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Revista U.D.C.A Actualidad & Divulgación Científica

Print version ISSN 0123-4226

rev.udcaactual.divulg.cient. vol.15 no.1 Bogotá Jan./June 2012

 

CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES - Artículo Técnico

IMPORTANCIA HISTÓRICA Y CULTURAL DE LOS HUMEDALES DEL BORDE NORTE DE BOGOTÁ (COLOMBIA)

HISTORICAL AND CULTURAL IMPORTANCE OF WETLANDS OF BOGOTA'S NORTHERN BORDER (COLOMBIA)

Henny Margoth Santiago Villa1

1 Antropóloga - M.Sc. en Investigación Social Interdisciplinaria. Docente Investigadora - Facultad Ciencias Ambientales - Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales U.D.C.A - Bogotá (Colombia). hsantiago@udca.edu.co; hmargoth@gmail.com

Rev. U.D.C.A Act. & Div. Cient. 15(1): 167 - 180, 2012


RESUMEN

En la Sabana de Bogotá, los humedales han sido el lugar de asentamiento de varias sociedades, quienes han ocupado la región desde hace 2000 años. La revisión presentada en este documento expone una serie de reflexiones históricas y culturales sobre los humedales, especialmente, los ubicados en la zona norte de la ciudad de Bogotá D.C. El texto abarca un lapso desde períodos prehispánicos hasta la actualidad, lo que permiten tener un acercamiento a los significados simbólicos y culturales que las diferentes comunidades, quienes han coexistido en la Sabana de Bogotá, a través del tiempo, han dado a estos ecosistemas.

Palabras clave: Humedales, historia, Sabana de Bogotá, Muiscas.


SUMMARY

In the Sabana de Bogotá, wetlands have been a place for human settlements of several societies that have occupied the region for at least 2000 years. The revision presented in this document explained a series of historical and cultural reflections about the wetlands of the Sabana de Bogotá, especially those located on the northern border of the city of Bogotá D.C. The text covers a period from pre-Hispanic times to the present, which allows an approach to the symbolic and cultural meanings that different communities, that existed in the Sabana de Bogota, over time, have given to the ecosystems.

Key words: Wetlands, History, Sabana de Bogotá, Muiscas.


INTRODUCCIÓN

Los humedales fueron reconocidos por la Convención de Ramsar, en 1971, como "las extensiones de marismas, pantanos y turberas, o superficies cubiertas de aguas, sean éstas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluidas las extensiones de agua marina cuya profundidad en marea baja no exceda de seis metros" (Ramsar, 2006).

En el Distrito Capital (D.C.), el DAMA (2000), los ha definido como ecosistemas intermedios entre el medio acuático y el terrestre, con porciones húmedas, semi-húmedas y secas, caracterizados por la presencia de flora y de fauna muy singular. Posteriormente, el DAMA (2002), se refiere a los humedales del altiplano de Bogotá, como "aquellos cuerpos y cursos de agua estacional o permanente, asociados con la red principal y los afluentes del río Bogotá" y los clasifica en dos tipos principales: humedales naturales y artificiales o altamente artificializados, que cumplen una variedad de funciones ecológicas, ambientales, hídricas, sociales y culturales.

Por su parte, Andrade (2003), los clasifica como "casi-naturales" o semi-naturales, siguiendo los lineamientos de la Convención de Ramsar (2006), al ser espacios con valores naturales, pero con grandes afectaciones de origen antrópico. La importante biodiversidad que albergan los humedales del D.C. es desconocida y, en algunos casos, 'despreciada' por los habitantes de la ciudad (Calvachi, 2002).

Ahora bien, los seres humanos, a través del tiempo, han establecido estrechos vínculos con el entorno natural, en el cual, se desarrollan como grupo, logrando así la construcción del paisaje cultural, en donde quedan marcas de estas relaciones establecidas, pues a diferencia de otros seres vivos, no sólo vivimos sino que creamos nuestro propio entorno. Construimos un medio socio-cultural, al crear una relación simbiótica con el medio que transformamos, pero que también nos transforma (Godelier, 1989, Groot, 2006), como diría Moscovici (1975) "...el hombre es lo producido y no lo dado... ...dependemos de nuestro medio porque lo hemos hecho mientras él nos hacía...". Los humedales del D.C., que aún se conservan, son muestra fehaciente de dicho proceso y no han sido ajenos a las problemáticas presentadas en los humedales del altiplano Cundi-boyacense; dentro del conjunto de ecosistemas del D.C. son los más afectados, por el acelerado crecimiento de la ciudad (SDA, 2008).

Dar una mirada histórica a los humedales del D.C. es fundamental, para entender la situación que viven actualmente, pues su deterioro tiene antecedentes que se remontan a la época colonial. Desde este período, los imaginarios de estos ecosistemas cambiaron con el proceso de ocupación y transformación social, política y económica, perpetrado por el español, lo que implicó la desarticulación de los indígenas de su sistema cultural, al alternar, en gran medida, el paisaje y los referentes geográficos, que servían como recurso de la memoria, la tradición y la cosmogonía.

Durante el siglo XX, el tratamiento de las problemáticas medio- ambientales ha privilegiado dimensiones de carácter biológico, físico, técnico y ecológico y, hasta hace algún tiempo, empezó a ser tema de las ciencias sociales, entre ellas, la antropología, la sociología y la historia, dando importancia a las comunidades que han estado en continuo contacto con el medio ambiente y que han ocasionado efectos positivos y negativos en éste. Así mismo, han empezado a transformar sus conceptos, sus métodos y sus paradigmas, para tal tarea, dando como resultado, el surgimiento de la interdisciplinariedad, como una nueva forma de entender los problemas sociales actuales.

METODOLOGÍA

Este documento surge como parte de la investigación "Imaginarios culturales de los humedales en el D.C. El caso del humedal Torca Guaymaral", financiado por la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales U.D.C.A, en el 2010. Su objetivo es señalar cómo las comunidades, a través del tiempo, han establecido estrechos vínculos con el entorno natural, logrando la construcción del paisaje cultural que cambia y se reinterpreta, pero en el que quedan huellas de esas relaciones establecidas. Así mismo, mostrar cómo los imaginarios construidos sobre estos espacios han servido de mediadores en los deterioros medio-ambientales.

El trabajo, se desarrolló en el humedal de Torca Guaymaral; sin embargo, la revisión bibliográfica abarcó toda la Sabana de Bogotá, debido a que los humedales hacen parte de la Estructura Ecológica Principal (EEP) del D.C. y de la Región y, junto con los demás ecosistemas de la Altiplanicie Cundi-boyacense, constituyen una unidad bio-geográfica en el ámbito regional, que se caracterizan por ser centros de endemismo, a nivel de fauna y de flora y lugares de paso de aves migratorias australes y boreales (Andrade, 2003; 2005); de igual forma, comparten un pasado cultural e histórico común.

Metodológicamente, se ha tenido en cuenta, de un lado, la concepción de complejidad retomada de los planteamientos de diversos autores, como García (2000), Carrizosa (2002), Morin (1988) y Vasco (1995), que permiten entender que el carácter complejo de cualquier sistema, está dado por las interrelaciones entre los componentes, cuyas funciones son, a su vez, interdependientes. Y, plantean una visión unitaria de las relaciones entre naturaleza y seres humanos, a través del tiempo, incluyendo, las concepciones, los valores y las interacciones, que de ella se genera.

Bateson (2001), también propone una visión de la vida humana, que considera las relaciones entre mente y cuerpo (naturaleza y cultura, o espacio físico y territorio), como parte de una única unidad sagrada e indisoluble y enfatiza la gran equivocación que cometemos al separar naturaleza y cultura, en cualquiera de los procesos vitales, que involucran a los seres humanos.

Se hizo una revisión histórica en el Archivo General de la Nación (AGN) y la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA), tanto en su colección general como en la sección de Libros Raros y Manuscritos. En el AGN, se revisó la Sección Colonia: Fondos Misceláneas, Tierras de Cundinamarca, Caciques e Indios y el Fondo Richmond, encontrando manuscritos que permitieron complementar la información revisada de los diferentes autores.

En la BLAA, se revisó la documentación correspondiente a la zona de la Sabana de Bogotá, revisando las investigaciones desarrolladas en la zona desde la arqueología y la etnohistoria, así como la sección Libros Raros y Manuscritos, con el fin de ubicar información de la zona de estudio, para el siglo XIX.

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

Según la Convención de Ramsar (2006), los humedales poseen atributos especiales, como parte del patrimonio cultural de la humanidad, asociados a creencias religiosas y cosmológicas y a valores espirituales; de igual forma, constituyen una fuente de inspiración estética y artística, aportan información arqueológica sobre el pasado remoto, sirven de refugios de vida silvestre y de base a importantes tradiciones sociales, económicas y culturales locales.

Van der Hammen et al. (2009) definen los humedales del D.C., como "lugares-patrimonio", entendiendo patrimonio como el conjunto de claves de la historia que se reviven, se les confieren nuevos sentidos y se re-significan en el presente. Esta concepción de "lugares-patrimonio" surge a partir de procesos emergentes socio-espaciales dinámicos, construidos colectivamente a partir de una multiplicidad de prácticas y de representaciones que convergen en un lugar y que, muchas veces, se encuentran en tensión. Así mismo, plantean que las representaciones y las prácticas de los habitantes dan sustento a ese capital cultural y, a través de ellas, construyen sus identidades, en un proceso mutuo y dinámico.

De otro lado, retomo el concepto de imaginario, como guía de este trabajo, concepto que ha sido estudiado por diversos autores. Backzo (1991) considera el imaginario social como una fuerza reguladora de la vida colectiva, que funcionan como dispositivos de control y, en especial, del ejercicio del poder. Por su parte, Durand (2000) propone lo imaginario como imágenes mentales y visuales organizadas en el mito, donde el individuo, la sociedad y la humanidad organizan y expresan, simbólicamente, relaciones existenciales e interpretan el mundo frente a los desafíos impuestos por la muerte y el tiempo; formula que lo imaginario obedece a una lógica restrictiva sobre el modelo de las reglas semánticas y sintácticas de los hechos del lenguaje.

Castoriadis (1997) plantea lo imaginario como resultado de un proceso social histórico, que permite la emergencia de nuevas significaciones imaginarias sociales. Estos imaginarios crean una representación del mundo que comprende a la sociedad misma y su lugar en ese mundo y que, a su vez, crean el pensamiento de los individuos, pues el imaginario no se puede entender como algo fantasioso o ficticio, sino como la creación portadora de sentido, una creación que no puede ni debe cerrar la puerta a la alteridad. De Moraes (2007) plantea el imaginario social como una producción colectiva, compuesto por un conjunto de relaciones imagéticas que actúan como memoria afectivo-social de una cultura y depositario de la memoria, que la familia y los grupos recogen, de sus contactos con lo cotidiano.

En este caso, se entenderá como una construcción mental, resultado de un proceso social e histórico, que tiene como finalidad organizar y expresar, simbólicamente, relaciones existenciales e interpretar el mundo frente a los desafíos impuestos por el tiempo (Castoriadis, 1997; Durand, 2000). Así mismo, los imaginarios pertenecen a períodos históricos específicos, donde el significado depende del contexto. El imaginario es el recurso supremo de la conciencia, que transforma el mundo, pero que, a la vez, es creador y que funciona como "ordenador del ser a las órdenes del mejor".

Los imaginarios obedecen a una lógica restrictiva sobre el modelo de las reglas semánticas y sintácticas de los hechos del lenguaje, pues las maneras de designar los espacios trae cargas sociales y culturales, que marcan la forma como los individuos y la sociedad se va a comportar con respecto a ellos y no sólo se van a comportar, sino, también, el significado que adquieran para la sociedad (Durand, 2000). Los imaginarios, entonces, representan y simbolizan las esperanzas, los miedos y parte de la cultura de los grupos humanos, a través del tiempo. Los símbolos son importantes, debido a que circulan dentro del universo del mundo social, por lo tanto, las imágenes no están constituidas sino en proceso, a partir de una interacción entre el hombre y el medio social que refiere a reflejos y a pulsiones.

Los seres humanos, a través del tiempo, han necesitado simbolizar su entorno y su vida y, en este punto, entra en juego la memoria como un depósito simbólico que surge, crea y da sentido a la realidad, ya que actualiza el pasado en el presente.

Históricamente, las zonas de humedales han estado vinculadas al desarrollo de las sociedades que han coexistido con ellos, desde los primeros cazadores-recolectores hasta los actuales habitantes del D.C.

Es probable que estos primeros grupos pleistocénicos hayan comenzado a impactar y alterar el ecosistema, a través de las prácticas cotidianas de consecución de alimento. Gnecco & Aceituno (2004) lo han planteado al hacer referencia a los cazadores-recolectores no como "explotadores pasivos" de los ecosistemas, sino por el contrario como "transformadores activos", al igual que los agricultores, a partir de prácticas de manipulación de los recursos, con el fin de aumentar su productividad -desmonte y cultivo selectivo-.

La investigación arqueológica realizada en la Sabana de Bogotá ha logrado trazar la secuencia regional más completa y mejor documentada en las tierras altas de la cordillera oriental, desde hace unos 12.000 AP hasta la aparición de los primeros agricultores, hace 3.000 AP (Correal Urrego & Van der Hammen, 1977; Correal Urrego, 1986, 1981). Dentro de los aspectos más relevantes en el estudio de los cazadoresrecolectores encontramos la consecución de materias primas, para la fabricación de herramientas; la materia prima, se discrimina entre local, cuyas fuentes se hallan localizadas a menos de 50km del sitio y foránea, fuentes ubicadas a más de 50km del sitio; esta distancia nos daría un área total de 2.500km2. Los resultados arrojados por la arqueología indican que alrededor del 100% de las materias primas usadas en estas zonas fue local, lo que demuestra un conocimiento detallado del territorio (Gnecco & Aceituno, 2004).

Dentro de las evidencias de intervención antrópica temprana de los ecosistemas, con los que se relacionaron estos primeros grupos humanos, se registra el manejo de especies vegetales, inicialmente, de plantas nativas y, luego, de cultivos de alto rendimiento, como el maíz. Los datos arqueológicos y palinológicos de la Sabana de Bogotá muestran evidencias de cultivo de maíz, hasta el año 3.300 AP, hallada en Zipacón (Correal Urrego & Pinto, 1983), mientras que en Aguazuque, se ubican macro-restos de zapallo, de ibia y de motilón, datados de 3.900 AP.

De otra parte, los análisis realizados a restos humanos encontrados en los sitios de Tequendama y de Aguazuque, que datan de 4.000 AP, indican consumo de plantas, probablemente cultivadas, mientras que el cambio de dieta hacia el consumo de maíz está fechado 500 años después (Correal Urrego, 1990). Según Gnecco & Aceituno (2004) es probable que en la Sabana ya existiese un sistema de manejo y de cultivo de plantas nativas, en períodos de poblamiento temprano; sin embargo, el cultivo no marcó una ruptura en la forma de vida de los cazadores-recolectores tempranos, sino que formó parte de un proceso continuo de explotación del medio, cuyo efecto final fue la "domesticación del bosque", a nivel económico y simbólico, derivando en sistemas agroecológicos (Aceituno & Loaiza, 2008). Lo anterior, lleva a concluir que, probablemente, la evolución de los ecosistemas en la Sabana de Bogotá, en los períodos Pleistoceno y Holoceno, fue el resultado de las relaciones ecológicas e históricas entre los seres humanos y el medio-ambiente, quienes sometieron a la naturaleza a diversas perturbaciones, como parte de sus estrategias de explotación del territorio, manifestándose en cambios naturales y culturales, perceptibles en escalas de larga duración, como por ejemplo, la apertura de bosques, la dispersión de semillas o el uso del fuego (Gnecco & Aceituno, 2004).

A partir del año 1.200 A.P. hacen presencia los grupos premuiscas en la Sabana de Bogotá (Langebaek, 1992); Boada (2006) planteó que para el período Herrera (300 a.c al 200 d.c), los asentamientos encontrados en la zona de Suba y de Cota fueron extremadamente dispersos y, la mayoría, de menos de una hectárea, estaban localizados a ambos lados del río Bogotá, con mayor presencia hacia el margen occidental. Algunos de estos asentamientos, se registran muy cerca a los humedales o chucuas de esta zona; no obstante, el acceso a los recursos estuvo más orientado hacia el río que hacia los humedales. Para el período Muisca Temprano (200 d.c al 1.000 d.c) y Tardío (1.000 d.c al 1.600 d.c), los asentamientos ubicados en la zona de Cota y de Suba crecieron sustancialmente. En el acceso a los recursos, sigue siendo prioritario el río Bogotá; los humedales parecen haber sido lugares secundarios en el proceso de ubicación de los asentamientos; de todas formas, estos espacios suministraron fuentes de alimentación, como peces, para los grupos humanos que allí se asentaron (Boada, 2006).

Entre el siglo I a.c. al VIII d.c., los humedales se convierten en sitios visitados permanentemente por los Muiscas, sirviéndose de la biodiversidad allí existente, obteniendo, en estas áreas, alimentos proteínicos, a partir de la cacería, de la siembra de plantas o de la cría de peces. Según lo corrobora el registro arqueológico (Boada, 2006), estos grupos humanos habitaron los sectores cercanos al río Bogotá, más que a los humedales, probablemente, por los recursos que éste proveía.

"En la sabana, los asentamientos más antiguos parecen estar cerca a la orilla del río y luego la gente colonizó áreas más alejadas. Los camellones próximos al río son los más antiguos (1100 aC), de manera que también coinciden con escoger zonas en donde se facilita el acceso simultáneo a varias zonas de recursos como el río, monte y tierra. Los recursos del río fueron muy importantes para la alimentación de la población, con el pescado como una fuente de proteína y al mismo tiempo, los camellones situados en la llanura de inundación del río fueron básicos para la producción agrícola..." (Boada, 2006).

La evidencia arqueológica demuestra la relación que tuvieron los Muiscas con los humedales en la zona, pues en los fondos de los valles planos e inundables construyeron camellones -superficies de tierra elevadas artificialmente, lo suficientemente altas, para crear un área que permitiera cultivar plantas cuyas raíces no permanezcan con demasiada humedad-, separados por canales, que les permitieron aprovechar la fertilidad del terreno, la humedad en tiempos de sequía y el drenaje en épocas lluviosas.

Sin duda, este sistema hidráulico, que incluía el camellón, el canal y la forma como los camellones estaban estructurados, a través del espacio (Boada, 2006), originó un sistema de producción agrícola muy efectivo, que pudo llegar a sostener una densa población humana. Indica la misma autora, que se ha considerado que el sistema de canalización parece haber entrado en crisis en un período inmediatamente anterior a la conquista, por dos razones: el progresivo incremento de la sedimentación de las zanjas y la pérdida de control sobre las inundaciones. Este sistema generaba reservas de humedad y de control sobre las heladas que se presentan en la sabana de Bogotá y permitía implementar otras actividades económicas, como la cría de peces (Izquierdo & López, 2005).

Estos sistemas hidráulicos adquirieron importancia frente a los requerimientos de producción de alimentos y escasez de suelos óptimos para la producción agropecuaria, adicional a ser sistemas de alta eficiencia para el mejoramiento de las condiciones agroecológicas de los suelos; fueron también una estrategia óptima para el aumento del potencial productivo en áreas en que, por el exceso de agua, se hace casi imposible el sostenimiento de una agricultura permanente (Herrera et. al. 2004). Para la zona de Suba y de Cota, Boada (2006) localizó un área total de 7.451ha de camellones, ubicados entre la orilla oriental del río Bogotá y la Autopista Norte y desde el humedal de Jaboque hasta el aeropuerto de Guaymaral, hallando camellones de damero; irregulares y paralelos al malecón del río.

En el AGN, se registran datos que revelan la tradición en la construcción, en el uso y en el manejo de canales y "acequias", por parte de esta comunidad. Un documento de 1794 confirma el auto que proveyó la Real Audiencia de Santafé a los indígenas de algunos pueblos de Boyacá (Soracá, Sotaquirá y Cómbita), con el objeto de construir zanjas y hacer mantenimiento a la acequia, que proveía de agua a la ciudad de Tunja.

"(...) por falta de agua respecto de llenarse para su abasto, demás de dos leguas, y sea su conducto de tierra tan deleznable y barrancosa que cualquier lluvia (sic) la derrumba (regando?) el conducto cuyo daño se había (sic) continuado por más de ochenta años, sin haver vastado (sic) los reparos que se habían (sic) aplicado por necesitar de especial asignación de medios, para mantener quien continuase en ellos y limpiase el conducto, y que por no tener dha [dicha] ziudad (sic) propios ni de que poderlo hacer se había (sic) originado el que los vecinos (sic) de ella la hayan dejado desierta (...) y que para que dos (sic) indios pudiesen asistir a este reparo y limpieza, los mandase reelevar (sic) de los servicios a que están obligados con vista de lo referido por zédula (sic) de quatro (sic) de septiembre de mil y seiscientos y noventa y dos" (AGN, Colonia, Caciques e Indios, legajo 55, Rollo 056/78, f. 782-800).

De otra parte, los humedales fueron estratégicos para el desarrollo cultural de los Muiscas, quienes se mantuvieron en equilibrio con ellos, no solo por los recursos que estos espacios les ofrecían, sino porque se fueron convirtiendo en lugares sagrados que explicaban el origen de la vida y otros acontecimientos, como la fertilidad, asociada a la trilogía solagua- tierra, trilogía que también podía significar semen-útero- labranza, y lo terreno y lo pagano. El papel preponderante que tuvieron los humedales, las lagunas, los ríos y las quebradas para los Muiscas, se debió, probablemente, al ser una sociedad agrícola, que dependía del agua para sus sementeras y, por ende, para su vida misma (Castaño, 2003; Rojas de Perdomo, 1995). La importancia del agua en la vida Muisca, se aprecia de múltiples formas; una de ellas, se representa en sus templos, considerados espacios sagrados que, según la clasificación realizada por Casilimas Rojas & López Ávila (1989) encontramos: Centros Ceremoniales Mayores Principales, Centros Ceremoniales Mayores Secundarios, Centros Ceremoniales Menores y Templos Particulares.

Los primeros fueron considerados santuarios exclusivos de algunos personajes, dedicados a actos religiosos o ceremonias especiales, como por ejemplo, investiduras de caciques principales o adoraciones a dioses particulares, asociados a su origen. Entre estos templos, se encuentran lagunas como Iguaque, Guatavita y Ubaque, mientras que los segundos son lagunas o fuentes hídricas alrededor de los cuales vivían los jeques y en donde se celebraban ceremonias y sacrificios de carácter local. Las lagunas de Fúquene, Tota, Suesca, La Herrera, Ubaté, múltiples quebradas y espacios con agua hacen parte de estos Centros Ceremoniales Secundarios (Casilimas Rojas & López Ávila, 1989).

El siguiente apartado sintetiza, en buena medida, la importancia de las fuentes de agua para la sociedad Muisca. "Al parecer las fuentes de agua en general, fueron lugares sagrados para los muiscas, porque en ellas veneraban a Bachué la "diosa" madre de la humanidad "diosa" de las legumbres y la fertilidad, también porque el agua era el elemento vital para sus sementeras. También es mencionada la quebrada de Tíquiza, situada en Chía en la cual según la tradición popular, se bañaba el cacique de Chía en las ceremonias de consagración como Zipa de Bogotá" (Casilimas Rojas & López Ávila, 1989).

Las crónicas de la conquista nos dejan apreciar los mitos y las leyendas recogidos posterior a la llegada de los españoles, en los que se puede apreciar la importancia del agua, como elemento central de muchos episodios mitológicos que acontecieron en lagos, en lagunas y en humedales (Mapa 1).

Entre los mitos relacionados con el agua, se encuentra el de Bachué, quien representa el origen del pueblo Muisca. Emerge de la laguna de Iguaque con un niño en sus brazos, con él tendrá su descendencia, que va a poblar la tierra, vuelve a la laguna con su hijo adulto, convirtiéndose ambos en serpientes. Este animal es una de las imágenes más comunes y de mayor simbolismo en la cultura Muisca; considerado un animal totémico y mítico, que simbolizaba la unión entre el agua y la tierra, entre el mundo de los vivos y de los muertos; fue muy importante para los Muiscas, siendo una sociedad antropocéntrica (Rojas de Perdomo, 1995; Castaño, 2003; Correa, 2005).

De otra parte, se encuentra Bochica, el héroe civilizador, quien le enseñó a los Muiscas normas políticas, preceptos morales, técnicas agrícolas y a trabajar el algodón, la cerámicas y el oro; además, intercedió para salvarlos de las inundaciones originadas por Chibchacum, como castigo al mal comportamiento que tenían. Dio origen al Salto del Tequendama, por donde desaguó la Sabana de Bogotá. Finalmente, la diosa Chía, quien solicitó a los Muiscas ofrecer sacrificios y ofrendas a ríos y arroyos, lagos y lagunas en señal de devoción y de respeto a las deidades indígenas, entre otros (Rojas de Perdomo, 1995; Correa, 2005).

La evidencia cultural nos permite entender la estrecha relación que los Muiscas mantuvieron con las fuentes de agua. En las prácticas y en los rituales ceremoniales, se encuentran representaciones de imágenes tridimensionales -triángulo-, pirámides triangulares compuestas por semillas, cuentas de collar, objetos de oro y cobre, siempre asociados a la figura de la serpiente, posiblemente, como una representación del útero de la madre tierra. "El triángulo fue, sin lugar a dudas, un símbolo de fertilidad y de conexión entre la vida y la muerte..." (Castaño, 2003).

Además, es común encontrar en algunos humedales de la Sabana de Bogotá monolitos y menhires de piedra, como los 19 monolitos hallados en Jaboque (Figura 1) y que se relacionan con la localización de camellones y de canales. La ubicación de estos monolitos tienen varias interpretaciones que van desde estar alineados con la constelación Escorpión, para los solsticios, hasta considerarlos mojones de linderos para los Resguardos, que se conformaron en el siglo XVI (Izquierdo & López, 2005).

Lamentablemente, el proceso de conquista y posterior colonia, dejó de lado el legado vital del simbolismo, la tradición y la cosmovisión que se tenía del agua, como elemento central en el desarrollo cultural de los Muiscas (Castaño, 2003). Por el contrario, todas las prácticas culturales, especialmente, las religiosas, que se hacían en estos espacios, fueron satanizadas por parte de los blancos, debido a que en ellos se realizaban rituales a sus dioses. Es probable que los imaginarios de los europeos frente a las prácticas culturales de los indígenas fueran consideradas como prácticas socialmente prohibidas y, por ello, penalizadas.

"Desde las primeras épocas de la Colonia, las autoridades centraron buena parte de sus esfuerzos en tratar de restringir actividades rituales de índole indígena. Se prohibieron los juegos y "tomatas", y dentro de los castigos estaban la trasquilada de pelo y la pérdida de la manta. Pese a todas estas restricciones, las fiestas de carácter indígena seguían celebrándose en los solares de la servidumbre cobijadas por la oscuridad de una noche que, en el día, era satanizada por los sacerdotes" (Monroy Álvarez, 2004).

Este proceso implicó también la desarticulación de los indígenas de su sistema cultural, al haberse transformado, en gran medida, sus referentes geográficos, y con ellos la memoria, la tradición y la cosmogonía. Sitios como los humedales, que tuvieron importancia a nivel económico, territorial y religioso, pasaron a ser designados con nombres diversos, al tenor de los intereses de los encomenderos, los hacendados y los colonos, durante casi todo el periodo colonial. A esto, se ligó también la influencia de los misioneros católicos (dominicos y franciscanos), quienes arribaron a la región cerca de 1550, para fundar órdenes y adelantar una campaña de erradicación de las costumbres y de las prácticas rituales indígenas, en ríos, en bosques y en pantanos (humedales), para lo cual, adquirió vigencia la creación de centros doctrineros, en lo que más tarde fueron los resguardos de Bosa, de Fontibón, de Engativá, de Suba, de Usme y de Usaquén, principalmente (Velandia, 1983).

Según Rodríguez (2008), durante los siglos XVI y XVII, en el Nuevo Reino de Granada, los procesos de evangelización y de aculturación fueron posibles, a partir de la imposición de nuevos espacios y relaciones sociales, nueva visión del tiempo y nuevas creencias, devociones y rituales. Fue orden de la Real Audiencia, en el siglo XVI, que los alcaldes mayores denunciaran cualquier tipo de actividad idolátrica, por parte de los indígenas.

En el año de 1606, Lorenzo Gómez tomaba posesión de unas tierras en Engativá, próxima a los "(...) bohíos de la Poblason (sic) Vieja de Yngatiba (sic)" describe al solicitante, "(...) estando en un cerrillo y junto a unas labranzaz (sic) que dijeron ser de los indios (sic) de Suba, junto a una sanja (sic) y un pozo que los dos (sic) indios tiene fecho que dicen ser santtuario (sic)" (AGN, Colonia, Tierras-Cundinamarca, Tomo 35, rollo 115, f. 314).

Así mismo, las misiones católicas tenían como objetivo extender la prohibición de ritos antiguos, ceremonias gentilicias, costumbres como bailes, fiestas y borracheras y destruir los santuarios, así como aplicar castigos a los "indios cristianos", que persistiesen en el ejercicio de aquellos rituales, todo con el fin de cimentar la fe y la devoción cristiana, entre la población indígena (Velandia, 1983).

Documentos históricos en el AGN permiten relacionar algunos humedales de la ciudad, como Jaboque, con un aparente "santuario" indígena, cuya memoria permanece viva a principios del siglo XVII; de hecho, ya en 1607, la petición de Alonso Briceño alude a: (....) una ciénaga que se llama Tibaguya, linde con estancia de Lorenzo Gómez (...) corriendo el pantano y zienega (sic) abajo en el dicho termino de Suba; y en esta parte estaban unos indios (sic) de la encomienda de Bartholomé de Masmela que no eran sus tierras ni de su pueblo y fuera del dho (sic) Resguardo que estos indios (sic) decían estaban allí por cierto modor (sic) de Rito, que no podían acudir a ser doctrinados por la incomodidad (sic) del lugar (...) y que habían sucedido muertes , y que el sitio era santtuario (sic) donde decían los dhos indios (sic) y los de Suba tenían idolatrías (sic) por un montte (sic) que allí ay" (AGN, Colonia, Tierras Cundinamarca, Tomo 35, rollo 115, f. 283r285r).

Durante los siglos XVIII y XIX, los humedales fueron invisibles y sobre ellos se desarrollan procesos de expansión, inicialmente, con la conformación de haciendas. Hacia 1851, se decreta la libre enajenación de las tierras que antaño habían sido Resguardos Muiscas en Zipaquirá, en Nemocón, en Tabio, en Tocancipá, en Cota y en Suba, entre otros. Esto, unido a la desamortización de bienes de manos muertas, logró la privatización de la tenencia de la tierra y consolidó la hacienda en la Sabana de Bogotá (Guío & Palacio Castañeda, 2008).

Varios teóricos han coincidido en plantear una relación directa entre la encomienda y el establecimiento de las haciendas en América Latina. Así mismo, se ha planteado que la hacienda no sólo fue una empresa económica, sino la base fundamental para la creación del poder político y del prestigio social, a partir del siglo XVIII (Friede, 1965; Guillén Martínez, 2003).

Lo anterior dio como resultado que varias zonas de humedales quedaran inmersas dentro de las haciendas, y sufrieran procesos de desecación. En el caso de la Sabana de Bogotá, éste proceso se inició con la entrada del eucalipto, como medio para lograr convertir zonas no aptas en agrícolamente aptas, como lo menciona Palacio (2008): "Por su parte, la Sabana -zona desde la que procedían buena parte de la población de Bogotá, su idiosincrasia y la riqueza de sus tierras-, desde el siglo XIX había transformado su paisaje con el ingreso al país de pinos y eucaliptos que ayudaban a desecar ese pantano en que se convertía en invierno, cuyos remanentes hoy llaman humedales".

Según Pardo Umaña (1988), desde el finales del siglo XVIII, la tierra en la zona nororiental de la Sabana de Bogotá, se encontraba distribuida en nueve grandes haciendas: El Chucho, La Conejera, El Noviciado, Tibabitá, Hato Grande, Yerbabuena, Fusca, Tiquiza y Fagua. La fundación y posterior fragmentación de estas haciendas fue una de las grandes causas de la constante destrucción y transformación de los actuales humedales de la zona.

Sumado a lo anterior, apreciamos que múltiples zonas de la Sabana de Bogotá, se llenaron de largas zanjas, de zanjones y de vallados de desagüe, con el fin de coadyuvar en el proceso de desecación de la Sabana, dando comienzo también, al proceso de construcción de jarillones, -montículos de tierra en las orillas de los ríos-, para evitar inundaciones durante el período de invierno. Estos procesos trajeron cambios en la vegetación, pasando de bosques de aliso a las orillas del río Bogotá a siembras de sauces, cuyas raíces reforzaron los jarillones (Van der Hammen, 2003; Ruiz Soto, 2008).

Es común encontrar referencias a la vegetación "de malezas" que existía en el monte de los cerros, entre las cuales, se hallan borrachero, arboloco, espino, encenillo, cordoncillos y a la fauna que se percibía en esta época, ya fuera en las haciendas, en los humedales o en los alrededores de la ciudad. Entre la fauna sobresalen patos migratorios, garzas blancas y rosadas, venados, peces, como la guapucha y el capitán, cangrejos de agua dulce, animales que se aprovechaban para la auto-subsistencia por parte de los indígenas y estancieros (Ruiz Soto, 2008).

Los indígenas que aún quedaban, se les permitía la cacería, con el consentimiento del cacique, como lo menciona el siguiente apartado: "De suerte que aunque había en aquellos tiempos tanta abundancia de venados que andaban en manadas y les comían a los indios sus labranzas y sementeras, no tenían ellos facultad de matar alguno y comerlo sin licencia de su señor y cacique" (Rodríguez Freyle, 1984); sin embargo, estas prohibiciones no incluían al resto de la población, hacendados y extranjeros, especialmente, quienes vieron en la cacería, un deporte, especialmente, por parte de los extranjeros, asiduos visitantes de la capital, durante todo el siglo XIX, quienes hicieron mención de los humedales no solo como zonas de cacería sino también de pesca, "...vimos una gran cantidad de patos silvestres volando; la cacería de éstos; según comprobé más tarde, es un buen deporte en algunas de las lagunas de esta sabana" (Potter Hamilton, 1993)

"En la Sabana se cazaba conejo, armadillo, comadrejas, borugos, patos de laguna, y los zorros y faras que salían en las noches a atormentar las gallinas o a pescar en el río. En montes y páramos había venados y buitres que, al igual que las torcazas y palomas, los gallinazos, carracos y gualas, fueron objetivo del rifle de hacendados y mayordomos hasta mediados del siglo XX" (Ruiz Soto, 2008).

"En cuanto a los venados, raza que desapareció completamente de la región, su cacería fue diversión favorita de todos los señores Castros, y las cabezas de los que mataban eran disecados y servían como adornos y roperos en las casa de las haciendas pertenecientes a la familia. ...y éste (Don Antonio Castro y Montenegro) alcanzó a darles muerte...a 1582 venados, todos machos, pues era orden expresa suya, que se cumplía religiosamente, la de no disparar nunca contra las hembras" (Pardo Umaña, 1988).

Durante el siglo XIX, la hacienda "criolla" se considera como una unidad agro-ecosistémica, en donde las actividades de explotación agropecuaria toman fuerza. Con ellas, aparecen las transformaciones visibles en el paisaje, dadas por la introducción del eucalipto, entre 1857 y 1865, y el alambre de púas, en 1880; ambos ayudaron al hacendado a fijar linderos y dividir potreros (Ruiz Soto, 2008).

Las actividades agrícolas, se establecieron en terrenos no inundables, ubicados sobre el costado occidental de la Sabana, pues hacia la parte nororiental, aún quedaban grandes espejos de agua, que pasaban por el camino viejo, actual carrera séptima (Mapa 2). En cuanto a la producción pecuaria, se criaron ovejas, caballos y ganado de ceba (carne y cuero), lo que permitió para mediados del siglo XIX, la comercialización de algunos productos como carne, quesos, papa, sal y harina de trigo con otras zonas del país (Ruiz Soto, 2008). Sin embargo, desde el siglo XVI, la tierra en la Sabana, se había dividido en estancias de ganado mayor (vacuno), estancias de pan sembrar (agricultura), estancias de ganado menor (ovinos) y estancias de pan coger (huertos) (Fundación Misión Colombia, 1988).

Durante las primeras décadas del siglo XX, la maquinaria agrícola, como las trilladoras estacionarias a vapor y los tractores, ocasionaron una transformación de la forma de vida y de producción rural desarrollada en el siglo XIX. Se comenzó el proceso de homogenización de los cultivos en la Sabana, con el trigo, el maíz, la cebada y la papa; adicionalmente, se trajeron especies maderables, pastos, forrajes y razas de especies mayores y menores europeas y norteamericanas, con el fin de "modernizarse". A este proceso, se le ha denominado la "europeización de la Sabana de Bogotá" (Ruiz Soto, 2008).

Todo lo anterior, unido a la invisibilidad a que fueron sometidos los humedales durante los siglos anteriores y a las prácticas culturales que sobre ellos se desarrollaron, ocasionó un acelerado proceso de destrucción y de pérdida total de gran parte de ellos. Las zonas de humedal desecadas fueron infestadas con agroquímicos y con pesticidas, dejando de lado el conocimiento ancestral de los Muiscas, ocasionando un acelerado proceso de contaminación de las aguas en los reductos de humedales que quedaron (Van der Hammen, 2003).

A principios del siglo XX, se encuentra un reconocimiento jurídico hacia los humedales, chucuas, pantanos, entre otros, por parte del gobierno de Rafael Reyes, mediante el Decreto Legislativo 40 del 28, de febrero de 1905, donde se decreta en el artículo 1°, el deslinde de los predios particulares los lagos, las lagunas, las ciénagas y los pantanos que, según el parágrafo correspondiente a dicho artículo, se debían deslindar los terrenos que en los últimos diez años hayan estado inundados u ocupados por agua (Rojas, 2000), sin que esto indique su protección y su uso racional.

Por el contrario, la urbanización de la ciudad creyó traer consigo la idea de progreso y de desarrollo, sin darse cuenta que su acelerado proceso afectó, en gran medida, estos ecosistemas, pues de ser fuente de muchos productos (leña, alimento, recreación), estar asociados con algunos aspectos de la vida cotidiana y sumar para principios del siglo XX más de 50.000 has, hoy sólo quedan 800ha, debido a los continuos rellenos a los que se vieron sometidos, especialmente, hacia el occidente y el norte del D.C. y cuyo objetivo no es otro que construir nuevas urbanizaciones y nuevas vías de comunicación, ejemplo de ello, tenemos el caso de la Autopista Norte, inaugurada en 1956 y que transformó el antiguo humedal de Torca-Guaymaral, en tres secciones: hacia el occidente, el humedal de Guaymaral, la mejor conservada a nivel de biodiversidad; hacia el oriente, el humedal de Torca y, en el centro, el separador de la autopista (Moreno et al. 2005)

Las zonas húmedas que no desaparecieron, a pesar de estos embates, perdieron sus funciones naturales de regulación de aguas en épocas de invierno, dando paso a que las inundaciones ocasionaran desastres, como los ocurridos en los últimos inviernos.

"La región fue perdiendo su capacidad de amortiguar, mediante sus ecosistemas nativos -páramos, bosques, humedales y los mismos ríos-, los comportamientos del clima, necesitando entonces implementar obras de ingeniería para mitigarlos. En lugar de utilizar la ingeniería para aprovechar las ventajas que ofrecían los ecosistemas, se utilizaba las ingeniería para disminuir los estragos producidos por las transformaciones de los ecosistemas" (Guío & Palacio Castañeda, 2008).

EN CONCLUSIÓN

Es claro que la interacción del ser humano con los humedales de la Sabana de Bogotá ha tenido una serie de connotaciones especiales a lo largo de los últimos doce mil años. Las relaciones establecidas con estos ecosistemas han influido notoriamente en su conservación en tiempos prehispánicos y en su destrucción progresiva, posterior a la llegada de los europeos.

Los humedales de la ciudad de Bogotá y de la Sabana, han sido espacios de gran biodiversidad, fuentes de alimento y de oportunidades de calidad de vida de las diversas poblaciones humanas, que utilizaban sus servicios ambientales, principalmente el agua, así como espacios sagrados que resumían y sintetizaban el origen de la vida y la explicación más profunda de los advenimientos sobrenaturales, entre la fertilidad, las deidades y el mundo terreno y pagano.

Al hacer una reflexión de la situación que han vivido los humedales en la Sabana en los últimos tres mil años, se logra entender que el significado de los imaginarios que sobre ellos se han construido va a depender del contexto histórico, en el cual, se construyen y que han funcionado como un recurso supremo de la conciencia, que transforma el mundo, pero que, a la vez, es creador y que funciona como "ordenador del ser a las órdenes del mejor".

Se evidencia, entonces, en el período de conquista y posterior colonia, cómo los imaginarios construidos sobre estos ecosistemas fueron cambiando y con ello las percepciones y el uso funcional y práctico; los nuevos imaginarios rompieron con la armonía que los indígenas mantuvieron con el medio natural, dando paso a procesos destructivos que, hasta la fecha, siguen vigentes.

Los espejos de agua empezaron a disminuir progresivamente, mostrando síntomas de deterioro y de alteración de su salud vital, en la medida que la sociedad los fue marginando e invisibilizando y, posteriormente, modificándolos, para convertirlos en suelos agrícolas y ganaderos, en suelos urbanizables o de expansión urbana del Distrito Capital, ocasionando una serie ininterrumpida de conflictos de orden ambiental, que comienzan en el período de la colonia, en gran medida, por los imaginarios occidentales, construidos sobre estos espacios; imaginarios que rompieron con la armonía que los indígenas mantenían y dieron el origen para los procesos destructivos que, hasta la fecha, siguen vigentes. Es necesario entender que la relación naturaleza - cultura es indisoluble y que los problemas ambientales involucran la construcción cultural de la naturaleza, bajo relaciones de poder; incluso, en estas relaciones de poder, debe ser muy clara la racionalidad ambiental, entendida como un proceso político y social que tenga en cuenta la conformación y la concertación de intereses opuestos, donde exista una reorientación de tendencias; se rompan obstáculos epistemológicos y barreras institucionales; así mismo, se creen nuevas formas de organización productiva, innovación de nuevos métodos de investigación y de producción de nuevos conceptos y conocimientos (Leff, 1994).

Esta nueva racionalidad ambiental debe desembocar en una nueva conciencia ambiental, que permita discutir las amenazas no solo sobre los ecosistemas sino sobre la vida misma, logrando el desarrollo de un "pensar verde", como llamaría Ulloa (2002), que solo se daría por el deterioro de los ecosistemas y el agotamiento o extinción de los recursos naturales y las especies biológicas, los que han transformado procesos biológicos, ecológicos, sociales y culturales, como el caso de los imaginarios ambientales.

Y es probable que el surgimiento de nuevos "ciudadanos verdes" traiga consigo la re-construcción de imaginarios culturales, que permitan la recuperación, la protección y la preservación de los humedales; sin embargo, la idea de formar "ciudadanos-verdes" es que los conocimientos o prácticas se reproduzcan en su cotidianidad, hasta convertirse en prácticas culturales, para así aportar a la re-visibilización de estos espacios, como ecosistemas estratégicos dentro de la Estructura Ecológica Principal del Distrito Capital.

Sería interesante retomar los sistemas de conocimiento no occidentales, específicamente los indígenas, considerados como una alternativa a la crisis ambiental, pues están basados en concepciones complejas y diferentes, sobre la naturaleza que no responden a las categorías occidentales impuestas por procesos de etnocidio y aculturación, sino a concepciones y conocimientos locales, articulados con un territorio, una identidad y una tradición histórica, étnica, social y cultural de los mismos.

De otra parte, sería interesante explorar más a los humedales como "lugares-patrimonio" (van der Hammen et al. 2009), con el fin de darles nuevos sentidos y re-significaciones en el presente, pero también, con el fin de aportar en la construcción colectiva de identidad de los habitantes que conviven cotidianamente con estos espacios y quienes son los únicos que podrían convertirlos en "lugares-patrimonio" y así darles, nuevamente, una gran valoración social, por la biodiversidad y por los servicios ambientales y escénicos que ofrecen.

En estos procesos es fundamental recuperar las historias de los barrios que, en sus procesos de conformación, fraccionaron o destruyeron gran parte de los humedales y que hoy hacen parte fundamental de su desarrollo; pues los procesos de arraigo y de sentido de pertenencia, fundamentados sobre las vivencias, son la base para la construcción de valores patrimoniales, son el motor para las acciones de recuperación y de protección de estos ecosistemas, así como herramientas de apropiación del lugar.

Conflicto de intereses: El manuscrito fue preparado y revisado por la autora, quien declara que no existe ningún conflicto de interés que ponga en riesgo la validez de los resultados presentados.

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Recibido: Diciembre 2 de 2011 Aceptado: Mayo 15 de 2012