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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.20 no.2 Bogotá jul./dez. 2018

https://doi.org/10.15446/lthc.v20n2.70816 

Artículos

Sócrates, tipologías de intelectuales y política: algunas referencias al caso argentino

Socrates, Typologies of Intellectuals, and Politics: Some References to the Case of Argentina

Sócrates, tipologias de intelectuais e política: algumas referências ao caso argentino

Guillermo Lariguet1 

1 Conicet - Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina, gclariguet@gmail.com


RESUMEN

En este ensayo defiendo que un tipo básico de intelectual es el de Sócrates. Tomo en cuenta un Sócrates filosófico más que existencial. Mi defensa es más normativa que semántica. A continuación, expongo la existencia de seis formas desviadas de intelectual, siguiendo la distinción entre vicios intelectuales y vicios morales. La distinción no es exhaustiva y no impide algunas combinaciones. Luego, discuto el caso de la política argentina de los años 2003 al 2018. Este período involucra al kirchnerismo y al macrismo. En este contexto político, defiendo un tipo de intelectual virtuoso, que llamo intelectual "con compromiso cívico", quien, en mi opinión, está en mejores condiciones de someter a crítica a los gobiernos. También, en contraste con este, propongo algunos ejemplos de cómo cierto intelectualismo argentino se ha desviado o alejado del tipo socrático. Este alejamiento podría ser parte de una tragedia de la cultura argentina.

Palabras clave: Sócrates; intelectuales; política; vicios intelectuales; vicios morales

ABSTRACT

In this essay, I argue that Socrates represents a basic type of intellectual. My argument takes into account a philosophical rather than an existential Socrates, and it is more normative than semantic. I examine six deviant forms of the intellectual, following the distinction between intellectual and moral faults. This is not an exhaustive distinction and it allows for some combinations. Subsequently, I discuss Argentinean politics between 2003 and 2018, a period that involves "Kirchnerism" and "Macrism". In this political context, I defend the intellectual characterized by "civic engagement", a type of virtuous intellectual that, in my view, is in better conditions to carry out a critique of governments. In contrast with this intellectual, I provide some examples of how a certain type of Argentinean intellectualism has deviated or distanced itself from the Socratic type. This distancing could be part of the tragedy of Argentinean culture.

Keywords: Socrates; intellectuals; politics; intellectual faults; moral faults

RESUMO

Neste ensaio, defendo que um tipo básico de intelectual é o de Sócrates. Levo em consideração um Sócrates filosófico mais do que existencial. Minha defesa é mais normativa do que semântica. A seguir, exponho a existência de seis formas de desvios de intelectual, seguindo a distinção entre vícios intelectuais e vícios morais. A distinção não é exaustiva e não impede algumas combinações. Depois, discuto o caso da política argentina de 2003 a 2018. Esse período envolve o kirchnerismo e o macrismo. Nesse contexto político, defendo um tipo de intelectual virtuoso, que chamo de intelectual "com compromisso cívico", que, na minha opinião, está em melhores condições de submeter os governos à crítica. Também, para efeitos de contraste, proponho alguns exemplos de como certo intelectualismo argentino se desviou ou se afastou do tipo socrático. Tal afastamento poderia ser parte de uma tragédia da cultura argentina.

Palavras-chave: Sócrates; intelectuais; política; vícios intelectuais; vícios morais

1. Introducción

¿QUÉ CALIFICA A UN SUJETO como un intelectual propiamente dicho? Esta es una cuestión que no ha sido, por lo general, conceptualmente clara. Y no lo ha sido no tanto por cuestiones semánticas sino por cuestiones axiológicas. En rigor, aunque se comparta el concepto, por acordar en sus notas mínimas, las concepciones de lo que resulta valioso de ser un intelectual han sido, y son, variadas (por ejemplo, Bauman los divide en "legisladores" e "intérpretes").

La palabra intelectual, de algún modo, hizo una aparición fuerte durante el juicio al capitán Dreyfus por presunto espionaje, en el "J'accuse" de Émile Zolá. A partir de allí los hombres que pertenecían al "País de las Letras" no eran philosophes "puros", si es que alguna vez lo fueron, sino hombres comprometidos social o políticamente. Así, encarnar a un intelectual significaba ser alguien que rebasaba su cometido reflexivo primordial.1

Acorde con lo anterior, el intelectual genuinamente comprometido no sería un academicista encerrado en la célebre "torre de cristal", aislado de los contextos históricos que le tocan vivir -y de los que a veces se sustrae-.2 Además, no se trata de un mero especialista en algo. Se supone que se trata de alguien con una visión general de la vida, del mundo y de su entorno histórico, social, político, etc.

Diré ahora lo que pretendo hacer en este artículo. Primero, en la sección dos, reconstruiré un modelo ideal de intelectual: el socrático.3 Lo presentaré a través de la articulación de las virtudes intelectuales y morales que lo definen. A continuación, en la sección tres, presentaré, de acuerdo a la distinción entre vicios intelectuales y morales, una paleta con algunos tipos de intelectuales que resultan desviados con respecto al modelo socrático.

En la sección cuatro, voy a defender una tesis normativa, según la cual el mejor intelectual es aquel que tiene "compromiso cívico". Creo que esta tesis -normativa- es, para nuestros tiempos, que no son los de la polis griega, una buena deducción del modelo socrático. Para darle un contexto a mi reflexión, tomaré algunos ejemplos de lo que un intelectual con compromiso cívico diría respecto de cuestiones atinentes a los gobiernos kirchneristas (de los últimos doce años) y del actual gobierno macrista (que lleva ya dos años en el poder). Mi impresión es que solamente unos pocos intelectuales argentinos de hoy están más cerca del intelectual socrático; intelectual que hoy sería uno con compromiso cívico. La lejanía -significativa- respecto del tipo básico puede verse como una desgracia, otros preferirán decir tragedia de la cultura argentina (tomando el término tragedia en sentido amplio).

En la sección cinco, haré referencia a la relación entre intelectuales e ideología. Defenderé un sentido aceptable de "intelectual con ideología" y mostraré el problema de que los intelectuales sean militantes y orgánicos. Terminaré este trabajo en la sección seis con una recapitulación de las principales tesis defendidas, así como con una evocación de un intelectual argentino que dio muestras sobradas de ser cívicamente comprometido.

2. El tipo básico: el intelectual socrático

En lo que sigue, quiero efectuar una propuesta de lo que considero es el tipo ideal, al menos en Occidente, de intelectual. Y para ello tendré en cuenta a Sócrates. La objeción que se me puede lanzar es que Sócrates no fue un intelectual. El término intelectual es una innovación moderna en nuestros usos lingüísticos. Además, Sócrates fue un filósofo circundado por una realidad histórica diferente del contexto sociocultural europeo en el que emerge el término y la figura del intelectual. Así las cosas, mi propuesta sería autofrustrante por implicar un tipo de anacronismo injustificado. Mi respuesta a la objeción es que hay formas justificadas de ser anacrónico. Esto es porque el trabajo que propondré aquí no es de sociología de la cultura sino de filosofía normativa. Aunque el término intelectual es moderno, ello no implica, desde el punto de vista conceptual, que las pretensiones que definen a un intelectual no puedan y deban remontarse a Sócrates. Mi enfoque es normativo porque utilizaré a Sócrates como un modelo clásico que todavía puede ayudarnos a evaluar las virtudes y vicios de nuestros intelectuales. Por otro lado, es conveniente no confundir términos con conceptos. En el sentido que defenderé aquí, Sócrates comporta una forma embrionaria de intelectual con virtudes normativas que vale la pena emular.

El Sócrates que tendré en cuenta es un nombre que representa un type. Un type es un tipo ideal. Y en Sócrates convivían el type con el token. El token es la muestra o ejemplo particular de algo general, ideal o abstracto. Sócrates era ejemplo para sí mismo y ejemplo para los demás. A continuación, presento los principales rasgos conceptuales que asocio a Sócrates:

a. Sócrates es, ante todo, filósofo. Este rasgo, como se verá, es "focal". Encarnar a un filósofo es representar a una persona interesada por comprender -y por llevar adelante en lo posible- la verdad, la justicia, la bondad y la belleza. La actividad filosófica, en Sócrates, responde a dos características que hacen que su poder reflexivo sea fuerte. Estas son la duda y la argumentación (Williams, cap. 1). En cuanto a la duda, Sócrates, como sabemos, primero dudaba de sí mismo, de sus conocimientos. De lo único de lo que no dudaba era de que no tenía un conocimiento pleno y perfecto. Esto hacía de Sócrates un antinarcisista, un sujeto no jactancioso y presuntuoso. Por otra parte, la duda era un método consistente en "parir" la verdad (de aquí la imagen de la partera). En segundo lugar, Sócrates argumentaba. No era un ingenuo. Cada paso lo daba con cuidado, sopesando cuestiones, trazando distinciones adecuadas, obligándose a perseguir todos los argumentos relevantes hasta sus últimas consecuencias. Algunos corolarios de su argumentación podían, incluso, derivar en aporías. Y esta argumentación no era un soliloquio sordo o ciego a las razones de los otros. Su argumentación era "dialógica", porque Sócrates discutía con otros, y "dialéctica", porque él contrastaba tesis opuestas tratando de inferir una tesis adecuada para el objeto del debate.

Es necesario, antes de avanzar a la siguiente nota, subrayar que la duda de Sócrates, aunque a veces se interpretó así, no pretendía tener derivas escépticas. Sócrates era lo que hoy llamaríamos, por ejemplo, un tipo de cognitivista moral. En cuanto a la argumentación, es verdad, por lo menos parcialmente, que Sócrates deja en ridículo muchas veces a sus contendores: por ejemplo, Trasímaco o Calicles. A alguien esto le podría parecer una forma soterrada de jactancia, además de una forma velada -o no tan velada- de no tomarse suficientemente en serio al otro. O simplemente de reírse a hurtadillas, o frontalmente, de otro. El método dialéctico termina desembocando en que el lado favorable de la moneda caiga del lado socrático. Empero, más allá de esta posible caracterización de Sócrates, creo que la tradición de la argumentación que seguirá después de él no dejará de insistir, incluso con apoyo en Sócrates, en que debe ser necesario, sobre todo en una república genuina, pensar in ultramque partem, esto es, ser capaz de pensar desde ambos lados de una cuestión. Por ello, mi concepción normativa del Sócrates filosófico no es incompatible -o no del todo-con un hecho relevante: este filósofo griego trazó las primeras líneas maestras de lo que significa argumentar racionalmente sobre cualquier materia, especialmente de las que más me interesan en este trabajo: las que hacen a temáticas sociales, morales o políticas. Líneas que luego perfeccionarán, más cerca o más lejos de la dialéctica, pensadores posteriores.

b. He hablado hasta el momento de virtudes intelectuales. Ahora quisiera apuntar otra nota, la que tiene que ver con lo que se puede denominar las virtudes de tipo moral. Sócrates era un compendio de virtudes tales como: la paciencia, la prudencia, el sentido de justicia, la valentía (también fue un buen soldado) y, lo que podríamos denominar sin anacronismo, el compromiso con la polis. Esto último es lo que llamaré, en la sección cuatro del trabajo, con la conocida expresión de "compromiso cívico". En la polis griega había que participar y tomar postura con respecto a la guerra, al buen gobierno, a la labor judicial, etc. A tal extremo llegaban sus virtudes que, bien sabemos, Sócrates aceptó su (injusta) condena a muerte.4 Rehusó escapar, cuando podía fácticamente hacerlo.

Alguien podría decir, en términos modernos, que Sócrates respondía a una "ética de convicciones". Empero, esta mirada puede ser simplista. En su larga disquisición en el Critón, el argumento de Sócrates se dirige a mostrar que las instituciones de la polis son las que hicieron posible su vida. No es momento, entonces, de abandonar la polis porque ahora no le resulta conveniente.5 Sócrates, además, como he indicado antes, es valiente, pero no solamente por pelear con bravía en la guerra. También por defender públicamente lo que realmente piensa de algo. Y no lo hace para quedar bien frente a unos o granjearse admiración. Ya he dicho que Sócrates no es narcisista y jactancioso. Tampoco oportunista. No dice lo que, se supone, algunos quieren oír. Y para hacer eso hay que ser valiente. Además, Sócrates es coherente. Y esto no es un argumento a favor solamente de la consistencia lógica entre creencias. Sócrates es coherente pragmáticamente. Su filosofía va a tono con su vida práctica, tanto personal, como social.

3. Una fauna clasificatoria: tipos de intelectuales

Hasta aquí he planteado, a través de la personalidad filosófica de Sócrates, que un tipo básico de intelectual reúne dos conjuntos de virtudes: las intelectuales y las morales, tal como han sido descritas en el apartado anterior. Quiero proponer una suerte de taxonomía que nos permita, siguiendo el derrotero de las mentadas propiedades, obtener algunas tipologías de intelectuales. Sin embargo, antes de proponer una clasificación, me veo obligado a efectuar algunas aclaraciones metodológicas importantes.

En primer lugar, hablar de Sócrates, en tanto que figura filosófica, no es pensar en términos necesariamente ahistóricos. La figura, como he sugerido al comienzo, fue profundizada, incluso enriquecida, con el pensamiento occidental posterior. Y, además, mi concepción de Sócrates, se podría decir, ha sido planteada de manera "minimalista". En una cadena de reconstrucciones conceptuales, podríamos enriquecer, a posteriori, y desde luego debatir, sobre otras propiedades. Por ejemplo, al mejor estilo platónico, alguien podría decir que el intelectual genuino, el socrático, está legitimado para contar "nobles mentiras". Las hay también "innobles". Según Platón, los poetas trágicos no deberían formar parte de una república pues sus ideas son innobles: nos hablan de la mala fortuna, del descontrol de las pasiones, de la ruindad moral. Las nobles son, por oposición, las que tienen que ver con la justicia, la bondad, la belleza, etc. Y estas cuestiones pueden no terminar de cristalizar nunca, incluso pueden ser en algún sentido imposibles. Sin embargo, el filósofo debe ocultar esta imposibilidad ante el profano. Y debe hacerlo por un bien superior: la salud de la politeia.

No estoy seguro de que la expulsión de los trágicos sea un bien. Y ni siquiera que sus postulados sean "mentiras" e "innobles". Aquí es donde podemos admitir que el concepto intelectual-moral de Sócrates sea debatido entre nosotros a partir de concepciones rivales. Empero, admitir la pluralidad de concepciones es, todavía, desde un punto de vista sustancial, compatible con dejarnos guiar por la figura de Sócrates.

En segundo lugar, distinguir entre virtudes intelectuales y morales no presupone, en mi caso, admitir una tesis ontológica al respecto. No creo que la distinción apunte al hecho -falso- de que hay "dos mundos", el intelectual y moral. La distinción, como se ve es un poco estilística. Esta aclaración hace que ubicar personas dentro de una u otra categoría -intelectual o moral- sea una empresa puramente mental que tome en cuenta rasgos acusados de una u otra tipología. Así pues, la distinción intelectual o moral no debe verse como un "lecho de Procusto". En tercer lugar, construir tipologías de intelectuales sobre la base de vicios no presupone una forma de olvido de que hay buenos intelectuales ni mucho menos adherir a la falsa tesis -empírica y conceptual- de que la Argentina de los últimos catorce años no muestra a excelentes intelectuales, tanto en lo moral, cuanto en lo mental.

Vicios intelectuales

a. El intelectual sordo -o ciego- a las buenas razones: ser sordo o ciego a las buenas razones es algo distinto del hecho de sostener unas convicciones morales o políticas que merezcan ser tildadas de profundas. Las convicciones, en el caso del intelectual, se adquieren, en principio, como en casi cualquier sujeto. Se adquiere un stock de creencias por vías diversas: la familia, la educación, los amigos, la universidad, el trabajo, etc. Sin embargo, estas creencias de base deben pasar por el escrutinio de la reflexión crítica.

Cuándo la reflexión crítica constituye un caso genuino es algo que no siempre resulta del todo claro. Parece exigirse, por ejemplo, la autoinspección y la autovigilancia. Pero, hasta dónde debe llegar este "falibilismo" personal no es claro. Pues, si la autoinspección nunca hace alto, entonces, no podría hablarse de haber formado unas convicciones. Por otro lado, la reflexión crítica es equivalente a la alteridad. Reconocemos a otros que pueden no estar de acuerdo con nosotros y a no estarlo de "buena voluntad" y, a veces, con "buenas razones". No estar de acuerdo con otro, no significa herirlo, perseguirlo o desconocerlo como agente moral responsable.

El recién mencionado reconocimiento, inclusive a veces, es de orden "virtual", si así se puede decir. Por ejemplo, en nuestras cavilaciones de algún modo siempre puede haber "un otro". Escribimos, por caso, anticipando objeciones. Nos volvemos, así, intelectualmente meticulosos. Es un dato observable, empero, que las convicciones, en algún momento, forman un "techo". Es difícil cambiar las convicciones últimas, a menos que tengamos frente a nosotros casos de genuina "conversión" como, por ejemplo, la de Vargas Llosa que fue, en su juventud comunista y luego se convirtió en una clase particular de (neo)liberal.

Ahora bien, hay intelectuales que son sordos o ciegos, en ocasiones relevantes, a las buenas razones reales, o imaginativas, ofrecidas por un adversario interior (generado por introspección en el marco de la primera persona) u ofrecidas por los otros en sí (en el marco de la segunda y tercera persona). Por ejemplo, García Márquez siguió fiel al proceso político cubano del castrismo, pese a la evidencia de graves violaciones a los derechos humanos en dicha isla.6

La sordera o ceguera no siempre es fácil de detectar. Existen intelectuales que tienen enorme habilidad retórica y argumentativa y que, además, como fue el caso del argentino Ernesto Laclau, pueden tener una versión exclusivamente agonista del debate. Además, en ocasiones, hay intelectuales que asumen que deben ganar siempre. Esta clase de intelectual sordo o ciego a las buenas razones, no tiene la posibilidad, pues, de pensar in ultramque partem. Tampoco de aceptar que perder, a veces, un debate es mejor porque nos vuelve más sensibles al aprendizaje y a la humildad. En otras oportunidades, la apertura de esta clase de intelectual a los otros es simulada bajo el velo de una "falsa amabilidad". Trasladar este intelectual al mundo de la discusión política, puede tener la siguiente consecuencia: tornar potente a este intelectual para dirigir rebaños, pero no para tener una idea de búsqueda cooperativa del bien, la verdad o la justicia.

b. El intelectual ingenuo: hay, en efecto, intelectuales que, no obstante ser destacados en su ámbito académico, y serlo en forma objetivamente correcta, son intelectuales ingenuos. Y esta ingenuidad, por lo general, puede reposar en las "buenas intenciones" de dicho intelectual. La ingenuidad puede entenderse como la falta de la astucia necesaria para advertir hacia dónde se está yendo, por ejemplo, políticamente. Así, hay intelectuales que se enfilan detrás de objetivos, ideales, políticas, grupos sociales o afiliaciones de cualquier índole, de una manera carente de precaución. Y, pese a su entrenamiento intelectual, resultan inocentes, inclusive por largo tiempo. A lo mejor el pacifismo de Bertrand Russell era una forma de ingenuidad frente a una guerra silenciosa entre potencias (la americana y la rusa) que, en dicho momento, se asumía que ejercían posturas irreconciliables.

c. El intelectual de reflexividad débil: hay intelectuales e intelectuales. El empleo de cursiva apunta a mostrar a un tipo de intelectual cuyas reflexiones u opiniones se canalizan en pensamientos débiles, oscuros, o desordenados (todo lo dicho en forma conjuntiva o disyuntiva). Por ejemplo, Slavoj Zizek, con todo su encanto e impacto popular, podría calificar para esta categoría. Otro caso, más débil que el anterior, en este supuesto de "desliz argumentativo" ocasional, se puede ejemplificar con Fernando Savater, cuando al defender la tauromaquia, sostiene que para los parados -los que quedan sin trabajo en España- es "envidiable" la vida de un toro bravo, que vive en hermosos paisajes, y solamente sufre quince minutos antes de morir ("Fernando").

En otras circunstancias, la debilidad de la reflexión se asienta en que los intelectuales de reflexividad débil caen en lugares comunes.7 Por ejemplo, como recuerda Sánchez Cuenca, Félix de Azúa sostenía rotundamente que el expresidente de España José Luis Zapatero había sido el peor presidente desde Fernando VII (10). Como bien señala Sánchez Cuenca, eso supone afirmar que Zapatero fue peor que Franco y Primo de Rivera en el siglo XX, lo que a todas luces no es solamente falso, sino que supone caer en el "lugar común" de la derecha más cerril.

Concedo que la reflexividad débil puede ser un síntoma de un camino inversamente desaconsejable. Por ejemplo, como ha puesto de manifiesto Manuel Atienza, hay cierto "sentido común" que conviene muchas veces no abandonar (147-163). Esta es una tesis que, a su modo, podría enhebrarse con las viejas tesituras mooreanas -y wittgensteinianas- en contra de sobrepasar de manera ilícita del sentido común. A la luz de lo comentado a propósito de Manuel Atienza, cabe destacar que la cuestión nodal reposa en que el ejercicio de las potencias de la reflexividad es débil, sea por no interpelar el sentido común cuando es imprescindible hacerlo, sea por no fortalecerlo cuando resulta pertinente.

Vicios morales

d. El intelectual narcisista: esta clase de intelectual es el que opera sobre la base de diversos resortes que pueden funcionar conjuntiva o disyuntivamente. En tal sentido, son intelectuales "oportunistas", no necesariamente "oportunos". Encuentran oportunidades, sobre todo que trascienden la estrecha frontera de lo académico, para volverse populares. Otra modalidad del narcisista es que, en ocasiones, "no se cree" lo que dice o lo que hace. Estos intelectuales dicen lo que, imaginan, ciertos sectores quieren oír o ver. Y esto puede granjearles un éxito relativo a dichos sectores. El espejo del narcisista se constituye por los otros que le rinden pleitesía de manera acrítica. Y no es infrecuente que este intelectual se convierta en fuente de razones que "ahorren" la necesidad que tienen los otros -casi siempre- de argumentar. Según Platón, el móvil narcisista era uno de los ocultos resortes de los sofistas. Estos tenían éxito en la plebe entre otras cosas porque decían hábilmente cosas que cuajaban con un destinatario manipulable.

e. El intelectual prostituido: esta es la clase de intelectual que "se vende" al poder de turno. Carl Schmitt o Karl Larenz podrían ser ejemplos de venta al nazismo (Ruthers). El prostituido incorpora el estilo "fáustico": vende su alma, defiende ideas, o las modifica de modo que hagan encaje con las ideas dominantes impuestas por el poder de turno. La prostitución no necesariamente descansa en eventos mentales lineales o simples. Puede surgir, o fortalecerse, en hechos sinuosos o laberínticos de autoengaño (como revela magistralmente Garzón Valdés).

También la prostitución puede basarse en alguna suerte de "convencimiento real", pero tal convencimiento puede estar sostenido por creencias falsas, o bien por convicciones genuinas que, sin embargo, conllevan consecuencias políticamente irrazonables, inicuas, etc. A veces sucede también que esta clase de intelectual puede convencerse de que sirve lealmente a una causa cuando, en rigor, sus motivos internos más abisales tienen que ver con la búsqueda de mejora individual en ciertos estándares.

f. El intelectual cobarde: este tipo de intelectual es el que, en momentos políticos cruciales, no toma postura o toma una postura muy tenue. Por ejemplo, para Alan Riding, Jean Paul Sartre no fue precisamente valiente durante la ocupación nazi en Francia: su "resistencia", según Riding, era más bien "periférica".

Por supuesto, alguien podría aquí distinguir valentía de inmolación, como la que, según cierta descripción, llevó adelante Rodolfo Walsh en Argentina,8 durante la dictadura militar de 1976. La distinción es inteligible por cuanto, mientras que la valentía es una virtud moral (muy) exigente, la inmolación es, por definición, una actitud "súpererogatoria" que, como tal, escapa a la demanda de una moral crítica. Por cierto, el tema es complicado de analizar. A Sartre quizás no se le pedía la actitud "manifiestamente abierta" de Walsh sino una más decidida resistencia a la ocupación.

A lo anteriormente dicho, puede agregarse lo siguiente: el intelectual cobarde suele, y ahora pensando en momentos políticos con vigencia democrática, replegarse en el silencio por temor a ser calificado de "fascista". Un desgraciado término que hoy opera como comodín en cualquier discusión política, al punto de vaciar el término de su sentido original. Cualquier cosa, con potencia para ser considerada "políticamente incorrecta", puede subsumirse hoy bajo el paraguas del término "fascista". Ni que hablar si, en Argentina, algún intelectual osa decir que no solo debemos tener memoria para con el pasado atroz del que los militares de la dictadura son responsables, sino también recordar y evaluar la violencia política de los grupos de extrema izquierda de los setenta (Hilb). Tener esa memoria sensible no nos hace amigos de la tristemente célebre "teoría de los dos demonios". La violencia estatal no es moralmente equiparable a la violencia de grupos no estatales. Pero no es cierto que repensar críticamente el papel de las fuerzas de extrema izquierda sea un asunto vedado al examen intelectual debido a su carácter políticamente incorrecto intrínseco, carácter adoptado en forma dogmática previa.

Como quiera que sea, y volviendo al hilo de las tipologías propuestas, diré que los casos a), b) y c) son formas desviadas respecto del tipo básico. Estos intelectuales no (se) interpelan, ni interpelan de la manera altamente exigente que subyace al tipo socrático. Renuncian, por debilidad reflexiva, ingenuidad, sordera o ceguera a las buenas razones, a un tema central para la intelectualidad genuina: la capacidad de interpelar a los poderes. En otras palabras, de ser, como Sócrates, un "tábano" o de encarnar aquella otra metáfora posterior según la cual el intelectual es una suerte de "médico de la cultura".

La interpelación demanda cierta cuota de "escepticismo metodológico", que contrarresta los estados de gracia del intelectual ingenuo, así como la falsa seguridad del intelectual inmune. El escéptico metodológico no reniega de la posibilidad de aceptar estados de cosas del mundo en el marco de unas creencias más o menos firmes. Pero exige pruebas. Pruebas empíricas (¿ocurrieron de este modo los hechos?, ¿ocurrieron estos hechos?), pruebas conceptuales (demandando precisión sobre los términos de un debate), pruebas normativas (demandando la interposición de las normas adecuadas que subyacen al debate), pruebas argumentativas (exigiendo que los argumentos de un debate sean buenos, no sean evidentemente falaces, puramente persuasivos, etc.). La exigencia de pruebas hace del intelectual algo así como un modelo virtuoso de "ver para creer".

Los casos d), e) y f) también están alejados de la figura socrática, pero prominentemente por razones de índole moral. El narcisista busca oportunidades de lucimiento o éxito, el prostituido se traiciona a sí mismo ideologizando su postura para rédito personal, con lo cual se desconoce como agente moral dueño de sí. Como se advierte, d) y e) se parecen y pueden combinarse. Su diferencia, sutil, radica en los móviles de la acción: en un caso el ego, en el otro el deseo de obtener réditos políticos o económicos. El supuesto f) quizás sea menos fácil de detectar. A veces detectamos a los cobardes mediante un conocimiento indirecto. La fenomenología típica con la que se presenta f) es el silencio: en efecto, frente a grandes cuestiones políticas, al intelectual cobarde lo vemos guardar un sospechoso silencio.

4. El intelectual con compromiso cívico confrontado con algunas actitudes intelectuales frente a la política en Argentina de los últimos catorce años

Hasta ahora me he referido a vicios y de manera más bien indirecta a virtudes. Y me he remontado a una tradición, la que llamé socrática, que para algunos puede tener tufillo a viejo. Creo que esta tradición, qua ideal, continúa vigente todavía, solamente que con otro nombre. Quiero defender aquí que esta tradición hoy puede reconvertirse en lo que puede llamarse "intelectual con compromiso cívico".

Bajo la expresión "intelectual comprometido", entiendo la amalgama entre virtudes intelectuales (poder reflexivo fuerte, no ingenuidad, falta de ceguera o sordera a las buenas razones de los otros) y morales (humildad, integridad, valentía, etc.). Y esta es mi propuesta normativa en este trabajo: creo que los intelectuales en sentido estricto no deberíamos militar en un partido y, en lo posible, a menos que sea realmente legítimo, y necesario, desde un punto de vista democrático, no deberíamos formar parte de los gobiernos.

Para realizar el mencionado contraste evaluativo voy a dar algunos ejemplos que muestren el modo en que muchos intelectuales argentinos se alejan del modelo normativo o ideal de intelectual con compromiso cívico; modelo que es continuación del modelo socrático delineado páginas atrás. Ser intelectuales con compromiso cívico supone la capacidad, intelectual y moral, de interpelar e interpelarnos. Ser opositores (críticos) del poder de turno, incluso si es democrático.9 Dudar y argumentar bien. Y también ser moralmente íntegros.

Tener un compromiso cívico supone participar activamente de la vida pública y lograr, como dice Barber, una democracia "fuerte" (117). Y esto requiere no ser parte orgánica de un partido o de un gobierno (Benda 123 y ss.). En su defecto, si el deber político nos llama a integrar estos espacios, no deberíamos renunciar a la libertad de pensamiento en aras de la disciplina de partido. No deberíamos dejar de decir lo que realmente pensamos. No decir cosas (o decirlas) porque nos traerá fama o lisonja de algunos pares o extraños. No decir ni hacer cosas porque nos pague el poder de turno. Por ejemplo, porque nos den un ministerio, por caso, uno que lleve el extraño nombre de "ministerio del pensamiento nacional".10

En lo que sigue, y de un modo más ensayístico que puramente analítico, quiero tener en mente la idea de intelectual con compromiso cívico y contrastarla con algunos ejemplos de intervenciones -básicamente desafortunadas- de intelectuales argentinos con relación a los últimos gobiernos democráticos de Argentina: me refiero a los gobiernos de Cristina Kirchner y al actual gobierno de Mauricio Macri.

El hilo conductor de los conceptos, argumentos y datos que ofreceré enseguida, estará dado por una defensa, bastante evidente, de una forma republicana de asumir la democracia. Esta forma hace de la ley su centro.11 Por lo tanto, mis argumentos no serán muy favorables a lo que se conoce como "populismo", fenómeno cuyos contornos precisaré oportunamente. Sostendré que el intelectual con compromiso cívico no es populista sino defensor de la centralidad de la ley. Por lo tanto, mi modelo de intelectual se identifica con una visión democrático-republicana y no populista. En una democracia republicana la ley debe ser el eje. Y como es democracia, también la obsesión por la igualdad de recursos debe ser su norte (Dworkin, Ética privada 164 y ss.).

De todos modos, haré en esta sección dos matizaciones. La primera es que soy consciente de lo que hace explicable el tipo de populismo que ha vivido Argentina en sus últimos años. En segundo lugar, trataré de sugerir que el macrismo no es una forma democrático-republicana fuerte. La ley no tiene la centralidad que el propio Macri enuncia12 y la igualdad de recursos queda muy mal parada en un gobierno de corte neoliberal como el macrista. Mi intelectual con compromiso cívico, ergo, ve con pésimos ojos a la gestión macrista.

Un intelectual con compromiso cívico diría que los últimos catorce años de política argentina (concretamente de gobierno) han empezado con una cierta clase de impronta "populista", de tendencia progresista (el llamado período kirchnerista) hasta llegar ahora a un gobierno de corte neoliberal que quiere presentarse a sí mismo como "institucionalista", por oposición a populista.13 Un intelectual con compromiso cívico, sin embargo, y a diferencia del poeta, filósofo y escritor argentino Santiago Kovadloff, dudaría acerca de que este institucionalismo sea genuino14 Podría cavilar, más bien, que el gobierno actual (el presidido por Macri) es (también) un gobierno populista -o al menos semipopulista con tendencias de derecha-.15 Ello porque su respeto a las instituciones no es muy contundente. Por ejemplo, este intelectual recordaría el modo en que el presidente Macri quiso nombrar a los jueces de la Corte Suprema, Rosatti y Rosenkrantz, omitiendo al parlamento como manda, al menos una interpretación estándar, la constitución argentina.16

Ahora bien, un intelectual con compromiso cívico necesitaría ofrecer algunas precisiones conceptuales de lo que se puede entender, por lo menos en el contexto de la historia política argentina, como populismo. La idea de gobiernos populistas reposa, antes que nada, en una idea previa de "pueblo" (de aquí el origen del término populista) al que un gobierno respondería. Existe una enorme disputa conceptual sobre el alcance del término (Villacañas). En el caso del kirchnerismo, la palabra parece designar lo que se denomina "grandes mayorías"17 Desde un punto de vista analítico, la expresión "grandes mayorías" tiene una nota inclusiva y una excluyente. La inclusiva es lo que cabe considerar propiamente grandes mayorías, por ejemplo, el asalariado de sueldos bajos y medios, el obrero (sobre todo el no cualificado), el empleado raso del Estado, así como los sectores más desfavorecidos por la lotería natural y social, los pobres, "los cabecitas negras" como se decía despectivamente de los seguidores de Perón. Quedan fuera de las grandes mayorías los oligarcas, "los vende patria", "los opulentos egoístas" que desprecian al pobre, los miembros de grandes corporaciones.18

Por lo tanto, el populismo gobierna a favor de la gran mayoría pero en contra de... los antes mencionados. Esta forma de entender las cosas se remonta en Argentina a períodos regidos por líderes como Yrigoyen o Perón. Para el populismo, la noción de "institucionalidad" es problemática. Y lo es porque apunta a órganos, como el parlamento o la justicia, que, en el contexto de la historia argentina y también latinoamericana, se han entendido como receptáculos de intereses contrarios a las grandes mayorías. Esta es la tesis que defiende el filósofo argentino de la Universidad de Cuyo, Roberto Follari (11-27). Justamente, Follari usa este argumento para justificar al kirchnerismo en contra de los que señalan sus déficits republicano-institucionales.

Con el dato de conservadurismo que se acaba de consignar en el párrafo anterior, un intelectual ingenuo, también de reflexividad débil, podría pensar que, para romper el statu quo, el único remedio posible viene dado por lo siguiente: el advenimiento de un "líder", especialmente carismático en los términos de Weber, que logre identificarse con las grandes mayorías. Y es menester, también, que estas grandes mayorías se identifiquen con el líder.

En contra de lo anterior, la concepción populista de la política argüiría el intelectual con compromiso cívico, fractura la institucionalidad como esquema de mediación o articulación de intereses, como puente entre el "pueblo" y el gobernante. Ahora la relación es directa y, en tal relación, ciertas emociones o sentimientos pasan a jugar un rol de motivación política crucial. Esto es algo sobre lo que teorizó largamente Carl Schmitt.

El fallecido filósofo argentino Ernesto Laclau, sostendría, en oposición al intelectual con compromiso cívico, que el logro de la identidad entre líder y pueblo habilita a que los intereses de las grandes mayorías sean los verdaderos intereses de la patria, del pueblo. Estos verdaderos intereses abroquelan una "hegemonía" o "contrahegemonía" que hace frente a los intereses partisanos, mezquinos, de los sujetos antes ejemplificados.

La llamada "grieta" de Argentina19 respondería a la concepción política retratada en el párrafo anterior. Los fieros adversarios son, de un lado, la gran mayoría, y del otro una minoría que, por la definición de pueblo, ya ha sido excluida del mismo.20 El argumento de los populistas es que el juego de la minoría es atentatorio con los verdaderos intereses. Los intelectuales sordos o ciegos a las buenas razones son los que prestan juego y escenario para la profundización -cuando no a la exaltación- de la mentada "grieta" entre los miembros verdaderos del pueblo y los que no forman parte del mismo. Y me refiero a la grieta entre intelectuales de uno y otro lado: del lado de los kirchneristas y del lado de apoyo al macrismo.21

Dado que, como se ha reconstruido líneas atrás, la institucionalidad en Argentina ha jugado un papel conservador leal a los "falsos intereses", esto es, los intereses de las minorías, es preciso construir una contrahegemonía quitando del medio, para ello, a las instituciones. Un intelectual con compromiso cívico podría aceptar este antecedente pero no el consecuente. Es decir, este intelectual podría aceptar la verdad empírica relativa a que las instituciones han sido nichos de conservadurismo y, sin embargo, no inferir lógicamente que hay que destruir o minar las instituciones.22 Y el intelectual con compromiso cívico no haría la inferencia anterior porque le asigna un valor central a la ley.

El populista no es un gobierno de leyes (Laporta), sino de hombres. Esta manera de concebir la política tiene su razón de ser histórica; una razón que el intelectual con compromiso cívico puede reconocer, a saber: grandes sectores populares fueron desplazados, desconocidos o "ningunea-dos" por los sucesivos gobiernos argentinos. Esta es una verdad empírica. Es imposible tapar el sol con la mano. Sin embargo, también es una verdad empírica, sostendría el intelectual con compromiso cívico, que los gobiernos con cortes populistas, o al menos varios de ellos (pensemos en Venezuela o Ecuador) terminan, por la lógica conceptual definitoria del populismo, en gobiernos corruptos y autoritarios. Corruptos y autoritarios, precisamente, por la falta de los contrapesos que una genuina república debe garantizar. El intelectual con compromiso cívico no es tan ingenuo para pensar que la institucionalidad, per se, elimine por completo la corrupción y el autoritarismo. Pero sí que la puede aminorar.

La falta de centralidad de la ley es, para el intelectual con compromiso cívico, muy problemática. La ley es fría, es cierto y el líder es "cálido" -a veces en grado insoportable-. Pero la devoción a la ley sostiene el intelectual con compromiso cívico, al despersonalizar el poder, al menos parcialmente, evita la obsecuencia, la idolatría que supone seguir a falsos ídolos y la actitud eventualmente servil al líder, actitud que, en ocasiones, aparece bajo el disfraz del agradecimiento. El líder viene a ser el monarca generoso y bondadoso, especialmente cuando está de buenas.

Cristina Kirchner, reconocería el intelectual con compromiso cívico, introdujo en su discurso la necesidad de institucionalidad de varias maneras: por ejemplo, hablando de "empoderamiento" y de la necesidad de una justicia legítima23 Aunque no quedó nunca del todo claro, agrega el intelectual con compromiso cívico, el alcance del término "legítima". ¿Era al final toda una maniobra para controlar mejor al (a una parte del) poder judicial, como de hecho pareciera ocurrir también con el actual gobierno de Macri?

En cualquier caso, el populismo, argüirá el intelectual con compromiso cívico, no facilita el debate republicano, ni la tolerancia política. ¿Cómo debatir con oligarcas de turno?24 El debate, como sostienen algunos intelectuales sordos o ciegos a las buenas razones, solamente puede darse al "interior" de la definición de pueblo. Los que quedan fuera son enemigos del pueblo y a estos hay que mantenerlos a raya. Esta forma de "cesarismo" es, postula el intelectual con compromiso cívico, inaceptable. Por ejemplo, el político así definido suele olvidar que es "mortal" (uno de los "cuerpos del Rey", para parafrasear a Kantorowicz). Por caso, Cristina Fernández, durante su gestión, nunca aceptó dar entrevistas o debatir cara a cara con opositores. Su comunicación con el pueblo era "directa" a través de las reiteradas cadenas nacionales. Esta decisión desafortunada, incrementaba, sostiene el intelectual con compromiso cívico, dosis de autoritarismo creciente.

La explicación de lo anterior, reconoce el intelectual con compromiso cívico, no es gratuita. Es innegable el papel distorsivo de la información que desarrollan ciertos holdings periodísticos. Las corporaciones mediáticas juegan papeles moralmente censurables muchas veces y el caso argentino no ha sido la excepción. El intelectual con compromiso cívico diría, con todo, que los medios de comunicación juegan en "dos direcciones" manipulativas. Hay medios de "izquierda" y medios de "derecha"

La situación de una información sesgada no es nueva. Lo que es relativamente nuevo es un fenómeno llamado posverdad. Con la palabra posverdad, explica el intelectual con compromiso cívico, se apunta a que ahora no importa llegar a la verdad sobre algo. Esto se traduce en lo siguiente: el intelectual (el ingenuo, el de reflexividad débil, por ejemplo) no se guía por la razón (teórica o práctica) para evaluar la política sino por "reacciones viscerales25 Estas reacciones no se apoyan ya en una roca dura como la verdad. Con lo cual, se erosionan las exigencias de escrúpulo por la verosimilitud, la meticulosidad, etc. (Williams). La gente, en general, lee un periódico para encontrar información que ya sabe que encontrará, es decir, la gente y el intelectual -intelectualmente- desviado, opera con sesgos confirmatorios.

No obstante lo anterior, el crecimiento de estas corporaciones mediáticas sesgadas, para un lado o para el otro, no es un obstáculo insuperable para el intelectual con compromiso cívico. Lo que demanda, en todo caso, es más esfuerzo, más interpelación, más contrastes empíricos, etc. Y, por lo demás, hablar de medios de comunicación como los descritos, no se remedia, necesariamente, con populismo sino con más y mejor república.

Ahora bien, volviendo a la descripción somera del escenario político argentino, el intelectual con compromiso cívico señalaría que, luego de doce años de gobierno kirchnerista, la Argentina dio un giro de ciento ochenta grados. Se pasó del esfuerzo, por ejemplo, por dar prioridad a la industria nacional, a un gobierno como el actual que, con su política tarifaria ha provocado el cierre de pequeñas y medianas empresas26 El intelectual con compromiso cívico diría que pasamos de la política de desendeudamiento estatal a la actual política que consiste en tomar deuda -muchas veces para pagar deuda...27 Se ha pasado, diría el intelectual con compromiso cívico, de ciertos niveles de empleo (a veces disfrazados por el anterior gobierno) a un índice preocupante de mayor desempleo, etc.

El intelectual no ingenuo y con reflexividad fuerte admitiría que, ahora, la sociedad ha ungido a un gobierno neoliberal (Prigollini; Ruiz). En prácticamente dos años de gobierno, un intelectual no cobarde, ni prostituido, ni narcisista, tendría que señalar de manera clara que la Argentina se ha pauperizado todavía más de lo que ya lo estaba. Ello no iría en mengua de reconocer, por ejemplo, que el gobierno kirchnerista había dejado niveles inflacionarios preocupantes28 y que había tratado de escamotear alterando los números reales de la inflación.29

Un intelectual con compromiso cívico se preocuparía por el hecho de que el gobierno de Macri esté compuesto mayormente por CEOS de grandes corporaciones, gobernando, sin mayor temor, por producir colisiones de intereses (Di Marco). Un intelectual con compromiso cívico indicaría que las fuertes sospechas de corrupción también, bajo ciertas condiciones, presumiblemente parecen aplicarse al gobierno macrista. La aparente pública condonación estatal de la deuda del correo central, cuya concesión tenía Franco Macri (padre del presidente),30 los "Panamá papers"31 (O'Donnell y Lukin) que, al parecer, involucraban al presidente, parecen ser ejemplos vívidos de la afirmación anterior. Solamente un intelectual ingenuo argumentaría que es altamente improbable que haya corrupción en un gobierno presidido por un rico, dado que el rico, en cuanto tal, no ambicionaría como propios -necesariamente- los fondos públicos. Decir eso es no conocer las tendencias de la llamada naturaleza humana en relación con el poder. De una cuestión empírica como esta no se puede hacer una "necesidad analítica".

Un intelectual con compromiso cívico señalaría que tampoco este gobierno ha restaurado la calidad del debate. Todo lo contrario y peor que antes. El presidente Macri no exhibe capacidades argumentativas y sus ministros, salvo alguna excepción, parecen menospreciar la necesidad del buen discurso político.32 Más aún, el intelectual con compromiso cívico diría que se trata de un gobierno que bordea la paradoja: se vende la idea, por lo menos implícita, de que es un gobierno "neutral" a la política.33

Un intelectual con compromiso cívico podría intentar hacer explícita una condición histórica para sostener, a continuación, que Argentina nunca, como hasta ahora con el gobierno kirchnerista, estuvo tan cerca de una tendencia progresista, entendiendo básicamente por este término la existencia de un gobierno que piensa en los desfavorecidos por la lotería natural o social. Por ejemplo, esta clase de intelectual podría mantener que no hay manera de negar la existencia de planes venturosos como, por ejemplo, "la asignación universal por hijo",34 el "matrimonio igualitario" que posibilitó el reconocimiento de uniones homosexuales35 o el "Procrear"36 que permitió el acceso a la vivienda de algunos sectores medios.

Sin embargo, muchos intelectuales, sea por ingenuidad, reflexividad débil, cobardía, narcisismo o prostitución, hicieron, y hacen, caso omiso a fallas cruciales del kirchnerismo como la corrupción,37 el autoritarismo, la intolerancia política y cierta inoperancia económica, por ejemplo, en el manejo de la inflación. También al hecho de que el kirchnerismo, que en algún momento manejaba mucho dinero producto de la exportación de la soja a "tasas chinas", no logró revertir cierto poso de pobreza estructural.

Estos intelectuales en sentido desviado no parecen reparar en el hecho de que los planes sociales del kirchnerismo, aunque moralmente legítimos por paliar la pobreza no elegida, no lograron -de manera significativa- incluir al pobre en cadenas genuinas de trabajo.38 Tampoco los intelectuales (apodados kirchneristas), sea por falta de reflexión fuerte, sea por cobardía, narcisismo, prostitución, etc., admiten de manera clara que el kirchnerismo no mejoró (la decrépita) educación pública primaria y secundaria de la Argentina. Este mismo intelectual, del mismo modo, se mostraría pesimista con la política educativa de Macri, apoyada en ajustes severos y basada en una idea "empresarial" de lo que cuenta como valioso en términos educativos (Rodríguez 89-108).

Es verdad, diría un intelectual con compromiso cívico, que el kirchnne-rismo mejoró el sistema científico (básicamente el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), repatriando científicos y creando mejores condiciones edilicias para trabajar en ciencia. Aunque también este intelectual diría que es innegable que el sueldo de los científicos fue mejorado de manera pírrica. Este mismo intelectual, tendría que admitir que, ahora durante el macrismo, el sistema científico no solo sufre ajustes que pueden provocar un nuevo retroceso científico, sino que, además, la política científica resulta en una discontinuidad sorpresiva.

Hay todavía intelectuales sordos o ciegos a las buenas razones, además de auténticos intelectuales ingenuos. Por ejemplo, se apoya a candidatos que hoy, de manera ostensible y clara frente al gobierno actual, defienden paritarias justas (reajustes del salario por convenio colectivo de trabajo). Pero olvidamos que en su época, estos mismos candidatos, retaceaban de la lucha por paritarias más generosas.

Del otro lado hay intelectuales, yo creo que por ingenuidad, falta de reflexión fuerte o por odio al kircherismo, que confían en el macrismo. Uno de los argumentos, atendibles, es la necesidad de "alternancia". Doce años es mucho tiempo para una república que se precie de tal y el tiempo genera condiciones de mayor corrupción. Muchos intelectuales liberales o republicanos apoyaron a Macri con la "esperanza" en el "cambio" (de hecho, el "partido" macrista se denomina "cambiemos"). Pero el cambio "hacia dónde" es un tema para discutir.

La idea de "esperanza" en el macrismo, empero, parece indicar de parte de estos intelectuales una cierta forma de ingenuidad. Si la esperanza apunta a que el macrismo lidere una "genuina" justicia social y transparencia pública, una mejora del debate y una focalización en el imperio de la ley, albergo serias dudas. Todavía más: un intelectual con compromiso cívico podría argumentar que, por definición, la esperanza en que el gobierno macrista traerá una mayor justicia social y una mejora del debate es un sinsentido. Y ello, diría el intelectual con compromiso cívico, por el hecho de que el gobierno de Macri es neoliberal. Una forma de intelectualidad de reflexividad débil no parece poder explicar la incoherencia pragmática consistente en autodefinirse como intelectuales liberales "igualitaristas", y la vez guardar esperanza en cambios positivos que el macrismo supuestamente llevaría adelante en el diseño de la justicia social. Para muestras sobra un botón: el número creciente de desempleos39 cierre de industrias, pequeñas empresas y pobreza durante el gobierno de Macri es un dato inocultable, recordaría nuestro intelectual con compromiso cívico.

Por otra parte, un intelectual no cobarde y altamente reflexivo tendría que indicar la existencia de, por ejemplo, tendencias retrógradas del macrismo en materia de feminismo o en la revisión histórica de nuestro pasado político. Por ejemplo, en las marchas feministas (llamadas "ni una menos") contra la violencia machista que se lleva la vida de muchas mujeres, muchas de ellas fueron maltratadas por la policía bajo el silencio ominoso del gobierno macrista. En lo que hace a la memoria por las masacres perpetradas por militares durante la dictadura, el presidente Macri en varias oportunidades, previas a su asunción, trató de quitarle importancia al tema.40

Un intelectual cívicamente comprometido debería señalar que la "tolerancia política" anunciada por Macri tampoco es tal. La promesa macrista de cerrar la "grieta", esto es, la rispidez entre kircherismo y macrismo, ha resultado en la exponenciación de lo contrario: el votante macrista "odia" -visceralmente- al kircherismo. Los epítetos de "yegua",41 de seguidores de Macri en las redes sociales, para la expresidenta son reiterados. Y uno no encuentra, en el votante macrista, un ejercicio de la buena retórica y la argumentación. Más bien el dato corriente es el vituperio.

Hasta ahora, notaría un intelectual con compromiso cívico, los jueces argentinos, y en especial los federales, salvo honrosas excepciones, no parecieran haber roto la actitud de dependencia frente a los gobiernos de turno. El intelectual con compromiso cívico tendría que informar que la investigación de la corrupción del gobierno anterior a Macri, esto es, del kirchnerismo, no es un hecho jurídico, como debería serlo en un genuino Estado republicano de derecho (Rosler). Es un hecho "político" en el sentido deplorable de la expresión. Los jueces parecen marionetas comandadas por los poderes políticos en connivencia con intereses de ciertas corporaciones, por ejemplo, las mediáticas. Y este no es un dato relativo al gobierno de Macri. También, diría el intelectual cívicamente comprometido, se constataba en el gobierno anterior la existencia de jueces genuflexos42 La genuflexión de la judicatura, defiende un intelectual con compromiso cívico, es un obstáculo serio para una genuina república. Esto porque se quiebra la expectativa ciudadana de que los jueces, cual agentes probos, sean la última garantía cívica frente a los abusos de poder.

Frente al intelectual cívicamente comprometido, hay intelectuales argentinos que hacen cosas reñidas con este ideal.43 Existen intelectuales, por ejemplos venidos de la crítica cultural como Beatriz Sarlo, o de la filosofía no practicada académicamente, como Tomás Abraham, que son convocados una y otra vez por los medios como los "gurúes" del intelecto; se trata de intelectuales que repiten en la televisión superficialidades u obviedades44 que operan como mantras en un público no necesariamente culto. Existen también intelectuales negacionistas -o relativizadores- de la corrupción o el autoritarismo del gobierno kirchnerista45

La política argentina tiene algo de trágico. El horizonte histórico último, el que nos situaba en las elecciones del 2015, nos ponía ante una dura disyuntiva: progresismo versus neoliberalismo, populismo versus (presunto) institucionalismo, intolerancia frente a (falsa) tolerancia, etc.

Un intelectual con compromiso cívico reflexionaría que los intelectuales opositores a Cristina Fernández, con el argumento de la alternancia en el poder son algo ingenuos. La noción de "alternancia" es poderosamente democrática, pero no cancela dudas muy relevantes. Un intelectual con compromiso cívico se haría preguntas para las que quizás no tenga respuestas: ¿es mejor continuar con un proceso alicaído como el kirchnerista para evitar el avance del neoliberalismo? Ojalá fuera cierto que el despotismo ilustrado garantizara que el sucesor no será un tonto como el hijo de Federico el Grande. Aunque, está claro que Scioli es como el hijo de Federico el Grande, no es claro que Cristina fuera déspota "ilustrada". Es verdad, podría conceder el intelectual cívicamente comprometido, que alternar el poder parece un antídoto republicano contra cierta metástasis de corrupción que puede suscitar tantos años de poder. Pero tampoco está claro que votar a un gobierno neoliberal sea la mejor opción, ni siquiera el second best.

5. Los intelectuales y la ideología

A esta altura alguien podría objetarme diciendo que el tipo básico socrático es una pieza de museo. Ante esta crítica mi respuesta sería la siguiente: el intelectual con compromiso cívico es una buena derivación del modelo socrático y, además, es una categoría acorde a estos tiempos.

Ahora bien, la "ideología" es una categoría moderna no eludible (Van Dijk).

Y los griegos antiguos no conocían esta categoría. Ergo, mi tipo básico es demasiado restrictivo. Los intelectuales, particularmente en el siglo XX, cuando todavía no se había anunciado la (falsa) muerte de las ideologías, eran intelectuales con tendencia ideológica: sea hacia la izquierda (como por ejemplo Sartre, Gramsci, Camus) o hacia la derecha (como, mutatis mutandis, Ezra Pound, Lous Ferdinand Céline, Carl Schmitt o Leo Strauss).

El papel de la ideología no puede ser descartado, en efecto, del análisis. Porque, entre otras cuestiones, da lugar a un tipo de intelectual no mencionado antes: el "militante" en favor de un partido político o movimiento social. Cuando el militante, además, es reclutado por el poder de turno puede volverse "orgánico". Hay intelectuales orgánicos convencidos, pero también hay combinaciones de narcisistas y prostituidos.

No es malo en sí que el intelectual tenga una ideología, sobre todo si este término es despojado de su sentido marxiano negativo: tener "falsa consciencia". Un sentido defendible del término ideología podría ser el siguiente: la existencia de cierto conjunto de valores políticos o morales que nos conducen en cierta orientación y sobre los que podamos discutir en forma argumentada46 Se habla, desde este punto de vista, de intelectuales de izquierda e intelectuales de derecha. En mi caso, no creo tener falsa consciencia (uno de los sentidos peyorativos de la expresión ideología más conocidos) si digo que soy un intelectual de izquierda: creo, por ejemplo, poder defender un papel significativo del Estado en la regulación del mercado, en la necesidad de redistribuir la riqueza equitativamente, en socorrer mediante programas sociales adecuados a los desfavorecidos por un sistema injusto, a promover la realización gradual de los llamados derechos sociales, etc. Creo que mi tendencia no lleva al oscurantismo.

Y es esta forma de ver lo ideológico, la que vuelve el término "tratable". Dicho esto, podemos, y debemos, entablar un diálogo racional, tal como lo exige la salud de una república.

Sin embargo, aun si lo anterior resulta altamente defendible, es un hecho constatable que, muchos intelectuales argentinos, sea por ceguera o sordera a las buenas razones, sea por debilidad reflexiva, narcisismo, o prostitución, han hecho imposible el diálogo racional. Este es un dato muy grave para una república. Muchos intelectuales argentinos hoy muestran una preocupante fractura de la comunidad política; comunidad que es preciso moldear a través del debate razonado.

No podemos llevar adelante con éxito el mentado diálogo, desde las perspectivas tipológicas que señalé oportunamente. Por ejemplo, recientemente, en Argentina, nuestra Corte Suprema decidió, en un fallo dividido, que a los exrepresores militares de la última dictadura militar les era aplicable la (hoy derogada) ley del "2x1". Se trata de una ley, en su momento dictada a tono con el Pacto de San José de Costa Rica, que permitía aplicar la reducción de pena para aquellos reos que habían sufrido pena de prisión preventiva irrazonable (en los términos del mentado Pacto), es decir, superando los dos años de prisión. A partir de allí se debe descontar cada día de más de prisión efectiva del reo. La Corte argentina entendió, por mayoría de tres votos contra dos que al represor Muiña47 cuyos representantes habían interpuesto el recurso, le correspondía la aplicación de dicha ley. Pues bien, la actitud de muchos intelectuales, la mía también, fue salir a la calle a protestar. El argumento de base de la protesta era que a los delitos de lesa humanidad no les corresponde esa ley, que los mismos fungen como excepción a la misma.

Empero, pienso ahora que un intelectual con compromiso cívico podría tomarse más tiempo para pensar antes de salir a la calle o dar notas en la televisión opinando sobre temas y argumentos sobre los que, a veces, sabe poco o nada. Salir tan rápido frente a cámaras no obedece siempre a un escrúpulo por la verdad moral sino a un deseo irrefrenable de aparecer en los medios.

El intelectual con compromiso cívico podría percatarse de lo siguiente: que el asunto Muiña es moral y jurídicamente complejo. Primero, los jueces que habían votado a favor de la ley "2x1" eran, y son, jueces inteligentes (Rosenkrantz, Highton y Rosatti)48 y creo que probos (no monstruos). Segundo, su decisión no parecía ser en ninguna forma verosímil prevaricato. Tercero, sus argumentos eran jurídicamente atendibles. Entre otras cosas estos argumentos sostienen que la ley penal no hace la distinción, a la hora de aplicar la ley del "2x1", entre delitos ordinarios y extraordinarios. Que debe primar, ante todo, el imperio de la ley. Que es este imperio una manera fuerte de interpretar la vigencia plena de los derechos humanos. Que los represores, nos guste o no, son seres humanos. Y que, además, esto podría ser un elemento implícito de los argumentos, la sociedad argentina tiene que poder mirar hacia adelante alguna vez, cerrando un pasado funesto.

Aun si los argumentos precedentes no convencieran a muchos intelectuales, no deja de ser cierto que aquí también ¡hay argumentación atendible! No obstante lo anterior, el intelectual con compromiso cívico podría darse cuenta de la existencia de un problema filosófico y de temperamento: si, como intelectuales, en sentido fuerte, nos interpelamos, dudamos, etc., podemos volvernos agentes morales escépticos hasta el punto de "suspender el juicio".

El problema es que la praxis conlleva un "impulso a la acción". Este impulso entra en tensión, a veces, con el (hasta cierto punto sano) ejercicio del escepticismo. Pero no es fácil: los intelectuales basculamos entre el sano escepticismo y la necesidad de tomar partido. El problema es que hay cuestiones moral y políticamente difíciles de resolver. Ser leal al principio in ultramque partem es demasiado a veces. Ver los dos lados de la discusión puede llevarnos a la parálisis. Ni siquiera, como se dijo páginas atrás, es seguro que Sócrates encarnara el principio. Su forma de dejar en ridículo a sus oponentes parecería llevarlo a desconocer las buenas razones del adversario.

En cualquier caso, se puede pensar que el intelectual militante puede tener problemas para comprender la complejidad de la tensión entre el sano escepticismo -no me refiero al escepticismo irrestricto- y el impulso a la acción.

Diría también esto: el intelectual que tiende hacia el tipo básico, es decir, a la capacidad, y a la libertad, de interpelar, más temprano que tarde puede entrar en conflicto con el partido, movimiento o poder al que se adscriba. Esto no es solamente una cuestión conceptual: la que tiene que ver con la tensión entre libertad de pensamiento y disciplina de partido. Es también una verdad histórica. Muchos intelectuales terminaron yéndose, o fueron expulsados, de sus partidos.

6. Conclusiones

En este trabajo, he defendido que el intelectual con compromiso cívico, en tanto que representación contemporánea adecuada del modelo socrático, es la forma que tenemos de ser buenos intelectuales. En efecto, en oposición al modelo socrático presentado en la sección dos, se encuentran seis tipos desviados de intelectual que fueron articulados en la parte tres. Luego de dar ejemplos referidos a estos tipos de intelectual, desarrollé, en el apartado cuatro, una reflexión sobre la política argentina de los últimos catorce años haciendo jugar, por un lado, las actitudes del intelectual con compromiso cívico y, por otro, las actitudes desviadas de algunos intelectuales argentinos frente al poder político.

En la sección cinco he mantenido que la idea de intelectual cívico repele a la idea de un intelectual afiliado a un partido o partícipe de gobiernos. He argüido que solamente en condiciones de legitimidad democrática podría admitirse esta participación, siempre y cuando, además, el intelectual no pierda su libertad en el altar de la disciplina de partido o de la disciplina de gobierno.

Quiero cerrar este trabajo con una nota conceptual, de la mano de un recuerdo. Argentina ha tenido, y tiene todavía, intelectuales con compromiso cívico. Y quiero recordar a uno -sin por ello considerar que excluyo a tantos otros valiosos-, que fue Carlos Santiago Nino. Nino fue un jurista y filósofo brillante que, en momentos muy difíciles -me refiero a los primeros años de restauración democrática en Argentina, durante el gobierno de Alfonsín-, participó decididamente del diseño del castigo a los militares de la dictadura. Como bien lo recuerda Ronald Dworkin ("Crónica" 1-15) no fue una tarea fácil, ni tampoco exenta de críticas. Nino enfrentaba grandes problemas jurídicos (relativos al diseño del castigo y la distribución de las competencias de castigo), morales (cómo distinguir a los principales responsables de los que seguían órdenes), políticos (las diferencias de criterio conflictivas entre los partidos políticos y grupos de derechos humanos), etc. Eran momentos difíciles. Los militares amenazaban todavía la estabilidad democrática y Nino, ciertamente, no pudo lograr una especie de "óptimo". Hizo lo que mejor pudo y lo hizo con inteligencia poderosa y con gran valentía. Nino fue un hombre íntegro y murió en Bolivia debido a un ataque de asma cuando se dirigía a dicho país para asesorar sobre la reforma de su constitución.

Me pongo a pensar en las vueltas de la historia. Nino fue un intelectual que murió en el siglo XX en el medio de una noble tarea: reformar de manera aguda una constitución. Sócrates, lejos en el tiempo, murió en forma valiente bebiendo la amarga cicuta. No quiso siquiera argumentar sobre la injustica de su castigo. Sócrates estaba convencido de que la polis había dado cobijo a todos sus años. No podía dejarla a un lado ahora que no le resultaba favorable. Y Sócrates, con gran valentía, y agudeza, reflexionó hasta último momento sobre el sentido de la vida y de lo que, supuestamente, le depararía su inminente muerte. Olvidarnos de Sócrates puede ser también fatal para nosotros: podemos terminar matando al buen intelectual que podemos ser.

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1Una definición mínima de intelectual podría ser la de alguien que "hace bien su oficio" por ejemplo, de escritor. Sin embargo, la aparición del término intelectual supuso una nota aditiva: la de estar política o socialmente comprometido. Parto entonces de este lugar.

2Un ejemplo ficcional de esta actitud es la novela Sobre los acantilados de mármol de Ernst Jünger. Los sabios que habitan el castillo sobre los acantilados de mármol se distancian de la ferocidad del bosque comandado por el "Gran Forestal", un epígono velado a Hitler. Sin embargo, tal distancia se revelará imposible en un momento crucial de la obra.

3Los tipos se pueden pensar como "idealizaciones" —weberianamente hablando—, esto es, de clases de intelectuales que de facto parecen existir.

4Por eso se ha dicho que Sócrates presagiaba una forma de "positivismo jurídico ideológico", doctrina conforme a la cual es obligatorio obedecer normas jurídicas no importando si las mismas son injustas.

5Por este sendero, acoto, si todos los "Sócrates" históricos del mundo razonaran en términos de pura conveniencia, la consecuencia podría ser la erosión de las bases de la polis misma. Así las cosas, el argumento, que al principio tiene la estela de las convicciones, al final no es incompatible con un razonamiento consecuencialista.

6Este hecho, sin embargo, es compatible con admitir que los cubanos, durante un buen tiempo —y pese a un bloqueo (injusto) de cincuenta años— lograron cierto bienestar básico en materias importantes como la salud o la educación.

7Los intelectuales a veces podemos, y debemos, ir en contra del sentido común. Por ejemplo, ahora recuerdo cómo Derek Parfit va en contra del sentido común en su reconstrucción del concepto de identidad personal.

8"Desaparecido" por los militares tras su "Carta abierta de un escritor a la junta militar".

9Para una reflexión sobre el valor de oposición del intelectual a las dictaduras, véase Díaz (189 y ss.).

10¡Más extraño que haya "pensamiento nacional" es el hecho de que haya una secretaría ministerial para eso! Me estoy refiriendo concretamente al filósofo argentino Ricardo Forster que ocupó ese puesto en el 2014 durante el gobierno de Cristina Kirchner. Véase la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional (http:// servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/230000-234999/230691/norma.htm).

11Al adoptar la ley como centro de una república, no asumo que no debamos interpretar las leyes, ponderar principios, o cosas por el estilo.

12Por ejemplo, en un diario afín al gobierno de Macri, como Clarín, se recuerda que el actual presidente ha dicho que es mala cosa mezclar justicia con política y que la única forma de no volver al pasado es respetar la ley. Véase Fioriti.

13Fue el filósofo argentino Ernesto Laclau el que planteó con claridad las oposiciones entre populismo e institucionalismo.

14Kovadloff es uno de los intelectuales con más presencia en los medios de comunicación argentinos. Sus observaciones, idolatradas por la prensa, no siempre son muy rigurosas. En una de sus intervenciones sostuvo que el macrismo tiene vocación "democrático-republicana" y devolverá autonomía a los tres poderes del Estado.

15Según el sociólogo argentino Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional y afín al kirchnerismo, el macrismo tiene también elementos populistas, vestigios "peronistas"

16El nombramiento inicial de los jueces fue por el "decreto" 83/15, posponiendo la aprobación del Senado argentino. Un abogado y periodista como Horacio Verbitsky tituló su columna, en referencia a este hecho, con el título del escritor paraguayo Roa Bastos: "Yo, el Supremo" En contraste, el diario La Nación —diario argentino centenario fundado por Bartolomé Mitre— justificó de diversos modos la constitucionalidad y conveniencia política de la medida (Ventura). El constitucionalista argentino Roberto Gargarella también sostuvo que la Constitución argentina dejaba resquicios para la medida de Macri ("Nombramientos").

17Cristina Kirchner misma así lo considera ("Cristina lanzó").

18Así lo señala el escritor, periodista y presidente de Comunicadores Argentinos, Hugo Muleiro. En cambio, el Partido Comunista Revolucionario Argentino opina lo contrario. Por ejemplo, el periodista y militante Ricardo Fierro, en su artículo "Los Kirchner: fieles sirvientes de la oligarquía", defiende la tesis según la cual el kirchnerismo fue un proceso político que prohijó oligarquías.

19Este fue un término aparentemente introducido por primera vez por el periodista argentino Jorge Lanata. Se ha usado como una categoría de análisis político, sin embargo, demasiado simplista. La imagen que se quiso transmitir es que el kirchnerismo fue el responsable de la intolerancia política: o están conmigo, diría el kirchnerismo según este argumento, o están en contra del pueblo o la democracia. Empero, cualquier consulta por redes sociales pone de manifiesto que la intolerancia política tiene tanta o más intensidad que en los kirchneristas, en los seguidores de Macri. Sobre el uso macrista de la grieta para polarizar y recaudar más votos véase la nota de Indart.

20Por ejemplo, esto se hace patente en el conflicto entre los poderosos sectores del campo argentino y su pelea con Cristina Fernández durante el 2008. Cristina quería gravar más la exportación (sojera). Es llamativo que los sectores del campo —no precisamente "campesinos"— se creían los "verdaderos" argentinos: los que trabajan, los que mantienen la renta nacional, etc.

21Los intelectuales que se autoasumen como kirchneristas comenzaron a formar un cuerpo más articulado con motivo de la extensa huelga rural que, en el año 2008, el campo le realizó a Cristina Fernández. El grupo de intelectuales identificados con el kirchnerismo apoyó al Gobierno en su lucha contra el campo. Cobró cuerpo el grupo Carta Abierta. Por otro lado, uso la expresión "apoyo" al macrismo porque entiendo que hay muy pocos intelectuales macristas, como sí los hay kirchneristas. La "desus-tancialización" de la política macrista es acompañada por un grupo muy reducido de genuinos intelectuales. Por ejemplo, un asesor del presidente Macri que tiene el título de filósofo, llamado Alejandro Rozitchner, —hijo del filósofo marxista León Rozitchner, que ofrece cursos motivacionales de entusiasmo y alegría— tiene intervenciones de un grado de superficialidad notorio, por caso, que fomentar en las escuelas el pensamiento crítico tiene un valor negativo. Creo que este asesor "filósofo" podría ser catalogado de pseudointelectual. Véase "Las insólitas frases" Apoyo, entonces, apunta a "voto" y respaldo, pero no "identificación" con el macrismo necesariamente.

22Al contrario, algo que habría que refundar en Argentina, sostendría un intelectual con compromiso cívico, es la idea de "partidos políticos con vida democrática interna". Partidos fuertes hacen a una democracia fuerte, la cual no depende de líderes caris máticos que eligen a "dedo" a los candidatos.

23Existe ahora una organización civil en Argentina con ese nombre y la misión de "democratizar" la justicia. Es la Justicia Legítima y este es su sitio web: http://justicialegitima.org/mision.html

24Por ejemplo, el líder "piquetero" (manifestante que pone piquetes) kirchnerista Luis D'Elía ha usado frecuentemente la expresión peronista "oligarcas de mierda" ("D'Elía").

25"Partidarios del arrebato intuitivo o la certeza sanguínea" como dice Fernando Savater (1).

26El ajuste tarifario era una necesidad de larga data. La misma Cristina Kirchner hablaba de que era necesario hacer una "sintonía fina" (no usaba la palabra "ajuste"). Su vicepresidente, el economista Amado Boudou, explicando el significado de la expresión "sintonía fina", añadió una cuota de semántica criolla al decir que "sintonía fina" significa que se acabó la "avivada" Véase "Cuando la Presidenta" El Estado Nacional Argentino, durante el kirchnerismo, había subsidiado largamente a empresas de transporte, distribución de gas, energía eléctrica, etc. Sin embargo, el llamado "tarifazo" que impuso Macri a cien días de su gobierno, provocó aumento de inflación, así como el cierre de pequeñas y medianas empresas que no podían sostener ese nivel de ajuste. Sobre la pérdida de empresas, véase "Argentina. Se perdieron" Los casos de tarifazo se hicieron judiciales. La demanda era que los ajustes fuesen "graduales" Véase, por ejemplo, "Corte Suprema argentina frena polémico 'tarifazo' de Macri"

27Véase Gasalla, "Argentina". Para una visión distinta que muestra que el kirchnerismo "maquilló" su política de desendeudamiento, véase Riccomagno. En esta nota el economista de "izquierdas" Claudio Lozano señala que la "situación actual del país obedece en buena medida a desaciertos económicos del Kirchnerismo (en referencia a Cristina Kirchner)".

28Véase Gasalla, "La pesada"

29Mediante la alteración de los números del Indec (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos). Véase Jueguen.

30La noticia estuvo en casi todos los periódicos nacionales e internacionales. Por ejemplo, véase "Macri perdonó" El fiscal federal Juan Pedro Zoni lleva adelante la imputación penal.

31El juez Andrés Fraga desestimó la participación del presidente en las empresas offshore Fleg Trading y Kagemusha. Véase "La Justicia"

32En buena medida, Macri es el resultado del asesor de imagen Jaime Durán Barba. Este asesor apunta a que el presidente transmita "palabas sencillas", se involucre más con su propia imagen e incida en las redes sociales. Véase, por ejemplo, Cué.

33Esta movida, propia de derechas en Latinoamérica está llegando a ámbitos como las propias escuelas. Ya hay padres de niños o jóvenes que rechazan que en la escuela se aborden ciertos temas. Por ejemplo, no se puede recordar el inicio de la dictadura militar del 24 de marzo de 1976 o hablar de las abuelas de plaza de mayo, o plantear la pregunta sobre dónde está el joven Santiago Maldonado, desaparecido en el marco de una intervención de gendarmería nacional en una comunidad mapuche en la Patagonia argentina. La escuela, se dice a tono con lo anterior, también debe ser neutral, en el sentido de "apolítica" Se trata de una idiotez que parte de una incomprensión del alcance del término política, a la vez que una maniobra peligrosa que lleva a pensar —equivocadamente— que la derecha no tiene concepción política. Amén, por cierto, de una cacería de brujas de docentes y padres "políticos".

34Argentina, Presidencia de la Nación Argentina. Decreto-ley 1 602/2009.

35Argentina, Presidencia de la Nación Argentina. Ley 26 618 de Matrimonio Civil.

36Argentina, Presidencia de la Nación Argentina. Decreto 902/2012.

37Los diversos casos presuntos de corrupción del kirchnerismo están siendo investigados por jueces federales argentinos. El caso hasta ahora más notorio fue el del subsecretario de obras públicas José López que fue pescado in fraganti tirando unas valijas con miles de dólares, euros, yuanes, etc., a un convento de monjas. Véase Rivas Molina.

38Argumentar así no es igual que decir, como algunos intelectuales narcisistas y débilmente reflexivos, que los seguidores de Cristina son "choripaneros". Esta expresión —despectiva— alude a la conjunción de dos aspectos: por un lado, a los sectores humildes que fueron beneficiaros de planes sociales y, por el otro, al hecho de que, al ir a las plazas a manifestarse, comían "choripanes" (un tipo de sándwich que lleva chorizo). Esto no es un argumento sino una diatriba que no está a la altura de intelectuales que dejan a un lado la teoría política para, en vez de ello, emplear recursos ad hominem. Operar así es una manera de desperdiciar años de formación y cultivo de la teoría política.

39Véase Gasalla, "La tasa".

40Por ejemplo, Macri sostuvo "Conmigo se acaban los curros con los derechos humanos" El término "curro" aquí alude a "negocio". Véase Rosemberg.

41Véanse, por ejemplo, las declaraciones de la propia Cristina Kirchner ("Cristina Kirchner").

42Una caracterización adecuada del requisito de independencia judicial se puede ver en Aguiló Regla (47-56).

43Por ejemplo, pienso en el reconocimiento universitario "José María Aricó" a Milagro Sala por parte del decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, Dr. Diego Tatián. Milagro Sala fue una dirigente jujeña a la que el gobierno kirchnerista le delegó la distribución de ayuda social bajo criterios de discrecionalidad y ausencia de control de legalidad. Un intelectual con compromiso cívico diría que es discutible, en un genuino Estado de derecho, la legitimidad de otorgar un premio a una figura procesada por varios delitos. Por supuesto, que el hecho de que tal proceso pueda ser, y sea de hecho, arbitrario desde el punto de vista legal —amén del hecho que el gobernador de la provincia de Jujuy también realice comportamientos antidemocráticos, como usar al poder judicial para perseguir al adversario—, no quita el hecho de que existan presunciones de acción delictiva que recaen en Sala que deban probarse o desvirtuarse en un proceso justo. Pero no parece prudente dar un reconocimiento académico en estas condiciones. Más parece un juego ideológico que una acción intelectual genuinamente comprometida. Remito, para evitar sospechas de "derechismo", a las declaraciones del partido obrero de Córdoba, véase "Rechazamos".

44Un equivalente en inglés sería bullshit. Remito al libro de Frankfurt.

45Según el sociólogo y jurista argentino Roberto Gargarella, hubo intelectuales que guardaron silencio frente a la corrupción kirchnerista. Véase, por ejemplo, "El silencio"

46No hablaré de la teoría del valor aquí, pero es preciso suponer que sobre los valores es posible una discusión racional, algo que autores a la Habermas no comparten.

47Véase el resumen del fallo en "La Corte Suprema"

48Los votos de la minoría se integraban por Maqueda y Lorenzetti.

Cómo citar este artículo (MLA): Lariguet, Guillermo. "Sócrates, tipologías de intelectuales y política: algunas referencias al caso argentino". Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 20, núm. 2, 2018, págs. 185-220.

Sobre el autor

Guillermo Lariguet es doctor en Derecho y Ciencias Sociales (con una tesis de filosofía del Derecho) de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ha sido becario posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, México. Actualmente es investigador visitante en la Universidad de Alicante, en su área de filosofía del Derecho, e investigador independiente del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet). En el 2016 obtuvo el Premio Konex al mérito por su trabajo en ética durante los últimos diez años. Ha publicado diversos libros, tanto como autor o coautor, en temas de filosofía moral, política y jurídica; así como más de ochenta artículos en revistas filosóficas o jurídicas de Argentina, Chile, México, Costa Rica, Perú, Colombia, Inglaterra, España e Italia. Dirige a varios becarios y tesistas de maestría y doctorado.

Sobre el artículo Este trabajo ha sido posible a merced del Conicet. El financiamiento adicional es el siguiente: un PIP de Conicet y un subsidio SECYT de la Universidad Nacional de Córdoba, referidos, ambos, a la evaluación moral de las instituciones públicas. Un subsidio CAID de la Universidad Nacional del Litoral. También está enmarcado en el proyecto "Conflictos de derechos, tipologías, razonamientos y decisiones", de la Agencia Estatal de Investigación de España, DER2016-74898-C2-1-R. Agradezco a los dos evaluadores anónimos por sus aportes destinados a mejorar el trabajo. Asimismo, mi gratitud para con las críticas agudas que Manuel Atienza, Isabel Lifante, Roberta Simões Nascimento, Tito Garza Onofre, Eduardo Arroyo, Alí Lozada Prado y Danny José Cevallos realizaron a distintas versiones anteriores de este trabajo.

Recibido: 12 de Octubre de 2017; Aprobado: 12 de Enero de 2018

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