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Íkala, Revista de Lenguaje y Cultura

Print version ISSN 0123-3432

Íkala vol.15 no.26 Medellín Sept./Dec. 2010

 

Editorial

 

EN OTRAS PALABRAS, CASI LO MISMO

 

IN OTHER WORDS, ALMOST THE SAME

 

 

M. Carmen África Vidal Claramonte

Universidad de Salamanca, España


 

 

Reflexionar sobre la traducción en un momento histórico como el nuestro es mucho más que hablar de equivalencias absolutas o de puentes y espejos. Traducir es, en mi opinión, una actividad fascinante, porque nos obliga a plantearnos cuestiones éticas, por su íntima relación con la semántica, la filosofía, la sociología y en general la epistemología de una época y de una cultura. El ser humano accede a la realidad a través de traducciones, de versiones de realidades provisionales, coyunturales, interesantes e interesadas, que se van contextualizando, rectificando y traduciendo continuamente con los trayectos hermenéuticos y éticos de la persona. Como dice el antropólogo Lluís Duch en Mito, interpretación y cultura, si vivir es hablar, y hablar es traducir, resulta evidente que vivir es traducir.1

Así, al traducir nos topamos con el otro, con las migraciones y las identidades nacionales, con lo global y lo local, con el problema de los márgenes, con la diferencia, con aquello con lo que a veces coincidimos y que en otras ocasiones detestamos. Traducir no es, pues, sino un problema ético, pero también una posibilidad para la hospitalidad lingüística, advierte Paul Ricoeur,2 o incluso para el conflicto, si hacemos caso a Mona Baker.3 Y es que traducir es interaccionar culturas cuya relación entre sí es, muchas veces, asimétrica.

Es precisamente de esa asimetría de donde surge el lado más apasionante, pero también más complejo de la traducción, una actividad que nos recuerda, cada vez más en el siglo xxi, al espejo de Alicia, ése que lo invierte todo, entra en el interior de la(s) realidad(es) y escudriña lo que hay al otro lado.

Lejos de concepciones platónicas o positivistas del significado, en un mundo global como el contemporáneo, híbrido y diaspórico, al traducir, no se dice nunca lo mismo, advierte Umberto Eco en su libro titulado significativamente Decir casi lo mismo,4 porque el significado no es estable, lineal ni monocromático, y porque tampoco el lenguaje es neutral sino heteroglósico. La intertextualidad de la que hace gala el traductor nos recuerda que somos en relación con los demás. Precisamente por esa riqueza y pluralismo que destila, traducir se traduce en amar el lenguaje y la existencia misma. Cada acto de nuestra vida es una traducción, una re-presentación de la realidad, una interpretación de lo que el otro nos quiere transmitir, un hacer con las palabras para hacerlas explotar, y para que, así, lo no verbal aparezca en lo verbal (Derrida dixit).5

Traducir es reflexionar sobre cómo viaja el significado; es hablar desde nuestras palabras en otras palabras, con el fin de liberar todas las posibilidades del signo para pensar lo mismo de otra manera, respetando la diferencia y la dimensión de la otredad, respetando la equivalencia, pero sabiendo, al mismo tiempo, que es imposible, que siempre será una acción imperfecta, porque siempre quedará algo fuera, oculto, que explica su naturaleza fragmentaria. El traductor, pues, no intenta sólo saber qué significa un texto, sino cómo ha llegado a significar eso, cuál es la arqueología de un determinado sentido. De ahí que, conscientes de esa realidad, creamos conveniente plantearnos unas serie de preguntas antes de empezar a traducir: ¿cómo creamos y somos creados por el lenguaje?, ¿cuál es el poder de la interpretación?, ¿cómo ejercemos poder a través del lenguaje?, ¿qué realidad debe representar el acto de nombrar?, ¿quién controla el significado?

La necesidad de traducir la sentimos porque sentimos la necesidad del otro, la necesidad de hacer propio lo ajeno, pero siempre sintiendo también la fascinación por ser, o mejor, por llegar a ser, lo que Kwame Anthony Appiah6 llama ciudadano del mundo.

Traducir no es sólo una operación interlingüística, sino también una actividad que pone de manifiesto que el sentido de lo humano se mueve, se construye y se desconstruye, gana y pierde, avanza y retrocede, porque en definitiva el ser se constituye en la provisionalidad.

 

NOTAS DEL AUTOR

1 Lluís Duch. (1998). Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica. Barcelona: Herder. Trad. Francesca Babí i Poca y Domingo Cía Lamana.

2 Paul Ricoeur. (2005). Sobre la traducción. Barcelona: Paidós. Trad. Patricia Willson.

3 Mona Baker. (2006). Translation and Conflict. London: Routledge.

4 Umberto Eco. (2008) Decir casi lo mismo. Experiencias de traducción. Barcelona: Lumen. Trad. Helena Lozano.

5 Jacques Derrrida. (1977 [1972]). Posiciones. Valencia: Pre-textos. Trad. M. Arranz.

6 Kwame Anthony Appiah. (2008). Mi cosmopolitismo. Barcelona: Katz. Trad. Lilia Moscón.

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