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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.14 no.2 Bogotá July/Dec. 2012

 

Reseñas

Castro Castañeda, Nelly Esperanza. 2010. Conciencia crítica en cuatro novelas colombianas. Ed. César A. Hurtado. Medellín: La Carreta Editores. 305 págs.


A pesar de la existencia de una abundante producción literaria, el estudio de la novela colombiana publicada en las primeras cinco décadas del siglo XX es casi nulo. Aunque este periodo ha generado interesantes y valiosos aportes, como Un eslabón perdido: la novela de los años cuarenta (1941-1949), de Yolanda Forero Villegas, y El deseo y el decoro (Puntos de herejía en la novela colombiana), del desaparecido profesor universitario y ensayista Eduardo Jaramillo Zuluaga, la bibliografía crítica al respecto, comparada con otras épocas de la historia de la literatura colombiana, es menor y de poco alcance investigativo.

Con la elección de varias novelas representativas de la literatura producida en nuestro país, como La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, 4 años a bordo de mí mismo (1934), de Eduardo Zalamea Borda, Mancha de aceite (1935), de César Uribe Piedrahita, y El día del odio (1952), de José Antonio Osorio Lizarazo, Castro Castañeda intenta llenar el vacío antes señalado y ofrecer al público lector un análisis en profundidad de la literatura escrita en Colombia entonces, y del lugar que dentro de la sociedad y la cultura del país tenía la escritura en general. Es importante indicar que este extenso y completo volumen sobre el tema es resultado de la investigación doctoral realizada por su autora en Europa, más exactamente en Alemania, en el 2004.

Considero que antes de la publicación de este libro, el ensayo que ofrecía una visión más novedosa sobre la novela de este periodo era el de Jaramillo Zuluaga. El deseo y el decoro, publicado, al igual que Un eslabón perdido, hace más de quince años (en 1994), es un acercamiento a tres novelas que pasaron inadvertidas para el canon literario colombiano de comienzos de siglo XX, como son De Sobremesa (1925), 4 años a bordo de mí mismo (1934) y Babel (1944). La mirada que Jaramillo Zuluaga ofrece sobre estos textos privilegia la sensorialidad y el erotismo como respuesta a la pobre y cada vez más homogénea literatura que se hacía durante esos años en Colombia.

Esta literatura, consciente o inconscientemente, marginaba del panorama literario nacional temas como la relación entre el cuerpo y el lenguaje y se concentraba en problemas socioeconómicos del país como la presencia de compañías extranjeras para la explotación de los recursos naturales, el desempleo y la miseria que soportaban a diario cientos de personas de todas las edades y condiciones sociales en las calles y en el campo, y la idílica, costumbrista y nostálgica rememoración de la vida en las grandes haciendas sabaneras y de "tierra caliente".

Como "tierra caliente" se denominaba al espacio geográfico ubicado en cercanías del Río Magdalena, una zona ubicada entre los límites de los actuales departamentos de Tolima, Boyacá y Cundinamarca, la misma que, en nombre de la Comisión Corográfica -proyecto gubernamental encargado de levantar los mapas del territorio colombiano y explorar sus potencialidades económicas y socioculturales-, recorriera a mediados del siglo XIX el periodista y luego primer rector de la Universidad Nacional de Colombia, Manuel Ancízar y Zabaleta (1812-1882), en su relato de viaje La peregrinación del Alpha (1853).

Una clara muestra de esta temática bucólica y patriarcal son las novelas El moro y Entre primos (1897), del estadista José Manuel Marroquín (1827-1908), y La Sabana y otros escritos (1977), título bajo el que reúne sus memorias el también letrado y educador bogotano Tomás Rueda Vargas (1879-1943). En esta obra, Rueda Vargas hace una encendida y no menos reaccionaria defensa del pasado señorial e hispano-católico en el que creció, al elogiarlo y describirlo en términos que hacen pensar en libros de miradas similares como Diario de Tipacoque, Memorias infantiles y Tipacoque, de ayer a hoy, del escritor y periodista Eduardo Caballero Calderón (1910-1993), recientemente homenajeado por el Ministerio de Cultura al cumplirse los cien años de su nacimiento.

Otra de las tendencias narrativas propias de la época era la idealización del modelo europeo en cuanto a las artes y la cultura, y su apropiación en nuestro medio, de la que eran reconocidos representantes el poeta y narrador José María Rivas Groot (1863-1923), autor de hoy olvidadas y fallidas novelas modernistas como Resurrección (1901) y El triunfo de la vida (1916), y Emilio Cuervo Márquez (1873-1937), político y ensayista que reunió en un solo volumen (La selva oscura, 1924) tres melodramáticos relatos que habían sido publicados, con anterioridad y a manera de folletín, en periódicos y semanarios de tirada masiva de la capital. Vale anotar que estas historias se desarrollaban en varios sitios reconocibles de la Bogotá de entonces (el Gun Club, el Capitolio Nacional, la Plaza de Bolívar) y para las que Cuervo Márquez tomó como modelo, en cuanto a sus protagonistas, a algunos de los habitantes pertenecientes a las familias acomodadas de la ciudad.

En su decimonónica novela, Cuervo Márquez registraba ya las transformaciones de su ciudad natal, a las que de manera vehemente se opusieron durante mucho tiempo Marroquín y Rueda Vargas. Según Castro Castañeda, el acelerado cambio que sufrieron ciudades como Bogotá y Medellín a comienzos del siglo XX -debido en parte a la incipiente industrialización y a la llegada de personas provenientes de diferentes partes del país en busca de empleo, educación y mejores posibilidades de ascenso social- queda en evidencia en la lectura de las obras elegidas para su libro. El trabajo de Castro Castañeda se interesa por establecer una distinción entre las obras incluidas para su estudio y el canon ideológico imperante en la nación durante buena parte del siglo pasado.

El canon al que la autora hace referencia es el conservador, que, heredero de los programas políticos impulsados por Caro y Núñez concretados en la constitución de 1886, y a pesar del triunfo liberal en la década de los treinta del siglo pasado, se mantenía intacto como aparato de coacción sociopolítico en gran parte de la sociedad colombiana y, por supuesto, en las artes y la literatura del país. Como Castro Castañeda lo reconoce en la introducción de su texto, ese fue el primer criterio que motivó su investigación sobre estas novelas y su aparición entre las décadas de los veinte y los cincuenta, hecho que, sin embargo, no tuvo mayor repercusión en medio de un consenso literario más bien tradicionalista y apegado al canon ideológico mencionado en el párrafo anterior.

Como segundo criterio, la autora identifica un asunto no menos llamativo: la recepción que las novelas tuvieron en el momento de su publicación. De estas novelas, solo La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, se convirtió con el tiempo en un auténtico best seller, consideración comparable a María (1867), de Jorge Isaacs, o La marquesa de Yolombó (1926-1927), de Tomás Carrasquilla. Sin embargo, Castro Castañeda sugiere que las novelas escogidas para su estudio durante años han tenido una acogida por parte de la critica literaria y de los investigadores de la literatura colombiana, lo que permite deducir que la calidad literaria estas es un aspecto que riñe muchas veces con la demanda y el éxito comercial, pues mientras algunas obras se limitan a una reducida divulgación, otras se han llegado a editar varias veces, con una cantidad no determinada de ejemplares que incluso se podían adquirir en los lugares menos pensados para su obtención, como cigarrerías, tiendas y cantinas.

Dentro de las novelas que estudia, la autora destaca a La vorágine y el posterior juicio crítico que rodeó su publicación, pues a raíz de su éxito e impacto editorial, en las décadas siguientes a su aparición, hubo cientos de imitaciones en casi toda Latinoamérica. Sin dejar de lado su condición de texto pionero de la literatura del siglo pasado en el continente, lo que interesa a Castro Castañeda es la relación o los vínculos tanto temáticos como históricos y sociales que pueden tener esas obras entre sí, a pesar de los diferentes escenarios en los que tienen lugar las novelas, como la selva amazónica en el caso de Rivera, el desierto de La Guajira, en el de Zalamea, los llanos orientales, en el de Uribe Piedrahita, y finalmente la ciudad, en este caso Bogotá, en el de Osorio Lizarazo.

Quizá los autores antes mencionados compartan muchos puntos en común, tanto en asuntos ideológicos como estéticos, porque todos se dedicaron, en algún momento de su vida, al periodismo o tuvieron un contacto de primera mano con la situación que vivía Colombia en esos años, al recorrer amplias zonas del país y comprobar el olvido del que eran objeto estas regiones y sus pobladores. Por eso, en sus novelas, el protagonismo no solo era de los hombres y las mujeres, sino de las condiciones de violencia y pobreza de estos, en estrecha unión con la soledad y la belleza de los paisajes que transitaban. Esta situación constituía una motivación importante para escribir sus ficciones, para consolidar sus propuestas narrativas con historias y personajes distintos a los acostumbrados en la literatura de esas décadas. Estos detalles son tenidos en cuenta por Castro Castañeda en su investigación para servir de soporte al contexto histórico en que se escribieron las ficciones mencionadas.

Conciencia crítica se divide en cinco partes. Luego de la introducción, en el primer capítulo del libro, Castañeda procede a ubicar el contexto histórico de Colombia, que va desde los últimos años del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX. En este contexto, le brinda especial atención al establecimiento de la Regeneración y de la República conservadora, y a la influencia que tuvieron estos procesos políticos en la vida cotidiana del país. Luego aborda la llegada de los años veinte y de la República Liberal, y sus logros y fracasos en el intento de modernizar y ofrecer diferentes vías de solución a los graves problemas del campo y de las ciudades.

El segundo capítulo se ocupa de El día del odio, y de la presencia cada vez más intimidante y desalentadora de la violencia, que ya no era solo partidista, sino social, y en la que se involucraban todos los sectores económicos y políticos de la nación. El tercer y cuarto capítulos los dedica a Mancha de aceite y a 4 años a bordo de mí mismo, obras en las que trabaja la experiencia de la industrialización y la dicotomía civilización-barbarie, representados en las clásicas figuras del explotador y el explotado. En Mancha de aceite, esta dicotomía caracteriza el imaginario del progreso tecnológico y de la mano de obra capaz de sostener el nivel de producción de la máquina que posibilitaría la realización material de este progreso y su efecto más duradero: la acelerada urbanización del campo o de las regiones. 4 años a bordo de mí mismo apunta en otra dirección: la búsqueda del cuerpo y de su reconocimiento a un nivel sensitivo y espiritual por parte del viajero protagonista de la novela, experiencias que se convierten en una crítica a la racionalidad burguesa y a la mentalidad de la arcadia hispano-católica imperante en nuestra sociedad.

Castro Castañeda finaliza su investigación con La vorágine, obra en la que parecen condensarse los aspectos que destaca en las otras novelas. A ellos, la novela añade la sensación de desamparo que sufren sus personajes, generada más que todo por la alienación que sienten con respecto a la ciudad y por el proceso civilizatorio y de colonización cultural en el que están inmersos, tanto ellos como las comunidades a las que pertenecen. En ese sentido, se podría decir que Conciencia crítica en cuatro novelas colombianas, a pesar de su ambicioso planteamiento y de las hipótesis tanto literarias como socio-históricas que sugiere, se puede ver más como un punto de partida para trabajos de mayor alcance investigativo, que ofrezcan nuevas propuestas sobre la sociedad y la novela de esas décadas y las posteriores en nuestro país.


Gerson Vanegas Rengifo
Universidad Nacional de Colombia - Bogotá, Colombia