro positivo, o un "yuck", percibiendo que algo huele mal en todo esto.

Más allá de esta tendencia ambivalente, que tiende a repetirse frente a las nuevas tecnologías o frente a las meras especulaciones que algunos descubrimientos técnico-científicos han abierto, también se reiteran los argumentos en contra o a favor de ciertas tecnologías o procedimientos. En este sentido, los motivos contra los diferentes tipos de mejoramiento suelen ser los mismos que se han propuesto contra otros asuntos, como la clonación o la manipulación de embriones. Esto también se debe a que, en muchos casos, son los mismos autores los que tratan estas diferentes temáticas, llegando a conclusiones similares. Esto significa que no debe esperarse gran originalidad respecto de este debate.

El trabajo se dividirá en cuatro partes, comenzando por el planteamiento de la dificultad de definir el concepto de mejoramiento, en oposición al de terapia. La segunda sección, la más extensa, será dedicada al análisis comparativo de algunos de los principales argumentos a favor y en contra de los diferentes tipos de mejoramiento. En la tercera sección se tratarán dos discursos subyacentes a estas posturas, que son el del reduccionismo genético y el del sujeto cerebral. En la cuarta parte se retomará el concepto de medicalización para, a través de él, observar la temática del mejoramiento. Por último se presentarán las conclusiones.


CÓMO DEFINIR EL MEJORAMIENTO

El primer problema que presenta la temática del mejoramiento es definir, precisamente, qué es un mejoramiento diferenciándolo de los tratamientos médicos curativos o que pretenden restablecer un estado perdido o que nunca estuvo presente, pero que es considerado como "normal". Visiones como la de Kass (5) entienden que existe una neta diferencia entre ambos conceptos, indicándose que la terapia hace referencia al tratamiento de individuos con alguna enfermedad o invalidez conocida, mientras que el mejoramiento señalaría el uso de la biotecnología con el objetivo de alterar el normal funcionamiento del cuerpo o la psique humanos. Claramente, esta definición dista de ser satisfactoria ya que recurre a un concepto de "normalidad" que permanece indefinido. Por su parte. Wolpe (6). tratando los planteamientos de Daniels. subraya que la distinción entre enfermedad y no-enfermedad es completamente arbitraria. y que la solución que quiere dar Daniels para poder diferenciar entre tratamiento y mejoramiento resulta inefectiva. Tal argumento se basa en la distinción del funcionamiento típico de una especie. lo cual marca un estándar de lo que la sociedad debería asegurar a sus miembros. Ante tal planteamiento, Wolpe señala la dificultad práctica para determinar qué es lo "típico" de muchos rasgos, generándose un problema similar al indicado más arriba a propósito de lo normal.

En oposición a estos intentos, Fitzgerald (7) asevera que la distinción entre terapia y mejoramiento se vuelve inadecuada, producto de algunos resultados de investigaciones actuales que muestran la fuerte interrelación entre las moléculas y los procesos del balance fisiológico humano. Otra razón que vuelve borrosa la distinción deriva de la experiencia (y la investigación sobre esta misma) de individuos con estados de salud y satisfacción particulares, en especial aquellos con capacidades altamente desarrolladas, que muestran los verdaderos costos de tener tal capacidad —como tener oído absoluto, por ejemplo—. Por tanto, para comenzar, resulta muy difícil llegar a una diferenciación nítida entre terapia y mejoramiento, lo cual dificulta la tarea de definir qué es realmente el mejoramiento. Pese a esta concreta dificultad para llegar a un acuerdo respecto de la definición y diferenciación de los conceptos, en las discusiones sobre mejoramiento puede observarse un consenso implícito respecto de cómo categorizar ciertas prácticas. Por consiguiente, más allá de las distintas opiniones al respecto, la utilización de mejoradores neurocognitivos (modafinilo, metilfenidato, etc.) es entendida como un tipo indiscutible de mejoramiento. De la misma manera, parecería haber consenso respecto de que los mejoramientos genéticos de los que hablan los trans y poshumanistas, o la posibilidad de vivir indefinidamente, caen dentro de la esfera del mejoramiento y no de la terapia. Por otra parte, cabe agregar que esta distinción entre terapia y mejoramiento se encuentra acoplada a la distinción bueno/malo solo para algunos de los autores que serán tratados a continuación, especialmente para aquellos que pretenden utilizar algún tipo de criterio de "normalidad" a fin de demarcar los dos lados de la distinción. Otros, en cambio, no relacionan directamente ninguno de los dos lados con una valoración moral prefijada. En este sentido, al desligar este concepto de todo juicio moral predeterminado, el término "mejoramiento" queda desanclado respecto del campo semántico del cual proviene, de manera que se puede dar la paradoja de tener mejoramientos que pueden ser considerados como ética o moralmente malos o, cuanto menos, dudosos. Por último, a pesar de que algunos autores estirarán tanto el concepto de mejoramiento al punto de hacerlo amorfo (por ejemplo, Harris, quien entiende que usar anteojos es una forma de mejoramiento), ellos tampoco renuncian del todo a utilizar esta categoría.

Llegados a este punto, ante la imposibilidad de encontrar algún criterio de demarcación general aceptado, queda la duda respecto del sentido de discutir el problema del mejoramiento en general, y no hacerlo en relación con problemas puntuales. Sin embargo, pese a la imposibilidad de llegar a una definición, muchos autores insisten en tratar el problema en forma general, de manera que, si se optase por elegir una temática puntual, como el uso de mejoradores neurocognitivos, varios de los argumentos perderían su carácter más abstracto. Otra pregunta que puede surgir del análisis de las posiciones antes citadas, sobre todo de las que intentan deconstruir el concepto mostrando su carácter arbitrario (Wolpe) o inadecuado (Fitzgerald), es qué sentido tendría proseguir con el análisis del concepto de mejoramiento si este no puede distinguirse del de terapia. El interés de esto está en que, pese a que algunos insistan en subrayar la dificultad o la inadecuación de la categoría, en ese mismo proceso de discusión se sigue produciendo sentido respecto del mejoramiento, se siguen discutiendo sus límites conceptuales y sus implicancias éticas, filosóficas y sociológicas de manera general y no solamente respecto de los ejemplos puntuales. Es por ello que, aun resultando inaprehensible o amorfo (como decía Max Weber respecto del concepto de poder) en su nivel más abstracto, sigue siendo posible analizar los discursos que se producen respecto del mejoramiento.


LOS ARGUMENTOS A FAVOR Y EN CONTRA DEL MEJORAMIENTO

Pasando al análisis de los argumentos a favor y en contra del mejoramiento en general, se debe destacar que las posiciones contrarias son más generalizadas y los motivos son más variados que aquellos de quienes ven estos procedimientos con buenos ojos.

Entre aquellos que son claramente favorables a los tratamientos de mejoramiento se encuentra John Harris, quien podría considerarse casi un militante de esta causa, teniendo en cuenta la cantidad de publicaciones sobre el tema y su apasionada forma de participar en el debate. En principio, Harris (4) se pregunta por qué, si todos nos esforzamos por mejorar nuestra salud y nuestro intelecto, o por aumentar nuestros poderes y capacidades a través de la educación, deberíamos privarnos de realizar estos objetivos por medio de tecnologías de mejoramiento —siempre y cuando los medios sean lo suficientemente seguros—. Más precisamente, el autor insiste con otra pregunta retórica, cuestionando por qué es legítimo intentar realizar ciertos objetivos a través de la educación, pero deja de serlo cuando se busca conseguirlos por medio de la medicina y la biología. En este sentido, Harris sostiene que el mejoramiento no es solamente algo que debe ser permitido, sino que, en ciertas condiciones, este se vuelve un deber moral. Su filosofía pretende contribuir al mejoramiento del mundo tratando de ayudar a deshacerse de los argumentos que cierran el paso al progreso y la felicidad humanos. Por tanto, Harris se opone a aquellas visiones que sostienen la existencia de razones morales para preservar intactos, tanto a la naturaleza humana como el genoma humano, y espera que seamos capaces de hacer algo mejor para nosotros y nuestros descendientes que aquello que ha realizado la combinación entre cambio, genes y ambiente. Esto significa que, para el filósofo inglés, el supuesto cambio en la "naturaleza humana" que conllevarían los tratamientos de mejoramiento no representa un problema ético, por el contrario, lo que sería moralmente reprochable es negar la posibilidad de obtener ciertos beneficios o de prevenir ciertos daños, solamente por meros prejuicios conservadores. Por tanto, desde esta visión, el mejoramiento es visto como un bien absoluto porque representa un beneficio para los individuos, mientras que dicha visión se desentiende de los problemas que, a nivel colectivo, puedan surgir por el uso que ciertos actores le puedan dar, para obtener ciertas ventajas relativas.

Estas últimas ideas expresan un excesivo objetivismo y sociocentrismo —si no directamente un "egocentrismo"— que da por sentado qué es lo beneficioso para todo el género humano sin importar en lo más mínimo las apreciaciones subjetivas o las diferencias culturales que puedan causar disidencias respecto de aquello que debe ser considerado como la forma de vida más deseable. En este sentido, parece estar en lo cierto Hayry (8) cuando señala que los planteamientos de Harris suelen tratar a las visiones opuestas a la suya como irracionales. Esto puede verse en su polémica sobre disability (4, 9-11), especialmente en su discusión con Reindal, quien tiende a ver este problema como algo fundamentalmente cultural y sociopolítico, mientras que Harris defiende un cierto objetivismo sensualista que, según Reindal, permanece apegado al modelo médico aún imperante en la sociedad.

También los "transhumanistas" o "poshumanistas" pueden ser incluidos dentro de esta polémica, pese a que sus argumentos no tengan un peso demasiado relevante.

En efecto, Birnbacher (12) afirma que estas dos denominaciones deberían ser entendidas más bien como eslóganes, más que como conceptos bien definidos, ya que son paradójicos en sí mismos, además de ser engañosos, puesto que sostienen que un cambio en el outfit del hombre conllevaría un cambio en su naturaleza. Los argumentos a favor de este poshumanismo basado en el mejoramiento otorgado por la tecnología también son retóricamente débiles si se toman en cuenta, por ejemplo, las tesis de Bostrom (13), quien sostiene que algunos modos de ser poshumanos tendrían muchas bondades, por lo cual sería muy bueno ser poshumano. Por su parte, Pearce (14) afirma que el poshumanismo promete liberarnos de las particularidades de lo naturalmente dado, al tiempo que nos sumergiría dentro de lo naturalmente dado en general. Por consiguiente, estas visiones trans o poshumanistas, más que representar verdaderas posturas ético-filosóficas respecto del mejoramiento, parecerían responder al hype2 y a las esperanzas desmedidas generadas por el avance tecno-científico, especialmente en el campo de las terapias genéticas.

Pasando hacia el lado de los argumentos que implican cierta prudencia, pero no un rechazo completo, se encuentran algunos lugares comunes, como la seguridad, el problema de la justicia distributiva —que alerta sobre la poco equitativa distribución de los tratamientos entre los diferentes estratos sociales—, y el problema de la libertad/coerción. Estos argumentos, en los textos citados, son utilizados puntualmente para señalar las posibles cuestiones éticas que el mejoramiento neurocognitivo podría suscitar; no obstante, tales problemas pueden ampliarse a otros tipos de mejoramientos, como el genético. En especial, el motivo de la seguridad es aquel con el que, ciertamente, todos coinciden, volviéndose para los prohibicionistas el argumento último y más objetivo del cual aferrarse frente a la posibilidad de que los tratamientos de mejoramiento se masifiquen. Greely et al. (15) promueven la aceleración de los programas de investigación orientados a determinar los beneficios y riesgos del uso de los mejoradores neurocognitivos. Sin embargo, esta visión respecto del riesgo relacionado con la alta tecnología se basa en la ingenua esperanza de que con más investigación y conocimiento se pueda pasar del riesgo a la seguridad cuando, en realidad, cuanto más saber se produce, más nos volvemos conscientes del riesgo (16). Además, los riesgos son inevitables cuando se toman decisiones, por lo cual no hay decisiones respecto de las cuales se pueda garantizar que se encuentren libres de riesgo. Esto no significa que se deba dejar de investigar o que se deba desistir de los diferentes tipos de mejoramientos (la decisión misma de no investigar es una decisión y, por tanto, conlleva riesgos), sino que se debe advertir que tal argumento, por sí mismo, no es suficiente. Por tanto, habría que determinar cuál sería el umbral de riesgo socialmente aceptable. En este sentido, Harris (4) sostiene que si lo que se gana con ciertas modificaciones es realmente relevante y el riesgo implicado es aceptable, habría una obligación moral de realizar tales cambios. Siguiendo con Harris, el filósofo también nota que, al indicarse los daños que ciertos tratamientos podrían causar, debería demostrarse que estos perjuicios son realmente presentes y reales, y no futuros y especulativos. Pese a que esta postura parece aceptable, también implica que algunos individuos deberían estar dispuestos a sufrir en carne propia las posibles consecuencias del tratamiento con el fin de probar sus efectos. Para Harris, esto no parece ser un problema, puesto que él considera que existe una obligación moral de participar en investigaciones médicas o cualquier tipo de pesquisa orientada a mejorar nuestras vidas o nuestras condiciones materiales, en circunstancias específicas, destacando que el riesgo no nos exime del deber moral de ayudar a otros.

Respecto de las limitaciones a la libertad que las prácticas de mejoramiento conllevarían, Sandel (17) considera que estos tratamientos amenazarían la capacidad humana de actuar libremente y de considerarse a sí mismos como responsables de las cosas que uno hace y de la manera en que uno es. Por tanto, lo que estaría en peligro es la propia humanidad de cada uno, producto de la erosión de la agencia. Por su parte, Habermas (18) considera que las terapias genéticas menoscaban la libertad humana al fijar las propias intenciones a las de terceros, impidiendo que uno pueda comprenderse como autor indiviso de su propia vida. En un sentido similar, Savulescu et al. (19) señalan que mejorar genéticamente a un embrión o un niño, que no pueden dar su consentimiento, podría ser pensado como un daño para estos. Nuevamente aquí nos encontramos frente a daños futuros y especulativos. En este sentido, Harris afirma que la carga de probar las consecuencias negativas de estos tratamientos debería estar del lado de aquellos que abogan por la prohibición y no de aquellos para quienes es bueno realizar estas prácticas por los beneficios que ellas reportan. Este mismo argumento también es válido para todos aquellos que han esbozado visiones distópicas respecto de un futuro à la Brave New World. De las tres amenazas a la libertad antes indicadas, quizás solamente la tercera sea realmente un problema bioético de relevancia, mientras que las otras parecen ser planteamientos demasiado especulativos, donde los males provocados parecen ser bastante improbables. De todas maneras, contra la cuestión del consentimiento Háyry (9) nota que decidir no mejorar a los propios hijos también es una decisión que los padres toman sin el consentimiento de estos, por tanto, la única manera de respetar el futuro de las próximas generaciones sería no teniendo hijos. Abogar por el consentimiento de un ser que en ningún momento puede decidir introduce esta paradoja que vuelve el argumento insostenible y refleja la intención de querer demostrar que es mejor dejar las cosas como están. Por otra parte, respecto de la puesta en peligro de la libertad de agencia, probablemente se base en el mero prejuicio de que el talento natural y el trabajo duro se consideren "parte de mí", mientras que usar una droga se entiende como un mejoramiento "artificial", porque es una forma de manipulación externa, tal como lo indica Zizek. Pero, en palabras del filósofo: "once we know that my 'natural talent' depends on the levels of certain chemicals in my brain, does it matter, morally, whether I acquired it from outside or have possessed it from birth?" (20). Por tanto si, por ejemplo, Sandel o Habermas se encuentran convencidos de que, en última instancia, lo psíquico depende exclusivamente de ciertos niveles químicos en el cerebro, aun en estas circunstancias la agencia sigue siendo una mera ilusión, se utilicen drogas o no. Lo que faltaría aquí, en todo caso, es una teoría que explique la emergencia de lo psíquico respecto del sistema neurofisiológico para desligar la voluntad humana de las meras reacciones químicas pero, al mismo tiempo, que se describa la relación que mantiene la psique con el cerebro y de qué manera los cambios en este último provocan alteraciones en la primera.

En relación con este problema, algunos también encuentran que los mejoradores cognitivos podrían provocar drásticos cambios en la personalidad y en los valores (21). Admitiendo que esto sea posible, cuesta encontrar un dilema ético detrás de este argumento, puesto que la educación, la adquisición de nuevos hábitos y maneras, la experiencia de vivir en otro país, relacionarse con otras personas, etc., también generan cambios similares, tanto en la personalidad como en los valores que uno profesa. Por otra parte, si el cambio de valores es tomado a nivel societal, y este es provocado de manera directa por las modificaciones en la personalidad disparadas por los mejoramientos cognitivos, entonces solo se daría una actualización de los valores, que no necesariamente representa un mal en sí misma. Otra cosa sería pensar que el mejoramiento cognitivo debería traer aparejado un mejoramiento moral, debido a las grandes posibilidades de causar daños que un avance aún más veloz de la ciencia y la técnica, producto del aumento del nivel cognitivo de la sociedad, generaría (22). Más allá de que los mejoradores morales no se encuentran disponibles y quizás nunca lo vayan a estar (23, 24), como admiten los mismos autores, Harris (25) indica, acertadamente, que si bien los progresos técnico-científicos pueden producir enormes daños en pocos instantes, también pueden tener grandes efectos benéficos en igualmente breves lapsos de tiempo. Por otro lado, no es seguro que el mejoramiento moral vaya necesariamente a reducir el riesgo de un mal uso de la ciencia y la tecnología, además de que este tipo de mejoramiento tampoco asegura contra las fallas humanas, que también podrían provocar grandes desastres.

Una cuarta forma de entender este desafío a la libertad se da cuando, en un mundo donde los mejoramientos se han generalizado, todavía existen individuos reacios. Estos últimos se verían obligados a utilizarlos, ya que les sería muy difícil competir con colegas que sí los usan. No cabe duda de que este puede ser un problema para estas personas, aunque no por ello debe volverse una cuestión ética, puesto que existen muchas situaciones similares en la sociedad, pero no por ello se toman medidas para solucionarlas. Por ejemplo, la posibilidad de acceder a bibliotecas o bases de datos más completas también genera desigualdades entre colegas de diferentes instituciones, sin que ello devenga en una cuestión de interés ético generalizado.

Otro punto de debate importante es el referido a la justicia distributiva. Farah et al. destacan que este punto podría ser resuelto de manera relativamente fácil, en el caso de los mejoradores neurocognitivos, ya que podrían ser distribuidos en toda la población con un costo moderado. Por el contrario, según los cálculos de Mehlman (26), sería imposible que una nación como los Estados Unidos puedan financiar los tratamientos de mejoramiento genético de toda la población. Por tanto, el autor concluye que es inevitable que algunos ciudadanos gocen de los mejoramientos y otros no. Según este autor, tal situación podría ser tan altamente perniciosa, que destruiría la creencia en la igualdad de oportunidades, con el consiguiente colapso de la democracia liberal. Esto llevaría hacia una nueva forma de gobierno y de estratificación social en cuya cúspide se alojaría la aristocracia genética o genobility. Por tanto, las desigualdades económicas actuales, que permitirían el acceso a los mejoramientos genéticos solamente a una élite, desembocarían en mayores desigualdades a nivel de poder, conocimiento, capacidades humanas, etc. Sin entrar en detalles respecto de los diferentes rasgos y variantes distópicas, Mehlman también analiza numerosas soluciones posibles, ponderando sus ventajas y desventajas. La alternativa más obvia, la prohibición, según las especulaciones del autor, no sería demasiado efectiva, en primer lugar, porque daría paso al establecimiento de un mercado negro, además de que los interesados en mejorarse genéticamente podrían viajar hacia países donde tal práctica esté permitida. Por otra parte, ante esta última situación, los controles para verificar si ciudadanos del propio país realizaron tales tratamientos sobre sus cuerpos serían altamente complejos. Radicalizando el planteamiento, de optarse por una línea dura en la prohibición, se podría terminar en la declaración del estado de excepción, puesto que los mejoramientos genéticos pondrían en riesgo la democracia y la libertad. De esta manera, en el intento de desbaratar una posible dictadura, se construiría una dictadura real. Otras soluciones que Mehlman analiza son las de implementar licencias para los mejoramientos, establecer una lotería de mejoramientos organizada por el Estado (para que cualquier ciudadano, al azar, obtenga los mejoramientos y no solamente los ricos), o la nivelación hacia arriba o hacia abajo. Pese a la variedad de alternativas, ninguna resulta completamente satisfactoria para el autor. Aunque lo que Mehlman sí sostiene firmemente que debe prohibirse son los mejoramientos de línea germinal, por los cuales las modificaciones genéticas pasarían a las próximas generaciones permitiendo el inevitable establecimiento de la aristocracia genética.

En este contexto, resultan oportunas las críticas que Zizek (20) hace a Fukuyama respecto de sus preocupaciones por el destino poshumano que amenazaría a la humanidad. Pasando del "fin de la historia" hacia las preocupaciones por el peligro biogenético, Fukuyama parece darse cuenta que este último tiene el potencial de volver obsoleto al sujeto de la democracia liberal. Desde una visión idealizada de esta forma de gobierno, Fukuyama pasa a considerar la posibilidad de que las corporaciones abusen del libre mercado para manipular a la gente y utilizarla en experimentos, o la perspectiva de que los ricos puedan mejorar a sus hijos con el fin de crear una nueva raza con capacidades físicas y mentales superiores, provocando una nueva lucha de clases. Para evitar todo esto, de manera similar a lo visto más arriba, sería el Estado el encargado de controlar al mercado. Frente a semejante situación, Zizek sostiene que tales medidas son deseables independientemente de la supuesta amenaza biogenética, con el fin de controlar las potencialidades de la economía de mercado global. Por esta razón, el filósofo esloveno indica la posibilidad de que el problema no sea la biogenética en sí misma, sino el contexto de relaciones de poder en el cual ella se encuentra inserta.

Por último, se puede hacer referencia a tres argumentos escasamente convincentes propuestos por Kass (5) y Sandel (27). El primero de ellos, presentado por el último de los autores citados, es el argumento del hubris. Según Sandel, el dilema moral que desata el mejoramiento no subyace tanto en la perfección que busca, como en la disposición humana que expresa y promete. Así se definiría el hubris, que se manifestaría, por ejemplo, en la intención de los padres de elegir los rasgos físicos de sus hijos. En este caso, lo reprobable es la voluntad de querer dominar el misterio del nacimiento. Por tanto, este deseo de dominio destruiría la posibilidad de apreciar el carácter de gifted de los poderes y logros humanos, al tiempo que representaría una especie de aspiración prometeica que pretende rehacer la naturaleza (incluida la humana), con el fin de someterla a los propósitos y la satisfacción de los deseos humanos.

Este argumento se encuentra íntimamente ligado al motivo central de la propuesta de Sandel contra el mejoramiento —y contra toda forma de ingeniería genética— que es que estas tecnologías amenazan con destruir la posibilidad de apreciar a la vida como un gift, dejándonos solamente con la posibilidad de afirmar nuestra propia voluntad. Esta giftedness de la vida se expresaría en el reconocimiento de que nuestros talentos y poderes no son completamente el resultado de nuestras acciones, ni son propiamente nuestros, y que no todo en el mundo está disponible para cualquier uso que nosotros le queramos dar para satisfacer nuestros deseos.

Por su parte, Kass sostiene que si hay alguna givenness humana o una given humanness, serían dignas de ser respetadas. Lo given serviría como guía para elegir qué es lo que se puede alterar y qué es lo que se debe dejar como está. Para este autor, las drogas y otros mecanismos de asistencia violarían o deformarían la estructura profunda de la actividad de la naturaleza humana. Esto se debe a que la experiencia humana regida por tales dispositivos se vería mediada por fuerzas y vehículos ininteligibles que le quitarían todo significado humano a las actividades realizadas bajo ese influjo. De esta manera, la actividad humana escaparía al reino del sentido inteligible, impidiendo que las propias transformaciones puedan ser experimentadas como genuinamente propias.

Respecto de estos planteamientos, Háyry (9) observa que, al confiar demasiado en conceptos con un fuerte significado cultural, la filosofía, tanto de Kass como de Sandel, se vuelve superficial. Además, dejando de lado el hecho de que estos avances técnico-científicos pueden promover valores como la autonomía, la justicia, la libertad, la igualdad, etc., ignoran los valores sobre los cuales las sociedades democráticas y liberales se fundan. No obstante, aquello que resulta más chocante de estas posturas es su acrítica defensa de una supuesta "naturaleza" humana, que permanece como un factor completamente misterioso. Tan misterioso como el arcano "Factor X", con el cual Fukuyama (28) designa a la esencia humana, la cual se encuentra en peligro de ser corrompida por el exceso de tecnología.

Intentando esclarecer este confuso concepto de naturaleza humana, Birnbacher (11) nota que, si es cierto que el ser humano es, en esencia, un animal cultural, la condición humana consistiría, entre otras cosas, en modificar continuamente su naturaleza (en un sentido meramente biológico y abstracto). Por tanto, modificar su condición por medio de la tecnología no sería un cambio radical de la esencia humana, sino que algo que la reafirmaría. Asimismo, el carácter biológico del ser humano cambiará, de todas formas, en un futuro más o menos lejano, al tiempo que su naturaleza cultural se modificará, seguramente en un futuro cercano, con lo cual lo que hoy se considera como lo típicamente humano no tiene por qué serlo en un futuro de creciente desarrollo de la tecnología y la medicina.

Por otra parte, Agar (29) critica la posición de Sandel (27) según la cual las modificaciones genéticas serían más controladoras o transformadoras que el influir en la vida de un niño controlando su dieta o su educación. En este sentido, Agar sostiene que hay razones para considerar que sería preferible la manipulación genética que ciertas formas tradicionales de control. En principio, Agar distingue entre las habilidades dirigidas a objetivos generales y aquellas enfocadas a tareas específicas. Si las transformaciones genéticas se restringiesen solamente a las primeras, se dotaría al niño de habilidades que pueden ser utilizadas de múltiples maneras, sin ser tan discriminatorias como ciertas influencias del ambiente, que trabajan en un tiempo más próximo a aquel en que el niño adquiere sus valores. De esta manera, se vuelve al principio de esta exposición relacionando educación y mejoramiento. Para Harris, sí sería legítimo perseguir ciertos objetivos mediante la educación, como también lo sería hacerlo mediante mejoramientos que se revelasen lo suficientemente seguros. En su postura no hay una real ponderación de los medios utilizados, sino que prevalece la previa aceptación social de los fines perseguidos, la cual parecería legitimar ambos medios. Agar, por su parte, va más allá aseverando que serían preferibles ciertos mejoramientos genéticos que algunos métodos tradicionales de educación, cosa que desafía la prudencia de la mayoría de las posturas hasta aquí expuestas.


EL REDUCCIONISMO GENÉTICO Y CEREBRAL EN EL DISCURSO SOBRE EL MEJORAMIENTO

A estos diferentes argumentos y posturas frente a los varios tipos de mejoramiento subyacen, entre otros, dos discursos fundamentales: el del reduccionismo genético y el del sujeto cerebral. En muchas ocasiones, estos discursos se entremezclan con otros conceptos haciendo que el basamento filosófico de los argumentos parezca contradictorio o poco sólido.

Deteniéndonos en el primero de estos discursos, Zwart (30) explica que, con los resultados del Proyecto Genoma Humano, la visión según la cual cada gen determinaría un cierto rasgo se ha revelado prácticamente insostenible, salvo en casos muy puntuales y raros, como en la enfermedad de Huntington. Esto significa, en primer lugar, que "nosotros" no "somos" nuestros genes y, por tanto, que se pueda modificar nuestra personalidad, identidad, subjetividad, etc., agregando, quitando o sustituyendo genes. Por otra parte, la genómica muestra que rasgos tan complejos como la inteligencia o la predisposición al comportamiento violento difícilmente puedan deberse a la acción de un único gen, por lo cual, como se indicaba recién, la manipulación se haría altamente compleja. Por esta razón, para que esta ilusión o pesadilla se haga realidad deberá pasar bastante tiempo, si es que alguna vez se vuelve posible.

Tal creencia parece estar presente tanto entre los transhumanistas y poshumanistas que esperan ansiosos la posibilidad de realizarse mejoramientos genéticos de diferente especie, como entre los más acérrimos opositores, como Fukuyama y su "Factor X", o Kass y Sandel. Si estos autores no creyesen, de cierta manera, en alguna forma de determinismo genético, no estarían tan preocupados por las posibles alteraciones que se podrían producir en el genoma humano. Si el código genético no fuese tan importante para ellos, sus modificaciones no violarían la naturaleza humana. En este sentido, el código genético formaría parte de aquellos elementos que conformarían algo así como una "esencia" humana. Es de suponer que, para estos autores, un tatuaje, un piercing, una cicatriz o la pérdida de algún miembro no representen una modificación que cause alteraciones en la naturaleza humana puesto que, de ser así, el argumento, de ser discutible, pasaría a ser completamente ridículo. En el caso específico de Kass, podría ser que este autor no crea, consciente o inconscientemente, en un determinismo genético, sino que todo su discurso sobre la givenness humana no sea más que una manifestación de la repugnancia moral que, para él, es aquello que mejor nos guiaría en este tipo de investigaciones (31). De esta manera, tanto las ansiosas esperanzas de los pos y trans- humanistas representarían un puro hype, por ahora infundado, mientras que los temores y escenarios distópicos de muchos autores también serían exagerados. En este sentido, todas las especulaciones sobre prohibiciones, justicia distributiva o posibles cambios societales, tal como se mostró más arriba, formarían parte de este miedo injustificado.

Por su parte, el concepto de sujeto cerebral, acuñado por Ehrenberg (32), sería el resultado y el fundamento filosófico del programa fuerte de las neurociencias, por el cual se identificaría el conocimiento del cerebro con aquel que se tiene de sí mismo, al tiempo que, en el plano clínico, se manifestaría en la intención de fusionar neurología y psiquiatría. Por tanto, el cerebro sería el fundamento de la mente o el espíritu o, en palabras de Vidal (33), la única parte del cuerpo que necesitamos para ser nosotros mismos. Esta visión puede encontrarse en el excesivo miedo por las alteraciones en la personalidad o identidad que los mejoradores neurocognitivos causarían que, al parecer, nos dotarían de una completamente diferente, por el solo hecho de modificar ciertos balances químicos en el cerebro. Ella también podría influir en las propuestas de Kass y Sandel, que pretenden englobar tanto mejoramientos genéticos como neurocognitivos. Respecto a los mejoradores de este último tipo, el miedo que muestran los mencionados eticistas ante las alteraciones de la naturaleza humana, de la humana givenness o giftedness, indicaría que también los cambios a nivel químico en el cerebro, producto de la ingesta de tales medicamentos, generarían transformaciones en esa especie de estado de naturaleza. Lo que no resulta demasiado convincente es que se acepte una división clara entre mejoramiento y terapia en el sentido de que se aprueba que, con fines terapéuticos, se alteren estos estados y que, solo porque la medicina ha construido una patología y la ha etiquetado, tales alteraciones de la naturaleza humana no ocurran. Para ser consecuentes, la givenness o giftedness debería aceptarse en todos los casos tal y como se presenta.

Otro punto de despierta esta hype o un infundado miedo, es el de la evolución. Harris (4) auspicia el arribo de una evolución mejoradora que sustituya la vieja evolución darwinista, pasaje que representaría el salto de la selección natural hacia un proceso de selección voluntario. Por el contrario, Butcher (21) advierte el peligro de la homogeneización de la sociedad con la consiguiente pérdida de diversidad. Según lo que indica Gordon (34), por principio, aún no se ha logrado entender cómo podría realizarse una modificación genética controlada ni siquiera de simples rasgos fenotípicos. Respecto de la posibilidad de que el ser humano pueda llegar a controlar la evolución, el autor encuentra que esta proposición es completamente infundada. Esto se debe a que, si se introdujesen nuevos alelos mediante transferencia genética, su impacto a nivel de la especie sería completamente irrelevante, puesto que cada mes nacen en el mundo once millones de bebés, por lo cual que nazca uno solo genéticamente modificado no produciría ninguna alteración. Debido a esto, la perspectiva de una evolución controlada por el hombre es todavía pura fantasía, ya que, primero, se debería poder lograr mejoramientos genéticos eficaces y luego generalizarlos de forma masiva. Ambas cosas parecen demasiado lejanas.


MEDICALIZACIÓN Y MEJORAMIENTO

Al observar el fenómeno del mejoramiento desde la perspectiva de la medicalización, pueden encontrarse elementos de análisis que escapan a las dilucidaciones bioéticas, las cuales suelen poner entre paréntesis al contexto social. Conrad (35) nota que una de las peculiaridades que asume el proceso de medicalización en esta época es que la atención ha pasado desde las fuerzas sociales hacia las fuerzas biogenéticas, al tiempo que la culpa se ha transferido de la persona hacia el cuerpo. En el caso puntual del ADHD3, también se rompe con la figura del "desviado", o sea, aquel que entra en conflicto con los agentes de control social —como lo indicaba la psiquiatría o el labelling approach (36)4—. Ahora es el propio "paciente" el que se autodiagnostica, situación que emerge de la percepción de que el propio rendimiento no llegaría al nivel deseado. Según Conrad, esto muestra que hay una fuerte insatisfacción respecto de la propia condición actual, al mismo tiempo que parece haber bajado el umbral de tolerancia por los síntomas suaves de malestares psíquicos y por los problemas benignos.

Dentro de este contexto, dos agentes principales han contribuido a generar estas transformaciones. Por un lado, a partir del DSM-III5 (37), en los años ochenta, cuando se abandona la perspectiva psicoanalítica y se asume una visión abiertamente biomédica, el número de patologías psíquicas ha ido en vertiginoso aumento. Como consecuencia, en muchas mediciones de los malestares psíquicos una enorme cantidad de comportamientos se ha vuelto indicadora de posibles desórdenes mentales, mientras que la línea entre los malestares leves y las dificultades normales de la vida cotidiana ha sido borrada. De esta manera, no solo mucha gente ha pasado a ser considerada como enferma, sino que otros también son clasificados como individuos en riesgo de contraer una patología mental seria. Por otro lado, se encuentra la industria farmacéutica, la cual ha destronado del primer lugar al médico como principal agente medicalizador.

A través de sus agresivas campañas publicitarias, estas empresas intentan definir qué es lo normal y qué es lo anormal, con el claro propósito de introducir nuevos criterios sociales para poder vender sus productos.

Por consiguiente, en un contexto social donde la visión médica tiende a interpretar a cada patología desde un punto de vista puramente biomédico, dejando de lado todo factor social, y donde las compañías farmacéuticas se aprovechan de los medios de masas y de las diferentes tecnologías de información y comunicación para instalar criterios de normalidad acordes a los productos que ellas quieren vender, es más comprensible por qué el mejoramiento se ha vuelto un problema. Esto contribuye a que prospere lo que Conrad llama, una "estrategia conservadora" respecto del mejoramiento, por la cual se prefiere cambiar al individuo, antes que problematizar estos estándares y expectativas sociales que se van imponiendo. En un contexto tan acrítico, Hogle (38) afirma que lo que hoy la sociedad estadounidense entiende como "productividad" es, en realidad, una forma de manía, por lo cual uno se vería empujado a automedicarse para volverse más maníaco y estar a tono con el estándar social imperante.

Sobre la base de lo anteriormente referido, parecería que esta sociología de la medicalización se alinearía con todos los eticistas contrarios a la utilización de mejoramientos o contra las investigaciones en pos de hacerlos posibles. No obstante, este análisis no aboga por prohibiciones, legislación o moratorias sino que, más bien, muestra cómo la sociedad ha invisibilizado el fenómeno, llevando todo al plano de la elección individual. Las posiciones bioéticas tratadas más arriba van desde el elogio del individuo que puede elegir libremente todo tratamiento que se ajuste a su deseo y su bolsillo, hasta aquellos que pretenderían prohibir el ejercicio de esta libertad en aras de ciertos ideales de vida, esencias o naturalezas. Por el contrario, la sociología de la medicalización le devuelve a la sociedad sus propios problemas y conflictos sin otorgarle una solución preestablecida. Además, desancla el problema del mejoramiento de una mera cuestión de la insaciable voluntad humana, otorgando elementos para poder iniciar un análisis de las causas de la estructuración de esa voluntad de mejoramiento, que no es un simple deseo atemporal y natural del ser humano, sino que obedece a pautas y expectativas construidas socialmente. Así, se muestra que esta cuestión no tiene un origen tan misterioso, sino que es el producto de condiciones sociales determinadas, que no son fácilmente manipulables a través de la estipulación de medidas jurídicas.


CONCLUSIONES

Como se ha mostrado a lo largo del trabajo, el consenso respecto de la aceptación o la prohibición de los mejoramientos es casi nulo. Si bien existe cierto debate entre los autores abordados, el diálogo no parece orientado a buscar un verdadero consenso. Esto se refleja también en cuestiones que atañen a la argumentación, donde la definición de los conceptos suele distanciar a los autores, como, por ejemplo, a la hora de diferenciar entre mejoramiento y terapia. En muchos casos, además, se suele omitir a qué tipo de mejoramientos se está haciendo referencia, extrayendo conclusiones generales para todos, cuando en realidad se está pensando solamente en uno de ellos. Tal actitud complica, sea el debate, sea los análisis como el que se ha querido llevar a cabo en este espacio. El problema que representa este punto es que se suelen englobar tanto mejoramientos neurocognitivos, que pueden realizarse mediante drogas actualmente disponibles, con los mejoramientos genéticos, que no están disponibles y probablemente no lo estén por un largo tiempo. En este sentido, se entremezcla el debate respecto de una cuestión real y que requiere un tratamiento serio, con otro que suele tener ribetes de ciencia-ficción. Esto no significa que la discusión se encuentre completamente en un punto muerto, puesto que ciertos argumentos, sea en pro o en contra, están ya consolidados. La cuestión, en todo caso, sería explicar por qué ciertos autores se obstinan en las generalizaciones y evitan un debate más profundo sobre cada aspecto del problema.

El repaso de las diferentes argumentaciones ha mostrado que el consenso es mínimo y que este se concentra en la cuestión concerniente a la relación entre seguridad/ riesgo. Al igual que en otros debates bioéticos, el riesgo para la salud que la terapia puede llegar a ocasionar es el último argumento en el cual todas las posturas suelen converger y que reduce la preocupación respecto del tema. De esta manera, el verdadero problema puede ser aplazado hasta que el tratamiento se revele lo suficientemente seguro, más allá de que este punto  también puede ser debatible ya que, como se aclaraba más arriba, la ciencia produce continuamente riesgo y el intento por reducirlo genera nuevos riesgos. Ante tal escenario sería interesante observar si, llegado el caso de que alguno de estos tratamientos de mejoramiento se revela "seguro", tal procedimiento sea aceptado socialmente con total normalidad. En tal caso, una forma de interpretar los hechos sería pensar que todo el debate ético se habría desvanecido frente a la mera evidencia científica. Entonces, la conclusión sería que los límites de la ciencia son solamente límites científicos relacionados con patrones de eficacia. De verificarse tal situación, podría decirse que todo este debate ha fracasado, puesto que ha dejado que sean criterios puramente científicos los que determinen el destino de los comportamientos sociales. Este posible fracaso es, ciertamente, real en este debate, desde el momento en que se ha concentrado en discutir cuestiones poco convincentes y con un tono altamente esencialista y conservador, dejando de lado la crítica a la sociedad contemporánea y a las estructuras que pujan porque la visión médico-científica sea la única válida. En este sentido, el trabajo de Conrad sobre la medicalización en la sociedad actual muestra cómo bioeticistas y filósofos han descuidado el debate de aspectos profundamente sociales que subyacen a esta cuestión. Frente a este contexto, lo que Conrad llama la "estrategia conservadora" encuentra un hábitat ideal para prosperar, lo que favorece los intereses económicos de las grandes compañías farmacéuticas. Paradójicamente, son los más conservadores los que esbozan cierta crítica que pueda poner en duda estos estándares y expectativas socialmente estructurados que conforman tal estrategia. Sin embargo, lo hacen apelando a entidades abstractas y atemporales, como un deseo o voluntad insaciable. En sus propuestas demandan controles estatales para proteger la naturaleza humana o refrenar tal deseo de superación, volviéndose críticos de ciertos aspectos de la misma democracia liberal que apoyan. No obstante, la crítica permanece en la superficie, obstruida por el mismo esencialismo que impide observar con claridad las causas sociales de los fenómenos. Por tanto, lo que se ve son fuerzas abstractas o individuos aislados y nunca actores colectivos. Este punto, como se indicó más arriba, no es patrimonio exclusivo de los "conservadores", también Harris, con su léxico provocador y familiar, pasa por alto muchos de los elementos sociales que subyacen a este problema.

Otra forma de entender los resultados de este debate es que el tomar como punto de vista a la ontología occidental clásica, y más puntualmente para este caso, la búsqueda de una esencia humana que deba permanecer intangible y merezca un respeto absoluto, ya no tiene —en una sociedad policontextual, como la entiende la teoría de sistemas de Luhmann (39)— un consenso absoluto, sino que se ha vuelto una forma más de preguntarse por los problemas de la sociedad contemporánea. Entonces, lo único que goza de un consenso absoluto, aunque pueda parecer trivial, es evitar provocar dolor o sufrimiento al ser humano. Esto se combina con la permanente inclinación a observar el mundo, y especialmente el futuro, en términos de riesgo. Por tanto, el problema principal será observar todo tratamiento desde la perspectiva del riesgo de infligir dolor que ellos implican. Naturalmente que, debido a que el riesgo se expresa como un cálculo respecto de acontecimientos futuros contingentes, puede resultar que esta especie de ética basada en el riesgo falle en sus cálculos y termine generando el sufrimiento que pretendía evitar. Siguiendo con Luhmann, el fracaso en el debate antes mencionado puede no ser considerado de manera tan drástica si se acepta, como entiende el mencionado autor, que la moral (y en este caso esta tesis podría extenderse también a la ética) cumple una función de alarma debido a que ella cristaliza alrededor de algunos problemas urgentes de la sociedad, para los cuales ni los medios de comunicación simbólicamente generalizados, ni los sistemas funcionales pueden otorgar alguna solución. De aceptarse esta afirmación, entonces, el debate en torno del mejoramiento, pese a que aún no ha logrado generar consensos amplios ni en cuanto a las definiciones conceptuales, ni en cuanto a las mejores medidas políticas para tratar la cuestión, sí parece haber producido cierta alarma en algunos sectores de la sociedad, que rebasa el mero debate entre expertos. De todas maneras, para adelantar un diagnóstico más certero haría falta una nueva investigación dedicada, por ejemplo, a observar cuáles fueron las repercusiones que este debate pudo generar en la legislación de los diferentes países.


2 La palabra hype, de difícil traducción al castellano, tiene diferentes acepciones y matices. Aquí se utilizará para indicar las exageradas afirmaciones respecto de ciertas prácticas que pueden adquirir un tono casi publicitario y generar expectativas desproporcionadas. Al mismo tiempo, el término contiene también una connotación negativa, como si aquello que se asevera contuviera cierto significado engañoso que terminará conduciendo a la decepción.

3 Esta sigla del idioma inglés indica el trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Para profundizar en el análisis de este problema, puede remitirse al antes citado libro de Conrad, específicamente al capítulo tercero, donde el autor explica cómo este trastorno, antes patrimonio de los niños, es extendido a los adultos, a partir de la década de 1990.

4 Esta corriente sociológica (incluida también en la criminología), conocida en castellano bajo el rótulo de "teoría del etiquetamiento", deriva del interaccionismo simbólico, y su exponente más conocido es Howard Becker (36), este autor entiende que un desviado es aquel a quien se lo ha etiquetado exitosamente como tal, ya que el comportamiento desviado es aquel que la gente rotula de esa manera y no una cualidad de las acciones que alguien realiza.

5 Esta sigla inglesa hace referencia al "Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales" publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría. Para una interesante discusión sobre el último de los tomos que se planea publicar (el quinto), puede remitirse a A. Francés (37).



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