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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.20 no.2 Bogotá jul./dez. 2018

https://doi.org/10.15446/lthc.v20n2.70553 

Artículos

La estupidez académico-literaria brasileña*

Academic-Literary Stupidity in Brazil

A burrice acadêmico-literária brasileira

Fabio Akcelrud Durão1 

1 Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), Campinas, Brasil, fabio@iel.unicamp.br


RESUMEN

Este texto investiga la estupidez académica brasileña al considerar, principalmente, la manera en que se manifiesta en los estudios literarios. En cuanto al método, se sugiere que el objeto de análisis debe estar constituido por los procesos estructurales que generan la estupidez, más que por manifestaciones específicas, a pesar de lo elocuentes que puedan ser algunos casos particulares. Se discuten tres aspectos: 1) la relación entre la universidad de investigación y el proyecto de desarrollo nacional brasileño; 2) la equivocada representación social del área de estudios literarios, y 3) las consecuencias de una concepción cientificista de la forma de ocuparse de la literatura.

Palabras clave: estupidez; universidad; literatura

ABSTRACT

The article discusses academic stupidity in Brazil by focusing mainly on the way it is evidenced in literary studies. In terms of methodology, the text takes, as its object of analysis, the structural processes that generate said stupidity, rather than its specific manifestations, regardless of how eloquent they can be in some cases. The article discusses three aspects: 1) the relationship between a research-oriented university and the Brazilian national development project; 2) the erroneous social representation of the area of literary studies; and 3) the consequences of a scientistic conception of how to approach literature.

Keywords: stupidity; university; literature

RESUMO

Este texto investiga a burrice acadêmico-brasileira ao considerar, principalmente, a maneira em que se manifesta nos estudos literários. Quanto ao método, sugere-se que o objeto de análise deve ser constituído pelos processos estruturais que geram a burrice, mais do que por manifestações específicas, apesar do quão eloquentes possam ser alguns casos particulares. Discutem-se três aspectos: 1) a relação entre a universidade de pesquisa e o projeto de desenvolvimento nacional brasileiro; 2) a equivocada representação social da área de estudos literários, e 3) as consequências de uma concepção cientificista da forma de ocupar-se da literatura.

Palavras-chave: burrice; literatura; universidade

Observaciones de método

LA IDEA DE PENSAR SISTEMÁTICAMENTE la estupidez académica me perseguía hace un tiempo, desde cuando escribía mis Fragmentos reunidos. Buscando la bibliografía sobre el tema, me di cuenta de que mi curiosidad coincidía con un interés actual, pues si bien es cierto que la estupidez es un personaje importante, aunque secundario, en la historia de la filosofía, las publicaciones que se ocupan específicamente de ella parecen ser bastante recientes. Avital Ronell lleva a cabo una investigación filosófica; David Graeber hace una antropología de la burocracia como la práctica más idiotizadora en la modernidad; Bernard Stiegler asocia la estupidez al régimen del shock tecnológico, intensificado al máximo después de la revolución informática. Cuando se piensa que, en francés, bêtise viene de bête, así como en portugués es posible diferenciar besta o burro como sustantivo y adjetivo, se abre una puerta para reflexionar, como lo hizo por ejemplo Derrida (Séminaire), sobre la conexión entre el mundo animal y la insuficiencia de la razón. De ahí viene una primera conclusión, la de que la idiotez es muy productiva: ella es menos un objeto o un campo que un lente, menos una cualidad aislable que un acompañante, parásito o virus. Una vez que surge como tema, puede detectarse en todos los lugares, incluida la universidad, que por definición debería ser su opuesto y, si no inmune, al menos resistente. Cualquier discurso que se ocupe de la estupidez tendrá por eso dificultades para establecer sus límites, y precisamente por eso vale la pena empezar con algunas palabras de cautela.

Como se sabe, el contenido de los objetos repercute en la forma de exposición. Un trabajo sobre la risa debe cuidarse especialmente de no ser aburrido, uno sobre Sade, de no ser pudoroso, y así sucesivamente. En cuanto tema, la estupidez plantea al menos tres problemas metodológicos preliminares ineludibles. En primer lugar, hay una incomodidad enunciativa, pues al contenido proposicional que describe la idiotez le corresponde una fuerza ilocutiva y, en consecuencia, una posición discursiva de inteligencia. Esta última, como otras categorías positivas ("escritor", "poeta"), entra en contradicción consigo misma cuando es autodeclarada. No es uno mismo, sino otra persona, quien puede decir que uno es inteligente, escritor, poeta, etc.; la autoproclamación incurre en una contradicción performativa.1

La segunda complicación metodológica se refiere a la tendencia natural a situar la estupidez en un nivel antropológico, con lo cual se la aproxima al mundo moral y se da pie a toda clase de descargas afectivas. Aunque no haya imbecilidad sin personas, no son ellas las que, rigurosamente hablando, la crean, porque la creación de algo requiere, como es obvio, algún tipo de inteligencia. Es más productivo acercarse a la estupidez, no como resultado de las acciones de las personas, sino como una estructura, como un dispositivo de subjetivación; en ese sentido, ella puede estar arraigada en las instituciones, pues, como lo sabemos al menos desde Althusser, las instituciones transforman a los individuos en sujetos. Ambas dificultades metodológicas pueden ser superadas cuando se presta atención al carácter dinámico de la estupidez. Constatar su existencia no lo hace a uno, ipso facto, inteligente, porque si ella se dio en el caso constatado, no es necesariamente extrapolable a otros casos. La condición de posibilidad del estudio de la estupidez es su visibilidad, el hecho de que pueda ser enfocada; sin embargo, dado que, primero, la idiotez es transmisible2 y que, segundo, es imposible focalizar todo constantemente no hay ninguna garantía a priori de que uno no se encuentre afectado. Tristemente, este es un tema ausente del debate académico, aun cuando se trate de uno de los fenómenos más característicos de la vida intelectual hoy en día. ¿Cuántos no son los colegas cuya obra principal fue el doctorado? ¿Cuántos radicales intrépidos a los treinta años no se volvieron conservadores aburridos a los cincuenta? Y también en la práctica docente: la misma clase repetida ad nauseam, ideas que un día fueron nuevas convertidas en palabras de orden por falta de desarrollo, por no mencionar la tontería casi inevitable derivada de la acumulación de cargos administrativos... De hecho, hay razones suficientes para pensar que la realidad social contiene un elemento embrutecedor; la imagen adecuada de la vida intelectual no es la de un paseo o una salida a caminar, sino la de nadar contra la corriente: para permanecer donde se está es necesario seguir estudiando; para avanzar, estudiar mucho. Como sea, por lo que hace a la segunda dificultad, el enfoque en la producción de la estupidez impide su singularización, y eso permite que la rabia en cuanto a situaciones específicas, que merece sin duda tener un lugar, sea descargada en ambientes más adecuados que el de la Wissenschaft.

El tercer problema es de otro orden, y tiene que ver con el tono que con mucha naturalidad adopta el discurso sobre la estupidez académica. Pues es bastante difícil evitar el registro lastimero y el gesto de queja, como apelando a alguna instancia superior que pudiese remediar ese estado de cosas; y puesto que la estupidez necesita estructuralmente de un otro que la llame por su nombre, existe siempre la tentación de encontrarlo en el pasado, como si antes todo hubiese sido mejor. Léase, no obstante, un pasaje como este:

Como se sugirió más arriba, el ideal de eficiencia, por fuerza del cual una organización centralizada a gran escala funciona según estas premisas, es aquel patrón de administración compartida por medio del que un negocio grande produce dinero. El presupuesto implícito, semejante al de los negocios, parece ser que el conocimiento es una mercancía comercializable, que ha de ser producida en un plan de precio por pieza; valorada, comprada y vendida en unidades estándar; medida, contada y reducida a una equivalencia básica por pruebas impersonales y mecánicas. El trabajo, en todos sus aspectos y en toda su pertinencia, es así reducido a una consistencia mecánica, estadística, con estándares y unidades numéricas. Esto conduce a un trabajo completamente superficial y mediocre, y le impide a los estudiantes y profesores la búsqueda libre del saber, en contraste con la búsqueda de créditos académicos. En la medida en que este sistema mecánico empieza a funcionar libremente, conduce a la implantación de una eficiencia de vendedor -un balance de negociaciones en créditos básicos- en lugar de capacidad científica y adicción al estudio. (Veblen 190)3

El pasaje critica con osadía el sistema de créditos, la medición de la enseñanza en unidades estandarizadas, que la asemeja a la producción de mercancías; en oposición a eso se encuentra el "free pursuit of knowledge", la autonomía para pensar, que es la piedra de toque de cualquier reflexión sobre el concepto enfático de universidad, y que aquí se impone al tiempo, en vez de someterse a él. El caso es que esas palabras vienen de The Higher Learning in America, de Thorstein Veblen, publicado en 1918, aunque concebido dieciséis años antes. La sorprendente permanencia de esas ideas sedimenta un tipo de escritura, y a medida que sus contenidos se vuelven forma, se hace posible hablar de un género propio, el de la idea de universidad.4 Su rasgo característico sería el contraste, generalmente negativo, entre determinada configuración académica de una época y aquello que constituiría el ideal del crítico. Si hay algo de moderación en la idea de que lo malo no es prerrogativa del presente, también hay algo paralizador en la suposición de la continuidad de lo malo, como si no hubiese salida (Collini 61).5 Por eso es más productivo pensar en la idea de universidad como un género sustentado, no simplemente por principios ordenadores de un discurso, sino por la disonancia entre la universidad y las configuraciones sociales específicas.6 La dialéctica subyacente a eso es la de que la universidad se adecua a la sociedad tanto como la rechaza; o, al revés, que la sociedad necesita la universidad para su reproducción en la misma medida en que no la tolera como un espacio libre en el cual se la critica. Visto a través de ese prisma, no habría razón para no suponer que el punto en el cual nos encontramos lleva el proceso de desintegración de la idea de universidad a un límite, más allá del cual quedaría tan desfigurada que ya no merecería ese nombre.7

Sobre la academia brasileña

La educación superior en Brasil puede ser dividida en dos grandes grupos. Por un lado, están las instituciones privadas. Exceptuando el caso de unas pocas confesionales, como algunas de las pontificias universidades católicas, son empresas de transmisión de conocimiento. No hay estabilidad laboral para los docentes, la titulación de estos es la mínima exigida por el gobierno,8 la investigación es una mentira, la subordinación del saber al lucro es clara y abierta. Se trata de entidades cuya función principal es formar mano de obra calificada para el mercado de trabajo. En sentido estricto, no es posible hablar aquí de estupidez, porque no hay ninguna pretensión de inteligencia. La movilización del conocimiento no está en el horizonte de profesores y alumnos; lo que está en juego, por el contrario, es garantizar que estos últimos adquieran determinados contenidos para el ejercicio de empleos específicos. Por otro lado están las universidades públicas. Además de que la matrícula es totalmente gratuita, ofrecen facilidades para la permanencia estudiantil, como restaurantes con precios subsidiados (en promedio, uno o dos dólares por comida), opciones de residencias gratuitas, servicio médico gratuito, becas para alumnos con baja renta y para investigaciones tanto en el pregrado como en el posgrado, etc. Todos los docentes tienen la posibilidad de dedicarse a la investigación y obtienen la estabilidad fácilmente después de un período de prueba de tres años; sus salarios son semejantes, solo varían de acuerdo con la jerarquía académica, y cuando tienen dedicación exclusiva, ganan por estudiar. Salvo algunos desarrollos recientes, todas las clases son dictadas por profesores investigadores; el porcentaje de doctorandos activos en labores didácticas es todavía muy inferior, por ejemplo, al de Estados Unidos. En la base de la universidad pública y gratuita se encuentra el discurso de la unidad de enseñanza, investigación y extensión, lo que significa que el aprendizaje y la pesquisa deben darse juntos, y que la universidad tiene una responsabilidad social por el saber que produce. Aunque haya tres sistemas, el municipal, el estatal y el federal, el desarrollo de actividades de investigación es inusual en el primero. Falta hacer un mapeo completo de los efectos de la universidad pública en la sociedad brasileña, más allá de la formación profesional, en sí misma, obviamente, de la mayor importancia; seguramente, ese estudio mostraría que buena parte de lo que aconteció en la cultura y las artes brasileñas envolvió de algún modo a la universidad.9

Es interesante notar que la oposición entre el sistema universitario privado y el sistema público se ajusta bastante bien a dos horizontes políticos diferentes. El primero es el neoliberal, que reivindica a Brasil como una nación periférica, neocolonial. El saber es producido en el exterior y luego comprado y aplicado en el país. La completa mercantilización de la enseñanza garantiza no solo que apenas una pequeña porción de la población acceda a la educación superior, sino también que se establezca un sistema claramente jerárquico según el cual cuanto más barata sea la matrícula, peor la educación, con lo que se asegura la conservación de las estructuras de clase para las generaciones venideras. Como dijimos antes, tales instituciones están más acá de la estupidez; serían objeto de estudio si el tema fuese el mal, o la dominación, la explotación, la alienación u otro semejante. En cuanto al sistema público, que incluye universidades de renombre, es el resultado directo del proyecto nacional de desarrollo, por lo que está íntimamente ligado a una concepción de país independiente. Grosso modo, es posible distinguir dos vertientes aquí. La primera es la del catch-up, la de quemar etapas para emparejarse con las naciones desarrolladas; la segunda, más relacionada con la izquierda, es la de la dependencia, que tiene como presupuesto fundamental la idea de que el subdesarrollo no es simplemente un déficit que podría ser superado a través del progreso, sino algo reproducido a partir de relaciones internacionales desiguales. Como dice Celso Furtado, el "subdesarrollo es, por lo tanto, un proceso histórico autónomo, y no una etapa por la cual hayan pasado necesariamente las economías que ya alcanzaron un grado superior de desarrollo" (161). En ese contexto, el desarrollo tecnológico tiene un papel fundamental. De nuevo Furtado:

En una simplificación teórica, se pueden considerar como plenamente desarrolladas, en un momento dado, aquellas regiones en las que, no habiendo falta de recursos, solo es posible aumentar la productividad (la producción real per capita) introduciendo nuevas técnicas. Por otro lado, las regiones cuya productividad aumenta o puede aumentar con la simple implantación de técnicas ya conocidas son clasificadas en diversos grados de subdesarrollo. El crecimiento de una economía desarrollada, por lo tanto, es esencialmente un problema de acumulación de nuevos conocimientos científicos y progreso en la aplicación de esos conocimientos. El crecimiento de las economías subdesarrolladas es, ante todo, un proceso de asimilación de la técnica prevaleciente en la época. (85)

Es curioso notar que, con el paso del tiempo, posiciones que antes parecían opuestas se asemejan más de lo que entonces se podía imaginar. En este contexto, tanto la modernización conservadora como la dependencia comparten el hecho de que se insertan en un proyecto de nación independiente; durante el régimen militar (1964-1985), mientras los comunistas eran perseguidos y torturados, se fortalecía la constitución del sistema nacional de posgrados en las universidades públicas, como parte del plan de que Brasil se acercase a los países del primer mundo. Hay un contraste notable con respecto a la oleada neoliberal, que encuentra un eco en el período anterior a los impulsos desarrollistas iniciados en la década de 1930. En cuanto colonia, Brasil era una región legalmente subalterna; hasta la venida de la familia real portuguesa, en 1808, no estaban permitidas la imprenta, las industrias o las universidades. Su función como proveedor de materias primas y como mercado consumidor de productos manufacturados en la metrópoli estaba establecida por ley (y hoy se mantiene así por políticas públicas). En su agitada historia, desde 1930 hasta el 2015, el desarrollismo representó (¿ha representado?) el esfuerzo de sacar al país de ese papel histórico de subordinación.10

Ahora, históricamente, el proyecto desarrollista brasileño siempre se dio de abajo para arriba; incluso en el caso de intelectuales idealistas o estadistas visionarios, el carácter más o menos imperativo de un plan fue una constante. Con el choque entre la concepción abstracta (y, en cuanto abstracta, nunca desprovista de un elemento ideológico-afectivo) y la realidad de las prácticas sociales se abre un espacio para el ejercicio de la estupidez.11 En el caso de la universidad, aquello que debería ser su concepto regulador, la libre busca de la expansión del conocimiento, tropieza con una organización social que le es extraña. Las universidades creadas ex nihilo se chocan no solamente con la falta de profesionales adecuados (que, al fin y al cabo, deberían haber sido formados por las universidades que ahora inauguran), sino con toda una sarta de vicios políticos arraigados, como el patrimonialismo o el caciquismo. Fundar un campus se vuelve una oportunidad para obtener dividendos electorales. En cualquier caso, la estupidez puede asumir esencialmente tres formas, con un denominador común: la ausencia de un horizonte normativo de acción, de una imagen de la universidad como un lugar productor de saber, en el cual este se mueve, por poco que sea.

La primera es la mentalidad escolar. Aquí, el conocimiento es tratado como algo inerte, y es transmitido como algo acabado, idéntico a sí mismo o perteneciente a otro (tres formas de decir lo mismo), mientras que el concepto de universidad proyecta el conocimiento como algo dinámico, que contiene fallas o vacíos, algo de lo cual se apropia el investigador. La belleza de una imagen enfática de universidad viene de la indisolubilidad del pasar y el permanecer, el transferir y el profundizar, el enseñar cuestionando y el aprender investigando. Nótese que esa descripción no tiene nada que ver con una idea de dificultad, pues resulta absolutamente posible ocuparse de los asuntos más complejos y profundos de un modo escolar, sin intervenir en ellos. Como no implica procesos de descubrimiento, la escuela de educación superior tiene una relación muy directa con el orden, que ejerce una influencia sobre todas las prácticas académicas, desde las clases y el proceso evaluativo12 hasta las instancias administrativas.13 La representación de la Capes* como órgano opresor, cuando en realidad está compuesta por miembros de la comunidad docente, viene de esa postura frente al saber.

En estrecha relación con la postura escolar se encuentra la burocrática. También hay aquí una falta de visión del progreso del conocimiento, pero en lugar de la idea de misión, de la cual están imbuidos con frecuencia los maestros, la mirada burocrática trae a la vida académica las marcas de la opresión del empleo, el lado meramente doloroso del mundo del trabajo.

En este contexto impera la separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre, una distinción que, por regla, no debería tener sentido en el mundo académico14 Como el sujeto no está ni un poco comprometido con aquello que hace, su horizonte es el del puro intercambio ("¿por qué dar clases en el posgrado si no gano más por eso?"). Peor todavía: el profesor burocrático no dudará en aprovecharse de la libertad concedida a la universidad de investigación (las horas dedicadas al estudio, la flexibilidad en la disposición del tiempo, la falta de control y exigencia en la realización de las actividades profesionales...) para trabajar lo menos posible. Se trata de un doublebind que, de acuerdo con la situación, moviliza el mundo del funcionalismo público o el de la academia para evitar el esfuerzo. Y eso se aplica también a las relaciones interpersonales. Justamente porque las reglas son débiles (y tienen que serlo, si lo que importa es la libertad de pensamiento), y porque el profesor burocrático no logra siquiera vislumbrar que sujeto y objeto pueden mezclarse, surge la tendencia a regularlo todo. De ahí la extraña convivencia entre autonomía y sujeción, que se ajusta tan bien a aquel dicho popular: "a los amigos, todo; a los enemigos, todo el rigor de la ley".

Las huelgas en la universidad pública deben ser vistas, asimismo, desde la perspectiva del burócrata. Como cualquier otra paralización laboral, la lógica subyacente a ellas es: "cesaremos nuestras actividades por tiempo indefinido, hasta que nuestras demandas sean atendidas; hasta entonces, la sociedad se responsabilizará por los daños causados por la cancelación de nuestro trabajo". Sin embargo, eso no se ajusta a la universidad, porque: 1) hay actividades esenciales, como las unidades de urgencia en los hospitales universitarios, que no paran; 2) los daños causados a la sociedad no son perceptibles inmediatamente y solo aparecen a largo plazo (y, sin lugar a dudas, se producen daños cuando las huelgas se vuelven regulares, casi una parte del calendario escolar); 3) esa lógica solo funciona cuando el sujeto no está implicado en aquello que hace, cuando no es agente y paciente al mismo tiempo. Si se llevara hasta las últimas consecuencias, el profesor tendría no solo que dejar de dar clases, sino también de investigar, de participar en grupos de estudio, de leer en la casa o incluso pensar (en la calle, en la ducha...). Una interrupción total solo se justificaría ante una gran urgencia de movilización política, cosa que resulta impedida por la rutinización de las huelgas. El paroxismo del cortocircuito se da con el pensamiento crítico (e. g. un curso sobre la industria cultural), que al ser suspendido se encuentra con un gran vacío.

El profesor burócrata se somete incluso a aquello que considera como ley, que en este caso es fluida, pues el ideal de la universidad es la autogestión. No necesita mucho para transformarse en el tercer tipo, el del corrupto. Si en el primer caso, la universidad era vista como escuela y, en el segundo, como entidad pública, ahora se la ve como un espacio para sacar provecho. Aquí, la debilidad de las reglas no es usada para manipularlas, sino para romperlas. El catálogo de las ilegalidades es grande: desde las infracciones menores, como faltar a las clases, no asistir a las reuniones o entregarles becas a sus protegidos, pasando por las intermedias, como no respetar la dedicación exclusiva y trabajar por fuera, hasta las más graves, que generalmente envuelven la iniciativa privada. Estas últimas, por cierto, son raras, y el grado de corrupción de las universidades públicas es infinitamente inferior al de muchos otros sectores públicos. Lo importante, en este punto, es evidenciar que esas tres figuras producen estupidez, cada una a su modo y de acuerdo con las especificidades de cada disciplina15

Estupidez literaria

La estupidez específica de los estudios literarios debe ser considerada a la luz de la extraña situación en la que se encuentra su objeto. La crisis fundamental de la literatura, al menos desde la segunda mitad del siglo XX, es el resultado de una dialéctica de la autonomía, un proceso en el cual, a medida en que se abría el horizonte de posibilidades de representación, disminuía la capacidad de las obras para justificarse social o incluso ortológicamente.16 Cuanto más se liberaba de las amarras externas, fueran ellas de naturaleza religiosa, moral, jurídica, lógica, etc., tanto más cuestionable se hacía la función de la literatura. El ideal de las grandes obras modernistas, por ejemplo el Ulises de James Joyce, era el de un artefacto lo más autogenerado posible, que solamente obedeciese a las leyes compositivas establecidas por él mismo y así escarneciese las normas habituales de decoro a las que debía responder cualquier narración. El exceso de consistencia interna se pagaba con la pérdida de relevancia social. Ese no era solamente el horizonte de escritura de las obras, lo cual obviamente elevaba mucho el nivel de aquello que merecía ser llamado literatura, sino que también proveía nuevas bases para la crítica del pasado. Los insights críticos de Roberto Schwarz con respecto a Machado de Assis, por citar un caso, hubieran sido estructuralmente imposibles si la cuestión del adulterio hubiese sido lo bastante fuerte como para velar el trabajo de la forma en Dom Casmurro, o si el impacto en el lector de los materiales heterogéneos que componen Brás Cubas no hubiese sido neutralizado. La autodeterminación formal posibilitó un salto de la imaginación y de la inteligencia, y no es casual que prácticamente todo lo interesante en el pensamiento del siglo xx, salvo la filosofía analítica, haya estado de un modo o de otro relacionado con la literatura.

Ese desarrollo, sin embargo, fue paralelo a la consolidación de la industria cultural, que, a pesar de toda la diferenciación que ha experimentado en las últimas décadas, posee fuertes elementos generadores de homogeneidad. Entre ellos se puede destacar la noción de la interioridad subjetiva como riqueza individual. De ahí surge una serie de consecuencias, como la imagen de la familia en cuanto espacio ideal de formación del individuo o la separación absoluta entre la esfera pública y la privada, de acuerdo con la cual se organiza un firme sistema de valores en el que la segunda se muestra benévola y la primera, malvada. En suma, se trata de un romanticismo degradado. La consolidación, por medio de la repetición, de patrones representacionales acaba estableciendo un horizonte propio, que a su vez interfiere en el horizonte de expectativas de la propia narrativa, de aquello que se imagina que puede ser una historia.17 Nada más natural, por lo tanto, que el hecho de que la imagen de la literatura sea afectada por la industria cultural, de la cual es parte constitutiva. Por eso, en cualquier universidad de calidad, se hace tanto énfasis en el carácter científico y objetivo de la interpretación y la crítica, se invierte tanto esfuerzo en borrar la asociación de la literatura con aspectos personales, con lo que, claro, siempre se corre el riesgo de purgar de tal manera el momento subjetivo de la lectura que, al final, lo que se forma son burócratas de la exégesis. Desde ese ángulo, la universidad debe funcionar como una especie de escudo, o al menos de filtro, contra aquellos lugares comunes que se convirtieron en segunda naturaleza.

La presencia casi ubicua de la industria cultural tiene como contraparte la ausencia casi total de una representación social del trabajo del crítico, de aquello que se hace en la universidad. Evidentemente, hay un abismo entre la forma en que se imagina el trabajo del profesional del área y lo que en efecto hace. Grosso modo, tal imagen está ligada a la práctica escolar. Se estudia literatura para volverse profesor de portugués y de literatura. El primer caso no es el punto central aquí, aunque sea importante subrayar que todavía es dominante la concepción tradicional, normativa, de la lengua como un ámbito regido por lo correcto y lo equivocado, algo que la lingüística viene cuestionando hace ya mucho, y que la política lingüística participa de la política general de forma incuestionable.18 En lo que se refiere a la literatura, vale la pena arriesgar la tesis de que su inserción social se da a partir de una asociación con el mundo moral, en estrecha conexión con la idea de interioridad mencionada antes. Cuando uno le dice a alguien que es profesor de literatura, es normal que la persona responda: "¡Qué bonito!" Ese "bonito" no es un término estético, no remite a la contemplación de algo armonioso, en lo cual la parte y el todo interactúen simbióticamente; más que eso, se trata de algo que remite vagamente a la esfera del Bien (además, claro, de poseer connotaciones femeninas: letras y literatura como cosa de mujeres). En ese contexto, la literatura sería un medio ético que haría a las personas mejores, que comprobaría en Brasil (cuando decimos "nuestro Machado de Assis"), en suma, algo humanizador. Es interesante observar la incómoda posición en la que se encuentra el profesional en estudios literarios que escribe contra esa representación social cuando está dentro de la universidad, pero se siente incapaz de enfrentarla en ambientes más amplios, pues la relación entre Literatura y Bien es el pilar más fuerte de los que sustentan socialmente al área.

Hay, no obstante, otro elemento generador de estupidez, el último que quisiera tratar aquí, aun cuando existan obviamente más19 Se trata de la inserción de la literatura en la universidad productivista, algo que va en contravía de otros procesos y que de esa manera compone un cuadro enigmático. Si la creación de universidades ex nihilo y la ausencia de una representación social adecuada del profesional en estudios literarios apuntan hacia una falta de desarrollo, hacia un atraso, la academización de la literatura trae problemas que son comunes a los de los países más avanzados, si bien Brasil les confiere un toque periférico. La universidad acoge a la literatura con una condición expresa: que provea conocimiento, algo que la literatura indudablemente puede hacer, pero no sin pagar un precio, como el debilitamiento del placer y el entusiasmo, en fin, de aquello que haría a la literatura existencialmente significativa. Cuando la exigencia de producir saber se convierte, de manera creciente, en la finalidad esperada del contacto con lo literario, se abre la caja de Pandora del cientificismo. La progresiva especialización y fragmentación de los campos de estudio (por la cual studies se vuelve una especie de sufijo delimitador); la cuantificación o, mejor, la necesidad de medir y comparar; la furia evaluadora; la burocratización de la rutina académica: todo eso se deriva, al menos parcialmente, del trasplante de una cierta concepción de ciencia a los estudios literarios. El alemán posee una palabra específica para eso: Fachidiot. Es un proceso que penetra hasta lo más profundo en la convivencia con la literatura, incluyendo las estrategias de lectura, la selección de los libros (ahora llamados corpus), el carácter de los argumentos, etc. Para poner un ejemplo, y para mostrar hasta qué punto la estupidez resulta muchas veces cómica, piénsese en lo inadecuada que es la forma "proyecto" para los estudios literarios y, particularmente, para el proceso interpretativo. Si quisiera ser honesto, bajo la rúbrica "metodología", el investigador debería escribir: "leer muchos libros, tener ideas, escribirlas".

Pero la urgencia del conocimiento, cuya base material es una presión sobre la universidad que envuelve la precarización de los puestos de trabajo y la formación de un ejército intelectual de reserva considerable,20 lleva asimismo a un tipo de estupidez bastante actual: la teórica. Esta se caracteriza por una gran inversión en conceptos, como si realmente fuesen confiables, que los asemeja a mercancías y que incentiva la lógica de la moda, entendida aquí como un proceso de sustitución regido, no por el desenvolvimiento inmanente al objeto, sino por el poder de los medios de circulación. Artículos y más artículos escritos con el objetivo de poner en movimiento ciertos términos en boga (y, como se mencionó arriba, de conseguir un empleo); teorías aplicadas a los objetos más diversos y heterogéneos. Una distinción fuerte se impone: la literatura no sabe nada de sí, es toda ignorancia y pasividad, mientras que la teoría, instrumento por excelencia, no tiene espesor, es toda luz.21 Por lo que respecta a Brasil, es importante enfatizar el desequilibrio de los intercambios intelectuales. Con escasas excepciones, la teoría no se hace aquí y los investigadores brasileños, que trabajan bastante, leen más europeos y norteamericanos de lo que discuten entre sí. La minoría de edad intelectual se reproduce con mucho esfuerzo y tenacidad.

Obviamente, habría mucho más para decir. Como subrayé al comienzo, a cada instancia académica le corresponde una manifestación de estupidez, y sería posible demorarse en otros tipos, por ejemplo, el filológico, el departamental, el didáctico, etc. Este texto, por lo tanto, debe ser leído más como una invitación a la reflexión y la extrapolación que como una descripción exhaustiva. Resulta, sin embargo, suficiente para entrever una conclusión irónica, a saber, que por más multifacética y ubicua, por más abarcadora y obstinada, la estupidez académica nunca es lo suficientemente poderosa: entre las fuerzas que hoy en día se empeñan globalmente en destruir la universidad, la estulticia no es la principal.

Obras citadas

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* Traducción de Fernando Urueta Gutiérrez [N. de los E.].

1Tal vez sea necesario matizar la frase. Una autoproclamación fuerte escaparía de la contradicción performativa, pues, en el caso de muchos autores, el ser-escritor surge de una autoimposición o autogeneración que antecede al reconocimiento crítico, que debería avalar la autorrepresentación del escritor y facilitar así la composición de una gran obra. La historia de la literatura está llena de casos en los cuales la transición hasta el mágnum opus no se da gradualmente, sino por saltos.

2Existe, pues, una transmisión mimética, inconsciente, de la estupidez. Quisiera tomar me la libertad de citar aquí uno de mis Fragmentos reunidos, que toca tangencialmente ese punto: "Experiencia de una defensa. Me acuerdo de una sustentación de tesis de maestría en la cual fui el segundo en usar la palabra. Antes de mí, intervino un profesor proveniente de más lejos y, como le gustaba hablar, tuve tiempo para intentar entender lo que estaba pasando allí. Concluí, en primer lugar, que era imperioso teorizar la mierda, sobre todo por la dificultad de diferenciarla, dada su variedad, multiplicidad y ubicuidad. En este caso, quedé feliz de haber logrado ordenar la verborragia del colega en un esquema de cuatro niveles, en una reminiscencia de la hermenéutica medieval. El primero era el literal, el del simple nonsense, el de las palabras sueltas, los conceptos gelatinosos, la falta de coherencia entre las frases. Pero como es imposible dejar de construir sentido todo el tiempo, surgía entonces una segunda capa que se refería al simple error, lo que era un avance, pues poseía ya alguna determinación. Lo que sucede es que la debilidad y el engaño no existen como mónadas, sino que interactúan con el medio ambiente, al que contaminan. Por eso, me vi de repente obligado a rehacer mi intervención, para sustituir la mayor cantidad posible de los términos empleados por mi antecesor: 'individuo' en lugar de 'sujeto', 'interpretación' en vez de 'exégesis', etc. Y justo cuando me di cuenta de eso vi aparecer el último nivel en toda su fealdad: tanto el candidato como el director y yo, y en especial los demás asistentes, estábamos obligados a oír aquello y era imposible que el expositor no lo notase. Había, pues, un gozo innegable de hablar que, dentro de los límites del ritual, no tenía límite; y con él entraba en escena la invitación a una perniciosa mímesis negativa. Incluso si no comprendiese nada o, mejor, precisamente por no comprender nada, el candidato podía aprender los encantos de ocupar esa posición: de poder hablar y que los otros tengan que oír, de poder escribir y que los otros se vean forzados a leer, de verse juzgando a los otros sin entender nada de lo que está en cuestión; en suma: el ejercicio de un gozo de la pura autoridad que tiene como condición de existencia la ausencia de cualquier contenido. Eso se confirmó cuando supe que el tutor del expositor hablador era, él mismo, exactamente igual. La distopía de la mierda no reside en la falta de contornos, en el error o en la contaminación conceptual, sino en su transmisión" (100-101).

3"As intimated above, the ideal of efficiency by force of which a large-scale centralized organization commends itself in these premises is that pattern of shared manage ment whereby a large business concern makes money. The underlying business-like presumption accordingly appears to be that learning is a merchantable commodity, to be produced on a piece-rate plan, rated, bought and sold by standard units, measured, counted and reduced to staple equivalence by impersonal, mechanical tests. In all its bearing the work is hereby reduced to a mechanistic, statistical consistency, with numeri cal standards and units; which conduces to perfunctory and mediocre work throughout, and acts to deter both students and teachers from a free pursuit of knowledge, as contrasted with the pursuit of academic credits. So far as this mechanistic system goes freely into effect it leads to a substitution of salesman-like proficiency —a balancing of bargains in staple credits— in the place of scientific capacity and addiction to study"

4Sería posible concebirlo como la contraparte conceptual de la novela de campus, ejemplificada por David Lodge, entre otros.

5Teichgraeber III también habla de la crítica a la universidad como un tipo particular de escritura.

6Por eso las meditaciones de Derrida sobre la universidad sin condición (A Universidade sem Condição) son tan desalentadoramente ambiguas, pues si de un lado proponen una idea fuerte de autonomía, ontologizan su imposibilidad, que en el fondo es el resultado de un proceso histórico y social.

7En Entrepreneurial Literary Theory, Suman Gupta describe siete etapas de adaptación del mundo académico al mercado; en el último, ya no tiene sentido hablar de univer sidad y se hace necesario otro término (251-258).

8Me acuerdo de un caso en el que un alumno, tras defender su tesis de doctorado, me dijo que tenía miedo de que lo descubrieran, pues si se enteraban en la institución de educación superior en la que trabajaba, sería despedido, ya que la cuota mínima de doctores exigida por el ministerio de educación ya había sido cumplida.

9 En un horizonte más amplio, ese argumento se transforma en un tópico conocido en la crítica cultural brasileña, a saber, el de que un aspecto central para la producción de la cultura nacional fue la porosidad entre la esfera erudita, letrada, y la popular.

10En este punto, vale la pena mencionar el excelente documental de José Mariani, Um so nho intenso (2014), disponible en https://www.youtube.com/watch?v=2JwOKMup2rw.

11Cabe anotar que la Universidad de São Paulo (USP), para el tiempo de su fundación en los años treinta, resolvió el problema del carácter incipiente de la cultura académica trayendo profesores extranjeros.

12Cualquier evaluación contiene en sí un germen de estupidez, pues borra de antemano la sorpresa y el entusiasmo. Como tendencia general, cuanto más fuerte sea el investigador, menos ligada a pruebas y exámenes estará su libido. En el pregrado, me acuerdo de una profesora que no le daba un diez a nadie: la máxima nota estaba reservada para ella, pues ella se veía a sí misma como la mejor de la clase.

13Como los departamentos tienen bastante autonomía para la autogestión, no es extraño que se impongan obligaciones innecesarias, como las trabas para tomar una licencia, la exigencia de permanecer en el campus, la necesidad de someter los planes de clase a la evaluación del jefe del departamento o del coordinador del pregrado, etc. Muchas veces la resistencia a la investigación se manifiesta en frases como "nuestra vocación es el pregrado" o "la mayor responsabilidad de la universidad es la enseñanza", etc. *La Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (Capes) es una fundación del ministerio de educación brasileño encargada de la expansión y conso lidación del sistema de posgrados en todos los estados del país [N. del T.].

14Véase Adorno, Freitzeit. Por otro lado, la representación del científico loco en la cultura de masas puede venir de ahí. Si a este le gusta aquello que hace, si trabaja con gusto, es porque está chiflado. Una leve vuelta de tuerca, sin embargo, hace posible ver que el compromiso existencial con la profesión puede convertirse en un argumento para la explotación: si usted hace lo que le gusta, ¿para qué necesita un buen salario?

15Sería equivocado pensar que hay inteligencia en los casos del burócrata y del corrupto; se trata, en cambio, de astucia, una destreza mucho más ligada a la autopreservación; en este contexto, esas dos habilidades son diferentes, casi contradictorias.

16Este es uno de los pilares de la Aesthetische Theorie, de Theodor W. Adorno.

17Adorno llega al punto de decir que así se produce un esquema en sentido kantiano, algo que preordena la percepción ("The Schema").

18Por ejemplo, sería interesante hacer un experimento en el cual se reprodujera la interacción con la policía de dos personas con los mismos rasgos, pero con jergas socialmente opuestas.

19Por falta de espacio, no nos ocuparemos de la presión social que se impone hoy sobre la universidad, al mismo tiempo un síntoma y una causa de su debilidad actual. Vale, en todo caso, señalar que en este punto se da una convergencia de fuerzas que parecen opuestas, porque tanto las voces que defienden una cercanía mayor al mercado como las que reivindican una mayor representatividad de grupos específicos constituyen demandas a la universidad. Acerca de las implicaciones de eso para el debate sobre el canon, véase Durão, "Variaciones".

20Cabría pensar en los posibles efectos sociales de ese contingente de cerebros desem pleados, como lo hace Robert Hullot-Kentor (en Durão, Entrevistas 36-39).

21Para una discusión de la theory como una nueva formación discursiva, típicamente estadounidense, véase Durão (Teoria ), entre otros.

Cómo citar este artículo (MLA): Durão, Fabio Akcelrud. "La estupidez académico-literaria brasileña". Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 20, núm. 2, 2018, págs. 65-83.

Sobre el autor

Fabio Akcelrud Durão es profesor livre-docente en el Departamento de Teoría Literaria de la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp). Autor de O que é crítica literária? (Parábola/Nankin, 2016), Essays Brazilian (Global South Press, 2016), Fragmentos Reunidos (Nankin, 2015), Modernism and Coherence (Peter Lang, 2008) y Teoria (literária) americana (Autores Associados, 2011). Coeditó, entre otros, Modernism Group Dynamics: The Politics and Poetics of Friendship (Cambridge Scholars Publishing, 2008) y organizó Culture Industry Today (Cambridge Scholars Publishing, 2010). Editor de la revista Alea, ha publicado varios artículos en Brasil y en el extranjero, en periódicos como Critique, Cultural Critique, Luso-Brazilian Review, Parallax, The Brooklyn Rail y Wasafiri. Sus intereses de investigación incluyen la Escuela de Frankfurt, el modernismo de lengua inglesa y la teoría crítica brasileña. Del 2014 al 2016, fue presidente de la Associação Nacional de Pós-graduação e Pesquisa em Letras e Linguística (ANPOLL). Actualmente es miembro del Comité de Asesoría del área de Letras del Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq).

Recibido: 31 de Enero de 2018; Aprobado: 28 de Febrero de 2018

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