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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versión impresa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.16 no.2 Bogotá jul./dic. 2014

https://doi.org/10.15446/lthc.v16n2.47221 

http://dx.doi.org/10.15446/lthc.v16n2.47221

Reseñas

Ruedas de la Serna, Jorge. La formación de la literatura nacional (1805-1850).
Tomo ii: Los cimientos del sistema. Presentación de Óscar Rivera Rodas. México: unam, 2013. 153 págs.

 

José Pascual Buxó
Universidad Nacional Autónoma de México – México, D. F.


En la "Introducción" al tomo I de esta trascendental investigación, declaraba el autor que no es suficiente la posición nacionalista asumida por los miembros de una o más generaciones para que, con solo eso, pueda quedar configurada una literatura propiamente nacional. De hecho, asegura Ruedas de la Serna, la literatura de una nación empieza a formarse "cuando surge el público, cuando las obras comienzan a circular, independientemente de los temas tratados". De suerte que, incluso cuando sus miembros imitaron directamente los modelos de Grecia y Roma —como fue el caso de la Arcadia mexicana—, incorporaron "la civilización clásica a la cultura local" y, con ello, contribuyeron indudablemente "a la formación de la literatura como institución social".

Contrariamente a los postulados de carácter eminentemente político e ideológico sostenidos por los críticos modernos que se ocuparon precedentemente de la emancipación de la literatura mexicana respecto de la española peninsular (Pedro Henríquez Ureña y José Luis Martínez, particularmente), para quienes ese proceso de nacionalización literaria solo empieza a vislumbrarse a partir del logro de la independencia política, Ruedas de la Serna reivindica la importante contribución hecha —desde fines del siglo XVIII— por los árcades mexicanos; toda vez que la amplia difusión de sus actividades literarias, a través de la prensa diaria, hizo posible la conformación de una verdadera institución social, apartada de todo influjo autoritario. Para el autor, es precisamente ese carácter democrático, comunitario y, si se quiere, popular, el que propició la verdadera emancipación de las letras patrias, aún antes de que se iniciara la revolución de independencia.

No ya la única, pero sí la mayor novedad del estudio emprendido por Ruedas de la Serna en el campo de la historiografía y la crítica de la literatura mexicana, es la introducción del concepto de sistema literario que, yendo más allá de las consideraciones puramente ideológicas, cala en la raíz del fenómeno literario, al entenderlo en toda su complejidad artística, histórica y social. Así, de conformidad con la noción de sistema literario planteada por el eminente crítico brasileño Antonio Candido, Ruedas de la Serna distingue tres etapas sucesivas de la historia literaria de nuestra nación: la primera, llamada de las manifestaciones literarias, va del siglo XVI a la primera mitad del XVIII; la segunda, de configuración del sistema literario, se extiende de la mitad del siglo XVIII a la mitad del XIX, y la última, que es la del sistema literario consolidado, se manifiesta desde la segunda mitad del XIX y permanece hasta nuestros días.

Un sistema literario, según lo concibe el profesor Candido y lo refrenda Ruedas de la Serna, está necesariamente conformado por a) un grupo de autores y b) un grupo de lectores identificados con los
autores por medio de una lengua común; esta última —cabe señalar— se manifiesta a través de conjuntos sucesivos de obras literarias que transmiten ciertas convenciones ideológicas y valores simbólicos, susceptibles de representar los deseos y aspiraciones de una sociedad o, al menos, de una parte significativa de ella. A partir de tales premisas, Ruedas de la Serna observa que en la Nueva España de la edad barroca se constituyó un sistema literario que bien podemos llamar virreinal, caracterizado por su irrecusable dependencia de la autoridad colonial y sujeto a los modelos de la literatura española peninsular; de hecho, no hubo entonces ningún tipo de asociaciones literarias "creadas por iniciativa de la sociedad civil", por cuanto que la primera de ellas —la Arcadia mexicana— surgió ya al finalizar el siglo XVIII; a ella le ha dedicado el autor otros reveladores estudios.1

La producción literaria del periodo colonial, por el hecho de haberse visto tenazmente sujeta a los poderes monárquicos y eclesiásticos, no fue capaz de alcanzar, en opinión de Ruedas de la Serna, una verdadera "comunicación colectiva entre creadores y público" o, dicho diversamente, en los tiempos del virreinato los escritores no tenían aún la clara conciencia de que "aquí, en su propia tierra está el público capaz de entender el sentido inmanente de su obra". Y, en efecto, la producción literaria de la Colonia no solo se vio estrechamente vinculada con las modas y los modelos de la metrópoli, sino que su público cortesano era también una cabal réplica del peninsular. Recuérdese cómo, con su acostumbrada perspicacia, don Alfonso Reyes pudo definir a esa pequeña sociedad de raíz hispana, agrupada en torno de la corte, los colegios y las iglesias, como actor y público de sí misma. Los indios, mestizos, negros y castas solo participaban como reticente o asombrada comparsa en los frecuentísimos festejos y rituales político-religiosos de la clase dominadora.

Solo al lograrse plenamente la independencia política, asienta Ruedas de la Serna, "pudo surgir, desembarazado de la teocracia dominante", un nuevo sistema literario, que se convertiría en "una institución social autónoma y libre". Pero entretanto esto sucedía, especialmente en las postrimerías de la etapa ilustrada, los poetas de la Arcadia mexicana pudieron sentar las primeras bases del que llegaría a ser —en no mucho tiempo— el sistema literario propiamente mexicano. Precisamente en el tomo II de esta obra, que ahora comentamos, el autor rastrea y define los primeros cimientos que subyacen en la inminente Formación de la literatura nacional.

Si bien contamos, recuerda Ruedas de la Serna, con valiosas historias literarias y documentados ensayos que se ocupan de los autores más destacados de los diferentes periodos de nuestras letras patrias, y a pesar de que se hallen también en curso importantes trabajos de rescate de las obras de tales autores, para echar más luz sobre los complejos y no siempre nítidos orígenes de la literatura nacional es preciso atender a autores hasta hoy poco comprendidos o incluso menospreciados. Esto debido a que en ellos pueden distinguirse con claridad ciertos rasgos que ponen de relieve el "carácter democrático" —esto es, propiamente cívico y comunitario— de aquellos modestos autores que bien podrían ser considerados, según lo entiende Ruedas de la Serna, como genuinos precursores de un sistema literario propio de la nueva nación independiente.

Para comenzar, fija su atención el autor en una miscelánea poética publicada en 1804, a resultas de la convocatoria lanzada un año antes por el connotado autor de la Biblioteca hispanoamericana septentrional, el canónigo José Mariano Beristáin de Souza, a las "Musas mexicanas" para que concurrieran a celebrar la colocación de la estatua ecuestre de Carlos IV —obra insigne de Manuel Tolsá, hoy nuevamente necesitada de reparación y respeto—. Piensa Ruedas de la Serna que, si bien abundaron en aquella justa literaria los versos mostrencos y las rendidas genuflexiones al malhadado monarca español, hay en el intento mismo de su convocatoria un "acentuado carácter democrático"; toda vez que el editor dio cabida a todos los materiales enviados a concurso, como para insinuar que fuese el publico quien juzgara en definitiva su valor o calidad. El hecho de que el convocante no fuese una instancia oficial, sino "una persona amante de las bellas letras y de las nobles artes", a quien Ruedas de la Serna da el calificativo de "simple ciudadano", pone de manifiesto que el destinatario de la obra no era —como en la etapa virreinal— una autoridad establecida, sino todo el público mexicano, y ello es interpretado por el autor como un claro indicio de que ya se hallaba "en proceso el surgimiento de la literatura como institución civil, en otras palabras, como una voz colectiva".

Podrían ejemplificarse estos indicios del cambio de función social que van adquiriendo las actividades literarias a partir de algunos autores cuyas composiciones fueron incorporadas al volumen mencionado. Uno de ellos es el teólogo Manuel Gómez Marín, cuya inscripción latina mereció el primer lugar en esa sección del certamen, pero cuya condición sacerdotal no impidió que circulara entonces con su nombre una notable composición satírica intitulada "El currutaco por alambique", pieza dirigida a censurar con acritud y regocijada agudeza a una ridícula figura que había hecho entonces su aparición en las sociedades española y novohispana: los jóvenes que imitaban las modas francesas en su comportamiento impúdico y extravagante indumentaria. A propósito de esta pieza burlesca, anota Ruedas de la Serna que se trata de una "obvia caricaturización de los franceses, entonces muy mal quistos por la invasión napoleónica de la Península", y cuyo propósito no era otro que el de "contribuir al exterminio de una moda, que, sobre ridícula, es escandalosa, ofensiva de la modestia e indigna de la humanidad", según lo resumía un lector contemporáneo.

Quizá es aún mayor novedad respecto de la libre circulación en la Nueva España al finalizar el siglo XVIII de tales sarcasmos críticos (que muy pronto serían retomados por el Pensador Mexicano), el hecho de que en el certamen de las Musas mexicanas hayan tomado parte varias poetisas que, en el contexto de la exaltación del monarca español, defendieron su dignidad femenina y exhibieron sus capacidades intelectuales frente al menosprecio de que solían ser objeto por parte de los varones. Ese fue el caso, entre otros, de María Dolores López que —quizá haciéndose eco de las famosas redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz contra los "hombres necios"— se preguntaba: "Si la benigna influencia / de las Hermanas nueve / Favorece a los hombres / ¿por qué no a las mujeres? / Y si hay en almas sexos, / a sus influjos tengo más derecho". El hecho es, señala Ruedas de la Serna, que "ya en ese momento existe un grupo de productores […] locales, y consecuentemente de receptores/receptoras también locales" por más que "el motivo de estas poesías sea celebrar al monarca español".

El detenido y perspicaz análisis de estos y otros muchos testimonios de poesía escrita por mujeres permite al autor concluir que ya a fines del siglo XVIII y principios del XIX va surgiendo en la Nueva España "una literatura originada en la sociedad civil, y ese fue, podría decirse, el primer vagido de la poesía nacional, con todas las virtudes, carencias, grandeza y todos los menoscabos que la han caracterizado. Se puede decir también que está en proceso el surgimiento de la literatura como institución civil, en otras palabras, como una voz colectiva".

Aún más clara y evidente se muestra la vocación socializante de los literatos novohispanos a raíz de la aparición, en octubre de 1805, del Diario de México, toda vez que sus editores —Jacobo de Villaurrutia y Carlos María de Bustamante— lo ponían al servicio de los "numerosos hombres de talento de la Nueva España", a quienes se invitaba abiertamente a colaborar en sus páginas. Esta "feliz apertura —comenta Ruedas de la Serna— ofreció una oportunidad inédita a los hombres de letras que se habían formado bajo la nueva perspectiva arcádica, convocándolos a agremiarse para fundar una literatura propia, con destinatarios e interlocutores en su propia tierra". Y son justamente los numerosos escritos de los árcades mexicanos —"sepultados durante dos siglos en las páginas del Diario"— los que han reclamado insistentemente una lectura atenta y desprejuiciada por parte de Ruedas de la Serna. De ahí que el último capítulo de este libro haya sido dedicado al "mayoral" de los árcades mexicanos, Manuel Martínez de Navarrete, y a José Manuel Sartorio, a cuya obra poética —generalmente incomprendida— concede el autor la mayor significación en "el proceso formativo de nuestra literatura" nacional, no tanto por su bucolismo ingenuo y sentimental, sino por el hecho de "crear un lenguaje propio dentro de los cánones estéticos de la época, [así] como un modo de reivindicar literaria y humanamente su propia tierra".

Todos los interesados en el estudio de las letras patrias debemos saludar con gratitud las significativas y novedosas aportaciones hechas por Jorge Ruedas de la Serna a la mejor y más atinada comprensión de nuestra heredad cultural.


1 Cf. Jorge Ruedas de la Serna, Arcadia. Tradición y mudanza (México: UNAM, 2006).