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Folios

Print version ISSN 0123-4870

Folios  no.25 Bogotá Jan./June 2007

 

Reseñas

Una vida conmocionada. Diario 1941-1943

Hillesum, Etty

Barcelona, Anthropos Editorial, Colección Memoria Rota. Exilios y Heterodoxia, 2007; 217 pp.; 20 x 13 cm. Tít. orig. Het verstoorde leven. Dagboek van Etty Hillesum, 1981 a cargo de J. G. Gaarlandt; trad. Manuel Sánchez Romero.

Germán Vargas Guillén*

Estoy dispuesta a todo, me iré a cualquier lugar del mundo, adonde Dios me envíe, y estoy dispuesta a testificar, en cada situación y hasta la muerte, que la vida es hermosa, que tiene sentido y que no es culpa de Dios, sino nuestra, que todo haya llegado a este punto (p.135).Y si Dios no me sigue ayudando, entonces tendré que ayudar yo a Dios (p. 137). Siempre me ocuparé de ayudar lo mejor posible a Dios y, cuando lo consiga, bueno, entonces también lo lograré con los demás (p. 138). Te ayudaré, Dios, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. (…) Sí, mi Señor, parece que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias, al fin y al cabo pertenecen a esta vida. No te exijo responsabilidades, tú nos las podrás exigir más adelante a nosotros. Y con cada latido de mi corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior (pp. 142-143).

¿Qué esperar de un Diario? Pues única y exclusivamente que nos narre –usemos la expresión del poeta Aurelio Arturo– "los días que uno a uno son la vida".Pero resulta que el caso de Etty Hillesum son días y días con la clara conciencia de "ir con fatales pasos hacia el fatal avismo"; hacia la muerte, hacia el destino fatal no del individuo, sino del universal, del género. Y, ¿cómo llegar a comprender que en medio de la inminencia del desenlace último se mantenga y sostenga la esperanza? Es lo que asombra en el caso de Hillesum, pero esta idea de Dios, ¿no es, acaso, una mera sublimación? Quizá. Quien hace esta reseña no está en capacidad de tomar partido sobre ese interrogante que, en efecto, desplaza nuestras propias posibilidades de comprensión y de interpretación.

Lo cierto es que hay un giro, una radical transformación. Si antes, en la más de las teorías sobre lo sacro, de las teologías y de las formas de fe: Dios es algo así como un surtidor, un proveedor, un depósito del que deben salir todos los bienes y las gracias, el descubrimiento –sea por la cercanía del precipicio, sea por un arrebato místico– de Hillesum es la de Dios como un radical alter. Como tal, no tiene nada que ver con este mundo; este mundo es asunto nuestro, de los seres humanos.

Sí, claro que queda la idea de un Dios personal; tan personal como el alter que está a mi lado. Yo tengo que dar cuenta de mí y ese otro dará cuenta de sí mismo. Sólo que en nuestro mundo común: el otro y yo nos enfrentamos a la total responsabilidad de ser, de realizar la experiencia de la vida compartida; así el otro sea una víctima y yo un victimario: uno y otro daremos cuenta por aparte y conjuntamente de nuestra experiencia, de nuestro ser, de nuestro quehacer.

Pero, la alteridad de Dios es distinta de la humana, de la interhumana; es total. Lo radicalmente otro del ser humano no es otro humano; ni siquiera es la pura facticidad en su darse. No. Lo radicalmente otro es Dios. Pero de él tengo, cree Hillesum, un don; lo que en mí hay de divino.

Es cierto, la filosofía se ha ido aproximando a la comprensión de esa alteridad. De ello dan noticias tanto Franz Rosenzweig (en su Estrella de la redención –de 1921–. Salamanca, Sígueme, 1997, con traducción de M. García-Baró) como, siguiendo a éste, Emmanuel Lévinas (Totalidad e infinito –1971–. Salamanca, Sígueme, 1977). Pero, ¿cómo se hace este descubrimiento en la existencia, no en el pensar? No lo sabíamos; y, sin embargo, entre la obra de Rosenweig y la de Lévinas ocurre, llega a plena madurez.

De este hallazgo, que cambia en la existencia, la relación personal con Dios, ya había dado cuenta Hans Jonas (Philosophische Untersuchungen und metaphysische Vermutungen; 1992, donde había dado a conocer al mundo filosófico el texto que aquí se usó como epígrafe) a partir, precisamente del Diario de Hillesum. Y es que una cosa es pedir y otra ayudar a Dios. Este cambio en la comprensión y el sentido de la deidad y de la relación humana con ella lo transforma todo. No se trata de recibir, sino de dar.

Pero, ¿cómo llega Hillesum a este descubrimiento, a esta vivencia? En cierto modo es cosa misma de la obra en comento. Es cierto que en su vida la presencia del enigmático y paradójico Julius Spier,

S. en el Diario, hace gravitar no sólo la complejidad de un amor de entreguerra,de incertidumbres –desde todo punto de vista–, con nuevas y abismáticas búsquedas. Es cierto que S. mismo es o puede ser entendido como un místico, pero también como un terapeuta y que en su práctica clínica no sólo cumplen un complejo papel en la curación, al mismo tiempo, Dios y la sexualidad. También es cierto que S. practica la quirología –análisis psicológicos basados en la lectura de las manos (vid. p. 1)– y que la misma en parte la basa en su aprendizaje con Carl Gustav Jungy que fue éste "quien le instó a convertir la 'psicoquierología' en su profesión" (p. X).

Pero en el Diario no se lee lo que pensó, hizo, instruyó S. Lo que se tiene es la interpretación que hace Hillesum de su relación con él.

¿Es Hillesum una mística laica? Tal vez.

Pero que no se pierda el horizonte de la obra como un todo. Hillesum presenta de cuerpo entero la época, el judaísmo, la persecución, los ghettos, el crecimiento paulatino de las restricciones a los judíos –para transitar en bicicletas, para entrar y comprar frutas y verduras, para ir en el tren, etc.–. Con humor y con dramatismo, al mismo tiempo, Etty transcribe una carta de su padre "–Hoy ha empezado la época sin bicicletas. He entregado la bicicleta de Mischa personalmente. Leo en el periódico que en Ámsterdam los judíos todavía pueden ir en bicicleta. ¡Qué privilegio! Ya no tenemos que tener miedo de que nos vayan a robar las bicicletas. Para nuestros nervios esto realmente es una ventaja. En el desierto, en aquel entonces, también tuvimos que apañárnoslas sin bicicletas durante cuarenta años" (p. 111).

Etty relata cómo fue variando la dieta –desde luego, cada vez más escasa–, cómo se tuvo que optar por un trabajo en la Sección Cultural del Consejo Judío como mecanógrafa; cómo se le escaldan los pies de las caminatas para toda diligencia en Ámsterdam. Habla de los árboles que circundan la casa, la ciudad; de los escalones que conducen al estudio de S. En fin, es un retrato auténtico de su mundo vital, de su ciudad, de su amor, de sus amigos; de los alemanes que empiezan a mostrarse en su ser –que al tiempo son eso: "alemanes", pero Etty se esfuerza una y otra vez en verlos y en hacerlos ver como seres humanos–.

Al cabo, la obra no es una teología, es el relato de una vivencia de Dios; no es una inmolación, es una ética del cuidado; no es una plegaria, es una reflexión sobre su presente vivo; no es una denuncia, es un testimonio.Tras haberse dado a conocer en 1981 en Ámsterdam al fin está disponible en español para que, al fin, también aquí posibilite la investigación, la información, el análisis y, por sobre todo, el "que no se repita Auschwitz" –que no sólo debe orientar la reflexión, sino también la formación (educación, pedagogía)–.

* Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional.

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