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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.17 no.2 Bogotá jul./dez. 2015

https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51291 

http://dx.doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51291

Excelencia(s), velociferina(s). Sobre el bestiario de las élites engañosas de Bolonia

Ottmar Ette
Universität Potsdam, Potsdam, Alemania


En su pequeño Manual de zoología fantástica, el escritor argentino Jorge Luis Borges, en colaboración con Margarita Guerrero, cuenta la historia del "cien cabezas" que un día cayó en la red de un pescador diligente. Tras interminables esfuerzos por arrastrar a tierra al gigantesco animal, ante el pescador se tendieron una cabeza de mono, una de perro, una de caballo, una de zorro, una de cerdo, una de tigre, y así hasta el número cien. Solo Buda -naturalmente la historia de Borges tiene lugar en China- adivina el origen del monstruo y consigue arrebatarle su secreto a las cien cabezas moribundas. ¿En qué consiste este secreto?

El Buda de Borges brinda una aclaración reveladora: en su vida anterior el animal había sido un monje que superaba a todos en inteligencia. Nadie entendía cómo este brahmán interpretaba de modo tan magnífico las escrituras sagradas. Si sus compañeros se equivocaban, no era raro que él les lanzara insultos, como cabeza de mono, cabeza de perro y otras cosas parecidas. Sin embargo, al renacer reencarnó en cada una de las palabras que le había conferido a sus contemporáneos antes de ser arrebatado de entre ellos. Todo lo que le había lanzado a la cabeza a sus compañeros se convertía ahora en su cabeza, en su propia integridad física. Esta es la historia de un intérprete de textos, de un excelente filólogo, contada por un artista del texto, quien desde hace tiempo ocupa un lugar destacado en el bestiario de los literatos universales.

El cien cabezas al que nos referimos ahora es por lo tanto un monje y brahmán experto en textos: un erudito que debería saber que las palabras son nuestra vida, que quizás no podemos tener otra vida más que en las palabras -ya sea la propia o la de los otros-, y que todo lo que descubrimos e inventamos abarca lo que vivimos y experimentamos. En pocas palabras: el monje llegó a percibir en su propio cuerpo cómo la vida de los otros -cuando fluye en nuestras palabras- le da nuevos rostros a nuestra vida y nos hace viejas muecas siempre renovadas. Rostros que en realidad no queremos tener, pero que asumimos cuando los tomamos (en la boca) al pie de la letra.

Debemos ser cuidadosos y quizás un poco más astutos cuando nos aproximamos al bestiario de Bolonia. ¿Pues quién está a salvo de convertirse en una cabeza de mono, de perro, de caballo, de zorro, de cerdo o de tigre en la próxima oportunidad? Esto tiene que ver con las élites -como lo muestra el ejemplo del monje sabio de Borges, quien posteriormente reencarna en monje en El nombre de la rosa de Umberto Eco-; o, para ser más exactos, tiene que ver con las élites singulares que se refuerzan como ninguna otra tanto con el proceso de Bolonia como con la Iniciativa de Excelencia, pues ellas deben su ascenso y su éxito a estos procesos. Esto es legítimo solamente y de un modo completo en la tradición de cualquier formación de élites.

De lo anterior podría deducirse que la élite de Bolonia surge de un nuevo Manual de zoología fantástica. No se trata de criaturas mitológicas. Proceden de la genealogía de esos grandes eruditos que sabían interpretar las sagradas escrituras mejor que nadie. Sin embargo, a diferencia del monje del bestiario de Borges, en su vida pasada ellos no lanzaron insultos a las cabezas de sus compañeros de viaje, sino que muy pronto, y emocionados, reunieron palabras como competencia, coherencia y consistencia, eficiencia y excelencia, las cuales también sonaban confiables en otras lenguas. Ellos no se decidieron por la tontería fabricada (de otros), sino por la (propia) inteligencia escenificada. Así, muchos con la excelencia en los labios se han convertido en excelencias. ¿Se han puesto otra cabeza o le han hecho perder la cabeza a alguien? Pero a quién le importa el que habla: solo cuenta el resultado, que es más un acontecimiento de la excelencia que su presencia manifiesta.

Así, desde una perspectiva sociológica, la excelencia -o más exactamente el discurso sobre ella- puede ser una estrategia profesional; sin duda exitosa, además, pues las palabras hacen cabezas. Ya no bastan los discursos sobre excelencia para ser excelente o alcanzar la excelencia. ¿Qué otros métodos son necesarios para ello? ¿Desde cuándo las palabras pueden ser extraídas de su contexto?

El cien cabezas, que no solo fue creado por "el karma de esas invectivas acumuladas", sino también a través de "su póstuma repercusión en el tiempo" -como lo señala el bestiario de Borges- nos brinda nuevamente una res-puesta (Ant-Wort). ¿Pero en qué medida es el tiempo el que decide lo que es excelente o será excelencia y qué no?

No menos importante es el decidido intento del proceso de Bolonia y de la Iniciativa de Excelencia por controlar y dominar el tiempo, y, en donde sea posible, por acelerarlo. Cuando la modularización y la cuantificación se vuelven instrumentos para reducir el tiempo de los estudios, controlar el tiempo de los estudiantes a través de cargas de trabajo (workloads), implementar el incremento de la disponibilidad de los profesores y reglamentar una administración saturada que cada vez se reparte más tareas, se evidencia el excelente trabajo sobre el tiempo. Esto es sobre todo: trabajo sobre el mito.

La otra cara de este trabajo sobre el tiempo se refiere a la presentación autopropagandística de las nuevas elites. ¿No son ellos señores del tiempo que pretenden la aceleración de todos los procesos por encima de todo? Para que todo funcione perfectamente y esté disponible en la red para el semestre de invierno, puede suceder que una decidida decana no le otorgue más de tres semanas a un instituto para desarrollar un programa de estudio, ya que los procesos administrativos tardan más de siete meses. Igualmente puede suceder que un ministro de ciencias henchido de espíritu emprendedor y de energía convierta dos instituciones de educación superior en una sola -eso sí, una "universidad de Bolonia"-, de lo cual, por lo demás, la administración de las referidas instituciones se entera por la prensa. Un cálculo del poder consciente del tiempo siempre esconde el hecho de que quien no puede seguir el ritmo de esta velocidad será simplemente superado y valdrá como superado. Semejante activismo de altísima aceleración simula decisión, capacidad de imponerse e inteligencia superior: excelencia en todo caso.

La alta y ofensiva velocidad se molesta muy poco por los procesos administrativos que, a causa del creciente incremento de la burocratización, hacen uso de lapsos de tiempo cada vez más largos. Las elites en formación ven con malos ojos que se midan sus resultados: los otros son siempre los evaluados, acreditados, disciplinados y formateados. Y es que las decisiones propias son excelentes en sí, y además han sido tomadas desde hace ya mucho tiempo. De modo que el tiempo para la "implementación" de estas decisiones se encuentra bajo control: no se trata de los objetos, sino del tiempo.

La velocidad presentada -y en ocasiones fingida- tiene un nombre: ella es velociferina. Para esto, la literatura también tiene preparado su saber vital siempre referido a su propio tiempo, a la vez que lo rebasa.

De cara a su propio tiempo, Johann Wolfgang Goethe habló de una "era velociferina". Entonces la lengua alemana vio surgir un sinnúmero de palabras compuestas referidas al mundo (Welt) -desde tráfico y comercio internacionales (Weltverkeher y Welthandel), pasando por paz mundial (Weltfrieden), hasta conciencia global (Weltbewusstsein)-; es un tiempo que puede llamarse con justicia la segunda fase de la globalización acelerada y se extiende hasta bien entrado el siglo XIX. El neologismo refinado de aquel escritor, quien con la formulación del concepto de "literatura universal" (Weltliteratur) en 1827 dio una orientación prospectiva determinante, proporciona un aspecto luciferino a la velocidad en constante aumento que él mismo constataba. Sin duda hay algo fascinantemente diabólico en la escasez del recurso tiempo.

Esta aceleración, que también caracteriza nuestra actual cuarta fase de la globalización moderna, no solo se puede verificar en el campo macroeconómico o sociopolítico, sino que también se imprime en el horizonte institucional de cada microfísica del poder; la mayor velocidad posible (o su simulación) se reconoce como su marca de agua. Cuando el "cien cabezas" de las elites actuales nos lanza cien veces tópicos prefabricados desde sus muchos rostros y muchas bocas, no debemos olvidar que este es el poder de un control velociferino sobre tiempo, en el que ya no tiene prioridad el desenvolvimiento de la complejidad, sino la forma de la velocidad. El poder nos hace rápidos. Este desplazamiento hacia los fast thinkers, hacia los representantes incondicionales de una nueva velocidad (trans)medial (de la que sabía el sociólogo del campo Pierre Bourdieu), no le sienta a la universidad. El pensamiento a largo plazo no está disponible en el formato por minutos de la televisión.

Las nuevas elites de Bolonia y de la excelencia no se caracterizan por el desenvolvimiento del pensamiento complejo, sino por una velocidad de acción lo más alta posible, una velocidad que siempre debe estar dos pasos adelante de toda reflexión profunda, de modo que su poder -que se basa en la aceleración del tiempo (y por eso también en su escasez)- no corra peligro de ser objeto de reflexión crítica. Un ordenamiento de los estudios sustituye a otro, como un programa de excelencia a otro. No hay vuelta atrás, la montaña de escombros de los daños colaterales bloquean la vista.

En consecuencia, en el bestiario de Bolonia las excelencias velociferinas forman desde hace tiempo una nueva especie que se acredita a través de la proclamación de programas y de un espíritu emprendedor infernal. Hablan del futuro porque para ellos se trata del control del presente. Hablan con cien cabezas pero constituyen un único cuerpo. Ellos no se integran en la red, ellos son la red.

La excelencia como intelectualidad autoescenificada difunde con ello el mito de la eficiencia -mito que existe precisamente por eso, pues no se deja examinar adecuadamente-. Las permeabilidades entre los diferentes sistemas nacionales de educación no quieren aumentar, los índices de abandono estudiantil no quieren disminuir, los tiempos promedio para las tesis doctorales no quieren bajar. Tanto mejor: así una reforma sigue a la otra, que sigue a la otra. Y aún más importante es el trabajo deliberado en el mito, en el mito de la cotidianidad científica reformada, en el que la intelectualidad y la excelencia aparecen como fenómenos naturales porque pretenden ser medibles en términos de administración del tiempo y de aceleración. La excelencia será alcanzada a través de la desigual distribución de los medios. Lo hermoso de esto es que, en medio de la excelencia, las ciencias humanas podrán finalmente manejar el dinero sin ninguna preocupación, como sucede desde hace mucho tiempo en las ciencias exactas. Así, por primera vez hemos logrado una forma de equiparación. Lo malo es que, de ahora en adelante, the rest frente a the best debe dedicarse, como el cazador y el agricultor, a maniobrar entre los escombros. Las nuevas construcciones que se derrumban muestran los signos del tiempo.

Pero este tiempo es limitado. Por eso la acreditación y la evaluación deben llevarse a cabo según el esquema de los casting shows de la televisión: deslumbrantes y fulminantes. La lógica es transparente para todos. Y es que quien no pueda llevar todos los puntos al meollo del asunto en diez minutos no será recompensado con ningún punto. La lógica omnipresente del casting se ha convertido en una nueva mitología que se ha impuesto eficientemente, porque descansa en la escasez de tiempo y en la transparencia aparente.

Ello también tiene consecuencias para el presente texto. Si quiere ser escuchado, lo que tenga que ser presentado en este informe debe poder leerse en menos de diez minutos. Entonces, solo nos resta un minuto para la solución de la problemática abordada aquí. ¿Con qué content se dejará llenar este minuto?

Veamos a la cara (a las caras) los éxitos, pero también las consecuencias de gran alcance. Con seguridad, el proceso de Bolonia y la Iniciativa de Excelencia han desatado nuevas fuerzas y han desarrollado una dinámica monstruosa. La totalidad del campo académico, con sus nativos y sus novatos, con sus migrantes, nómadas y viajeros de paso ha sido puesta en un movimiento monstruoso y una aceleración todavía más terrible. Sin embargo, lo único que realmente se desencadenó fue un ascendente y burocrático arte de autoamarradura que ahora mismo eleva una nueva generación de acróbatas artísticos en las universidades alemanas: prestidigitadores de la velocidad.

Ya no hay camino de retorno a la universidad de Humboldt. Por lo menos no, si con esto nos referimos exclusivamente al modelo, pionero en su momento, de Wilhelm von Humboldt. Sin embargo, el modelo de Humboldt sería algo diferente e incomparablemente prometedor si tomásemos de forma creativa a Alexander von Humboldt, el primer teórico de la globalización.

La unidad de investigación y enseñanza, la comunidad de estudiantes y profesores constituiría entonces una scientific community que sabe que el mundo no se puede entender por una sola lengua, que sabe que nuestro conocimiento no solo se pone en movimiento de modo transareal,1 sino que también debe ser producido transarealmente, que sabe que su pensamiento consciente del mundo solo se desarrolla de un modo autoconsciente cuando se le da tiempo al tiempo. De cualquier otro modo, el pescador solo llevará en sus redes monstruos de cien cabezas a la tierra.


Pie de página

1 Para Ette este concepto supone una nueva perspectiva de estudio de la literatura y su relación con el proceso de globalización: "[...] Y qué pasaría si viéramos, por ejemplo, la historia secular de la globalización en varios episodios, en fases de aceleración, no en cuanto a la historia elemental y quizás tampoco en cuanto a la economía o a los movimientos sociales y las migraciones, sino pensar desde la perspectiva de la literatura todos estos aspectos de un modo nuevo" (TransArea: Ottmar Ette s. p.) [N. de los T.].

Sobre la traducción

Esta es la versión en español, traducida por Juan David Escobar y Claudia Chaves, del capítulo "Exzellenz(en), veloziferisch. Zum Bestiarium blendender Bologna-Eliten", tomado del libro Bologna-Bestiarium (Zurich: Diaphanes, 2013. 105-110).