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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.14 no.1 Bogotá Jan./June 2012

 

Presentación


LA GRAN ACOGIDA QUE TUVO la convocatoria de este número monográfico confirma los motivos del comité editorial para dedicar una entrega a La literatura colombiana entre milenios. En primer lugar, queríamos recopilar y ofrecer al público una serie de elementos que sirvieran de base para un balance crítico de la producción literaria entre 1990 y 2011 para reconocer los hitos más destacados y ayudar a comprender su valor literario y cultural. Esta labor de permanente apropiación crítica del presente (así como del pasado más reciente) es un imperativo para la academia, y no solo en el campo de los estudios literarios: basta observar la gran cantidad de artículos sobre el tema que aparecen con regularidad en las revistas académicas más importantes del país. Por eso, nuestra segunda motivación fue quizá aún más decisiva, y se percibe en los artículos que se presentan a continuación. Uno de los tópicos más comunes en las discusiones académicas recientes es el de la necesidad de poner al día las últimas historias de la literatura colombiana, que datan de finales de la década de 1980. Esta labor implica, entre otras cosas, el esfuerzo de enlazar la producción más reciente con el pasado, de darle un sentido histórico, de reconocer líneas de continuidad y de ruptura entre la literatura actual y la tradición. El criterio básico de la selección de los artículos de la presente entrega de Literatura: teoría, historia, crítica se basa en estas premisas.

Además, quisimos privilegiar la heterogeneidad de puntos de vista sobre cualquier tipo de comprensión unilateral de nuestro pasado literario más reciente. Este criterio nos fue impuesto, en cierto modo, por el objeto mismo: durante los últimos años, la producción literaria en Colombia se ha caracterizado por una enorme variedad de formas y expresiones de calidad diversa, y era preciso permitir, en una primera instancia, que todas ellas tuvieran una voz. A este hecho se suma la variedad de enfoques teóricos que han aparecido en la academia reciente y que suponen apropiaciones de la literatura desde perspectivas muy diversas. Por eso, esta entrega contiene artículos y notas sobre obras específicas, sobre autores, géneros y problemas generales que conforman un conjunto heterogéneo, cuando no heteróclito. A ellos se suma, además, un dossier de entrevistas con dos críticos y un escritor acerca de las tendencias de la literatura colombiana de las últimas dos décadas, y una serie de reseñas sobre estudios dedicados a la literatura colombiana reciente.

Este material configura una imagen, sin duda fragmentaria y parcial, pero en todo caso necesaria, del campo literario colombiano de los últimos veinte años. Pero, a pesar de la heterogeneidad, existen vínculos importantes entre los diversos textos que componen este número y que se manifiestan, de hecho, en su disposición general. Los artículos han sido ordenados en tres bloques que van de lo general a lo particular. El primer bloque, compuesto por los tres primeros ensayos, se refiere a problemas amplios que pueden ayudar a definir algunos aspectos importantes de la literatura colombiana actual: el mercado editorial, la identidad en la narrativa, y la secularización en la poesía. El segundo está conformado por otros tres ensayos que se ocupan de algunas obras narrativas representativas (las de Fernando Vallejo, Evelio José Rosero y Tomás González, respectivamente). Finalmente, el tercero contiene dos ensayos, cada uno dedicado a un poeta importante de este periodo: Juan Manuel Roca y Óscar Torres Duque.

El primer artículo, de Paula Andrea Martín Colorado, presenta las líneas generales de una cuestión ineludible en la literatura colombiana reciente: la relación entre la novela, y más específicamente la crítica de la novela, y el mercado. De acuerdo con la autora, quien se basa en el concepto de "distinción" de Pierre Bourdieu, en el campo de la novela actual se pueden percibir dos formas de apropiación de los productos literarios por parte de la crítica: por un lado, la que se basa en la conexión fácil con el lector por encima de cualquier otro criterio de valor estético y, por otro, la que toma en cuenta, sobre todo, el modo de narrar no estereotipado y la distancia narrativa como criterios de valor de las obras. El caso de la recepción crítica de las novelas de Mario Mendoza, Jorge Franco y Santiago Gamboa muestra, de acuerdo con la autora, la formación de cierto criterio de lo que Bourdieu llamaría una "cultura media", esto es, una valoración de productos que niegan a ser apropiados como alta cultura, pero que también se distingue de otras formas masivas de literatura.

En el segundo ensayo de esta primera parte, Luz María Rubio Rivas explora el tema de las representaciones de la homosexualidad en algunas novelas colombianas, a partir de la concepción de Foucault de las relaciones de poder. Igual que el ensayo anterior, el trabajo de Rubio resalta los aspectos contextuales que tienen algún efecto en las obras literarias mismas. Según la autora, después de una larga etapa de silencio y represión, la condición sexual de los gays ha sufrido, en nuestro país, una especie de inversión discursiva: "se ha pasado del silencio a la compulsión de confesar, de decir todo respecto al sexo". Así, presenciamos "una sociedad confesante", esto es, una sociedad que quiere decirlo todo con respecto al sexo: "los más íntimos deseos y pasiones, la narración detallada de los actos sexuales; todo esto en diferentes espacios: el confesionario, el diván del psicoanalista, hasta las autobiografías de ficción". Este fenómeno, evidente sobre todo en Al diablo la maldita primavera de Alonso Sánchez Baute, también puede apreciarse en las otras dos novelas que son objeto de análisis: Delirio de Laura Restrepo y Melodrama de Jorge Franco.

La primera parte se cierra con una reflexión acerca de la poesía reciente en Colombia, a cargo de Pablo García Dussán. Se trata, en contraste con los dos ensayos que le anteceden, de una exploración de corte temático que se centra sobre todo en las relaciones literarias de nuestra tradición poética. Para García Dussán, el problema central de la poesía colombiana es el de la presencia de Dios y, en general, la relación del sujeto con la divinidad. La hipótesis de este trabajo es que los efectos del modernismo y una estética conservadora condujeron a una producción poética desencantada en la segunda mitad del siglo XX. Algunos poetas importantes, la generación de Mito y los nadaístas intentaron, cada uno a su manera, sacudir las bases de lo que el autor considera un sistema poético artificial y homogenizante; sin embargo, en todos ellos sobrevive cierta forma de fragmentación, de falta de unidad. Las nuevas generaciones buscan, así, la unidad poética que pueda sanar las fracturas del pasado. Aunque el autor se refiere a varios poetas, todos ellos muy diversos, presta una mayor atención a la poesía de Andrea Cote (en la que el autor del ensayo percibe ecos de la obra de Aurelio Arturo) y de Eva Durán (de acuerdo con el autor, muy próxima en su proyecto poético a Jorge Gaitán Durán y Raúl Gómez Jattin).

Los artículos de la primera parte constituyen tres miradas heteróclitas sobre la literatura reciente, y por eso se vinculan por contraste con los demás ensayos, que se refieren a obras y autores individuales. El segundo bloque está dedicado a tres narradores, y en esa medida sirve de complemento a los trabajos de Martín Colorado y Rubio. El artículo de Juanita Cristina Aristizábal se refiere a los vínculos entre El desbarrancadero de Fernando Vallejo y la estética finisecular y del modernismo hispanoamericano. Un tema común a ambos es la muerte de Dios, de la que se ocupan, desde posiciones diferentes Rubén Darío y José María Vargas Vila. Como respuesta a este tópico, ambos aspiran al ideal de la unidad romántica como una especie de sustituto. En Vallejo, por su parte, la sed del ideal de los modernistas se convierte en sed física y en escritura. Sin embargo, su aspiración encierra el mismo gesto ambiguo de sus predecesores: "Yo creo en el poder liberador de la palabra", afirma Vallejo, según la autora. "Pero también creo en su poder de destrucción pues así como hay palabras liberadoras también las hay destructoras".

La religión constituye también uno de los temas de análisis del estudio de Iván Vicente Padilla Chasing sobre Los ejércitos de Evelio José Rosero. Sin embargo, a diferencia del trabajo precedente, el análisis de Padilla se interesa por la obra desde el punto de vista de la sociología de la literatura de Mijaíl Bajtín y Pierre Bourdieu. Los ejércitos, sugiere Padilla, supone una toma de posición ética, estética y política ante el conflicto colombiano: como un fenomenólogo, Rosero explora el ambiente de la guerra a través de la conciencia de sus víctimas inocentes. Así, logra construir una visión de esta realidad dolorosa que se escapa de la mera trascripción objetiva de los acontecimientos. Rosero contrapone, por ejemplo, las representaciones religiosas "a la cruel realidad colombiana" y las integra "al malestar de un pueblo humillado, sometido y desesperanzado", de modo que el mundo de esta novela se revela como "un mundo sin Dios", un mundo cuya violencia desnuda carece de sentido para sus víctimas. Su novela no busca "dar a conocer la guerra, sino de revelar que para muchos colombianos, todo acto de conciencia, toda sensación (expresión de alegría, deseo, miedo, incertidumbre, zozobra, incluso indiferencia) están relacionados con la guerra".

El ensayo de Óscar Daniel Campo Becerra explora una estrategia narrativa en cierto modo afín a la de Rosero, aunque se dirija en un sentido opuesto. De acuerdo con Campo, la mirada del narrador en los cuentos y novelas de Tomás González también está mediada por "una conciencia intensa de la muerte". De acuerdo con Padilla, la fuerza estética de la novela de Rosero reside en que el material se limita "a lo percibido por la conciencia"; Campo dice que, para González, la realidad no está constituida por hechos objetivos que están por fuera del sujeto. Sin embargo, Campo sostiene que la conciencia de la muerte conduce al narrador de Tomás González a cierta "desintelectualización" de la mirada, a la realización de la posibilidad de una forma de observar la realidad que renuncia a su examen o su juzgamiento. Esta desintelectualización configura cierta forma de misticismo, de búsqueda de una visión que se asemeja a la idea que Edmund Burke se hacía de lo sublime. De acuerdo con Campo, Tomás González busca acercar el arte y la vida, de modo que sus novelas puedan -como en Rosero, pero por otros medios- "ofrecer una experiencia vital, en afectar al lector directamente".

De acuerdo con Campo, la aspiración de González se cristaliza en la visión pura de las "naranjas caídas" que, en un poema de Manglares, "se pudrían despacio en la llovizna, / azules en la tierra muy mojada". En este sentido, el artículo de Campo sirve de bisagra entre el segundo y el tercer bloque de ensayos, pues la poética de González no solo abarca sus producciones en prosa, sino también su poesía. El primer ensayo de este último bloque, escrito por Patricia Trujillo Montón, está dedicado a las imágenes del poeta en la obra de Juan Manuel Roca. La autora parte del supuesto de que, en la actualidad, escribir poesía implica al mismo tiempo preguntarse por su naturaleza, su función y su relación con la sociedad. En cierto modo, estos supuestos también implican un diálogo con los textos de Padilla y de Campo a propósito de la toma de posición del escritor frente a la realidad contemporánea. Al centrarse en las metáforas del poeta y en la sustancia verbal misma de los poemas, la autora revela que la respuesta de Roca a la pregunta por la función de la poesía no es unívoca, sino rica, heterogénea y hasta paradójica. Los poetas son, como los magos, por ejemplo, lectores de sombras investidos de la autoridad de la tradición; sin embargo, también son como reyes cuyo dominio es una industria de espejismos amenazada por la destrucción y la muerte.

El último ensayo constituye una suerte de síntesis de problemas planteados a lo largo de la revista. "El eclecticismo en la obra de Óscar Torres Duque", de Jaime Andrés Báez León, constituye una aproximación a los efectos las imágenes de la cultura pop en la poesía contemporánea, y por eso responde sin proponérselo a algunas cuestiones que quedan apenas formuladas en el trabajo de García Dussan acerca de la poesía reciente en Colombia. Si para este los poetas recientes deben enfrentar el problema de la búsqueda de la unidad poética, para Báez el efecto más evidente del eclecticismo en Torres Duque es la ruptura del yo poético. De acuerdo con Báez, "las citas de la cultura clásica (Ovidio, Horacio, Cervantes) se combinan con las imágenes de Freddie Mercury, U2 y otras estrellas del pop. Pero, en general, sin importar su procedencia, todas estas referencias se convierten en el eco fragmentado de la voz poética". El poeta es, como lo sugiere una imagen del ensayo de Trujillo sobre Juan Manuel Roca, una especie de coleccionista. No obstante, mientras que este dota a los objetos de un carácter sagrado, está fascinado por su falta de utilidad y está convencido de que las marcas del tiempo sobre los objetos son la sedimentación de vidas y recuerdos, el poeta de Torres Duque -de acuerdo con el análisis de Báez- es un coleccionista de máscaras múltiples que debe asumir de acuerdo con la ocasión. El eclecticismo se convierte así en la personalidad misma del poeta, y anuncia que la poesía es, en el mundo moderno, el testimonio de un fracaso. De acuerdo con Báez, Torres Duque parece repetirnos que la poesía carece de finalidad, que su existencia es innecesaria. No obstante, agrega Báez, "lo único que puede hacer un escritor es asumir el problema con plena conciencia".

El dossier de entrevistas que sigue a la sección de artículos (y que fue preparado por la profesora Alejandra Jaramillo Morales) se refiere, entre otras cosas, a la cuestión del mercado y la crítica en los últimos años, que es el tema del primer artículo. Además, ofrece un panorama amplio y general sobre la producción narrativa reciente, que sirve de ejercicio de contextualización de los artículos. Las notas, por su parte, también tienen un propósito generalizador que se vincula indirectamente con el resto de la revista. En la primera, Marta Orrantia se ocupa de la profesionalización de los escritores en los años recientes a través de programas de escrituras creativas en diversas universidades. Sin duda, en esta nota surgen de nuevo cuestiones que habían sido tratadas tanto en el artículo de Paula Andrea Martín, como en las entrevistas del dossier. La segunda nota, de José Luis Altafulla, es una lectura personal de dos novelas recientes que suponen una revaluación de la forma del pacto que los narradores establecen con sus lectores. Por eso, establece un diálogo involuntario con los artículos dedicados a Vallejo, Rosero y González. Finalmente, la nota de Rodrigo Bastidas es una exposición general, pero muy rigurosa y muy sugestiva, de la producción en ciencia ficción en Colombia.

A pesar de la heterogeneidad de puntos de vista y de perspectivas que ofrece esta entrega, pueden percibirse también vasos comunicantes que esta presentación ha tratado de dilucidar. El presente número muestra que el problema del mercado editorial es una preocupación muy actual, dado el enorme peso que han venido adquiriendo las editoriales multinacionales en la difusión de nuestra literatura. Igualmente, la pregunta por la definición del escritor en estas nuevas condiciones parece ser predominante. ¿Cómo responden las obras recientes a los desafíos que impone esta nueva situación?, ¿cómo se enlazan con el pasado literario, y cómo absorben las presiones del presente?, ¿cuál es el papel del escritor, qué posiciones éticas, estéticas y políticas puede asumir?, ¿qué puede pensarse de la crítica bajo las condiciones que impone el mercado? La presente entrega de Literatura: teoría, historia, crítica busca ofrecer respuestas parciales, pero sin duda precisas y rigurosas, a estas cuestiones.


William Díaz Villarreal
Coordinador de este número