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Psicología desde el Caribe

On-line version ISSN 2011-7485

Psicol. caribe vol.31 no.3 Barranquilla Sep./Dec. 2014

 

Editorial

Violencia filio - parental: De víctima a victimario

Child-parent violence: from victim to victimizer

Gloria Egea Garavito, M.S.*

* Universidad del Norte. (Colombia). gegea@uninorte.edu.co

Correspondencia: Km 5 Antigua Vía a Puerto Colombia. Departamento de Psicología. Barranquilla, Colombia.


La violencia es un fenómeno social que siempre ha formado parte de la experiencia humana y, por alguna razón inexplicable, el mundo ha llegado aceptarla como una parte inevitable de la condición humana y un medio para la supervivencia. Existen numerosas formas de violencia contra la sociedad, las cuales pueden dar lugar a problemas físicos, psicológicos y sociales que no necesariamente desembocan en lesión, invalidez o muerte. Entre ellas, está el Maltrato Infantil (MI), problemática que en los últimos años ha crecido notablemente debido a la falta de conciencia que tiene el ser humano sobre las repercusiones que esta puede provocar. Lo más preocupante de este hecho es que un alto porcentaje de estos niños maltratados son diagnosticados con problemas conductuales y/o calificados como futuros delincuentes (Millett, 2013; Frías-Armenta, 2003; Llorente, 2004; Middlebrooks, 2008).

Los niños construyen su personalidad a través de sus experiencias, especialmente con un escenario decisivo para su salud integral: el núcleo familiar (Cottrell & Monk, 2004); si este no responde adecuadamente, el niño vivencia un proceso de confusión entre sus pensamientos y emociones, debido a que el maltrato ha sido recibido por personas que deberían brindar seguridad, protección y satisfacción afectiva y, por el contrario, constantemente ejercen maltrato contra ellos mediante humillaciones, golpes, gritos o abandono. Este tipo de violencia trae consecuencias negativas en los menores, tales como conducta antisocial o autodestructiva y una futura carrera criminal, con conductas desviadas (Straus, 1997; Juby, 2001).

En la actualidad, se puede evidenciar que dentro de los grupos delin-cuenciales y criminales se encuentran niños y adolescentes que vienen de una familia disfuncional. Se ha descubierto la práctica violenta, no solo de los padres o cuidadores hacia los menores, sino un tipo de violencia emergente y cada vez más frecuente: la violencia cometida por niños y adolescentes en el núcleo familiar. Lo anterior hace referencia a la Violencia Filio-parental (VFP), un fenómeno que solo hasta hace unos años ha despertado interés en la literatura científica, por lo cual no existe suficiente evidencia de su prevalencia como las causas de su aparición (Zumalde et al., 2014). En la VFP el hijo/a actúa intencional y conscientemente, con el deseo de causar daño, perjuicio y/o sufrimiento en sus progenitores, de forma reiterada, a lo largo del tiempo, y con el fin inmediato de obtener poder, control y dominio sobre sus víctimas para conseguir lo que desea por medio de la violencia psicológica, económica y/o física (Aroca, 2010). Las causas de la intolerancia infantil y juvenil residen en una sociedad permisiva o maltratadora. Cuando viene de una sociedad permisiva (Zumalde et al., 2014; Coogan, 2012; Garrido, 2005; Howard et al., 2010), la educación se concentra en la enseñanza de sus derechos pero no en sus deberes, ya que los cuidadores han optado por la metodología "educativa" de no establecer límites, de no decir NO y dejar en libertad la toma de decisiones de sus comportamientos y de su vida. Por otro lado, está la sociedad maltratadora en la que el niño o adolescente opta por seguir el modelo de agresividad que sus padres manifiestan hacia ellos, como vía de supervivencia, tomar el poder y autoridad de la familia, consiguiendo así el respeto y una forma de aumentar su autoestima (Bobic, 2002). Lo anterior se explica con la Teoría del Aprendizaje Social, en el que la exposición a la violencia de género, los conflictos y los diferentes problemas familiares hacen parte del modelado en el aprendizaje de la conducta violenta que asumen los hijos, definidos como patrones intergeneracionales de la violencia (Aroca et al., 2014). Esto sucede cuando el menor ha observado a lo largo de su vida cómo el modelo a seguir utiliza la violencia como medio para resolver los conflictos de pareja, familiares, sociales y/o laborales.

Así mismo, está la intolerancia a la autoridad impositiva que utilizan los padres, con el castigo físico y emocional como forma de educar, y como consecuencia puede generar en el menor sentimientos de rencor, de impotencia, rabia y venganza, hasta cuando toma la decisión de ponerle fin al maltrato que recibe de sus padres, lo cual evidencia cómo la violencia engendra otro tipo de violencia. Por lo general, el agresor tiende a ser de sexo masculino, con un rango de edad entre los 12 a 18 años (Urra, 2008). Principalmente, las variables psicológicas más identificadas en el niño y adolescente son la baja tolerancia a la frustración (TDAH), dificultad en las relaciones interpersonales, falta de empatía, impulsividad, irritabilidad, no asumen su responsabilidad, justifican y/o minimizan el maltrato, bajo autocontrol, apatía, aislamiento social, bajos niveles de frustración y autoestima, irritabilidad, egocentrismo y prepotencia (Erostarbe & Alboniga-Mayor, 2011; Aroca et al, 2010; Ibabe et al., 2007; Rechea & Cuervo, 2009; Romero et al., 2007).

La violencia que cometen los niños y adolescentes de sexo masculino se caracteriza por el maltrato físico, de manera más cruel y brutal a diferencia del sexo femenino, que cometen maltrato psicológico y emocional, lo que afecta seriamente el equilibrio psicológico de los cuidadores (Boxer et al. 2009 & Walsh & Krienert, 2007). La víctima comúnmente es la madre y/o los hermanos, debido a que el agresor infantil o juvenil percibe una mayor debilidad física y psicológica en ellos (Moreno Olivier, 2006). Cuando la VFP es hacia los progenitores de sexo masculino, se ha encontrado que esta se genera cuando el niño o adolescente percibe un maltrato del padre hacia la madre, por lo cual tienden agredir para defender a su madre en situaciones de violencia de pareja (Ibañez, 2004). Por lo general, son padres que se caracterizan por la negación frente a esta situación (Webster, 2008), y tienden a tolerar cualquier manifestación de agresividad antes de tomar medidas, ya que pueden sentir que como padres estarían defraudándolos, y que creen tener la capacidad de manejar dicha situación, viéndolo como un episodio temporal que atraviesan como una etapa de su desarrollo evolutivo. De lo contrario, aceptar dicho maltrato por parte de sus hijos hacia ellos es sinónimo de fracaso educativo o, peor aún, a un fracaso personal, y pasarlo a un proceso judicial, estigmatizaría el resto de sus vidas con ese hecho (Co-ttrell, 2001; Urra, 2008).

Esta intolerancia y agresividad de los menores es un tema preocupante y requiere de una atención inmediata, debido a que ya no solo se manifiesta en la violencia hacia la sociedad sino en el propio hogar. La violencia filio-parental es un fenómeno que genera graves consecuencias en la salud mental de todos los involucrados; no solo deja secuelas psicológicas en los padres, sino que también implica una alta probabilidad de construir un futuro criminal con un alto nivel de frialdad, ausencia de empatía y crueldad.


Referencias

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