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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.16 no.1 Bogotá Jan./June 2014

https://doi.org/10.15446/lthc.v16n1.44331 

http://dx.doi.org/10.15446/lthc.v16n1.44331

UNA SEGUNDA ESMÉRIA: DEL AMOR A LA LITERATURA (Y AL ESCLAVO)*

UMA SEGUNDA ESMÉRIA: DO AMOR À LITERATURA (E AO ESCRAVO)

A SECOND ESMÉRIA: OF LOVE OF LITERATURE (AND OF THE SLAVE)

Marcos P. Natali
Universidade de São Paulo - Brasil
mpnatali@hotmail.com

Artículo de reflexión.
Recibido: 23/01/14; aceptado: 3/04/14


El artículo analiza la reacción pública en Brasil ante la reciente denuncia de que habría racismo en las populares novelas de literatura infantil del escritor Monteiro Lobato. El objetivo es, a través de la lectura de textos producidos durante la polémica, entender mejor los posibles residuos de esclavitud en la sociedad brasileña contemporánea.

Palabras clave: Monteiro Lobato; racismo; esclavitud; literatura brasileña; literatura infantil.


Este artigo analisa a reação pública no Brasil ante a recente denúncia de que haveria racismo nos populares romances de literatura infantil do escritor Monteiro Lobato. O objetivo deste artigo é, por meio da leitura de textos produzidos durante a polêmica, entender melhor os possíveis resíduos de escravidão na sociedade brasileira contemporânea.

Palavras-chave: Monteiro Lobato; racismo; escravidão; literatura brasileira; literatura infantil.


The article analyzes public reactions in Brazil to the recent denunciation of racism in Monteiro Lobato's popular children's novels. Through a reading of the texts published during the controversy, the article aims at a better understanding of possible residues of slavery in contemporary Brazilian society.

Keywords: Monteiro Lobato; racism; slavery; Brazilian literature; children's literature.


NO PARECE RECOMENDABLE EMBREÑARSE EN el pantano en que se transformó la polémica reciente en torno a la existencia de racismo en la obra del escritor brasileño Monteiro Lobato, controversia disparada por una queja protocolada en el Consejo Nacional de Educación en 2010. Había, en la discusión, algo de tóxico, que parecía contaminar no solo la posibilidad de debate, sino inclusive la explicitación de las diferentes posiciones posibles en la contienda. La representación dominante de la disputa que se cristalizó durante los meses en que el asunto estuvo en la agenda pública parece poco productiva, de tal forma que la sensación, al ingresar en el terreno en litigio, es de estar cayendo en una trampa. La dificultad viene de la percepción de que hubo, en la representación predominante del debate, algo que podría ser denominado como un "deseo de caricatura": la pretensión de hacer que la posición del otro, en particular la postura crítica ante la obra de Monteiro Lobato, resbalara hacia el cómic, volviendo innecesaria inclusive la formulación y explicitación de la oposición a ella. Si el adversario es tan frágil, inclusive la crítica, para no decir la lectura, se vuelve dispensable, y basta el anecdotario sarcástico y folclorizante.

Vuelvo a la querella aquí, sin ser estudioso de las áreas a las que pertenece la controversia -no soy especialista ni en literatura infantil ni en literatura brasileña-, precisamente porque fue un recurso recurrente en el episodio la sugerencia de que la propia discusión sobre el racismo en la obra de Lobato (principal escritor de literatura infantil del país, autor de la popular serie de novelas Sítio do Picapau Amarelo [El rancho del pájaro amarillo]) sería desde luego ilegítima, como si la formulación de la cuestión ya fuera prueba de la falta de pertenencia a la tradición nacional, y como si esa característica, a su vez, fuera motivo suficiente para la descalificación. Ante esa situación, la tarea en un ejercicio como el que intentaré aquí consiste en provocar algún desplazamiento en la representación preponderante del campo y del debate, con el fin de inserir alguna inestabilidad en las certezas solidificadas en páginas de periódicos, cartas públicas y manifiestos colectivos durante el tiempo en que el debate persistió.

Para empezar, dejo aquí, casi como epígrafe, la descripción de una escena narrada por la crítica literaria Leyla Perrone-Moisés en su testimonio en la Academia Brasileña de Letras en mayo de 2005 (antes, por lo tanto, de la polémica):

Todo autor de biografía tiende a comenzar por la infancia. En la autobiografía intelectual, necesariamente, son los primeros libros, las primeras lecturas. El primer libro que leí en mi vida, a los cinco años, se llamaba Rosa Maria no Reino Encantado, de Érico Veríssimo. [...] En seguida, pasé a Monteiro Lobato. Sobre eso, voy a decir algunas cosas porque, si no son importantes, al menos dibujan una figura. Pasé la infancia en un pueblito de Minas Gerais, Passa-Quatro, en un valle de la sierra de Mantiqueira [...]. En nuestra casa teníamos un patio muy grande, con muchos árboles frutales, y llevábamos una vida casi de rancho. Entonces leí a Monteiro Lobato en un contexto como el del rancho del pájaro carpintero amarillo, porque leía sus libros sobre un árbol, un zarzal que yo consideraba mío. Subía, me sentaba en una rama allá arriba, y así leí toda la obra de Monteiro Lobato. No había un Rabicó [un puerco que es personaje de las novelas], pero había gallinas, etc. Y yo tenía una tía Anastácia, porque la cocinera era una negra muy oscura que, de un modo políticamente incorrecto, tenía el apodo de Vavão. Era como nosotros, niños, pronunciábamos "carvão" [carbón]. Pero creo que ella misma se puso el apodo Vavão. (335)

***

Primero, el episodio en sí interesa, entre otros motivos, por haber sido un momento raro, en el que cuestiones propias de la teoría literaria ocuparon páginas más allá de las bibliotecas académicas, en una discusión que era, en última instancia, sobre el concepto de literatura y la relación entre ética y estética. El caso empezó en 2010 con una queja registrada por Antonio Gomes Costa Neto, quien alegaba que había contenido racista en la novela Caçadas de Pedrinho [Las cacerías de Perucho]. El libro ha sido editado en Brasil desde 1933, cuando fue adaptado de la anterior Caçada da onça (de 1924), y actualmente es utilizado en los primeros años de escuelas del Distrito Federal, donde reside el autor de la denuncia. La solicitud pedía al Consejo Nacional de Educación (CNE) la abstención del uso de material didáctico racista en las escuelas locales, y recordaba que la obra había sido seleccionada también para el Programa Nacional Biblioteca de la Escuela en 2003.

El primer parecer solicitado por el CNE, redactado por la profesora Nilma Lino Gomes y aprobado en septiembre de 2010, sugirió, como interpretación de la queja presentada, que

la advertencia y la denuncia en relación a la adopción de ese libro y de otras obras que contengan estereotipos raciales deben ser entendidas como parte del proceso democrático e integra el debate público y el ejercicio de control social de la educación por la comunidad escolar. (Gomes 2010, 5)

El parecer en seguida recomienda, como primera medida en respuesta a la denuncia, la

inducción de una política pública por parte del Gobierno del Distrito Federal junto a las instituciones de enseñanza superior -y, también, de educación básica- con el objetivo de formar maestros capaces de lidiar pedagógica y críticamente con el tipo de situación descrita por el solicitante, o sea, obras consideradas clásicas presentes en la biblioteca de las escuelas que presenten estereotipos raciales. (5)

El parecer concluye que, en el aula, "es posible utilizar autores de la literatura brasileña que traten directa o indirectamente la temática racial", siempre "que el profesor tenga creatividad para destacar los puntos interesantes del texto" y sean leídos con atención ante la posibilidad de reforzar estereotipos a través de la lectura de las obras, si estas no son "trabajadas de manera crítica por la escuela" (5). Además de esas orientaciones, se señalaba que, en el caso del Programa Biblioteca de la Escuela, cabía al Ministerio de Educación seguir los criterios establecidos por su Coordinación General de Material Didáctico, buscando así en la selección de libros obras que "primen por la ausencia de prejuicios y estereotipos, no seleccionando obras clásicas o contemporáneas con ese tono" (5). Cuando las obras seleccionadas presentaran contenido discriminatorio, algo que el parecer juzgaba que era válido para Caçadas de Pedrinho, se recomendaba la inserción en el texto de una "nota aclaratoria" que alertara al lector sobre la existencia de estudios recientes que discuten la presencia de estereotipos racistas en la literatura brasileña.

Aunque el documento inicial no defendía la prohibición de la circulación de la obra ni abogaba por la prohibición de su uso en el aula, la reacción al documento y a la polémica suscitada en varios ambientes llevaron al CNE a solicitar un nuevo parecer a la misma relatora -doctora en Antropología por la Universidad de São Paulo y docente en Administración Escolar en la Universidad Federal de Minas Gerais-, que buscó elucidar lo que ya estaba en el primer texto, o sea, que no había veto a la obra de Lobato -los encabezados de los artículos de los periódicos ya anunciaban que el Consejo quería "vetar un libro de Monteiro Lobato en las escuelas" (Pinho y Nublat 2010)-. El segundo parecer añadió, entre otros, variantes que señalaban que si, de hecho, "más allá de un papel meramente reactivo, el sistema jurídico atribuye expresamente al Estado brasileño el deber de implementar una política educacional igualitaria desde el punto de vista étnico-racial", y si existen dudas "sobre la obligación legal y el substrato moral que vinculan la política educacional al deber de cohibir la divulgación de ideas que estimulen, inciten o induzcan al prejuicio o a la discriminación raciales", por otro lado, y al mismo tiempo, "una sociedad democrática debe proteger el derecho a la libertad de expresión y, en ese sentido, no cabe veto a la circulación de ninguna obra literaria y artística" (Gomes 2011, 8).

Entre el reconocimiento del derecho a la libertad de expresión y la consideración del deber del Estado, difícil de negar, de promover una educación antirracista, el parecer intenta situarse en un lugar de enunciación complejo y delicado, lugar que las reacciones contra él intentaron sabotear. A pesar de las explicaciones recurrentes, inclusive explícitas,

muchos entendieron que se trataba de veto a la obra literaria de Monteiro Lobato, aunque el Consejo Nacional de Educación haya aclarado, en nota oficial y en artículo firmado por esta relatora y por sus dirigentes, que ese no era el tono del parecer aprobado por la Cámara de Educación Básica. (Gomes 2011, 2)

Lo que se vio fue la acusación generalizada de censura a la obra de Monteiro Lobato, con manifiestos colectivos de escritores y manifestaciones de estudiosos y de asociaciones profesionales, como la Asociación Brasileña de Literatura Comparada (ABRALIC) y la Academia Brasileña de Letras. En la carta pública de la ABRALIC, firmada por Marilene Weinhardt, presidente de la asociación, esta "declara su defensa a la libertad de expresión y al amplio acceso de maestros y demás lectores a todas las formas de producción literaria", y anuncia además su "desaprecio por posiciones que subestimen la fuerza humanizadora de la lectura del texto literario" (Weinhardt 2010, s.p.). En la misma línea, Marisa Lajolo, autora de diversos estudios sobre la obra de Monteiro Lobato, explicaría en otro texto que la

libertad del lector vive sufriendo atropellamientos. De vez en cuando, educadores de todas las instancias -del aula al Ministerio de Educación- manifiestan desconfianza ante la capacidad de los lectores de ubicarse de forma correcta frente a lo que leen. (2010, s.p.)

El episodio, según ella, daría

señal verde para una literatura autoritariamente autoamordazada. Y este nuevo modelito de la mordaza tal vez sea más pernicioso que la ostensiva quema de libros en la plaza pública, número horrendo pero que de vez en cuando entra en cartelera en la historia de esta nuestra Patria amada idolatrada salve salve [verso del himno nacional brasileño]. Y sálvese quien pueda... porque esta vez la censura no quiere determinar apenas qué se puede o no leer, sino que es más sutil, al determinar ¡cómo se debe leer lo que se lee! (s. p.)

Hay, en el texto de Lajolo, la reivindicación genérica de la capacidad que la literatura tendría de provocar reflexión, mientras se busca impedir ciertas indagaciones surgidas de la lectura de una obra específica. Hay una denuncia de las tentativas de determinar la forma de recepción de una obra, mientras se propone cómo, finalmente, la literatura debe ser leída. Movimientos muy semejantes aparecen en la carta de Sandra Guardini Vasconcelos, también profesora universitaria de literatura, publicada en el periódico Folha de São Paulo en noviembre de 2010:

Ante el estado de bancarrota de la educación en el país y la enfermedad crónica que es la mala formación de los maestros de la educación básica, el CNE receta como medicina el libro con bula. En vez de atacar las causas, cuidan los síntomas. Es temerario y peligroso el proceso de higienización de la literatura, que tiene entre sus propiedades hacer pensar. (s.p.)

El tono exaltado de los textos, su sarcasmo y sus frases de impacto, aliados a la invocación del fantasma de la censura (aunque no parece ser exactamente censura lo que estaba en el horizonte), permiten llegar a la conclusión de que las reacciones sirvieron precisamente para impedir que el conflicto se agudizase, bloqueando inclusive la constatación precisa de lo que estaba en disputa en el debate y qué se cuestionaba.

La mención de la amenaza de censura parece haber funcionado sobre todo como distracción, fragilizando la discusión sobre el mérito de la denuncia y obstruyendo el reconocimiento de indagaciones propiamente políticas. En fin, ¿cuál es, y cuál debe ser, la relación entre enseñanza y racismo, literatura y ética, pedagogía y dogma, literatura nacional y violencia? Y mientras eso pasa, seguimos sin un vocabulario público para hablar de racismo, sin un archivo de testimonios sobre racismo reconocido socialmente, sin la aceptación de la existencia de diferentes posiciones dentro del campo, sin una teoría sobre cuestiones raciales que haya logrado inserirse en el lenguaje público preponderante. Cuando se instala en primer plano, como si fuera la cuestión en disputa, la amenaza de censura, en oposición a la libertad de expresión, es posible contornar la discusión sobre la relevancia de lo que se está diciendo, presentando como causa algo libre de controversia y haciendo innecesaria la defensa de otros aspectos de la cuestión, menos unánimes que la "libertad".

En realidad, la reivindicación que surgió en reacción al documento del CNE no parecía ser exactamente del derecho a la expresión, como ella se presentaba, sino del derecho a un decir monológico, a un decir sin respuesta. La situación recuerda otro incidente reciente, este en Buenos Aires, el cual fue analizado hace poco tiempo por Raúl Antelo en "A desconstrução é a justiça". En el debate en torno a la invitación a Mario Vargas Llosa para participar de la Feria del Libro de Buenos Aires, el director de la Biblioteca Nacional de Argentina, Horacio González, sugirió en una carta que la conferencia del escritor peruano ocurriera en un momento que no fuera la apertura, como había sido programado. Durante el episodio, en la repercusión en la prensa y en la respuesta del propio Vargas Llosa, también se invocó la amenaza a la libertad y la posibilidad de que una discusión política fuera rápidamente reducida a "un gesto de censura e intolerancia, en lugar de pensar justamente que no es que no hubiese tolerancia, lo que no había era indiferencia", como observó el escritor Martín Kohan, citado por Antelo, quien a su vez completa:

la paradoja es innegable: para salvar la libertad formal de poder abrir la boca, se cierra, sin cualquier comedimiento, la boca del director de la Biblioteca. Horacio González no tiene el derecho a opinar y es censurado, de hecho, no por el Estado, sino por el consenso y el sentido común de la prensa y del establishment. (2012, s.p.)

En el caso brasileño, la temperatura de la discusión se elevó por tocar cuestiones sensibles relacionadas con la herencia cultural nacional. En primer lugar, la controversia desestabilizó la armonía de la escena (imaginada) de la iniciación del niño en la literatura del país -y por eso son relevantes relatos como el de Leyla Perrone-Moisés sobre su infancia en Passa-Quatro-. Es como si la escena descrita en su testimonio, con todo lo que reverbera, en particular la localización de la introducción a la lectura en el espacio doméstico de la familia y del privilegio, fuera una especie de patrimonio nacional que debe ser generalizado; como si el ingreso al mundo de las letras tuviera que ser el recibimiento de una herencia que incluye la naturalización de cierta visión de mundo; como si la propia existencia de la cultura nacional dependiera de la capacidad de preservar lo que hay en esa escena original de confluencia entre literatura y poder. "Perpetuar eso parece ser patriótico, ese racismo que 'es parte del patrimonio cultural de todos nosotros'" (2011, s.p.), escribiría después la novelista Ana Maria Gonçalves, criticando una carta pública firmada por varios autores de literatura infantil brasileña.

El manifiesto colectivo comentado por Gonçalves, y firmado por Ana Maria Machado, Bartolomeu Campos de Queirós, Lygia Bojunga, Pedro Bandeira, Ruth Rocha y Ziraldo, incluía además una curiosa autoabsolución, cuyo gesto discursivo fue común durante la polémica:

Ninguno de nosotros, ni los más vividos, tiene conocimiento de que los libros de Lobato nos hayan transformado en personas desagregadas, intolerantes o racistas. Al contrario: con él aprendimos a amar inmensamente este país y a alimentar la esperanza en su futuro. (Machado et al. 2010, s.p.)

La herencia en cuestión parece ser entonces una visión de mundo autorizada y presentada como general y, más que eso, como necesaria ("ninguno de nosotros", etc.). Pero lo que está en cuestión es también una lengua, o una disputa en torno de esta, inclusive la lengua en la que se formula la cuestión de la herencia y la tradición. Si, como propuso Jacques Rancière, la política es una forma específica de comunidad en la cual son compartidos objetos y reconocidos sujetos que podrán reclamarlos y debatir sobre ellos (Rancière 2001, 3-4), la cuestión de la lengua no sería exactamente una entre otras dentro de la esfera de la política: sería la propia política, que pasaría aquí a ser vista como el conflicto sobre qué podrá ser considerado habla humana y, consecuentemente, ser escuchado y registrado, al volverse parte de una cultura común, diferente del gruñido, del roznado, del murmullo. Como la herencia es vista como fundamental para la existencia de una cultura nacional, y como ella es en alguna medida la propia creencia en la existencia de una cultura nacional, la disonancia es rápidamente pintada como una deformación en el sentimiento patriótico -resultado de no haber aprendido "a amar inmensamente este país", tal vez-.

En el debate sobre el racismo en la obra de Lobato, muchos comentaristas insinuarán precisamente que hay algo de sospechoso e impropiamente brasileño en el origen de las quejas. El autor de cómics Ziraldo, por ejemplo, dirá que "esa gente que se pone a copiar cosas americanas sin sentido crítico es muy molesta. Buscan racismo en todo" (Francisco 2010, s.p.), mientras la escritora Ruth Rocha considerará "ridícula esa moda de lo políticamente correcto. Tiene buena intención, pero es copiada [macaqueada] de los americanos" (s.p.). En la revista Veja, Lya Luft pedirá que la "tragedia"

no empiece entre nosotros proscribiendo un libro infantil de Monteiro Lobato, el más brasileño de nuestros escritores: será una ola del mal, una nueva caza a las brujas, señal de vergüenza para nosotros. No combina con nosotros. No combina con uno de los lugares en esta conflictiva y complicada Tierra donde las etnias todavía conviven mejor, a pesar de los problemas -debidos en general a la desinformación y a la inmadurez-: Brasil. (2010, 26)

Por todo eso son significativas las marcas en los libros de Lobato que señalan la rareza del habla de tía Nastácia, principal personaje negro de las novelas, que llama a un "fenómeno" "felómeno", que se refiere confusamente a una "niña de propicios" y que llama a un rinoceronte "buey" (Lobato 2008, 27-33), y que la sitúan casi como un elemento extranjero incrustado en la lengua. Y ganan relevancia, en ese contexto, las referencias recurrentes no solo a la piel de tía Nastácia y a su color, menciones que resaltan una corporeidad extraña, sino específicamente aquellas que enfatizan su boca: "refunfuñó [resmungou] la prieta, colgando el morro [beiço]" (31), relata el narrador de Caçadas de Pedrinho, en una de muchas alusiones similares.

Cuando, además de extranjerismo, la alegación es que la crítica se hizo desde el desconocimiento, la pertenencia a la cultura nacional se vuelve análoga a una interpretación específica de su sentido. En una nota publicada por la Academia Brasileña de Letras, por ejemplo, se lee que "es necesario que los maestros y los formuladores de políticas educacionales hayan leído la obra infantil de Lobato y estén familiarizados con ella. Entonces sabrían que esos libros son motivo de orgullo para una cultura" (2011, s.p.), mientras Ruy Castro alega que "las personas que acusan a Monteiro Lobato de racismo y de querer 'extinguir la raza negra' seguramente nunca leyeron una línea de lo que escribió" (Nigri 2011, 26). Así, todo parece sugerir que aquí familiaridad significa compartir cierta lectura de la historia nacional y de la tradición literaria, y que leer es equivalente a adherir. Como observó Marcos Siscar sobre la acusación de ilegitimidad a ciertas corrientes de la crítica literaria brasileña, para participar en la tradición brasileña parece necesario primero "identificarse con las cuestiones teóricas que ya están asociadas a esa localidad" (2006, 110-111). La prueba de familiaridad y legitimidad es compartir las presuposiciones y la perspectiva preponderante, precisamente lo que se buscaba criticar en el incidente. Dado el asunto en debate, el gesto que excluye la posibilidad de la lectura disonante -la mala fe y la ignorancia como las únicas explicaciones posibles para la discordancia- acaba teniendo como resultado la interdicción de la verbalización de las consecuencias del racismo en la tradición cultural nacional, como si la mera expresión de contrariedad fuera la traición a un pacto antiguo, tal vez el pacto de la propia formación de la nación: el elemento negro (un personaje literario, por ejemplo) será asimilado por la cultura nacional como parte de su auto representación, pero necesariamente de manera subalterna; la posibilidad de la "suavidad" de esa asimilación será la propia imagen de la nación (su otra cara es la hostilidad que emerge cuando el afecto es rechazado).

En cierto sentido, la trama de los libros infantiles de Lobato ya es una fantasía de una infancia que debe ser resguardada, además de la propuesta de una forma para su recreación. (Sería difícil definir cuánto de esa imagen fue filtrado por la televisión y determinar en qué medida fue la serie televisiva, basada en los libros, la que ofreció al niño -sentado inmóvil frente al aparato- la imagen de otra infancia, en el rancho de la familia, imagen que luego sería incorporada como propia). La historia familiar, presentada como justificación, también apareció con frecuencia en los debates, como en el texto de Rubem Alves publicado durante la discordia. Después de la referencia a lo "políticamente correcto", algo presente en casi la mitad de las materias de opinión (Feres, Nascimiento y Eisenberg 2012), y la mención ya esperada a la censura -"Monteiro Lobato ya no puede frecuentar las escuelas", declara Alves (2010, s.p.)- el autor confiesa estar espantado. "Me sentí amenazado", escribió. "Tuve miedo de que me descubrieran racista también. Tantas palabras prohibidas ya dije". Y entonces se acuerda de un episodio de su infancia:

En aquellos tiempos, tiempos todavía con olor a esclavitud, había una costumbre... las familias negras pobres con muchos hijos, sin recursos para mantenerlos, los ofrecían a familias ricas, blancas, para criarlos y ponerlos a trabajar. Así era la vida. Fue así en mi casa. Vino a vivir con nosotros una niñota de unos diez años, Astolfina, apodada Tofa. Escribí sobre ella en mi libro de memorias [...]. Ocurre que, al contar su historia, usé una palabra que era parte de aquel mundo: "crioulinha" [criollita]. Así se decía porque esa era la palabra que era parte de aquel mundo. Imagínense si, obediente al "lenguaje políticamente correcto", yo, hoy, hubiera escrito en mi libro "una joven de ascendencia afro". (Alves 2010, s.p.)

Como una especie de represalia al atrevimiento de la crítica (imaginada por él), el autor declara en tono gracioso el aniquilamiento de la persona implicada en su relato, como forma de anulación de la ansiedad generada:

Estoy, asimismo, tomando mis precauciones. Para que no pongan mi libro en el "Índex" voy a borrar la palabra "crioulinha" del texto y, siempre que necesite referirme a la Tofa, diré que era una gobernanta suiza pelirroja, uniformizada de blanco y de gorro para evitar que hilos de su pelo cayeran en la comida... De esta forma, mi libro, purificado del racismo, podrá frecuentar las escuelas. (s.p.)

Jugamos según mis reglas, parece decir el autor, o entonces no hay juego, transformando a Astolfina en víctima sacrificial en beneficio del sentido del humor, de la ligereza, de la literatura, del placer.

También son numerosas, en los textos sobre el episodio, las referencias a la amenaza al placer, que necesitaría por lo tanto ser resguardado, como ocurre en la conclusión de un artículo de André Nigri, en el cual, después de un amplio registro de los elogios en cartas de Lobato a la eugenesia, al Ku Klux Klan y al racismo, se decreta que "las alusiones racistas a tía Nastácia no acaban con el placer de la lectura" (Nigri 2011, 33).

La dificultad para escuchar las quejas, y la violencia de las reacciones contra ellas, puede tener relación con la reivindicación de algo como un derecho al afecto -o mejor, a la construcción retrospectiva de la experiencia histórica y familiar bajo la luz del afecto-. En la fantasía de Rubem Alves, por ejemplo, el castigo a Astolfina está cerca de la acusación de ingratitud, como si ella hubiera respondido de forma desleal a la hospitalidad ofrecida por la familia. Se reivindica de esta manera el derecho a narrar esa historia -las historias de "Vavão", de Leyla Perrone-Moisés; de "Tofa", de Rubem Alves; de la tía Nastácia, de Monteiro Lobato- de determinada forma, mientras en Lobato la escena de iniciación es a la vez texto y contexto, espacio para la introducción a la literatura y uno de los temas de la obra en sí. Representaciones de la escena de introducción a la literatura aparecen en varias novelas de Lobato, inclusive con la oposición, en el libro Historias de tía Nastácia, entre el saber culto de doña Benta y los cuentos populares narrados por la tía Nastácia, a los cuales los niños reaccionan con hostilidad, pues la narración frecuentemente asocia a Nastácia con el temor, la superstición y lo irracional.

También es el afecto el elemento central en la afirmación de Ziraldo, citada por Ana Maria Gonçalves, y en este caso el sentimiento sirve de base para la negación de la existencia de racismo en Brasil: "El racismo contiene odio. El racismo sin odio no es racismo. La idea es acabar con esa tontería de pensar que somos racistas" (Gonçalves 2011, s.p.). La propuesta gana forma visual en el dibujo hecho por el autor de cómics para un grupo carnavalesco de Rio de Janeiro, en el que un Monteiro Lobato indignado (y de traje y corbata) aparece abrazado a una mujer negra (y semidesnuda), preguntando "¿qué mierda es esa?", incrédulo ante el hecho de verse criticado y, al mismo tiempo, reafirmando, con la mano que detiene la cadera de la muchacha, un derecho que sería suyo. (Frente al rostro sonriente de la mujer en los brazos de Monteiro Lobato, Ana Maria Gonçalves imagina escucharla decir: "Solo me duele cuando me río" [2011, s.p.]).

La figura de Nastácia, con su cariñosa ambivalencia, subordinada y familiar, no es una excepción o un desvío en la historia de la cultura nacional: es la actualización de la propia estructura afectiva del esclavismo local. En su Abolicionismo, después de comentar que las descripciones de esclavos escapados en los anuncios de periódicos locales de forma rutinaria incluían referencias a cicatrices producidas por castigos sufridos, Joaquim Nabuco señala que en los mismos periódicos

se encuentran, por fin, declaraciones repetidas de que la esclavitud entre nosotros es un estado muy blando y suave para el esclavo, de hecho mejor para este que para el señor, tan feliz en la descripción que es posible suponer que los esclavos, si fueran consultados, preferirían el cautiverio a la libertad, lo que comprueba apenas que los periódicos y los textos no son escritos por esclavos, ni por personas que se hayan situado mentalmente por un segundo en su posición. (1988, 95)

Pero fue la afirmación del carácter blando del tratamiento dado a esclavos en Brasil lo que se firmaría en el país, como observa Flávio Rabelo Versiani, para quien la idea tiene orígenes en el siglo XVIII (2007, 166). De hecho, inclusive en la autobiografía escrita por Nabuco algunos años más tarde, la representación de la supuesta amenidad de la esclavitud brasileña, ya libre de la ironía presente en el tratado abolicionista, será mucho más ambivalente y difícil de interpretar: "La esclavitud permanecerá por mucho tiempo como la característica nacional de Brasil. Ella difundió por nuestras vastas soledades una gran suavidad". Y completa con un relato personal: "En mi caso, la absorbí en la leche negra que me amamantó; ella me envolvió como una caricia muda toda mi infancia" (1997, 129).

En el momento en el que tuvo que alejarse del espacio de esa infancia, Nabuco escribiría que

dejaba así mi paraíso perdido, pero perteneciéndole para siempre... Fue allí que escavé con mis pequeñas manos ignorantes ese pozo de la infancia, inconsolable en su pequeñez, que refresca el desierto de la vida y lo vuelve para siempre, en ciertas horas, un oasis seductor. (1997, 132)

La infancia es aquí propietaria (del adulto) y también de cierto modo su destino final.

El trazo todo de la vida es para muchos un dibujo del niño olvidado por el hombre, pero uno al cual tendrá siempre que restringirse sin saberlo... De mi parte creo no haber nunca transpuesto el límite de mis cuatro o cinco primeras impresiones... Los primeros ocho años de la vida fueron así, en cierto sentido, los de mi formación, instintiva o moral, definitiva. (126)

Para concluir, Nabuco resume su relación, ya en la vida adulta, con el esclavismo:

Yo combatí la esclavitud con todas mis fuerzas, la repelí con toda mi consciencia, [...] y, sin embargo, hoy que está extinta siento una singular nostalgia, que mucho espantaría a un Garrison o a un John Brown: la nostalgia del esclavo. (128)

Interesa en Nabuco, por todo lo que su texto puede iluminar de la cuestión abordada aquí, la idea de una influencia que él definirá como "de fondo hereditario", asociándola a su padre, además de la percepción del carácter ineludible de la experiencia de la infancia. Es también algo del orden de la preservación de una experiencia de la esclavitud, atada indisociablemente a la historia familiar, o tal vez inclusive al deseo de su repetición, lo que Pedrinho, personaje de los libros de Monteiro Lobato, imagina en el comienzo de Historias de tía Nastácia. Al investigar cuentos populares, el niño se acuerda de una "negra vieja", "de nombre Esméria, que fue esclava de mi abuelo. Todas las noches ella se sentaba en la terraza y contaba historias y más historias. ¿Y si la tía Nastácia fuera una segunda tía Esméria?" (Lobato 2002, 8).

***

En una carta a Godofredo Rangel, Lobato describe la literatura como "un proceso indirecto de practicar la eugenesia", refiriéndose a su novela adulta El presidente negro como un "grito de guerra pro-eugenesia" y un intento de "vulgarizar esas ideas" (Gonçalves 2011, s.p.). (La eugenesia, por cierto, endosada por Lobato durante décadas y jamás rechazada públicamente, no es otra cosa sino el anhelo por un principio que controle la transmisión de la herencia, restringiendo su dispersión). Más común, entre los textos contrarios a las críticas a la obra de Lobato, fue el recurso a una concepción de literatura que reivindica su inmunidad a cualquier cuestionamiento ético, con el rechazo a evaluaciones "morales", "éticas" o "políticas" de obras literarias o su reducción a instrumento pedagógico. Se propone, en este caso, algo como el blindaje de la literatura a indagaciones externas (como en la economía discursiva del chiste, que puede al mismo tiempo herir y presentar su coartada: ¡pero era solo un chiste!).

Hay variantes de ese modo de comprender lo literario en diversas corrientes críticas del siglo XX, pero para su contrapunto encontramos en Emmanuel Lévinas críticas severas a la exigencia, hecha en nombre de la literatura y el arte, a un derecho a la ausencia de respuesta a las demandas del otro. Para Lévinas, al negarse a reconocer a cualquier maestro y eximir al artista de cualquier deber, el arte manifestaría el deseo de volverse inmune a toda acusación, sin que nada pueda serle imputado o atribuido (2001, 63). Pero, inclusive en Derrida, en cuya obra hay figuraciones mucho más favorables de lo literario, la ausencia de respuesta que caracteriza a la literatura no será apenas fuerza, sino también, simultáneamente, debilidad y riesgo, lo que hace imposible definir de antemano cuál será en cada caso particular. La irresponsabilidad -la negación a responder- puede ser un deber de la escritura, cuando se encuentra frente a las exigencias del poder. Sin embargo, no es solo a él al que se le niega una respuesta, sino a cualquiera. Así, la "institución anti-institucional" que es la literatura puede ser tanto subversiva como conservadora -es más: su conservadurismo puede venir tanto de su institucionalidad como de su naturaleza anti-institucional (Derrida 1992, 58)-.

En el caso de la contienda en torno a Monteiro Lobato, la dificultad especial es que la afirmación del carácter anti-institucional de la literatura surge de las profundidades de las instituciones, como si la reivindicación fuese al mismo tiempo, y de modo indisociable, de libertad y seguridad. Así, la crítica a la instrumentalización de la literatura y a su utilización como herramienta pedagógica coincide con la defensa de la presencia de la literatura en el aula, y en particular de la obra de Monteiro Lobato, en la única cuestión que, desde el inicio, estuvo en juego (dado que ni la venta ni la circulación de la obra fueron prohibidas). Sin duda, la presencia de un título en los programas gubernamentales de fomento a la lectura tiene como consecuencia la venta de un número considerable de ejemplares al Estado; de tal forma que la reivindicación de "libertad", cuando es presentada como contraria a las restricciones impuestas por la escuela o el Estado, también parece buscar para el espacio escolar la lógica del mercado, donde el derecho a la libre circulación de mercancías sería inalienable. Es posible que el temor a un control más rígido del acceso a la escuela por parte de la industria editorial no haya sido una preocupación menor entre algunos participantes en la polémica.

Sería necesario examinar de qué manera puede ser una contradicción performativa afirmar, en la institución pedagógica, estar en contra de la instrumentalización de la literatura, del mismo modo que sería necesario comprender el malabarismo argumentativo de la carta pública de la ABRALIC, principal asociación profesional de profesores universitarios de literatura, en un raciocinio que también fue común: primero, son repudiados los "procedimientos que borren artificialmente la diversidad y complejidad de las representaciones de la sociedad presentes en la producción literaria de cualquier época" (Weinhardt 2010, s.p.); son rechazadas las "formas de abordaje de la literatura y el arte que se limiten estrictamente a la dimensión del contenido, minimizando la relevancia de su función estética", y son refutadas las "tendencias que sometan los repertorios literarios a formas de revisionismo pautadas por propósitos de higienización de cualquier orden", para que entonces se concluya con la afirmación de la "fuerza humanizadora de la lectura del texto literario, por su capacidad de propiciar la experiencia del desplazamiento del ser humano más allá de sus vivencias individuales o grupales, una forma notable de combate a la ignorancia y superación de prejuicios", ya que las "prácticas de lectura densas" serían "fundamentales para el pleno ejercicio de la ciudadanía". Así, con la garantía para la literatura surgiendo finalmente de lo que parece ser un valor moral, se anula en ella el riesgo (y tal vez también el interés), en un gesto de fijación -la literatura es siempre un "combate a la ignorancia", siempre una "superación de los prejuicios"- que es posiblemente contrario a la propia "literatura", si esta es vista como la desestabilización de lecturas trascendentes. No es razonable, en fin, imaginar que la literatura representaría "el derecho ilimitado a hacer todas las preguntas, sospechar de todos los dogmatismos, analizar todas las presuposiciones, sean las de la ética, sean las de la política de responsabilidad", como propuso Derrida (1995, 47-48), y al mismo tiempo excluir de ese cuestionamiento a la propia literatura. ¿Qué se debe hacer, entonces, cuando la literatura se transforma en dogma y seguridad?

Antes de terminar, una última complicación. No es en absoluto evidente que el concepto de literatura de que se valen muchos argumentos en defensa de los libros de Lobato, y que exigen para su obra autonomía y libertad ilimitadas, sea cercano al modo de funcionamiento de la literatura infantil. Como apunta Roberto Ferro, son habituales en la literatura infantil índices que "constituyen rasgos emblemáticos de una verdad general, que él [el lector-modelo] debe aplicar en su vida", en una especie de "programa de demostración persuasiva del mundo" (2010, 253-254). Además, si

lo que caracteriza la literatura infantil es la activa participación de mediadores entre receptores potenciales y los textos, [...] la situación comunicativa entre escritor/relator y lector/receptor aparece configurada a partir de una asimetría de conocimiento del mundo, que supone la diseminación de señales que refuercen la actitud de mostrar enseñando. La función del emisor es ocupada frecuentemente por mediadores, comúnmente los relatores, que a su vez tienen participación decisiva en la configuración del acceso al canon disponible. De esa asimetría constitutiva de la situación comunicativa deriva la posición de los receptores, oyentes o lectores, como partícipes de un juego que es regulado en gran medida sin su participación. (Ferro 2010, 256)

Las ilustraciones de los personajes, tan comunes en las ediciones de los libros de Lobato, funcionan como uno de esos mediadores, pues suministran a los receptores una hipótesis de lectura, y en ellas son nítidas las modificaciones que han tenido a lo largo del siglo XX, con el aspecto bestializante de las imágenes de tía Nastácia en las primeras ediciones que gradualmente han ido ablandado, en señal de que ha cambiado la percepción de lo aceptable en la representación de personajes negros.1 Ni esas alteraciones ni la supresión de expresiones racistas más crudas en las adaptaciones televisivas -donde no se escuchan referencias a la "carne prieta" de la "negra trompuda", como se lee en las ediciones sin cortes de los libros- se encuentran protestas como las actuales en defensa de la integridad improfanable de la obra. Ante las alteraciones constantes, por parte de las figuras mediadoras, en su programa de demostración persuasiva del mundo, ¿por qué insistir, precisamente ahora y en estas circunstancias, en la autosuficiencia de la obra? ¿Para qué exigir para ella, de repente, una lectura monumentalizante? Para aventurar una respuesta posible sería productivo acercar las tentativas de fijación del sentido de la obra de Lobato y la aversión a los cuestionamientos sobre su significado, ambos presentes en el debate aquí glosado, al deseo de proteger una imagen de seguridad asociada a la escena de lectura de la infancia, una seguridad que garantizaría, a priori y para siempre, el valor, el prestigio y la justicia de la literatura.


* Una versión de este texto fue presentada en la Universidad Federal de Santa Catarina, en el Congresso Internacional Fluxos Literários: Ética e Estética, en junio de 2012 y publicada como "Questões de herança: do amor à literatura (e ao escravo)" (Natali 2013).

1 Sobre la sugerencia de que la obra fuera "contextualizada", idea que apareció en la prensa y en el parecer del CNE, es posible que, como el libro es comúnmente utilizado en los primeros años de la primaria, todavía no esté formada en los niños la noción de tiempo histórico necesaria para este ejercicio. Ante eso, preguntan los autores de "Monteiro Lobato e o politicamente correto", "¿cómo podría un maestro 'problematizar' el texto de Lobato, utilizándolo para discutir una época en que el racismo era abierto en comparación a otra en el que es ofensa y crimen?" (Feres, Nascimiento y Eisenberg 2012, 28). La tarea cognitiva de contextualizar expresiones racistas, concluyen, no estaría al alcance de los niños.


Obras citadas

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