Introducción
La literatura científica ha reportado que la victimización por violencia de género se asocia a un conjunto amplio de problemas para la salud de las mujeres (Rivas-Rivero y Bonilla-Algovia, 2020; Tol et al., 2017; Walby, 2012), principalmente cuando ocurre de manera crónica, comprometiendo la salud física y psicológica de quien la padece (Benjet, Borges & Medina-Mora, 2010; Liu et al., 2015). También se ha demostrado que la atribución errónea de la violencia perpetrada por los hombres influye en la salud psicológica de las víctimas (Sippel & Marshall, 2011). Así, un acontecimiento traumático puede causar que se desarrollen sentimientos severos de culpa asociados a factores como la mala conducta percibida, la responsabilidad del hecho y la autoatribución de dicha violencia (Foa & Rothbaum, 1998). En este sentido, los sentimientos de culpa se convierten en el razonamiento dominante, ya que se encuentra muy generalizada la tolerancia pública que justifica y explica la violencia de género (Martín-Fernández, Gracia & Lila, 2018), y que conduce a la búsqueda de indicadores sobre cuándo y cómo se podría haber actuado de manera diferente en el hecho traumático (Bub & Lommen, 2017).
Tilghman-Osborne, Cole & Felton (2012) definen la culpa como transgresiones morales (reales o imaginarias) de las personas que creen que su conducta derivó en resultados negativos. Es una emoción moral que puede ser considerada un rasgo negativo y que puede tener un gran impacto en las acciones humanas cuando una persona considera haber transgredido una norma social (Torstveit, Sütterlin & Lugo, 2016). Cabe señalar que la culpa es una de las respuestas emocionales que más experimentan las personas a lo largo de su vida (Julle-Daniére et al., 2020), sin embargo, se sabe poco sobre las consecuencias de esta y su impacto en la salud mental, aunque algunos autores han encontrado una relación entre el sentimiento de culpa con experimentar síntomas depresivos, el uso de sustancias y ejercer autolesiones no suicidas (Malinakova, Furstova, Kalman & Trnka, 2020). También se ha reportado en la literatura científica la existencia de factores asociados con una mayor predisposición a experimentar sentimientos de culpa, como el maltrato infantil, el estilo educativo de los progenitores y el género (Wu, Qi & Zhen, 2021).
Según algunos autores, hay diferencias entre hombres y mujeres respecto al desarrollo de los sentimientos de culpa, lo que podría ser consecuencia de la socialización diferenciada de niños y niñas (Orth, Robins & Soto, 2010; Rivas-Rivero, Bonilla-Algovia & Pascual, 2021; Torstveit et al., 2016). En particular, diversos estudios han reportado que es probable que las víctimas de violencia de género se sientan atrapadas y se incriminen por haber sido maltratadas (Karakurt, Smith & Whiting, 2014). Esto se debe a que las víctimas desarrollan autoimágenes negativas que les hace menos propensas a romper con la relación abusiva, aspecto que se incrementa si el entorno social responsabiliza a las mujeres de sus circunstancias (Karakurt et al., 2014; Rivas, Bonilla, Redondo, Panadero & Vázquez, 2020). En este sentido, los factores que influyen en el mantenimiento de la situación de maltrato, desde una perspectiva sociocultural, se relacionan con los valores transmitidos culturalmente (unión a la pareja, protección al maltratador, baja autoestima, miedo a la pérdida y culpa) (Muñoz-Cobos et al., 2006).
En particular, los sentimientos de culpa por el maltrato padecido podrían estar relacionados con problemas de ansiedad, depresión o y el desarrollo de trastornos por estrés postraumático (Karakurt et al., 2014). En la misma línea, para Stotz, Elbert, Müller & Schaver (2015), la auto-atribución de la violencia como respuesta a la acción adoptada o a la falta de acción (inmediatamente antes o durante de la agresión) se relaciona con problemas graves para la salud y puede tener serias implicaciones en la superación del trauma. No obstante, los trastornos de ansiedad han sido poco abordados y, en menor medida, asociados con los sentimientos de culpa en muestras de víctimas de violencia de género (Jaquier, Flanagan & Sullivan, 2015). Las interpretaciones y los esquemas cognitivos que desarrollarían las víctimas ante tales circunstancias han sido poco explorados en los estudios de violencia de género y en menor medida en países de Latinoamérica, donde se encuentra una de las tasas más elevadas de violencia hacia las mujeres (Meekers, Pallin & Hutchinson, 2013). Cabe señalar que los estudios de prevalencia, que incluyen a más de 81 países y que reportan datos sobre el impacto de la violencia en la salud de las mujeres, se han llevado a cabo en países de altos ingresos, por lo que se desconoce hasta qué punto estos hallazgos describen a países con índices de desarrollo más bajos (Ellsberg & Emmelin, 2014; Rees et al., 2016).
En Nicaragua una de cada tres mujeres ha padecido violencia física o sexual alguna vez en su vida (DÁngelo & Molina, 2010). No obstante, no existen estudios que analicen estos aspectos en dicho país, donde la perpetración de violencia hacia las mujeres y las niñas parece estar normalizada en las dinámicas relacionales y familiares (Rivas, Bonilla & Vázquez, 2020; Tinoco et al., 2015), por lo que resulta relevante visibilizar las circunstancias en países de bajos ingresos donde las víctimas no cuentan con suficientes recursos (Rivas-Rivero & Bonilla-Algovia, 2020).
Además, la vulnerabilidad de las mujeres aumenta en países con bajos niveles de desarrollo donde no existen mecanismos de ayuda y apoyo que puedan atender a las víctimas (Haarr, 2010). En opinión de algunos autores, la salud mental en países en vías de desarrollo no ha sido objeto de interés para la comunidad científica (Verbeek, Arjadi, Vendrik, Burger & Berger, 2015).
Por todo lo expuesto hasta aquí, se considera importante promover investigaciones que analicen el riesgo existente respecto a desarrollar sentimientos de culpa como respuesta al historial de maltrato, así como visibilizar los efectos que esta auto-atribución genera en la salud psicológica. El objetivo del presente estudio es analizar el papel mediador de la polivictimización (infantil, intrafamiliar y de pareja) en el desarrollo de sentimientos de culpa y las implicaciones que dicha culpa tiene en la sintomatología de ansiedad y depresión en una muestra de víctimas de violencia de género de Nicaragua.
Método
Participantes
En este estudio de corte transversal y diseño ex-post-facto participaron 129 mujeres en situación de pobreza víctimas de violencia de género de Nicaragua, un colectivo de difícil acceso sometido a un conjunto de sucesos vitales estresantes relacionados con la violencia y la pobreza a lo largo de su vida. El criterio de inclusión muestral fue ser mujer, mayor de 18 años, víctima de violencia de género, haber padecido diversas formas de polivictimización a lo largo de su vida, dato que fue reportado por las profesionales de la Comisaría de la Mujer y de la Niñez y otras asociaciones, y encontrarse en situación de pobreza. Esta última circunstancia se tuvo en cuenta en la entrevista realizada a través de preguntas relacionadas con el nivel de ingresos de las participantes, el nivel de ingresos del hogar, ubicación de la vivienda y la situación laboral en la que se encontraban.
Como se observa en la Tabla 1, la media de edad de la muestra era de 31.7 años. Tenían dos hijos de media. En cuanto al nivel educativo, la mayoría tenía educación básica. Por otra parte, respecto a la situación económica, el principal aportador de ingresos al hogar era el agresor y más de una de cada tres entrevistadas no contaba con ingresos propios. La mayoría de las participantes disponía de bajos recursos económicos y más de la mitad había tenido problemas de desempleo a lo largo de su vida.
Instrumentos
En la recogida de información se empleó una entrevista estructurada que permitió subsanar los posibles problemas derivados de las dificultades de lectura y/o comprensión de las participantes. Las entrevistas tuvieron una duración entre 45 y 80 minutos. Para garantizar la seguridad de las mujeres de la muestra, los datos se procesaron de manera anónima.
Para conocer la presencia de sentimientos de culpa entre las participantes, se planteó la pregunta "¿Se siente culpable del maltrato padecido?", con dos opciones de respuesta (sí/no). En torno a la mitad de las participantes afirmaron sentirse culpables de haber padecido dicho maltrato (43.6%).
Por otra parte, se utilizó una versión abreviada del Listado de Sucesos Vitales Estresantes para colectivos en exclusión social (L-SVE) (Vázquez, Panadero & Martín, 2015), creado a partir de la revisión del instrumento de Brugha & Cragg (1990) y de investigaciones realizadas con colectivos en exclusión social (Rivas-Rivero & Bonilla-Algovia, 2021; Vázquez et al., 2015). De este se consideraron para el estudio los ítems relacionados con la violencia sufrida antes de los 18 años (maltrato físico, abuso sexual y exposición a la violencia padecida por la madre de la entrevistada), e ítems relacionados con la violencia padecida a lo largo de su vida no vinculada a la pareja (violencia física y sexual de personas distintas a la pareja y violencia intrafamiliar no de pareja), con respuesta dicotómica (sí/no). En el estudio, el Alfa de Cronbach (α = 0.85) indica un nivel adecuado de consistencia interna.
También se empleó la EscalaKessler (K-10) (Kessler, Andrews, Cople & Hiripi, 1992), que consta de diez preguntas específicas sobre el malestar psicológico referidas a la ansiedad y la depresión. Las opciones de respuestas son de tipo Likert, categorizadas en una escala ordinal de cinco niveles (5, siempre; 4, casi siempre; 3, a veces; 2, casi nunca y 1, nunca). La suma de las puntuaciones tiene un mínimo de 10 y un máximo de 50. Los rangos del instrumento presentan cuatro niveles: bajo (10-15), moderado (16-21), alto (22-29) y muy alto (30-50). A partir de una muestra de 280 participantes de México, el Alfa de Cronbach hallado en la validación del instrumento por Terrez, Villamil, Rodríguez, Pérez & Cortés (2011) fue de .901. El Alfa de Cronbach obtenido en el presente estudio ha sido α = .947.
Finalmente, se incluyeron ítems a través de los cuales se pretendía medir la presencia de violencia física y sexual perpetrada por el agresor, que se adaptaron a la realidad nicaragüense. Las opciones de respuesta eran dicotómicas (sí/no) y los ítems fueron diseñados para identificar una variedad de agresiones perpetradas por la pareja. Asimismo, se incluyeron preguntas sobre la situación de convivencia (duración del maltrato, de la relación con el agresor y la frecuencia con la que se producía el maltrato).
Procedimiento
El acceso a las entrevistadas se realizó gracias al apoyo prestado por diferentes asociaciones e instituciones públicas que trabajan con mujeres víctimas de violencia de género de Nicaragua. Después de localizar a cada participante, las entrevistas se iniciaron explicando los objetivos de la investigación y se solicitó el consentimiento informado para llevarlas a cabo. Las mujeres de la muestra no obtuvieron ninguna compensación por formar parte del estudio y participaron en el mismo de forma voluntaria. Las asociaciones y la Comisaría de la Mujer y la Niñez adoptaron las medidas necesarias para garantizar la seguridad de las víctimas. El 51.6% de las mujeres fueron entrevistadas en sus hogares, el 38.9% en las dependencias de Comisarías de la Policía Nacional nicaragüense y el 9.5% en la sede de diversas asociaciones que colaboran activamente con dichas comisarías en la atención a víctimas de violencia de género.
Análisis de datos
La base de datos fue desarrollada y procesada con el SPSS (versión 24.0 para Windows, IBM, Arnobk, NY). Se utilizó el estadístico Chi Cuadrado en el caso de las variables nominales para analizar diferencias estadísticamente significativas en función del sentimiento de culpa por la violencia padecida. Para considerar un resultado estadísticamente significativo se adoptó una probabilidad de cometer un error tipo I de p < .05. Se aplicaron análisis Odds Ratio (OR) con intervalos de confianza del 95% (IC). Se utilizó tde Student, Ude Mann-Whitney y Zde Kolmogorov-Smirnov en función de la prueba de Levenne para variables cuantitativas. También se calculó el tamaño muestral requerido para los análisis principales empleando el software G*Power (versión 3.0 para Windows). Aspirando a un tamaño del efecto .5 (grande), una significación de .005 y una potencia de .95, el tamaño mínimo de la muestra para los análisis sería de 80 participantes, por lo tanto, el número de participantes supera el tamaño esperado.
Resultados
En la Tabla 2 se reporta el historial y las circunstancias de la violencia sufrida por la muestra de participantes víctimas de violencia de género de Nicaragua. Respecto al historial de maltrato, las entrevistadas comenzaron a vivir con el agresor a una edad promedio de 20 años y llevaban conviviendo con él una media de 9 años. El maltrato se prolongó una media de 6 años. Los malos tratos ocurrían en una de cada cuatro entrevistadas con una frecuencia diaria y en el 45% de los casos, varias veces a la semana. Además, todas las entrevistadas sufrieron violencia psicológica y física. Finalmente, respecto a las conductas de maltrato, por encima del 80% padeció palizas, cerca del 70% fue víctima de violación, cerca del 40% sufrió patadas y golpes con objetos y con menor prevalencia se dieron amenazas y agresiones con armas por parte de la pareja. Respecto al maltrato padecido antes de los 18 años, aproximadamente la mitad sufrió maltrato físico y/o estuvo expuesta al maltrato de su padre hacia su madre. Una de cada cuatro entrevistadas fue víctima de abuso sexual. A lo anterior hay que añadir que en torno a la mitad sufrió violencia intrafamiliar no de pareja y, en distintos porcentajes, sufrieron agresiones físicas y sexuales de personas distintas a la pareja.
La duración de la convivencia con el agresor, la duración del maltrato y la edad con la que se inició la relación no parecen influir en el sentimiento de culpa (véase tabla 3). En cambio, la frecuencia con la que se producían las agresiones sí guarda relación con la autoinculpación por el maltrato padecido.
En la Tabla 4 se analiza la relación entre el sentimiento de culpa y la polivictimización (abuso sexual antes de los 18 años, violencia intrafamiliar no de pareja, violencia por parte de la pareja y agresiones sexuales de personas distintas a la pareja). Los resultados muestran porcentajes superiores en el grupo de entrevistadas que se atribuían la responsabilidad del maltrato. Por otra parte, el padecimiento de estas formas de violencia aumenta el riesgo de sentirse culpables por el maltrato sufrido en la muestra de mujeres nicaragüenses.
Nota: %2 = Chi-cuadrado; p = significación; OR = odds ratio; IC 95% = intervalo de confianza OR del 95%.
El análisis KMO (Kaiser-Meyer-Olkin) y la prueba de Esfericidad de Barlett muestran una adecuación muestral aceptable (KMO = .892; Barlett = 1069.346, p = .000). A partir del método de extracción Máxima Verosimilitud, los ítems se distribuyeron en un único factor que, en conjunto, acumulaba el 68.14% de la varianza. La matriz factorial rotada convergió en una interacción (método de rotación Varimax con normalización Kaiser). En la Tabla 5 se muestra la matriz de componentes rotada y la saturación de los ítems.
La Tabla 6 reporta las puntuaciones medias obtenidas por las entrevistadas en la escala de ansiedad K-10 (Kessler et al., 1992). Las mayores puntuaciones se hallaron en los ítems nerviosismo y depresión. En el sumatorio total de los diez ítems, la media obtenida en la totalidad de la muestra fue de 28.23 (DT = 8.342), donde se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre quienes tenían sentimiento de culpa por el maltrato padecido (M = 29.9; DT = 8.889) y quienes no se sentían culpables (M = 26.7; DT = 7.589) (t = -2.1; p = .038).
También se aprecia correlación entre los distintos ítems del K-10, donde se encuentra significatividad en todas las variables del instrumento (véase Tabla 7).
Finalmente, se muestran las puntuaciones obtenidas en los ítems 3, 5, 8, 9 y 10 del K-10, donde se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre quienes se sintieron culpables por el maltrato padecido y quienes no se sintieron culpables (Tabla 8). Igualmente, se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre quienes albergaban sentimientos de culpa por el maltrato padecido en función de los rangos establecidos en la escala K-10 (bajo [10-15], el 5%; moderado [16-21], el 19%; alto [22-29], el 25.6%; muy alto [30-50], el 50.4%) (X 2 = 13.939; p = .000).
Discusión y conclusiones
A la vista de los resultados, las víctimas de violencia de género nicaragüenses presentan una larga trayectoria de victimización y maltrato procedente de diferentes contextos, ya que la totalidad de las entrevistadas padecieron violencia de pareja y en torno a la mitad estuvieron expuestas (directa o indirectamente) a diversas formas de maltrato en el entorno familiar. A lo anterior hay que añadir la presencia de agresiones graves por parte de la pareja, puesto que cerca del 90% fue víctima de palizas y, en un elevado porcentaje, fueron forzadas sexualmente. Además, las agresiones se produjeron diariamente en una de cada cuatro entrevistadas y cerca de la mitad fueron agredidas regularmente (varias veces a la semana). Estos datos revelan la prevalencia de maltrato que sufrieron las mujeres de la muestra y visibilizan la normalización de la violencia en el entorno próximo de las víctimas (DÁngelo & Molina, 2010; Rivas et al., 2020; Tinoco et al., 2015), en una región donde se ha reportado que se encuentran elevadas tasas de violencia hacia las mujeres (Meekers et al., 2013). A estas circunstancias se añade el escaso nivel de ingresos, indicador de las dificultades económicas de las víctimas respecto a depender de otras personas, y que aumentaría la vulnerabilidad de estas cuando la violencia se produce en países en vías de desarrollo donde no se dispone de dispositivos de ayuda (Haarr, 2010).
Por otra parte, cerca del 50% de las participantes se sentían responsables y culpables del maltrato padecido, aspecto que indica que desarrollan una atribución errónea de la violencia (Sippel & Marshall, 2011), que podría proceder de las formas de socializar a las mujeres respecto a mantener la armonía en las relaciones (Muñoz et al., 2009; Orth et al., 2010; Torstveit et al., 2016). Las variables en las que se hallaron diferencias estadísticamente significativas respecto al desarrollo de estos sentimientos de culpa son los actos de violencia perpetrados por la pareja (patadas y golpes con objetos), que pudieron producirse con mayor frecuencia, ya que se encontraron diferencias estadísticamente significativas en la comparación de los dos grupos. Que las entrevistadas que se sentían culpables sufrieran más violencia y con mayor ocurrencia podría estar relacionado con la indefensión que se desarrolla en las víctimas. La normalización del maltrato reduciría el desarrollo de mecanismos de afrontamiento, de modo que ante la confusión que genera la violencia y la falta de una explicación racional ante tales circunstancias, las víctimas se autoimpondrían la responsabilidad del maltrato. Además, los datos reflejan un incremento del riesgo a experimentar sentimiento de culpa cuando se ha producido mayor prevalencia de maltrato. Un entorno social que rechaza la violencia ejercida contra las mujeres podría contrarrestar el sentimiento de culpa a través del apoyo a las víctimas. Sin embargo, las agresiones de personas distintas a la pareja -antes y después de los 18 años- y la violencia intrafamiliar sufrida podrían haber afectado en la asimilación de la culpa por el maltrato padecido como resultado de la legitimación de la violencia hacia las mujeres en este contexto.
En cuanto al estado de salud, más del 75% de las participantes presentaba niveles elevados de ansiedad y depresión, lo que confirma que la violencia de género compromete seriamente el bienestar psicológico de las víctimas, como se ha señalado ampliamente en la literatura científica (Benjet et al., 2010; Liu et al., 2015; Rivas-Rivero & Bonilla-Algovia, 2020; Tol et al., 2017; Walby, 2012). Estos aspectos reportan una realidad sobre la que no abundan estudios a pesar de la ocurrencia y gravedad del problema en este país. Los datos parecen indicar la existencia de una relación entre el sentimiento de culpa por la violencia padecida y el deterioro en la salud de las participantes evaluado a través del K-10, principalmente respecto a indicadores como nerviosismo, depresión y sentimiento de inutilidad. Los resultados demuestran que los sentimientos de culpa influirían en el malestar psicológico (Malinakova et al., 2020; Stortz et al., 2015). También, se apreciaron diferencias respecto al sentimiento de culpa en la comparación entre los rangos bajo-moderado-alto-muy alto, así como en el sumatorio total de las puntuaciones de la escala. Este análisis ha sido poco desarrollado con muestras de países en vías de desarrollo (Verbeek et al., 2015) y parece confirmar que la culpa tiene serias repercusiones en la salud mental de las mujeres y dificulta la superación del trauma, principalmente cuando hay una justificación social de esta (Buby & Lommen, 2017; Foa & Rothbaum, 1999; Malinakova et al., 2020; Martín-Fernández et al., 2018; Sippel & Marshall, 2011).
Teniendo en cuenta lo anterior, el apoyo psicológico y la intervención de profesionales podrían permitir a las víctimas desprenderse de ciertos patrones culturales en la construcción del género y del sentimiento de culpa, y facilitaría la decisión de romper con la relación abusiva. Sin embargo, la precariedad del país (Rivas et al., 2020; Vázquez et al., 2015), la tolerancia de la violencia y los recortes presupuestarios repercuten en la erradicación de la violencia de género con el cese de las Comisarías de la Mujer, organismo especializado en el apoyo hacia las víctimas.
En síntesis, entre los hallazgos del presente estudio hay que señalar la visibilización del desarrollo de sentimientos de culpa como posible consecuencia de una larga trayectoria de victimización, así como la relación entre dicha culpabilidad y el deterioro en la salud de las víctimas respecto a trastornos de ansiedad y depresión. De cara a la intervención, es especialmente relevante tratar de eliminar esta atribución errónea que deriva de las circunstancias de maltrato (Karakurt et al., 2014; Muñoz-Cobos et al., 2006). La normalización de la violencia en Nicaragua (Bonilla-Algovia, Rivas-Rivero & Vázquez, 2020), así como los imperativos sociales que subordinan a las mujeres, son variables que pueden estar influyendo en la exoneración de quien agrede y señalan a la víctima como responsable.
Han de señalarse algunas limitaciones halladas en el presente estudio. Para empezar, al tratarse de un diseño transversal, es difícil examinar la evolución de la ansiedad y la depresión y la relación con los sentimientos de culpa a lo largo del tiempo. Por otra parte, habrían de emplearse más instrumentos que analizasen el estado de salud de las víctimas para hallar mayores evidencias respecto a su malestar psicológico, aunque la literatura científica ha reportado ampliamente el poder discriminatorio del instrumento en la detección de los síntomas de ansiedad y depresión y es apropiado para valorar las necesidades de la población en el tratamiento psicológico. También hay que señalar como limitación que los datos no son generalizables entre la población femenina que ha padecido violencia de género, aunque describe las circunstancias de un colectivo que ha sufrido diferentes formas de polivictimización en un país en vías de desarrollo y permite la visibilización de este contexto. Cabe señalar que el estudio trasciende el enfoque tradicional centrado en factores individuales e incluye variables del entorno social que proporcionan al análisis una perspectiva más amplia para contribuir en el estudio de la violencia de género como problema de salud pública (Ellsberg & Emmelin, 2014; Rees et al., 2016).
Con todo, sería necesario seguir indagando en estas cuestiones con muestras más amplias y desde perspectivas transculturales, ya que la violencia de género se considera un problema de salud a nivel mundial, así como profundizar en los indicadores que perjudican la salud de las supervivientes de violencia de género. Según los datos reportados en el presente estudio, se habría de profundizar en las consecuencias que supone el desarrollo de sentimientos de la culpa y emprender procesos hacia la recuperación de las víctimas a través de la deconstrucción e interpretación de sus circunstancias.