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Perspectiva Geográfica

versión impresa ISSN 0123-3769

Perspectiva Geográfica vol.23 no.2 Tunja jul/dic. 2018

https://doi.org/10.19053/01233769.7382 

Artículos

Hacia la construcción de unas geografías de género de la ciudad. Formas plurales de habitar y significar los espacios urbanos en Latinoamérica

TOWARDS THE CONSTRUCTION OF A GENDER GEOGRAPHY OF THE CITY. PLURAL FORMS OF INHABITING AND MEANING URBAN SPACES IN LATIN AMERICA

RUMO À CONSTRUÇÃO DE UMA GEOGRAFIA DE GÊNERO DA CIDADE. FORMAS PLURAIS DE HABITAR E SIGNIFICAR ESPAÇOS URBANOS NA AMÉRICA LATINA

Paula Soto Villagrána 

a Doctora en Estudios Antropológicos de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalpa. Docente de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalpa. México. Correo electrónico: paula.soto.v@gmail.com.


Resumen

Este artículo ofrece una revisión de los principales aportes en la producción teórica e investigativa urbana desde una perspectiva de género y feminista en América Latina. El objetivo es poner en evidencia cómo hombres y mujeres habitan y significan la ciudad de formas diferentes y comprender cómo forman parte simultáneamente tanto de la construcción social del espacio urbano como de la construcción social del género. Para esto se realizó una revisión de artículos académicos, investigaciones, libros y documentos de trabajo desde la década de los años noventa hasta la actualidad. Se identificaron conceptos teóricos organizadores, núcleos temáticos y problemas de investigación; asimismo, se proponen desafíos y horizontes para la construcción de una geografía urbana feminista en la región.

Palabras clave: género; ciudad; estudios urbanos; geografía feminista; espacios

Abstract

This article provides a review of the main contributions in the theoretical production and urban research accomplished from a gender and feminist perspective in Latin America. The objective is to show how men and women inhabit and signify the city in different ways and to understand how they simultaneously form part of both the social construction of the urban space and the social construction of the genre. For which a review of academic articles, research, books and working documents is made from the nineties to the present. Organizational theoretical concepts, thematic cores and research problems are identified, as well as challenges and horizons for the construction of a feminist urban geography in the region.

Keywords: gender; city; urban studies; feminist geography; spaces

Resumo

Este artigo oferece uma revisão das principais contribuições na produção de pesquisa teórica e urbana a partir de uma perspectiva de gênero e feminista na América Latina. O objetivo é mostrar como homens e mulheres habitam e significam a cidade de maneiras diferentes e compreendem como elas fazem parte simultaneamente da construção social do espaço urbano e da construção social do gênero. Para o qual uma revisão de artigos acadêmicos, pesquisas, livros e documentos de trabalho é feita a partir da década de 90 para o presente. São identificados conceitos teóricos organizacionais, núcleos temáticos e problemas de pesquisa, bem como desafios e horizontes para a construção de uma geografia urbana feminista na região.

Palavras-chave: gênero; cidade; estudos urbanos; geografía feminista; espaços

1. Para comenzar

Este trabajo analiza cómo la investigación que invoca el diálogo entre género y ciudad en América Latina se ha integrado dentro del campo de conocimiento de los estudios urbanos1 y ha desarrollado una reflexión y un diálogo permanente a lo largo de más de tres décadas. En efecto, constatamos un creciente desarrollo que se ha ido diversificando y ha permitido establecer vínculos y alianzas fructíferas entre feminismo y geografía en un sentido amplio, específicamente en la producción social de la ciudad. En este mismo ejercicio reflexionamos sobre los desafíos y los horizontes posibles para producir una geografía feminista de la ciudad. Más allá de lo discutido en las geografías de género anglosajonas, volvemos la mirada sobre la realidad latinoamericana para indagar en los caminos por los cuales ha transitado la producción de conocimiento sobre la ciudad que toma al género como una categoría de análisis e interpretación transversal que cruza las relaciones de género y los espacios urbanos, a través de la revisión de un cuerpo de obras y de ideas organizadoras no necesariamente cronológica, sino temática.

Debido principalmente a que la producción sobre la ciudad desde una perspectiva de género tiene la particularidad de estar disciplinariamente deslocalizada en las ciencias sociales2, contiene una heterogeneidad que se expresa en una fuerte apertura interdisciplinaria; por ello es importante explicitar que esta es una aproximación parcial y posicionada que busca brindar una panorámica general que muestre los avances y las tendencias en desarrollo a partir, centralmente, del análisis de artículos académicos producidos en temas de género y ciudad3.

En esta revisión pudimos además constatar que la producción de las investigadoras urbanas se encuentra publicada en libros y revistas cuya circulación muchas veces es nacional o tienen un limitado alcance latinoamericano, lo cual puede explicarse desde dos perspectivas. Por un lado, porque integrar la mirada de género ha sido un proceso lento y tardío en la investigación urbana, lo que, en la práctica, no ha logrado consolidar un conjunto de núcleos y problemas que definan un objeto (Duhau, 2000). Y por otro lado, coincidentemente con estas aseveraciones, a pesar de la proliferación y la creciente institucionalización en buena parte de las universidades de los estudios de la mujer y del género en la región, estos están en una etapa de corte más pragmático, ha faltado una reflexión teórica sobre los procesos investigativos, así como respecto a la docencia, como lo sostiene Mary Goldsmith (1999) y, particularmente para la geografía, se ha reconocido que los trabajos actuales han sido más empíricos que teóricos (Veleda y Lan, 2007).

Por esta razón la búsqueda incluye también otros dos tipos de materiales, la revisión de algunos libros que reúnen reflexiones interesantes y que permitieron establecer un rango más amplio de búsqueda entre 1990-2017 (Feijoó y Herzer, 1990; Massolo, 2004; Molina, 2006; Falú y Segovia, 2007; Nieves Rico, 1996; Velázquez, 1996), y también algunos informes de agencias internacionales que han tenido una gran influencia en hacer visibles a las mujeres dentro de las ciudades e incorporar el género como dimensión crucial en la planificación urbana, como la Organización de las Naciones Unidas, dedicada a promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

La ruta de análisis se organiza en tres momentos de reflexión. El primero está destinado a puntualizar algunos cruces conceptuales entre estudios urbanos y estudios de género, explicando cómo la ciudad ha sido un objeto de estudio feminista. En un segundo momento exploramos reflexiones conceptuales y núcleos de estudio a partir de la oposición planteada por Elizabeth Wilson (1990) sobre la ciudad como un escenario contradictorio desde la perspectiva de género, donde el espacio urbano es visto como restricción y al mismo tiempo como un espacio potencialmente liberador para las mujeres. El tercer momento está destinado a retomar las múltiples posibilidades de relación entre las perspectivas geográficas feministas y los estudios urbanos para dibujar desafíos y objetos pendientes de abordar.

2. Fronteras y cruces entre los estudios urbanos y los estudios de género

La importancia del movimiento y el pensamiento feminista latinoamericano comprometido con las transformaciones sociales ha tenido repercusiones significativas en la producción teórica y empírica de los estudios urbanos en la región. Un elemento inicial de crítica se orientó a los enfoques predominantes de la investigación urbana, los que tendieron a omitir la presencia y la actuación femenina. Tanto en el estructuralismo marxista como en el funcionalismo, Alejandra Massolo (1995) nota que en los estudios urbanos "se hizo evidente la paradójica invisibilidad-visibilidad de la mujer" (p. 64). Bajo el argumento de que el género, como parte de un cuerpo teórico feminista (Lamas, 1999), era estructurador de las desigualdades urbanas, se introdujo dentro de las disciplinas dedicadas al análisis de los procesos y las dinámicas urbanas.

Coincidentemente, el proyecto de las geografías feministas4 problematizó una epistemología masculina de construcción del conocimiento que no había considerado de modo directo la intervención y el papel de la mujer en la organización del espacio (Rose, 1993), de manera que el análisis y la representación espacial tenían un claro sesgo masculino que propició una visión asexuada de la realidad, lo que de hecho significaba una deformación masculina (Ortega-Valcárcel, 2000). Reconstruir un marco teórico para comprender de mejor forma los procesos espaciales y además construir una epistemología propia es "un proyecto ambicioso: derribar primero y reconstruir después la estructura de nuestra disciplina: de ahí la necesidad de teorizar y relacionar personas y lugares" (McDowell, 2000, p. 21).

De esta forma la integración del concepto de género como construcción social y cultural junto a la lucha de un amplio movimiento feminista facilitó el desarrollo de nuevos objetos de estudio, así como de herramientas conceptuales para explicar cómo se han construido las diferencias entre lo femenino y lo masculino en las formas de hacer ciudad. La atención se centró en cómo la vida cotidiana de las mujeres ha sido moldeada por los espacios en que viven y paralelamente cómo las mujeres construyen material y simbólicamente la vida cotidiana en los diferentes espacios urbanos que habitan.

Pese a la importancia de esta idea para el análisis urbano, en el contexto latinoamericano su incorporación ha sido difícil por diferentes razones. En primer lugar, una de las causas de este escepticismo es el extendido uso de oposiciones binarias para entender las relaciones de género en la ciudad (Soto, 2016), de manera tal que a partir de la dicotomía femenino y masculino se articula una serie de representaciones espaciales, tales como privado y público, inmovilidad y movilidad, periferia y centro, reproductivo y productivo, que naturalizan la presencia de las mujeres en espacios privados, periféricos, inmóviles y reproductivos, y, por lo tanto, tienden a omitir la presencia de las mujeres como habitantes de la ciudad e igualmente como agentes de transformación de dichos procesos urbanos. En segundo lugar, esto ha implicado que se ponga en tela de juicio la concepción neutral del espacio, "la creencia en que el objeto de estudio de la geografía -el espacio- es un elemento neutral a cualquier influencia social externa, como lo son por ejemplo las relaciones de clase, de género o de etnicidad; el espacio ha sido, en otras palabras, históricamente (re) presentado por los geógrafos como un ente sin características sociales" (Molina, 2006, p. 12).

En efecto, considerar las relaciones sociales de género en los estudios urbanos permite el análisis de tres procesos significativos para el análisis de la ciudad. En primer término, la fuerte división sexual del trabajo que persiste y sitúa a las mujeres en el espacio privado y reproductivo del hogar y a los hombres en el espacio público y productivo. En segundo término, las diversas formas de usar el espacio y el tiempo en las ciudades que expresan diferencias de género y que, como principal efecto, de acuerdo con Ana Falú y Olga Segovia (2007), hacen que los bienes urbanos no sean igualmente accesibles al generar desigualdades en el territorio. En tercer término, a nivel teórico, lo anterior inevitablemente replantea una planificación y gestión urbana sexista, es decir que "las ciudades se han construido ignorando las experiencias y las necesidades específicas de las mujeres, ya que hasta hoy la práctica de la planificación, su enseñanza y su profesionalización han sido mayoritariamente dominadas por el colectivo masculino" (Ortiz, 2007, p.15). Estos tres elementos dibujan una particular atención a la ciudad como un objeto de estudio feminista.

3. La ciudad plural: las mujeres construyen y reconstruyen los espacios urbanos

Para reconstruir una genealogía de los estudios urbanos de género en el contexto latinoamericano exploramos diferentes perspectivas donde la concepción de la ciudad configura reflexiones conceptuales, núcleos de estudio y momentos de indagación. Consideramos, como eje estructurador, la distinción elaborada por Elizabeth Wilson en la década de los noventa. Para esta autora, la ciudad, desde la perspectiva de los estudios urbanos feministas, ha establecido una oposición en la cual la ciudad moderna se presenta como un escenario contradictorio. Por un lado, el papel de las ciudades es visto como un espacio que restringe y limita las experiencias de las mujeres, ya que ellas estarían no solo en una condición desfavorable dentro de la ciudad, sino que serían omitidas o excluidas dentro de las representaciones urbanas. Por otro lado, la ciudad se presenta como un espacio potencialmente emancipador y liberador para las mujeres (Wilson, 1990).

Desde nuestra perspectiva, esta oposición5 puede ser útil para entender las transiciones en la investigación urbana feminista en la región, donde podemos encontrar visiones que al ser emergentes permiten redefinir la ciudad y argumentar que las mujeres como sujetos pueden llegar a transformar el orden social-urbano y su representación a través de prácticas, escalas espaciales y marcos interpretativos que buscan hacer inteligible la experiencia de género en la vida urbana.

3.1. La ciudad como restricción y limitación

A través de la relación entre mujer y entorno se han desarrollado líneas fértiles de análisis urbano. Partiendo del supuesto de que la ciudad moderna se caracteriza por estar constituida sobre la base de la separación entre actividades de producción y reproducción, una de las consecuencias espaciales observables es que las áreas residenciales, los lugares de trabajo y las zonas comerciales y de servicios se localizan diferencialmente en el espacio, separadas unas de otras (Molina, 2006). En particular para las mujeres, esto ha significado que, comparativamente con los hombres, realicen dobles desplazamientos y hasta triples jornadas para cumplir con sus tareas en el espacio público y en el privado (Massolo, 1992). La distribución del tiempo de los habitantes de una ciudad está profundamente relacionada con la organización del espacio, ya que las distancias, los medios y las condiciones físicas de circulación son particularmente relevantes. Asimismo, las diferentes formas de vivir en un hábitat están relacionadas con los roles asignados a hombres y mujeres, y la división sexual del trabajo es un elemento generador de asimetrías debido a la necesidad de cumplir con múltiples obligaciones y responsabilidades.

De acuerdo con los análisis realizados sobre encuestas del uso del tiempo por la Cepal en ciudades capitales o áreas metropolitanas (Scuro y Vaca-Trigo, 2017), se ha observado que hay desigualdades que se materializan y que al mismo tiempo son condicionantes del acceso al trabajo, la política y la vida comunitaria. Un hallazgo interesante es que la mayor cantidad de tiempo dedicado por las mujeres al trabajo no remunerado es una realidad generalizada, pero, al mismo tiempo, está estratificado socioeconómicamente y se constata que son las mujeres de los hogares de menores ingresos quienes dedican más horas al trabajo no remunerado. En efecto, son "estos hogares los que necesitan una mayor provisión de ingresos y presentan otras carencias en términos de acceso a servicios y condiciones de la vivienda; también son los que registran un mayor número de miembros dependientes, cuyo cuidado demanda más tiempo" (Scuro y Vaca-Trigo, 2017, p. 126).

Los hallazgos descritos coinciden con otras investigadoras que sostienen que la carencia, el financiamiento, la tipología y las características de la vivienda, así como la habitabilidad y la seguridad del entorno físico y social, resultan imprescindibles de abordar, aún más si pensamos en familias de escasos recursos donde las mujeres experimentan con mayor dificultad los trabajos de reproducción, pues están íntimamente asociados a los problemas ambientales del entorno en que se encuentran. Al mismo tiempo, es necesario tener en cuenta que la realización de las labores domésticas y cotidianas muchas veces coexiste con precarias condiciones de habitabilidad doméstica (Massolo, 2004): "las mujeres que viven en hogares ubicados en tugurios dedican entre 4,1 y 9,7 horas semanales más al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que aquellas que viven en hogares sin privaciones, lo que agrava las brechas de género" (Scuro y Vaca-trigo, 2017 p. 131). Un corolario interesante de estos desarrollos analíticos fue la constatación de que como son las mujeres las que manejan el riesgo ambiental, producto de sus tareas domésticas, ellas cuentan con una cultura ambiental que es necesario considerar en términos de planeación urbana (Rico, 1996a, 1996b).

Todo esto sucede en un contexto de carencia de servicios urbanos y de una ciudad que no considera la compatibilización entre organización espacial y necesidades de accesibilidad y movilidad de los sujetos que habitan los espacios urbanos. Estos avances de investigación son fundamentales para establecer la relación entre la feminización de los trabajos reproductivos, del cuidado con la feminización de la pobreza6, para exhibir los aspectos territoriales y ambientales involucrados, puesto que los problemas ambientales que surgen en los espacios de la pobreza afectan de manera más severa a las mujeres, que frecuentemente quedan relegadas a la vivienda y su entorno inmediato. Un caso interesante en las zonas urbano-marginales de una gran parte de las ciudades latinoamericanas es la marcada segregación sexual en el uso del agua, un recurso imprescindible y cuyo uso tiene un marcado carácter de género por las actividades reproductivas como cocinar, mantener la higiene personal y lavar ropa. Esto origina "diferencias y desigualdades entre mujeres en cuanto al acceso, uso, manejo y control de los recursos hídricos, y tiene como corolario la baja incidencia de las mujeres en las instancias de toma de decisiones relacionadas con el agua" (Gutiérrez, Nazar, Zapata, Contreras y Salvatierra, 2013, p. 108). Este proceso de confinamiento espacial agudiza la vulnerabilidad social y favorece los niveles inferiores de salud y bienestar (Schteingert, 2009; Vega, 1996).

Otra forma a través de la cual la relación entre la mujer y el entorno visibiliza las relaciones de restricción de género en las ciudades son las barreras espaciales que se expresan en los patrones de desplazamiento, en el sentido complejo de la movilidad cotidiana. Uno de los aspectos más importantes de exclusión social es la accesibilidad, y se ha elaborado un sistema de clasificación sobre este tipo de barreras (Jirón, 2007). Desde un enfoque de género y de movilidad, Paola Jirón (2007) plantea que una de las barreras físicas más importantes de los espacios urbanos son las condiciones de las aceras, las paradas de autobuses, los caminos, los parques, etc. Si bien se reconoce que este tipo de aspectos puede afectar a las personas, en general afirma que "son las mujeres las que más dependen del transporte público y de medios no motorizados (bicicleta y caminata) y que generalmente se movilizan con bultos, compras, coches y niños y niñas, de manera que los efectos negativos de estas barreras son más notorios para ellas" (p. 420).

Por otro lado, hay un conjunto de restricciones que aparecen vinculadas con la planificación urbana (Molina, 2006), bajo la perspectiva de que a las mujeres se les ha facilitado la permanencia en el espacio doméstico y en el barrio, mientras que a los varones se les ha facilitado la movilidad hacia el espacio público exterior de la ciudad. Por ejemplo, para la experiencia de las mujeres en la urbe, Irene Molina (2006) considera que "un viaje ya largo entre el hogar y el lugar de trabajo se pude ver aún más prolongado por la necesidad de hacer transbordo en la guardería o en el colegio de los niños, todo esto condicionado indudablemente por el medio de transporte a disposición" (p. 19). Se reinstala así el vínculo entre espacio y tiempo: moverse en el espacio implica desplazarse en el tiempo, ya que para las mujeres la gestión y la utilización adecuada del tiempo es un imperativo cotidiano.

Una conclusión destacable es que la movilidad urbana impone restricciones fundamentales a la vida cotidiana de las mujeres; las experiencias urbanas son diferentes desde una perspectiva de género entre hombres y mujeres y dentro del grupo de las mujeres. Tal como lo ha planteado Jirón (2007), la no movilidad o movilidad restringida puede ser uno de los aspectos que más refleja las desigualdades de género que se viven en nuestras ciudades.

Esta movilidad restringida hace referencia a que las prácticas de desplazamiento configuran ciertos patrones que se centran principalmente en la movilidad peatonal y el transporte público. Pese a ello, la evidencia empírica cualitativa y cuantitativa es casi inexistente en Latinoamérica y menos aún en estudios comparativos. Al respecto, los recorridos variados, la multiplicidad de propósitos en un mismo viaje, la maximización del uso del tiempo para cumplir con las tareas reproductivas y productivas son características de los desplazamientos de las mujeres. A este conjunto de obstáculos Jirón (2017) los denomina organizacionales.

Estrechamente vinculada con la idea de movilidad restringida, se teoriza sobre una barrera específica que podríamos denominar emocional, es decir que hay un campo específico de investigación que estrecha un vínculo entre cuerpo, emociones y lugares a partir del miedo a la violencia en los espacios públicos. Para ubicar cómo se ha dado la reflexión en Latinoamérica es necesario descentrar la mirada hacia la sociedad civil. En efecto, una sostenida producción sobre la relación entre seguridad y género se ha desarrollado de la mano de la Red Mujer y Hábitat, la Corporación de Estudios Sociales y Educación (SUR) y el Observatorio Regional Ciudades, Violencia y Género7, quienes, a nivel de investigación, han teorizado sobre la ciudad como un escenario que articula y produce persistentemente la violencia de género en ciudad. Por lo tanto, así ocurra tras los muros del hogar o en el espacio público, la violencia tiene un componente de género particular y diferenciable y la percepción ante las violencias es mayor en las mujeres (Centro de Investigaciones y Servicios Cono Sur Argentina [Ciscsa], 2007). Numerosas intervenciones para enfrentar la extendida violencia sexual que ocurre en espacios públicos han sido desarrolladas por parte de ONU Mujeres (2015) junto con ONU Hábitat en la región. Países como Ecuador, México y Colombia han logrado convocar a los gobiernos locales y las organizaciones de la sociedad civil con el fin de producir información, estrategias y sensibilizar sobre las experiencias de violencia contra las mujeres en espacios públicos y generar evidencias sobre buenas prácticas para combatirla.

Es importante también que a nivel de la sociedad civil, desde el 2014, se inició la Red Latinoamericana y Caribeña contra el Acoso Callejero, que hoy está conformada por diversas organizaciones de la región, incluyendo la Red de Nodos de Observatorios Contra de Acoso Callejero a nivel Latinoamericano (Bolivia, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y Uruguay) que han contribuido sustancialmente, por una parte, a generar datos sobre diferentes formas de acoso callejero en ciudades de América Latina8 que permiten dimensionar la problemática y, por otra parte, han puesto en la discusión pública la necesidad de legislar sobre las diversas formas de acoso sexual en el espacio público.

A nivel teórico, algunas explicaciones sobre la relación entre inseguridad y género, en primera instancia, han apuntado a la existencia de una mayor vulnerabilidad de las mujeres al estar más expuestas a agresiones sexuales y frente a sus parejas, en comparación con lo experimentado por los hombres (Dammert, 2007). En segunda instancia, se ha puesto en el centro la idea de la socialización del riesgo a la violencia sexual en los espacios públicos a temprana edad (Sabaté Rodríguez y Díaz, 1995), donde elementos como la autovigilancia y el autocontrol son estrategias utilizadas para evitar el acoso o el hostigamiento masculino. Este temor aprendido y encarnado (Soto, 2012; Del Valle, 1997) refuerza el sentimiento de vulnerabilidad y de temor en el espacio público. Y, en tercera instancia, el miedo actúa como un mecanismo poderoso para disciplinar colectivamente a las mujeres, ya que en términos espaciales una de las principales consecuencias en la experiencia urbana de las mujeres latinoamericanas tiene que ver con la restricción de movimientos por la ciudad, así como con una disminución de las relaciones sociales e incluso la automarginación de los espacios de disfrute personal y social (Laub, 2007).

Estas consecuencias permiten hablar claramente de unas geografías emocionales del miedo, que requieren poner la atención en las diferentes experiencias afectivas de las mujeres en los entornos urbanos: "las dimensiones espaciales físicas y subjetivas serían inseparables. Esto debido a que como lo han sostenido algunas geógrafas feministas, las emociones se filtran físicamente en los entornos sociales, así como en las experiencias subjetivas de los individuos" (Soto, 2012 p. 150), esto implica que gran cantidad de mujeres puedan abandonar trabajos o estudios, o circular con precaución por el espacio público.

Aunque hay mucho trabajo por hacer para entender cómo las construcciones de raza, etnia, clase, edad y sexualidad se conjugan en la construcción social del miedo y la violencia, hay dos constataciones importantes: en primer lugar, la importancia del espacio en la configuración de las violencias en los espacios públicos, porque los fenómenos sociales ocurren en el espacio y el tiempo: "el espacio-tiempo es el escenario, el soporte físico para actividades cotidianas orientadas a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas, y puede ser fuente de creatividad e imaginación. Influye en la configuración de determinados comportamientos y representaciones sociales, así como en la manera de relacionarse con los demás" (Vargas, 2007, pp. 17-18). En esta misma línea argumental, el fenómeno de la violencia feminicida también tiene una dimensión espacial, en principio asociada a la invisibilidad de las paredes de la casa, pero que poco a poco se ha trasladado hacia la vía pública, los centros educativos, las zonas desoladas y desérticas: "en el feminicidio concurren, en tiempo y espacio, daños contra niñas y mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, -en ocasiones violadores-, y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas" (Lagarde, 2008, p. 216). Se han establecido incipientemente algunos análisis que instituyen conexiones espaciales entre el feminicidio y ciertas ciudades, como el caso de Ciudad Juárez, ampliamente analizado por Julia Monárrez (2000), y el caso del Estado de México, analizado por Lucía Damián (2004). En segundo lugar, se configura una representación de las mujeres como mayormente vulnerables al experimentar restricciones en el uso, la apropiación y el movimiento por el espacio público y en ciertas temporalidades de la ciudad.

3.2. La ciudad como liberación y emancipación

Dentro de la concepción del espacio urbano como ruptura y transgresión podemos ubicar varios estudios que analizan el papel de las mujeres como sujetos dentro de la ciudad, como protagonistas que en su accionar logran repensar el espacio público más allá de las restricciones y limitaciones, como un lugar de búsqueda permanente por alterar el orden social establecido. Hace más de veinte años, en 1991, se publicó el libro Las mujeres y la vida de las ciudades, coordinado por María del Carmen Feijoó e Hilda Herzer (1991), donde por primera vez se recogían diez trabajos presentados en el Seminario sobre Mujer y Hábitat Popular Urbano, llevado a cabo en 1989 en la ciudad de Buenos Aires. Se reflexionaba colectivamente sobre cuestiones como las condiciones del hábitat popular, el problema de la vivienda de las mujeres, su participación en la gestión barrial, reflexiones construidas desde Perú, Argentina, México, Chile y Ecuador. Se planteaba una crítica en común al desarrollo urbano, el cual había excluido la participación de las mujeres en la gestión del hábitat popular urbano. Con este libro se instalaba una clara línea de investigación destinada a repensar cómo los contextos de reestructuración económica y los regímenes autoritarios latinoamericanos provocaron la salida masiva de las mujeres a los espacios públicos locales. Casi simultáneamente, Teresa Valdés y Marisa Weinstein (1993), en Chile, analizaron la presencia y el protagonismo de las mujeres en movimientos urbanos populares en el contexto de la crisis económica iniciada a mediados de los años setenta y que se extendió hasta los noventa por la implementación del modelo neoliberal, donde la marginación y la exclusión fueron una constante en la crisis. A través de manifestaciones políticas, el asociacionismo y la participación en organizaciones sociales vinculadas al movimiento de mujeres, se desarrolló una sistemática acción política a escala local y cotidiana: "convirtieron la ciudad en un teatro donde la población entera estaba obligada a participar como espectadora" (Franco, 1993, p. 271).

A la par, en México, siguiendo esta misma línea de reflexión, el trabajo de Alejandra Massolo (1992; 1996) es un hito fundamental, pues esta autora ha mostrado que las espacialidades como el barrio y 1a localidad son privilegiadas para el análisis porque es en estos espacios donde las mujeres son agentes activos de transformación, proyectan sentidos, memoria y el ejercicio de la ciudadanía distanciada de la idea estigmatizada de barrios marginales; las mujeres se presentan a sí mismas como actoras, asumiendo mayor presencia en las organizaciones sociales y particularmente dentro de los movimientos sociales de carácter local que surgen frente a la feminización de la pobreza, la defensa y la apropiación del territorio y, asimismo, dan respuestas colectivas en los procesos de autoconstrucción de vivienda, el mejoramiento de la infraestructura de uso público, la pavimentación, etc.

El acento está puesto en la relación entre estrategias de sobrevivencia y organización espacial de las mujeres colectivamente a escala local: "el surgimiento de estos grupos se dio en el contexto de una profunda radicalización de la lucha de clases, que se presentó a partir del ascenso obrero y popular, cuyas manifestaciones más relevantes fueron los cordones industriales chilenos, el cordobazo en Argentina, etc., que fueron la puerta de entrada para numerosos movimientos de guerrilla urbana y campesina" (Veleda y Lan, 2007, p. 4).

Estas investigaciones han tenido tres consecuencias significativas: en primer lugar, han mostrado cómo la adscripción social y cultural de identidades genéricas como madre-esposa-ama de casa estereotipa y reduce las posibilidades de entender la relación entre las mujeres y el espacio urbano, pues, según Massolo (1996), "resultaron ser paradójicamente, tan restrictivas como permisivas, en tanto el control y limitación a la inmediatez espacial facilitaron el entrenamiento y activa participación femenina en la gestión de los asuntos públicos cotidianos" (p. 133). En segundo lugar, esta participación facilitó la construcción de redes de apoyo y organizaciones vecinales y evidenció su capacidad de liderar procesos: "ellas actúan en una arena privilegiada de lucha, en un mundo de la intersubjetividad, en lo cotidiano, y así establecen una nueva relación entre subjetividad y ciudadanía" (Veleda y Lan, 2007, p. 104). En tercer lugar, la capacidad de moverse y transitar por territorios asignados tradicionalmente a los hombres permitió cambiar las representaciones identitarias y establecer nuevas significaciones y referencias simbólicas dentro del contexto de la ciudad. Esto llevaría, por cierto, a colocar en el centro del debate el cuestionamiento a la dicotomía público-privado, pues la apropiación espacial colectiva de los espacios públicos locales, junto al asociacionismo y la gestión comunal, permitió desdibujar los límites tajantes entre ambos espacios.

Bajo este supuesto teórico, el espacio urbano se concibe como construido socialmente y como un espacio en disputa por la existencia de grupos con múltiples intereses en torno a él, donde la apropiación física y simbólica de las mujeres como colectivo ha logrado, en determinadas situaciones, negociar en la arena política.

En una línea similar, podemos encontrar algunos casos que buscan ampliar la presencia de las mujeres y se asocian a una comprensión del espacio más allá de ser un contenedor físico de los procesos sociales. En Latinoamérica, la visibilización de las mujeres en el espacio urbano mediante grafitis y pintadas ha estado asociada al activismo feminista. Los colectivos han transformado muros, calles, murallas y banquetas en un territorio discursivo desde donde resistir, transformar y proponer cambios y reclamos específicos de las mujeres como colectivo, tales como el derecho al aborto y a decidir sobre su propio cuerpo, que marcan el paisaje urbano y dejan una huella que se borra del espacio físico, pero que perdura a nivel simbólico. Irrumpe de esta forma la construcción de un espacio imaginario porque no es una forma de hacer política tradicional, sino que hay una poética que sostiene la práctica; se transgrede, por una parte, el orden urbano y la prescripción del uso de la calle para acciones de este tipo y, al mismo tiempo, se traiciona un orden de género que establece que la presencia en el espacio público es principalmente masculina, cuestionando así el trazado público-privado en la urbe (Soto, 2009; García-Pabón, 2003).

Otro abordaje orientado a capturar momentos discontinuos en diferentes espacialidades de la vida cotidiana es la investigación sobre procesos de agencia que despliegan las identidades de género en relación con innovaciones significativas en el uso y el significado del espacio. Así, a partir de la perspectiva de las geografías emocionales, Irene Molina (2013) estudia, desde la utilización del espacio laboral específicamente, el continuo espacio-tiempo fuera de la planta de Volvo en el Estado de México, pero en una relación íntima y rítmica con la vida laboral dentro de la fábrica. El análisis de las condiciones precarias de los trabajadores y trabajadoras, condicionadas por bajos niveles salariales, reveló que no solo la desolación, sino también la esperanza, la solidaridad y las prácticas transgresoras de las entrevistadas están presentes en sus experiencias cotidianas. En este contexto, considera que el malabarismo y la multihabilidad, donde la trabajadora debe desdoblarse para poder ser utilizada en distintos momentos durante la producción, si bien es cierto que ocurren al ritmo de la desigualdad y de la injusticia social, contienen también importantes dosis de resistencia. Los movimientos corporales, el ritmo y el tiempo se estrechan en un continuo; "a su vez, los sentimientos de culpa por no cumplir, la sensación de no ser suficiente, los sentimientos de orgullo por el trabajo realizado o por haber cumplido como madre, la necesidad de bailar para relajarse, etc., son parte de las consecuencias materiales y emocionales de los trabajadores y trabajadoras del capitalismo transnacional" (Molina, 2013, p. 241).

En una línea similar, pero recuperando una perspectiva interseccional en el cruce de geografías feministas, de las sexualidades y de la juventud, se analiza la experiencia de mujeres jóvenes lesbianas en espacios públicos urbanos en dos contextos socioespaciales (Manresa en Cataluña y Ponta Grossa en Brasil). A partir de los relatos se observa que la homofobia expresada como violencia verbal puede condicionar y limitar el acceso al espacio público de las mujeres jóvenes lesbianas en ciertos lugares de ocio; no obstante, más allá de las limitaciones en el acceso, son las propias mujeres las que crean espacios de bienestar: "ellas lo frecuentan, lo usan y con su presencia y sus acciones lo impregnan de una identidad propia" (Rodó, 2016, p. 10).

El carácter transgresor de la sexualidad en los entornos urbanos brasileños es estudiado espacialmente por personas que desafían la hegemonía binaria femenino-masculino (Silva, 2009). Así, a través de las vivencias espaciales de travestis y transexuales, muestran que han sido excluidos e invisibilizados socioespacialmente. Al utilizar la idea de espacio paradójico, en la que se destacan las configuraciones de poder entre el centro y el margen para la producción cotidiana del espacio, la escuela es indudablemente una espacialidad que marca y produce la marginalidad social en la que viven los travestis como adultos; la escuela produce dolor, falta de respeto y culpabilización en dichos sujetos, y, al mismo tiempo, instituye uno de los elementos más eficaces en la construcción de las tácticas polimorfas de poder. Paradójicamente, son estas mismas experiencias espaciales prohibidas las que cuestionan y desestabilizan la organización binaria de la sociedad (Silva, 2009). La idea de subversión, en contraposición, lleva a cuestionar los supuestos epistemológicos de la geografía que han tenido un enfoque científico, masculino y occidental; de hecho, la autora sostiene que la subversión es básica para posibilitar la emergencia de saberes no hegemónicos (Silva, 2009).

Muy próxima a esta argumentación aparece la fuerza de la transgresión sexual mediante el análisis de la práctica del cruising en la ciudad de Bogotá, una práctica entendida como "la búsqueda consciente de relaciones sexuales efímeras, anónimas y casuales con personas en ambientes públicos o en espacios privatizados" (Ramírez, 2013, p. 135), que resignifica objetos definidos como impropios desde una lectura heteronormativa, racista y patriarcal para los análisis espaciales. Aproximaciones como estas desestabilizan no solo los objetos tradicionales de los estudios urbanos de género, sino también posicionamientos epistemológicos sostenidos en una razón universal libre de la contaminación de las particulares condiciones de vida social y personal. Por el contrario, implícita y explícitamente sugieren que el conocimiento es construido subjetivamente y se encuentra estructurado dentro de un contexto sociocultural desde el cual se elabora la descripción del mundo (Bondi, 1996). Nombrar y describir desde la experiencia personal en esta línea argumental es una parte fundamental del proceso de investigación urbana, donde politizar la producción del conocimiento es un imperativo.

En conjunto, todas estas trayectorias reconceptualizan el espacio como una experiencia afectiva y emocional, como una construcción imaginaria, como una forma de resistencia, donde tanto las mujeres como otros colectivos en situación de invisibilidad aparecen en la escena pública construyendo y reconstruyendo material, social y simbólicamente la vida cotidiana en las ciudades; de tal forma, la ciudad aquí puede ser reconocida como un lugar de imposiciones, de transformaciones, de apropiaciones, de resistencias organizadas.

4. Reflexiones finales: hacia una geografía de género en la ciudad. Nuevas voces, nuevos sujetos, nuevas escalas

Para finalizar, retomamos las múltiples posibilidades de relación entre las perspectivas geográficas feministas y los estudios urbanos. Si bien la investigación está en pleno proceso de auge y aún no se ha construido un corpus sistemático que dé sustento al desarrollo teórico a lo largo del tiempo a una geografía feminista en la región y a las prácticas de investigación, a través de este texto hemos dibujado algunos nudos de discusión teórica y empírica que muestran la fertilidad del campo: por un lado, puede configurar las relaciones de género en el espacio urbano, y, al mismo tiempo, el género puede configurar el espacio urbano de manera relacional.

Las aportaciones teóricas y metodológicas que se han recopilado en este trabajo permiten acercarnos a la ciudad desde nuevos enfoques y heterogéneas miradas. Al cruzar desigualdades espaciales con diferencias de género es posible observar una forma renovada de mirar los temas de investigación: los espacios domésticos, la acción colectiva, la inseguridad y la violencia, la feminización de la pobreza y el medio ambiente, entre otros. La constante de los trabajos que hemos considerado, aunque no es exhaustiva, se caracteriza por su interdisciplinariedad, por el compromiso teórico con los proyectos feministas de producción del conocimiento y, al mismo tiempo, por un compromiso político por transformar las desigualdades espaciales y de género desde una perspectiva de la justicia, ética y reflexividad de la ciudad, pues las investigaciones muestran que todavía persisten para las mujeres restricciones de acceso material y simbólico a la vida urbana, pero también evidencian diversas formas de creación y recreación del espacio como formas de transgresión, resistencia y rupturas en un orden urbano inestable del que las mujeres pueden apropiarse.

Para cerrar esta reflexión es posible identificar algunas tendencias y horizontes en los que se debe profundizar para configurar una geografía feminista de la ciudad en la región. Argumentamos que, en primer lugar, las formas de experimentar e imaginar la ciudad comienzan a enfatizar en la diversidad de formas en las que el género, la etnicidad y la clase se cruzan para construir los modos de vivir e imaginar la ciudad. Por lo tanto, un desafío importante es poner atención al enfoque interseccional en los estudios de la ciudad para desestabilizar y problematizar la invisibilidad de colectivos de sujetos que están en una condición de exclusión urbana, y reconocer cómo las normas de género hegemónicas han normalizado a un sujeto heterosexual desde el cual se ha regulado urbanamente el uso del espacio desde una perspectiva heteronormativa. En esta misma línea de las voces silenciadas, un grupo particular de atención son los niños y las niñas en los procesos de sociabilidad en los espacios público-urbanos, ya que comprender su presencia y su comportamiento en los escenarios de la urbe es sin duda un gran desafío, aún más en un contexto donde la inseguridad ha introducido abrumadoramente la privatización de la vida social. Asimismo, la socialización se extiende a través del uso de las tecnologías, que transforman sensiblemente las diferencias generacionales en el habitar de niños, niñas, jóvenes, adolescentes y adultos mayores. En este mismo contexto, sus experiencias no necesariamente han sido reconocidas como objeto de los estudios urbanos.

En segundo lugar, los debates sobre la escala geográfica plantean una cuestión necesaria para retomar como horizonte y recuperar la escala corporal, para lo cual es necesario considerar que se ha establecido un giro sobre las ideas del cuerpo, la diferencia y el espacio. Mientras en algunos estudios se mantiene la idea de separación entre un sujeto corpóreo y el espacio, otros estudios avanzan hacia la idea crítica sobre la separación entre cuerpo y espacio, de manera que algunos autores han propuesto la comprensión del cuerpo como un espacio geográfico: "un cuerpo, aunque no todos los estudiosos de la geografía lo crean, es un lugar. Se trata del espacio en el que se localiza el individuo, y sus límites resultan más o menos impermeables respecto a los restantes cuerpos. Aunque no cabe duda de que los cuerpos son materiales y poseen ciertas características como la forma y el tamaño, de modo que, inevitablemente, ocupan un espacio físico, lo cierto es que su forma de presentarse antes los demás y de ser percibido por ellos varía según el lugar que ocupan en cada momento" (McDowell, 2000, p. 59). Sin embargo, también es fundamental establecer conexiones entre las escalas, es decir, instalar un pensamiento multiescalar que permita interconectar el cuerpo con los espacios transnacionales y los procesos cotidianos con escalas nacionales y mundiales, por ejemplo, cuando pensamos en la marginalidad urbana producida por los flujos globales.

En tercer lugar, hay dos temas que son relevantes para la construcción de una agenda de geografías feministas en Latinoamérica. Uno es estudiar la movilidad considerando una reflexión internacional que, al problematizar la lógica del desplazamiento, recupera el denominado giro hacia la movilidad, un conjunto de abordajes y teorías que buscan repensar la movilidad como prácticas socioespaciales que, como metáforas y procesos, están en el centro de la vida social y producen y reproducen la vida social y sus formas culturales (Cresswell, 2006, 2010; Urry, 2000, 2007; Jirón, 2007). Este movimiento, además, es experimentado a través de prácticas, simbolizado a través de representaciones y ensamblado a través de tecnologías. Un trabajo revelador en el contexto Latinoamericano, este sentido, es el de Paola Jirón (2007), quien desde una perspectiva etnográfica pone en evidencia cómo la movilidad urbana juega un papel fundamental en la generación de desigualdades de género en las ciudades de América Latina. La autora plantea que es necesario pensar en prácticas que son de primera importancia pero que, en términos de movilidad, son temas subestimados como objeto de estudio, como, por ejemplo, ir a comprar, y que requieren ser mirados en mayor detalle, desde la comprensión de quién hace las compras, cuáles son los horarios de compras, cómo se realizan las compras, cuáles son los días de compra, cuáles son las dificultades y cómo se relacionan las compras con otras actividades que las personas realizan. "Esto implica que la ciudad requiere adaptarse mejor a las necesidades de su población y no necesariamente lo inverso, ya que los malabares actuales son una forma desequilibrada de adaptarse a una ciudad" (Jirón, 2007, p. 194).

Un segundo tema, vinculado a la reflexión anterior, es el trabajo de cuidado, "que se entiende como un trabajo no remunerado realizado por adultos, ligado al cuidado de niños y otros dependientes y que incluye el trabajo relacionado con el mantenimiento del hogar" (Sánchez de Madariaga, 2015, p. 12). En consecuencia, las relaciones del cuidado son relevantes a nivel económico, social y geográfico, pues pueden contribuir a entender la interdependencia que hay entre el trabajo y el hogar en una heterogeneidad de espacios sociales.

En cuarto lugar, si bien hace más de tres décadas que se planteó la necesidad de participar en la planificación y la gestión de los espacios urbanos con el objeto de disminuir la desigualdad y promover ciudades más inclusivas cuando los sistemas urbanos no se ajustan a las necesidades de las mujeres, se pueden llegar a profundizar las condiciones de desigualdad (Ortiz, 2007). De esta forma, algunos colectivos de arquitectas, urbanistas y sociólogas feministas han instituido un discurso sobre el derecho a la ciudad que obliga a integrar el enfoque de género en la planificación y el diseño urbano y a generar procesos participativos para comprender las consecuencias que tiene en la vida de las mujeres el diseño masculino del entorno urbano. Esto, sin duda, permitirá valorizar la presencia de las mujeres y de otros grupos en la tarea de construir espacios urbanos más habitables.

Evidentemente aún quedan muchas preguntas e interrogantes por resolver y el horizonte es prometedor porque podemos ver con mayor claridad la diversificación y la ampliación tanto de temáticas como de espacios periféricos que comienzan a producir conocimientos locales, es decir, quedan aún procesos y problemas que documentar. En este trabajo hemos examinado algunos ejes de análisis en diversas disciplinas que esbozan trayectorias investigativas productivas para comprender los aportes teóricos y temáticos feministas al pensamiento urbano, un territorio fértil para la constitución de un saber geográfico feminista sobre la ciudad en América Latina.

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1 Hacemos referencia a un campo de investigación transdisciplinario en el que convergen desde los años setenta la sociología, la economía y más recientemente la antropología, la ciencia política, la psicología social y la geografía. Esta convergencia se refleja en áreas de conocimiento, núcleos y problemas de investigación (Duhau, 2000). Esto ha permitido que en Latinoamérica se mantenga una comprensión integradora sobre los fenómenos urbanos, lo cual significa que el conocimiento de lo urbano mantiene preocupaciones claramente estructurales, pero también se abre a miradas microscópicas, a la visión de los habitantes, a las prácticas de actores urbanos, componentes culturales y subjetivos, que permiten pensar dialécticamente el vínculo entre lo material e inmaterial, entre la micro y la macroescala, entre lo subjetivo y lo objetivo.

2Esto se puede constatar en el hecho de que las geógrafas feministas publican en revistas no disciplinarias, sino de ciencias sociales y de estudios de género.

3Las revistas analizadas son: Territorios, Revista Ciudades, Re vista de Estudios de Género - La Ventana, Revista Transporte y Territorio, Revista INVI y Revista Latinoamericana de Género y Geografía. Algunas de estas han dedicado números temáti cos a la relación entre género y espacio urbano.

4Preferimos usar el concepto de geografía de género o geografía feminista con una cierta sinonimia, pues para el contexto latinoamericano muchos de los esfuerzos por vincular el espacio y el género se han desarrollado en con textos no necesariamente académicos, sino vinculados a un amplio movimiento de mujeres y feministas.

5Es importante indicar que retomamos esta oposición de manera analítica, pues hay algunos núcleos de estudio que pueden articular una mirada de la restricción, al mis mo tiempo que de la liberación.

6La feminización de la pobreza (Anderson, 1990) es un concepto que irrumpe en los años ochenta para designar la tendencia hacia el aumento de la incidencia y prevalencia de la pobreza entre las mujeres. Anderson ubicó en la mira dos problemáticas: las mujeres jefas de hogar y la maternidad precoz (frecuentemente vinculada a la condición de madre soltera, jefa de un hogar incipiente o de una unidad subsidiaria dentro de otro hogar). Este concepto indujo a que las series estadísticas se desagrega ran por sexo y creó un clima para el ingreso posterior de una preocupación por la percepción de los actores, "las voces" de las víctimas y el uso de métodos cualitativos de investigación para descubrirlas.

7Estas organizaciones y redes de mujeres feministas han reinstalado el papel de las arquitectas y urbanistas femi nistas en la planificación y la gestión de las ciudades no sexistas.

8Por ejemplo, en Chile han logrado realizar dos encuestas en el 2014 y el 2015; la última indica que el 85 % de las mujeres ha sufrido acoso sexual callejero. También se afir ma que las formas más frecuentes son roces, "tocaciones" o "punteos" en el espacio público y el 23 % de las mujeres ha experimentado algún tipo de acoso grave, como per secución, exhibicionismo o masturbación. El grupo más vulnerable es el de las mujeres jóvenes, que reportan un 97 % de victimización (Observatorio del Acoso Callejero [OCAC], 2015).

Para citar este artículo: Soto Villagrán, P. (2018). Hacia la construcción de unas geografías de género de la ciudad. Formas plurales de habitar y significar los espacios urbanos en Latinoamérica. Perspectiva Geográfica, 23(2). 10.19053/01233769.7382

Recibido: 15 de Octubre de 2017; Revisado: 25 de Mayo de 2018; Aprobado: 05 de Junio de 2018

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