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Folios

versão impressa ISSN 0123-4870

Folios  no.53 Bogotá jan./jun. 2021  Epub 20-Nov-2021

 

Artículos

¿Cuál es el futuro del libro? ¿Qué nos enseña su pasado y que nos está enseñando en el presente de un mundo pandémico? Una conversación con Roger Chartier*

What is the future of the book? What does its past teach us and what is it teaching us in the present of a pandemic world? A conversation with Roger Chartier

Qual é o futuro do livro? O que seu passado nos ensina e o que nos ensina no presente de um mundo pandêmico? Uma conversa com Roger Chartier

Entrevista a Roger Chartier** 

por Miguel Ángel Pineda Cupa*** 
http://orcid.org/0000-0001-9876-6052

**Especialista en la historia del libro y de cultura escrita. Profesor de la Universidad de Pensilvania y del Colegio de Francia; doctor honoris causa de la Universidad Carlos m de Madrid, de la Universitat de València y de la Universidad de Chile. Ha sido autor de varios libros, entre los que destacan: El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación (1996); Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna (1993); Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura. Siglos XI-XVIII (2006), y La mano del autor y el espíritu del impresor. Siglos XVI-XVIII (2016).

***Comunicador social con énfasis editorial de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá e investigador independiente en historia del libro y la edición en Colombia. Exbecario del Ministerio de Cultura, Programa Estímulos 2016, Beca Instituto Caro y Cuervo de Investigación en historia de la edición en Colombia: colecciones y catálogos (1919-2014). Actualmente es editor universitario en la Universidad Pedagógica Nacional.


Miguel Ángel Pineda (M. A. P.): Profesor Chartier, para iniciar, quisiera que nos comentara resumidamente cómo están viviendo actualmente las academias francesa y europea esta crisis mundial. ¿En qué condiciones se encuentran hoy en día, qué se discute y qué se espera en medio de esta emergencia sanitaria?

Roger Chartier (R. C.): Como sabemos, las condiciones son iguales para todos en el mundo: encierro, confinamiento, aislamiento. Lo que se debe subrayar es que detrás de esta aparente igualdad o apariencia de universalidad, la crisis ha reforzado las desigualdades sociales y no es lo mismo subsistir en esta situación con el mínimo de espacio en un departamento muy pequeño para llevar a cabo una actividad como la nuestra, por citar un ejemplo. En mi caso como profesor, ahora puedo trabajar con los estudiantes de Filadelfia en modo virtual, pero hay otras personas que no tienen esa posibilidad. Lo que se discute ahora, evidentemente, son las transformaciones del mundo después de la salida de la crisis y es un tema que así se ha transformado en un género filosófico o literario, porque en cierta medida se trata de predecir o profetizar los meses o años que van a seguir esta situación, particularmente desde el punto de vista de la economía, de los comportamientos de la sociedad. Se aspira a que haya un mundo mejor, no necesariamente menos duro, porque sabemos que las crisis económicas, social y tal vez política pueden ser muy graves, pero al fin y al cabo un mundo en el cual la economía sea más justa, menos salvaje, un mundo más solidario y en el cual los comportamientos cotidianos podrían estar viviendo una forma más amena, más generosa. Se puede añadir a su pregunta lo que se teme: no solamente en relación con una crisis económica que parece sin par, desde los años treinta del siglo pasado, sino también un peligro que sería ilustrado por las aspiraciones xenófobas, por un nacionalismo exacerbado, por la perpetuación de las políticas autoritarias o autocráticas. La crisis y el miedo de las personas en su diario vivir podrían reforzar estas realidades ya presentes antes de la pandemia. Entonces, la apuesta es saber si en el porvenir las comunidades entendidas como construcciones políticas podrán superar estas tentaciones que cierran las fronteras, fortalecen los nacionalismos xenófobos y fomentan el racismo.

M. A. P.: Me gustaría que revisáramos cada uno de los actores o eslabones de la cadena de valor del libro como una cuestión de larga duración con sus matices y diferencias. Miremos cuáles han sido sus reacciones, sus iniciativas y qué podemos reflexionar al respecto del balance que tenemos a la fecha. Empecemos por uno de los principales ejes movilizadores en la historia de la cultura: los autores, los escritores, y en la generalidad, los artistas. Uno de ellos, el escritor y guionista Guillermo Arriaga, dijo en días pasados al diario La Vanguardia que la cultura en general tiene un poder y unas virtudes excepcionales en un momento tan crítico como este: "La cultura es un medio de identidad, de conocimiento y de reflexión... una vía para el encuentro, la generosidad y la solidaridad".

La pandemia ha generado en el ámbito artístico una serie de muestras e iniciativas convulsas. Le menciono, por ejemplo, los artistas en Berlín (y ahora en todo el mundo, como una moda/ tendencia) exhiben sus propuestas y obras en los balcones; los escritores rusos solicitan al Gobierno que se catalogue al libro como "un bien común" para evitar el deceso de la industria editorial; en Italia, los médicos y novelistas están en la carrera de documentar y crear literariamente explicaciones al impacto de la pandemia en un país fuertemente golpeado (los casos de How Contagion Works o Virus. The Great Challenge que ya se escuchan en su formato audiolibro y prometen, en cierta medida, un fenómeno editorial). Le pregunto en términos charterianos y foucaultianos, ¿es posible pensar un orden de los discursos en un presente severamente angustiante, agitado o dicotómico en el que se inscribe y se borra abruptamente, como se ven en estas expresiones artísticas?

R. C.: Me parece que todas las iniciativas que usted recuerda buscan proponer una presencia y una vida cultural a pesar de la imposibilidad de ir a una sala de concierto, de visitar un museo. Esto me parece fundamental, porque la cultura no solamente encontró una manera de establecer o mantener lazos sociales, sino también de figurar una forma de solidaridad para compartir la expresión de la belleza. Lo que se debe analizar, que es más preocupante que cualquier otra cosa, es que todos los artistas se encuentran ahora en una situación dramática; sin los festivales en Europa del verano, sin la posibilidad de dar conciertos y, claro, sin ingresos. De ahí que muchos Estados se hayan preocupado por defender, apoyar y ayudar a los artistas que se encuentran en esta situación, que son la inmensa mayoría de los pintores o músicos. Tal vez estas propuestas no puedan compensar las pérdidas de la crisis de manera exitosa, pero proponen una manera nueva de pensar el papel esencial desempeñado en la sociedad por todos los creadores de belleza y de pensamiento.

M. A. P.: En el eslabón de la edición o los editores sí que existen semejantes golpes psicológicos, cambios de mentalidades de distinto nivel de reflexión y alcances. Son los que están más preocupados y alarmados por la situación, pues son los que tienen el control de la tradicional cadena de producción y circulación del libro y, todavía más, porque no pocas editoriales han aprendido a maniobrar bien el ecosistema digital. Fíjese usted en este fenómeno tras la suspensión de presentación de novedades en el marco de las ferias del libro: "Decidimos no publicar novedades en abril", dijo una de las representantes de Penguin Random House al diario Clarín, de Argentina, o "Realizamos el proceso a la inversa: antes, salía primero el libro en papel y luego el digital. Ahora, al revés", dijo el gerente de prensa del Grupo Planeta Argentina al mismo medio. Es cierto que hoy es importante actuar con cautela, pero ¿es necesario reevaluar, desacelerar o incluso pausar actualmente el catálogo de cualquier editorial? ¿Puede considerarse este un momento para empezar la redefinición de la edición y su cadena de valor?

R. C.: Se trata, hoy en día, de establecer un diagnóstico sobre la situación de crisis que, tal vez, en su emergencia inesperada e indomable (hasta ahora), da una forma paroxística a problemas anteriores. Debemos preguntarnos si lo que vemos hoy en día como una respuesta a una forma de defensa contra esta situación puede ser el futuro en relación con la edición. Durante la pandemia las librerías cerraron en el mundo entero y se compran libros a través de la red electrónica; no obstante, hay excepciones que podemos discutir. Por ejemplo, en Francia, algunas librerías han intentado mantener una forma más tradicional de comercio con un servicio a los clientes, pero se quedaron marginales. Estamos en un momento en el cual la lectura de los libros frente a las pantallas adquiere una importancia inédita, ya que las editoriales han suspendido la publicación de novedades. Esta situación podría conducir a una transformación de la edición, que ya se refleja en fenómenos como la autoedición o el crecimiento de la edición de libros electrónicos. Como sabemos, antes de la pandemia, los contratos de autor mencionan las dos formas de publicación (impresa y digital) para el "mismo" libro.

Lo que se debe analizar hoy en día es saber si el crecimiento de la compra de libros electrónicos modificará de manera fuerte su presencia muy marginal (menos del 10 %) en el mercado del libro de todos los países de Europa y América, con la excepción de Estados Unidos. Antes de la coviD-19, los lectores utilizaban medio electrónico para comprar principalmente libros impresos, no para comprar libros electrónicos inmediata o masivamente. No sabemos si la pandemia modificará estos hábitos. En Francia, la mayoría de las editoriales no tienen un catálogo electrónico ni para las novedades ni para los libros del fondo. Para aquellas que lo tienen es claro que las ventas durante la pandemia no compensarán las perdidas en el volumen de negocios del año 2020. Sin embargo, en otros países, como Argentina o Brasil, los editores publican en la forma electrónica libros que habían impresos previamente. Gracias a importantes descuentos o distribuciones gratuitas intentan atraer a los lectores al mundo de los libros digitales. De esta manera, estamos llamados a hacer un nuevo equilibrio entre el papel y las pantallas para la publicación de los libros.

De ninguna manera esto significa que haya una equivalencia entre la forma electrónica y la forma impresa del "mismo libro". Lo que estamos haciendo hoy en día, gracias a las múltiples formas de la comunicación, publicación y lectura electrónica es salvarnos del aislamiento radical o total, pero, al mismo tiempo, vivimos latentemente un peligro: el peligro de pensar que el mundo que se nos avecina podría ser el mundo de hoy, en el que finalmente el libro electrónico podría sustituir fácil y universalmente al libro impreso, en el que los conciertos online son idénticos a los conciertos live; un mundo en el que la educación a distancia puede sustituir la educación presencial. Siempre me parece importante subrayar que no existe tal equivalencia, que el mundo del porvenir debe respetar esta diferencia y aprovechar los recursos ofrecidos por el mundo digital sin olvidar que no son los equivalentes a los de la cultura impresa o de la comunicación presencial. Por ejemplo, para mí es una gran frustración tener esta conversación en una forma digital sin posibilidad de ver a los oyentes, sin posibilidad de interactuar directamente con la gente para responder a sus preguntas e inquietudes. La utilidad de lo digital no debe borrar la conciencia de su diferencia con los objetos o las prácticas que conocíamos anteriormente.

M. A. P.: Las librerías son el sector del libro más golpeado anímica y económicamente por esta crisis. Muchas librerías tuvieron que cerrar sus puertas y emplear mecanismos de venta y divulgación digitales (por ejemplo, el e-commerce, domicilios y redes sociales, así como solicitud de apoyo colectivo mediante campañas solidarias de donación -cito la colombiana "Adopta Una Librería"-), pero este método no podría representar ni el 10 % de sus ventas totales de aquí en adelante si no se piensa en reinvenciones o estrategias. En días pasados la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines se manifestó así: "Las librerías atraviesan la peor crisis de su historia, la pandemia del coronavirus provocó una caída en las ventas del 70 por ciento respecto el mismo período del año pasado y el impacto económico hace insostenible su actividad comercial". ¿Es así tan cierta la peor crisis de su historia? ¿Qué alternativas tienen hoy los comercios físicos del libro para transformarse y preservarse entre la lógica económica que las sustenta y el posible patrocinio o apoyo de las autoridades gubernamentales mediante políticas públicas? Por lo demás, esta es una historia de larga duración, ¿no?

R. C.: Absolutamente. Vivimos una situación que da una forma paroxística y dramática a una serie de dificultades anteriores a la pandemia. Sabemos todos (al menos los que hemos leído el libro de Jorge Carrión, Librerías) que las librerías han tenido adversidades en las últimas décadas, que muchas ya desaparecieron antes de la epidemia. Por ejemplo, en París, desde el año 2000, 350 librerías desaparecieron; fue un comportamiento similar en muchas ciudades europeas y también en otras del mundo, como Nueva York. Podemos mencionar algunas razones de este acontecimiento: la más importante es la competencia desigual del e-commerce, particularmente con la figura tan controvertida de Amazon, pero, también, con otras plataformas de venta; a ello debemos añadir los alquileres o costos de arriendo elevados de establecimientos en grandes ciudades del mundo.

De ahí me parece que tanto para responder a la situación dramática actual, como para responder también a esta crisis que existía antes de la pandemia, debemos pensar en acciones colectivas, comunes. Me refiero a los poderes públicos, como usted lo mencionaba, con leyes para proteger las librerías. En Francia, la ley del precio único del libro no ha tenido un resultado absoluto porque, como lo decía anteriormente, se ha intensificado la desaparición de muchas librerías; sin embargo, ha protegido a una red de librerías independientes que pueden con esta ley entrar en la competencia no tan desigual con los supermercados, con los megastore, que también venden libros. De la misma manera, se debe instaurar una ayuda pública para el problema de los alquileres costosos porque si no, no habrá posibilidad de mantener una librería en el centro de las grandes urbanizaciones.

Por otro lado, no son únicamente los poderes públicos los que deben estar involucrados en esta defensa, sino también las librerías y los compradores. Las librerías en ese sentido pueden aprovechar lo que las hace únicas como un espacio para la sociabilidad al rededor del libro, quiero decir: los encuentros, la presentación de nuevos libros, las lecturas públicas y el papel desempeñado por el librero como guía de lectura para sus clientes. Esta dimensión de sociabilidad, de proximidad, explica por qué, por ejemplo, en los Estados Unidos, después de 2009, registró un aumento de lo que se llama "librerías independientes" (como evidencia de esto se puede ver en el programa de televisión BookTV, del canal c-span, que dedicó uno de sus episodios al Día de la Librería Independiente del 2019).1 Las librerías pueden hacer lo que no puede la red, lo que no puede Amazon, que es proponer esta forma de sociabilidad que implica los intercambios de palabras, los encuentros alrededor de los libros. Esto permite suponer que lo que vivimos ahora no será para siempre y que lo más pronto posible recuperemos la posibilidad de las visitas en las librerías.

El segundo elemento que pueden aprovechar las librerías para defenderse contra las dificultades que mencioné consiste en permitir al lector encontrar lo que no buscaba. La librería es como un territorio donde el lector transformado en comprador viaja de un lugar a otro, puede descubrir libros sin conocerlos previamente. Es completamente diferente esta lógica topográfica, la lógica del descubrimiento, de la lógica analítica, por ejemplo, de Google o de Amazon, en los cuales la oferta está organizada a partir de una forma automática de algoritmo. Habrá que tener un poco de paciencia y cuidado para recuperar esa estrecha e íntima relación con las librerías, de proximidad hacia ellas y su localización espacial. Así, me parece que las librerías, frente a las dificultades que ya tiene, puede plantear algunas posibilidades de defensa si cuenta con la ayuda tanto de los poderes públicos como de los compradores de libros.

M. A. P.: Ahora miremos lo que sucedió con el efecto dominó de ferias del libro, muchas de ellas que se iban a desarrollar entre marzo y julio. La primera ficha en caer fue la Feria Internacional del libro de Bolonia, luego el Salón de Paris, le siguieron la de Leipzig, la de Londres y pocos días después se suspendieron las más importantes de América Latina en este primer semestre: Bogotá y Buenos Aires. Más allá del impacto económico para la industria, estos eventos concentraban buena parte de las expectativas culturales, profesionales y vitalmente humanas de autores, editores, libreros, académicos, lectores de distinto tipo; muchos libros con variedad de temáticas y formatos no pudieron cumplir a estas citas (libros en nuestros computadores esperando la luz verde para imprimirse y distribuirse especialmente para las ferias); en definitiva, lo que realmente se suspendió, se postergó o incluso mutó fue un cúmulo humano de experiencias significativas en torno a la cultura escrita y gráfica.

¿En general, entonces, qué cambios socioculturales estamos y estaremos viendo próximamente en las relaciones tradicionales que tenía la cadena de valor del libro y sus lugares de promoción y visibilidad? ¿Qué decir de las interacciones y de las iniciativas de los actores de la industria con los lectores/espectadores de "ferias del libro virtuales"?

R. C.: Pienso que el éxito en el mundo entero de las ferias del libro en su forma tradicional se debe a su dimensión. Las ferias son como inmensas librerías accesibles a los lectores que, como ya dije, están transitando en una lógica muy concreta de viaje. En sus inmensos espacios es posible descubrir lo desconocido, encontrar materialmente todos los tipos de libros de editoriales y de publicaciones, inclusive aquellas electrónicas. El éxito de los eventos culturales del libro está vinculado con la idea del encuentro, no solamente con el libro, con un librero, sino con los editores y con los autores. No podemos hacerlo en este periodo, y por ello podemos indagar dos probabilidades: la primera sería aprovechar lo virtual y tener más eventos virtuales a comparación de los que teníamos anteriormente. De esta manera, lo extraordinario del momento podría convertirse en una práctica duradera. Una segunda probabilidad, fundada sobre la tristeza de la pérdida de la sociabilidad y de la materialidad, y sobre el error de la equivalencia, que piensa que nada se transforma cuando se pasa de un soporte impreso a uno digital, sería volver lo más rápido posible a los encuentros presenciales con los libros, los editores, los autores y otros lectores. Los recursos digitales podrían volverse un potente peligro si se fundamentan sobre la idea de que es posible una enseñanza virtual que permite pagar menos maestros o profesores, o que es posible sustituir bibliotecas y bibliotecarios por meros bancos de datos digitales, o que Amazon hace inútiles las librerías y que es posible una edición sin editores.

Es absolutamente indispensable en este momento ver al mundo digital como una oportunidad que nos ayuda a compensar la melancolía, la nostalgia o la frustración de un mundo que se ha vuelto imposible. Nos permite por primera vez en la historia de las pandemias mantener las comunicaciones, el mercado y las prácticas culturales. Pero, como las ferias del libro son eventos con una gran dimensión, con un impacto considerable, nos permiten reflexionar de una manera aguda sobre las diferencias entre las experiencias compartidas en el mismo lugar, en el mismo momento y sus formas virtuales. El presente nos hace imaginar la posibilidad de un mundo sin librerías, sin ferias del libro, sin libros impresos. Si no queremos que se vuelva realidad del porvenir, debemos defender el mundo de antes y, así, implementar convivencias entre lo presencial y lo virtual, entre lo impreso y lo digital.

M. A. P.: Pasemos al nivel de los lectores y las lecturas. Javier Celaya, socio y fundador de Dosdoce. com., portal español dedicado a estudiar el uso de las nuevas tecnologías en diferentes ámbitos del sector cultural, sostiene que se está viendo una impresionante aceleración en el consumo de ebooks y audiolibros en plataformas de suscripción y préstamo digital en bibliotecas durante estas últimas semanas. También se hizo popular la iniciativa solidaria de dejar catálogos editoriales abiertos en la web, como muestra de un compromiso inmediato de los editores con la situación de emergencia que ocasionó el confinamiento casi mundial.

A la vez, los lectores de la cultura impresa tradicional han acudido a canales como las ofertas directas que se encuentran en las librerías cerradas en sus establecimientos o en las digitales, como único camino viable o conocido para alcanzar ciertas lecturas. Y hay otros "lectores" de otras textualidades o contenidos: series web, videojue-gos, materiales audiovisuales, chats, correos, redes sociales, entre otros. Coincidente y oportunamente, el miércoles 15 de abril de este año el Cerlalc hizo pública la traducción de un dosier2 denominado Lectura en papel vs. lectura en pantalla, y se afirman ideas como "la alfabetización está en aumento con la internet", "hay una disminución en el número de lectores de libros así como de horas dedicadas a la lectura" o "hay una proliferación y preferencia por los textos cortos", y una muy polémica: "el libro está perdiendo su posición histórica como principal repositorio y medio del conocimiento y la cultura". Todo esto suena sospechoso, caótico. ¿Está de acuerdo con estas descentralidades, con estos cambios en las prácticas y decisiones lectoras en el mundo de hoy? ¿Cómo cree usted que se está leyendo o se leerá en medio de un confinamiento, de una cuarentena? ¿Qué ocurre u ocurrirá en la convivencia de los digital natives con los herederos de las culturas manuscritas e impresas y sus prácticas en el ámbito digital?

R. C.: Lo importante para observar, me parece, son las transformaciones más fundamentales que existen del concepto de "libro", la práctica de la "lectura", cuando comparamos o asociamos lo impreso y lo digital. Hay dos distinciones esenciales, y no quiero enunciarlas en términos de lo positivo o negativo, solamente establecer un diagnóstico para borrar esta falsa idea de la equivalencia. La primera se remite al libro entendido como un tipo de discurso, no como un objeto material, pero sí como un tipo de discurso que supone una arquitectura, una ubicación de cada elemento (parte, capítulo o parágrafo) dentro de esta totalidad. Podría pensarse que esta definición del libro como discurso se encuentra idéntica en la forma impresa y en la forma digital (lo que, entre paréntesis, es una manera de limitar la capacidad innovadora de lo digital, porque se trata sencillamente de trasladar el "mismo" texto de un vehículo a otro). Lo que establece diferencias, sin embargo, es el modo de lectura que supone o sugiere la pantalla de los computadores, o cualesquiera que sean los dispositivos recientes; es decir, estamos hablando de una lectura segmentada, fragmentada, que no tiene ni facilidad ni necesidad para entrar en la forma total, en la arquitectura textual que es el libro cuando está definido como un discurso diferente de un artículo, de una nota o de una carta.

De este modo se ve que hay un proceso de actualización del fragmento en la práctica de lectura, que es una forma de entrar en una obra muy diferente de la materialidad del libro impreso. El lector no está obligado a leer todas las páginas, pero la forma material del libro indica que, si se extrae un pasaje en particular, ese fragmento del texto tiene un lugar, un sentido, dentro de la arquitectura de la obra. Esta primera distinción es la que hace difícil hablar de "libro electrónico", porque estamos frente a una realidad discursiva que no está más incorporada o inscrita en una materialidad específica.

La segunda diferencia tiene que ver con lo que usted mencionaba en el contexto de sus preguntas: el verbo "leer" tiene varios sentidos, y la forma electrónica los hace muy visibles. Leer puede ser leer un libro, entendido como la arquitectura actual de la cual se interpreta una novela, un libro de historia o un libro de teoría económica. Una lectura que se apodera de la obra en su totalidad. Pero leer puede ser también leer cualquier escrito y de ahí la contradicción que se puede entender de lo que usted citaba de la Unión Europea: por un lado, si se piensa en el leer en este segundo sentido, es verdad que nunca se ha leído tanto con los tuits, los chats o los correos electrónicos, y que se multiplican al infinito en las redes sociales o en los videojuegos, que implican una práctica de lectura. Por esto, lo que está en juego con este tipo de lectura, que se asocia con textos breves, intercambiados, muchas veces efímeros, es su diferencia con la lectura que supone los libros. Una lectura más lenta, una lectura que siempre ubica el fragmento dentro de una totalidad, una lectura crítica. Una lectura que no es la lectura acelerada, impaciente, crédula de las redes sociales. De esta manera se introduce también la cuestión del conocimiento y su perversión que implica a menudo la lectura apresurada. Debemos plantear, cuando hablamos de la lectura, esta serie de distinciones, que relacionan la lectura con los géneros de los textos y sus soportes. Todos los textos en el mundo digital, libros o tuits, aparecen sobre el mismo soporte. Es una innovación radical en la historia de la humanidad, que nunca había existido, ni en el tiempo de las tabletas de Mesopotamia, ni en el tiempo de los rollos de los griegos y de los romanos, ni en el tiempo de los códices manuscritos o impresos después de Gutenberg.

Así, se puede ver la transformación profunda de la relación con el mundo de lo escrito, que conduce a plantear diagnósticos aparentemente contradictorios entre la perdida de la lectura (de los libros) y la omnipresencia de la lectura (sobre las pantallas). Leer es una categoría transhistórica, pero sus prácticas son muy diferentes. En el mundo digital, las lecturas de los libros se ubican en un entorno textual dominado por las lecturas de otras formas textuales. Es una razón para pensar que hoy en día el libro pierde su papel como principal repositorio del conocimiento. Lo pierde porque sabemos que existen otras fuentes de conocimiento y que, como escribió Paulo Freire, debemos "leer el mundo".3 Lo pierde también porque los nuevos soportes de la comunicación y la lectura que implican multiplican las verdades alternativas, las teorías más absurdas, las falsas informaciones, aceptadas por lectores sin preocupación crítica.

M. A. P.: Recuerdo que en varias ocasiones usted afirmó que "los historiadores son los peores profetas del futuro, lamentables" y que "tal vez, con tristeza, no tienen el monopolio sobre la presencia del pasado en el presente". Podría decirse, de todos modos, que algunas de las disciplinas que hoy más alzan su voz, como las ciencias médicas, sin duda las más autorizadas, pero también los economistas, por ejemplo, temerosos de perder su poder y presencia mediática, tampoco son buenos profetas. Nuestro público puede estar preguntándose, ¿qué cuestiones del presente puede entonces iluminar un historiador? O, mejor dicho, ¿cuál podría ser su papel o aporte en esta coyuntura sociocultural luego de todo lo que hemos dialogado?

R. C.: Todos queremos saber si el libro va a morir, si vamos a conocer el mundo con o sin librerías. Sin embargo, no me parece que las ciencias sociales o las ciencias humanas puedan desempeñar el papel de profetas. Lo que pueden hacer es que, como cada ciencia que tiene criterios particulares de investigación, pueden contribuir a una comprensión mejor del presente. La historia, como lo hemos visto a lo largo de esta conversación, tiene la posibilidad de ubicar en una larga duración los fenómenos del presente, inclusive cuando tienen esta dimensión exacerbada por la crisis que vivimos hoy en día. Es esta perspectiva, que desborda nuestro presente y que permite tal vez identificar las rupturas o las diferencias fundamentales, la que puede ayudar a tomar las decisiones que harán un futuro mejor que el que podríamos temer.

La idea de la profecía supone que hay un futuro ya presente en el presente, como un porvenir inexorable. Yo no pienso que es inexorable; depende, por un lado, de las políticas públicas que pueden proteger y defender las librerías, las bibliotecas o la edición. Muchos son los actores y las instituciones que pueden preservarlas en el espacio público. Depende, también, de nuestros comportamientos como compradores, como lectores, como ciudadanos que resisten a las facilidades y tentaciones de lo digital. Me parece que no debemos caer en la idea de una evolución inexorable. Walter Benjamin escribió un ensayo sobre la reproducción mecánica de las imágenes,4 que mostraba que la fotografía o el cine (hoy en día podríamos incluir los textos/imágenes digitales) no tienen un sentido único, obligatorio. Su uso y su papel son siempre el resultado de la relación, algunas veces conflictiva, entre lo que desean los individuos o los grupos, y lo que imponen las instituciones y los poderes públicos. Tienen en sus manos las decisiones que pueden modificar nuestra vida, pero, también, deben responder a las aspiraciones de los ciudadanos. Rechazar las profecías, que encierran el futuro en una historia ya escrita, es una de las condiciones que permiten esperar un porvenir menos sombrío, más justo y ameno.

M. A. P.: ¿Las profecías sobre libro y el mundo digital no estarán a punto de cumplirse en este nuevo mundo pandémico?

R. C.: Insisto, no hay nada inexorable. Es verdad que aquellos que defienden la idea de un nuevo mundo enteramente digital pueden encontrar en la pandemia un posible apoyo para su tesis porque nuestras prácticas en relación con el impreso, la sociabilidad o el encuentro se han transferido en una forma digital. La cuestión es saber si nos contentaremos con esto y si lo repetiremos en el porvenir y si, finalmente, deseamos abandonar los libros impresos, las ferias del libro no virtuales, los cursos dados en un aula o las compras de los libros en una librería. ¿Es esto lo que realmente queremos porque estamos felices con la experiencia digital de la crisis? O, más bien, ¿debería el mundo del porvenir aprovechar la posibilidad de conservar nuestras tres culturas de lo escrito: ¿escribir a mano, leer o publicar textos impresos y utilizar este recurso extraordinario, que es la comunicación, la publicación, la edición y la lectura digital? Si consideramos que estas tres formas no son equivalentes, podremos entender y experimentar cada una con su respectivo provecho, característica o placer.

Otras cuestiones para el futuro

Desde su perspectiva, ¿qué cree que pasará con los libros educativos? Por ejemplo, en la prensa francesa se registró que la Association Les Éditeurs d'Éducation (los editores de educación) pusieron a disposición de todos los estudiantes libros de texto digitales de forma gratuita desde mediados de marzo. ¿Qué hay con esas iniciativas?

R. C.: Pienso que, por un lado, muchas editoriales, y no solo educativas, han otorgado durante el período de la crisis sanitaria un acceso libre, como lo han hecho también las bibliotecas para libros electrónicos todavía protegidos por el copyright. Es una contribución útil y generosa para limitar lo terrible que acontece para los libros educativos como para otros tipos de texto. En el porvenir podemos pensar que no siempre será así, porque la edición es una actividad que merece remuneración. En relación con los poderes públicos, se podría proponer un uso más sistemático, más sutil de todo lo que se encuentra en las pantallas particularmente porque, como decía usted, son los digital natives quienes entran en el mundo de lo escrito a través de los dispositivos digitales. Entonces, es importante mostrar que las pantallas pueden ayudar a la transmisión del conocimiento y del saber, y no solamente a las conversaciones de las redes sociales. Es crucial, también, afirmar que la forma electrónica de enseñanza nunca debe sustituirse a la práctica pedagógica de la clase. Es la condición para una conciencia aguda de las diferencias y posible coexistencia entre varias formas de la educación. Recuerdo un texto de Emilia Ferreiro en el que decía que nunca el computador podría sustituir a los maestros en la clase.5 Aseguraba esto porque temía que la traducción del entusiasmo legítimo para el mundo digital fuese una justificación para una política de reducción de los presupuestos de la educación pública. Creo que tiene razón y que debemos estar conscientes tanto de la ambivalencia que caracteriza la innovación digital, que salva y amenaza, como de la necesidad de proteger las varias formas de la construcción y de la transmisión de los saberes.

¿Cuál es la sugerencia que usted podría dar para la preservación de las humanidades en el siglo XXI? ¿Cómo podría escribir el historiador en el presente y mediante qué formas o mecanismos de inscripción?

R. C.: No estamos más frente a una epistemología de la historia pueda mudar o cambiar mucho. La historia hoy en día trata de vincular el estudio de las determinaciones desconocidas por los actores sociales con sus discursos, sus representaciones mentales, sus decisiones o estrategias. Me parece que el equilibrio entre la explicación histórica que busca los fenómenos estructurales y la explicación que hace hincapié en las percepciones y consciencia de los actores procurará el marco analítico del estudio, no solamente de la crisis de nuestro tiempo, sino también de la historia del siglo XXI. Desde este punto de vista, no me parece que el evento crea una nueva manera de escribir la historia.

Parece que ya no se enseñan las humanidades. ¿Cómo afrontar esta tendencia?

R. C.: La enseñanza debe introducir necesariamente estas disciplinas que permiten un diagnóstico sobre el presente. Las ciencias humanas y sociales que conocemos, quiero decir, el saber sociológico, económico, antropológico o histórico y también la cultura, el arte y la literatura, categorías más extendidas de las humanidades, tipos de saber más tradicionales, más clásicos desde la Antigüedad (la filología o la poesía) son fundamentales porque ayudan a aguantar el tiempo presente cuando está particularmente cruel y permiten definir lo que sería una civilización, sino ideal, al menos más amena, más igualitaria y tal vez con más belleza. En este sentido, me parece que la conservación de los saberes de las humanidades puede tener un impacto sobre las escuelas. Por supuesto, es absolutamente indispensable introducir los conocimientos técnicos o científicos que permitan a la gente afrontar lo cotidiano, pero, al mismo tiempo, las ciencias humanas y sociales deben quedarse como una parte esencial de la formación de los futuros ciudadanos como seres humanos y como futuros actores de la vida política. Debemos defender las humanidades contra la reducción de sus presupuestos y, en algunos países, contra la hostilidad de los gobiernos.

¿Un libro digital podría tener la misma permanencia y conservación que los libros impresos, pues es claro que el físico puede existir más de 300 años?

R. C.: Hoy se habla de la obsolescencia de los soportes digitales, es un problema para los archivos. La cuestión radica no solo en cómo se puede archivar el mundo digital, sino también en cómo tener archivos protegidos contra la "pérdida de vigencia". La dificultad pasa principalmente por la relación entre los formatos digitales y los aparatos electrónicos. Los más recientes no son más capaces de "leer" los primeros bancos de datos electrónicos. Los bibliotecarios y archivistas están preocupados sobre esta obsolescencia del texto digital. Esta problemática evidencia que todo lo escrito digital, que no tiene la forma del libro, está destinado a ser borrado. Somos herederos de una cultura en la que siempre existieron, contradictoriamente, el inscribir y el borrar. Nuestro presente invita a pensar que la inmensa mayoría de los textos electrónicos son destinados a ser eliminados, ya que no tienen pretensión o vocación a transformarse en un repertorio de textos disponibles para el presente y el futuro; incluso, si la memoria del computador está llena, es necesario borrar ficheros. Es una situación nueva, que tiene que ver con la característica intrínseca de una cultura de lo escrito que produce una mayoría de textos destinados a desaparecer (y que lo pueden hacer fácilmente). No era el caso con el pergamino y después el papel, que son resistentes al tiempo.

Las desapariciones de libros se remiten a las destrucciones producidas por las guerras y los incendios, tal como en el caso de la biblioteca de Alejandría. Esta pregunta tiene una dimensión técnica, pero también una filosófica. Nos conduce a pensar la relación existente entre el miedo de la pérdida y el miedo del exceso, dos temores que siempre fueron yuxtapuestos. La obsesión de lo que se había perdido u olvidado inspiró la búsqueda de los manuscritos antiguos, la preservación de las ediciones impresas, la construcción de las bibliotecas "universales". A la par, fue común un temor contrario, que era el miedo a un desorden de los libros, a un exceso de los textos indomables e inútiles. Inspiró todos los géneros que debían poner orden y extraer lo esencial de los libros demasiado numerosos: bibliografías, antologías de citas, compilaciones de extractos. Esta tensión, que ya existía en el mundo de la cultura manuscrita e impresa, adquirió una dimensión extrema en el mundo digital. Es un mundo de la memoria absoluta, de la conservación, en la que nada debe faltar y, al mismo tiempo, el ámbito electrónico es un espacio en el cual el borrar es una exigencia del soporte. La tensión entre la proliferación y la rarefacción de los discursos, según las palabras de Michel Foucault, es una cuestión que asocia las posibilidades técnicas, las prácticas culturales y las ideologías de lo escrito.

*Originalmente, esta entrevista se realizó virtualmente en vivo en el marco de la Feria internacional del libro de Bogotá (FilBo) en Casa, evento digital que se desarrolló del 21 de abril al 5 de mayo de 2020. Este encuentro, que se hizo en alianza con la FilBo, contó con el apoyo de la Cámara Colombiana del Libro. La conversación se llevó acabo mediante las herramientas tecnológicas de videollamada y redes sociales de la FilBo, a raíz del confinamiento al que se vio obligada la mayor parte de las sociedades del mundo, producto de la pandemia generada por la covid-19. La charla grabada puede ser vista en https://feriadellibro.com/es/foros-libro/

1El programa que hace referencia Roger Chartier es "Tours of Bookstores for Independent Bookstore Day", que puede verse en https://www.c-span.org/video/?460114-1/tours-bookstores-independent-bookstore-day (Nota del entrevistador).

2Kovač, M. y Weel, A. van der (Eds.) (2020). Lectura en papel vs. lectura en pantalla. Bogotá: Cerlalc. https://cerlalc.org/wp-content/uploads/2020/04/Cerlalc_Publicaciones_Dosier_Pantalla_vs_ Papel_042020.pdf

3Freire, P. (1991). La importancia del acto de leer y el proceso de liberación. Ciudad de México: Siglo XXI. Existe una versión en portugués, (A importância do ato de ler, São Paulo: Cortez Editora, 1982).

4Chartier se refiere al texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (en alemán Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit), publicado originalmente en 1936. (Nota del entrevistador).

5Ferreiro, E. (2001). Pasado y presente de los verbos leer y escribir. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Para citar este artículo Chartier, R. (2020).¿Cuál es el futuro del libro? ¿Qué nos enseña su pasado y que nos está enseñando en el presente de un mundo pandémico? Una conversación con Roger Chartier" (Entrevista por M. A. Pineda). Folios, 53, 215-226.

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